Go back in time: Fourth Year

Harry Potter - J. K. Rowling
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Chapter 6

"La primera prueba"

 

Draco caminaba junto a Krum y Karkarov por los pasillos de Hogwarts, el sol derritiéndose como almíbar en el horizonte, las clases recientemente estaban acabando por el día y todas las casas comenzaban a prepararse para la cena.

Krum lo había estado esperando afuera de su habitación, y Draco sintió los nervios subirle a la nuca, erizandolo. Si era sincero, había escuchado las botas pesadas a lo largo del pasillo varias veces, pero se estaba absteniendo de salir.

Harry estaba con Daphne, Hermione, Pansy y Theo en la biblioteca, y lo estarían esperando para dentro de unas horas más, pero aún así sentía que no tenía tiempo que perder con el búlgaro.

Ahora estaban ingresando al bosque prohibido, y si Draco no fuese Draco tendría mucho más que decir sobre la estupidez de seguir a estos dos extranjeros a un lugar tan peligroso. Pero así como ellos lo superan en número, Draco sabía mucho más del bosque que cualquiera de Durmstrang.

La turbia desaparición de estos dos no sería tan importante si Draco movía algunos-

Un grupo de voces trinó en la armonía de la naturaleza. Draco agudizó la mirada, y chocó con una enorme bestia que se retorcían en sus ataduras.

El rubio sintió que su corazón tiraba, tensandose en su pecho, casi a punto de estallar.

—Son dragones. —se jactó Karkarov, una mano pesada en el hombro del rubio—. Hermosas bestias. Muy poderosas, ¿No es así?

Krum puso otra mano en su espalda, a la altura de su cintura baja.

¡Dragones!

Rugiendo y resoplando, cuatro dragones adultos enormes, de aspecto fiero, se alzaban sobre las patas posteriores dentro de un cercado de gruesas tablas de madera.

A quince metros del suelo, las bocas llenas de colmillos lanzaban torrentes de fuego al negro cielo ya anaranjado.

Draco sintió algo temblar en la profundidad de su cuerpo, el terror lo tenía pegado al suelo, pero el fuego no era su principal preocupación por una vez.

Harry.

Había un Hocicorto Sueco, un Galés verde (común, por suerte), un Bola de fuego chino y el Colacuerno Húngaro.

Al menos treinta magos, siete u ocho para cada dragón, trataban de controlarlos tirando de unas cadenas enganchadas a los fuertes collares de cuero que les rodeaban el cuello y las patas.

Draco fijó sus ojos en los ojos con el Colacuerno. Sus pupilas verticales estaban totalmente desorbitadas, retorciéndose. Draco se tomó un segundo, apreciando la rabia y la desesperación de sus ojos.

Los bramidos de la bestia eran espeluznantes.

— No hay que acercarse más. —siseó Draco, deteniendo el audaz caminar de Krum, el chico le dirigió una mirada crítica—. Pueden lanzar fuego a una distancia de seis metros, estás por entrar en el rango si sigues adelante. Te van a asar antes de la prueba, ridículo.

Karkarov se rió entre dientes, palmeandole el hombro al rubio.

—Niño inteligente. —gorgojeo—. Serias de los mejores alumnos en Durmstrang.

—Un dragón tiene mucha sabiduría, en nuestra cultura. —tarareo Krum—. Tu eres la demostración.

Los encantamientos aturdidores salieron disparados en la oscuridad como bengalas y se deshicieron en una lluvia de estrellas al chocar contra la escamosa piel de los dragones.

Los dragones se quedaron en silencio, la bestia negra se balanceó en sus patas, sus ojos perdiendo el foco. Draco apretó los dientes. Luego, muy despacio, se desplomó.

Varias toneladas de dragón dieron en el suelo con un golpe que pareció hacer temblar los árboles que había tras ellos.

— ¿Señor Karkarov? —preguntó uno de los cuidadores, sacudiéndose las manos—. ¿Está permitido que los niños estén...?

—Da lo mismo. Los otros profesores harán lo mismo. —gruñó—. Echaremos un vistazo más de cerca. Vengan niños.

Se acercaron hasta la valla, y en aquel momento Draco descubrió quién era Charlie Weasley. Su cabello, las pecas y la forma en que sus ojos brillaban.

Era una mezcla de Ron y Percy.

—¿Va todo bien, Señor? Oh. Niños, genial. ¡Hola Draco! —saludo, jadeante, acercándose para hablar con él—. Ahora no deberían darnos problemas. Ya has visto que no les hizo mucha gracia, ninguna gracia despertarse acá ja, ja.

—Como a cualquiera de nosotros. —aseguró Draco, sonriéndole con complicidad— ¿De qué razas son, Charlie?

—Oh, ¿no sabe, Joven Lord?

—Yo sí. —descartó, pero señaló a Krum—. Pero tengo compañía que no está tan versada en el tema, así que sé amable.

El búlgaro se enderezó, mirando a la bestia tras Charlie, que tenía los ojos entreabiertos, y debajo del arrugado párpado negro se veía una franja de amarillo brillante.

—Éste es un colacuerno húngaro —explicó el Weasley—. Por allí hay un galés verde común, que es el más pequeño; un hocicorto sueco, que es el azul plateado, y un bola de fuego chino, el rojo.

Charlie miró a Krum y Karkarov, que se alejaban siguiendo el borde de la empalizada para ir a observar los dragones adormecidos.

—Se supone que los campeones no tienen que saber nada de lo que les va a tocar, ¿cómo logró colarse hasta acá, y con un alumno de Hogwarts, ni más ni menos? —preguntó Charlie, risueño—. Confío en que el tercer campeón también estará al tanto ahora.

—Lo que es igual no es trampa. —se jactó Draco, apoyándose en la barricada—. Es obvio que los directores no iban a quedarse en calma, no después de la "ventaja" que tiene nuestro colegio.

El pelirrojo negó con la cabeza, una sonrisa socarrona en sus labios.

—¿Cómo planeas que Harry sobreviva a... esto?

Draco miró al Dragón.

—Planeo que Harry gane. —corrigió—. Y no es él quien tiene las señales de muerte en su espalda, lamento informarte.

— ¿Oh?

—Sí. No importa, ya vas a entender... —masculló, viendo a cinco de los compañeros de Charlie se acercaron en aquel momento al colacuerno llevando sobre una manta una nidada de enormes huevos que parecían de granito gris, y los colocaron con cuidado al lado del animal—. Oh.

Charlie sonrió.

— ¿Harry está bien, entonces?

—Sí. Sano y salvo, en la biblioteca.

—Espero que siga así después de enfrentarse con éstos —comentó Charlie, una mezcla de preocupación y seguridad—. No me he atrevido a decirle a mi madre lo que le esperaba en la primera prueba, porque ya le ha dado un ataque de nervios pensando en él...

Draco hizo una mueca.

— ¡Drag'o! —el rubio miró hacia atrás, ambos húngaros lo esperaban— ¡Vamos!

Charlie le arqueó las cejas.

— ¿Muy amigo de Krum, huh?

El rubio resopló, marchándose sin mediar otra palabra. Llegó a grandes zancadas hacia los tipos, quienes comenzaron a charlar sobre cada uno de los dragones.

Draco estaría más preocupado si no supiera que Harry podía convocar una escoba desde segundo año, gracias a medidas preventivas que tomó personalmente a sabiendas.

Aparte que la magia de Noíl probablemente va a ayudar a proyectar mejor la superioridad de Harry. No sabía que tanto iba a servir eso con el puto Colacuerno Húngaro.

Se retrasó brevemente, excusándose para ir al baño. Realmente necesitaba pensar, y con las toscas palabras de los húngaros no podía concentrarse en su voz interna.

Se encerró en el baño, lanzando un hechizo silenciador y revisó cada compartimento, asegurándose de estar solo.

Kreacher. —gruñó, caminando de un lado al otro. El chasquido familiar rompió el aire y el elfo se arrodilló frente a él—. Necesito que busques en la mansión Black, los objetos malditos, cualquiera con magia negra poderosa, alguno de los horrocruxes tiene que estar en las cosas de Walburga. Si no es que ella misma tiene uno, la creo capaz. Necesito conocer la energía de uno, saber que estoy buscando.

El elfo asintió rápidamente, aunque Draco vio algo de duda y miedo en sus ojos. Sinceramente, aunque quisiera preguntar, no le dio tiempo.

Kreacher desapareció en un ruidoso crack.

 

— ࿐*:・゚

 

 

Harry no encontró a ninguno de sus compañeros cuando terminó de vestirse. Sirius había mandado un paquete con el traje específico para el torneo.

Las clases se interrumpieron al mediodía para que todos los alumnos tuvieran tiempo de bajar al cercado de los dragones. Aunque, naturalmente, aún no sabían lo que iban a encontrar allí.

Y mientras ellos descubren su destino, Harry se encontró en el pasillo a Moody y a Sirius, charlando. Su padrino fue el primero en notarlo, y sus hombros se relajaron notablemente.

—Sirius... —saludó, dejándose abrazar por su padrino, cerrando los ojos, escondiéndose brevemente en el hombro del hombre. Por ahora, podía sentirse seguro—. ¿Viste lo que hay en la primera prueba?

—No, lo siento cachorro. —murmuró en la coronilla del elegido—. No he bajado aún.

Dejó salir una exhalación.

— ¿Draco no te dijo? —susurró.

— ¿Por qué Malfoy sabría de la primera prueba? —gruñó Moody, Harry se separó para mirarlo con recelo—. No tiene por qué saber.

—Es mí mejor amigo, señor, obviamente sabe. Y tiene todos los motivos para estar enterado de lo que me pasa. —refutó, cortante. Sirius tarareo.

El ex-auror gruñó.

—Si has visto lo que te espera... asumo que sabes cómo enfrentarlo. —casi escupió, Harry levantó la barbilla con altanería—. Espero ver cómo luces tus talentos, Potter.

No le dio una sola respuesta. No creía que necesitara darla, y prefirió ver a Sirius.

—Estarás bien, cachorro. —murmuró, guiándolo hacia donde estaban los dragones—. Sé que si. Eres brillante, digno hijo de Lily.

Harry sonrió suavemente. Siempre hablaban de James a su alrededor, por eso cuando Sirius le recordaba que él era tan hijo de Lily como de James le calentaba el pecho.

Snape estaba parado frente a la carpa de campeones, junto a toda su clase de Slytherin. Blaise tenía la cara pintada de verde y blanco, las iniciales de su nombre brillando en sus mejillas.

Harry ya se estaba riendo mientras llegaba con ellos.

Sirius le dio una mirada a Snape, no era hostil ni gruñona, y Harry no pudo catalogarlo como más que confusa. No era una mirada necesariamente suave tampoco...

Daphne tenía un enorme cartel que decía vamos Harry! Con las letras llenas de purpurina. Pansy, Millicent, Lily, Sally y Tracey tenían serpientes pintadas en sus manillas, debajo de sus ojos, con una cicatriz en forma de rayo en sus frentes.

El calor trepó a su pecho, reconociendo nuevamente el cariño que tenía por sus amigos era monumental.

Theo tenía una vincha con su nombre formándose por pequeños fuegos artificiales. Su rostro estaba despejado de su usual fleco, y la expresión más neutral de su repertorio. Vincent y Greg hicieron sonar sus cornetas y sacudieron banderitas con su cara.

Harry se volvió a reír, el sonido alto y claro entre sus amigos y familia.

Draco tenía dibujada una pequeña serpiente debajo de su párpado inferior, pero Harry no necesitaba nada más que eso.

— ¿De dónde salió todo esto? Yo quiero una vincha. —se quejó Sirius.

— ¡Los hizo Draco! —celebró Zabini—. Creo que los gemelos podrían tener alguno de sobra.

— ¿Draco? —cuestionó Harry, acercándose al rubio con una sonrisa cariñosa.

El rubio disimuló su sonrojo levantando el mentón, sacudiéndose su cabello con altanería.

—Llevo años en alianza con los gemelos, obviamente puedo hacer algo tan tonto como una vincha y carteles brillante.

—Tengo terror de preguntar sobre esa alianza. —comentó inexpresivo, Snape, dándole una mirada tórrida a Sirius.

El Gryffindor sonrió, levantando sus manos, con las palmas al frente, tratando de lucir inocente.

Los adultos se apartaron suavemente, dejando a los adolescentes abrazarse y aferrarse a su amigo. Harry se sentía extrañamente confiado por todos los que lo rodeaban, ya sea los que le desearan suerte o los que bromeaban entre dientes: «Tendremos listo el paquete de pañuelos de papel, Potter, no nos obligues a usarlo»

—Los otros campeones ya están dentro de la carpa. —masculló Draco, su cara cómodamente escondida en su cuello. Harry apoyó su mejilla en el suave cabello rubio—. Todo irá bien. No te dejes dominar por el pánico, conserva la cabeza serena.

— Eres un Slytherin, actúa como tal. —chirrió Pansy, su voz sonaba extrañamente nasal, húmeda—. Habrá magos preparados para intervenir si la situación se vuelve puntiaguda. Lo principal es que lo hagas lo mejor que puedas, y no quedarás mal ante la gente. ¿Bien?

—Sí. Sí, bien.

Los chicos se soltaron primero, dejando que las chicas se aferracen cómodamente. Tenían poco tiempo.

Draco parpadeó con fuerza. Blaise lo abrazó por la cintura y Theo por los hombros.

—Tiene que entrar con los demás campeones —dijo la voz de la profesora McGonagall, desde lejos. Snape asintió bruscamente.

—Bagman está dentro. Él te explicará lo que tienes que hacer. —señaló el profesor de pociones—. Confío en que estarás a salvo, Potter.

—Gracias.

Draco le sonrió, antes de irse con los demás. Todos los amigos flanqueaban al rubio, con los adultos por detrás.

Harry entró.

Fleur Delacour estaba sentada en un rincón, sobre un pequeño taburete de madera. Se la veía pálida y sudorosa. El aspecto de Viktor Krum era aún más hosco de lo habitual, y Harry supuso que aquélla era la forma en que manifestaba su nerviosismo.

Sus ojos se encontraron y el húngaro gruñó en reconocimiento.

Cedric Diggory paseaba de un lado a otro.

Harry se preguntó si el chico sabía a lo que se enfrentaban.

De pie en medio de los pálidos campeones, Bagman se parecía un poco a esas figuras infladas de los dibujos animados. Se había vuelto a poner su antigua túnica de las Avispas de Wimbourne.

—¡Harry! ¡Bien! —dijo Bagman muy contento—. ¡Ven, ven, ponte cómodo! ¡Es hora de poneros al corriente! [...]

Harry miró a su alrededor. El Hufflepuff hizo un gesto de asentimiento para indicar que había comprendido las palabras de Bagman y volvió a pasear por la tienda.

Tenía la cara ligeramente verde.

Fleur Delacour y Krum no reaccionaron en absoluto. Harry pensó que, si compartían el estado de Cedric tanto como él, se pondrían a vomitar si abrían la boca.

Ellos, al menos, estaban allí voluntariamente, se recordó. Ellos tuvieron una opción, una elección, antes de llegar a esto.

Harry no entendía cómo podían ser tan idiotas.

No podía justificar con la juventud a la falta de aprecio por la vida propia, no podía descartarlo como falta de experiencia o saberes, cuando estaban listos para ponerse entre la vida y la muerte por un título inútil y mil galeones ridículos.

Solo se necesitaba un poco de conciencia para no elegir este camino. Para no arriesgar su vida por esto.

Si Harry, suponete, hubiese deseado esto, se habría arrepentido mil y un veces con solo ver a sus amigos darle ánimos fuera de la tienda. Si Harry hubiese tenido elección, no estaría acá.

De solo ver las lágrimas mal disimuladas de Pansy, el temblor en las manos de Zabini y Theo, mientras se aferraban a Draco, la tez grisácea y los ojos aterrorizados de Daphne, lo tambaleantes que se veían Vincent, Millicent y Greg-

Harry no podía imaginarse un solo mundo en el que causarles tal malestar y preocupación a sus amigos fuera una decisión propia.

Harry no era suicida. Pero incluso si quisiera tirarse de cabeza a cualquier peligro que enfrente como un Gryffindor idiota, pensaría en sus seres queridos con para no arriesgar por demás.

Alrededor de la tienda resonaron los pasos de cientos y cientos de personas que hablaban emocionadas, reían, bromeaban...

Volvió sus ojos a Bagman, quien le tendió la bolsa a Fleur.

—Las damas primero.

Ella metió una mano temblorosa en la bolsa y sacó una miniatura perfecta de un dragón: un galés verde. Alrededor del cuello tenía el número «dos».

Cuando la vio tambalear hacía su butaca con solo resignación escrita en la cara, entendió porque Draco no lucía nada preocupado al relatar cómo Krum le cedió un poco de información.

Ambos directores hicieron eso por sus campeones.

¿Quizás Dumbledore había decidido darle información a Diggory, pero no a él?

Se relamió los labios, con los ojos entrecerrados en la bolsa. Con la mayor disimulación posible, miró al Hufflepuff. Estaba congelado en su caminata, ojos desorbitados mirando hacia la criatura en miniatura que reposaba en las manos tirantes de Delacour.

Oh.

Oh no.

Siguió Krum, que sacó al dragón bola de fuego chino. Alrededor del cuello tenía el número «tres». Krum ni siquiera parpadeó; se limitó a mirar al suelo.

Se veía menos confiado de lo que solía ser alrededor de Draco.

Como si Draco fuese menos peligroso que cualquier bestia que lo esperara afuera. Se notaba que realmente no conocía al verdadero Draco Malfoy. Algo de satisfacción enfermiza bullía en su estómago.

El tejón metió la mano en la bolsa y sacó el hocicorto sueco de color azul plateado con el número «uno» atado al cuello.

Sabiendo lo que le quedaba, Harry metió la mano en la bolsa de seda y extrajo el colacuerno húngaro con el número «cuatro».

Cuando Harry lo miró, la miniatura desplegó las alas y enseñó los minúsculos colmillos.

—¡Bueno, ahí está! —dijo Bagman—. Les tocará enfrentarlos, y el número es el del orden en que saldréis, ¿comprendéis? Yo tendré que dejarlos, porque soy el comentarista. Diggory, eres el primero. Tendrás que salir al cercado cuando oigas un silbato, ¿de acuerdo? Bien. Harry... ¿podría hablar un momento contigo, ahí fuera?

Harry frunció el ceño, midiendo a Diggory con una mirada, casi que controlándolo. Mierda.

¿Estaría bien? ¿Sabía cómo lidiar con su dragón?

Esperaba que sí.

—Sí, seguro. —respondió Harry sin prestar atención. Se levantó y salió con Bagman de la tienda, que lo llevó aparte, entre los árboles, y luego se volvió hacia él con expresión paternal.

—¿Qué tal te encuentras, Harry? ¿Te puedo ayudar en algo?

El Slytherin frunció el ceño, rebajándolo con una mirada gruñona.

—¿Qué?

—¿Tienes algún plan? —le preguntó Bagman, bajando la voz hasta el tono conspiratorio—. No me importa darte alguna pista, si quieres. Porque eres el más débil de todos, Harry. Así que si te puedo ser de alguna ayuda...

Harry sintió que una sonrisa se estiraba en sus labios, sus ojos oscureciendose, profundizando su ferocidad. Una tormenta azotaba las fauces de un acantilado. Bagman pasó saliva.

— ¿Crees que soy débil? —cuestionó, alzándose en su altura. El corte de su mandíbula se tensó—. Subestimame. Será divertido.

El hombre se congeló un segundo, pero trató de suavizar su sonrisa. Lucia alentador, como si estuviera hablando con un niño pequeño.

—Nadie tendría por qué saber que te he ayudado, Harry —le dijo Bagman guiñandole un ojo—. Tengo la capacidad de ayudar, sé mucho de dragones, por ejemplo cuando era joven yo-

—Obviamente —cortó, voz aguda— me has confundido con alguien a quien le importa una mierda tu vida. Error común.

Se sacudió las túnicas, tirándose lejos del hombre. El silbido sonó, y Harry se encaminó hacia la tienda nuevamente. Era el cuarto silbato, era su señal.

Caminó por un hueco de la tienda, pasando los árboles y penetró en el cercado a través de un hueco. Ante sus ojos, casi como un sueño, desde las gradas lo miraban cientos y cientos de rostros.

Desde el otro lado, el colacuerno estaba agachado sobre la nidada, con las alas medio desplegadas y mirándolo con sus malévolos ojos amarillos, sacudiendo una cola llena de puas y abriendo surcos de casi un metro en el duro suelo.

Los gritos trinaban en sus oídos, muchas personas en los palcos. Ahí arriba estaban sus amigos y Sirius, pero no los podía ubicar.

Habían muchos colores, eran un popurrí borroso. Los gritos, ya sean de apoyo o en contra, dejaron de importarle. Tenía que concentrarse, entera y absolutamente, en su objetivo: robarle el huevo de dragón a esta bestia.

—¡Accio Saeta de Fuego! —casi rugió, varita en alto.

Un zumbido atravesó el aire tras él. Se volvió y vio a su escoba volar hacia él por el borde del bosque, descender hasta el cercado y detenerse en el aire, a su lado.

Pasó una pierna por encima del palo de la escoba y dio una patada en el suelo para elevarse. Un segundo más tarde vio el huevo de oro brillando en medio de los demás huevos de color cemento, bien protegidos entre las patas delanteras del dragón.

Desde la altura, dónde cada problema parecía pequeño, vio claro su camino. Empezó a volar en círculos, midiendo al dragón, el colacuerno lo siguió con la cabeza.

Descendió en un segundo, girando en zigzag cerca de las piedras, escapándose de un chorro de fuego. Harry podía equiparar esto a lidiar con una bludger.

Harry se elevó en círculos nuevamente. El colacuerno seguía siempre su recorrido, girando la cabeza sobre su largo cuello.

Marearlo era una opción, pero quizás si abusaba de ello podría arriesgarse a provocar otra llamarada.

Harry se lanzó hacia abajo justo cuando el dragón abría la boca, pero no iba en la dirección del animal, sino hacia el suelo, sus pies trenzados en la parte inferior de la escoba, listo para levantarse. Dobló en el aire, girando en su eje para evitar el fuego.

Y se salvó por milímetros de los pinchos de la cola del dragón, la tela de su hombro se raspó levemente, un corte limpio.

Harry sobrevoló la espalda del colacuerno antes de volver a subir, volando de un lado al otro, lo suficientemente lejos como para que no pudiera escupir fuego. Solo quería que le prestará atención.

Era una serpiente gigante. Harry tenía experiencia con esas.

Se balanceaba a su ritmo, y Harry se elevaba cada vez más, estaba lejos del dragón, no podía atacar correctamente.

Echó una bocanada de fuego que él consiguió esquivar sin mucha dificultad.

Le siseó, desde lo alto, la lengua parsel deslizándose como una segunda naturaleza. Lastimosamente Noíl estaba con Draco, ahora podría usar un consejo.

Las pupilas del Colacuerno se afilaron, casi como si escuchará su provocación. Harry repitió sus palabras.

—¡Vamos! —lo retó Harry en tono burlón, sobrevolando por sobre su cabeza para provocarlo—. ¡Vamos, ven a atraparme! Serpiente súper desarrollada.

El Colacuerno se alzó, estirando las garras hacia adelante, las fauces abiertas para rostizarlo. Harry no le dio oportunidad, lanzándose en picada, sin darle un segundo de pensamiento, descendiendo al suelo a toda velocidad, hacia los huevos desprotegidos.

Afianzó los muslos, sus pies firmes en la montura, y soltó las manos, así pudo agarrar el huevo de oro con mucha más facilidad. Y escapó acelerando al máximo, subiendo sin parar, pasando las nubes, escondiéndose brevemente.

Por primera vez llegó a ser consciente del ruido de la multitud, que aplaudía y gritaba tan fuerte como la afición irlandesa en los Mundiales.

Harry necesitaba una siesta.

Aun desde la distancia vio a los cuidadores de dragones retener al dragón. Se tomó un momento para respirar en paz, sintiendo su corazón retumbar fuertemente como si fuera a salir por su boca, desbocado.

Voló sobre las gradas, mirando entre todos los colores, hasta que el verde y plata se registró. Toda su casa estaba gritando, pero no era cualquier gritó, estaban cantando la canción de la victoria de los Slytherins. Esa, tan especial, que solo la emitían en el último día de clases, cuando ya habían ganado la copa de Quidditch y era más que obvio su triunfo en lo académico.

Aterrizó con suavidad, con una felicidad que alivió sus huesos.

—¡Excelente, Potter! —dijo bien alto la profesora McGonagall.

Snape estaba al lado de la mujer, sin expresión. Pero le asintió.

Harry sonrió, girándose para encontrarse de frente con toda su casa. Los vitoreos y felicitaciones no se hicieron esperar, lo empujaron al centro cuando bajó de la Saeta de Fuego.

Draco se aferró a su cuello inmediatamente después de que Greg tomara el gran huevo de oro, mientras los demás los rodeaban, riéndose y festejando.

—Volvi. —murmuró Harry, acercándolo, sus brazos enredados en la cintura del rubio—. Y sano.

El mundo se congeló ante sus ojos cuando sintió un suave beso en la curvatura de su cuello.

Una sonrisa enorme se abrió paso en su rostro, estirándose hacia atrás para ver el rostro del rubio.

—Bien hecho, campeón. —se burló—. Lo conseguiste, Harry. Y eso que te tocó el colacuerno.

—Sí. Cada día tengo peor suerte. —refunfuñó.

— ¡Cachorro! —chilló Sirius, en medio de todos los Slytherin. La vincha adornaba su cabeza casi como una corona—. ¡Estuviste increíble!

Draco lo soltó y se hizo a un costado, dejando que Sirius le sacará el aire con un merecido abrazo. El rubio vio a Moody, no tan lejos, y parecía encantado. El ojo mágico no paraba de dar vueltas.

—Ve con los demás campeones, Potter. —ordenó McGonagall—. No creo que tengas heridas, pero un chequeo con Pomfrey no está demás.

Entró a la tienda de enfermería, caminando lentamente hacia una camilla vacía. Escuchaba a Pomfrey hablar con Diggory. Harry recordó que debía hablar con el chico, pero antes de poder moverse hacia su cubículo, a la carpa entraron dos personas a toda prisa: Hermione e, inmediatamente detrás de ella, Ron.

—¡Harry, has estado genial! —le dijo Hermione con voz chillona, lanzándose a abrazarlo con fuerza—. ¡Alucinante! ¡De verdad! Casi me desmayo.

Harry tarareó, poniendo un brazo por encima de los hombros de la chica, sus ojos fijos en Ron, que estaba muy blanco y miraba a su vez a Harry como si éste fuera un fantasma.

—Harry —dijo Ron muy serio—, quienquiera que pusiera tu nombre en el cáliz de fuego, creo que quería matarte.

Fue como si las últimas semanas no hubieran existido, como si Ron hubiese decidido pensar por primera vez después de que lo sentenciaron a ser otro campeón de Hogwarts. Como si no hubiesen discutido más de una vez en esos días.

—Hermione, ve afuera por favor. —pidió, con voz suave.

La chica, aunque quiso discutir, vio en los ojos verdes un algo que la hizo desistir. La fiereza y terquedad resplandeciente en la oscuridad de los ojos verdes.

Salió.

Ron abrió la boca con aire vacilante, pero Harry levantó la mano, pidiendo silencio.

— ¿Te tomó verme enfrentar a un dragón darte cuenta de que decía la verdad? —inquirió, conversacionalmente— ¿Solo necesitaba ser casi que rostizado para que abrieras los ojos? Maravilloso, me tendrías que haber avisado.

—Harry, enserio, lo siento, yo-

— No. —cortó, sacudiendo la cabeza—. Silencio.

El pelirrojo tragó saliva, sus ojos clavados en el suelo.

— Yo nunca tuve en mente ser tu amigo —volvió a empezar—, jamás hubiese decidido por gusto ir y hablarte, ¿cómo podría? Despreciabas a mí mejor amigo, al único en este mundo que no me habló por ser Harry Potter, que no quiso ser mí amigo por mí nombre. Eras molesto, irascible y un dolor de cabeza. Te detestaba, ¡hiciste llorar a Hermione! Podría haberte bajado los dientes el mismo día que hicimos las paces.

Ron parpadeó. Harry vio las lágrimas, pero no se iba a callar.

— ¿Sabes qué pasó por mí cabeza cuando te pedí una tregua? Draco. Pensaba en que tenía que hacerlo, porque se lo había prometido. Había dado mí palabra para intentar hacer las paces, pero no quería. —se rió suavemente, caminando en ton y son, de un lado al otro—. Te usé.

Ron se estremeció, mirándolo con ojos enormes, confundido y lloroso. Harry sintió una mínima puntada.

Le daba lástima.

Siguió, sus ojos fijos en los del pelirrojo.

— No quería hacerme amigo tuyo, quería conseguir a Pettigrew. Era lo único que me interesaba de vos. —chasqueó la lengua— Ni siquiera pude prosperar en mi intento de tolerarte antes de que entregaras a la rata, y seguías cayéndome mal. Draco te agarró cariño antes que yo, Draco, el niño a quien más detestaba de entre nosotros dos.

Harry escuchó una respiración húmeda, pero no se dio cuenta de que el chico ya estaba llorando hasta que se volvió a enfocar en él. Harry no se movió.

—Llegaron las vacaciones de invierno, y recién pude ver algo que valía la pena en nuestra relación. Eras brillante, risueño y muy enérgico, me llamó la atención. —confesó, su voz tranquila, ojos fijos en la entrada de la tienda. La sombra de Hermione estaba cerca—. Aprendí de a poco a apreciarte, a considerarte de confianza. Uno de mis mejores amigos, un vínculo importante.

Caminó hacia Ron, quien estaba encogido en su lugar.

—No te disculpes. Ya no necesito un "perdón" tuyo. —sentenció—. Yo no confiaba en vos, así que no tenes por qué confiar en mí. Simplemente deja de tratar de hablar conmigo a través de Herms o Draco, tenemos lechuzas para enviar mensajes.

Le palmeó el hombro, y se volvió a una camilla. Pomfrey lucía incómoda, parada en medio de los cubículos.

— ¡Hola, Poppy! Me envió McGonagall para un chequeo rápido.

Escuchó pasos y tela moviéndose a su espalda.

—Está bien —dijo Ron—. Olvídalo. Podemos empezar de nuevo... si quieres.

Harry lo miró, calculando qué sería mejor.

Sonrió—. Borrón y cuenta nueva, entonces.

No tenía heridas, solo polvo y algunos raspones. Estaría bien, los juegos de Quidditch lo dejaban en peor estado que esto.

Cómo sus cosas habían quedado en manos de Draco y Greg, Harry pudo salir de la tienda tranquilamente, con Ron a su lado, hablando sin parar.

Hermione se unió a ellos, caminando emocionada. Tenía las pestañas húmedas, pero Harry decidió no decir nada, probablemente no sería inteligente.

— ¡Fuiste el mejor de los campeones, Harry! —chilló ella, casi brillando de alivio y orgullo— ¡Sin punto de comparación!

— ¿Qué hicieron los otros? —cuestionó, sería favorecedor saber otras estrategias plausibles para salir vencedor.

—Cedric convirtió una roca en un labrador, para distraer al dragón. Que lo atacará a él para dejarle paso libre a los huevos. Salió chamuscado, porque obviamente es más importante una cosa amarilla y negra cerca de los huevos.

Harry hizo una mueca. El chico hizo lo que pudo con lo poco que tuvo, por lo menos era mayor y tenía mejores conocimientos para salir vivo.

— Y Fleur —Ron interrumpió, casi soñador. Harry no había extrañado escuchar a su amigo babear por la rubia—, ella intentó un tipo de encantamiento... Creo que quería ponerlo en trance, o algo así. El caso es que funcionó, se quedó dormido.

—Pero roncó y echó un buen chorro de fuego, y le prendió la falda. —cortó Hermione, rodando los ojos—. Krum causó un disturbio, el pobre dragón aplastó la mitad de los huevos.

—¿Qué? —se quejó Harry.

Draco le había dado un sermón de una hora cuando le explicó de qué podría tratar la prueba, sobre lo delicado que es el vínculo de los dragones con los huevos que cuidaban, casi como sus tesoros.

Al rubio no le gustaba la idea del fuego, pero lucía maravillado mientras hablaba de los dragones. Tenía sentido, igualmente, por algo tenía el nombre que tenía, ¿No?

— Utilizó algún tipo de embrujo que le lanzó a los ojos.

Draco los saludó al llegar al cercado, y Harry se acomodo en su costado, tarareando.

—Asumo que se arreglaron, ¿eh?

—Como nuevos. —se burló Ron, al otro lado del azabache.

Hermione se colocó al otro lado del rubio.

—Mh. Tus hermanos me deben mucho dinero.

— ¿Qué?

—Aposté con los gemelos que no tardarían mucho más que hasta la primera prueba para volver a la normalidad. Ellos fueron hasta la segunda prueba. —chasqueó—. Somos pocos y nos conocemos mucho, muchachos, si sabré yo cuando se arrastrarían el uno hacia el otro para volverse a amistar.

Harry rodó los ojos, divertido, abrazando al rubio por los hombros.

Madame Maxime, la primera del tribunal, lo puntuó con un nueve.

—¡No está mal! —dijo Ron mientras la multitud aplaudía—. ¿Pero por qué no diez?

—Desapareció en el cielo como por dos minutos. —farfulló Hermione—. Calmó por demás espectáculo, supongo.

A continuación le tocó al señor Crouch, que proyectó en el aire un nueve.

Sirius celebró, palmeandole la espalda a Snape. El profesor de pociones lo miró escandalizado. Harry se rió, junto con Draco. Lord Black no Quito la mano, muy feliz.

Luego le tocaba a Dumbledore, que también proyectó un nueve. Y Ludo Bagman: un diez.

Y entonces Karkarov levantó la varita. Se detuvo un momento, y luego proyectó en el aire otro número: un cuatro.

—¿Qué? —chilló Ron furioso—. ¿Un cuatro? ¡Cerdo partidista y piojoso, a Krum le diste un diez!

Harry bufó, mientras su casa se alzaba en bullicioso y disconformidad. Draco rodó los ojos, entrelazando sus dedos con cuidado, dentro del revuelo de sus túnicas, siendo cuidadoso para que no los encontrarán.

Harry arqueó las cejas.

—Estoy seguro de que vi a Skeeter por acá, y después de ese ridículo artículo... —se quejó el rubio—. Quedaste por encima de Krum, así que obviamente vas a aparecer en El Profeta.

Bueno. Harry no había considerado eso.

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