
Chapter 19
Slytherin había ganado el partido de Quidditch. 80 puntos de Gryffindor, cero goles marcados por el equipo verde, pero 150 puntos por atrapar la Snitch dorada. Los Leones tenían las de ganar, pero Edmund Pevensie había logrado la victoria para su equipo él solo. Slytherin tendría que seguir luchando el resto de los partidos para lograr una puntuación general más alta, pero también había hundido a Gryffindor en el proceso.
La Sala Común de las serpientes estaba de celebración. La música sonaba por todas partes, y Edmund era, por una vez, el centro de la celebración. Todos vitoreaban su nombre una y otra vez mientras las bebidas de derramaban de sus vasos, mojando las alfombras y el suelo de piedra.
- Gran partido, Pevensie
- Gracias, Zabini
- Hoy eres el héroe de la casa – dijo el muchacho agarrándolo por los hombros – disfrútalo.
- Lo haré – dijo Edmund con sinceridad.
La fiesta continuó durante horas. Había empezado al acabar el partido y ya era pasada la hora de la cena. Edmund observó la alegría de los adolescentes a su alrededor. Últimamente, la casa había estado sumida en una oscura seriedad, mezclada con una gran sensación de desconfianza entre todos. Pero hoy, prácticamente todos los Slytherins celebraban. O al menos, todo el mundo a su alrededor lo estaba haciendo. Todos, menos Astoria Greengrass.
Edmund la localizó rápidamente, con mirada seria, mientras observaba a sus compañeros desde lo alto de los escalones inferiores. Vio como descendía, intentando evitar a la marabunta mientras se dirigía hacia las habitaciones. Avanzando entre la multitud, el buscador de Slytherin fue capaz de interceptarla.
- ¡Ey! – la llamó – ¡Astoria!
- Edmund... - dijo ella con una extraña sonrisa – pensaba que estabas en la enfermería, he ido a verte...
- Pomfrey me ha soltado rápido – dijo él – nada grave...
- Me alegro – dijo ella, a secas.
- ¿Qué tal estás tú? – dijo él - ¿has estado todo el día buscándome en la enfermería?
Edmund rio, pero Astoria solo respondió con una leve mueca.
- He estado avanzando deberes con Anthony – dijo ella.
- Me alegra que os hayáis hecho tan amigos, parece un buen tipo – dijo el muchacho - ¿Has visto el partido?
- Sí, has estado genial, la verdad – dijo ella, intentando recuperar la sonrisa.
- ¡Ha sido increíble! – dijo él – Potter es realmente un gran buscador, ha estado cerca... ¡Todo el mundo me está celebrando ahora!
- Me alegr...
- ¿Has escuchado ese cantico que han inventado? – dijo el chico, obviando que había interrumpido a su amiga – es buenísimo...
- Que difícil debe ser gestionar tanta fama de repente ¿No? – dijo ella, molesta - ¿Se les ha olvidado ya de que bando son tus padres?
- ¿A qué viene eso ahora? – preguntó él, frunciendo el ceño – yo no tengo en cuenta de que bando son los tuyos.
Astoria levantó la vista, claramente dolida por el comentario. Miró a el muchacho, incrédula, unos segundos, antes de intentar dar una respuesta.
- Pero ellos si tienden a tenerlo en cuenta – dijo ella – y juzgarme conforme a ello...
- No pasa nada, As, luego se les pasa... - dijo él – hoy, por ejemplo, ya no me tienen nada en cuenta, les basta con que soy sangre limpia, al fin y al cabo.
- ¿Sangre Limpia? – repitió Astoria lentamente.
Edmund empezó a darse cuenta de lo que acababa de decir, y comenzó a intentar recular, con su cabeza embotada después del largo día de fiesta.
- Quiero decir, que...
- Te he entendido, Edmund – dijo ella, cortando el inicio de su explicación.
- ¡Tú también eres sangre limpia! – dijo él, de nuevo perdido – no he dicho nada tan ofensivo.
- Creía que no pensabas que existiese la sangre limpia – dijo la chica – igual que no pensabas que la exista sucia.
- ¡Y no lo pienso! Es una definición que han creado para algo sin importancia – dijo él – solo digo que en esa absurda definición entro yo.
Astoria miró al chico, cada vez más molesta.
- Si, Pevensie – dijo con frialdad – creo que hoy entras en muchas absurdas definiciones.
Lo dejó allí, confuso, entre la multitud de gente que comenzaba de nuevo a buscarle entre vítores. Con la palabra en la boca, Edmund observó el pelo negro de la chica desaparecer entre la gente rumbo a las habitaciones. No pudo pararla, no pudo agarrar su mano. Se le escapó por un instante, y subió el pequeño tramo de escaleras que los chicos no podían subir. Podría haber corrido, pero en ese momento lo alzaron por los aires entre canticos.
Se vio a si mismo flotar entre la gente, y su tristeza se mezcló con su enfado al sentir de nuevo lo que era sentirse aceptado por los demás ¿Cómo no era capaz Astoria, entre todas las personas, de saber que aquello era importante para él? Hasta el regreso de Voldemort nadie la había hecho posicionarse nunca, era una Greengrass, y con eso bastaba para ser querida y respetada. Solo ahora sabía lo que se sentía no siendo aceptada por los Slytherins ¿Y quería quitarle su momento de serlo? ¿Cómo era posible?
Desertó a su amiga por unos instantes de su cabeza, y comenzó a reír y gritar a los que le alzaban entre los aires, contestando a sus vítores como a uno más. Hoy era uno más...
- Creo que esto es suficiente
La música paró, y Edmund casi habría caído de golpe al suelo si no hubiera sido por que Theodore Nott consiguió agarrarlo rápidamente antes de que su espalda tocara el suelo. Nadie dijo palabra.
Severus Snape miró a sus alumnos con enfado y decepción surcando su cara. Dejó que la tensión continuara por varios segundos hasta que dio su veredicto.
- Toque de queda dos horas antes, toda la semana – dijo, sin causar el más mínimo revuelo - ¡Pevensie! El director te requiere en el despacho de la Profesora Plummer. Inmediatamente.
- Edmund llegará en seguida, el profesor Dumbledore ha mandado a Snape a buscarlo – dijo Polly - ¿Alguno sabe algo de Susan?
- No, no la he visto en el partido – dijo Lucy.
- Yo tampoco, en todo el día – dijo Peter, extrañado.
Lucy y Peter se miraron, cada uno acurrucado a un lado de su madre en el sofá. Helen Pevensie no tardó en interceptar aquella misteriosa mirada.
- Algo sabéis – dijo su madre.
- Sospechamos – dijo Lucy.
- Está empeñada en descubrir que trama Malfoy – dijo Peter.
- Tampoco he visto a Draco hoy – dijo Lucy.
- Voy a preguntar por ella – dijo Peter, levantándose – no tardaré nada. Seguro que está en la torre de Ravenclaw.
- Date prisa – dijo Polly – el director esta impaciente, tenemos que hablar en privado antes de hablar con él.
- Si, no te preocupes... - dijo abriendo la puerta - ¡Vuelvo en seguida!
Lucy, Polly y Helen se quedaron solas en la sala. La pequeña se sintió entonces algo incomoda, ante las miradas que las dos adultas se echaban la una a la otra. Sabía de qué trataba esto, aunque nadie afrontara el tema de forma directa.
Esto iba sobre Narnia.
Sobre el secreto que tanto habían guardado al mundo, y a su propia familia. No podía ser otra cosa, si es verdad que el director la esperaba.
Helen la miró a los ojos, y pudo ver la tensión de su hija claramente en su expresión. Así que, en vez de preguntar ya lo que tanto deseaba saber, acarició su pelo y la acurrucó contra su pecho en el sofá.
Lucy sonrió, más apaciguada. Si lo iban a contar, no iba a ser ella sola.
Susan subió las escaleras a toda prisa, quitándose la capa cuando se hubo asegurado de que nadie andaba cerca. Jadeaba, no solo por lo rápido que subía las escaleras a la sala común, sino por el recuerdo de lo que había visto aquel día, en aquella misteriosa sala.
- ¿Seguro que no está dentro? – preguntaba una conocida voz en la entrada de la sala común.
- No, no está... - contestaba la dulce voz de Luna – ah ¡Mira! Ahí la tienes.
Luna desapareció con un suave saludo a la par que Peter se giraba para mirarla con el ceño fruncido, y los brazos casi en jarras. Estaba molesto, pero, sobre todo, estaba intrigado. Y Susan tenía muchas cosas que contarle, que sin duda no harían más que acrecentar su curiosidad.
- Puedo explicarlo... - dijo ella en un susurro.
- Más vale que puedas... - dijo él – porque mamá está aquí.
- ¿Mamá? – preguntó ella incrédula.
- Tiene muchas preguntas – dijo su hermano – sobre...
- ¿Narnia?
- Creo que sí...
- ¿Cómo? – preguntó.
- No lo sé... - dijo Peter – pero parece ser que no es la única. Dumbledore se está impacientando.
- No podemos contárselo a él. A mamá si, si pregunta directamente, quizás sea lo mejor... pero no a Dumbledore. Es demasiado. No creo que Aslan lo quisiera.
- Quiere saberlo, y al parecer es una moneda de cambio de mamá – dijo Peter – para sacar otra información de él. No ha especificado más.
- Pues hoy tengo más información que querrá saber – dijo Susan con media sonrisa.
- ¿A qué te refieres?
- A lo que he visto hoy – dijo ella mostrando la capa – siguiendo a escondidas a Draco Malfoy.
La puerta se cerró tras Susan y Peter, completando el número de asistentes a aquella primera reunión. Una vez Edmund y Susan hubieron abrazado a su madre, tomaron todos asiento en el círculo de sofás y butacas alrededor de la chimenea. Se hizo el silencio, durante varios instantes, hasta que Polly miró a Helen de forma directa, buscando que la mujer comenzara la truculenta conversación.
- Hijos... tengo que preguntaros algo... - dijo incorporándose levemente, intentando hablar con voz pausada.
Todos se quedaron inmóviles, en sus respectivos asientos, mirando furtivamente al resto de sus hermanos, como buscando una respuesta a la pregunta no formulada.
- Creo que sabéis porque Voldemort secuestró y mató a Diggory, y el motivo por el que Polly, aquí presente, casi muere... - dijo ella – y creo que lo sabéis desde hace mucho tiempo.
- Mamá... - comenzó Peter – no podemos...
- ¿Qué sabéis de viajar entre mundos? – peguntó la mujer.
Peter cerró la boca, lentamente. Susan se echó para atrás en el sofá y cerró los ojos, al tiempo que Edmund se levantaba para mirar por la ventana, delatando su nerviosismo. Solo Lucy miró a su madre en todo momento, sopesando que hacer ¿Qué hubiera querido Aslan? ¿Acaso podían ocultarlo ya?
- Mamá... creo que preguntas sabiendo la respuesta – dijo la Hufflepuff, tomando la mano de su madre con suavidad.
Helen miró a su hija, y luego a su primogénito.
- Dímelo, Peter, por favor... - suplicó la mujer.
- Hemos viajado... - confesó – a otro mundo... Narnia... Susan y yo, dos veces... y Edmund y Lucy otra más.
- ¿Fue aquel verano, no es cierto? ¿Cuándo os mandamos a casa del profesor por aquella misión que vuestro padre y yo debíamos cumplir?
- ¿Cómo lo sabes? – preguntó Edmund, girándose, incrédulo.
- Las madres notan esas cosas... - dijo ella – apenas habíais crecido, pero parecías tan mayores de repente... se os notaba un brillo en la mirada. Erais, más sabios... aún niños, pero sabios.
- Eso es porque crecimos... - dijo Lucy – es largo de explicar.
- Pues debéis hacerlo – dijo Helen, mirando a todos sus hijos – es importante, debo saberlo todo.
Dumbledore esperaba impaciente en su mesa de estudio. Aunque su impaciencia no hubiera sido percibida por nadie que entrara en la habitación en aquel momento. Mantenía su habitual compostura, leyendo por debajo de sus gafas de medialuna. Acariciaba levemente las páginas del viejo tomo cada vez que pasaba al siguiente apartado, en una muy bien disimulada ansiedad.
Quería respuestas. Las necesitaba. Quería alcanzar las respuestas antes que Tom.
La puerta se abrió tras un ligero golpe, dejando entrar a la familia Pevensie, casi al completo, acompañada por la Profesora Plummer, que, de nuevo, parecía airada.
- Buenas noches, muchachos – dijo el director mirando a los jóvenes.
Lucy Pevensie le respondió con una amplia sonrisa. El resto parecía más angustiado ante la presencia del director.
- No debéis asustaros – dijo Albus – todos en esta sala queremos lo mismo.
- Lo dudo – dijo Edmund – con todo el respeto, profesor.
- Por supuesto, por supuesto – dijo Dumbledore, sonriendo – me refería a la línea general. Que es salvar al mundo de las garras de nuestro enemigo.
- Quiere saber la verdad ¿No, profesor? – dijo Susan, en el tono más benévolo posible – quiere saber qué es lo que sabemos.
- No es mera curiosidad, querida... - dijo Albus – pero creo que es vital.
- ¿A cambio de qué? – dijo Peter.
Albus quedó sorprendido por el tono del muchacho. Sin duda, Peter Pevensie sabía escoger sus palabras. Había una compostura, una madurez en él, que quizás anteriormente le había pasado desapercibida.
- No estoy seguro de que esto se trate de un trueque – dijo el profesor – se trata de ayudar al mundo mágico.
- Creo que, si quiere transparencia por nuestra parte, profesor, debemos de recibir lo mismo a cambio – dijo Peter – no considero justo que andemos a ciegas mientras solo una persona maneja toda la información ¿y si Voldemort acaba con usted?
- Es un interesante punto, sin duda – dijo el director – pero hay secretos que se vuelven peligrosos si salen a la luz.
- Ese sería el caso de nuestro secreto – dijo Peter – pero otros secretos podrían ponernos a todos en peligro si se mantienen en las sombras.
- Eres un muchacho muy sabio – dijo el profesor con admiración.
- No siempre – dijo Peter – pero gracias, señor.
- ¿Esto no es un poco absurdo? – dijo Susan, cortando la conversación – siento como si estuviéramos jugando todos una partida de ajedrez. Un secreto contra otro, cuando en verdad, el que está moviendo ficha al otro lado del tablero, es el Señor Tenebroso.
- Si, querida – interrumpió Polly – pero a veces, en el ajedrez, debes tener claro que fichas pones en juego.
- ¿Y no es mejor que uno solo tome las decisiones sobre las fichas? – dijo Albus mirando a su antigua alumna y vieja amiga – en vez de jugar cada uno con una estrategia.
- Creo que ahí se acaba la analogía, Albus – interrumpió Helen.
- Quizás no – dijo Polly – pero tendría que conocer que... "estrategia" propone exactamente. Seguirte ciegamente funcionó, aquella vez. Pero no sé si valdrá esta.
- Polly...
- Prometiste que acudiría a tus reuniones con el señor Potter a cambio de mis recuerdos del colegio, y, sin embargo, tengo entendido, que has quedado con él a mis espaldas – dijo la mujer – no me trates como una niña, ya no tengo edad.
- Tu tampoco has entregado tus recuerdos a cambio, Polly – dijo el profesor, respetuosamente.
- De nuevo, la pregunta, de quien juega contra quien al ajedrez – dijo la anciana girándose levemente hacia Susan.
- Las dos preguntasteis sobre la existencia de más... ya sabéis el que... - dijo el profesor mirando de reojo a los muchachos – y os he esclarecido esa duda.
- Ahora queremos que informes a la Orden, para acabar todos con ello.
- La cuestión es que no he recibido nada a cambio – dijo Albus.
- Pensaba que esto no era un trueque – dijo Peter - ¿quiere saber qué es lo que tenemos que contar? Bien. Contaremos la parte que creemos, debe saber. A cambio usted llegará a un acuerdo con Polly y mi madre, sobre que miembros de la Orden pueden conocer la información tan drástica que maneja.
- Creo que por ahí podemos comenzar a trabajar – dijo Albus.
Peter sintió una presión en su pecho al mirar a los ojos al profesor. No le miraba como alumno, como el callado Peter Pevensie, sino como el Sumo Monarca de una tierra a la que había jurado proteger. Y ahora, iba a contar su secreto. O parte de él.
- ¿Tengo su palabra, profesor? – dijo Peter, con seriedad.
- La tienes – dijo el anciano, poniéndose en pie.
- Todo empezó... - dijo Peter, mirando instantáneamente a Lucy, que asintió levemente – todo empezó con un armario.
Así, el Sumo Monarca de Narnia y sus hermanos comenzaron a explicar al Profesor su historia. Como en la casa de Digory Kirke, la pequeña Lucy Pevensie encontró un armario que llevaría a los hijos de Helen y Robert a otro mundo, donde se convirtieron en Reyes y Reinas por muchos años. No entraron a demasiados detalles, Peter sabía que nunca debes soltar todo en una negociación. Dejo espacios, que Dumbledore intentaba rellenar con preguntas, que muchas veces se quedaban sin respuesta. Pero, por lo general, el anciano escuchó en silencio, mientras Polly añadía al relato los pedazos de sus recuerdos sobre el primer viaje y la creación de este mundo.
- Sospechaba algo – dijo cuando por fin hubieron acabado – pero no tanto... pensaba que simplemente custodiaban un secreto. No que eran sus protagonistas.
- ¿Es usted el protagonista de su secreto, profesor? – dijo Edmund.
- Me temo que no, muchacho – dijo él – pero prometo ahora que llegaré a un acuerdo con Polly y vuestra madre. Creo que tenemos demasiados frentes abiertos, y como tu hermana bien ha indicado. No podemos luchar cada uno por nuestra cuenta.
- Me alegra oír eso por fin – dijo la profesora, con una sonrisa.
- Hay algo más – dijo Susan – esta mañana, seguí a Draco Malfoy a escondidas.
La cara de Dumbledore se ensombreció, mientras movía su manga para tapar su herida del brazo. Miró a Susan Pevensie fijamente, esperando a que continuara.
- Harry sospechaba de él, al igual que yo, por eso le seguí – dijo Susan – y vi que, iba a la Sala de los Menesteres... creo que ha oído hablar de ella...
- Una vez la usé de lavabo sin querer, y he escuchado otras historias sobre ella, sí.
- Bueno, pues... entré tras él. Encontré una enorme sala, llena de objetos perdidos, o escondidos... de generaciones y generaciones... Malfoy, avanzó hasta... un armario.
Todos los presentes se giraron al escuchar aquella última palabra. Armario. Un armario.
- Metió un libro dentro, profesor – dijo ella, temblando – y luego cerró, y cuando volvió a abrir, no estaba... pero al rato, lo abrió de nuevo... y estaba roto, y pintarrajeado...
- ¿Crees que...? – dijo Lucy.
- Era un armario evanescente – dijo Polly, cortando a la pequeña – no, no ha viajado a otro mundo, no. Ha creado un portal a otro punto de este, para poder esquivar la protección del castillo.
- ¿Para qué quiere Malfoy...? – empezó a preguntar Edmund, contestándose a sí mismo – oh, mierda ¿No habías borrado su memoria?
Dumbledore y Helen Pevensie quedaron perplejos ante la pregunta que el Slytherin dirigió a su hermana de Ravenclaw, que se sonrojó rápidamente al recordar aquella parte de la información que había dejado escondida.
- Puedo... puedo explicarlo... - dijo la muchacha con una tensa sonrisa.
- Más vale, jovencita – dijo Helen, poniendo los brazos en jarra.