Misterios

Harry Potter - J. K. Rowling
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Misterios
Summary
Los Merodeadores, liderados por James Potter, Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew, se embarcan en una intrépida aventura al descubrir un antiguo pergamino que revela secretos ocultos de Hogwarts. A medida que desentrañan enigmas mágicos y pasadizos secretos, se topan con misteriosos eventos del pasado de la escuela, desencadenando el desafío de proteger a Hogwarts de fuerzas oscuras que amenazan con resurgir.Pero también juntando sus destinos con los príncipes de Slytherin, lo que ocasiona descontentos pero también surge el amor.
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XXV El Pasado de los Potter

Narrador omnisciente

Euphemia O'ward observó las llamas danzar en la chimenea de la sala común de Ravenclaw, su mente inquieta mientras los murmullos de sus compañeros se perdían en la distancia. La calma en el aire de esa noche de otoño no reflejaba la creciente inquietud que había empezado a asentarse en su pecho desde que comenzó el año escolar. Algo había cambiado en Hogwarts. Algo que ni los profesores ni los prefectos parecían notar, pero que ella y algunos de sus amigos sí.

Había un rumor constante, un susurro en los pasillos oscuros y olvidados del castillo. Algo estaba despertando, algo que parecía haber estado dormido durante generaciones. Euphemia no quería creerlo al principio, pero las miradas furtivas de Fleamont y su creciente cercanía con Orion Black confirmaban que había algo más, algo que nadie se atrevía a nombrar, pero que ellos habían encontrado.

Euphemia apoyó la barbilla en la palma de su mano, con los ojos fijos en el fuego, pero su mente estaba lejos de allí. Las noches eran más largas últimamente, no porque el otoño estuviera avanzando, sino porque algo en el ambiente parecía más pesado. Hogwarts ya no se sentía tan seguro como antes.

Suspiró y se levantó de su asiento, su túnica ondeando ligeramente mientras se alejaba de la cálida luz del fuego. Necesitaba un respiro, un momento lejos de la tensión que parecía envolver cada rincón del castillo. Sus pasos resonaron suavemente en los corredores vacíos mientras se dirigía hacia los jardines, un lugar que le ofrecía algo de paz en medio de tanto caos.

Había sido amiga de Fleamont desde tercer año, cuando ambos se emparejaron para un proyecto en Herbología. Entre discusiones sobre fertilizantes mágicos y bromas sobre mandrágoras, una conexión se había formado. Y sin querer, poco a poco, ambos se habían enamorado. Sin embargo, había una barrera no mencionada entre ellos: la creciente obsesión de Fleamont y Black con algo que Euphemia no lograba entender del todo, pero que parecía estar consumiéndolos.

La pelirroja se envolvió en su capa, observando cómo la luna iluminaba débilmente los terrenos de Hogwarts. La vida en este país frío y gris nunca dejó de sorprenderla. México, con su sol ardiente y sus colores vibrantes, parecía un recuerdo lejano. Extrañaba el calor del hogar, los sabores de la cocina de su madre y las historias que su padre solía contar mientras los rayos del sol bañaban la sala familiar.

Los O'ward eran una familia respetada en Latinoamérica, un linaje de magos sangre pura que, sin embargo, no compartían los ideales extremistas de otras familias. Había un orgullo en su legado, pero nunca con el propósito de menospreciar a otros. Simplemente eran guardianes de tradiciones que, con el tiempo, habían preservado la pureza de su sangre sin buscarlo activamente.

La Ravenclaw se detuvo junto a una de las fuentes del jardín y cerró los ojos, dejando que el sonido del agua le devolviera un poco de calma. No pasó mucho tiempo antes de que oyera pasos detrás de ella.

—¿Euphemia?

Giró la cabeza para encontrar a Fleamont, su cabello desordenado como siempre y su rostro iluminado por una mezcla de emoción y nerviosismo.

—¿Qué haces aquí sola? —preguntó él, acercándose. Había algo en su tono, una urgencia que la pelirroja reconoció al instante.

—Necesitaba aire fresco —respondió ella con una sonrisa leve. —¿Tú qué haces aquí?

El Gryffindor dudó un momento antes de hablar.

—Hay algo que quiero mostrarte. Algo importante.

Euphemia arqueó una ceja, su curiosidad despertando.

—¿Esto tiene algo que ver con Black? —preguntó, su voz ligeramente más seria.

El de anteojos asintió lentamente.

—Sí. Lo encontramos juntos... algo antiguo, algo que creo que necesitas ver por ti misma.

Euphemia lo observó fijamente, tratando de leer lo que no decía. Sabía que, con Fleamont, siempre había un peligro oculto detrás de su entusiasmo. Pero su conexión con él, y la necesidad de protegerlo de lo que fuera que estuviera enfrentando, siempre terminaban ganándole.

—Está bien —dijo finalmente, con un suspiro. —Llévame.

El de ojos chocolate le tendió la mano, y ella la tomó sin dudar. Sin saberlo, estaba a punto de dar un paso hacia un misterio que cambiaría no solo su vida, sino la de generaciones por venir o incluso que podría destruir todo lo que ella quería con su alma.

Fleamont la guio con rapidez por los pasillos del castillo, evitando las zonas más concurridas y las rondas de los prefectos. Euphemia sentía que la adrenalina comenzaba a llenar su pecho; el modo en que el Gryffindor apretaba su mano y la urgencia en su andar le confirmaban que aquello era más que un simple descubrimiento.

—Monty, ¿podrías decirme qué está pasando? —susurró finalmente, intentando mantener el ritmo mientras subían una escalera que se movía de manera caprichosa.

El mayor giró brevemente el rostro hacia ella, sus ojos reflejando una mezcla de emoción y preocupación.

—Es algo que encontramos Orion y yo... No sé cómo explicarlo, Elffie, pero cuando lo veas, lo entenderás.

La Ravenclaw apretó los labios, su mente llenándose de preguntas. Fleamont y Black no eran precisamente las personas más cuidadosas del mundo, y si lo que habían descubierto era tan importante como sugería su tono, entonces también podía ser peligroso.

Finalmente, llegaron a una de las aulas abandonadas del tercer piso, un lugar que Euphemia apenas había visitado durante sus años en Hogwarts. El castaño empujó la puerta con cuidado, y el crujido de las bisagras resonó en el silencio. Al entrar, lo primero que notó fue a Orion Black, sentado en una mesa con una expresión grave, algo raro en él. Frente a él, iluminado por la luz tenue de un candelabro flotante, estaba el pergamino.

Era grande, mucho más de lo que Euphemia esperaba, y tenía un aire antiguo, con bordes desgastados y marcas que hablaban de siglos de uso. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue el extraño resplandor que emanaba de las letras que lo cubrían. Parecían cambiar y moverse, como si tuvieran vida propia.

—¿Qué es esto? —preguntó la pelirroja, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

Orion levantó la mirada, y su expresión calculadora chocó con la incertidumbre de ella.

—Es Don —respondió con voz grave—. O al menos, así es como se presentó cuando Fleamont y yo lo encontramos.

Euphemia frunció el ceño, dirigiendo su mirada al mencionado.

—¿Se presentó?

—Sí —respondió el de anteojos, dando un paso hacia el atril donde reposaba el pergamino—. Este... objeto habla, Elffie. No sé cómo explicarlo, pero tiene voluntad propia. Y un propósito.

La pelirroja no pudo evitar reír con incredulidad, aunque no había rastro de humor en su voz.

—Esto suena a una broma de muy mal gusto, Monty.

—¿Parezco estar bromeando? —dijo él, su tono más serio de lo que Euphemia estaba acostumbrada.

Orion intervino, su voz tan fría como siempre.

—Es cierto. Este pergamino nos eligió, O'ward. A nosotros tres, aparentemente. Aunque no sabemos por qué.

La mexicana lo miró, confundida.

—¿A mí? ¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque dijo tu nombre.

Las palabras de Orion cayeron como un peso en el pecho de Euphemia. Antes de que pudiera procesarlas del todo, el pergamino comenzó a brillar con más intensidad, y una voz profunda y susurrante llenó la habitación, haciendo que los tres se quedaran completamente inmóviles.

"Euphemia O'ward, al fin."

La nombrada sintió que el aire abandonaba sus pulmones, y su cuerpo se tensó. Las letras escribían su nombre. Era real, tan real como las llamas que danzaban en las velas.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó finalmente, su voz firme a pesar del temor que crecía en su interior.

El pergamino brilló de nuevo, y las letras comenzaron a moverse, formand palabras que, aunque en silencio, resonaron en la mente de los tres jóvenes.

"Necesito que reúnan a los demás."

Se quedaron inmóviles, y aunque la pelirroja seguía sin entender del todo la situacion, los dos hombres hablaron con una firmeza que la asustaron.

—Solo mencionaste a O'ward, ¿tenemos que juntar a más personas? —preguntó el de ojos grises.

—Sorprendente, ya me bastaba con compartir mi secreto con Orion y ahora será con más gente —dijo el de anteojos.

"Necesito para la siguiente misión a cuatro mujeres poderosas, a cuatro brujas con elementos distantes y poco concordantes pero con una finalidad igualmente emocionante."

Las letras sobre el pergamino comenzaron a formarse con una rapidez que casi parecía ansiosa. Orion, Fleamont y Euphemia se inclinaron hacia adelante, como si quisieran asegurarse de no perderse ni una sola palabra.

"El destino me lleva a buscar a cuatro mujeres. Cada una es única, cada una tiene un elemento que la hace indispensable para el próximo paso."

La pelirroja sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no dijo nada. Las palabras siguieron formándose, lentamente esta vez, como si deliberaran cada trazo.

"Eileen Prince, la alquimista de las sombras.

Annette Varela, la leona del corazón puro.

Admeria Ravenswood, la estratega de la mente fría.

Euphemia O'ward, la guardiana del fuego ancestral."

 

El silencio cayó sobre ellos como una manta. Euphemia parpadeó, incrédula.

—¿Eileen Prince? —dijo finalmente el único Gryffindor, con el ceño fruncido. —¿La Slytherin?

—La misma —murmuró Orion, cuyos ojos grises se clavaron en las letras aún brillantes. —Es brillante en pociones, pero... ¿ella aceptaría unirse a algo como esto?

—¿Annette Varela? —Euphemia, ignorando el comentario, se enfocó en otro nombre que resonaba en su mente. —Es una Gryffindor, ¿cierto? La conocí en una reunión de la Sociedad de Estudiantes Extranjeros.

Su novio asintió, su expresión más relajada al escuchar ese nombre.

—Sí, es colombiana. Es un año menor que nosotros. Siempre me pareció... tranquila, pero fuerte.

Orion no dijo nada al respecto, pero Euphemia podía notar que la lista de nombres estaba poniendo a prueba su paciencia.

—¿Y quién es Admeria Ravenswood? —preguntó la pelirroja finalmente, cruzándose de brazos. —Nunca he oído hablar de ella.

El pergamino brilló una vez más, como si respondiera a la pregunta. Las palabras comenzaron a aparecer nuevamente.

"Admeria es más conocida entre los Slytherin. Una mente brillante, capaz de ver el camino antes de que otros siquiera lo imaginen. Pero su lealtad deberá ser puesta a prueba."

Orion levantó una ceja, su postura volviéndose más rígida.

—Es la prometida de Crouch, una chica de familia sangre pura, anunciaron su compromiso recientemente.

Fleamont se pasó una mano por el cabello, exhalando lentamente.

—Esto no será fácil. Juntar a estas cuatro... —Miró a Euphemia con una mezcla de preocupación y determinación. —¿Estás segura de que quieres continuar?

La pelirroja apretó los labios, sintiendo el peso de lo que significaba esa lista de nombres. Pero había algo en el brillo del pergamino, en la forma en que parecía haberla llamado específicamente, que no le permitía apartarse.

—No sé si quiero hacerlo, Monty —dijo con sinceridad, aunque su voz no tembló. —Pero si no lo hago, nunca sabré qué significa todo esto.

El de cabellos negros, quien había estado en silencio, habló finalmente.

—Entonces será mejor que empecemos a planear cómo hablar con cada una de ellas. Esto no va a ser fácil.

—Esto va a ser un gran problema. Si alguien se entera de que estamos haciendo esto, especialmente los profesores, podríamos meternos en un problema serio.

—¿Problema serio? —replicó Euphemia con una ceja alzada, cruzando los brazos—. Black, estamos hablando de un objeto que literalmente habla y les asigna tareas misteriosas. Esto ya está en un nivel más allá de lo serio. Me imagino que no es la primera tarea de ustedes dos, pero si es la primera donde ninguno de ustedes participa y si lo hace alguien más.

Fleamont se llevó las manos al cabello, despeinándolo aún más.

—Lo primero es encontrar a estas chicas —dijo, su tono más pragmático—. Euphemia ya conoce a Annette, así que podría empezar con ella. Yo puedo hablar con Eileen...

—¿Y tú crees que una Slytherin confiará en un Gryffindor como tú? —interrumpió Orion con un destello de burla en su voz.

—Al menos yo lo intentaré, Black —respondió el de anteojos con firmeza, mirándolo directamente a los ojos.

—Yo me encargaré de Admeria —dijo el de ojos grises, como si no quisiera dar más espacio para discutir—. Ya tengo suficiente experiencia lidiando con su familia como para saber cómo acercarme.

Euphemia asintió, aunque no podía evitar sentirse ansiosa. Había demasiadas incógnitas, demasiados riesgos. Pero había algo en la manera en que el pergamino había pronunciado su nombre que la hacía sentir responsable, como si todo esto estuviera destinado a ella desde el principio.

—De acuerdo, tenemos un plan —dijo finalmente, con determinación en su voz—. Pero si algo sale mal, nos detenemos inmediatamente. ¿Entendido?

Orion y Fleamont intercambiaron miradas antes de asentir al unísono. La pelirroja respiró hondo, sintiendo que acababan de cruzar una línea invisible. A partir de ese momento, sus vidas estarían ligadas a un misterio que ninguno de ellos comprendía por completo, pero que parecía dispuesto a arrastrarlos hacia algo mucho más grande de lo que podrían imaginar.

Las llamas del candelabro flotante parpadearon, como si el pergamino estuviera satisfecho. Sin más indicaciones, las letras comenzaron a desvanecerse lentamente, y la luz en la habitación volvió a su tono natural.

La Ravenclaw se volvió hacia los dos chicos.

—Será mejor que nos vayamos antes de que alguien nos descubra aquí.

El castaño asintió, y sin soltar su mano, la guió nuevamente hacia los pasillos oscuros de Hogwarts. Orion los siguió en silencio, su mente claramente ocupada con pensamientos que no compartía.

Mientras se alejaban, Euphemia miró una última vez hacia la puerta del aula, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Algo le decía que esto era solo el comienzo.

 

...

 

La tarde caía con suavidad sobre los tejados del pueblo mágico, y el aire olía a mantequilla y chocolate caliente. Euphemia caminaba a paso firme entre las calles adoquinadas, su capa ondeando detrás de ella, hasta llegar a la librería local, donde sabía que encontraría a Annette.

La Gryffindor estaba revisando algunos ejemplares antiguos en la sección de historia mágica, con una expresión serena que Euphemia reconoció al instante. Se acercó con una sonrisa cálida, aunque sus ojos delataban una intención más seria.

Hola, Varela, ¿cómo estás? —habló en español, buscando generar más confianza en la tranquila leona.

Hola, O'ward, estoy muy bien ¿y tú? —el acento colombiano se dio a relucir en la pequeña rubia, quien sonreía con tranquilidad.

De maravilla, venía a buscarte para proponerte algo... —La pelirroja dejó que la palabra se alargara en el aire, mientras su mirada se volvía algo más cautelosa.

Annette la miró con curiosidad, sintiendo que algo importante estaba por revelarse.

¿Qué es ese algo? —preguntó, sin perder detalle, inclinándose ligeramente hacia la contraria. La confianza y la curiosidad brillaban en su mirada.

La Ravenclaw le dedicó una sonrisa misteriosa, y dejó que el silencio se instalara entre ellas antes de responder.

En sí es un secreto, uno muy grande que necesito que guardes —la voz de Euphemia se hizo más baja, como si las palabras pudieran ser escuchadas por otros si hablaba más alto. —¿Podrías verme en cuatro días en el tercer piso?

La de ojos azules frunció el ceño, sintiendo que la atmósfera se volvía más densa, como si el aire se cargara de algo indescriptible.

¿En el tercer piso? ¿Un secreto, en serio? —su tono denotaba más sorpresa que desconfianza, pero el brillo en sus ojos delataba su creciente curiosidad. —¿Qué tipo de secreto es este, O'ward? ¿De qué estás hablando?

La mencionada la miró fijamente, su expresión un tanto tensa, como si pesara cuidadosamente cada palabra.

Es algo que involucra a muchos, pero no puedo decir más aún, Annette —respondió suavemente. —Solo confía en mí. Lo entenderás todo en su momento.

La Gryffindor, aún con la incertidumbre en el rostro, asintió lentamente, aunque un torrente de preguntas siguió fluyendo por su mente.

—¿Quién más está involucrado? ¿Por qué el tercer piso? ¿Es peligroso? No puedes venir aquí a decirme algo a medias. —Continuó, incapaz de evitar seguir indagando.

Euphemia la observó un segundo más, antes de sonreír con ternura.

Por ahora, todo lo que necesitas saber es que es importante y lo guardarás para ti. Te veré el lunes, ¿de acuerdo?

La joven Gryffindor la miró con una mezcla de desconcierto y aceptación, sabiendo que no conseguiría más respuestas en ese momento.

Está bien... —dijo, aunque la intriga seguía ardiendo dentro de ella. —Nos vemos en cuatro días, O'ward. No sé si estaré tranquila hasta entonces.

Euphemia dejó escapar una risa suave, como si ya estuviera acostumbrada a que le hicieran tantas preguntas.

Te prometo que lo entenderás. Solo un poco de paciencia, querida Varela. —Y con esa última mirada, Euphemia se dio media vuelta y se alejó de la librería, dejando a Annette con más preguntas que respuestas, pero también con una sensación de anticipación. Tenis el presentimiento de que ese día sería importante.

 

...

 

Fleamont Potter caminaba por los pasillos de Hogwarts con una mezcla de emoción y nerviosismo, los dedos tamborileando contra el borde de su capa. Sabía que convencer a Eileen Prince, la astuta y calculadora estudiante de Slytherin, no sería tarea fácil. Conocía bien su reputación: nadie lograba sacarle una palabra de más sin que ella lo decidiera. Y hoy, sin duda, sería uno de esos momentos.

La encontró en la biblioteca, como era habitual. Eileen estaba sentada en una mesa alejada, con su libro abierto y una pluma descansando sobre la mesa, rodeada de pergaminos organizados con una precisión casi enfermiza. Fleamont se acercó con cautela, aunque su confianza habitual intentaba imponerse.

—Prince —dijo en voz baja, tratando de sonar casual, pero su tono traicionaba el nerviosismo que sentía.

La Slytherin levantó la vista lentamente. Sus ojos oscuros y penetrantes se posaron en él, y por un momento, la tensión en el aire fue palpable. No dijo nada al principio, pero la quietud era más intimidante que cualquier palabra.

—Potter —respondió finalmente, su voz fría pero no despectiva. Fleamont notó que su mirada era evaluadora, como si estuviera calculando cada movimiento suyo.

—¿Tienes un momento? —preguntó el Gryffindor, sin saber muy bien cómo empezar.

Eileen arqueó una ceja, pero no hizo ningún movimiento para levantarse. En su lugar, inclinó ligeramente la cabeza, indicándole que podía continuar.

—Sé que no suena muy convincente viniendo de mí, pero necesito tu ayuda con algo... mucho más grande de lo que imaginas —dijo Fleamont, haciendo una pausa reflexiva mientras evitaba la mirada penetrante de la serpiente. Sus palabras salieron con una mezcla de urgencia y cautela. —Y para eso necesito que, en cuatro días, puedas ir a verme al tercer piso. Prometo que no tomará mucho tiempo, pero es importante que sea ese día.

Eileen permaneció en silencio unos segundos, mirando a Fleamont con una mezcla de curiosidad y desdén. Su expresión era implacable, como si evaluara la sinceridad de cada palabra que él decía. Fleamont sintió su mirada sobre él como un peso, pero no cedió, manteniendo su postura.

—No estoy acostumbrada a aceptar ir a reuniones propuestas por Gryffindors —dijo ella al fin, su tono sereno pero firme—. Mucho menos de alguien como tú.

Fleamont sintió una chispa de frustración, pero la suprimió rápidamente. Sabía que tendría que demostrar que lo que ofrecía no era algo trivial.

—Lo sé, y entiendo que esto te parezca extraño, pero te prometo que esto es más grande que cualquier rivalidad que puedas tener con los Gryffindor —respondió con una ligera sonrisa, tratando de suavizar el aire tenso.

Eileen no respondió de inmediato. Su mirada se desvió hacia la ventana cercana, como si estuviera valorando las implicaciones de lo que acababa de escuchar. Fleamont esperó en silencio, sabiendo que ella no tomaría decisiones impulsivas. La Slytherin era demasiado meticulosa para eso.

Finalmente, se recostó en su silla y, sin mirarlo directamente, dijo:

—Cuatro días, tercer piso... No te hagas muchas ilusiones, Potter. Si esto no es lo que dices, te aseguro que lo lamentarás.

Fleamont asintió, aliviado, aunque sabía que Eileen no lo hacía por bondad. Estaba tomando una decisión calculada, como siempre lo hacía.

—Lo prometo, Prince. No será en vano.

Con esa última advertencia, Eileen cerró su libro de un golpe y se levantó lentamente, dejando a Fleamont con la sensación de que había logrado lo que quería, pero que aún quedaba mucho más por hacer para que todo esto saliera como esperaba.

 

...

 

La luna llena iluminaba tenuemente los terrenos de Hogwarts, proyectando sombras alargadas en las paredes del castillo. En el tercer piso, oculto tras un tapiz descolorido, se encontraba un estrecho pasadizo que conducía a una sala olvidada por el tiempo. Allí, Euphemia, Annette, Admeria y Eileen aguardaban en silencio.

La habitación era amplia y fría, con muros de piedra cubiertos de símbolos que parpadeaban débilmente como si estuvieran vivos. En el centro, un pedestal sostenía un objeto cubierto por un velo negro que parecía vibrar con energía mágica.

Euphemia, quien había asumido de forma natural el liderazgo del grupo, observó a las otras tres mujeres con determinación. Su varita descansaba firmemente en su mano derecha, y su expresión era una mezcla de seriedad y esperanza.

—Este lugar fue diseñado para probarnos —dijo, con un tono firme, aunque podía percibirse un rastro de nerviosismo—. Todo lo que hemos encontrado apunta a que hay cuatro pruebas, y cada una de nosotras enfrentará una. Solo trabajando juntas lograremos superarlas.

—¿Y qué sucede si fallamos? —preguntó Admeria, su tono neutro, aunque sus ojos verdes brillaban con una mezcla de curiosidad y cautela.

—Espero que no tengamos que descubrirlo —respondió Euphemia, con una media sonrisa tensa.

Eileen, quien había estado estudiando las runas de una de las paredes, se volvió hacia el grupo, cruzando los brazos.

—Esto no es un simple juego de ingenio —dijo en su tono habitual, frío y analítico—. Estas runas indican que cada prueba no solo mide nuestras habilidades mágicas, sino también nuestras emociones. Si no mantenemos la calma, podríamos activar una maldición que hará todo esto mucho más complicado.

—Genial, presionarme siempre funciona para calmarme —murmuró Annette con una sonrisa nerviosa, mientras revisaba sus apuntes con rapidez.

Euphemia le lanzó una mirada tranquilizadora antes de acercarse al pedestal.

—Entonces mantengamos la cabeza fría. Todas sabemos por qué estamos aquí. Esto no se trata solo de nosotras... se trata de algo mucho más grande.

Las palabras resonaron un momento en la sala antes de que Admeria, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, diera un paso al frente.

—¿Qué esperamos entonces? —dijo, con el tono decidido que caracterizaba a las Ravenswood.

Con un asentimiento colectivo, las cuatro mujeres se alinearon frente al pedestal. Euphemia extendió la mano y, con un movimiento firme, retiró el velo que cubría el objeto.

El aire pareció vibrar, y las luces de las runas se intensificaron. En el pedestal reposaba un extraño artefacto, un collar de obsidiana que brillaba con un resplandor etéreo.

De repente, las paredes comenzaron a moverse, revelando cuatro puertas en cada esquina de la sala. Una runa distinta brillaba sobre cada entrada, y un suave murmullo mágico llenó el espacio.

—Supongo que aquí es donde nos dividimos —dijo Euphemia, dando un paso hacia la puerta que tenía grabada una runa en forma de sol.

Annette, Admeria y Eileen intercambiaron miradas antes de dirigirse cada una hacia su respectiva puerta. 

La misión había comenzado. Aunque algo más interrumpió a sus espaldas.

 

...

 

El salón principal de la mansión Potter estaba bañado por la cálida luz del atardecer, con un fuego chisporroteando suavemente en la chimenea. Euphemia estaba sentada en un sillón cerca de una mesa baja, sus dedos acariciando con cuidado un collar de obsidiana que brillaba débilmente bajo la luz. Su expresión era distante, como si estuviera reviviendo un recuerdo lejano.

Fleamont, que había estado leyendo un periódico en el otro extremo de la habitación, la observó por encima de los lentes. Cerró el periódico con un leve chasquido y se puso de pie, acercándose a ella con paso tranquilo.

—Elffie, llevas mucho rato mirando ese collar... —comentó en un tono suave, aunque su curiosidad era evidente.

Euphemia no apartó la vista del objeto, pero una leve sonrisa melancólica curvó sus labios.

—Es el objeto de mi primera misión en el pacto de obsidiana, lo conseguí junto con Prince, Varela y Ravenswood —respondió, su voz teñida de nostalgia. Su mirada finalmente se alzó hacia Fleamont, pero sus pensamientos aún parecían anclados en ese día—. Ese día también se unieron Black y Blackthorn cuando nos encontraron en uno de los pasillos del segundo piso. Fue un día caótico.

Fleamont tomó asiento en el brazo del sillón, cruzando los brazos mientras la miraba con interés.

—No me habías contado muchos detalles de ese día —dijo con un toque de intriga, inclinándose un poco hacia ella—. ¿Fue tan complicado como suena?

Euphemia dejó escapar un suspiro, girando el collar entre sus dedos con cuidado, como si temiera activar su antigua magia.

—Fue complicado y... revelador —admitió, su voz bajando un poco—. Nada salió como lo planeamos. Eileen estaba tan molesta con la improvisación que pensé que me dejaría allí mismo. Admeria discutió con Annette porque la magia de las pruebas estaba alterando nuestras emociones. Y luego, justo cuando creíamos que todo estaba bajo control, Walburga y Coraline aparecieron, como si el destino mismo los hubiera enviado para meterse en nuestro camino.

Fleamont no pudo evitar sonreír ligeramente al imaginar la escena.

—Déjame adivinar: Walburga intentó tomar el control de la situación, y Coraline intentó encantarlas con su usual arrogancia.

Euphemia soltó una breve risa, asintiendo mientras sus dedos seguían acariciando la fría obsidiana del collar.

—Exactamente. Walburga empezó a darnos órdenes como si nosotras fuéramos sus subordinadas, alegando que como Black tenía el derecho de liderar la misión. Coraline, por otro lado, no paraba de hacer comentarios sarcásticos sobre nuestra falta de organización mientras trataba de parecer indiferente. Fue... frustrante, por decirlo suavemente.

Fleamont apoyó el mentón en una mano, sus ojos llenos de curiosidad.

—¿Y cómo lograron trabajar juntas con semejante combinación de personalidades?

Euphemia sonrió de lado, un destello de picardía brillando en sus ojos.

—No fue fácil. La magia del pergamino no nos dio otra opción. En cuanto Walburga y Coraline tocaron la puerta donde estaba el desafío, quedaron atrapadas con nosotras. El hechizo solo se rompería si todas trabajábamos en equipo.

Fleamont levantó las cejas, impresionado.

—Vaya. Eso debió haber sido todo un espectáculo.

—Lo fue —admitió Euphemia, dejando escapar una risa ligera—. Admeria se negó rotundamente a seguir las órdenes de Walburga y casi terminan a duelos allí mismo. Annette, por otro lado, trataba de mantener la calma, pero era evidente que estaba al límite. Eileen simplemente cruzó los brazos y esperó a que todas nos cansáramos de discutir para poder plantear una solución lógica.

Fleamont dejó escapar una carcajada, claramente disfrutando de la imagen mental.

—Déjame adivinar: al final fue Eileen quien logró hacer que todas colaboraran.

Euphemia asintió, su sonrisa volviéndose más cálida.

—Sí, aunque no fue fácil. Nos recordó que el pacto no se trataba solo de demostrar nuestras habilidades individuales, sino de aprender a confiar en los demás, incluso si no los soportábamos en ese momento.

Fleamont la observó en silencio por un momento, notando el brillo en sus ojos mientras hablaba. Era evidente que aquel día, por caótico que hubiera sido, había marcado profundamente a Euphemia.

—Y lo consiguieron. Lograron superar la prueba, juntas.

—Lo hicimos —dijo ella con un leve asentimiento—. Aunque, si te soy sincera, no fue por pura habilidad. Fue más... instinto. En el último momento, cuando la puerta comenzó a cerrarse y parecía que habíamos fallado, todas extendimos la mano al mismo tiempo y colocamos nuestros objetos sobre el altar. Fue como si el pacto supiera que, al final, habíamos aprendido lo que necesitábamos.

Fleamont extendió una mano y la colocó suavemente sobre la de Euphemia, apretándola con cariño.

—Ese día debe haber sido el comienzo de algo muy importante para ti, Elffie. Y para todas ellas también.

Euphemia miró el collar una vez más antes de dejarlo suavemente sobre la mesa.

—Lo fue. Aunque todavía me pregunto si nuestras decisiones de entonces afectarán a los chicos... No puedo evitar pensar en que ellos también tendrán que enfrentarse a sus propios desafíos.

Fleamont inclinó la cabeza, observándola con ternura.

—Sea lo que sea, estoy seguro de que estarán bien. Después de todo, llevan lo mejor de nosotros en su sangre.

Euphemia sonrió, apoyándose contra su esposo, dejando que el calor del fuego y el recuerdo de aquel día caótico en el pacto de obsidiana llenaran el silencio cómodo entre ellos. Fue después de la misión cuando el pergamino escribió con letras doradas para todas ellas.

"Me alegra ver juntas a todas las mujeres más poderosas de Hogwarts, aún faltan más miembros curiosos por añadirse pero por ahora con ustedes es suficiente."

 

...

 

El aire en el pasadizo subterráneo era sofocante, cargado con la magia antigua que emanaba de las paredes cubiertas de runas desgastadas. Fleamont Potter sostenía su varita firmemente, iluminando el camino con un tenue brillo dorado. Detrás de él, Orion Black caminaba en silencio, su rostro serio y sus movimientos cautelosos mientras intentaban descifrar las instrucciones del pergamino que los había llevado hasta allí.

—¿Estás seguro de que este es el camino correcto? —preguntó Orion, su voz baja pero cargada de escepticismo.

—Tan seguro como se puede estar con un pergamino que cambia de instrucciones cada cinco minutos —respondió Fleamont, deteniéndose para estudiar las runas en la pared. Sus ojos se estrecharon mientras intentaba descifrar el patrón—. Esto es parte del desafío. Si resolvemos esto, deberíamos estar cerca del relicario.

Orion bufó suavemente, cruzándose de brazos mientras observaba al Gryffindor trabajar.

—Es curioso que estés tan tranquilo considerando que probablemente moriremos si fallamos.

Fleamont levantó la mirada hacia él, con una sonrisa tensa.

—¿Crees que hago esto por diversión? Confía en mí, Black. No pienso morir hoy.

Antes de que Orion pudiera responder, un sonido bajo y grave resonó por el túnel. Ambos giraron rápidamente, varitas alzadas. Las runas en las paredes comenzaron a brillar intensamente, y el suelo tembló bajo sus pies.

—Eso no suena bien —dijo Fleamont, retrocediendo un paso.

—Eso nunca suena bien —replicó Orion, justo cuando el suelo bajo ellos se desplomó repentinamente. Ambos cayeron por un túnel inclinado, chocando contra las paredes mientras la oscuridad los envolvía.

Cuando finalmente se detuvieron, aterrizando en una cámara amplia y sombría, Fleamont jadeó al ponerse de pie. Orion, a su lado, se sacudió el polvo de la capa con una expresión irritada.

—Definitivamente no es el camino correcto —gruñó el Black, alzando su varita para iluminar el lugar.

La cámara estaba llena de estatuas antiguas, todas giradas hacia el centro, donde un pedestal sostenía una caja negra con intrincados grabados. La caja parecía pulsar con una energía oscura, y un zumbido bajo llenaba el aire.

—El relicario —susurró Fleamont, avanzando con cautela.

—Alto ahí, Potter —dijo Orion, extendiendo un brazo para detenerlo—. No sabemos qué clase de trampa tiene esto. Si el pergamino nos trajo aquí, es porque quiere algo de nosotros.

Antes de que pudieran discutir más, las estatuas cobraron vida. Sus ojos brillaron con un fulgor rojo, y sus figuras pétreas comenzaron a moverse con una precisión inquietante, rodeándolos lentamente.

—Perfecto —murmuró Orion, adoptando una postura defensiva—. No podemos tener una misión tranquila, ¿verdad?

Fleamont apuntó con su varita a la estatua más cercana.

—Tranquila no sería divertida —dijo, aunque su tono carecía del entusiasmo habitual. Lanzó un hechizo explosivo que golpeó a la estatua, pero esta apenas se tambaleó antes de seguir avanzando.

Las estatuas atacaron al unísono, obligándolos a separarse. Fleamont esquivó un golpe que habría sido mortal, lanzando un hechizo para ralentizar los movimientos de su oponente. Orion, por su parte, usaba hechizos precisos para desviar los ataques, pero las criaturas seguían acercándose.

—¡El relicario! —gritó Orion mientras bloqueaba otro ataque—. ¡Debe ser la clave para detenerlas!

Fleamont asintió, aunque llegar al pedestal parecía imposible con las estatuas bloqueando el camino. Una de ellas logró golpearlo en el costado, haciéndolo caer al suelo. Orion vio esto y lanzó un hechizo que destrozó la cabeza de la estatua, dándole a Fleamont tiempo para levantarse.

—¿Estás bien? —preguntó Orion, con un tono más preocupado de lo que habría admitido.

—Nada que un poco de poción para el dolor no pueda arreglar —respondió Fleamont, recuperando el aliento.

Las estatuas seguían acercándose, y Fleamont sabía que no podrían aguantar mucho más.

—Necesitamos un plan, y lo necesitamos ahora —dijo, lanzando otro hechizo que apenas frenó el avance de las criaturas.

—Cúbreme —ordenó Orion de repente, su voz firme. Antes de que Fleamont pudiera responder, el Black corrió hacia el pedestal, esquivando los ataques con movimientos rápidos y precisos.

Fleamont hizo lo que pudo para mantener a las estatuas ocupadas, lanzando hechizos que parecían menos efectivos con cada momento que pasaba. Una estatua logró atraparlo contra la pared, su brazo levantado para dar el golpe final. Justo cuando Fleamont pensó que era el final, Orion alcanzó el relicario y lo levantó.

Las estatuas se congelaron de inmediato, sus ojos apagándose mientras volvían a ser simples figuras inanimadas. El silencio cayó sobre la cámara, roto solo por los jadeos de ambos jóvenes.

Orion, con el relicario en sus manos, se giró hacia Fleamont, su expresión una mezcla de alivio y exasperación.

—La próxima vez, Potter, tú corres hacia el objeto maldito.

Fleamont rió entre dientes, a pesar del dolor en su costado.

—Lo tendré en cuenta.

 

...

 

Narra Euphemia

La última misión que tuve en el pacto de obsidiana fue justamente la última misión que se realizó, habíamos ido todos los miembros, era algo sumamente peligroso tanto que incluso Quill nos pidió que no siguiéramos aquella instrucción, pero tercos decidimos que aquella advertencia no era acredora de perdernos una buena misión.

En parejas nos fuimos quedando en diversos puntos, ya sea por el muro mágico que nos prohibía pasar o por qué nuestra función ya había sido utilizada, de igual forma era algo que comenzaba a pasar con frecuencia.

—Euphemia, ¿Que haremos si Admeria o Annette pierden este desafío? —la voz de Walburga me hizo regresar de un ligero viaje astral que estaba teniendo, ella y yo nos habíamos quedado al borde de un acantilado sosteniendo una pequeña batalla con dos gárgolas que buscaban claramente exterminarnos.

—Ellas saldrán, tienen esos aretes que las hacen volar estarán bien —intente sonar segura de mi misma pero tenía un presentimiento de que todo podría salir mal, quizás debería de haberle hecho caso.

El aire era frío y cortante en el acantilado, el sonido del agua golpeando las rocas abajo se mezclaba con el eco de los gritos de las gárgolas que nos acechaban. Mi varita estaba firme en mi mano, pero cada movimiento que hacía se sentía pesado. No podía dejar de pensar en las palabras de Quill y en lo insensato que había sido ignorarlas.

Walburga estaba a mi lado, su postura rígida, como si cualquier distracción pudiera costarnos la vida. Su varita brillaba con un resplandor rojizo, manteniendo a raya a una de las gárgolas, mientras yo hacía lo mismo con la otra. Pero sus palabras, llenas de inquietud, aún resonaban en mi cabeza.

—Annette y Admeria son fuertes —insistí, aunque la convicción en mi voz se sentía más como una súplica a mí misma que como una respuesta a Walburga—. Si hay alguien que puede superar esto, son ellas.

Walburga chasqueó la lengua, lanzando un hechizo explosivo que hizo retroceder a una de las criaturas, aunque no por mucho.

—Eso no es lo que te pregunté, Euphemia —dijo con un tono cortante—. ¿Qué haremos nosotras si fallan?

No tuve tiempo de responder. Una de las gárgolas se lanzó hacia mí con una rapidez sorprendente, obligándome a moverme hacia un lado mientras conjuraba un hechizo de contención. El rayo azul impactó en la criatura, que gruñó y retrocedió unos pasos, sus alas enormes bloqueando parte de la luz de la luna.

—¡Me encantaría pensar en eso, pero estamos un poco ocupadas ahora mismo! —grité, frustrada.

Walburga soltó una carcajada amarga, algo muy característico de ella incluso en los momentos más tensos.

—Siempre tan racional, O'ward. Eso es lo que me gusta de ti.

No respondí. Mis ojos estaban fijos en las gárgolas, pero mi mente no dejaba de divagar. Pensaba en Admeria, con su determinación implacable, y en Annette, con esa valentía tan Gryffindor que parecía desafiar cualquier obstáculo. Pensaba en los demás, esparcidos por este lugar maldito, cada uno enfrentando desafíos que seguramente ponían a prueba no solo su magia, sino su propio ser.

—Walburga —dije de repente, con la voz más firme de lo que esperaba—, pase lo que pase, seguimos adelante. ¿Entendido?

La Black me miró por un momento, sus ojos oscuros brillando con algo que parecía una mezcla de desafío y respeto.

—Entendido. Pero si esto sale mal, será tu culpa.

No pude evitar sonreír, aunque apenas duró un segundo antes de que ambas tuviéramos que concentrarnos nuevamente en la batalla.

Las gárgolas eran persistentes, y sus movimientos estaban claramente coordinados. Era como si no solo fueran criaturas mágicas, sino parte de la magia misma que protegía este lugar. Cada vez que lograba contener a una, la otra encontraba un punto ciego en mi defensa, y viceversa.

—¡Black! —grité, notando que una de las criaturas intentaba rodearla. Ella reaccionó rápido, girando sobre sí misma y lanzando un hechizo cortante que desgarró parte de un ala de la gárgola, haciéndola rugir de furia.

—¡Ya lo vi, O'ward, no necesitas narrarlo! —replicó, pero su tono tenía un deje de diversión que aligeró, aunque fuera un poco, la tensión del momento.

Sin embargo, no pude evitar que mi preocupación creciera. El presentimiento que había tenido desde el principio de esta misión se hacía más fuerte con cada segundo. Algo estaba mal. Algo no encajaba. Y no podía sacudirme la sensación de que este no era solo un desafío más del pacto de obsidiana.

Finalmente, una de las gárgolas retrocedió lo suficiente como para darnos un respiro. Mi pecho subía y bajaba rápidamente mientras intentaba recuperar el aliento.

—¿Lo sientes? —preguntó, con la mirada fija en el cielo.

—¿Qué cosa? —respondí, aunque ya sabía la respuesta.

—El cambio en la magia. Algo está ocurriendo.

Y entonces lo vi. Una luz brillante se encendió en el horizonte, seguida por un temblor que hizo que las rocas bajo nuestros pies se desmoronaran un poco.

—¡No! —grité, mi voz resonando como un eco que se perdió entre las paredes del acantilado. Mi corazón martilleaba con una fuerza casi insoportable mientras veía cómo Annette caía, su cuerpo inmóvil siendo tragado por la oscuridad, y cómo Admeria, en un acto desesperado y suicida, se lanzaba tras ella con aquellas alas que habían sido su salvación en misiones anteriores.

El tiempo pareció detenerse, como si el mundo entero se congelara en ese instante. Mis piernas no respondían, clavadas al suelo por una mezcla de miedo, impotencia y ese extraño dolor que me comprimía el pecho, como si algo—o alguien—me estuviera obligando a quedarme quieta.

Walburga, por otro lado, reaccionó al instante.

—¡Admeria! —gritó con una furia que hizo vibrar el aire. Su varita ya estaba alzada, y su rostro mostraba una mezcla de pánico y determinación que rara vez había visto en ella.

—¡Potter, haz algo! —me gritó, dándome un empujón que me sacó de mi parálisis.

—¡Protego Maxima! —conjuré casi por instinto, creando un escudo alrededor de nosotras mientras una de las gárgolas intentaba lanzarse en picada hacia nuestro lado del acantilado. La criatura chocó contra la barrera con un rugido ensordecedor, pero mi atención no estaba en ella, sino en el abismo.

—¿Crees que esas malditas alas funcionaron? —preguntó Walburga con los dientes apretados, sus ojos fijos en el lugar donde las dos chicas habían desaparecido.

—No lo sé —admití, mi voz quebrándose—. Pero si no funcionaron...

No terminé la frase. No podía.

De repente, el suelo bajo nosotras volvió a temblar, esta vez con más fuerza. Era como si la magia del lugar estuviera reaccionando, cambiando las reglas de la misión en tiempo real. Una grieta comenzó a abrirse desde el borde del acantilado hacia donde estábamos, separándonos aún más del resto del equipo.

—¡Tenemos que movernos! —gritó Walburga, agarrando mi brazo y tirando de mí.

—No podemos dejarlas... —susurré, aunque sabía que no teníamos otra opción.

—Si nos quedamos aquí, también moriremos, Euphemia. Ellas tienen una oportunidad. Nosotras no si seguimos quietas.

Su lógica era fría, cruel, pero verdadera. Con un nudo en la garganta, asentí, y juntas comenzamos a correr hacia la pasarela mágica que habíamos visto antes. Las gárgolas seguían tras nosotras, sus alas resonando como truenos en el aire.

—Si salimos de esta, juro que mato a Crouch por convencernos de tomar esta maldita misión —murmuró Walburga entre dientes, agitando su varita para lanzar un hechizo explosivo hacia una de las criaturas que se acercaba demasiado.

Yo no respondí, mis pensamientos estaban con Annette y Admeria. Quería creer que ellas estarían bien, que las alas de Admeria habían sido suficientes para amortiguar su caída. Pero una pequeña y cruel parte de mí susurraba que no debíamos haber ignorado las advertencias de Quill. Que quizá este era el precio de nuestra arrogancia.

—¡El puente está desapareciendo! —gritó Walburga, sacándome de mis pensamientos.

La pasarela mágica que habíamos visto estaba comenzando a desvanecerse, como si la magia del lugar se estuviera desmoronando junto con el terreno.

—¡Corre! —grité, agarrándola del brazo esta vez mientras nos lanzábamos hacia la estructura tambaleante. Cada paso que dábamos hacía que la superficie brillara débilmente, pero también se desintegrara más rápido.

Cuando estábamos a mitad de la pasarela, escuché un sonido que me heló la sangre. Un rugido más fuerte que cualquiera de las gárgolas. Algo mucho más grande estaba despertando.

—¿Qué fue eso? —preguntó Walburga, girándose por un momento, aunque no se detuvo.

No quería mirar. No quería saber qué clase de criatura podía emitir un sonido tan aterrador.

—¡No importa! ¡Solo sigue corriendo! —grité, sintiendo cómo el suelo bajo mis pies comenzaba a desmoronarse.

Finalmente, llegamos al otro lado del puente justo cuando este desapareció por completo. Ambas caímos al suelo, jadeando y cubiertas de polvo. Pero no hubo tiempo para recuperarnos. El rugido volvió a escucharse, y al levantar la vista, vi cómo una sombra gigantesca comenzaba a emerger del abismo.

—Esto no estaba en el plan —murmuró Walburga, su voz apenas audible.

—Nada de esto estaba en el plan —respondí, poniéndome de pie con la varita en mano, preparándome para lo que fuera que viniera después.

Todo pasó tan rápido que mi mente apenas podía procesar lo que sucedía. Un instante antes estaba mirando cómo mis amigas desaparecían en el abismo, y ahora me encontraba al fondo del acantilado, el aire húmedo y frío pegándose a mi piel mientras mi corazón latía con fuerza desbocada. Todos estábamos allí, buscando desesperadamente, nuestras varitas iluminando las sombras irregulares entre las rocas y el suelo desmoronado.

—¡Las encontré! —gritó Lewis, su voz rompiendo el silencio tenso que nos envolvía.

Me giré hacia donde estaba, sus ojos azules reflejaban terror mientras señalaba un rincón lleno de rocas salientes. Corrí hacia él, el sonido de mis pasos amortiguado por la tierra húmeda bajo mis pies. Pero cuando finalmente llegué, deseé no haberlo hecho.

La escena frente a mí era desgarradora. Annette y Admeria estaban allí, sus cuerpos inertes entre las piedras, cubiertas de sangre que brillaba de manera grotesca bajo la tenue luz de nuestras varitas. Las alas mágicas que Admeria había conjurado estaban completamente destrozadas, desvaneciéndose en motas de luz que se disolvían en el aire. Su cuerpo estaba tendido en una posición incómoda, con el brazo izquierdo en un ángulo que claramente no era natural. Sin embargo, incluso en su estado inconsciente, sus manos mantenían un agarre firme alrededor de Annette, protegiéndola instintivamente.

Annette, por su parte, parecía aún más frágil. Su cabello rubio estaba empapado en sangre que brotaba de una profunda herida en su frente. Había cortes y magulladuras por todo su cuerpo, y su respiración era apenas perceptible. Cada aliento parecía un esfuerzo titánico, un tenue indicio de vida que amenazaba con apagarse en cualquier momento.

—Pettigrew, separa a tu prometida y dime sus signos vitales. ¡Rápido! —ordené con una fuerza que no sentía. Mi voz resonó con un tono autoritario, pero por dentro estaba destrozada.

Normalmente, era Annette quien se encargaba de cuidar de nosotros en situaciones como esta. Su conocimiento de medicina, tanto mágica como muggle, siempre había sido nuestro salvavidas. Pero ahora, ella era la que necesitaba ayuda, y yo estaba lejos de ser tan capaz como ella.

Lewis se arrodilló rápidamente junto a ellas, sus manos temblaban mientras intentaba separar a Admeria de Annette sin causarles más daño. La determinación en su rostro estaba mezclada con un miedo visceral que compartíamos todos los presentes.

—Admeria tiene pulso, pero es débil... parece que está en shock —murmuró mientras colocaba suavemente a la castaña en el suelo. Luego giró hacia Annette, su expresión endureciéndose mientras buscaba un indicio de vida en ella—. Annette también tiene pulso, pero está muy bajo. ¡Está perdiendo demasiada sangre!

—¡Necesitamos estabilizarlas! —exclamó Orion, acercándose con su varita ya alzada. Sus ojos grises estaban llenos de preocupación, pero su voz era firme, lista para actuar.

—No podemos usar demasiada magia aquí —intervino Fleamont, mirando alrededor con desconfianza—. Este lugar está saturado de energía del pergamino. Si intentamos algo demasiado avanzado, podríamos empeorar la situación.

—¡Entonces, haz algo que funcione! —grité, incapaz de contener mi desesperación.

Me arrodillé junto a Lewis, sacando de mi bolsillo una poción básica de curación que Annette me había obligado a llevar en la última misión. Rompí el pequeño frasco y vertí unas gotas sobre la herida más grande de Admeria, observando cómo el líquido chispeaba al entrar en contacto con su piel.

—Esto no será suficiente... —susurré, más para mí misma que para nadie más.

—¡Euphemia, necesitamos una decisión ahora! —gritó Orion, su varita apuntando hacia las sombras, donde el rugido de una criatura nos recordó que no estábamos solos. Algo se movía en la oscuridad, algo grande, y no parecía estar dispuesto a darnos tiempo para salvarlas.

Mi mente trabajaba a mil por hora, pero nada parecía suficiente. Las heridas, la criatura, la energía caótica del lugar... era como si todo estuviera en nuestra contra. Tomé una respiración profunda, mi varita firme en mi mano mientras tomaba una decisión que podía costarnos todo.

—Lewis, quédate con ellas. Haz lo que puedas para mantenerlas con vida. Orion, Fleamont, conmigo. Si esa cosa viene hacia acá, no podemos permitir que nos alcance a todos.

Los dos chicos asintieron, sus expresiones endureciéndose mientras se preparaban para enfrentar lo que fuera que se estaba acercando. Me levanté, con la varita alzada y el corazón en la garganta, lista para pelear por la vida de mis amigas y la nuestra.

El rugido de la criatura resonó nuevamente, esta vez más cerca, haciendo vibrar las rocas bajo nuestros pies. Orion y Fleamont se posicionaron a ambos lados de mí, formando un frente defensivo mientras nuestras varitas iluminaban el abismo que se extendía ante nosotros. Las sombras parecían cobrar vida, retorciéndose y creciendo con cada movimiento de aquello que se acercaba.

—Sea lo que sea, no lo dejaremos pasar —murmuró Orion, su voz baja pero cargada de una determinación férrea. Su varita brilló con una luz tenue, señal de que ya estaba preparando un hechizo de contención.

Fleamont tragó saliva, pero no retrocedió ni un paso. —Solo necesitamos tiempo. Si mantenemos a esa cosa lejos de Lewis y las chicas, Annette y Admeria tendrán una oportunidad.

El tiempo. ¿Cuánto podíamos realmente ganar contra una criatura de la que ni siquiera sabíamos nada? Pero no había espacio para dudas ahora.

De repente, las sombras se partieron, y lo vimos. Una bestia colosal emergió del abismo, su cuerpo cubierto de escamas negras que parecían absorber la luz. Tenía la forma de un lobo, pero mucho más grande, con colmillos que brillaban como cuchillas y ojos que ardían con un rojo incandescente. Sus garras rasgaron las rocas con facilidad mientras avanzaba hacia nosotros, dejando un rastro de destrucción a su paso.

—¡Protego Maxima! —grité, levantando un muro mágico frente a nosotros justo cuando la criatura se abalanzó. El impacto fue tan fuerte que me hizo tambalearme, pero el escudo resistió.

Orion levantó su varita. —¡Everte Statum! —Un rayo de luz golpeó al monstruo en el flanco, haciéndolo retroceder un par de pasos. Pero lo único que logró fue enfurecerlo más.

La criatura rugió, su aliento caliente y fétido llenando el aire. Fleamont, con una precisión impecable, apuntó directamente a sus ojos. —¡Confringo! —El hechizo explotó cerca de su rostro, cegándolo momentáneamente.

La explosión del hechizo de Fleamont resonó en el abismo, iluminando por un momento las escamas oscuras de la criatura que se retorcía, cegada y furiosa. Pero el alivio fue breve. Las rocas bajo nuestros pies temblaron mientras otra embestida hacía eco en el terreno, recordándonos que esta batalla estaba lejos de terminar.

—¡Protego! —La voz de Coraline cortó el aire con fuerza, y un escudo brillante se materializó justo a tiempo para bloquear un golpe de la criatura. La platinada había llegado, su cabello ondeando como una bandera de plata bajo la luz mortecina.

Un destello negro cruzó mi visión, y allí estaba Eileen, moviéndose con una rapidez que jamás había visto. Su mirada, fría y calculadora, no se desvió ni un segundo de las chicas heridas mientras sacaba frascos de pociones de su bolso.

—Esto detendrá la hemorragia, pero no sé cuánto tiempo tendremos. ¡Necesitamos estabilizarlas y transportarlas fuera de aquí! —su voz era cortante, llena de autoridad.

Me obligué a reaccionar, dejando atrás a la criatura por un instante para regresar junto a Lewis y los demás. Vi a Lyall arrodillado junto a Annette, sus manos temblando mientras intentaba conjurar un hechizo de curación. Walburga, de pie junto a él, mantenía su varita en alto, lanzando un hechizo tras otro para protegernos de cualquier amenaza que se acercara.

—¡Euphemia! —gritó Abraxas desde donde él y Bartemius se enfrentaban al monstruo—. ¡No podremos mantener esto mucho tiempo!

—¡Resistan! —grité de vuelta, aunque sabía que la situación era desesperada.

—Walburga, ¿puedes reforzar el escudo? —pregunté, arrodillándome junto a Eileen.

—Ya estoy en eso, pero si sigue embistiendo así, no aguantará. —El tono de Walburga era tenso, pero su varita no temblaba ni un segundo mientras lanzaba un encantamiento reforzador.

—¡Euphemia, las encontramos por tu terquedad, ahora ayúdanos a salir de esto! —exclamó Coraline, quien había conjurado un látigo mágico que usaba para golpear una de las patas de la criatura más pequeña.

Respiré hondo, obligándome a mantener la calma. Miré a Eileen, que estaba trabajando frenéticamente, y luego a Lewis, cuya atención estaba completamente centrada en Annette.

—¿Cómo están? —pregunté, mi voz más baja.

Eileen me miró de reojo. —Admeria está grave, pero estable por ahora. Annette... —Dudó, su expresión endureciéndose—. Necesita más tiempo, pero no tenemos.

—Entonces, daremos ese tiempo. —Mi voz sonó más firme de lo que me sentía. Me levanté y giré hacia Coraline y Abraxas—. ¡Hagan un camino hacia el puente, necesitamos evacuar!

Fleamont y Orion intercambiaron una mirada rápida. —Vamos contigo —dijo Orion, moviéndose para cubrir mi flanco.

Pero justo cuando empezamos a retroceder, el rugido de la bestia mayor sacudió el aire, más fuerte y más enfurecido que antes. La criatura, liberada de su ceguera, nos miró fijamente con esos ojos rojos brillantes y dio un paso adelante, rompiendo las piedras bajo sus patas.

—No va a dejarnos salir vivos —murmuró Fleamont, apretando su varita.

—Entonces nos aseguraremos de que no llegue a las chicas. —Orion alzó su varita, la determinación ardiendo en su rostro—. Euphemia, ve con ellas. Nosotros la distraeremos.

—¡No voy a dejarlos aquí! —repliqué, aunque mi cuerpo ya quería moverse hacia donde estaban las demás.

—¡No hay tiempo para discutir! —gritó Fleamont—. ¡Confía en nosotros!

Con el corazón latiendo como un tambor, giré y corrí hacia el grupo. Las palabras de Fleamont resonaban en mi mente mientras me acercaba a donde Lewis y Lyall intentaban preparar a Annette y Admeria para moverse.

—¡Vamos, hay que sacarlas ahora! —ordené, mi voz más firme de lo que esperaba.

Lyall asintió, levantándose con Annette en brazos, mientras Eileen conjuraba un encantamiento estabilizador alrededor de Admeria. Walburga, con un movimiento elegante de su varita, creó un escudo que nos cubría mientras avanzábamos hacia el puente mágico que habíamos usado para llegar aquí.

Detrás de mí, los sonidos de la batalla se intensificaban. Los rugidos de las bestias y los destellos de la magia llenaban el aire, pero no podía darme el lujo de mirar atrás.

No podía permitirme perder a nadie más.

 

...

 

El mismo verde... Ese verde que a veces le atacaba los sueños, teñido de sombras y recuerdos pesados, seguía rondando su mente. Admeria Crouch, con su mirada perdida y frágil, era una imagen que Euphemia no podía borrar. Recordaba el momento exacto en que despertó en la enfermería, envuelta en vendajes y agotamiento, el brillo habitual en sus ojos apagado. Annette, siempre tan fuerte, había despertado antes, con su determinación Gryffindor intacta. Se había recuperado rápido, como si el abismo no hubiese sido más que un tropiezo. Pero Admeria... ella había tenido complicaciones.

Ahora, años después, ese mismo verde la miraba con un destello distinto, más cálido, casi lleno de gratitud. Le sonreía mientras sostenía una cuchara y probaba un guiso humeante que Euphemia había preparado. El aroma de las especias llenaba la cocina de los Potter, creando un ambiente hogareño que contrastaba con la tensión de los recuerdos.

—Señora Potter... —comenzó Barty, con ese tono formal que parecía no poder abandonar, aunque intentaba que su voz sonara más ligera.

Euphemia levantó la mirada de la mesa que estaba limpiando, con su sonrisa habitual en el rostro. —Sabes que no me molesta que me digas Euphemia. —Su voz era cálida, como siempre, aunque en sus ojos había un leve matiz de preocupación. Sabía que Barty había pasado tanto como cualquiera de ellos, pero el peso en sus hombros parecía más grande para alguien tan joven.

El castaño asintió, apretando los labios brevemente antes de continuar, como si buscara las palabras correctas. —Lo sé, solo quería decirle... —hizo una pausa, el tic en su lengua apenas perceptible, pero Euphemia lo notó de inmediato—. Quería decirte que la estancia en tu casa fue maravillosa.

Euphemia sonrió con ternura, inclinándose un poco hacia él como si con ese gesto pudiera romper cualquier barrera que aún quedara entre ellos. —Espero que vengas de nuevo, Barty. —Su tono era sincero, casi maternal—. Estaré feliz de recibirte, siempre.

Barty asintió, pero sus ojos bajaron por un momento hacia el plato frente a él. La sonrisa seguía en su rostro, pero había algo en su postura, una rigidez sutil, que Euphemia no pasó por alto. Sabía que había cosas que aún lo atormentaban, cosas que no podía compartir tan fácilmente, pero no lo presionó.

—Gracias... Euphemia —dijo finalmente, con un pequeño esfuerzo en el tono, como si pronunciar su nombre de pila fuese un desafío en sí mismo. Luego tomó un bocado más del guiso, su rostro relajándose un poco más.

Mientras el silencio se instalaba cómodamente entre ellos, Euphemia lo observó de reojo. Aunque no lo decía en voz alta, veía algo en Barty que le recordaba a los suyos, a James, a Remus incluso a Sirius. Esa mezcla de valentía y vulnerabilidad, de fuerza y heridas no curadas. Sabía que a veces lo único que podía hacer era ofrecer un lugar seguro, aunque fuera temporal, aunque las cicatrices siguieran allí. Y, por ahora, eso era suficiente.

Tenía esa misma sensación del día en que Peter fue por primera vez a su casa, aquella sensación de alivio, quizás, si ella no hubieran tomado la decisión de buscar a las madres de esos dos niños aquel día, ellos no estuvieran conviviendo en su casa.

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