Aquello que anhelamos no muere con la primera vez
La primera vez que oyó su risa quiso haberla causado ella.
La primera vez que vio sus ojos quiso que no dejaran de mirarla.
La primera vez que fue la receptora de su voz quiso que repitiera siempre su nombre.
La primera vez que rozó su piel quiso que se fundieran en una sola.
La primera vez que la abrazó quiso que se convirtiera en hogar.
La primera vez que la besó quiso regalarle sus labios.
La primera vez que entendió lo que era el deseo fue bajo sus caricias.
Y la primera vez que la vio llorar quiso arrancarse el corazón.
La primera vez que les vio reírse quiso quedarse sorda.
La primera vez que vio cómo se miraban quiso que desapareciera toda luz.
La primera vez que les escuchó hablar quiso que se acabaran las palabras.
La primera vez que vio su mano en la de él quiso arrancársela.
La primera vez que les vio abrazarse quiso meterse en medio.
La primera vez que les vio besarse quiso gritar.
La primera vez que comprendió que el deseo iba mucho más allá de las sábanas fue cuando sus vidas se separaron.
Y la primera vez que Lucius la hizo reír todavía sentía que sus risas le pertenecían a Alice.
La primera vez que Narcisa dejó de negar que Alice ya no era más que una sombra de sí misma, lloró.
Y entendió:
Con el paso de los años habían muerto muchas cosas,
pero no todos esos deseos de cosas imposibles,
no todo lo que quiso de ella,
con ella.
Para Narcisa,
el deseo, el sueño, la ilusión,
sería ella,
siempre.