
Chapter 7
“Desaparecer”
Draco no era idiota, pero por excelencia, los adultos tendían a pensar que si lo era. Su padre, su madre, varios profesores, el director.
Había muchos adultos a su alrededor que tendían a creer que su inteligencia estaba por debajo de la de ellos, que el rubio era solo un mocoso pedante con la nariz demasiado alzada.
Pero, de nuevo, Draco no era idiota. No tenía un solo cabello de estupido.
Ellos podían creer lo que quisieran, mejor si lo subestimaban, así había algo de gracia en humillarlos después.
El problema era cuando estos adultos, tan llenos de ego y petulancia, no solo se creían más inteligentes... si no, más fuertes.
Moody había sido discreto en su disgusto, Draco reconocía eso, pero la falta de palabras no era igual al silencio absoluto de un alma. Sus ojos lunáticos lo seguían cada que entraba a un salón, su pútrida magia vibraba en su piel, como una amenaza.
La primera prueba parecía haber sido un detonante. El hombre se había deslizado a una esquina, con ojos amenazantes, como un animal herido. Listo para atacar en cualquier segundo de descuido.
Ese segundo, desgraciadamente, no tardó mucho en llegar. Draco había estado regresando de una reunión con su padrino, la pausa por el almuerzo casi encima de su cabeza, cuando giró en una columna y el hombre se interpuso en su camino.
Apestaba a licor y pociones.
— ¿Necesita algo, profesor? —inquirió, impasible, sin moverse—. Tengo que llegar al comedor.
La risa ronca sonó casi como un catarro, como si algo tuviera obstaculizando su garganta.
—No me gustan los traidores, Malfoy. —escupió—. Y tu, tu y tu familia son los traidores más grandes.
El rubio entrecerró los ojos.
—Tu influencia en el niño que vivió... desconfío. ¿Qué estás tratando de hacer, eh? ¿Cuál es tu plan, pequeña mierda? alguien tan innoble, cobarde, inmundo...
Draco sospechó.
Draco no era idiota. Los profesores eran idiotas.
— ¿Entonces, qué? —interrumpió el balbuceo— ¿Si fuese así, si estuviera tratando de manipularlo, por qué, en nombre de Salazar, te diría? Tiene que reconocer, profesor, que es un planteamiento ridículo. Harry es mi amigo, mi mejor amigo.
—Eso es ridículo. —se enervó el hombre— ¿Crees que con tu historial, con una familia cómo la tuya, podrías...?
Draco presionó la mandíbula y tensó los hombros.
—Tu padre era un mortifago. Es un traidor. —gruñó—. Traicionó a mí bando, tú lo harás también. Te he visto con Karkarov, sé cómo habla y lo que te dice. Te crees diferente, pero la sangre llama, Malfoy. Eres igual que tu padre, igual que Lucius.
El rubio se estremeció, las palabras atorándose en su garganta.
De las cosas más despreciables que podía escuchar sobre él, era que se parecía a su padre, lo que más le molestaba. Draco no era nada como Lucius Malfoy.
Tendrán el mismo nombre, pero ¿por los demás? No había nada de él que dijera que pertenecía a Lucius Malfoy.
Draco no era como su padre.
Él era mejor.
Draco se hizo a un lado y comenzó a caminar nuevamente. Los pasos difíciles lo siguieron, pero el rubio sabía que no podía hacer nada, era riesgoso atacar a un psicótico. El hombre podía estar simplemente sufriendo una crisis nerviosa y atacar sin pensar.
Draco sabía mucho de ese tipo de comportamiento.
Bajo las escaleras de mármol, apresurándose lejos del hombre.
—No me gustan los traidores. —escupió nuevamente, mientras Moody bajaba cojeando por la escalinata de mármol—. No me gustan los mocosos pretenciosos y mentirosos.
Draco sabía que darle la espalda era un error pero, de nuevo, era más fácil salirse con la suya si solo fincía incapacidad para defenderse.
Nuevamente, matar a un profesor era demasiado sospechoso, no tenía forma de ocultarlo. Y se supone que este tipo era un sobreviviente de guerra que estuvo al frente activa, no podía subestimarlo.
El tirón que sintió en su núcleo mágico lo hizo enfriar. Era un sentimiento conocido, pero lejano, habiendo sufrido este tipo de cosa una sola vez en su vida.
El suelo de losas de piedra estaba frío en sus dedos, viendo todo desde el suelo el castillo, ya enorme, se veía gigantesco. Aún más gigantesco.
Moony había sacado su varita y apuntaba con ella hacia él, Draco sabía perfectamente que tenía la forma de un hurón blanco. Se sintió tiritar, su corazón palpitaba fuertemente mientras el hombre se acercaba, entonces, echó a correr.
Moody lo hizo flotar, elevándose en el aire a tres metros del suelo, antes de dejarlo caer nuevamente, rebotando.
—No me gusta la gente que ataca por la espalda —gruñó Moody, mientras el hurón botaba cada vez más alto, chillando de dolor—. Eres un traidor por sangre, Malfoy.
El hurón se agitaba en el aire, sacudiendo desesperado las patas y la cola.
— ¿Cuándo planeas hacerlo? ¿Qué le harás, traidor? —preguntó Moody, acompañando cada palabra con los botes del hurón.
Draco recordó por qué odió tanto el momento. Sintió varios huesos romperse, siendo un animal tan pequeño, el daño sufrido era mayor. Fue en un rebote particularmente alto que saltó a la cara del hombre, rasguñandolo.
Alguien se relajó a lo lejos, pero Draco no se tomó el tiempo de mirar antes de volver a saltar. Esta vez, pasando entre los pies de varios alumnos, que caminaban hacia el comedor desde sus clases.
Gritos y libros cayendo lo acompañaron mientras huía cada vez más lejos. Sentía su corazón bombear fuertemente, el pánico sin filtrar rebotando en su cerebro.
Se apresuró a meterse a un aula, pero se estremeció cuando se topó con los ojos curiosos de un grupo de Hufflepuff. Draco reconoció vagamente algunas caras, pero la neblina de pánico no lo dejaba concentrarse.
Retrocedió lentamente, con todo el cuerpo tenso. Uno de ello se levantó lentamente de si asie to, arrodillándose inmediatamente en el piso de piedra. Draco siseó agresivamente.
—Oye hola. —saludó, con tranquilidad, los ojos miel resplandecieron— No te haré daño. ¿Estás asustado, no? Está bien, está bien. Tranquilo.
Draco siseó, mostrándole los dientes. El chico le tendió las manos, palmas hacia arriba, el hurón blanco se tambaleó un poco, olfateando el aire.
Chocolate, libros viejos y hierbas frescas.
—Eso es, tranquilo. Todo estará bien, amigo. —susurró, Draco olfateó los dedos estirados y lentamente reposó su cabeza en las palmas abiertas— Bien. Bien, sí. Te cargaré ahora ¿está bien?
Draco miró a Hufflepuff, a Diggory, directo a los ojos. Y el Slytherin, sabía, podría ser alguien peor.
Se subió con cuidado, enrolándose en sí mismo con lentitud. Todo ardía y punzaba, haciéndole hormiguear la columna. Su pata izquierda trasera dolía como una mierda, y era muy probable que estuviera roto. Muchas cosas podrían estar rotas.
— Dios mío, Ce, se está poniendo morado y tiene sangre en el cuerpo. —chilló una voz, demasiado fuerte para los oídos de Draco.
El hurón siseó.
—Lo sé, lo vi. —descartó, levantándose con cuidado. Apoyó al animal en su pecho, dándole más seguridad antes de girarse hacia su grupo. Voy a la enfermería, necesita que lo curen, no me esperen para comer.
Y Draco rodó los ojos cuando todos reclamaron. El tipo estaba siendo amable en avisar, no parecía estar pidiendo opiniones sobre su decisión.
—Nos vemos en clases, entonces. Díganle a Cho que la veré más tarde, que me disculpe, pero esto es importante.
Y se fueron. El balanceo del humano hacia que toas sus heridas protestan y causaban quejidos lastimeros. Draco se sentiría más avergonzado si no estuviera temblando de dolor. Ahora, sin la adrenalina, toda dolía de la peor forma y su cabeza se sentía pesada, los bordes nublando se cada vez más.
—Escucha, pequeño amigo, ya estamos casi ahí. Por favor no te duermas. —rogó, su voz suavizandose nuevamente— Soy Cedric, por cierto. Me gustaría saber tu nombre, si es que tienes uno. Probablemente sea así, los hurones no son muy comunes por estos lados, además te ves bastante estilizado para ser salvaje. Me pregunté quién será tu dueño, ¿fue él quien te hizo esto? Si es así entonces-
Draco clavó sus garras en el pecho del adolescente con firmeza y el balbuceo se detuvo por un grito agudo. Diggory lo miró.
— ¿Fue mucho? Lo siento, es que hablo mucho cuando estoy nervioso. —se río. Draco bufó y el chico continuó— Pero bueno, en serio, ¿tienes dueño? Si no, podría quedarme contigo.
Draco parpadeó.
Evidentemente no tenía, pero la imagen de Harry apareció brevemente en su cerebro antes de evaporarse cuando escuchó la voz de Pomfrey.
—Tranquilo, ella sabrá qué hacer. Y tal vez también como encontrar a tu dueño, si es que hay uno. —tarareó, acercándose a una camilla— Si no, podrías ser mío ¿que te parece la idea?
Draco sintió muchas ganas de morderle los dedos hasta hacerlo sangrar. No había forma de que se quedara así para siempre, mucho menos para ser la mascota de un tejón estupido.
Podría ser menos imbécil que antes, pero no había borrado por completo su orgullo. Tener algo que ver con un Hufflepuff era demasiado, era cruzar una horrible línea.
El rubio sabía, casi que a ciencia cierta, que no sabría cómo tratar a un Hufflepuff. Sería demasiado extraño tener que convivir tan estrechamente con uno.
—Me pregunto si a Cho le gustan los hurones... —siguió murmurando. La enfermera estaba a unas cuantas camas de distancia, atendiendo a unos niños de primer año, con úlceras en sus rostros. Pociones salieron mal, probablemente—, quizás puedas ser nuestro hijo. Estaría bien.
Draco gruñó, todo su cuerpo vibrando amenazante. Cedric resopló, acomodandolo sobre la almohada rígida, y sentándose en la cama para verlo.
El pestilente olor a desinfectante, hierbas y limpio lo hizo estornudar. Todo era muy estéril, pero siendo una enfermería, era de esperar.
—Huele raro, ¿no? —murmuró— Te entiendo, tampoco me gusta mucho. Trato de evitar lastimarme, así no tengo que venir tanto por acá. Hace solo unos días estuve en la enfermería, y ahora otra vez. Es un récord.
El hurón ladeó la cabeza y Cedric tuvo que aferrarse a la tela de la sábana para no arrullar, el animal era tan tierno.
—Pelee con un dragón. —se jactó, en voz baja, como contando un secreto. Draco quiso arquear las cejas—. Bueno, no pelear -pelear, pero algo así. Me queme un poco, pero es parte del torneo, creo yo.
El heredero Malfoy solo pudo quedarse quieto, mirándolo. Fue el único herido. Fue el único muerto.
Hay cosas, piensa Draco, que son inevitables. Probablemente su muerte sea una de ellas. Es algo que marcó mucho la sociedad, por lo menos en Londres mágico.
Draco no sabe si le importa.
—Joven Diggory, ¿Qué lo trae por aquí? Ay, Merlín y Circe. —la mujer tropezó— ¿qué le pasó? ¿Quién fue el desgraciado que hizo esto?
Draco se balanceó. Ojalá pudiera decirle.
—No sé, lo encontré y lo traje, ¿puedes curarlo, Poppy?
— ¡Por supuesto!
Entonces, el hurón blanco se recostó cómodamente, viendo con ojos bien abiertos los movimientos de la varita frente a él. Sintió diferentes chasquidos y el ardor de sus músculos sanando.
Sus huesos regresando a su lugar.
Cerró los ojos, una mano acariciaba suavemente su espalda. Draco se sentía cansado y adormecido, los murmullos de los dos magos frente a él se sentían lejanos mientras caía en un sueño intermitente.
Sentía vagamente los dedos de Diggory, y su voz, pero no entendía lo que estaba diciendo. Ni si le hablaba a él, oa alguien más.
No sabe cuánto pasó, ni si seguía siendo el mismo día, pero cuando abrió los ojos, vio en el regazo de Hufflepuff. Levantó la cabeza con curiosidad y miró a su alrededor.
Estaban en lo que parecía ser la sala común de Hufflepuff, chicas y chicos con el uniforme negro y amarillo esparcidos por todos lados. Agrupados alrededor de Cedric.
Cho Chang estaba recostada en el hombro del campeón. Él la abrazaba con un brazo, su otra mano en la espalda del hurón.
Siseó, y Diggory lo miró.
—Hola cosita linda.
Draco lo iba a morder, cien por ciento.
—Ce, hay que darle un nombre. —lo regañó una niña, se le hacía vagamente familiar y no por buenos motivos—. No está bien decirle cosa.
—Es verdad. —coincidió Cho Chang— ¿copito de nieve, te gusta eso?
Le mostró los colmillos sin pena y Diggory se carcajeó, masajeando entre sus orejas.
—No creo que sea fan de los apodos tiernos.
Draco no es fan de los apodos, por algo tenía nombre y apellido, y eso era lo único que se les permitía utilizar.
— Sleepy le queda bien. Durmió todo el día, como un gato. —se burló uno de los chicos. Este lo reconocía, era parte del equipo de Quidditch y Draco le desagradaba particularmente.
Esperan.
Se paró por completo, retorciéndose para bajar.
¿Paso todo el día fuera? Mierda.
—Oye, oye. No. —regañó Diggory—. Sin movimientos bruscos, Poppy dijo que tenías que estar tranquilo.
Draco siseó más fuerte, retorciéndose en el agarre del chico.
— ¡Tranquilo, copo de nieve! —pidió, chirriante, Cho Chang.
Draco el gruñó. A quién carajos le decía copo de nieve.
—Shh, shhh. —tranquilizó a Diggory, abrazándolo a su pecho. Draco lo miró—. No te asustes, mañana mismo nos ponemos a buscar a tu dueño. Ya estuve preguntando por ahí, seguro que aparecerá pronto.
Diggory no tenía ni idea, pero Draco no podía culparlo. Se quedó quieto, relajándose de nuevo, era poco probable que pudiera siquiera salir de la sala común. Las velas y las chimeneas encendidas, el poco movimiento...
Nadie más saldría, probablemente ya estaban bajo el toque de queda.
Esperaba que Harry no se preocupara demasiado.
— ¿Ustedes también tuvieron la clase de baile, Hannah? —redireccionó Chang.
— ¡Sí! —se extasió— La compartimos con Gryffindor. Nos emparejaron, fue bastante mixto.
Draco miró hacia Diggory. Esperaba una explicación, y el chico parpadeó hacia él, confundido.
Chang fue quien le habló, inclinándose frente a él. Draco se preguntaba si no tenía miedo de que la mordiera.
—Tenemos un baile de navidad, por el torneo de magos. —chismoseó—. Es obligatorio llevar a alguien, saber bailar y tener etiqueta. ¡Es realmente divertido! Cedric y yo vamos juntos, y tenemos que abrir el baile.
Draco parpadeó.
Bueno, ya sabía de esto, pero de nuevo, a veces no recordaba los tiempos exactamente. Ahora tenía que conseguir una pareja.
Y que Harry consiguiera una, a su vez.
Esperaba que Sirius se haya tomado en serio su papel de tutor, y le haya enseñado aunque sea lo mínimo de fiestas de gala a Harry. De ser posible, alguna clase de baile.
Esperaba. Rezaba.
Para disgusto absoluto del rubio, terminó pasando la noche en la cama de Diggory, en los brazos de Diggory. Aunque hubiera podido moverse, no tenía muchos otros sitios donde esconderse.
Y necesitaba al chico para llegar sano y salvo con McGonagall.
La noche se la pasó en vela, su cerebro demasiado ruidoso como para poder cerrar los ojos en paz. No se sentía cómodo, rodeado de esos brazos, sintiendo ese calor corporal.
No era nada parecido a Harry.
Y, de nuevo, solo podía esperar que el chico no estuviera demasiado preocupado, y pudiera dormir bien.
(No fue así, obviamente. Draco no tenía idea).
— ࿐*:・゚
Harry estaba por hacer fuego el colegio, hasta que no quedarán ni las columnas en pie. Había estado toda la tarde, con la tranquilidad agotándose a cada movimiento de las manecillas del reloj, esperando al rubio, pero Draco no aparecía,
No fue una clase. A ninguna.
Theo había entendido la esperanza de estar con Snape. La cena probablemente no era así.
Blaise había estado vibrando de incomodidad desde la primera clase después del almuerzo, cuando Draco no llegó. Su rostro contrayéndose cada vez más a cada clase.
Pansy arruinó sus uñas por los nervios. Daphne nunca había tenido el cabello tan enredado.
Vincent y Greg se habían pegado a Harry, ojos frenéticos. Ellos estaban acostumbrados a estar siempre con Draco, que el rubio no estaba alrededor por más de dos horas los estaba estresando y angustiando mucho.
Su función principal era cuidarlo, ¡pero seguían fallando! ¿Qué pasaba, por qué no podía cuidarlo como antes?
Cómo antes de Hogwarts, cuando solo eran tres.
Estaban fallándole a ese niño rubio, bajito y de mejillas rosadas, que los miraban con sorna. A quién le había prometido estar siempre a su lado.
Entonces, se aferraron a Harry. Draco los machacaría si algo le pasaba al elegido en su ausencia arrepentida. Ellos lo protegerían, hasta que el heredero Malfoy volviera.
— ¿A dónde pudo haber ido? —murmuró Adrián Pucey, desde una esquina, cerca de la puerta.
El toque de queda había pasado hace horas, pero ningún Slytherin estaba tranquilo. Nadie estaba dispuesto a irse a dormir, no cuando uno de los suyos se había evaporado.
—Fui a la enfermería, para probar suerte —comentó Hassel Mynor, otro prefecto, desde la mesa central—, Poppy ni siquiera lo vio hoy.
—Yo di vuelta a la biblioteca. Nada tampoco. —murmuró Millicent.
Harry recorrió cada lugar posible. Incluso recurrió a Myrtle, pero ella tampoco lo había visto, y se supone que ese tenían día su reunión semanal.
Ella había estado preocupada durante toda la tarde. Ahora, tanto el Barón Sangriento como la chica, dirigían a los fantasmas del colegio en una búsqueda exhaustiva.
Harry todavía no le habló a Sirius. Pero si con Snape.
Él lo había visto antes del almuerzo, tuvieron una pequeña reunión. Pero nadie más lo vio después.
Los cuadros de Slytherin habían empezado a migrar a otros, exigiendo respuestas. Era raro, puesto que ninguno de esos cuadros solía moverse más allá de la sala común, no les gustaba mezclarse con otras casas.
Harry todavía quería prender fuego el colegio, pero se llevaría los cuadros, por respeto.
Noíl estaba rastreando el olor de Draco, demasiado nerviosa como para quedarse con él. Harry esperaba que tuviera suerte.
Él, por su lado, ahora estaba sentado en un sillón individual, en silencio, quieto. Congelado en el tiempo como una estatua de jade.
Por su cabeza pasaban una y mil ideas de lo que podría haberle pasado. De quién lo tenía en sus manos. Cada pensamiento lo hacía sentir más horrorizado, aterrado.
¿Y si Voldemort lo tenía, como tuvo una vez a la hermana menor de Ron? ¿Y si tenía su alma en sus manos, ahora mismo?
Solo el pensamiento lo enfureció y asqueó al mismo tiempo.
No tenía derecho de ponerle un solo dedos encima a Draco.
Si pudiera ver el mapa, por lo menos sabría si está en el colegio, en que parte del castillo se ocultaba. Pero no podía, estaba entre los compartimientos ocultos del baúl de Draco, y por mucho que le rogara al mundo, ese baúl no iba a abrirse si no era la magia de Draco la que lo ordenaba.
Estaba solo en esto. No había ningún truco que pudiera usar para llegar a Draco.
No quedaba más que pasar la noche en vela, con el resto de la casa. Cada ciertos minutos, Pansy se tenía que limpiar las lágrimas, y Daphne se levantaba para caminar.
Cada treinta minutos, Greg acomodaba y desacomodaba una pila de libros. Theo cambiaba la posición de sus piernas.
Cada una hora, Blaise se acercaba para apretarle un hombro, en apoyo. Harry le devolvía el gesto, agarrando suavemente su muñeca.
Cada dos horas, los prefectos salían a buscar. Trataban de escuchar el más mínimo ruido para dar la alerta.
Cada tres horas, Harry pensaba en hablarle a Sirius.
La noche se evaporó, las frías ventanas se iluminaron con la luz verdosa que llegaba a través del lago negro.
La hora de subir al comedor llegó, y Draco seguía sin aparecer. Harry se sentía cada vez más cerca de hechizar a cada persona que se le acercara a su grupo de amigos.
Por primera vez en un año, toda la casa salió junta hacia el comedor. Usualmente se dividían por grados, para no llamar tanto la atención desagradable de sus compañeros, pero ese día no tenían ánimos de jugar.
Que pensaran lo que quisieran.
Sirius estaba en la puerta del comedor. Harry dejó salir un suspiró entrecortado, alivio recorriendolo hasta la punta de sus dedos.
Se apresuró a enterrarse en sus brazos.
—Tranquilo, cachorro. —susurró, en la coronilla de su ahijado, apretándolo contra su cuerpo—. Ya estoy acá, me haré cargo de ahora en más. Draco va a aparecer, te lo juro.
Harry dejó salir las lágrimas que tanto había estado aguantando. Estaba aterrado.
Era la primera vez que, estando en Hogwarts, Draco no estaba alrededor. Incluso cuando se estaba aislando de ellos, todavía dormía junto a Harry. Él todavía sabía dónde estaba.
Sabía que estaba a salvo.
¿Pero ahora?
Ahora estaba aterrado.
— ¿Quién te avisó? —preguntó, con la voz quebrada y húmeda.
—Snape me visitó en la mañana. Cómo a las cinco de la mañana, apareció por flu. —susurró, acariciando el cabello revuelto de Potter—. Estaba tan histérico que realmente pensé que una catástrofe estaba pasando. Yo no estaba equivocado.
— ¿Él está bien?
Sirius tarareó— Lo deje durmiendo en casa, fue necesario una opción y asegurarle una y mil veces que no iba a destruir el colegio. Pero me hizo caso.
Harry dejó salir una risa ahogada, el pánico todavía lamiendo sus venas.
—Ahora —sentenció Sirius, separándose, limpiando los ojos húmedos del niño—, ve a desayunar. Me haré cargo.
Harry hizo caso. Aún con reticencia, pero sabía que no había más que decir, Sirius era mucho más terco de lo que Harry llegaría nunca a ser, y discutir con él era contraproducente.
La primera clase paso como un borrón. McGonagall lucía nerviosa, mirando cada tanto a la parte de atrás del salón, como si la puerta de su oficina fuera a explotar.
En los pasillos, Diggory y Chang lo miraban de tanto en tanto como si quisieran hablarle. Harry los iba a maldecir si se le acercaban, lo había decidido después de que Creevey lo atosigó durante todo el desayuno.
No tenía la paciencia para interactuar con gente que no era de su grupo de amigos. Incluso aguantar la voz de Hermione o Ron estaba siendo demasiado trabajo. Sus constantes peleas eran más que molestas, hoy en particular.
Sería más efectivo que simplemente se besaran, su coqueteos disfrazados eran molestos.
— ¡Conseguir citas es la peor parte de esto, imagina que Eloise Midgen termine siendo mí cita! ¡solo recibiría burlas!
Hermione lo iba a golpear, Harry lo vio en ella cuando apretó los puños. Maldita sea, esperaba que le rompiera la nariz.
— ¡Ella es demasiado agradable como para terminar con un patán como tu!
— ¡Eh, pero si no dije nada malo! Ella es... se ve rara. Eso no es culpa mía.
Ahora Harry quería golpearlo, pero está no era su pelea. Su cabeza dolía, probablemente porque no había comido mucho y no durmió nada.
A Harry no le importaba lo suficiente.
— ¡Ella es bonita, no que tu entiendas algo de belleza, Ronald!
— ¡Si lo entiendo, por eso quise ir con Fleur! ¡Eso es mí estándar de belleza!
— Belleza física, pero horrible personalidad. Ya veo como funciona para ti.
Ron asintió, una sonrisa grande.
— ¡Me alegra que lo entiendas!
Harry frunció el ceño, abriendo la boca para regañarlo, cuando por las escaleras apareció Draco junto a Viktor Krum. El rubio se veía cansado pero no había un solo rasguño visible. El húngaro estaba sonriendo, agarrando suavemente su hombro.
Harry iba a hacerlo explotar en mil pedazos.
No estaba seguro de a cuál de los dos.
Sirius bajaba tras ellos, mirando con sospecha a Krum. Bien, por lo menos no era el único que sospechaba de las intenciones del moreno hacia el príncipe de Slytherin.
Draco lo vio entonces, a dos escalones de él. Harry sintió que algo en su pecho se desataba cuando conectó miradas con la brillante plata, y la tensión lo abandonó por completo cuando el rubio se lanzó hacia adelante, aferrándose a su cuello.
Harry no dudó en aferrarse, rodeandole la cintura, con fuerza. Su cabeza se apoyó encima de la de Malfoy, sus ojos verdes se agudizaron, fijándose todavía en Krum.
El chico levantó ambas manos, desconcertado, pero reconociendo un peligro cuando lo ve. Leía las amenazas escritas en esos ojos verdes, tan similares a un hechizo mortal.
—Fue la peor noche de mí vida. Rivaliza con la noche en primer año esperando a que te despertaras después de ya-sabemos-qué. —se quejó Draco, como un niño caprichoso. Harry se estremeció, el rubio usaba muy pocas veces ese tono, usualmente era cuando estaba molesto y quería pasar el día abrazados en su cama, recibiendo toda la atención de Harry—. ¡Fue humillante! Salazar me ampare, que no vuelva a pasar.
Harry tarareó, meciendolos de un lado al otro. Sirius sonrió al verlos, más tranquilo ahora, viendo que su familia estaba junta y segura frente a él.
Ron y Hermione estaban mirando al dúo y después a él, probablemente confundidos. Dudaba mucho que Harry les dijera sobre Draco.
Borra eso.
Era obvio que no les iba a decir sobre la repentina desaparición.
—¿Qué pasó, Draco? —murmuró, la voz ronca y profunda, desgastada, Harry— ¿Dónde estuviste?
El rubio farfulló algo, pero Harry no comprendió lo dicho, alejándose un poco para poder mirarlo a los ojos.
— ¿Qué fue eso? ¿Qué dijiste? —preguntó.
—Un Hufflepuff me secuestro.
Eso no se parecía en nada al balbuceo anterior, pero igualmente Harry arqueó las cejas.
—No fue un secuestro, Draco.
— ¡Me retuvo contra mí voluntad, Sirius! —se quejó Draco, y su tío negó, una cálida mano apoyándose en su espalda—. Fue horrible. Odio a los Hufflepuffs.
—No, no los odias. —descartaron Harry y Sirius al mismo tiempo, con sonrisas gemelas. Draco resopló—. Vamos, tus compañeros y tu padrino necesitan una explicación. Harry probablemente apreciaría una también.
El elegido ascendió, sus brazos aún firmes alrededor del rubio. Nadie lo iba a apartar de su alcance por un largo rato, no a menos que quisieran terminar sin manos.