Sangre, honor y arena.

Harry Potter - J. K. Rowling
M/M
G
Sangre, honor y arena.
Summary
Universo alternativo donde Remus es un gladiador en Roma y Sirius es el hijo de uno de los magistrados más importantes de roma, prácticamente considerado de la realeza. O donde un príncipe romano se escabulle dentro del campamento de los gladiadores para escapar de su familia y es descubierto.
Note
Es la primera vez que hago algo como esto pero vi un fanart al respecto (creditos a @/earlgreymoony en instagram) y tenia que escribirlo, espero que les guste <3
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La primera sangre.

Para cuando las mujeres entraron a despertarlo él ya se encontraba dentro de la bañera descansando sus músculos, no acostumbraba a dormir, no muchas horas y menos seguidas. Les dedicó una mirada rápida para luego volver a cerrar los ojos, habían agregados dos varones jóvenes al grupo ¿Para qué iba a necesitar una persona como él tantos sirvientes? ¿No tenían otras personas que atender?
Mientras Remus se relajaba en la bañera los escuchó moverse por la habitación seguido de ruido de metales “deben haber traído mi armadura” pensó. La noche anterior se la habían llevado para limpiarla y lustrarla, suponía que ni siquiera los de posición más baja tenían permitido desentonar con el ambiente.
Cuando lo consideró tiempo suficiente se puso de pie, la brisa que entraba por uno de los ventanales chocó con su cuerpo desnudo permitiéndole sentir un nuevo placer en sus músculos, un quejido ronco salió de su garganta mientras se estiraba y caminaba hasta el grupo de servidumbre.
–Esta no es mi armadura –dijo viendo los trozos de metal labrado.
–Es un regalo del magistrado Black –dijo uno de los chicos–. Hoy conocerá al heredero de la casa Black y…
–¿El heredero? –interrumpió–. Oh, por el cual pelearé.
–Sí señor. Y el señor Black quería que usted estuviera con las mejores armaduras que pudiéramos proporcionarle.
Remus chasqueó la lengua observando aquellas piezas y tomó el casco entre sus manos, el metal era brillante, la parte de la cabeza, o Calota, era dorada mientras que el resto (paragnathides o protectores de mejillas, nasal o el pequeño metal que cubría su nariz y la zona de la nuca) era negro, incluyendo la cresta que iba por encima, en la parte dorada había un tallado de un lobo con lo que según él eran ramas de algo, quizás laureles.
–¿Un regalo, dices? –preguntó tomando distintas partes de la armadura para probar su peso y balance.
–Sí señor.
–Entiendo.
Mientras Remus era vestido con su nueva armadura alguien llamó a la puerta, una de las mujeres apresuró sus pasos y abrió la misma apenas unos centímetros por lo que el castaño no podía ver quien estaba al otro lado, luego de unos momentos la cerró y se acercó.
–El amo Black ya se encuentra en la arena de entrenamiento –avisó.
–¿En la arena? –preguntó y la mujer asintió mientras le pasaba el casco.
–Sí, solicitó ver su entrenamiento, Livia lo llevará hasta él.
Dicho eso todas se retiraron menos la muchacha que le serviría de guía, la siguió por los pasillos sintiéndose tan observado como siempre, todavía no empezaba y ya estaba harto. Claro que el niño de papi, principito imperial querría verle, seguro iba a decir un montón de comentarios absurdos y consejos inútiles como todos solían hacer, él tenía que pretender que escuchaba y asentir con una sonrisa para luego tratar de aprovechar las pocas horas de entrenamiento al máximo ya que era su vida la que se ponía en juego cada segundo que pasase en la arena.
Entraron a una gran arena donde otros gladiadores ya se encontraban entrenando, con cautela paseó su mirada por el lugar buscando a sus compañeros pero no llegó a verlos cuando Livia le distrajo.
–No entrenará aquí, el señor Black a pedido que se haga uso de la arena privada del magistrado para evitar que alguien observe sus estrategias
Tan solo asintió ¿Qué iba a decir? ¿No? Cruzaron la arena y luego una puerta de rejas, una segunda arena apareció frente a ellos luego de unos metros de caminata.
–Espere aquí por favor.
Una vez más asintió, aquel trato era extraño, generalmente era tratado con mucho menos respeto. Los ojos cafés viajaron por todo el lugar, era una arena más pequeña pero igual de útil, pudo localizar los podios en los cuales se encontraban generalmente los entrenadores o autoridades y desde los cuales podían dirigir y ver todo, a un costado una puerta abierta mostraba la sala de armas y más a la izquierda lo que parecían ser baños, finalmente dio con el área médica notando así que en aquella arena no había cubículas, ningún gladiador vivía allí.
Se quedó donde lo habían dejado, los sonidos de espadas y lanzas ajenas llegaban a sus oídos de la arena anterior, el polvo se elevaba un poco por el aire y su impaciencia comenzaba a aflorar. Escuchó un estruendo y voces ahogadas salir de otra de las puertas y la curiosidad le picó en el pecho pero no se movió.
Detrás de esa puerta Sirius se encontraba teniendo una discusión acalorada con su padre, él había corrido al entrenador que este le había designado y ahora Orión estaba furioso.
–¿Crees que hacer perder a tu gladiador te servirá de algo?
–No voy a hacerlo perder, ganará, lo voy a entrenar yo –la risa del mayor le hizo doler los oídos.
–¡¿TU?! No puedes si quiera cumplir con simples reglas ¿Qué le vas a enseñar? –Sirius apretó la mandíbula–. Oh, le puedes enseñar como soportar un castigo, eso te sale de maravilla, quizás le sirva para soportar el suyo cuando pierda.
Sintió las manos de su padre tomarlo de la túnica y elevarlo del suelo, sus rostros estaban casi juntos, tan cerca, dos pares de ojos grises encontrándose con odio.
–Escúchame bien Sirius, si él no gana, el castigo será para ambos… –siseó como una serpiente cargada de veneno–. No me importa que al final del día no tengas un puto lugar más donde poner una marca –Y tras decir eso, le dejó caer al suelo.
Cuando salió a la arena lo hizo con una pequeña renguera casi imperceptible, se encontró con Livia quien apartó la mirada para hablarle, como era costumbre.
–Su guerrero ya está listo.
–Gracias Livia, puedes retirarte –la chica asintió y se marchó por una salida trasera.
Lo primero que recuerda Remus haber notado de Sirius fue su piel, impoluta, blanca, brillante como el mármol, lo segundo fueron sus ojos grises, apagados. El niño bonito le saludó, se presentó y le dijo que iba a entrenarlo personalmente, eso lo sorprendió pero no tanto como cuando le dijo que cuando quisiera descansar le dijera o que si lo deseaba podía pedir para comer y beber a la hora que le apeteciera.
Lo primero que recuerda Sirius haber notado de Remus fue su rostro, cubierto de pequeñas líneas plateadas con historias secretas detrás de cada una, lo segundo fueron sus ojos, marrones como la arena en la que estaban parados, cálidos como el sol que les cubría pero furiosos, vengativos. Remus lo había observado de arriba abajo, juzgándolo, sacando conclusiones como hacían todos, había reconocido su mirada escéptica al oírle decir que él lo entrenaría, quizás su padre tenía razón si ni siquiera un soldado le creía capaz de hacerlo.
(…)
–De nuevo –gritó.
Llevaban una hora en el mismo ejercicio y al menos seis horas en la arena, Remus había logrado resolver todos y cada uno de ellos a excepción de ese, no entendía por qué no podía hacerlo, no era tan complicado. La armadura hizo un estruendo al golpear contra la arena, la lanza saliendo despedida de su mano.
–Estás muerto, de nuevo –dijo Sirius desde su posición de entrenador.
Remus lo intentó una vez más y otra y otra y otra, en la última prueba, cegado por el enojo revoleó la lanza con tanta fuerza que quedó incrustada en una pared de la arena. El silencio cubrió todo de manera pesada. El soldado estaba dispuesto a pedir perdón, a suplicar incluso pero la queja nunca llegó, en vez de eso Sirius señaló un toldo que hacia una pequeña media sombra, debajo había comida y agua.
–Descansa y come algo, recupera energía, seguimos luego.
El tono del heredero era monótono, Remus lo había notado, mas no le importó, no era su problema, al escuchar aquella orden se abalanzó sobre la mesa comenzando a llenar su estómago, el sol podría no ser un problema después de tanto tiempo pero el hambre nunca desaparecía.
Minutos más tarde escuchó la puerta abrirse, tragó rápido esperando escuchar la orden de seguir pero nada se dijo, ninguna voz se escuchó, nadie habló, volteó para encontrarse al príncipe vestido de guerrero, al cordero usando la piel del lobo, era irreal, extraño. Vio como el delicado cuerpo de piel inmaculada atravesaba la arena vestido con armadura y sacaba su lanza de la pared con apenas un poco de esfuerzo para luego dirigirse hasta la mitad de la arena, el centro de todo, le vio cerrar los ojos, inspirar y finalmente atacar.
Sirius conocía la rutina de memoria y se permitió ejecutarla a la perfección, sabía que estaba siendo observado por lo que la motivación era mayor, tenía que probar que lo que suponían de él era falso, tenía que demostrar que si alguna vez aquel pueblo era atacado él podía unirse a una batalla como cualquier otro hombre. Sus movimientos quizás eran de guerrero pero no perdían su elegancia, Remus estaba embobado viéndolo, eran ataques letales pero si ignorabas la lanza podían interpretarse como una danza real.
Para finalizar clavó la lanza en el suelo, sus músculos sentían el cansancio placentero que amaba pero no podía pasar por alto el escozor del dolor que generaba la pesada armadura sobre sus hombros y espalda, con pasos decididos se acercó al castaño quedando frente a frente.
–Ya viste la rutina, viste que puede hacerse y tuviste suficiente tiempo para analizarla –dijo con un tono quizás un poco más vivo mientras se quitaba el casco–. Ahora, hazla. Se supone que eres el mejor, se supone que mi padre te buscó por ser el mejor, demuéstrame que tu fama del “Lobo gris” no son solo leyendas creadas por las mujeres a raíz de tu cara bonita ¿Quieres? –las palabras de Sirius fueron afiladas pero lograron su cometido.
Lo entendió cuando vio los ojos del gladiador pasar de café a negro en algunos segundos, pudo ver un enojo demasiado conocido ardiendo detrás de sus pupilas, enojo contra él, enojo contra la arena, contra la vida de todos los que vivían allí.
–De nuevo –repitió dejando caer el casco al suelo.
Finalmente, luego de algunos intentos, Remus lo logró y por más que odiara con cada fibra de su cuerpo admitirlo, se sintió regocijado ante eso, especialmente luego de ver la sutil sonrisa ladina de cierto chico de ojos grises. Esa noche cenaron en la arena, en silencio, a una mesa de distancia, luego Sirius se retiró sin decir nada y momentos más tarde Livia apareció para llevar a Remus a su habitación.
(…)
Durante toda esa semana entrenaron por al menos 12 horas al día, con descansos y comidas de por medio pero sin abandonar la arena. Sirius no volvió a ponerse la armadura, se conformó con dar órdenes y señalar ejercicios, analizar los movimientos de su vencedor para luego pasar horas de la noche comparándolo con lo que sabía de los demás retadores y poder darle ejercicios nuevos.
Sirius sabía que tenía que aprovechar los rumores que “El lobo gris” arrasaba consigo y claro que esa nueva armadura era un buen primer paso pero necesitaba más.
–Hoy no usaras ni la lanza, ni el tridente –dijo viendo al gladiador observarlo confundido pero dejando el tridente a un lado–. Quiero verte con armas de corto alcance.
–No quiero faltarle el respeto pero ¿Acaso la idea no es que no se me acerquen tanto?
–No quiero faltarte el respeto –repitió con burla–. Pero supuse que alguien como tú ya sabría que lo que ellos quieren en un espectáculo, no les importa si ganas si ellos no se divierten a tu costa.
–¿Qué propones? –preguntó cruzándose de brazos, los ojos grises observaron como los músculos se marcaban con el mas mínimo movimiento y tuvo que apartar la mirada avergonzado de lo que estaba pensando.
–Te conocen como si fueras un lobo, lo considero algo pretencioso de tu parte y honestamente no me interesa porque elegiste ese nombre pero es lo que va de la mano con tu fama, con tu nombre, debes usarlo a tu favor.
–Si lo que está sugiriendo es que le arranque la garganta a alguien con mis dientes, no lo haré.
Se observaron en silencio por varios segundos, retándose con la mirada, desafiándose, habían aprendido a tolerarse pero las ganas de demostrar que el otro se equivocaba en lo que pensaba eran demasiado fuertes.
–Eres ágil y eres fuerte –enumeró Sirius–. Pero no tienes estrategia previa, he notado que tu cuerpo reacciona perfecto bajo presión, casi por instinto y eso te ayuda, pero necesitas estrategia –la cicatriz que pasaba por su labio se tensó cuando chasqueó la lengua con desagrado–. Inténtalo, si no lo quieres hacer luego no es mi problema, intenta tener un plan antes de salir a la arena, tienes una semana para aprender a cambiar de dirección con mayor velocidad, a girar con esa armadura puesta.
–¿Por qué debería?
–Porque así, querido, es como cazan los lobos –mencionó lanzándole una pequeña daga a los pies.
–¿Y para que la daga?
–Usa la cabeza por un segundo ¿Quieres? –Sirius estaba de espalda recogiéndose el cabello, su cuerpo aun cubierto con aquella túnica blanca decorada con oro, Remus podría haberlo matado en aquel momento y haber huido para siempre, no lo hizo–. Los lobos tienen garras y así no te cortes las uñas en una semana no vas a alcanzar su nivel, necesitas atacar de cerca, usar tus manos, dagas –enumeró acercándose cada vez más al más alto, tanto que tuvo que levantar la barbilla para verlo a los ojos–. Cuchillos, vidrio roto si es necesario, usa tus garras, demuéstrales que no eres solo un peón en sus juegos–dijo lo último como un susurro que quedo perdido en el viento y se apartó–. A entrenar.
–Si es tan sencillo ¿Por qué no lo haces tú? –dijo en voz baja, no esperaba que el otro le oyera.
–Porque para tu desgracia, nací dentro de la familia Black.
Y Remus pudo jurar que por primera vez aquel chico no estaba destacando algo bueno o algún privilegio.
Tras algunas horas Remus había entendido que era lo que el heredero esperaba pero no lograba hacerlo, Sirius le observaba de un costado de la arena siguiendo sus movimientos, viendo en que fallaban y porqué, como podían mejorar eso. El uso de la daga o los cuchillos estaban siendo efectivo, podía ver como el gladiador ganaba confianza con cada minuto pero el uso de las dagas sin la velocidad apropiada era peligroso, si Remus no lograba dar en su objetivo y apartarse a tiempo podía resultar gravemente herido.
Estaba maquinando nuevas estrategias cuando vio a uno de los supervisores de su padre entrar a la arena, automáticamente su espalda se enderezó y observó al hombre.
–¿Necesita algo?
–Su padre lo necesita en una reunión.
–Pero tengo que entrenar a… –suspiró y asintió–. Por supuesto, deme un momento.
–¡Lobo gris! –llamó y cuando tuvo su atención le hizo una seña para que se acercara–. Tengo que asistir a una reunión, bebe algo, descansa y sigue solo, en cuanto pueda vuelvo, enviaré a uno de tus sirvientes para que te asistan si necesitas algo.
–Sí, señor –ninguno dijo más nada y Sirius se marchó.
(…)
Sirius no volvió a la arena, ni ese día, ni el siguiente, Remus supuso que se había cansado de pasar sus tardes al rayo del sol, cubierto en sudor y arena pero al tercer día que no apareció pensó que quizás no se trataba de eso.
–¿Hoy tampoco asistirá el amo Black al entrenamiento? –preguntó mientras le era colocada su armadura.
–No señor, está ocupado con…
–Deberes del magisterio, lo sé.
A su pesar el entrenamiento era aburrido por cuenta propia, no tenía rivales y ahora tampoco entrenador, no tenía una voz molesta adentrándose en su oído cada vez que no “era lo suficientemente bueno como un lobo”, dio una vuelta por el suelo y clavó el cuchillo en el muñeco de madera, escuchó un jadeo de sorpresa.
–Eso fue increíble –sonrió bajo el casco.
–Gracias niño.
No debía tener más de catorce años, era el que le había estado haciendo compañía aquellos días, no podía quejarse, era eficiente y le recordaba que debía descansar y tomar agua pero hasta el movimiento de pelea más mínimo le sorprendía.
–No he visto a ningún gladiador pelear de esa manera –menciono el muchacho, minutos después, mientras Remus comía.
–¿Y has visto muchos? –preguntó escéptico.
–Desde los seis años asisto a la arena, cuando cumpla veinte quiero ser voluntario –la mirada marrón se ensombreció.
–No sabes que mierda hablas, niño.
No dijeron más nada hasta que el pequeño no aguantó más la curiosidad.
–¿Hace cuánto pelea así?
–¿Cómo lo que has estado viendo? –Preguntó con la boca llena–. Esta semana, pedido del amo Black –y con aquellas palabras se dio cuenta que deseaba poder demostrarle al principito que lo había logrado. El siguiente trozo de comida se sintió amargo.
(…)
La luna se veía majestuosa desde el ventanal de su habitación pero Remus no podía dormirse, si bien generalmente no dormía mucho, las pocas horas que si lo hacia solían ser en extremo profundas. Pateó las sabanas y se levantó saliendo al balcón, estiró los brazos sintiendo como los músculos de su espalda se quejaban por el cansancio, necesitaba dormir pero simplemente no podía, había algo punzando fuerte en alguna parte de su cabeza.
Le tomó medio minuto tomar una decisión, se colocó la armadura pero dejó el casco y se escabulló fuera de la habitación, sabía que si evitaba los pasillos principales podía salirse con la suya. Cuando sintió el suelo rocoso bajo sus pies se dio una palmada mental en la espalda, toda esa estúpida practica de actuar como un lobo había servido para algo, atravesó la arena principal intentando no hacer ruido, sabía que la mayoría de los gladiadores con los que iba a combatir se encontraban en los cubículos de aquel lugar.
No esperó que luego de caminar aquellos metros de piedra hasta la arena privada se encontraría con cierto heredero cubierto en una lámina de sudor, vestido con armadura pero con su rostro expuesto a la luz de la luna haciéndolo parecer más que nunca una pieza de porcelana.
Los movimientos de Sirius eran cargados de enojo, sabía lo que su padre estaba haciendo, quería mantenerlo lejos de la arena, lejos del guerrero para que no pudiera entrenarlo y que perdiera el día del combate, bueno, no iba a lograrlo, sabía que incluso sin su ayuda Remus iba a ganar. Intentó el nuevo movimiento de nuevo y falló miserablemente, había hecho aquello por varias noches, analizar que quería que Remus hiciera y luego practicarlo él para ver si era posible, su postura era encorvada, baja, sus manos cargaban dagas a cada lado de su pecho con las cuales atacaba con rapidez, sus movimientos eran sigilosos, “un lobo” pensó Remus al verlo “está actuando como un lobo” y entonces lo vio saltar, con armadura, con todo el peso extra, un salto perfecto, calculado, cayendo sobre una de las marcas que simulaban guerreros y luego lo escuchó reír y se sintió mal por estar observando aquello en secreto.
–¿No podía dormir? –preguntó luego de carraspear su garganta a medida que se acercaba. Sirius le observó desde el suelo aun con el eco de una risa en su pecho.
–¿Tu tampoco? –negó–. ¿Y decidiste escapar del palacio y venir a entrenar?
–Soy muy aplicado.
–Ya lo veremos –se puso de pie con un brillo que nunca antes había visto en sus ojos–. Pelea contra mí.
–¿Qué?
–Vamos, lobo, sé que te mueres de ganas de atacarme desde la primera vez que me viste –dijo comenzando a caminar alrededor de Remus con una sonrisa ladina, aun sin casco y con tan solo aquellas dagas en sus manos–. Muéstrame que has estado entrenando.
Eso fue suficiente para que Remus tomara otro par de dagas que habían quedado abandonadas en la arena y comenzara a hacer lo mismo que Sirius.
–¿Vas a atacar, cachorro, o estas arrepentido de querer luchar conmigo? –preguntó.
–Para ser un lobo de caza veo mucho ladrido y poca mordida –fue toda su respuesta.
Y Remus atacó sin dudarlo, los movimientos de ambos parecían coreografiados, atacaban y defendían pero no lograban darse, los combatientes danzaban con agilidad por la arena, ejecutando movimientos cortantes y evasivos con sus dagas relucientes, el sonido del metal comenzaba a hacer eco en el deshabitado espacio, ambos buscaban puntos vulnerables, ambos tenían estrategias de engaño planeadas para desorientar al otro, fue con la primer sangre cuando todo subió de intensidad.
Sirius pasó uno de sus dedos por el corte recién hecho en su brazo, Remus pensó que la sangre se veía mil veces más roja en contraste con la nívea piel, el siguiente ataque del heredero fue más fuerte, impacto contra la pechera creando pequeñas chispas y haciendo que el guerrero retrocediera unos pasos, a medida que la lucha seguía las respiraciones de ambos se volvieron más erráticas, entrecortadas y sus miradas estaban fijas en los movimientos ajenos. En sus ojos, se reflejaba la tensión palpable entre ambos.
La siguiente sangre la cobró Sirius pero Remus no se detuvo ¿Qué le hacia una línea más al tigre? Estuvieron en aquella pelea por más tiempo del necesario hasta que el heredero sintió la pared de la arena contra su espalda, había estado demasiado atento a los movimientos de Remus que había descuidado su entorno, maldijo mentalmente.
–Vaya, vaya, creo que el cachorro está atrapado –dijo el más alto acercándose.
–Lobo que aúlla no muerde –dijo con sarcasmo, no estaba dispuesto a mostrar la derrota.
En un paso Remus estaba prácticamente pegado a él y en un movimiento rápido lo despojó de sus armas para luego colocar en su cuello una de sus propias dagas.
–¿Decías? –Dijo con burla–. Creo que esta vez gano yo.
La pelea podía haber terminado pero sus ojos se seguían retando, sus respiraciones se mezclaban en un compás demasiado desprolijo.
–Vete al infierno.
–Ya estoy de camino, bonito –y con eso se apartó–. Trata de no faltar a nuestro entrenamiento matutino mañana, no puedo pelear con el niño.
Lo último que vio Sirius fue la espalda marcada de Remus abandonando la arena.

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