
Peter estaba muerto.
Si le hubieran preguntado cómo lo sabía no habría podido contestar de forma lógica, no tenía manera de saberlo, pero la realidad era que estaba seguro. Peter Pettigrew estaba muerto.
Puede que lo lógico fuera sentir alivio, quizás satisfacción, probablemente debería sentir algo completamente distinto a lo que estaba sintiendo, porque lo que sus entrañas estaban haciendo era doler, doler como nunca habían dolido. Pero así era su vida, ningún sentimiento, por lógico que fuera, podría apagar la culpa que embriagaba su interior desde hacía casi diecisiete años, la culpa que le gritaba una y otra vez que si alguien debía estar muerto, era él.
Contra toda lógica, Remus Lupin, era el último merodeador en pie.
Un hombre lobo que parecía tener al menos diez años más de los que realmente cargaba a su espalda, que había atravesado una guerra y ahora estaba en el punto álgido de otra, un mago de sangre mestiza que por poco no había podido ir a Hogwarts y que había pasado doce años apartado del mundo, perdido entre la luna y salarios que apenas le daban para comer, un hombre que llevaba la oscuridad como parte de su ser, estaba vivo. Y sus tres amigos del colegio, los que le habían dado toda esperanza, los que le habían hecho creer que quizás había algo bueno que esperar en la corta línea de vida que le esperaba, no lo estaban.
No sólo era extraño, improbable, algo que alteraría las medias en cualquier registro histórico, si no que además estaba mal, era un error. Remus debería haber sido el primero en morir, no el último, siempre había sabido que así sería.
Dentro de su pecho, en el interior de su alma, el Remus de quince años no se lo creía, pero a la vez era ese mismo chico el que sabía que su último amigo había caído.
Y el Remus de treinta y ocho años era consciente de que tenía cosas mucho más importantes por las que preocuparse, porque iba a tener un hijo, porque Harry estaba quién sabe dónde buscando horrocruxes, porque había una batalla a cada vuelta de esquina. Pero no era el Remus de treinta y ocho años quien tenía el control en ese momento.
Cuando tenía quince años, Remus pensó por primera vez que iba a ser el primero en morir.
La edad media de los magos era bastante elevada si la comparabas con los muggles, pero la edad media de los hombres lobo ni si quiera llegaba a ese punto. Y aunque parte de él sentía el dolor y temía el sufrimiento prematuro que su cuerpo iba a sufrir, también estaba agradecido, porque él podía ser el primero en morir y no pasaría nada.
James era fuerte, perder a su mejor amigo sería un golpe duro, pero se recompondría, aún tendría a Sirius, su hermano, y a Lily, y a la familia que sabía que algún día formarían, aunque ahora mismo pareciese más plausible que las ranas criasen pelo. Tendría todo lo que puede desear y Remus solo sería un suspiro nostálgico de vez en cuando.
Sirius… Sirius encontraría a alguien que le amase mejor, alguien que también le quisiese tal y como es, alguien que sacase lo mejor de él y a quien sí pudiera amar, y Remus sería ese chico que le quiso y con mucha suerte, el que le haría darse cuenta de que no sólo era posible enamorarse de él, si no inevitable. Hasta que llegara ese alguien que realmente le mereciese.
Peter no era tan fuerte como James ni tenía la capacidad de renacer de Sirius, pero les tenía a ellos, así que aunque su ausencia se notase, los tres seguirían siendo ese grupo de chicos que consiguieron hacerse animagos en mitad de la adolescencia, se mantendrían unidos y Peter acabaría olvidando el dolor por el antiguo hombre lobo que fue su compañero una vez.
Así que el Remus de quince años pensó que más vale vivir unos pocos años rodeado de las personas a quien quiere que muchos más pero viéndolos irse uno a uno, y se fue a dormir. Nunca había pensado que las cosas pudieran pasar de otra forma. Él sabía que iba a ser el primero en morir.
Pero fue James el que se fue primero, al que le arrebataron primero, y el Remus de veintiún años pensaba que Peter había sido el segundo. Y entonces su vida se derrumbó, porque estaba solo y todo había salido al revés, porque él tenía que haber sido el primero pero sus líneas de la vida se habían mezclado y de repente nada de lo que había pasado ni vivido tenía sentido, y nunca volvería a tenerlo, viviera los años que viviera.
Y pasó 12 años lamentándose, porque daba igual lo que hiciera, el orden del mundo se había alterado, él ya no iba a ser el primero en morir. Y eso era un error.
Remus pensaba que nada podría ser peor que ese sentimiento, que sentir que le habías arrebato el turno de vivir a las personas que más querías, pero sí podía empeorar, porque no ser el primero era un error, pero ser el último era una abominación. Remus Lupin no podía ser el último merodeador con vida, pero allí estaba, y lo era.
Peter estaba muerto y Remus lo sabía porque desde los quince años había tenido claro que un día su vida se separaría de la de sus amigos de forma irremediable y él iba a saber exactamente el momento en que ocurriese, cuando acabase solo en la oscuridad, pero nada le habría preparado para saber que esa oscuridad iba a ser la vida misma.
…
En los dos meses siguientes sintió en todo momento el peso del destino en su nuca, recordándole que las cosas no debían haber sucedido de esa manera. Remus Lupin, el hombre lobo mestizo, sobreviviendo a sus tres amigos sangre pura, y con un hijo al que criar.
Y el Remus de quince años le seguía diciendo que no era posible, que la luna tenía que atraparle a él antes que a los demás, que era a él a quién quería y debía llevarse primero.
Y el Remus de treinta y ocho seguía convenciéndose de que luchar valía la pena, y que la luna nunca había sido tan buena con él como para dejarle marchar sin hacerle sufrir primero.
Pero había algo que tanto el Remus de quince años como el de treinta y ocho sabían, y es que la luna por fin iba a por él. No era más tarde de lo que esperaba, en sus días más optimistas podría haber dicho que incluso llegaba pronto, pero la realidad era que no le sorprendía, la luna tendría que haberle atrapado mucho antes, si ya se había llevado a todos sus amigos.
Remus no quería morir, tenía un hijo.
Remus sabía que iba a morir, no había parado la maldición a tiempo.
Remus se estaba muriendo, antes de lo que debía.
Remus se estaba muriendo, aunque ya era demasiado tarde para hacerlo.
Remus estaba muerto y la luna le había atrapado cuando por fin volvía a tener una razón para vivir, pero siempre había sido así, la luna siempre le había perseguido, le había machado y le había recordado que la vida no es justa, pero el destino establece su propia justicia.
Y por fin le tocaba a él.
Porque era el último cuando debía haber sido el primero.