
Chapter 3
Capítulo 3
Peter observó las aguas del lago moverse lentamente mientras el sol de la tarde iba suavizando su luz con el paso de las horas, comenzando a teñir de un tono dorado los campos que rodeaban al castillo. Respiró el aire puro profundamente y se sentó en una roca cercana a la orilla. Necesitaba pensar, y aquel lugar, parecía el lugar perfecto para hacerlo. El tiempo aún conservaba algo de su temperatura veraniega, y aquel día por fin había aclarado tras las tormentas del inicio de aquella primera semana de septiembre.
Su cabeza giraba en torno al secreto que Lucy había compartido con ella y Edmund en su última visita a Narnia. Peter no había podido evitar sentir algo de envidia ante aquel viaje de sus hermanos, y no comprendía porque Aslan no había les había llamado a Susan y a él para viajar con ellos. Pero si algo sabía Peter, es que Aslan siempre tenía un plan perfecto. Solo tenía que confiar. Ya había fallado a esa confianza en el pasado, y no pretendía hacerlo de nuevo.
La sospecha de Lucy sobre la muerte del Profesor Digory flotaba sobre su cabeza y la de sus hermanos a cada instante. Al duelo de aquella cercana perdida se unía constantemente en sus cabezas la búsqueda de aquel motivo ¿Por qué el Señor Kirke? Entre todos los miembros de la Orden ¿Por qué él?
Podría haber mil motivos, pero el miedo los llevaba constantemente a una respuesta: Narnia. Voldemort debía saber de alguna manera, de la existencia de su reino. Digory guardaba el secreto de su tío, de aquel primer viaje. Polly debía guardarlo también. Esa información debía ser lo que el Señor Oscuro andaba buscando.
- ¿Sabe que nosotros…? – se había preguntado Susan en alto, aquella noche de lunes, en aquel oscuro pasillo alejado del bullicio del comedor.
- No, no puede saberlo ¿no? – había respondido Lucy – a no ser… a no ser que se lo contara el profesor.
- El nunca haría eso – había afirmado Peter.
- Es un experto en Legeremancia, Peter – había dicho Susan.
Ciertamente, Voldemort tenía una amplia fama por su capacidad para leer las mentes de sus enemigos. Muchos contaban que era capaz de destrozar grandes mentes por dentro. Era uno de sus juegos favoritos, su tortura favorita. Más que las maldiciones imperdonables.
- El profesor era muy fuerte – había dicho Edmund – estoy seguro de que resistiría.
- De todas formas, si lo que busca es lo que creemos, significa que el tiempo de Aslan ha llegado – había dicho Lucy con firmeza.
El tiempo de oscuridad. Aslan había advertido a Lucy sobre aquello. Antes de cruzar el umbral de vuelta a nuestro mundo, el Gran León había advertido a sus hermanos menores de una gran oscuridad, proveniente de nuestro mundo, que haría todo lo posible por llegar a nuevos reinos. Les advirtió sobre alguien que intentaría acumular nuevos tipos de magia, viajando de nuestro mundo a otro.
Narnia estaba en peligro. Su mundo estaba en peligro. Hogwarts estaba en peligro.
Sin embargo, los reyes de Narnia, a pesar de su gran angustia, no habían decretado que hacer a continuación. En aquel mundo, eran de nuevo, solo unos adolescentes, de los que se esperaba que fueran a clase, pasaran tiempo con amigos y terminaran cantidades ingentes de tarea que Snape se había empeñado en ponerles, nada más comenzar el curso.
Apenas habían tenido tiempo de procesar, de marcar una estrategia ¿A quién debían acudir? ¿A la orden? ¿A sus padres? Exponer a alguien a sus secretos significaba ponerlos en peligro ¿Acaso sabría alguien en aquel mundo que hacer? Todos desconocían la existencia de Narnia. Solo había una persona, Polly Plummer. Era su única baza.
Así que, los hermanos Pevensie no tuvieron otra opción que enviar a su lechuza, Aquiles, con un mensaje escrito a puño y letra por Susan, con el lenguaje más críptico posible, esperando recibir pronto una respuesta.
Pero aparte de ello, mientras esperaban una respuesta, no habían tenido otra opción que continuar con aquella primera semana como si nada hubiera ocurrido. Aunque en el fondo, el nerviosismo carcomía a cada uno de ellos por dentro.
- Un curioso sitio en el que encontrarte – dijo una voz dulce y familiar a su espalda.
El corazón del joven dio un vuelco ante el inesperado saludo. Notó como la emoción recorría su rostro, hasta llegar levemente a sus mejillas. Procurando tomar aire, pese a su ahora entrecortada respiración, se giró hacia la voz femenina que había hablado.
- Hermione… - dijo Peter en un audible susurro.
A su cabeza volvió instantáneamente su segunda preocupación. La chica de enmarañado pelo castaño que se encontraba de nuevo frente a él. Ciertamente, seguía igual de guapa que cuando se encontraban en la biblioteca, años atrás, pero había algo distinto en ella. Su expresión era aún más madura, sin perder la inocencia en su sonrisa, y a pesar de seguir teniendo el pelo totalmente rebelde, parecía haber aprendido a controlarlo. Le miraba con una expresión que bailaba entre la timidez y la diversión, como si disfrutara de haberlo pillado por sorpresa, pero esperara a ver su reacción.
- Pensaba que ya no te acordabas de mi nombre – dijo ella con una risa nerviosa.
Peter rio suavemente ante el comentario, sintiéndose algo incomodado por la respuesta de la chica. Nervioso, se rascó la nuca con la mano mientras intentaba buscar algo que le sirviera de respuesta. Al final, decidió que la respuesta correcta era siempre la verdad.
- Más bien pensaba que eras tú quien no se acordaba de mi – dijo el chico sonriendo.
Hermione sonrió tímidamente y señaló a la roca.
- ¿Puedo sentarme? – preguntó.
Peter se incorporó rápidamente, pero con una torpeza muy rara en él. Volviendo a colocar la mano izquierda en la nuca, usó su otro brazo para indicar a la chica con un gesto que podía sentarse.
- Por supuesto – dijo sonriente.
Hermione no dijo nada, pero parecía divertida por la expresión tímida de Peter Pevensie. Sin dudarlo un instante, se acercó a la roca y se sentó sobre ella. El Gryffindor se sentó a su lado, pero dejando una distancia, por miedo a incomodarla.
- Yo también vengo aquí a pensar a veces – dijo ella observando la superficie del agua.
- Pensaba que tu lugar de huida era la biblioteca – dijo Peter entre risas.
- Si… bueno, obviamente… pero estos últimos años – dijo Hermione – con todo lo de Harry, Voldemort… Umbridge mandando por todo el colegio… a veces simplemente necesitaba desaparecer.
- Lo entiendo perfectamente – dijo él en un tono profundo.
- ¿De quién podría querer esconderse Peter Pevensie? – dijo ella girándose para mirarlo – espero que no de mí.
- De ti nunca, Hermione Granger – dijo él en el mismo tono de burla.
- Eso parecía – dijo ella, manteniendo la sonrisa, pero en un tono más serio.
Peter sintió un pequeño nudo en el estómago. La verdad es que ni él entendía del todo porque evitaba a Hermione Granger. Quizás fuera por esos secretos que guardaba. Nunca le había importado tontear, o que otras chicas se le acercaran a hablar. Pero aquella era distinta, le hacía pensar en todo lo que estaba ocultando. Y más ahora, que sus secretos empezaban a pagarse con vidas.
- Lo dicho – dijo él finalmente – tenía miedo a que no te acordases de mí.
- No me suele fallar la memoria – dijo ella de nuevo, más burlona.
- Ya, si, no… ya sé que te acuerdas de mí, pero, bueno, pensaba que quizás no era un recuerdo tan importante…
Hermione sonrió de nuevo, y miró al horizonte.
- Harry y Ron son geniales ¿Sabes? – dijo la chica – pero a veces echo de menos una buena conversación.
- Yo llevo dos años echando de menos una buena conversación…
“Y echándote de menos a ti”, pensó el chico. Pero aquellas palabras nunca llegaron a su boca. Hermione se giró y lo miró con una sonrisa triste.
- Sé lo que es eso – dijo ella – sentirse solo entre tanta gente.
- ¿Por eso bajabas aquí? – dijo Peter girándose para mirar el castillo.
- Por eso bajaba aquí – afirmo ella.
- ¿Y por qué has bajado hoy? – dijo él.
- ¿Por qué has bajado tú? – dijo ella, rebotando la pregunta.
Peter respiró hondo, mientras jugueteaba con el agua con la punta de su zapato.
- A veces hay problemas que parecen no tener solución – dijo él – y no estoy acostumbrado a sentarme y esperar a que algo pase.
- Entiendo... – dijo ella – creo que conozco esa sensación.
Peter la miró con intriga.
- Pensaba que no había pregunta que la Señorita Granger no supiera responder – dijo, burlón.
- Oh, las hay Señor Pevensie – dijo riendo – de vez en cuando un par de estrellas se alinean y no encuentro la respuesta a algo.
- Se me hace difícil imaginarlo – dijo él.
- No es fácil ser amiga de “El Elegido”, Harry es extremadamente inteligente, pero impulsivo…
- Impulsivo, ¿eh? – preguntó él – vaya, ¿acaso no es verdad que tuviste a Rita Skeeter encerrada en un tarro? ¿O es un rumor?
- No negaré ni afirmaré esa información – dijo ella levantando levemente la barbilla.
Ambos rieron. Y se hizo el silencio de nuevo. El sol terminaba de posarse tras las montañas, inundando el cielo de colores que se reflejaban en el lago. Los pájaros cantaban mientras bailaban sobre las aguas, rozándola con sus alas. Peter respiró hondo, y se alegró de, por primera vez en mucho tiempo, no sentirse tan solo.
- No te presionaré – dijo ella rompiendo el silencio – pero si en algún momento quieres contarme lo que te aflige, aquí me tienes.
- Iba a decirte exactamente lo mismo.
Los dos se quedaron ahí, con la sonrisa impregnada en el rostro, observando la estampa que tenían en frente. Los minutos fueron pasando, y ambos comenzaron a enfrascarse en otra conversación. Hermione comenzó sus insaciables preguntas sobre las escuelas de magia a las que Peter había asistido, y él respondía alegremente ante el genuino interés de la muchacha por su experiencia. Cuando ya apenas quedaba luz, Hermione comenzó a resumir a Peter los acontecimientos ocurridos durante los dos cursos que él había estado fuera. Ambos se escuchaban el uno al otro con atención, olvidando que existía un mundo alrededor de ellos. Un mundo en el que el día ya había tornado en noche.
Cuando se hicieron conscientes, ambos comenzaron a subir las escaleras que conectaban el castillo con el cobertizo del lago, entre risas. Por primera vez en lo que parecían siglos, Peter volvió a sentirse un adolescente de diecisiete años, y sus problemas desaparecieron durante un rato.
Llegaron al Gran Comedor, algo tarde. Peter se sentó en una esquina de la mesa, y para su sorpresa, Hermione tomó el sitio de enfrente. Nunca había visto a la chica sentarse en ninguna comida lejos de sus amigos, pero ella no dudó un instante en sentarse con él.
Pasaron todo el tiempo posible juntos, caminaron juntos a la sala común, hablaron junto a la ventana, contemplando el oscuro exterior y no fue hasta pasada una hora de que la sala se quedara vacía que Hermione decidió que era hora de irse a dormir.
Peter se quedó allí, un tiempo más, saboreando lo ocurrido como si tuviera miedo de que se desvaneciera en el aire. No quería que el miedo a Voldemort, el miedo al futuro le hiciera perder lo que había sentido aquella tarde. Girando la cabeza, se fijó en uno de los tapices de la sala, donde un majestuoso león animado ya dormía plácidamente, sin perder un ápice de majestuosidad.
Aquel tapiz le recordaba a otro León que el conocía, un León que extrañaba muy a menudo. Pero también le hizo recordar su última conversación a solas con él, aquel secreto que le había revelado. Se preguntó si algún día podría revelárselo a la chica de pelo castaño.
¿Pensaría que estaba loco? ¿O quizás no llegaría a tener que contárselo, y él estaba adelantando algo que no iba nunca a suceder? Al fin y al cabo, ella era Hermione Granger, la bruja más brillante de su generación. Si aquel mundo sobrevivía a aquella guerra, podría ofrecérselo todo. No estaba seguro de que su secreto pesara más en aquella balanza, no estaba seguro de que ella pudiera elegirlo a él. Quizás solo era un amigo, alguien con quien hablar.
Ojalá, pensó, ojalá dormir como el León de aquel tapiz. Sin preocupaciones, sin miedos.
Robert Pevensie movió lentamente su dolorido cuerpo para incorporarse en la oscuridad. Inmediatamente notó la ausencia de Helen a su lado, con el frio tacto de las sábanas en el lado izquierdo de la cama.
Escuchó sus pasos por el pasillo, rápidos pero silenciosos, aproximándose a la habitación hasta abrir la puerta con un lento movimiento. La hermosa cara de Helen Pevensie se asomó por el hueco de la puerta, con una sonrisa. Sin embargo, su marido supo leer enseguida en su expresión una sombra de preocupación.
- Hola, cariño – dijo el hombre.
- Veo que ya te encuentras algo mejor – dijo ella con una sonrisa.
- Bueno, he estado mejor – dijo él mientras ella se aproximaba a la cama para sentarse a su lado – pero también he estado peor, y recientemente.
Ella, apoyada en el borde derecho de la cama, acarició el pelo de su marido con suavidad.
- ¿Qué haría yo sin mi Gryffindor? – susurro sin perder la sonrisa.
- Te habrías ahorrado grandes problemas, sin duda – dijo él – pero estarías aburridísima.
Su mujer rio, y ambos se miraron en silencio, con las manos entrelazadas, como si no hubiera pasado un solo día.
- Ahora cuéntame lo que tanto te preocupa – dijo él con suavidad – y no me digas que es mi pronta recuperación, porque sé que hay algo más.
- Lo hay… - musitó ella.
Él acarició su mejilla con suavidad y se incorporó levemente para estar más cerca de ella.
- Tengo miedo... – dijo Helen – Voldemort quiere descubrir la manera de viajar entre mundos…
- Si, pero esa información está bien guardada ¿No? – dijo él – solo Polly y Digory sabían cómo viajar, y tenemos a Polly a salvo… Voldemort ha descubierto la existencia de otros mundos, pero no tiene como llegar a la información que necesita.
- Ese es el problema, Robert – dijo ella – Polly ya no recuerda esa información, el profesor la borró de su mente…
Robert se quedó en silencio, contemplando la expresión de su esposa. Agarró con más fuerza sus manos.
- Entonces ya está – dijo él – el secreto ha quedado olvidado.
- Creo que no, Robert – dijo ella – creo que alguien más conoce ese secreto…
- ¿Quién, cariño? – preguntó él.
La expresión de Helen se ensombreció aún más mientras su corazón se aceleraba en su pecho.
- Creo que lo llevamos sospechando mucho tiempo, cariño – dijo ella - ¿no es así?
- ¿No hablarás de…?
- Los niños, Robert – dijo ella con terror en sus labios – creo que los niños saben algo.
La lechuza picoteó varias veces el cristal de la ventana, despertando a Susan Pevensie de su profundo sueño. La luz de la luna inundaba aquella acogedora habitación decorada en tonos azules. Por suerte, ninguna de sus compañeras se despertó de su letargo. Luna Lovegood dormía plácidamente en la litera superior a la suya, sin percatarse del sonido de la lechuza golpeando lentamente contra el cristal.
Incorporándose, Susan abrió la ventana dejando que el frio de la noche entrara como una ráfaga en la habitación. La Ravenclaw acarició a la lechuza de su familia, Aquiles, y desató la carta de sus patas. Cuando el animal salió volando, lejos de la torre, Susan se colocó su bata y sus zapatillas y salió de la habitación con su correspondencia guardada en uno de los bolsillos.
Bajo las escaleras y avanzó por la sala común, ya vacía, hasta las escaleras de caracol que llevaban a la terraza. Le gustó sentir el frio de aquella noche de septiembre sobre sus mejillas. El frio suficiente para buscar acurrucarte en tu abrigo, pero no tanto como para ser desagradable.
Bajo la luz de una antorcha, desenrolló la carta y al instante reconoció la letra de Polly Plummer en el breve mensaje.
Querida Benévola,
Avisa al profesor Dumbledore de que iré a verle el próximo viernes para tratar el tema de los centauros.
Un saludo,
Polly solía ser mucho más cálida, y menos escueta, pero el mensaje correspondía perfectamente al mensaje en clave que le había enviado, un par de días atrás. El mensaje de Susan había sido muy similar a aquel, sin firmar, en clave, y hablando de un inexistente problema que Dumbledore tenía con los centauros.
Pero Polly, Digory y los hermanos Pevensie conocían la letra del otro sin necesidad de firma, y tenían la clave de pintar un pequeño León en la esquina cuando el tema de la carta hacía referencia a Narnia. Crearon esas claves tras el regreso de Voldemort, cuando tenían que comunicarse entre continentes.
Si algún mortífago había interceptado aquella carta, probablemente hubiera entendido que había más en cuestión. Si verdaderamente, Voldemort sabía de su secreto. Pero aquella carta no revelaba ninguna información. Sin firmas, sin detalles.
De todas formas, Aquiles llevaba ya años entrenada por su padre. No era fácil de cazar. Su pelaje negro lo hacía prácticamente invisible en la noche y era ágil e inteligente. Había sido un regalo de su hermano, Edgar Pevensie, Magizoólogo experto, y aprendiz de Newt Scamander.
- Oh, Aslan ¿Qué querrás de todo esto? – se preguntó Susan en alto – ojalá estuvieras aquí para guiarnos.
Susan dirigió sus ojos hacia abajo, al castillo a oscuras. Contempló las torres, los muros, los puentes. Aquel lugar guardaba tantos recuerdos, tan dolorosos. Amaba aquel lugar, pero los recuerdos la entristecían.
Su mirada fue a parar al puente principal. Una silueta lo cruzaba sigilosamente en la oscuridad. Al principio, apenas le dio importancia y estuvo a punto de darse la vuelta y volver a su cama. Pero de repente, el cabello rubio claro de Draco Malfoy brilló bajo la luz de la luna.
Susan observó al Slytherin avanzar por todo el puente hasta llegar al patio del Gran Comedor, donde lo perdió de vista.
- ¿Todo bien, Pevensie?
La chica dio un salto por el susto, y temió perder el equilibrio por un segundo.
- ¡Por las barbas de Merlín, Goldstein!
Ante ella apareció la figura de otro rubio. También prefecto, también de sexto curso. Pero ahí se acababan las diferencias. Su pelo era más oscuro y ondulado, y su expresión mucho más afable que la de la figura que acababa de cruzar el puente en la oscuridad.
Anthony Goldstein rio ante la expresión de la alumna de quinto, mientras se encendía un cigarro con un mechero muggle. Se apoyó en uno de los bancos de la terraza, cerca de la puerta.
- ¿Qué haces levantado a estás horas? – le espetó Susan, aún con el susto recorriendo su cuerpo.
- Creo que soy yo como prefecto quien tendría que preguntarte eso a ti – dijo en un tono de burla, que, de alguna manera, resultaba simpático – digamos que el profesor Flitwick no tiene inconveniente en que fume siempre y cuando no me vean los alumnos pequeños. Así que no hay mejor momento que la noche.
- Perdón, me has asustado – dijo ella – estoy un poco tensa. No estoy en mi mejor momento.
Anthony apagó su expresión burlona ante la sinceridad de la muchacha. Le sonrió, en silencio, con una expresión afable.
- Perdóname a mí – dijo él – ha sido el entusiasmo de encontrarme a alguien en esa sala común que pudiera estar rompiendo alguna norma.
Susan rio, lo cual causó que la expresión de Anthony volviera a relajarse.
- Creo que te has equivocado de sala común, Goldstein.
- Eso pensé durante mucho tiempo, Pevensie – dijo él – lo habría dado todo por estar con los gemelos Weasley, esa escapada el año pasado… magistral. Pero el sombrero no se equivoca.
- Eso dicen – dijo ella – aunque ese sigilo al caminar es propio de un Slyhterin.
- Bueno – dijo levantando las cejas con falso orgullo – digamos que algunos servimos para todo. Pero donde esté un buen libro…
Anthony miró a Susan, que había cambiado ya completamente su expresión, y ahora sonreía. Los dos se quedaron allí sentados, en un silencio algo incomodo, pero ninguno se levantó. Simplemente se quedaron observando la silueta del castillo, bajo el cielo estrellado.
- Te pega romper normas, Pevensie – dijo él de improvisto-
- ¿Yo? – dijo ella extrañada – no tengo costumbre.
- Solo he dicho que te imagino haciéndolo, no que realmente…
- ¡Ahí está otra vez! – le interrumpió Susan, poniéndose en pie.
Goldstein tiró lo que le quedaba de cigarro al suelo y se levantó, asomándose a donde estaba la chica para contemplar el sitio donde señalaba.
- Está tramando algo – dijo ella.
- Malfoy ¿Eh? – dijo él – te pega otro tipo de chico.
Susan le dio un codazo al muchacho en las costillas.
- Perdón, perdón… - dijo él – pero si, un Slytherin hijo de Mortífagos caminando por el castillo de madrugada… cuanto menos sospechoso.
- Trama algo – dijo ella – me encantaría averiguar qué…
A modo de respuesta, el muchacho giró su varita hasta uno de los arbustos de aquel patio superior, haciendo que una escoba saliera disparada de él. Sin decir nada, montó de un salto sobre ella y tendió la mano a la muchacha.
- Pero… ¿qué? – susurró ella extrañada.
- ¿Lista para romper tu primera norma, Pevensie? – dijo ella.
- De verdad que no entiendo cómo te hicieron prefecto.
Pero Susan Pevensie no lo dudo mucho. Le bastó observar la picara mirada de su compañero durante un par de segundos para agarrar la mano que le tendía e impulsarse con un salto a la escoba. Se agarró fuerte al muchacho y antes de que pudiera darse cuenta, estaba sobrevolando silenciosamente el castillo, en bata y pijama, siguiendo con sigilo a Draco Malfoy por los terrenos. El corazón le latía con fuerza, mientras se sujetaba a Anthony Goldstein. Y por fin, tras dos años sin sentir la adrenalina de la aventura, la chica recodó quien era realmente. Y recordar a aquella Susan, le devolvió la sonrisa a su cara, mientras el aire rozaba sus mejillas en la oscuridad.