
Encuéntrame en mis sueños, Pandora
Su madre se lo dijo cuando era muy pequeñita,
que ella tenía un don,
un don difícil de controlar,
un don que no se nombraba.
Ahora Pandora tenía 16 años,
y todavía no sabía como usarlo,
pero tenía la sensación de que su don,
la estaba utilizando a ella.
Siempre empezaba igual,
en medio de un jardín repleto de claveles,
del mismo rojo que los labios que segundos después,
tenía justo enfrente.
Lo que pasaba después,
lo que salía de aquella boca,
era lo único que iba cambiando.
"Siempre he querido decirte lo mucho que me gustan tus ojos"
"Ojalá supieras que he imaginado mil formas de conocer el tacto de tu piel"
"¿Por qué no me atrevo a más que soñar contigo?"
Una y otra vez,
una y otra noche,
durante los últimos dos años.
Y siempre, cada vez,
cuando levanta la mirada,
y esos ojos oscuros se clavan en los suyos,
se despierta.
Menos hoy.
"El rojo te queda bien"
Su respiración se detiene por un segundo,
el clavel que adorna el rubio de su pelo parece pesar un poco más,
sus manos tiemblan ligeramente,
y Mary Macdonald está sonriendo, sin desvanecerse cuando la mira.
Las palabras se acumulan en el cielo de su boca,
pero Pandora no elige las que salen de ella finalmente.
"Me lo dijo un sueño"
Las ojos de Mary se abren ligeramente,
ahora es su respiración la que tropieza,
y sus manos se sujetan la una a la otra.
Y entonces Pandora lo entiende.
Que no era su sueño,
que no era su mente,
que no era su historia.
O al menos no sólo suya.
"A veces en sueños somos más inteligentes que despiertos"
Aunque lo dice segura,
Pandora nota el ligero temblor en sus palabras.
Asiente y se acerca a ella,
roza su muñeca con los dedos,
y le sonríe con la mirada más que con los labios.
"Espero que nunca dejes de soñar, Mary".