
La Contienda. Parte I.
Sirius sintió como era sacudido fuera de su sueño, soltó un quejido buscando volver a dormir, había estado entrenando hasta tarde y solo quería descansar.
–Sirius, mierda, despierta –al reconocer la voz de su hermano abrió los ojos rápidamente pero con confusión.
–¿Regulus? ¿Qué haces en mi cuarto que sucede?
–Tienes que cambiarte ya –su hermano se movía por su habitación buscando ropa y cosas, él seguía confundido.
Al no ver cooperación de parte de Sirius, el menor de los Black suspiró agotado.
–Papá cambió las fechas de las contiendas anoche, tu guerrero pelea hoy.
Sirius sintió como la sangre abandonaba su rostro y se puso de pie con excesiva velocidad comenzando a cambiarse ¿Hoy? Faltaban tres días, tenía que encontrar a Remus.
–¡Se suponía que sería en tres días! Solo al final de la semana.
–Decidió que sería más entretenido si podían verlos luchar más…
–¿Dónde está Remus?
–Sirius…
–¡¿Dónde está Remus, Regulus?!
–No lo sé –dudó un poco–. Con los demás supongo.
El mayor no lo dudo más y salió corriendo de la habitación, Regulus lo siguió queriendo decir algo más, queriendo avisarle, advertirle sobre lo que iba a ocurrir pero Sirius no escuchó y Regulus lo perdió de vista.
El pelinegro atravesó pasillos, habitaciones y el vestidor corriendo, tenía que verlo, tenía que asegurarse que estaba bien, mierda, habían estado hasta tarde entrenando, Remus no podía pelear en ese estado. Llegó a la arena donde todos los gladiadores aguardaban para ser subidos en carros y llevados a la arena principal, vio a dos carros salir y sus palpitaciones se aceleraron, no podía ser muy tarde… Sin importarle la mirada de los demás guerreros, comenzó a abrirse camino entre ellos buscando el rostro conocido, buscando sus ojos, sus cicatrices que había memorizado sin querer hacerlo, escuchaba los murmullos y las risas mal disimuladas, no era novedad para él y quizás en otro momento le hubiera importado pero no en aquel instante.
No encontraba a Remus pero si vio a Livia y se acercó rápido tomándola de los hombros y causándole un sobresalto.
–Remus –dijo–. El lobo gris –se corrigió–. ¿Dónde está, Livia?
–Lo dejé en su puesto señor… –dijo ella ligeramente asustada–. Los mejores viajan al final… ¿Se… se encuentra bien?
Los mejores viajan al final. Remus estaba ahí. No era tarde. Sintió el alivio inundar su sistema y se alejó, sabía dónde ir, sabia donde se suponía que estaría el moreno, “encuéntralo” era lo único que repetía su cabeza una y otra vez, quizás por eso sus pasos fueron torpes, quizás por eso su cuerpo no estaba firmemente apoyado en el suelo y quizás por sus ganas de verlo bien no mantuvo el balance cuando un cuerpo lo chocó.
Sintió el impacto del suelo contra su espalda y un quejido de dolor salió de su boca antes que pudiera frenarlo, en otra situación se esperaría a que le ayudasen y quien hubiera sido la otra persona se disculpara hasta de rodillas pero en aquel lugar no había nobleza alguna, solo él, él y los cientos de gladiadores que le odiaban. Iba a pararse para seguir con su búsqueda cuando vio a la persona que había chocado, era enorme y parecía furioso, se levantó rápidamente con toda intención de disculparse pero cuando lo vio levantar la mano su cuerpo se congeló.
Esperó el golpe, como solía hacer, pero el golpe nunca llegó.
–Si quieres llegar al final del torneo te recomiendo que no hagas eso –la voz de Remus salió baja y amenazante mientras sostenía la muñeca del otro hombre aun en el aire–. Largo.
Cuando este se fue, los ojos cafés lo miraron con sutil preocupación pero no dijo nada, lo tomo del brazo y lo sacó de allí, cuando estuvieron solos lo miró de arriba abajo confundido.
–¿Qué haces aquí?
–Juro que no sabía que pasarían la contienda, te lo hubiera dicho, no hubiéramos entrenado hasta tan tarde, me dijo esta mañana mi hermano y tenía que encontrarte pero había tantas personas y…
–¡Sirius! –gritó haciéndolo reaccionar.
Ambos se quedaron en silencio. No por el grito, solían gritarse y pelearse seguido, incluso Sirius le había permitido dejar las formalidades de lado en los entrenamientos pero nunca lo había llamado por su nombre, a pesar del trato informal siempre había mantenido el “Amo Black” o solo “Black”.
–Estoy bien –dijo para evadir ese error que había cometido–. Livia me dio de desayunar y de todos modos no estoy acostumbrado a dormir.
–Como lo siento…
–No es tu culpa.
–No quiero pedírtelo pero tienes que ganar ¿Lo sabes?
–Lo sé y créeme que lo haré –sonrió de lado–. Tuve un buen entrenador.
Y Sirius sonrió.
(…)
Sirius sentía sus manos sudando, luego de haber hablado un poco con Remus había vuelto a su habitación, lo habían bañado, perfumado y cambiado más elegante de lo normal pues presenciaría todos los combates junto a su padre, llevaba vistas unas seis peleas y las ganas de vomitar se acumulaban en su garganta con mayor intensidad a cada segundo.
El rugir de la multitud llenaba el aire y también le generaba nauseas, una sinfonía que mezclaba la expectación y el entusiasmo mientras los diferentes gladiadores entraban en la arena, hasta ahora había habido un solo fallecido lo cual tenía a todos alterados, querían ver sangre, querían muerte. El suelo de la arena, compacto y polvoriento, se agitaba con cada paso de los guerreros, creando una atmósfera árida y tensa, los gritos de los mismos se clavaban en los oídos de Sirius con violencia, eran gritos de guerra que contrarrestaban con los gritos eufóricos de aquellos que veían desde afuera, creando una cacofonía de sonidos desafiantes.
Apartó la mirada cuando vio la lanza atravesar el pecho de un pobre hombre y sintió la mano de su padre ejercer presión en su brazo.
–Se supone que tienes que ver la pelea –dijo entre dientes.
–La estoy viendo…
Retiraron el cuerpo de la arena y el otro guerrero se fue, sintió su respiración atorarse cuando aquel hombre encargado de presentar a los retadores dijo su nombre: “El lobo gris”. No escuchó nada más, sus oídos se taparon y la multitud se escuchaba lejana, cerró los puños sintiendo el dolor de sus uñas rasgando la piel despertándolo del trance, entonces lo vio, con su armadura pulida y casco bajo el brazo.
Los gladiadores inclinaron sus cabezas frente al estrado y por un momento, con muchas posibilidades de que se tratara de una ilusión, Sirius creyó conectar con los ojos de Remus; ambos sentían la presión y la adrenalina, de maneras distintas pero estaban conectados a través del sentimiento.
Las armaduras y armas relucían bajo el sol, una exhibición de acero que reflejaba la determinación de los luchadores, un silencio tenso cayó sobre la arena justo antes del primer intercambio de golpes, la anticipación palpitante en el aire, finalmente el primer golpe fue dado por el contrario y Remus se libró de este con un movimiento suave y eficaz. El contrincante de Remus era grande y fuerte, mucho más alto pero Sirius lo notó al instante, solo atacaba y nunca pensaba, Remus también lo noto y sonrió bajo el casco.
Los gladiadores se enfrentaban con movimientos coreografiados, danzando alrededor del otro en una mezcla de agresión y defensa, la posición corporal del castaño estaba perfecta y Sirius se encontró inclinándose hacia delante en su silla para ver mejor, cada impacto resonaba con fuerza, seguido por el sonido del público reaccionando: gritos, aplausos, o incluso expresiones de asombro, nadie podía negar que “El Lobo Gris” era excelente en lo que hacía, el mejor.
El gladiador sentía su cuerpo liviano, estaba confiado, mantenía su postura baja y había visualizado las dagas en la arena pero por ahora trabajaría con la espada, esquivo un golpe que sonó contra su armadura y se arrojó al suelo girando entre el polvo para alcanzarse un escudo, a medida que avanzaba la contienda, la arena se marcaba con las huellas de la batalla: manchas de sangre, huellas de pies y signos de esfuerzo, tanto de Remus como de los guerreros que ya habían pasado y aquellos que no habían vivido para contarlo.
El castaño atacaba con seguridad, golpes pequeños que iban cansando poco a poco al pobre desgraciado con el que peleaba, él no sentía el esfuerzo, su cuerpo respondía de acuerdo a las horas de entrenamiento que había tenido, si se concentraba podía escuchar a la muchedumbre, algunos aclamaban su nombre, se preguntó si el principito tenia permitido hacer eso.
–Te crees muy valiente por toda la fama que tienes –dijo el hombre entre suspiros cansados, Remus lo ignoró, estaba acostumbrado a que quisieran distraerlo con provocaciones.
Atacó una vez más y su filo rozó con precisión perfecta las cintas gastadas de la armadura ajena, una parte de esta cayó al suelo con un ruido sordo de metal, dejando a la vista el corte sangrante en la piel contraria, Remus rio roncamente.
–¿Decías? –vio la ira crecer en el rostro que tenía en frente y en poco tiempo lo tuvo encima.
Atacaba con fuerza bruta haciéndolo retroceder pero él ya había escaneado el lugar y con movimientos defensivos condujo sus pasos hasta las dagas, cuando estuvo cerca de las mismas se arrojó al suelo girando sobre el escudo y dejándolo caer para tomar las pequeñas armas. Los rostros de los gladiadores revelaban resiliencia y determinación, reflejando el costo físico y mental de la lucha de la que llevaban formando parte por años.
El moreno puso toda su concentración en recordar los entrenamientos, en ver en su mente el cuerpo de Sirius danzando en la arena, en imitar su delicadeza al luchar, iba a convertirse en el lobo que le había prometido que seria. Tomándolo de improviso se acercó al hombre apuñalando su brazo y apartándose justo a tiempo, desde las gradas Sirius sonrió ampliamente, hizo aquel movimiento varias veces, apuñalando sus brazos, sus piernas, puntos que no iban a matarlo pero si le dolerían y debilitarían, iba a darles el espectáculo que querían, sentía el metal atravesar piel y musculo, la sangre goteaba hasta sus manos y de ahí al suelo, sus propias heridas se tensaban con cada movimiento.
La multitud estaba como loca y aclamaba por sangre, por un fin y él podía dárselos, se alejó un poco y permitió que el contrincante lo creyera cansado o asustado pero en cuanto este dio un paso Remus saltó, cayó sobre el otro hombre llevándolos a ambos al suelo, lo despojó de sus armas con un movimiento de las dagas viendo como la sangre salpicaba.
Quedó inmóvil contra la arena, la victoria era suya, escuchó el aclamo, se permitió respirar y cuando iba a ponerse de pie vio la desesperación en aquellos ojos, ese hombre no quería vivir, no quería vivir si no podía ganar.
–Mátame –pidió en un murmuro demasiado bajo–. Por favor.
–No sabes lo que dices… –Remus veía a los ayudantes acercarse para encadenarlos y sacarlos de la arena.
–Por favor.
No lo pensó mucho, antes de que los ayudantes llegaran a ellos tomo su daga de nuevo y desgarró la garganta del hombre, la multitud se volvió loca, los gritos le erizaban la piel. Se puso de pie permitiendo que lo encadenaran con movimientos bruscos, sus ojos vieron al hombre ahogado en su sangre y por mínimo instante sintió envidia, luego llevó la vista al podio con la esperanza de encontrar un par de ojos grises pero Sirius no estaba.