
Dementores
Septiembre, 1993
Espeluznantes, el ruido del viento y la lluvia que golpeaban contra las ventanas del Expreso de Hogwarts sonaban cada vez más fuertes.
La profesora Sybill Trelawney, que se encargaba de una ronda de vigilancia a lo largo del tren, comenzó a sentirse aturdida. Apoyó su frente contra el vidrio, cerrando con fuerza sus ojos, intentando ignorar los movimientos bruscos que eran provocados por la tormenta. Inhaló profundo, aferrándose de la turmalina negra que le colgaba del cuello.
Sostuvo el aire dentro de su pecho; sintiéndolo, agradeciéndolo.
Exhaló.
Y lo repitió tres veces hasta que sintió que su mente se aclaraba y su cuerpo se relajaba.
— Elementos del sol, elementos del día, los invoco —murmuró para sí misma, empañando el vidrio—. Los llamo para que me protejan. Así sea. Elementos del sol, elementos del día, los invoco. Los llamo para que me protejan. Así sea. Elementos del sol, elementos del día, los invoco. Los llamo para que me protejan. Así sea.
El tren paró, provocando una sacudida brutal a todos sus pasajeros. De pronto todas las luces se apagaron. El vagón estaba completamente oscuro. Los murmullos de los estudiantes dentro de los compartimientos se hacían presentes en cada uno de los vagones. Estaban asustados. Nadie comprendía qué estaba pasando, porque, definitivamente, no habían llegado a Hogwarts. Un frío intenso se extendió por encima de todos los curiosos que habían salido a curiosear por los pasillos.
En uno de los vagones, el nuevo profesor, R. J. Lupin, desenvolvía una tableta de chocolate para entregarle un trozo a Harry Potter. El resto lo envolvió y volvió a guardarlo en su bolsillo, mientras le insistía en comerlo.
— Te vendrá bien —aseguró—. Y ahora, creo que será mejor ir a ver qué está pasando afuera. Permiso.
El tren estaba sumido en una oscuridad total. Remus intentaba llegar al vagón del maquinista iluminándose con la varita.
— A sus compartimientos —ordenaba cuando veía a algún chico fuera. Aun no estaba seguro sobre si quedaría algún dementor dentro del tren—. ¡Todos!
Por la puerta contraria de la que Remus había salido, entró, eufórica, una chica de cabello alborotado. Iba corriendo, pasando por quién sabe cuántos vagones del Expreso de Hogwarts. Notablemente asustada, con la respiración agitada. Remus se irguió en su metro noventa y no la dejó ir más allá de su cuerpo, tomando a aquella alumna perturbada firmemente de ambos brazos antes de que ambos cuerpos se chocaran.
— Todos deberían estar en sus compartimientos —regañó desde su lugar de profesor—. ¿Qué es lo que estás haciendo que no...?
Ella gimoteaba, intentando soltarse del agarre de Remus, susurrando algo inentendible, hasta que se dejó caer. Remus la observó un poco asustado, hasta que reconoció que no se trataba de ninguna estudiante del colegio Hogwarts.
— ¿Sybill? —preguntó. Con todo su peso muerto en los brazos, como si fuera de hule, Sybill colgaba de él, inconsciente.
— Muy mal. Muy mal. Muy mal.
Al abrir sus ojos, estos estaban completamente blancos; sin pupilas, sin iris. Blancos y brillantes.
En trance.
— ¡Que se metan en sus compartimientos! —gritó airado.
Las puertas se abrieron dejando pasar a un dementor; una criatura nauseabunda, oscura, de apariencia fantasmal cubierta por largas túnicas negras. Los guardianes de la prisión de Azkaban rodeaban el Expreso de Hogwarts en busca de su único fugitivo.
No.
Buscaban a cualquiera. Cualquiera que pudiera alimentarlos de alegría, esperanza y paz... Y, en ese momento, Sybill era un blanco fácil.
Del manto negro salía una mano huesuda y larga, de color verdoso, como si estuviera descompuesta. No tuvo que estar cerca para comenzar a absorber de ella.
Remus dio un paso hacia atrás, otra vez, alzando su varita, preparado para lanzar el hechizo protector:
— ¡Expecto Patronus! —exclamó, ahuyentando al dementor.
Los alaridos de los estudiantes que espiaban por detrás de las cortinas no eran totalmente por miedo, como pensó Remus. Ellos intentaban advertirle que otro dementor estaba justo detrás suyo, a punto de atacarlo a él.
...
Sintiendo frío, Sybill abrió los ojos. Tardó un momento en recobrar el sentido y ver lo que estaba pasando a su alrededor. El dementor succionaba la alegría de alguien a centímetros suyo. De su bota derecha sacó su varita de cedro y apuntó:
— ¡EXPECTO PATRONUS! —gritó.
Un chorro de luz que vacilaba entre lo plateado y azul salió disparado, convirtiéndose en un bivaque de mariposas que ahuyentaron al segundo y último dementor. Sybill miró a ambos lados; del lado derecho no vio más allá de los vidrios empañados; del lado izquierdo tenía espectadores.
— ¡Quédense en sus compartimientos! —ordenó, acercándose al hombre que yacía inconsciente en el suelo.
Sybill se arrodilló a su lado, moviéndolo con un poco de intensidad al reconocerlo. La década que había pasado se le notaba en las facciones, pero las cicatrices y sus ojeras seguían en el mismo lugar. Se trataba de Remus Lupin.
Metió ambas manos en los bolsillos de su túnica color ciruela en busca del incienso, entre anillos y piedras energéticas, encontró la botellita de hojas secas. La encendió y la movió cerca de la nariz de Remus mientras tarareaba la canción del ruiseñor.
Primero estornudó y después abrió los ojos, sentándose de repente.
— Hola —lo saludó feliz, con una sonrisa ancha que fue acompañada de una carcajada sutil.
— ¿Qué es eso? —preguntó Remus con amargura mientras palpaba su propia túnica en busca del chocolate. No le interesó escuchar la respuesta. Necesitaba chocolate o se desmayaría. Abrió el envoltorio y sacó aquel último pedazo que le quedaba consigo. No obstante, antes de engullírselo de golpe, lo partió a la mitad y se la dio a Sybill— Comelo. Te hará sentir bien.
— ¿Estás en Hogwarts por...?
Remus se paró, dejándola de rodillas en el suelo, con la pregunta a medio terminar.
— Iré a hablar con el maquinista.