
De la muerte a la vida, de joven a niño
La habitación se encontraba a penumbras; algunos fragmentos de luz, rebeldes en su resplandor, traspasaban las ventanas desabridas y le daban un toque de claridad al tétrico ambiente. Ningún pájaro cantaba, ningún sonido suscitaba, todos los niños dormidos estaban: era paz y tranquilidad plena. El telón levantado cambiaba a un nuevo escenario, una figura yacía en el suelo, que si no fuera por el evidente saqueo pasaría como un estudiante más, desmayado por el esfuerzo. La otra figura apoyada en una esquina, observaba como la vida se iba, dando paso al aclamado alivio que la muerte concedía; con el trabajo listo y las manos teñidas, se despidió el personaje de la tarima, dejando al niño tendido a la espera del olvido.
Lucian recuperó el conocimiento con lentitud, parpadeó un par de veces para adecuarse a la iluminación y se cubrió el rostro con el antebrazo para evitar los molestos rayos de sol. Incorporándose hacia una posición más cómoda, miró los alrededores con aprensión. No supo si fue producto del sueño recién consumido o la impresión de lo que observó que su cuerpo reaccionó: se levantó de golpe, apegándose a la columna más cercana y recorrió con los ojos abiertos todo el servicio. Era un eufemismo decir que se encontraba destrozada: desde los grandes ventanales hasta el suelo, pasando por los lavabos hasta los inodoros, el servicio estaba roto, mugriento e inundado. Un escenario deplorable y olvidado, la infraestructura medieval de las paredes y los lavabos ciertamente tampoco ayudaron.
Un fuerte dolor en la sien lo distrajo de continuar examinado, Lucian se agarró la cabeza con una mueca de incomodidad y respiró hondo para calmar el dolor; lo hizo un par de veces hasta que el malestar menguó. Tranquilizando su respiración dejó caer su mano, notando con desagrado los mechones de cabello húmedo y la sangre seca en sus nudillos. Flexionó sus dedos entumecidos y se estiró cuál gato, la tensión en su espalda no era una buena señal. El lugar pasó a un segundo plano, primero debía asegurarse de que no tuviera heridas o lesiones en su cuerpo, esto con el fin de evitar infecciones y cicatrices permanentes, de otro modo sería un inconveniente. Dio algunos pasos cautelosos hacia el espejo, mirando de soslayo la puerta, con la postura tensa ante cualquier amenaza. Su reflejo le devolvió la mirada, unos ojos grises, tan claros del color de la niebla, le dijeron exactamente lo que debía saber. Estaba dentro de un sueño, el niño pálido de ojos grises, tal vez de unos diez u once años, era su nueva imagen. Lucian no se inmutó, ya en el pasado había soñado que suplantaba identidades, en vez de eso, caminó más cerca del espejo deforme para ver su nueva apariencia.
El niño tiene un rostro joven y hermoso, la grasa infantil de la edad lo hace ver más agradable a la vista. El cabello es corto y rubio, casi blanco, piel clara, estatura pequeña, complexión delgada. No parece tener destrezas físicas desarrolladas o entrenamiento, pero el porte es casi estable, aristocrático y elegante, parece más orientado a las artes y lo intelectual—Lucian lamentó, la humedad en sus túnicas, la suciedad en su rostro y el cabello revuelto combinado de sangre, barro y agua sucia—Si no fuera por ello, la apariencia sería aún más deslumbrante.
Cuentan las lenguas populistas que los sueños tienen un significado metafísico, dan señales de lo que pasará en el futuro o pistas de lo que actualmente está mal en tu vida y debes arreglar; el mundo onírico es subjetivo e incierto, revela los miedos y anhelos del subconsciente humano y los relaciona a través de los pasajes del sueño. Lucian, sin embargo, no creía en esas falacias, pues no contaban con un argumento lógico. Además, analizar los sueños era como predicar la teología: querer encontrar un gato negro en una habitación oscura y pretender que lo encuentras. Sin sentido alguno. Siguiendo esa línea de pensamiento, Lucian se acomodó en una esquina cercana a la entrada del lavabo y cerró los ojos.
Si sabes que es un sueño, pronto despertarás...
Lucian volvió a soñar con el niño rubio, esta vez desde una perspectiva externa. Estaba dentro de una gran habitación, acogedora y de buen gusto. Observó con deleite el techo lleno de constelaciones y notó que en el centro estaba la figura deslumbrante de un dragón. Extendió sus dedos, trazando la forma curvilínea de las alas; el suave crujido de la puerta, lo alertó de un nuevo visitante. Retrocedió para no cruzarse en el andar de la joven dama. La mujer rubia caminó con suma elegancia y agilidad hacia la gran cama del salón, algunos mechones de cabello se deslizaban de su prolijo peinado y posaban cómodamente por su rostro blanquecino, su mirada azulada proyectó adoración al ver al niño. Lucian presionó la mandíbula al sentir un escozor en sus ojos, su estómago se contrajo y con una respiración profunda, recuperó el control de su cuerpo: toda emoción desapareció, el brillo en sus ojos se atenuó. Imperito, contempló la escena.
El niño se removía inquieto entre las sabanas. Tal vez una pesadilla—pensó. La mujer, que parecía ser la madre, se sentó a un costado de la cama. Tenía una ligera arruga en su rostro; preocupada, levantó una de sus manos y acarició el cabello rubio de su hijo, dándole suaves masajes. El proceso funcionó, pues la respiración agitada del infante disminuyó hasta volverse ligera, dio indicios de estar a punto de despertar. La mujer, frente a los bajos murmullos del niño, sonrió tenuemente. Liam miró hacia otro lado, incómodo ante la muestra de cariño.
—Despierta, mi dulce niño, sueños afuera—cantó la madre con voz gentil y pausada.
De un momento a otro, miles de imágenes pasaron por la mente de Lucian como si de una película se tratara. Las memorias del niño se juntaron con los suyas propias, difuminando sus recuerdos. Dos vidas cortas, trazando sus caminos separados y conectándose al final, se volvieron uno. Toda sombra hasta que surge la luz; el joven, ahora niño, abre los ojos al nuevo mundo.