
Ojalá existiera la magia, pero más importante es la amistad
Ojalá existiera la magia y Mary pudiera dejar de tener frío con un par de palabras,
ojalá existiera la magia y no un calefactor de manos del que Marlene se ríe pero siempre acaba usando,
ojalá existiera la magia y Lily y Remus no llevaran media hora intentando encender un fuego con palos y piedras,
ojalá existiera la magia y James, Peter y Sirius pudieran ser hechizados para que dejaran de jugar a pelearse con palos.
Pero la magia no existe y ellos han decidido ir de picnic,
es el siglo XXI pero han decidido no utilizar ninguno de los avances,
así que menos mal que tiene ese estúpido calefactor de manos.
Y el teléfono, ese en el que Marlene lleva grabados más videos de los que parecen posibles,
ese otro que Peter casi destroza después de intentar subir a un árbol para tener cobertura,
o aquel que Sirius intenta coger disimuladamente para llenar la galería de Remus de fotos de su cara.
Las estrellas pronto empezarán a brillar en el cielo y eso sería lo único que no habrá cambiado en milenios,
Mary cree que la actualidad tiene cambios bastante buenos y no es necesario querer vivir como si no existieran las cerillas,
ni los campings a un kilometro de distancia, o los supermercados a diez minutos en coche,
ni un restaurante con unas patatas fritas buenísimas que no saben a sandwich casero revenido.
Pero parece que haber pasado los 2000 no es suficiente para acabar con las tradiciones de las acampadas,
salvo por el 5G, que no funciona,
y la cafetera portátil, que funciona a medias.
Ojalá existiera la magia, esa que por mucho que se intente no se logra en la modernidad,
seguro que si existiera ahora mismo serían todos más felices,
y Lily no estaría pidiéndole tiritas a James porque se ha cortado con un palo,
Marlene no le habría gritado a Sirius por milésima vez que su tienda no está bien montada,
y Remus y Peter no estarían compartiendo miradas que reflejaban claramente la aprensión de comer patatas fritas que llevan a saber cuánto en el asiento trasero.
Pero la magia no existe, o al menos ellos no son magos,
lo que si existen son las tarjetas de crédito y los supermercados,
y Mary conoce a sus amigos lo suficiente como para levantarse y decir que va a ir a comprar un encendedor y un fogón para la leña,
como para reconocer el alivio en sus ojos aunque digan que ella se ha dado muy rápido por vencida,
como para saber que no cambiaría a esos idiotas por nada del mundo.
Ni por la magia,
ni por vivir en la actualidad.