![A Siriusly Complicated Situation [Traducción]](https://fanfictionbook.net/img/nofanfic.jpg)
Chapter 1
Sirius oyó que Bellatrix lanzaba la Maldición Asesina y sintió que algo lo golpeaba en el pecho.
Pero no era la muerte instantánea que siempre había supuesto.
No, tuvo tiempo de girarse ligeramente y ver la expresión asustada en el rostro de Harry antes de que empezara a caer hacia atrás. Al ver el arco del Velo pasar por encima de él, se dio cuenta de que tal vez no estuviera realmente muerto, de que la maldición de Bella tal vez no le hubiera alcanzado realmente. Si había estado demasiado cerca del Velo, cabía la posibilidad de que éste hubiera convertido la maldición asesina en una ráfaga de aire, pero aún así habría bastado para hacerle caer de espaldas contra la superficie del Velo.
La cara de Harry se desvaneció, el color se desvaneció seguido de la luz, dejando la negrura.
De repente, esa negrura dio paso a la luz. Una luz clara y brillante. Pasó un segundo mientras Sirius se sacudía el shock de atravesar el Velo. Un segundo que le costó, estaba cayendo. Y cayendo desde una altura. Una gran altura. Estaba en las montañas. Gran Bretaña no tenía montañas como estas, eran más como alpes que montañas, llegaban hasta donde él podía ver, en todas direcciones.
Obligó a sus brazos a trabajar y buscó en el bolsillo de su abrigo la escoba encogida en la que había estado trabajando, cuando la alerta de Snape llegó a Grimmauld Place. Pasaron unos segundos preciosos antes de que la escoba fuera lo bastante grande como para montarla, pero pronto se elevó en un gran círculo, buscando cualquier prueba que le permitiera localizarlo. Si no encontraba ninguna, aterrizaba y lanzaba un tempus et locus, lanzar un locus cuando no estabas en contacto con el suelo estaba condenado al fracaso. ¿Cómo podía la magia marcar tu ubicación en la superficie de la tierra, si no estabas en la superficie de la tierra?.
¡Allí! Una línea recta, que tenía que haber sido hecha por el hombre.
Oh, lo era. Era una línea de ferrocarril.
-Oh, gracias a los dioses-. Sirius susurró y giró la escoba en esa dirección, con cuidado de no empujarla demasiado, llevaba años en Grimmauld, recordaba haber aprendido a montar en ella, mucho antes de ir a Hogwarts. ¿Quién sabía por lo que había pasado, cómo se había usado o cuándo había sido la última vez que se había cuidado? ¿Quién sabía por lo que había pasado, cómo se había usado o cuándo había sido cuidada por última vez?.
Un tren salió de un túnel y rodeó la montaña. Mientras Sirius observaba, bocanadas de humo salían de distintos lugares a lo largo del tren y, a medida que se acercaba a él, se oían crujidos que coincidían con las bocanadas, fraccionadamente retrasados por la distancia.
-Eso no es una aparición-. Sirius frunció el ceño. -¿De Bombarda?-.
Una explosión hizo un enorme agujero en el costado del tren, cerca de la locomotora, una parte de la pared del vagón se desprendió como la corteza de un tronco.
-Sí, Bombarda-. Sirius resopló. Un destello de luz azul dibujó la silueta de un hombre dentro del agujero antes de que saliera despedido del vagón, agarrándose a duras penas a un asidero de la pared trasera desprendida. -Espera, los de Bomarda no son azules-. Frunció el ceño ante la discrepancia antes de volver a centrarse en el tren y en lo que allí ocurría. Unos segundos después, un hombre rubio alcanzó el agujero y gritó al hombre que colgaba fuera del tren y empezó a trepar por el metal retorcido, un brazo tendido hacia el otro hombre.
Cuando el hombre colgante alcanzó al rubio, ignorando el espacio vacío entre sus manos extendidas, la barra a la que se aferraba cedió. El hombre y la barra empezaron a caer.
-¡Mierda!- Exclamó Sirius y empujó su escoba en picada, no podía dejar morir a alguien, no cuando podía hacer algo para ayudarlo.
Su atención pasó del tren al hombre que caía y se inclinó hacia delante, empujando la escoba a velocidades poco aconsejables para una escoba inestable. Sus pies rozaron apenas unos centímetros por encima de la superficie de la montaña nevada, lo bastante altos para estar por encima de las rocas que sobresalían, pero lo bastante bajos para disminuir el arrastre del aire contra su cuerpo.
Abajo, abajo y abajo. Los brazos del hombre que se balanceaban y agarraban a la nada seguían estando demasiado lejos para que Sirius pudiera alcanzarlos. Gruñó e hizo algo que no era una buena idea. Apuntó con la varita a la escoba, desactivó los encantos de seguridad y la "empujó" con su magia, forzándola a alcanzar velocidades aún mayores. Se suponía que era una escoba de entrenamiento, no de quidditch ni de carreras, y que su velocidad máxima era de treinta kilómetros por hora, lo que no era suficiente para atrapar a alguien en caída libre.
El hombre vio a Sirius en su escoba y sus ojos se abrieron aún más. Sus manos pasaron de alcanzar cualquier cosa a alcanzar las de Sirius. Sirius se acercaba cada vez más, sin saber si alcanzaría al hombre antes de que éste llegara al pie de la montaña.
Finalmente, sus dedos se tocaron. Sirius lanzó un grito ahogado y agarró la muñeca del hombre, cuyos dedos se cerraron sobre los suyos. Sirius se echó hacia atrás y empezó a tirar de la escoba, intentando que se nivelara y redujera la velocidad. Su loca carrera se convirtió en un lento descenso, pero finalmente la escoba agotó su último encanto y falló. Estaban lo bastante cerca del fondo del barranco como para que la caída no fuera tan peligrosa, pero aun así cayeron unos diez metros al río helado.
Cuando Sirius se levantó balbuceando, jadeando y escupiendo agua, vio al hombre a unos metros de distancia boca abajo en el río, balanceándose como un corcho encharcado, rodeado por los trozos rotos de lo que había sido la escoba de Sirius. Inspiró rápidamente y, agradecido por tener aún su varita, acercó al hombre hacia él. O eso era lo que pretendía hacer, pero era evidente que el hombre pesaba más que él, ya que Sirius era el que había sido arrastrado por el agua. Una vez tuvo un brazo alrededor del hombre, inclinando la cabeza oscura sobre su hombro, se concentró en la orilla del río y salió del agua.
Era peligroso aparecerse sin saber cuáles eran las heridas del hombre, sí, pero su vida corría peligro y Sirius prefería caer desde un par de metros de altura, a que el hombre se ahogara. Se concentró bien y sólo cayeron unos centímetros. Deslizó al hombre desde sus brazos hasta el suelo cubierto de nieve y rodó el cuerpo tendido de lado. Unos cuantos movimientos de su varita y el estado médico del hombre quedó flotando en el aire por encima de él.
-Excelente...- Sirius suspiró. -No hay más heridas que el shock y una contusión al golpearse de cabeza contra el agua. Ouch, no debí haberme aparecido con él, eso va a doler por horas-. Unos cuantos movimientos más y el hombre estaba seco y una manta impermeable estaba entre él y la nieve, más movimientos y Sirius también estaba seco y caliente. -Ahora a intentar despertarlo-. No estaba seguro de si un enervante funcionaría en un muggle. Si el hombre era un muggle. -Rennervate-. Susurró.
El hombre se incorporó con un grito. -¡Steve...!- Miró a su alrededor frenéticamente.
-Tranquilo...- Sirius se arrodilló frente al hombre. -Tranquilo. Tranquilo. Estás bien-.
-¿Qué...?- El hombre miró a Sirius. -¿Qué...? Tú... Tú eres el hombre que... me atrapaste... Estabas volando... me atrapaste...-
-Lo hice-. Algo en este hombre, hacía que Sirius no quisiera ocultar lo que era, algo decía que este hombre necesitaba saber que Sirius era un mago. -Hasta que mi escoba falló, al menos-.
-¿La escoba...?- Preguntó el hombre, ladeando la cabeza confundido antes de gemir.
-Tienes una contusión, amigo-. Sirius advirtió. -No puedo arreglarlo, así que no muevas la cabeza. ¿De acuerdo?-.
-...De acuerdo...- Susurró el hombre.
-¿Entonces...?- Sirius preguntó. -¿Dónde estamos?-.
-¿No lo sabes?-.
-Amigo, lo último que supe es que estaba en Londres-. Sirius resopló. -Todo se volvió negro y yo estaba cayendo del cielo sobre las montañas-.
-¡Steve!- Los ojos del hombre se abrieron de par en par. -Mierda, Steve cree que me caí-.
-Te caíste-.
-Sí, pero Steve no sabe que me agarraste-. Argumentó el hombre. -Pensará que me caí y morí. Tengo que volver al campamento base-.
-¿Sabes dónde está eso?-.
-Tengo las coordenadas, sí-. El hombre comenzó a asentir, sólo para gemir de nuevo.
-Vale, no muevas la cabeza-. Sirius dijo. -No puedes aparecer con una contusión, así que tendremos que caminar. ¿Hacia dónde vamos?-.
-Um...-
-¿Cuáles son las coordenadas?- Sirius preguntó. -No. ¿Quién es alguien que sabes que iba a quedarse en esta base? Su nombre, quiero decir-.
-Um... El Coronel Chester Phillips es nuestro CO y Peggy Carter es su ayudante británica-. Susurró el hombre.
-Bien, puedo trabajar con eso-. Sirius rodó la mano y dejó que su varita se apoyara en la palma. -Ad illud Coronel Chester Phillips-. Se concentró en que su magia encontrara al hombre con ese nombre. Su varita vaciló un segundo antes de girar suavemente para volver a mirar río arriba. -Oh, bien, podemos seguir el río un poco-. Suspiró aliviado.
-¿Qué...?- Preguntó el hombre acurrucado en la manta.
-¿Su coronel?- Sirius respondió. -Está en esa dirección-. Señaló río arriba. -Podemos seguir el río un rato-.
-Oh... Vale...- El hombre se limitó a mirarle sin comprender y empezó a temblar.
-Ah, vale-. Sirius hizo una mueca. -Bien, soldado, de pie-. Hizo todo lo posible por canalizar a Moody dando órdenes a los aprendices de Auror, necesitaba que el hombre se moviera.
El hombre parpadeó un par de veces y comenzó lo que era claramente el arduo ejercicio de ponerse de pie.
-Bien-. Sirius agitó la varita y la manta se convirtió en una túnica de invierno. -Vamos-. Rodeó la cintura del hombre con el brazo y arrastró el brazo de éste por sus propios hombros. -Soy Sirius, por cierto. Sirius Black-.
-¿En serio?- Susurró el hombre, con la cabeza gacha.
-Sirius. No en serio, como 'lo digo en serio'. Sirius, la estrella perro-. Sirius parloteó. -Mi familia tiene la costumbre de poner nombres de estrellas a sus hijos. Mi hermano se llamaba Regulus, mi padre Orión y mi abuelo Arcturus-.
-Vaya...- Murmuró el hombre. -Pensaba que lo tenía mal-.
-¿Sí? ¿Qué te pasó?-.
-James Buchanan Barnes-.
-Mi mejor compañero era un James. Un gran tipo, le encantaban las bromas. Buchanan... eh, no está tan mal, al menos para los estándares magos. Barnes es un nombre muggle, así que no hay mucho que pueda decir al respecto-. Sirius se encogió de hombros, subiendo y bajando el brazo de James Buchanan Barnes que yacía sobre sus hombros. -Entonces, ¿James? ¿Dónde demonios estamos? ¿O dónde se supone que estabas tú?-.
-Bucky. Llámame Bucky, no soporto a James, era mi padre y no era bueno. Y estamos en Alemania... creo-.
-Ah, tú también tienes uno, ¿no?-. Sirius ignoró el comentario sobre dónde estaban, no estaban en Gran Bretaña, así que no importaba, por ahora.
-Sí, prefiere pegarme a trabajar-.
-Conozco el sentimiento, amigo. La mía preferiría maldecir a los hombres que hacer cualquier otra cosa-. Sirius asintió.
-Nada de maleficios, sea lo que sea un maleficio, el viejo prefería usar los puños-.
-Los maleficios son...- Sirius hizo una pausa. ¿De verdad iba a hablarle a ese hombre, Bucky, de magia? Suspiró. Sí, lo iba a hacer. -Hay cuatro tipos de hechizos o formas diferentes de hacer magia. Encantamientos, gafes, maleficios y maldiciones. Los encantamientos suelen ser cosas básicas, pero se pueden hacer cosas increíbles con ellos, si se tiene la habilidad. Los gafes son un poco más oscuros, no suponen una amenaza para la vida y pueden protegerse fácilmente. Los maleficios también son más oscuros, aunque se pueden proteger con un escudo, pero hay que utilizar el escudo adecuado o el maleficio atravesará el escudo. Las maldiciones son oscuras, normalmente con la intención de herir o matar, la mayoría pueden protegerse con escudos, pero hay tres contra las que los escudos no paran. Una te matará, otra te hará desear estar muerto y la otra puede hacer que mates a todos los que te rodean-.
-Whoa...-
-Cosas desagradables, maldiciones-. Sirius asintió. -Estoy entrenado en todo menos en esas tres. Conozco la teoría, pero nunca las he usado-.
Bucky gruñó y siguió caminando.
-¿Alguna idea de lo lejos que estamos de su base?- Sirius preguntó.
-Nos dejaron a unos quince kilómetros de la base y luego subimos por la montaña-. Contestó Bucky. -¿A vuelo de pájaro? Tal vez quince millas. ¿En tierra? Por lo menos al otro lado de esa montaña-. Hizo un gesto con la mano en dirección a la montaña que tenían delante.
-Oh, alegría. Vamos a estar caminando durante días-. Sirius suspiró.
-Estar en las montañas de noche no es buena idea-. le advirtió Bucky. -Hay osos, lobos y avalanchas-.
-De lo único que tenemos que preocuparnos es de las avalanchas-. Sirius resopló. -Puedo protegerme de los depredadores-.
-¿"Proteger"?-.
Durante las horas siguientes, Sirius habló de magia. Cómo se manifestaba en los niños, cómo aprendían a controlarla. Dónde iban para aprender a usarla. Sobre los distintos campos. Sobre los sangre pura. Sobre los muggles. Sobre los mestizos. Sobre los squibs. Sobre los muggles. Sobre la guerra que se había cobrado tantas vidas. Sobre su tiempo en Azkaban. Sobre Harry y Hermione rescatándolo. Sobre vivir en Grimmauld Place. Sobre la frenética llamada de Snape para que Harry y sus amigos fueran al Ministerio. Sobre caer a través del Velo.
Llegó la oscuridad y Bucky observó con asombro, con la cabeza en un nivel soportable, cómo Sirius transfiguraba un pañuelo en una tienda de campaña, invocaba trozos de madera y hacía un alegre fueguito, invocaba peces del río y transfiguraba rocas en cacerolas y cuencos. Invocó plantas y las hizo crecer a la fuerza para añadirlas a una maceta.
-La magia es increíble-. Sirius sonrió y le entregó un tazón de estofado de pescado.
-Me encanta la magia-. Bucky le devolvió la sonrisa.