Misterios

Harry Potter - J. K. Rowling
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Misterios
Summary
Los Merodeadores, liderados por James Potter, Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew, se embarcan en una intrépida aventura al descubrir un antiguo pergamino que revela secretos ocultos de Hogwarts. A medida que desentrañan enigmas mágicos y pasadizos secretos, se topan con misteriosos eventos del pasado de la escuela, desencadenando el desafío de proteger a Hogwarts de fuerzas oscuras que amenazan con resurgir.Pero también juntando sus destinos con los príncipes de Slytherin, lo que ocasiona descontentos pero también surge el amor.
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Los Lupin

Narrador omnisciente

El crepitar de las llamas fue lo primero que anunció su llegada. Remus emergió de la chimenea con un movimiento ágil, sacudiéndose un poco de hollín mientras sus ojos dorados recorrían la familiar sala de estar. La casa Lupin siempre había irradiado calidez, con estanterías desbordantes de libros desordenados, las paredes decoradas con fotografías familiares enmarcadas y un acogedor aroma a pino fresco que parecía envolver a cualquiera que cruzara su umbral. Las luces tenues reflejaban una atmósfera íntima, como si cada rincón de la casa estuviera diseñado para acoger, proteger y reconfortar.

Hope Lupin estaba en la cocina cuando lo vio llegar. Su cabello castaño claro estaba recogido en un moño improvisado, mechones sueltos enmarcaban su rostro cálido. El delantal que llevaba estaba salpicado de harina y masa, dejando claro que había estado trabajando en algo especial. Al oír el crepitar de la chimenea, dejó a un lado la bandeja de galletas que horneaba y se apresuró hacia la sala, con una sonrisa tan amplia que iluminó la estancia.

—¡Remus! —exclamó, abriendo los brazos antes de que su hijo pudiera siquiera saludar. Lo rodeó en un fuerte abrazo, como si quisiera retenerlo en su corazón por un momento más.

—Hola, mamá —murmuró Remus, devolviendo el gesto con calma, aunque en sus ojos había una luz que denotaba cuánto extrañaba esos momentos.

Un segundo crepitar siguió al primero, y la voz vibrante de James Potter llenó la sala antes de que su figura terminara de aparecer. —¡Mamá Hope! —gritó con entusiasmo, sacudiéndose un poco el hollín. Tras él, Sirius y Peter emergieron, bromeando entre ellos mientras limpiaban restos de polvo verde de sus ropas.

—¡Hola, mis niños hermosos! —Hope extendió los brazos hacia ellos, abrazándolos como si fueran parte de la familia. Su calidez no distinguía entre propios y ajenos; cualquiera que entrara por esa puerta era recibido con el mismo cariño desbordante.

—Mamá Hope, como siempre siendo la mejor anfitriona —bromeó Sirius con una sonrisa radiante, mientras se inclinaba teatralmente para besar su mano.

—Oh, Sirius, eres un caso perdido —rió ella, sacudiendo la cabeza.

Mientras tanto, Lyall Lupin, que había estado limpiándose las manos con un paño en la cocina, apareció en la sala. Era un hombre de complexión delgada, pero su presencia era imponente. Sus ojos, claros y perspicaces, parecían leer a cada uno de los jóvenes con una precisión casi inquietante.

—Remus, no habías mencionado que venías con tanta compañía —dijo con tono serio, aunque una pequeña sonrisa suavizó sus palabras.

—Papá, siempre exageras —respondió Remus, rodando los ojos con una sonrisa mientras Hope se dirigía al grupo.

—¿Van a venir más? —preguntó Lyall, arqueando una ceja justo cuando el crepitar de la chimenea interrumpió su comentario.

Cuatro figuras emergieron del polvo verde, una tras otra, y con ellas, el ambiente se cargó de cierta tensión.

—Buen día —saludó Lucius con voz controlada, sus ojos azul grisáceo explorando cada detalle de la estancia con un aire que combinaba curiosidad y juicio. Su porte elegante contrastaba con el ambiente rústico, pero no se mostró incómodo.

—Yo soy Regulus Black, hermano de Sirius. Es un placer conocerlos —añadió el menor de los Black, su tono educado y su sonrisa serena desarmando cualquier posible incomodidad.

—Severus Snape. —La presentación fue breve y directa. El pocionista mantuvo las manos cruzadas frente a él, estudiando el entorno con sus ojos oscuros y penetrantes.

—Y yo soy Barty Crouch Jr. —El último de ellos, de cabello castaño claro y una expresión amigable, ofreció un asentimiento cortés antes de continuar—. Tienes una casa muy acogedora, Remus.

Lyall inclinó la cabeza en un gesto cortés, aunque sus ojos se posaron en cada uno de los recién llegados con la misma intensidad con la que ellos parecían analizarlo. —Es pequeña pero acogedora —respondió, con un aire de orgullo en su voz.

—Es un placer conocerlos —intervino Hope rápidamente, con su característica calidez que disipaba cualquier incomodidad—. Él es mi esposo, Lyall, y yo soy Hope. Estamos encantados de tener en nuestra casa a más amigos de Remus.

—Muchas gracias, señora Lupin —dijo Regulus con una inclinación de cabeza respetuosa, mientras Lucius observaba las estanterías llenas de libros con cierto interés.

—Pasen y tomen asiento, la mesa ya está servida —invitó Hope, señalando el comedor donde un festín los esperaba: un estofado humeante, pan recién horneado, y una bandeja de galletas enfriándose sobre la mesa.

Durante la cena, la conversación fluyó entre recuerdos, bromas y pequeños comentarios sobre las diferencias entre la casa Lupin y los Potter.

—Nosotros no somos tan organizados con las festividades como Euphemia y Fleamont, pero puedo asegurarles que lo pasarán muy bien estos siete días. —La voz de Lyall resonó con una mezcla de orgullo y advertencia, mientras servía una copa de sidra.

—Solo una cuestión... —Hope dejó la servilleta sobre la mesa, sonriendo un poco apenada—. Al ser una casa pequeña, tendrán que compartir habitación con alguno de los chicos.

Aunque días atrás se habría notado cierta tención ahora se notaba otra.

—Cada uno de los chicos tiene una habitación, así como en todas las casas de nosotros, para cuando decidan quedarse y no se sientan extraños o desconocidos, pero al solo tener esas habitaciones...

—Lo entendemos mamá Hope, no se preocupe, nosotros nos repartiremos —intentó con una voz sonriente Sirius buscando que la mujer no se sienta apenada, pues se sabe que con esfuerzo habían logrado expandir su casa para tener espacio para cuando venían ellos de visita.

—Si, mamá, tú tranquila —le resto importancia Remus mirando a su madre con sus nuevos ojos dorados intentando transmitirle confort.

 

...

 

—Yo quiero dormir con Peter —fue lo primero que se escuchó cuando los jóvenes llegaron al segundo piso dedicado a Remus y sus amigos.

—Antes de que digas algo, James, a mí me parece bien, no es problema —respondio Peter ya que el de anteojos parecía querer replicar ante lo dicho por Barty.

—Esta bien, está bien, yo iré con Reggie, si el quiere, claro —miro con calma el Gryffindor al menor.

—Si está bien. —respondió con tranquilidad el menor de los Black.

—Le tocas un pelo y te mueres, Bambi. —la sonrisa malévola de Sirius decoro su rostro al momento en que escupió esa frase, mirando con calma a su amigo.

—¿Por quien me tomas Pads? —comentó indignado el de cabellos desordenados.

—Bien, Verus, ¿vienes conmigo? —preguntó el Black mayor ofreciendo una mano tranquila al de cabellos lacios.

—No tengo opción —contestó contorneado los ojos y le acepto con cuidado la mano al mayor, quien observó que está estaba decorada con la pulsera que le había regalado.

—Bien, entonces, Regulus y James en la habitación de Jamie, Peter y Barty en la de Pete, Sirius y Severus en la de Sirius y Lucius y yo en la mía —aclaro el licántropo para buscar que todos estuvieran en la misma sintonía, lo cual así fue.

Cada pareja entró a las habitaciones buscando acomodar sus pertenencias para uso momentáneo pues buscaban mayor comodidad.

—Es sorprendente como cada uno tiene su propio espacio en la casa de los demás —dijo Barty al momento en que entró a la habitación de Peter y observo que estaba similar a la habitación en la mansión Potter.

—Si, nuestras madres se aprecian una a la otra y buscaron que todos nos sintiera bienvenidos, así que este es el resultado —sonrió tomando un suspiro gigante y dejándose caer en la cómoda cama que tenía en el lugar.

—Siempre tienes ese gusto de tener plantas decorando los techos —sorprendió que lo dicho era más una afirmación que una pregunta y el rostro de Peter lo hizo notar, alzando una de sus cejas. —Cuando entre a tu habitación en la casa de James tambien tenías enredaderas en una esquina.

—Me recuerdan a mi habitación, la que está en mi casa —respondió con simpleza sonriendo en sus adentros ante la observación del de ojos verdes.

—Es lindo, solo veo un problema —dijo intentando que una sonrisa burlona no saliera de sus labios.

—¿A sí?, Dime cuál.

—Solo hay una cama, Pecas —respondió el Slytherin guardando internamente todas las carcajadas que quería soltar al ver el rubor subir por las mejillas del rubio.

—No había pensado en eso.

—Tranquilo, mantendré mis manos quietas.

—Ahí radica el problema Crouch, no sé si quiero que las mantengas quietas. —Al ver al de pecas mordiendo con nerviosismo su labio inferior le dio un toque más caliente a la situacion de simples palabras que estaban viviendo.

—Sabes, te vez excelente como para fotografiarte ahora mismo, tendido en una cama, mordiendote el labio, tu rostro sonrojado y la mirada suplicante que tienes ahora es espectacular. —Narró detalladamente la serpiente quien está vez no se contuvo al lanzar una risa más libre al mirar a la bolita de enfados que se había convertido Peter.

 

...

 

—Sirius, dormirás en el piso —fue lo primero que salió de la boca del de cabellos lacios al observar que solo contaban con una cama.

—Podríamos ver cómo adaptar la habitación para los dos, Verus. —razonó Sirius girando levemente los ojos con diversión.

—No hay mucho que adaptar, Black. Tú al piso, yo a la cama. Simple. —El tono de Severus era seco, aunque había un leve matiz de exasperación que Sirius reconoció al instante. Ese pequeño cambio en su voz, esa forma de decir su apellido... era más divertido de lo que debería ser.

—Vamos, Verus. Sabes que no soy tan terrible como para obligarme a dormir en el suelo. —El de ojos grises se dejó caer en la cama, extendiéndose pues era suya, con una sonrisa descarada iluminando su rostro.

—Sí lo eres. Y lo haces a propósito. —El Slytherin lo fulminó con la mirada, cruzando los brazos frente a su pecho. Pero en lugar de intimidar al merodeador, solo lo divertía más.

—Oye, puedo ser un buen compañero de cuarto si te lo propones. Prometo no roncar. —La sonrisa de Sirius era inocente, casi convincente, si no fuera por la chispa traviesa en sus ojos grises.

—No me importa si roncas o no. Al piso, Black. —El menor señaló con firmeza, aunque un leve temblor en sus labios amenazaba con delatar una sonrisa oculta. Sirius notó ese pequeño detalle, claro que sí.

—Dime algo, ¿te gusta ser tan mandón o es tu forma de lidiar con lo irresistible que soy? —El Gryffindor se levantó de la cama con un movimiento ágil y se acercó lo suficiente para inclinarse hacia el pocionista, su tono jugando peligrosamente entre el desafío y la broma.

—¿Irresistible? —Severus dejó escapar una risa corta, irónica, mientras levantaba una ceja—. Lo único irresistible aquí es la tentación de lanzarte por la ventana si no haces caso.

—¿Eso es una amenaza, Verus? —Sirius le sostuvo la mirada, acercándose un poco más, lo suficiente como para que la tensión en el aire fuera palpable.

Severus no respondió de inmediato, evaluando la cercanía de Sirius con una mezcla de ese sentimiento que le abrumaba desde su mision en el laberinto de sombras. Finalmente, suspiró y desvió la mirada.

—Haz lo que quieras, pero si ocupas más de la mitad de la cama, te juro que dormirás en el suelo, sin almohada. —Con esas palabras, se giró, dándole la espalda mientras empezaba a desabotonarse el cuello de la túnica.

El Black sonrió triunfante, disfrutando de la pequeña victoria.

—Sabía que no podías resistirte a compartir cama conmigo. —Su tono era ligero, pero había una calidez genuina detrás de sus palabras.

Severus no respondió, pero Sirius pudo notar el leve sonrojo que subía por el cuello del pocionista.

 

...

 

En la habitación de Peter, las bromas y el juego de palabras continuaban.

—¿Sabes que me puedes decir si prefieres que duerma en el piso? —preguntó Barty con un tono que pretendía ser serio, pero la chispa de diversión en sus ojos lo traicionaba.

El de ojos azules lo miró, claramente incómodo pero divertido a la vez.

—Ya te dije que está bien, podemos compartir... solo no hagas comentarios raros.

—¿Comentarios raros como cuáles? ¿Que pareces un angelito cuando te sonrojas? O quizás que tu cabello parece hecho de oro bajo esta luz. —El Slytherin le lanzó una sonrisa burlona, disfrutando del nerviosismo evidente en el merodeador.

—Crouch... —Peter cubrió su rostro con una mano, claramente arrepintiéndose de haber iniciado la conversación.

—Está bien, está bien, me comporto. —Levantó las manos en señal de rendición, aunque el brillo travieso en sus ojos no desapareció—. Pero no prometo que no me meta en problemas.

—Eso ya lo sé... —murmuró el rubio, aunque una pequeña sonrisa se asomó en sus labios mientras se dejaba caer nuevamente en la cama.

 

...

 

En la habitación de James y Regulus, las cosas eran más tranquilas... al menos por el momento.

—¿Te molesta si dejo mis cosas aquí? —preguntó Regulus, señalando un rincón del cuarto mientras organizaba su mochila.

—No, está bien. No soy tan territorial como tu hermano. —El Gryffindor dejó escapar una sonrisa ligera mientras se quitaba la túnica y la doblaba con cuidado.

—Bueno, eso es un alivio. —Sonrió el de rizos, pero no pudo evitar observar al mayor por unos segundos más de lo necesario.

—¿Sabes? Es raro que estemos compartiendo cuarto, pero me agrada.

—¿Raro por qué? —Regulus levantó la mirada, curioso.

—Porque... no sé, despues de la mision en Hogwarts eres diferente. Más calmado. Más... —James hizo una pausa, buscando la palabra adecuada—. Más centrado.

Regulus rió suavemente.

—Supongo que despues de todo alguien tenía que serlo. Pero no creas todo lo que ves, Jamie. También tengo mi lado impulsivo.

—Oh, eso lo quiero ver. —James sonrió de lado, acomodándose en su cama—. Aunque por ahora creo que me conformaré con tener una noche tranquila.

Regulus asintió, pero el leve brillo en sus ojos indicaba que quizás, solo quizás, esa tranquilidad no duraría tanto.

 

...

 

La habitación de Remus tenía un aire cálido y acogedor, decorada con detalles que reflejaban su personalidad tranquila y organizada. Había estanterías llenas de libros, pequeños adornos cuidadosamente colocados, y una manta tejida a mano que cubría la cama. La luz de una lámpara tenue iluminaba la habitación con un resplandor suave.

Lucius entró con paso firme, pero en cuanto miró alrededor, su rostro normalmente impasible mostró un atisbo de sorpresa.

—Debo admitirlo, Remus, no es lo que esperaba. —Su tono era neutral, aunque sus ojos azul grisáceo examinaban cada rincón con atención.

—¿Y qué esperabas? —preguntó el merodeador, que estaba sentado al borde de la cama, quitándose los zapatos con calma.

—Algo más... caótico. O minimalista. —El platinado caminó hacia la estantería, pasando un dedo por los lomos de los libros—. Pero esto es... hogareño.

—Bueno, supongo que no encajo del todo con la imagen que tienes de los Gryffindor. —El de cicatrices sonrió de lado, observando cómo el Slytherin se detenía a leer los títulos de algunos libros.

—Eso es cierto. —Lucius se giró hacia él con una ligera sonrisa irónica—. Tienes más libros que cualquiera de los que conozco, y eso incluye a los Ravenclaw.

—La lectura es un refugio. —El Gryffindor se encogió de hombros, quitándose la bufanda y colocándola cuidadosamente sobre una silla. Luego alzó la vista hacia Lucius—. Aunque no esperaba que tú especialmente lo notaras.

El rubio alzó una ceja, claramente intrigado.

—¿Por qué no?

—Porque siempre pareces demasiado ocupado juzgando a los demás como para fijarte en los detalles. —La respuesta de Remus fue tranquila, sin malicia, pero lo suficientemente directa como para que Lucius frunciera ligeramente el ceño. —Por eso eres tan predecible.

—Sigo considerando que lo que hiciste fue trampa. —Declaró el rubio con algo de enojo aunque se podía ver la diversión en su mirada.

—Si te soy sincero, fue menos trampa y más estrategia. —El licántropo sonrió con calma, inclinándose hacia atrás y apoyando las manos en la cama—. Solo usé lo que sabía de ti a mi favor.

Lucius chasqueó la lengua, claramente ofendido pero también divertido.

—¿Estrategia? Manipulaste la situación para que terminara perdiendo.

—No te hice perder, Lucius. Te gané. —El castaño arqueó una ceja con aire tranquilo, pero en sus ojos dorados brillaba un destello juguetón—. Hay una diferencia.

El Slytherin negó con la cabeza, intentando ocultar una sonrisa.

—Eres más peligroso de lo que aparentas, Remus. Debí suponerlo cuando vi esa expresión tranquila tuya.

—¿Peligroso? —El Gryffindor dejó escapar una risa baja—. Lo dices como si acabara de derrotarte en una batalla a muerte.

—Para mí, lo fue. —Lucius cruzó los brazos, recargándose en la pared cerca de la cama—. No estoy acostumbrado a que me ganen, mucho menos usando mis propias... ¿cómo lo llamaste? ¿Previsibilidades?

—Predecibilidad. —corrigió el menor con una leve sonrisa, claramente disfrutando del pequeño intercambio.

—Claro. Eso. —El mayor entrecerró los ojos, pero su tono carecía de cualquier verdadero veneno—. No te acostumbres.

—¿A qué? ¿A ganarte? —Remus ladeó la cabeza con fingida inocencia—. No puedo prometerlo. Creo que tengo talento para ello.

Lucius soltó una risa seca, pero el brillo en sus ojos azul grisáceo revelaba que no estaba realmente molesto. —¿Seguiremos evadiendo el hecho de que nuestros padres estuvieron involucrados con Don?

—Probablemente, ahora concuerdo contigo en que debemos decirles a los demás —razonó el licántropo con algo de pena pues había sido su idea el no decir nada sobre esa pequeña misión que habían tenido hace algunos días.

El Slytherin observó al castaño claro con una mezcla de incredulidad y aprobación.

—¿Estás diciendo que vas a admitir que tu plan de mantenerlo en secreto no fue el más brillante? —preguntó con una sonrisa ladeada, claramente disfrutando el momento.

El menor dejó escapar un suspiro pesado, cruzándose de brazos mientras se recargaba contra la pared.

—No fue mi mejor idea, lo admito. Pero en mi defensa, no era fácil saber cómo reaccionarían todos. —Su mirada se volvió más seria, como si considerara el peso de sus palabras—. No quería alarmar a nadie sin pruebas más concretas.

—Y, sin embargo, aquí estamos —apuntó Lucius, alzando una ceja—. En el mismo punto donde empezamos, pero con más preguntas que respuestas.

El castaño se rió entre dientes, aceptando el comentario sin pelear. —Tienes razón. Pero creo que hemos avanzado un poco. Sabemos que Don y Quill tienen algo que ver con ellos, aunque todavía no sabemos por qué.

Lucius se acercó a la ventana, apartando la cortina para mirar hacia la noche, como si buscara claridad en las estrellas. —Lo que me inquieta es que, si estaban involucrados, ¿hasta dónde llegó esa conexión? ¿Es algo de lo que podríamos enorgullecernos, o hay algo más oscuro ahí? —Su voz era baja, cargada de pensamientos que no solía compartir.

Remus se quedó en silencio, observándolo con atención. Había algo en la forma en que el rubio hablaba, como si no solo se refiriera a sus padres, sino también a sí mismo.

—Tal vez sea ambas cosas —respondió finalmente el licántropo, con suavidad—. Quizás sea algo complicado, como todo lo que tiene que ver con nuestras familias.

—Y si lo es, Lupin, ¿estás preparado para enfrentarlo? Porque yo no pienso retroceder, aunque la verdad sea peor de lo que imaginamos. —El Slytherin se giró para mirarlo, sus ojos brillando con una intensidad que el merodeador no esperaba.

—Estoy preparado. Siempre lo estuve. —Remus sostuvo su mirada, sintiendo una inesperada camaradería en las palabras del Slytherin.

Por un instante, el silencio entre ellos fue cómodo, casi como un entendimiento tácito. Luego, Lucius se dejó caer en una de las sillas cercanas, cruzando las piernas con elegancia y dejando escapar un suspiro dramático.

—Entonces, ¿cómo planeas contarles? Porque si los Potter se enteran que entramos a su biblioteca sin permiso, tendran preguntas por hacer, y dudo que podamos investigar tu casa por que al parecer tu padre no es alguien que otorge su confianza fácil.

—Supongo que eso será parte del desafío. Pero, de alguna manera, siempre logro salir bien parado, ¿no? —El de cicatrices soltó una carcajada, sorprendiendo incluso a el rubio.

—Esa confianza tuya es irritante —replicó el de ojos azul grisáceo, aunque no pudo evitar sonreír.

—Lo sé —dijo Remus con una sonrisa traviesa—. Pero no parece molestarte tanto.

Lucius rodó los ojos, pero dejó que el tema quedara ahí, permitiéndose un momento más de tranquilidad antes de que tuvieran que enfrentarse a todo lo demás.

 

...

 

Día 1

El Campo de Flores

El sol apenas asomaba tímidamente entre las colinas cercanas cuando Sirius tocó suavemente el hombro de Severus.

—¿Qué quieres, Black? —preguntó el pocionista, su tono malhumorado aunque claramente más relajado tras la primera noche en la casa de los Lupin.

—Ven conmigo —fue todo lo que Sirius dijo, alejándose, con una sonrisa que Severus no pudo descifrar.

Severus levantó una ceja, pero al notar que el de rizos llevaba un cesto pequeño en la mano y un brillo extraño en los ojos grises, suspiró con resignación.

—¿Es demasiado pedir algo de tranquilidad en estas vacaciones?

—Deja de quejarte, Verus. Te prometo que valdrá la pena.

Aunque Severus refunfuñó mientras se levantaba y se colocaba una capa ligera, algo en la expresión de Sirius lo hizo seguirlo sin más preguntas. Cruzaron la casa silenciosamente, cuidando de no despertar a nadie, y salieron al aire fresco de la mañana.

—¿A dónde me llevas? —Preguntó el de cabellos lacios finalmente mientras caminaban por un sendero de tierra que conducía lejos de la casa.

—Paciencia, Verus. —Respondió Sirius, caminando más rapido antes de que el pocionista pudiera fulminarlo con la mirada.

Caminaron por varios minutos, el silencio solo roto por el crujido de sus pasos sobre las hojas secas. Finalmente, llegaron a una colina que daba paso a una vista inesperada: un campo inmenso de flores silvestres en pleno esplendor, sus colores vivos iluminados por la suave luz del amanecer.

Severus se detuvo, incapaz de ocultar su sorpresa. Las flores parecían extenderse hasta donde alcanzaba la vista, creando un mar de tonos púrpuras, amarillos y blancos.

—No esperaba que tuvieras este tipo de sensibilidad, Sirius —comentó con sarcasmo, pero su tono carecía del usual veneno.

—Sorprendente, ¿no? —Respondió Sirius, ignorando el comentario mientras se adelantaba al campo. —Solía venir aquí con Regulus cuando éramos pequeños, antes de que todo se fuera al demonio en casa, sin querer quedaba cerca de la casa de Moony.

El comentario hizo que el Slytherin lo mirara de reojo, notando la melancolía en la voz del Gryffindor. Sirius después de aquella vez en la guarida, no había vuelto a mencionarle algo sobre su pasado.

—¿Y por qué me trajiste aquí? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Porque pensé que te vendría bien ver algo bonito por una vez. —Sirius le lanzó una sonrisa traviesa, pero había algo genuino detrás de sus palabras.

—Pues te veo todos los días lamentablemente.

—¿Acabas de decir que soy bonito? —preguntó el de rizos con una expresión de fingida sorpresa y una sonrisa maliciosa que iluminó sus ojos grises.

Severus resopló, girando los ojos con exasperación. —No te emociones, Sirius. Es más un recordatorio de mi infortunio que un cumplido.

—Infortunio o no, lo dijiste. —El Gryffindor no se inmutó y siguió con su sonrisa traviesa mientras daba un paso más cerca de él. —Me lo tomaré como un halago.

Aquellos ojos onix lo observaron por un momento, y aunque intentó mantener su expresión neutral, la leve tensión en sus labios traicionó la lucha interna por no devolverle algún comentario mordaz.

—Si con esto terminas de comportarte como un idiota, entonces sí, Sirius, eres un cuadro de absoluta perfección. Ahora, ¿podemos concentrarnos en las flores? —Su tono estaba cargado de sarcasmo, pero el de ojos grises no perdió la oportunidad de bromear.

—¿Ves? Sabía que tarde o temprano reconocerías mi magnificencia. —Se dejó caer dramáticamente entre las flores, extendiendo los brazos como si quisiera abarcar todo el campo. —Ahora el mundo tiene sentido.

Severus bufó, intentando mantenerse serio, pero la actitud de Sirius era tan ridícula que no pudo evitar que una sonrisa fugaz asomara en sus labios.

—Eres insportable.

—Y encantador. —El merodeador le guiñó un ojo desde el suelo antes de añadir, más suavemente: —Pero gracias por sonreír, Verus. Te hace bien.

El pocionista lo miró, con una mezcla de sorpresa y confusión en sus ojos oscuros. Antes de que pudiera responder, Sirius se levantó de un salto, como si el momento hubiera sido demasiado intenso para quedarse ahí.

—Bien, vamos a recolectar flores antes de que pienses que estoy tratando de ser demasiado sentimental. ¿Qué dices?

El Slytherin negó con la cabeza, sin saber si reír o reprenderlo, y tomó el cesto con firmeza.

—Eres un caso perdido, Sirius.

—¿Y no te encanta? —Sirius le lanzó una sonrisa descarada mientras caminaba hacia un grupo de flores púrpuras, dejando a Severus con la extraña sensación de que, pese a todo, tal vez no le molestaba tanto.

El de cabellos lacios observó al de rizos moverse entre las flores con una despreocupación que parecía tan natural en él. Por un instante, el pocionista se permitió relajar los hombros y tomar una bocanada de aire fresco, dejando que el aroma floral lo envolviera. No podía recordar la última vez que había estado en un lugar así: tranquilo, sereno, alejado de las sombras que siempre lo seguían.

—¿Qué piensas de estas? —preguntó Sirius, levantando un ramillete de flores de un tono azul intenso.

—Demasiado ostentosas —replicó, aunque su voz carecía del usual desdén. Caminó hacia otro lado del campo y señaló un grupo de pequeñas flores blancas, delicadas y simples. —Esas son mejores.

—¿De verdad? —el Gryffindor arqueó una ceja, inspeccionando las flores que Severus había elegido. —Nunca pensé que te inclinarías por algo tan... puro.

—No todo en mí es oscuro, Sirius. —La respuesta fue inmediata, cargada de una honestidad que tomó por sorpresa a ambos.

El mencionado bajó la mirada por un momento, como si considerara sus palabras, antes de asentir ligeramente. 

—Lo sé.

—Sirius, he tenido una duda desde nuestra misión —ante la mención de la misión el de ojos grises levantó la mirada cuestionando levemente al menor. —¿Qué era lo que te mostraba la sombra? —cuestionó con algo de duda siquiera en preguntar.

—Recuerdos, miedos. —Respondió con sinceridad. —Tengo la teoría de que esa sombra era similar a un boggart —comentó con una pequeña sonrisa nerviosa.

Severus frunció ligeramente el ceño, intrigado por la respuesta. No era común que Sirius mostrara ese tipo de vulnerabilidad.

—¿Qué tipo de recuerdos? —preguntó con cautela, como si temiera que una palabra equivocada hiciera que el de rizos se cerrara por completo.

El Gryffindor suspiró y se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más. Miró hacia el horizonte, donde las flores parecían extenderse hasta perderse de vista.

—Cosas de mi infancia, principalmente. —Su tono era bajo, casi un murmullo. —Regulus y yo escondiéndonos de mi madre cuando estaba furiosa... las veces que deseé escapar de Grimmauld Place y no podía...

El de cabello lacio observó cómo los ojos grises se ensombrecían al hablar, como si estuviera reviviendo esos momentos. Quiso preguntar más, pero algo en su instinto le dijo que era mejor no presionar.

—¿Y tus miedos? —aventuró, manteniendo su tono neutral, casi como si estuvieran discutiendo una poción complicada.

Sirius soltó una risa amarga, pero su mirada no se apartó del horizonte. —Que todo lo que hago para alejarme de mi familia sea inútil. Que, al final, termine siendo como ellos.

El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Severus entendió más de lo que le habría gustado admitir, y aunque no era alguien que compartiera fácilmente, sintió la necesidad de decir algo.

—No eres como ellos. —Su voz era firme, más de lo que esperaba. —Lo veo en la forma en que proteges a tus amigos... en cómo actúas con Regulus.

El mayor de los Black giró la cabeza hacia él, sorprendido. La honestidad en los ojos oscuros de Severus era desconcertante, pero de alguna manera reconfortante.

—Te esfuerzas demasiado por no ser como ellos, que no te das cuenta que incluso el hecho de que asistieras a aquella fiesta le dio a entender a tu madre que no le tendrías miedo a enfrentarla —comentó con sinceridad y volviendo su mirada a las lindas flores a su alrededor.

—Pero como te dije aquel día, si soy como ellos lamentablemente.

—Haz cambiado, eso es algo que ellos no harán —señaló con tranquilidad sin siquiera percibirlo el pequeño símbolo de sol en su muñeca comenzó a emitir un leve brillo en respuesta.

Sirius desvió la mirada hacia la muñeca de Severus al notar el tenue resplandor que emanaba de ella. Sus cejas se alzaron ligeramente, pero no hizo ningún comentario inmediato. En lugar de eso, permitió que el significado de las palabras del pocionista se asentara en su mente.

—¿De verdad crees que he cambiado? —preguntó después de unos segundos, su tono más suave, como si temiera la respuesta.

El menor asintió con lentitud, sin apartar la mirada del campo. —No estoy diciendo que seas perfecto, Sirius. Pero... no eres el mismo que solía buscar maneras de molestarme en cada oportunidad.

—Técnicamente, tú también te encargabas de devolverme el favor —apuntó con una media sonrisa.

—Tal vez. —El de ojos negros dejó escapar un leve suspiro, casi como si admitirlo le costara trabajo. —Pero eso no cambia lo que estoy diciendo. La diferencia entre tú y ellos es que tú eres capaz de ver tus errores.

Sirius observó el perfil de Severus, notando el contraste entre sus palabras directas y la calma que mostraba. Una calma que, de alguna forma, comenzaba a contagiarlo.

—¿Siempre eres tan filosófico, o es porque te inspiré con las flores? —preguntó, intentando aliviar la intensidad del momento.

El Slytherin giró levemente los ojos, pero una pequeña sonrisa tiró de las comisuras de sus labios. —Tal vez sea el ambiente. O tal vez simplemente estoy cansado de discutir contigo la mayor parte del tiempo.

El de ojos grises soltó una carcajada, esta vez más ligera, auténtica. —Bueno, no sé si quiero que dejes de discutir conmigo. Creo que me estoy acostumbrando a tu humor ácido.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, dejando que el viento acariciara las flores a su alrededor, creando un sonido suave que llenaba el espacio entre ellos. Sirius volvió a notar el brillo en la muñeca de Severus y esta vez no pudo evitar preguntar:

—¿Y eso? —señaló el pequeño símbolo que brillaba tenuemente.

—¿Qué? —cuestionó con duda siguiendo la mirada del merodeador hasta su muñeca. —No sé porque sea, no había pasado antes. —Sin pensarlo mucho llevo su mirada al cuello del Gryffindor para ver si la marca de este también brillaba, y se dio cuenta que así era.

Sirius frunció el ceño con curiosidad antes de alzar una mano y tocarse el cuello instintivamente. No podía verlo, pero por la reacción de Severus supo que su propia marca también estaba brillando con la misma intensidad.

—Bueno, esto es nuevo... —murmuró el de rizos, bajando la mano lentamente mientras volvía su mirada hacia el pocionista.

Severus lo observó con seriedad, su mente ya trabajando para encontrar una explicación lógica. Sin embargo, no tenía suficiente información para llegar a una conclusión inmediata.

—No siento nada diferente —comentó el Slytherin tras unos segundos de silencio.

—Yo tampoco —admitió Sirius, aunque la incertidumbre seguía reflejada en sus ojos grises.

El brillo no era cegador, pero resultaba inusual. Parecía reaccionar a algo... ¿pero a qué?

—¿Quizás es alguna respuesta a la misión? —aventuró el de ojos negros, observando su muñeca con detenimiento.

Sirius se encogió de hombros. —Si fuera así, ¿por qué hasta ahora y no antes?

Severus no tenía una respuesta para eso, pero algo en su interior le decía que no era una coincidencia.

—Tendremos que investigar —concluyó Severus, aunque su tono no tenía la misma rigidez de siempre. Observó su muñeca por última vez antes de encogerse de hombros.

—O podríamos ignorarlo y asumir que ahora brillamos con luz propia —bromeó Sirius con una sonrisa satisfecha.

Severus resopló con un deje de diversión. —Por supuesto, Sirius, porque claramente esto es solo el resultado de tu desbordante narcisismo.

—Exacto, me alegra que lo entiendas. —El Gryffindor le guiñó un ojo antes de volver a su característica personalidad enérgica

El pocionista negó con la cabeza, pero sin la exasperación de otras veces. Era curioso cómo estar con él se había vuelto... natural.

—Ven, tengo algo que quiero mostrarte. —Sirius hizo un gesto con la cabeza, invitándolo a seguirlo.

Severus alzó una ceja, pero lo siguió sin discutir. Caminaron a través del campo de flores hasta una pequeña zona despejada.

—No sé si quiero otra sorpresa. —Dijó con algo de duda el de piel más palida.

—Bien, mantén la mente abierta y trata de no gritar del susto —bromeó el merodeador, su sonrisa traviesa iluminándole el rostro.

Severus lo miró con paciencia. —Sirius, si esto es otro intento de impresionarme—

Antes de que pudiera terminar la frase, el de ojos grises ya se estaba transformando. Sus huesos se moldearon con fluidez, su piel se cubrió de un espeso pelaje negro, y en menos de un segundo, un enorme perro estaba frente a él, meneando la cola con descaro.

Severus se quedó en silencio, observándolo con una mezcla de asombro y resignación.

—¿Esperas que aplauda? —preguntó finalmente, cruzándose de brazos. —Ahora si podrás dormir en el piso.

El perro gruñó en un sonido que se parecía demasiado a una risa antes de dar un paso hacia él. Con un movimiento ágil, se sentó sobre sus patas traseras y lo miró con ojos brillantes, expectante.

—¿Y bien? —preguntó Severus, con fingida indiferencia.

El animago bufó antes de saltar de golpe, empujándolo juguetonamente con el hocico.

—¡Sirius! —exclamó el Slytherin, sorprendido, pero el can solo lo miró con total descaro, la lengua afuera como si se burlara de él.

Severus suspiró, aunque sus labios se curvaron apenas en una sonrisa. —Incluso como perro eres un insoportable.

El perro ladró bajo y, antes de que Severus pudiera moverse, tiró de su túnica con los dientes, jalándola como si fuera un juguete.

—¡Sirius! —repitió el pocionista, forcejeando sin demasiado esfuerzo por apartarlo.

El perro negro finalmente lo soltó, se sacudió con un aire de suficiencia y, con un último meneo burlón de la cola, volvió a transformarse en humano.

—Admite que soy impresionante —dijo Sirius con una sonrisa satisfecha.

Severus lo observó un instante antes de suspirar. —No es la peor habilidad que podrías tener.

Sirius sonrió, captando perfectamente el significado oculto en esas palabras.

 

...

 

Día 2

Noche Estrellada

La noche había caído sobre el vasto campo, envolviendo el mundo en un manto de estrellas titilantes. El aire estaba fresco, pero no lo suficiente como para resultar incómodo. James y Regulus caminaban en silencio, alejándose del bullicio de la casa y del resto del grupo. No habían planeado encontrarse fuera, pero de algún modo, terminaron allí juntos, como si algo los hubiera llamado al mismo lugar.

El Slytherin mantenía la mirada fija en el cielo, observando las constelaciones con una expresión tranquila, casi ausente. El de ojos caramelo, en cambio, tenía las manos en los bolsillos y su mirada se movía entre el firmamento y su compañero, evaluando si debía hablar o dejar que el silencio hiciera su trabajo.

—Orión —dijo finalmente el de rizos, señalando con la barbilla un punto en el cielo.

El Gryffindor arqueó una ceja antes de seguir su mirada. La constelación brillaba con claridad, cada estrella perfectamente alineada como si estuviera dibujada en el lienzo del universo.

—Como tu padre —murmuró el de anteojos sin pensarlo demasiado.

Regulus esbozó una sonrisa apenas perceptible. —Sí. Aunque dudo que él haya sido tan impresionante como su nombre sugiere.

James soltó una risa baja, sacudiendo la cabeza. —Bueno, considerando que yo fui nombrado por un santo, tampoco me queda mucho de qué presumir.

El menor giró levemente el rostro hacia él, con una expresión de divertida incredulidad. —¿Así que nuestro gran heredero Potter lleva el nombre de un santo? No lo habría imaginado.

—Mi madre y su extraño gusto por los nombres bíblicos —bromeó el aludido con un brillo travieso en los ojos—. Aunque si me preguntas, creo que la santidad no es lo mío.

El de ojos grises negó con la cabeza, pero su expresión era relajada, cómoda. Volvió a alzar la vista al cielo, dejando que el silencio regresara por un momento. Había algo en la inmensidad del universo que le permitía soltar el peso de su nombre, de sus responsabilidades, de las expectativas que lo habían perseguido desde niño.

—A veces me pregunto qué tan lejos estamos de todo esto —dijo de repente—. Si las estrellas nos ven del mismo modo en que nosotros las vemos.

El de cabellos castaños lo miró con curiosidad. No era la primera vez que escuchaba a alguien hablar de las estrellas con tanta fascinación, pero en Regulus había algo diferente. No era solo admiración, era una búsqueda.

—Tal vez sí —respondió, encogiéndose de hombros—. O tal vez solo nos ven como puntos diminutos en su cielo.

Regulus sonrió de lado, la idea parecía gustarle. Se cruzó de brazos, dejando que la brisa nocturna despeinara un poco sus rizos oscuros.

—Me agrada la idea de que somos algo pequeño —admitió—. Algo insignificante para ellas.

James ladeó la cabeza, analizando sus palabras. —Eso suena un poco deprimente.

—No lo es —respondió con suavidad—. Quiere decir que, al final del día, todo esto... lo que somos, lo que nos preocupa... no tiene tanta importancia.

El merodeador observó el reflejo de las estrellas en los ojos grises de su acompañante. Pensó en todas las cosas que cargaban sobre sus hombros, en la guerra silenciosa que sus nombres habían librado desde que eran niños. En ese momento, bajo ese cielo infinito, entendió lo que Regulus quería decir.

—Supongo que entonces podemos permitirnos solo existir esta noche —murmuró finalmente.

Regulus asintió. —Me gusta la casa de los Lupin, hoy fue divertido ayudarle a la Señora Luoin con su jardín —comenzó una conversación con más tranquilidad.

James sonrió con ternura ante la confesión.

—Sí, Hope es genial. Tiene una forma de hacer que todo parezca más sencillo, incluso cuando habla de cosas complicadas.

Regulus asintió, con la mirada perdida en el cielo.

—Me explicó cómo algunas plantas crecen mejor si las siembras en la fase correcta de la luna. Es curioso pensar que algo tan lejano como las estrellas y la luna pueden influir en cosas tan pequeñas.

James lo observó por un momento antes de volver a mirar hacia arriba.

—Supongo que no es tan diferente de nosotros. Creemos que estamos tan lejos de algunas cosas, de algunas personas... pero al final, todo está conectado de alguna manera.

Regulus giró la cabeza lentamente hacia él, analizando sus palabras.

—¿Y tú qué conexión crees que tenemos? —preguntó con tono neutro, aunque en sus ojos brillaba una curiosidad genuina.

—No lo sé. Pero míranos, estamos aquí, hablando de la luna y las estrellas como si fuéramos filósofos y no dos magos que deberían estar dentro de casa. —James se encogió de hombros.

El Slytherin soltó una risa baja y suave.

—Ciertamente, no es lo que habría esperado.

—¿No? —el Gryffindor levantó una ceja—. ¿Y qué esperabas?

El de ojos grises entrecerró los ojos con diversión.

—Tal vez verte fanfarronear sobre quidditch o intentar convencerme de que Gryffindor es la mejor casa.

El de ojos caramelo se llevó una mano al pecho en un gesto fingido de indignación.

—¡Qué poca fe en mí, Regulus! No siempre hablo de quidditch... aunque, para ser justos, podríamos discutir sobre lo de Gryffindor en otro momento.

Regulus negó con la cabeza, pero su sonrisa no desapareció.

—No tienes remedio.

—Eso dicen —bromeó el de anteojos, antes de volver a mirar el cielo—. Pero volviendo al tema... no creo que haya sido casualidad que termináramos aquí esta noche, siempre que nos encontramos es de noche.

El Slytherin no respondió de inmediato. Se permitió unos segundos de silencio, de respirar el aire fresco y sentir la quietud de la noche envolviéndolos.

—Tal vez por eso tenemos el collar de las estrellas ¿no? —concedió finalmente, con voz serena.

James sonrió — Quizas. Eso también respondería el por qué tu marca está brillando —señaló con obviedad.

—Cierto, no lo había notado —aunque apenas hace unos días los dos había notado que tenían esa hermosa estrella marcada en su piel, nunca habían visto que está brillará con tal magnitud.

Regulus bajó la mirada a su propio hombro, donde la estrella grabada en su piel resplandecía con una luz tenue pero innegable. La observó con una mezcla de curiosidad y fascinación, como si verla brillar de esa manera hiciera que todo lo que habían descubierto recientemente cobrara un nuevo significado.

—Es extraño —murmuró, pasando los dedos sobre la marca con suavidad—. No lo siento diferente, pero ahí está...

James inclinó la cabeza, dejando al menor observar su nuca. Su marca también brillaba, aunque con una intensidad ligeramente distinta, como si cada una tuviera su propio ritmo.

—Debe significar algo —dijo pensativo—. No creo que sea coincidencia que ahora estén... respondiendo a algo.

Regulus alzó la vista hacia él, frunciendo ligeramente el ceño. —Pero ¿a qué? No estamos haciendo nada diferente... solo estamos aquí.

—Quizás eso es todo lo que hace falta. —James se encogió de hombros, llevando una mano a su nuca como si al tocar la marca pudiera entenderla mejor.

El Slytherin no respondió de inmediato. En su mente, intentó analizarlo como lo haría con cualquier otro misterio, pero no había lógica en la forma en que aquellas estrellas marcadas en su piel parecían reaccionar.

—Si esto está pasando quizas es cada vez que estamos juntos... entonces debe haber algo en nosotros que las activa —dijo al final, en voz baja.

James lo miró con curiosidad, dándole espacio para continuar.

—Tal vez no tiene nada que ver con lo que hacemos... sino con lo que sentimos. —Regulus respiró hondo, desviando la vista hacia el cielo por un momento. 

El de anteojos se quedó en silencio, sorprendido por la idea. Normalmente era él quien lanzaba teorías impulsivas sin pensarlas demasiado, pero esta vez Regulus había llegado a la conclusión antes que él.

—¿Lo que sentimos? —repitió, su tono curioso, sin rastro de burla.

El menor asintió con lentitud.

—No sé cómo explicarlo —admitió—. Pero... cuando estoy aquí contigo, cuando hablamos así... se siente diferente.

—¿Diferente en qué sentido? —James no pudo evitar sonreír un poco, con esa expresión despreocupada que siempre llevaba pero que, en ese momento, se sentía más genuina. 

Regulus lo miró de reojo, con una mezcla de resignación y diversión.

—No lo sé. Solo... bien.

El Gryffindor dejó escapar una leve risa, inclinando la cabeza como si estuviera considerando sus palabras.

—"Bien" suena como una buena razón para brillar.

El Slytherin sacudió la cabeza, pero no discutió. Se permitió otro momento de silencio, observando su propia marca antes de volver a fijar la mirada en James.

—Aquella noche en el pasillo... Cuando te...—la voz de Regulus tembló ante siquiera el recuerdo.

—¿Cuando me besaste? —completó nuevamente el Gryffindor con una sonrisa socarrona en los labios mirando al contrario con coquetería.

—Si... Intenté investigar un poco más sobre esos collares y encontré el por que hice eso —intentó comentar con un aire de tranquilidad.

—¿A sí? ¿Porqué entonces? —preguntó James ahora sí con mucha duda.

—Hable con Sev y los dos concordamos en que el collar hace al portador más vulnerable de sus sentimientos, a quien lo tenga, quiero decir. —Explicó.

James parpadeó un par de veces, procesando la información.

—¿Más vulnerables? —repitió, inclinando ligeramente la cabeza—. ¿Quieres decir que... lo que hiciste aquella noche fue porque el collar te obligó?

El menor frunció el ceño de inmediato.

—No exactamente —corrigió con rapidez—. No es como si me hubiera controlado o algo así. Solo... amplifica lo que ya está ahí.

El de anteojos entrecerró los ojos, analizándolo con un interés renovado.

—Entonces, si lo entiendo bien... no fue el collar el que hizo que me besaras, solo... eliminó cualquier filtro que hubieras puesto para evitarlo.

El Slytherin desvió la mirada, sintiendo el calor subir a sus mejillas.

—Algo así.

James soltó una risa baja, claramente entretenido con la revelación.

—Eso es bastante revelador, Reggie.

El menor apretó los labios, visiblemente incómodo con el tono burlón del Gryffindor, pero al mismo tiempo sin la energía suficiente para discutirlo.

—Solo te lo digo porque sé que tarde o temprano lo descubrirías por tu cuenta —masculló—. Y preferí que lo supieras por mí antes de que...

—Antes de que lo usara en tu contra en el peor momento posible —completó el merodeador con una sonrisita ladina—. Qué considerado de tu parte.

El Slytherin bufó y rodó los ojos.

—No es tan grave —intentó zanjar el tema, pero el brillo travieso en los ojos caramelo del contrario le indicó que no sería tan fácil.

—No, claro que no —concedió James, acomodándose con aire pensativo—. Solo que ahora sé que en el fondo de tu helado y aristocrático corazón, querías besarme desde antes, ¿quizás desde el bosque?.

—No lo haré otra vez —aseguró con firmeza, cruzándose de brazos.

El Gryffindor arqueó una ceja, su sonrisa socarrona sin desaparecer.

—Eso está por verse.

Y en ese momento, por más que Regulus quisiera negar la afirmación, sintió la marca en su piel brillar un poco

—Ahora que tú lo tienes puesto pude comprobarlo mejor, si normalmente eres expresivo, con el collar lo eres más, en tu casa por ejemplo, note lo nervioso que te ponía el que no estuviéramos cómodos —intentó usar aquello en su favor y volver a intentar zanjar el tema.

James dejó escapar una risa suave, sin molestarse en negarlo.

—Supongo que tienes razón —admitió con un encogimiento de hombros—. Pero tampoco es que me moleste que lo sepan. Siempre he sido transparente con lo que siento, no necesito un collar para eso.

Regulus lo miró de reojo, analizando sus palabras.

—Tal vez... pero con esto, lo que sientes es más evidente para los demás.

El Gryffindor inclinó la cabeza, fingiendo pensarlo.

—Eso explicaría por qué tú notaste lo de mi incomodidad antes que los demás.

—No fue difícil —murmuró el Slytherin, volviendo a bajar la mirada a su marca, que aún brillaba con intensidad.

James observó la forma en la que su compañero pasaba los dedos sobre la estrella, casi como si intentara descifrarla a través del tacto.

—Si el collar solo amplifica lo que ya está ahí... —dijo con voz tranquila—, ¿qué significa que nuestras marcas brillen cuando estamos juntos?

Regulus tragó en seco y apretó los labios, sin responder de inmediato.

—No lo sé —reconoció finalmente, su tono más bajo—. Pero sea lo que sea, seguramente también paso en aquel pasillo, donde...

No terminó la frase, pero James entendió. Donde fue aquel primer beso, desde que sus caminos parecían haber encontrado una forma de entrelazarse de maneras que ninguno de los dos había anticipado.

El de anteojos esbozó una sonrisa más serena esta vez.

—Supongo que tendremos que averiguarlo juntos.

Regulus no respondió, pero cuando sus ojos grises se alzaron para encontrarse con los caramelo, su marca titiló levemente. Como si, de alguna forma, estuviera de acuerdo.

 

...

 

Día 3

Guerra de Almohadas

Peter se estaba arrepintiendo. No mucho, pero lo suficiente como para querer retroceder unos cinco minutos en el tiempo y evitar que Barty "caos" Crouch Jr. entrara en su habitaciónese día. No es que fuera mala compañía, pero el Slytherin tenía una facilidad casi sobrenatural para hacer que el ambiente se volviera un caos en cuestión de segundos. Y el rubio, aunque no lo admitiera, caía fácilmente en su juego.

—¿Por qué tienes tantas almohadas? —preguntó el castaño, sosteniendo una en cada mano mientras las miraba con el ceño fruncido, como si le resultaran un enigma.

El de ojos azules, que estaba ocupado acomodando una manta sobre la cama, apenas le prestó atención.

—Porque son cómodas, Barty. Como todo ser humano normal, me gusta dormir bien.

El Slytherin soltó un bufido divertido y dejó caer una de las almohadas sobre la cama, pero conservó la otra en sus manos.

—Pero esto es ridículo, Pecas. Tienes más almohadas que paciencia.

—Y tú más comentarios innecesarios que sentido común —replicó Peter sin mirarlo.

Barty sonrió, pero no tuvo tiempo de responder porque, sin previo aviso, le lanzó la almohada directamente a la cara. El impacto no fue fuerte, pero sí lo suficiente para hacer que el merodeador soltara un sonido ahogado de indignación y le lanzara una mirada furiosa.

—¡¿Qué demonios, Crouch?!

—No sé, me pareció lo correcto en el momento —respondió con una sonrisa burlona, sosteniendo otra almohada como si estuviera dispuesto a repetir la jugada.

Peter entrecerró los ojos con sospecha.

—Ni lo pienses.

—¿Pensar qué?

—No voy a entrar en tu jueg—

Pero antes de que pudiera terminar la frase, otra almohada lo golpeó directamente en el pecho.

El de pecas parpadeó un par de veces, procesando lo que acababa de pasar. Luego, lentamente, una sonrisa maliciosa apareció en sus labios.

—¿Quieres guerra, Crouch? —preguntó con un tono de advertencia.

El castaño se encogió de hombros, con su expresión despreocupada de siempre.

—Siempre.

En cuestión de segundos, la habitación se convirtió en un campo de batalla. Las almohadas volaban por el aire con una fuerza sorprendente, los cojines caían al suelo y, en algún punto, Peter logró atrapar a Barty desprevenido, golpeándolo con tanta fuerza que lo hizo tambalearse hacia atrás.

El problema fue que el Slytherin intentó recuperar el equilibrio... y lo único que encontró fue el brazo del oji-azul.

—¡Oh, no, no, no! —exclamó Peter, pero ya era demasiado tarde.

Ambos cayeron a la cama con un ruido sordo. El Gryffindor aterrizó de espaldas con el de ojos verdes prácticamente sobre él, lo que provocó un fuerte quejido de protesta de parte del merodeador.

—¡Eres un desastre! —gimió el rubio, intentando apartar su rostro del hombro del Slytherin, sin mucho éxito.

Barty, en lugar de apartarse, se echó a reír, su aliento chocando contra la mejilla del rubio.

—Y tú no sabes cuándo rendirte —respondió con una sonrisa de suficiencia.

Peter bufó y empujó a Barty, pero el Slytherin apenas se movió.

—Podrías moverte... —susurró después de un momento, su voz un poco menos segura de lo que le hubiera gustado.

—Podría —concedió el más alto, pero no hizo el menor intento de moverse. En su lugar, dejó caer la cabeza sobre el hombro del merodeador y suspiró, como si estuviera perfectamente cómodo ahí.

El Gryffindor sintió su rostro arder. No porque estuviera avergonzado... o bueno, tal vez un poco. Pero sobre todo porque había algo extraño en la manera en que el Slytherin estaba completamente cómodo invadiendo su espacio personal, desde la sesión de fotos invadir su espacio personal era parte del día a día de Barty. Y lo peor es que el merodeador no sabía si quería apartarlo o dejarlo ahí. Aunque siempre lo dejaba ser.

—No te acostumbres —murmuró después de un largo silencio a sabiendas de que el menor estaba más que acostumbrado.

Barty sonrió contra su cuello.

—Demasiado tarde, Pecas.

Y aunque Peter estaba seguro de que debía empujarlo y regañarlo nuevamente por tomar su espacio personal, por alguna razón, no lo hizo.

Aunque la razón estaba más que implícita, desde aquel día en las cocinas estaba más que claro que ninguno de los dos respetaría el espacio del otro, lo cual no era molestia aunque fingían que sí.

—¿Crees que nos toque la misión del collar pronto? —la voz tranquila del rubio volvió a iluminar la habitación.

El Slytherin suspiró sobre su cuello, sin moverse ni un poco de su posición. Peter sintió la calidez de su aliento recorrer su piel, lo cual no ayudó en nada a la batalla interna que tenía sobre apartarlo o dejarlo estar.

—No lo sé —respondió Barty después de unos segundos—. Pero no estaría mal que pasara pronto, ¿no crees?

Peter frunció ligeramente el ceño, girando apenas el rostro para intentar verlo sin mucho éxito. El castaño aún tenía la cabeza recargada sobre su hombro, pero esta vez, su tono de voz sonaba más serio, más real.

—¿Te hubiera gustado otro compañero?

—No —respondió sin rodeos, levantando apenas la cabeza para poder mirarlo—. No me malinterpretes, trabajar con cualquiera de ellos está bien, pero... —Barty hizo una pausa, como si estuviera midiendo sus palabras—. Siento que contigo es diferente.

El rubio parpadeó un par de veces, sintiendo un pequeño nudo en su estómago. No era común que el Slytherin hablara en ese tono, sin las usuales bromas o el descaro que lo caracterizaba, había pasado algunas veces pero no dejaba de sorprenderle.

—¿Diferente cómo? —preguntó en voz baja.

Barty ladeó la cabeza, como si realmente lo estuviera pensando.

—Supongo que porque me dejas ser un desastre sin intentar cambiarlo, somos una casualidad muy linda —respondió con una sonrisa que parecía más sincera que burlona.

Peter bufó, rodando los ojos para disimular la forma en la que su estómago había hecho un salto inesperado ante esas palabras.

—No es como si pudiera hacer mucho al respecto —dijo, fingiendo fastidio—. Eres un caso perdido, Barty.

El castaño soltó una carcajada baja, pero en lugar de apartarse, terminó por acomodarse mejor sobre el rubio, como si la conversación le hubiera dado aún más derecho de permanecer ahí.

—¿Sabes? No me quejaría si nos quedamos así un rato más —murmuró con una sonrisa perezosa.

—Yo sí —dijo Peter automáticamente, aunque el hecho de que no hiciera ningún movimiento para empujarlo le quitó credibilidad a sus palabras.

El Slytherin se rio entre dientes, notando la contradicción en su respuesta. En algún punto, sus dedos comenzaron a trazar pequeños círculos sobre la tela de la camisa del rubio, un gesto distraído, casi natural. Y Peter se quedó completamente inmóvil, sintiendo su corazón golpear con fuerza en su pecho.

—Pecas... —llamó Barty con voz baja, casi en un susurro.

—¿Mhm?

—No te duermas.

—No me estoy durmiendo.

—Mentiroso —dijo con diversión, apretando suavemente la tela de su camisa.

Peter abrió los ojos con lentitud, girando apenas el rostro para mirarlo con una mezcla de confusión y advertencia.

—¿Y qué si lo hago? —preguntó en un murmullo.

Barty ladeó la cabeza, sonriendo como si acabara de encontrar la respuesta a una pregunta que no sabía que tenía.

—Nada —dijo finalmente—. Solo que, si te duermes, tendré que quedarme aquí también.

El de pecas sintió que su corazón tamborileaba en su pecho con más fuerza de la que le gustaría admitir, y lo sintió aún más cuando la escurridiza mano del menor comenzó a pasearse debajo de su camisa.

—Eres imposible, Crouch.

—Y tú no sabes decirme que no.

Peter abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato al darse cuenta de que no tenía un buen argumento. En su lugar, suspiró y cerró los ojos nuevamente, dejándose llevar por las leves caricias que le repartía el Slytherin.

—Eres un niño en hormonas en serio —resopló con reproche.

Barty soltó una risa baja y burlona contra la piel del cuello del Gryffindor, sin detener el lento y distraído recorrido de sus dedos sobre su costado.

—Eso es gracioso, viniendo de ti, Pecas.

Peter chasqueó la lengua, pero no hizo el menor intento por apartarlo. Había algo irritantemente relajante en la forma en que el Slytherin se tomaba la libertad de tocarlo, como si fuera lo más normal del mundo. Y, lo peor de todo, es que Peter ya se había acostumbrado.

—Si me duermo y mañana despierto con tus morados, te juro que—

—¿Que qué? —interrumpió Barty con tono burlón—. ¿Me patearás de la cama?

El rubio se quedó en silencio. No porque no tuviera una respuesta, sino porque ambos sabían que no lo haría. No lo había hecho las últimas veces que se quedaban juntos y, definitivamente, no lo haría ahora.

El Slytherin sonrió con suficiencia, disfrutando su victoria, y se acomodó mejor sobre el pecho del merodeador, cerrando los ojos con la misma tranquilidad de quien sabía que tenía todo bajo control.

Peter suspiró con resignación, decidiendo que, por esa noche, no valía la pena discutir. Además, admitirlo o no, se sentía demasiado cómodo como para moverse.

—Sabes, el latido de tu corazón me gusta mucho —aquella frase dejó muy confundido al Gryffindor.

—¿A qué te refieres? 

—Cuando uso el hechizo que cree, últimamente lo uso para escuchar tus latidos, siempre tienen en mismo ritmo, solo cambia en momentos específicos —aclaró con normalidad.

—Si usas ese hechizo continuamente acabarás desgastando tu núcleo mágico, es magia oscura que no puedes controlar. —Peter miro con reproche al castaño sobre él.

—Es magia oscura que tú no puedes controlar Pecas, yo sí —aquella afirmación hizo que el rubio soltara un quejido de indignación.

Sigues siendo un idiota imprudente, Crouch —murmuró el rubio, frunciendo el ceño—. Solo porque puedes hacer algo no significa que debas hacerlo.

Barty rodó los ojos sin moverse de su lugar.

—Oh, vamos, Peter, no voy a caer muerto por usarlo un par de veces.

—No lo sabes —replicó el Gryffindor con seriedad—. Nadie sabe qué tan lejos puedes llevar ese hechizo sin que tenga consecuencias.

El castaño chasqueó la lengua, pero no respondió de inmediato. Sabía que el merodeador tenía razón. Había probado con otros antes, pero con Peter se había vuelto una costumbre... porque escuchar su corazón lo tranquilizaba de una manera que no podía explicar. Y, aunque no lo admitiría en voz alta, la idea de dejar de hacerlo le resultaba inquietante.

—Solo ten cuidado —insistió Peter, su tono menos severo esta vez.

Barty sonrió con diversión, alzando la mirada para encontrarse con los ojos azules del de pecas.

—¿Eso significa que te preocupas por mí, Pecas?

El Gryffindor bufó, apartando la vista como si el techo fuera súbitamente más interesante. —Claro, tonto, me importas.

El Slytherin en respuesta dejo un beso en los labios del merodeador, sonriendo de forma tranquila.

—¿Me mentirás diciendo que el hechizo que tú utilizaste aquella vez en el pasillo no tiene nada de magia oscura?

—No es mentira, no usaría magia oscura para un trabajo de McGonagall. —Barty miró con mucha duda al contrario.

—¿Entonces como explicas lo raro que es el hechizo? 

Peter chasqueó la lengua, evitando la mirada inquisitiva del Slytherin.

—No es raro, solo es... complejo.

—Oh, claro, porque un hechizo capaz de materializar los hechizos utilizados en una zona específica en forma de hilos donde también puedes descubrir la naturalidad de la magia que poseen es algo que claramente la magia blanca puede hacer. —el sarcasmo en la voz susurrante del Slytherin era demasiado obvió.

—Fue un error enseñarte a usarlo esa día en la Mansión Potter —recalcó el rubio con el señor fruncido.

—Bueno, descubrirnos que la Mansión Potter no se salva de la magia prohibida. —Barty frunció el ceño ante las respuestas del otro. Su instinto le decía que el merodeador no le estaba contando todo de aquel hechizo, pero decidió no presionarlo... por ahora. En su lugar, apoyó la barbilla sobre su pecho y sonrió con aire travieso.

—Eso no es lo importante aquí. El punto de todo esto es que la magia negra desgasta tu núcleo mágico.

Barty apoyó la mejilla en su pecho, mirándolo con una expresión casi perezosa.

—Ya te lo dije antes, Pecas... Tú no puedes controlarla. Yo sí.

Peter sintió un escalofrío recorriéndole la espalda.

—¿Y si un día no puedes? —preguntó en voz baja.

El Slytherin no respondió enseguida. Sus ojos verdes brillaban con algo indescifrable en la penumbra de la habitación. Finalmente, ladeó la cabeza y sonrió.

—Si ese día llega... supongo que confiaré en que tú me detengas.

—¿Qué tan seguro estás de que yo podré detenerte? 

—Tan seguro como lo estoy del sabor cereza de tus labios —respondió ahora con un susurro adormilado.

Últimamente así eran sus conversaciones nocturnas, pues después de el intinerario de los señores Lupin, la noche era la donde los dos soltaban ese tipo de conversaciones sin sentido.

Aunque para ellos aquel caos en el que estaban envueltos tenía mucho sentido.

 

...

 

Día 4

Noche Buena

La noche nueva había cubierto el cielo con un manto de sombras profundas, sin el brillo plateado de la luna para suavizar la oscuridad. Solo las estrellas lejanas titilaban débilmente, como si fueran testigos silenciosas de lo que estaba por ocurrir. En la casa Lupin, el ambiente tenía un matiz extraño, una mezcla de calidez y expectación contenida.

Los ocho estaban sentados en círculo sobre la alfombra mullida, con velas encendidas alrededor, cuyas llamas temblaban con las corrientes de aire ocasionales. La chimenea ardía en la esquina de la habitación, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de piedra y llenando el aire con el reconfortante aroma a madera quemada.

El murmullo de voces era tranquilo, conversaciones dispersas mientras esperaban a que la cena terminara de cocinarse. Habían ayudado a preparar la comida—amasaron pan, cortaron ingredientes y removieron caldos con cucharas de madera—, pero ahora solo quedaba el tiempo de espera. Un tiempo perfecto para hablar.

Lucius y Remus compartieron una mirada discreta. Sabían que ya no podían postergarlo más.

—Tenemos algo que contarles —la voz de Remus, calmada pero firme, rompió el flujo natural de la charla.

James dejó de jugar con un trozo de pergamino entre sus dedos y frunció el ceño, poniéndose alerta. Sirius, sentado junto a él, inclinó la cabeza con interés. Regulus y Severus, en cambio, permanecieron en absoluto silencio, pero con los ojos fijos en los dos que hablaban, atentos a cada palabra. Peter y Barty, quienes estaban más relajados, intercambiaron una mirada antes de simplemente esperar.

Lucius, con los dedos entrelazados sobre su rodilla, fue más directo.

—No es solo algo. Es todo. Todo lo que hemos estado descubriendo desde la misión que Don nos envió a hacer a espaldas de ustedes.

El ambiente pareció tensarse en el instante en que esas palabras dejaron su boca.

—¿De qué misión están hablando? —Sirius cruzó los brazos, su tono gélido y lleno de reproche—. ¿Por qué no nos dijeron nada antes?

Remus bajó la mirada unos segundos antes de frotarse las manos contra sus rodillas, buscando la mejor manera de explicar.

—Don nos mandó a investigar una habitación. La llamó la "Habitación del Recuerdo". Fue un desafío extraño porque, técnicamente, no hubo ningún peligro real. Entramos a un espacio que funcionaba como un espejo... pero no reflejaba nuestros rostros, sino fragmentos del pasado. Y en esos recuerdos... —hizo una pausa, tragando en seco antes de continuar—, vimos a nuestros padres. Todos estaban allí, reunidos, hablando sobre Don y Quill, sobre una misión que casi les costó la vida.

Las llamas de la chimenea crepitaron con más fuerza, como si reaccionaran al peso de la revelación.

Los demás se inclinaron inconscientemente hacia adelante.

—¿Nuestros padres? —Regulus repitió en un murmullo, sus dedos jugando con el dobladillo de su túnica.

Lucius asintió, con la mirada más seria que nunca.

—Desde hace décadas. Incluso antes de que ellos llegaran a Hogwarts, ya existía algo. Una conexión que no supimos ver hasta ahora.

James apretó los labios con fuerza. Sus nudillos estaban blancos por la presión que ejercía contra sus propias rodillas.

—¿Y qué significa eso para nosotros? —preguntó con voz baja, aunque en sus ojos brillaba la tormenta de sus pensamientos.

Remus se pasó una mano por el cabello con expresión grave.

—Significa que nuestros padres sabían más de lo que dijeron. Y significa que, queramos o no, estamos siguiendo un camino que ellos dejaron inconcluso.

El silencio que se formó después fue diferente. No era un simple vacío entre palabras, sino un peso tangible que se asentó sobre cada uno de ellos, envolviéndolos como una sombra invisible.

En la penumbra, solo el fuego iluminaba sus rostros. Algunos con incertidumbre, otros con curiosidad y unos pocos con un temor bien disimulado.

Lucius rompió el silencio con voz firme.

—Aun con dudas, Remus y yo decidimos investigar en la biblioteca de la Mansión Potter, y ahí encontramos la confirmación de que los padres de James estuvieron—y siguen—involucrados con Don. por lo tanto creemos que los demás también pero en diferente medida.

James cerró los ojos brevemente, dejando escapar un suspiro contenido, pero no dijo nada.

Lucius los observó a todos, con un aire calculador, pero sin la frialdad de siempre.

—La pregunta ahora es... ¿qué vamos a hacer con esta información?

Y en ese instante, todos supieron que no había vuelta atrás.

Hubo un largo silencio. Solo el crepitar del fuego y el ocasional parpadeo de las velas llenaban la habitación. Nadie hablaba, pero no porque no tuvieran qué decir, sino porque la gravedad de lo que acababan de escuchar se asentaba lentamente sobre ellos.

James fue el primero en moverse. Se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas, sus ojos caramelo fijos en Lucius y Remus.

—Si esto es verdad... —empezó con voz contenida—, si mis padres están involucrados con Don... ¿por qué nunca dijeron nada?

—Porque no pueden —respondió Remus en el acto, su tono impregnado de una certeza absoluta—. Vimos los recuerdos, James. Sabemos que, de alguna manera, nuestros padres juraron guardar silencio. No sabemos si es un hechizo, un pacto mágico o algo más, pero están atados a ello, lo llamaron "El Pacto de Obsidiana".

James tensó la mandíbula. La idea de que su madre y su padre—las dos personas en las que más confiaba—le ocultaran algo tan grande le resultaba difícil de digerir.

—Quizás ellos no pueden decirnos nada —intervino Regulus, su voz serena pero con una intensidad calculada—. Pero eso no significa que no podamos descubrirlo por nuestra cuenta.

Sirius resopló y sacudió la cabeza.

—¿Y cómo diablos se supone que hagamos eso? ¿Nos colamos en la mente de nuestros padres?

—No es mala idea —murmuró Severus con ironía—. Aunque dudo que sea posible sin consecuencias.

Lucius se recargó ligeramente en la alfombra, apoyando las manos sobre el suelo.

—No necesitamos hacer algo tan drástico —dijo con calma—. Ya tenemos información suficiente para buscar respuestas. La Mansión Potter tiene registros antiguos, y no solo eso... Don nos dejó ver estos recuerdos por una razón.

—¿Y qué razón sería esa? —preguntó Peter con las cejas fruncidas.

Remus apretó los labios por un momento antes de responder.

—Don y Quill no son simplemente artefactos mágicos. Tienen un propósito. Y si nuestros padres estuvieron involucrados con ellos, significa que, de alguna manera, su misión sigue sin completarse.

Las palabras de Remus flotaron en el aire con un peso indescriptible.

Barty, quien había permanecido en silencio, ladeó la cabeza con interés.

—Entonces, en otras palabras, estamos siguiendo los pasos de nuestros padres... sin siquiera saber en qué nos estamos metiendo.

—Exacto —afirmó Lucius, su mirada recorriendo los rostros de los presentes—. Y la única manera de entender realmente en qué estamos involucrados es seguir investigando.

James suspiró y se pasó una mano por el rostro, sintiendo el peso de la revelación hundirse en su pecho.

—Muy bien. Si vamos a hacer esto, hay que hacerlo bien. —Su mirada se endureció cuando la dirigió a Remus y Lucius—. Quiero saber todo lo que vieron en esa habitación. Cada detalle.

Remus y Lucius intercambiaron una última mirada antes de asentir al mismo tiempo.

—Está bien —dijo el licántropo con seriedad—. Pero prepárense, porque no será fácil de escuchar.

Y con eso, la noche nueva continuó envolviéndolos, mientras el fuego ardía con la misma intensidad con la que ahora ardía su determinación.

La noche había avanzado sin que se dieran cuenta. Las velas se habían consumido hasta casi tocar la base de los candelabros, la chimenea ahora ardía con brasas más que con llamas, y el aire dentro de la habitación se había vuelto pesado con la cantidad de información que habían intercambiado.

Nadie sabía cuánto tiempo llevaban ahí, pero la conversación ya había tomado múltiples giros. Habían repasado los recuerdos de la Habitación del Recuerdo, desmenuzado cada palabra que sus padres habían dicho en aquellos ecos del pasado, y discutido hasta la saciedad qué significado podía tener todo.

Para ese punto, James estaba sentado con la cabeza apoyada en una de sus manos, su expresión era un cúmulo de pensamientos sin resolver. Sirius miraba el fuego, su ceño fruncido con intensidad. Regulus y Severus estaban inmersos en una discusión en voz baja sobre los límites de la magia que podría estar involucrada, mientras que Peter y Barty, aunque aún atentos, parecían más enfocados en sus propias teorías sobre Don y Quill.

Lucius, a pesar de la agotadora conversación, mantenía su postura recta, observando con detenimiento a cada uno, evaluando reacciones y buscando los hilos sueltos en su propio razonamiento.

Remus, por su parte, había permanecido en silencio los últimos minutos, escuchando a los demás y procesando la gravedad de la situación. Entonces, tras una pausa en la conversación, se aclaró la garganta y dijo con voz grave:

—Sabemos que esta información cambia muchas cosas, pero no podemos dejar que nos consuma. —Su mirada pasó por cada uno de ellos—. Tenemos que decidir qué hacer a continuación.

James parpadeó como si lo hubieran sacado de un trance y se estiró un poco antes de asentir.

—Tienes razón. No podemos quedarnos en esta habitación eternamente.

—Podríamos dividirnos —sugirió Regulus—. Algunos seguimos investigando en la Mansión Potter, otros podrían intentar averiguar más sobre Don y Quill directamente.

—E incluso podríamos empezar a vigilar a nuestros padres —añadió Barty, inclinándose hacia adelante con los ojos brillando de emoción—. No sabemos si todavía están en contacto con Don.

Hubo un silencio ante esa última sugerencia, porque todos sabían que tenía razón.

Lucius respiró hondo y se puso de pie, alisando con calma las arrugas de su túnica.

—Entonces, si estamos de acuerdo, es momento de organizarnos.

Y así, con el peso del conocimiento recién adquirido sobre sus hombros, los ocho comenzaron a planear su siguiente movimiento, mientras la noche buena los envolvía en su oscuridad silenciosa.

 

...

 

Noche 4 y día 5

Noche de Navidad

La conversación sobre Don y Quill quedó suspendida en el aire, reemplazada por una expectante tranquilidad cuando Hope Lupin asomó la cabeza por la puerta del salón con una sonrisa radiante.

—La cena está lista, chicos —anunció con su habitual calidez.

Un murmullo de alivio recorrió el grupo. La noche había sido intensa y todos necesitaban un respiro, algo que los anclara a la realidad. La comida era perfecta para eso. Se levantaron y siguieron a Hope hasta el comedor, donde Lyall Lupin ya esperaba con una copa de vino en la mano y una sonrisa relajada.

La mesa estaba bellamente decorada, con un mantel rojo profundo y velas encantadas flotando sobre sus cabezas, titilando con un brillo suave que iluminaba los rostros de todos. Había platos rebosantes de comida: pavo relleno con especias, puré de patatas cremoso, verduras salteadas, pan recién horneado, y una variedad de salsas que hacían que el aire estuviera impregnado con un aroma reconfortante. Al centro, un gran pastel de frutas reposaba sobre una bandeja de plata, esperando su turno.

James fue el primero en tomar asiento, frotándose las manos con entusiasmo.

—Espero que nadie se ofenda, pero esto huele mejor que la comida de casa —dijo con un guiño.

—Lo tomaré como un cumplido —respondió Hope con una carcajada.

Sirius, que se había dejado caer en la silla junto a su mejor amigo, suspiró dramáticamente.

—Definitivamente lo es. La comida de los Potter es increíble, pero esta... esta tiene algo especial.

—El secreto es cocinar con amor —dijo Hope, sirviendo una generosa porción de puré en el plato de Peter.

—Y un toque de magia, supongo —añadió Barty, observando cómo la salsa de arándanos flotaba desde su recipiente para servirse sola en su plato.

Lucius rodó los ojos, aunque en su expresión se dibujaba un rastro de diversión.

—O quizás es porque llevan todo el día sin comer bien y su cerebro ya no funciona.

Remus, que se había mantenido en silencio mientras ayudaba a su madre a repartir los platos, negó con la cabeza.

—No es eso, Lucius. Solo es buena comida y un ambiente familiar, lo cual es raro para algunos de nosotros. —Su tono era tranquilo, pero en su mirada había un dejo de nostalgia que solo Sirius y Regulus comprendieron del todo.

Hope, como si hubiera captado la emoción en el aire, sonrió con dulzura y se acercó a darle un pequeño apretón en el hombro a su hijo.

—Pues esta es su casa. Y mientras estén bajo este techo, serán tratados como parte de la familia Lupin.

El comentario fue recibido con sonrisas y miradas cargadas de gratitud.

—Bueno, antes de que la comida se enfríe, ¿por qué no brindamos? —sugirió Lyall, levantando su copa de vino.

Los demás hicieron lo mismo, incluso Peter y Barty, que alzaron sus vasos de sidra con entusiasmo.

—Por esta noche —dijo Lyall—, por la familia que se elige y por las aventuras que nos esperan.

Las copas chocaron suavemente, y con ese sonido la tensión de la conversación anterior se disipó por completo.

La cena transcurrió con risas, bromas y conversaciones que iban desde anécdotas de Hogwarts hasta debates acalorados sobre cuál era la mejor manera de preparar una tarta de calabaza. Sirius y James, como siempre, se lanzaban desafíos entre bocado y bocado, mientras que Regulus y Severus compartían opiniones sobre pociones, ignorando las miradas burlonas de Peter y Barty, que claramente planeaban interrumpir con algún comentario ingenioso.

Lucius, por su parte, parecía más relajado de lo habitual, e incluso dejó escapar una pequeña risa cuando Hope le preguntó si quería más puré y Sirius bromeó con que era la primera vez que alguien le ofrecía comida en vez de exigirle que se comportara como un Malfoy.

Cuando todos estuvieron llenos, Hope se levantó con una gran sonrisa.

—Bien, ahora es hora del postre.

—Si todavía puedo moverme después de esto —murmuró James, frotándose el estómago con satisfacción.

Lyall chasqueó los dedos, y el pastel de frutas se elevó suavemente en el aire hasta aterrizar en el centro de la mesa.

—No hay excusas, Potter. No después de todo el esfuerzo que puso Hope en esto.

—No podría negarme aunque quisiera —respondió James, sirviéndose una porción generosa.

Mientras el postre era repartido, Remus observó la escena con una sensación de calidez en el pecho. A pesar de todo lo que habían descubierto esa noche, a pesar del peso de las incógnitas que aún los rodeaban, en ese momento estaban juntos, riendo y compartiendo una cena de Navidad como si fueran simplemente un grupo de amigos sin más preocupaciones que la escuela y las travesuras diarias.

Era un respiro. Un instante de paz antes de lo inevitable.

Y Remus decidió que, aunque solo fuera por esa noche, permitiría que ese momento existiera sin sombras.

 

...

 

Día 6

Misión de Navidad

La mañana del sexto día de vacaciones amaneció con un aire gélido, y la nieve cubría cada rincón del paisaje con una blancura cegadora. Un viento cortante soplaba a través de los árboles desnudos, sacudiendo la escarcha acumulada en sus ramas y esparciendo diminutas motas de hielo que titilaban bajo la luz tenue del sol invernal. La casa de los Lupin se mantenía cálida gracias al fuego constante en la chimenea, aunque el frío lograba colarse por las ventanas y puertas, haciendo que los suelos de madera crujieran con cada paso.

Los ocho jóvenes habían pasado los últimos días entre celebraciones, bromas y revelaciones impactantes, disfrutando de una paz inusual que solo el invierno parecía poder ofrecerles. Esa mañana, sus planes eran simples: ayudar a los señores Lupin en algunas tareas del hogar, compartir historias junto a la chimenea o incluso aventurarse a competir en carreras de trineos por las colinas nevadas. Algunos ya estaban preparándose para ello, envueltos en gruesos suéteres y bufandas de colores, cuando algo interrumpió la calma.

Un resplandor inusual, tenue al principio, pero lo suficientemente notorio como para captar la atención de James y Regulus, iluminó la habitación donde jugaban una partida de ajedrez mágico. La luz dorada se filtraba desde su mochila, pulsando con un ritmo inquietante. Ambos intercambiaron una mirada significativa antes de que el mayor se inclinara para abrir el bolso con cuidado.

—Eso no es normal —murmuró el menor de los Black, observando cómo el brillo se intensificaba.

James, sin perder tiempo, sacó a Quill y lo colocó sobre el escritorio, donde la pluma pareció revolotear ansiosa antes de comenzar a escribir por sí sola.

"Reúnanse de inmediato. Don tiene una tarea para ustedes."

El Gryffindor frunció el ceño y, sin dudarlo, escribió rápidamente un mensaje dirigido a los demás.

No pasó mucho tiempo antes de que los pasos apresurados de los demás resonaran en la casa. Sirius llegó primero, con el cabello desordenado y un suéter grueso mal puesto, seguido de Peter y Barty, quienes parecían haber estado en medio de un momento importante antes de recibir el mensaje. Remus y Lucius entraron después, el primero con una taza de té aún humeante en las manos, mientras que el segundo alisaba su túnica con una expresión expectante. Severus cerró la puerta tras él, observando a los presentes con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Qué ocurre? —preguntó el mayor de los Black, cruzándose de brazos.

El de gafas le indicó el pergamino aún resplandeciente y la pluma, que comenzaba a escribir nuevamente con trazos elegantes y firmes.

"Se acabó el descanso. Prepárense. Tienen una misión que cumplir."

El ambiente en la habitación cambió al instante. Todos se quedaron en silencio por un momento, digiriendo las palabras de Don. La emoción de la mañana, las carreras de trineos y la calidez hogareña quedaron relegadas a un segundo plano. Habían aprendido a no tomar a la ligera ninguna de sus órdenes.

—Bueno —suspiró Peter, rodando los ojos—, supongo que nuestro día tranquilo se arruinó.

—Como si realmente pensáramos que tendríamos un descanso eterno —comentó el Slytherin de ojos verdes con una sonrisa divertida, observando cómo las letras se formaban en el pergamino una vez más.

"El desafío de hoy será diferente. No habrá peleas ni acertijos complicados. Esta vez, quiero ver qué tan bien pueden trabajar en equipo... cuando están separados."

—Eso no suena bien —señaló Severus con seriedad.

—Nunca lo hace —musitó Regulus, enderezándose—. ¿Dónde se supone que será esta misión?

Quill respondió con una última línea antes de detenerse.

"El Bosque Invernal. Tienen diez minutos para prepararse. Vayan abrigados."

El grupo intercambió miradas. La expectación, el nerviosismo y la adrenalina comenzaron a instalarse en cada uno de ellos. Sabían que Don nunca les pondría pruebas sin propósito, pero la mención de separarlos añadía un nuevo nivel de dificultad.

—Supongo que será mejor que nos preparemos —dijo el rubio platinado con calma, aunque la seriedad en su expresión lo delataba.

Sin perder más tiempo, cada uno se apresuró a buscar su equipo, sin saber qué les esperaba en aquel Bosque Invernal.

Los minutos pasaron con una rapidez inusual mientras los ocho jóvenes se preparaban. Cada uno se colocó varias capas de ropa para resguardarse del frío y revisó su varita como un reflejo automático, anticipando lo desconocido.

Hope y Lyall los observaron con evidente preocupación cuando los vieron bajar con ropa gruesa, botas resistentes y miradas determinadas.

—¿A dónde creen que van con este frío? —preguntó Hope, cruzándose de brazos.

—Es... una especie de entrenamiento —respondió Remus, intentando sonar despreocupado.

Lyall no pareció convencido, su mirada se posó en su hijo con sospecha, pero al final suspiró, dándose por vencido.

—No se alejen demasiado —advirtió—. Y si sienten que la temperatura baja más de lo normal, regresen de inmediato.

Los ocho asintieron con rapidez antes de salir al exterior, donde la nieve crujió bajo sus botas al avanzar. Un viento helado les cortó el rostro al instante, obligándolos a ajustarse las bufandas y a entrecerrar los ojos ante el resplandor blanco del paisaje.

El Bosque Invernal no quedaba lejos, pero el camino hasta allí era traicionero. Los árboles estaban cubiertos por una gruesa capa de nieve, sus ramas inclinadas por el peso, y el suelo se sentía inestable en algunas zonas.

—Espero que esto no sea otra de esas pruebas en las que terminamos luchando por nuestra vida —comentó el de pecas con un escalofrío, abrazándose a sí mismo.

—No seas tan pesimista, Pete —replicó Sirius, aunque su tono no reflejaba la confianza que intentaba aparentar.

Cuando llegaron a la entrada del bosque, el pergamino comenzó a brillar nuevamente, flotando en el aire hasta desplegarse. Frente a ellos, las letras doradas comenzaron a escribirse solas.

"Bienvenidos al desafío. Como mencioné antes, esta prueba no es de combate ni de acertijos, sino de confianza y cooperación. Se dividirán en cuatro parejas y serán separados en distintos puntos del bosque. Su objetivo es simple: encontrarse de nuevo antes de que el tiempo se agote y con ustedes, encontrar objetos individuales, no diré cuales son, pero ustedes lo sabran."

El mensaje era claro, pero la advertencia implícita los puso en tensión.

—¿Y si no logramos encontrarnos? —preguntó Regulus, mirando el pergamino con desconfianza.

Casi como si Don hubiese anticipado su pregunta, nuevas palabras aparecieron.

"Si no logran reunirse, la nieve se encargará de ustedes."

El grupo sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el frío.

—Vaya, qué motivador —murmuró Barty con una sonrisa ladeada.

Antes de que pudieran cuestionar más, el pergamino brilló intensamente, envolviéndolos en una luz cegadora. El aire se tornó denso, como si una fuerza invisible los arrastrara en distintas direcciones. Sintieron el suelo desaparecer bajo sus pies y, un instante después, la sensación de ser lanzados por un torbellino invisible.

Cuando la luz desapareció, cada uno abrió los ojos y descubrió que el paisaje había cambiado. El bosque seguía allí, pero la nieve era más espesa, los árboles parecían aún más altos y la sensación de aislamiento se había intensificado, como si los envolviera una burbuja de frío y silencio.

Lo primero que hizo cada uno fue buscar a su compañero.

—Verus, otra vez juntos —comentó el de rizos con aparente tranquilidad, sacudiéndose la nieve de los hombros.

—Don tiene una especial afinidad para ponernos a ti y a mí juntos, siempre —respondió el de cabellos lacios con voz relajada, al tiempo que se incorporaba con elegancia. Intentó disimular la pequeña sonrisa que se formó en sus labios, pero no pudo evitar pensar en los motivos de Don para emparejarlos constantemente.

—¿Quizás es porque hacemos buen equipo? —aventuró el Gryffindor con una sonrisa, su mirada desviándose fugazmente hacia el collar que colgaba del cuello del Slytherin.

El de ojos negros sostuvo su mirada por un momento antes de soltar un leve suspiro.

—Sí... quizás —murmuró con calma, aunque en el brillo de sus ojos se escondía algo más.

En otra parte del frío bosque, un poco más alejada, James y Regulus se ayudaban mutuamente a ponerse de pie, sacudiéndose la nieve de la ropa.

—Otra vez —murmuró el de anteojos con una mezcla de resignación y diversión.

—Otra vez, Jamie —respondió el menor de los Black, con un deje de ironía en la voz mas, era aquel que tenía siempre con James, uno de broma.

El Gryffindor exhaló un suspiro, su aliento volviéndose vapor en el aire helado. Echó un vistazo a su alrededor, frunciendo el ceño ligeramente. Conocía aquel bosque de memoria por los incontables inviernos que había pasado jugando con los Merodeadores, pero ahora, por alguna razón, ahora se veía más extenso... más desconocido.

—Bien, tenemos dos tareas —planteó con firmeza—. Encontrar el objeto que seguramente nos han escondido y dar con los demás.

Regulus asintió, observando el horizonte cubierto de nieve.

—No será tan fácil como parece —murmuró, entrecerrando los ojos con desconfianza.

—Nunca lo es —admitió James, pero la emoción de la misión ya comenzaba a reflejarse en su expresión.

A un par de kilómetros más adentro, en lo profundo del bosque cubierto de nieve, Peter abrió los ojos con una mueca. La caída había sido fuerte, el impacto aún vibraba en su cuerpo, pero lo más preocupante era el frío que se filtraba a través de su ropa, helándole hasta los huesos.

Soltó un gruñido mientras se incorporaba con dificultad, sacudiéndose la nieve de los rizos y la túnica. El paisaje que lo rodeaba era tan familiar como inquietante. Llevaban recorriendo este bosque desde los once años, conocían cada sendero, cada rincón oculto entre los árboles. Sin embargo, algo se sentía distinto. Quizás era la bruma espesa que se filtraba entre los troncos o el silencio absoluto que solo era interrumpido por el crujir de la nieve bajo sus manos.

Justo cuando comenzaba a orientarse, una voz rompió la quietud.

—¿Pecas?

El rubio giró de inmediato hacia la dirección del sonido, su corazón saltando con un alivio repentino. Entre la nieve, unos metros más allá, pudo distinguir una silueta conocida.

Barty.

El castaño caminaba hacia él con las manos en los bolsillos, su cabello despeinado por el viento y una leve sonrisa ladeada en el rostro.

—Hola, Barty —saludó, sintiendo que su respiración volvía a estabilizarse.

—Parece que tuvimos un aterrizaje forzoso —comentó el Slytherin, arqueando una ceja mientras se detenía frente a él.

—Más bien un aterrizaje catastrófico —bufó el más bajo, estirando los brazos para sacudirse los restos de nieve de la ropa—. ¿Tienes idea de dónde estamos?

Barty echó un vistazo alrededor, inspeccionando los altos árboles cubiertos de escarcha y el suelo completamente blanco.

—Sí y no —respondió, cruzándose de brazos—. Sabemos que es el bosque... pero algo no encaja.

Peter frunció el ceño. Él también había notado aquella extraña sensación de irrealidad en el ambiente.

—¿Crees que Don nos haya traído a una parte más profunda del bosque? —preguntó, inquieto.

—Tal vez. O tal vez estamos en una especie de ilusión o prueba. Ya sabes cómo le gusta jugar con la percepción.

El rubio tragó saliva.

—Genial, porque lo que más quiero ahora es estar atrapado en un maldito rompecabezas mágico en medio del bosque helado.

Barty dejó escapar una carcajada baja.

—Relájate, Pecas. Lo resolveremos.

Peter asintió, sintiéndose más tranquilo al tener al castaño a su lado.

—Supongo que lo primero que debemos hacer es encontrar el objeto y luego a los demás.

—Exacto —confirmó el Slytherin, echando a andar con pasos seguros—. Y con suerte, no encontraremos algo que quiera matarnos en el proceso.

Peter rió nerviosamente antes de apresurarse a seguirle, con la sensación de que la prueba apenas comenzaba.

Más adentrados en el bosque, en una zona donde los árboles se alzaban como columnas interminables y la nieve cubría el suelo en una gruesa capa inmaculada, se encontraban las dos personas más altas de ambos grupos. A diferencia del resto, su aterrizaje había sido menos caótico. No habían caído de bruces ni rodado por la nieve, sino que, de algún modo, lograron mantenerse juntos, con los pies apenas tambaleándose ante el impacto del traslado.

Lucius fue el primero en recomponerse, parpadeando para despejar cualquier aturdimiento mientras analizaba su entorno con mirada crítica.

—Bien —dijo tras un instante de silencio, organizando mentalmente un plan—. Primero el objeto, luego nos reunimos con los demás.

Su voz sonó segura, casi natural en su rol de estratega, pero lo que no parecía haber notado —o quizás sí— era que aún tenía una mano firmemente apoyada en la cintura de Remus, como si temiera soltarlo y descubrir que el Gryffindor desaparecería en la bruma del bosque.

El licántropo notó el gesto, pero no dijo nada. En lugar de eso, observó su alrededor con calma, el dorado de sus ojos reflejando la tenue luz invernal.

—Creo que Quill nos ayudará a encontrar lo que se supone que debemos buscar —mencionó con tranquilidad.

Y así como lo anticiparon ante ellos apareció la grandiosa pluma meciéndose en galardia como era costumbre, con una clama absoluta escribió en el aire con una letra plateada que contrastaba con el ambiente.

"Su objeto es el Astrolabio de Plata."

 

...

 

Cuando el diálogo entre ambos terminó, la pluma galante, con una urgencia palpable, se materializó frente a ellos en el aire, como si emergiera de la nada. Sin previo aviso, comenzó a escribir en el espacio vacío con elegantes letras plateadas, moviéndose con una fluidez casi hipnótica.

"Severus, Sirius, ustedes tendrán que buscar El reloj de arena congelado, es un artefacto complejo pero servirá para enseñarles específicamente a ustedes dos lo que Don quiere que sepan."

La pluma parecía tener una prisa inusitada, y antes de que alguno de ellos pudiera responder o siquiera procesar completamente las palabras que flotaban ante ellos, el elegante instrumento se desvaneció en el aire, tan abruptamente como había llegado.

Ambos se quedaron en silencio, contemplando el espacio vacío donde la pluma había desaparecido. La sensación de que algo más grande que ellos estaba en juego, algo que no podían controlar, se coló en sus mentes mientras las palabras de Quill flotaban en el aire, como una promesa que aún debía cumplirse.

—Bien, sabemos qué buscamos, pero ahora, ¿dónde? —la voz impaciente del Gryffindor interrumpió el silencio del bosque, arrancándole un suspiro exasperado al Slytherin.

—¿Quizás por el sendero de árboles con un enorme símbolo de reloj de arena? —respondió con sarcasmo, cruzándose de brazos mientras esperaba a que su compañero hiciera la conexión obvia.

—Claro, Verus, y... ¿dónde está ese sende—?

—Atrás de ti, Chucho —lo interrumpió con una media sonrisa, señalando con un leve movimiento de cabeza. Intentó disimular su satisfacción, pero no pudo evitar el brillo divertido en sus ojos oscuros. A veces, su niño de ojos grises podía ser sorprendentemente despistado.

El heredero Black giró sobre sus talones y, efectivamente, tras él se extendía un estrecho camino flanqueado por altos abetos cubiertos de escarcha. En el tronco del primero, tallado con precisión milimétrica, el símbolo de un reloj de arena parecía brillar tenuemente bajo la luz del bosque.

—Bien, entonces hay que seguir el sendero —dijo al final, sintiendo un leve calor subirle al rostro por su descuido. Se llevó una mano a la nuca, revolviendo sus rebeldes rizos en un gesto inconsciente.

—¿Ahora entiendes por qué Don siempre nos pone juntos? —murmuró Severus con aire burlón mientras echaba a andar.

Sirius rodó los ojos, pero lo siguió sin dudar. El bosque parecía ensancharse y cerrarse al mismo tiempo a medida que avanzaban. El aire estaba denso, cargado con un extraño aroma a madera vieja y algo que no terminaban de identificar.

—Este sitio no se siente normal —murmuró el Gryffindor después de unos minutos de caminar en silencio.

—Nada de lo que tiene que ver con Don lo es —replicó Severus, con la mirada clavada en el suelo cubierto de nieve. Algo captó su atención y se agachó de golpe.

—¿Qué pasa? —Sirius se inclinó también, tratando de ver qué examinaba el pocionista.

Severus deslizó los dedos por la superficie helada y descubrió un diminuto objeto de metal enterrado en la nieve. Lo sostuvo entre sus manos y se lo mostró a su compañero: era un engranaje, antiguo y oxidado, con símbolos grabados en su superficie.

—Parece una pieza de algo más grande... —murmuró, girándolo entre los dedos.

Sirius lo observó con atención antes de volver la vista al sendero.

—Entonces, si encontramos más, tal vez podamos armar lo que sea que Don quiere que encontremos.

—Tarde o temprano, todo esto tendrá sentido —murmuró Severus, guardando el engranaje en el bolsillo de su túnica.

El sendero de árboles con el símbolo del reloj de arena parecía alargarse conforme avanzaban, como si el bosque jugara con sus sentidos. La nieve crujía bajo sus botas, y el viento helado silbaba entre las ramas, cargado con un murmullo lejano que ninguno de los dos pudo distinguir del todo.

—¿Siempre tiene que haber un aire de misterio en estas misiones? —bufó el de ojos grises, cruzándose de brazos.

—Si esperas que Don nos lo ponga fácil, entonces eres más ingenuo de lo que pensaba —replicó Severus sin mirarlo, aún inspeccionando los alrededores con atención.

Sirius chasqueó la lengua, pero antes de responder, algo captó su atención a lo lejos: un tenue destello dorado, oculto entre la espesura del bosque.

—Verus, mira eso.

Severus giró la cabeza en la dirección que señalaba su compañero. Un brillo pulsante, casi etéreo, se filtraba entre los árboles.

—Definitivamente no es natural... —murmuró el pocionista, entrecerrando los ojos.

Sirius ya estaba avanzando hacia la luz sin pensarlo dos veces.

—¡Espera, imbécil! —Severus lo sujetó del brazo antes de que pudiera apresurarse.

El Gryffindor le lanzó una mirada molesta.

—¿Qué? No podemos quedarnos aquí parados.

—Sí, pero tampoco podemos ir a ciegas a lo que sea que nos está llamando —gruñó Severus, aunque finalmente lo soltó con un suspiro de resignación.

Sirius rodó los ojos.

—No me digas imbécil...

El Slytherin lo miro con una sonrisa insinuante. —A veces te queda mejor que "Chucho". —La risa de el Gryffindor rompió con la bruma que crecía a su alrededor.

Sirius negó con la cabeza, aún riendo por la respuesta de Severus.

—Eres insoportable, Verus.

El Slytherin no respondió, pero la sonrisa insinuante seguía en sus labios mientras continuaban avanzando hacia la fuente de la luz. La bruma a su alrededor parecía espesarse con cada paso, volviendo la atmósfera cada vez más opresiva.

Fue entonces cuando Sirius sintió un ligero tirón en su muñeca. No necesitó mirar para saber que Severus lo había sujetado.

—¿Lo sientes? —susurró el de cabellos lisos.

Sirius frunció el ceño y escudriñó el área. Ahora que lo mencionaba, había algo... diferente. No solo la bruma y el silencio antinatural, sino una sensación en el aire, como si todo estuviera conteniéndose, esperando.

—Sí —murmuró, mirando de reojo a su compañero—. ¿Te pone nervioso?

El Slytherin lo miró con esos ojos oscuros y expresivos que Sirius ya sabía leer a la perfección. Severus podía no decir nada, pero su mirada hablaba por él.

—No —respondió después de un momento—. Pero prefiero no confiarme.

Sirius sonrió de lado.

—Traducción: Sí te pone nervioso.

—Vas a hacer que me arrepienta de no haberte dejado ir solo —resopló Severus, avanzando con más decisión.

—Nunca te arrepientes de estar conmigo —contraatacó el Gryffindor con seguridad.

Severus no respondió, pero Sirius alcanzó a notar cómo su mirada se desviaba por un instante. Lo suficiente para confirmar lo que ya sabía.

Y entonces, lo vieron.

En una rama baja, justo en la dirección donde el destello había aparecido, un pequeño reloj de arena colgaba de una pulsera de cuero negro. El objeto parecía antiguo, pero su arena en el interior se movía de una manera extraña: no caía de un lado a otro como debería, sino que flotaba, como si no estuviera atada a la gravedad.

Sirius lo tomó con cuidado, deslizándolo entre sus dedos con curiosidad.

—No es solo un reloj de arena... tiene un hueco aquí —observó, tocando la parte inferior del diminuto mecanismo.

Severus sacó la pequeña pieza que habían encontrado antes y la examinó bajo la luz tenue del bosque.

—Préstamelo —pidió con voz baja.

Sirius le entregó la pulsera sin pensarlo, observándolo con atención. El pocionista tenía el ceño fruncido en concentración, los labios apretados mientras encajaba la pieza en su lugar con un movimiento preciso.

El clic que siguió fue casi inaudible, pero en cuanto la pieza quedó en su sitio, el reloj de arena brilló con intensidad por un breve instante antes de volver a la normalidad.

Severus parpadeó, como si estuviera esperando alguna reacción del objeto.

—¿Ya está? —preguntó Sirius, ladeando la cabeza.

El Slytherin no respondió de inmediato. En cambio toma la mano de Sirius y le coloco cuidadosamente la pulsera ajustando un poco para que entrara perfectamente.

Sirius parpadeó, sorprendido por el gesto.

—¿Me lo estás poniendo a mí? —preguntó con una sonrisa que intentaba ser burlona, pero en la que se colaba un evidente dejo de ternura.

Severus no levantó la mirada mientras ajustaba la correa de cuero en la muñeca del Gryffindor. Sus dedos trabajaban con precisión, pero había una suavidad en el toque que no pasó desapercibida.

—Eres tú quien siempre se lanza de cabeza a lo desconocido —murmuró, asegurándose de que la pulsera quedara firme pero cómoda—. Si algo sale mal, al menos quiero estar seguro de que sabrás reaccionar.

Sirius entrecerró los ojos, observándolo en silencio.

—Verus...

—¿Qué? —respondió sin mirarlo, fingiendo estar concentrado en el ajuste.

El Gryffindor sonrió con esa expresión socarrona que solía irritar al Slytherin.

—Te preocupas por mí.

Severus bufó, soltándole la muñeca con un poco más de brusquedad de la necesaria.

—No digas estupideces.

—Lo hiciste con mucho cuidado... y asegurándote de que me quedara bien.

El pocionista chasqueó la lengua, cruzándose de brazos.

—Si no te queda bien, podría caerse y perderse. No quiero repetir el proceso por tu torpeza.

—Claro, claro —asintió Sirius, divertido—. ¿Y la parte en la que tomaste mi mano con tanta delicadeza?

—¡Cállate, Black!

Sirius rió, encantado con la reacción. Pero su expresión se suavizó cuando bajó la vista a la pulsera, observándola con un dejo de extrañeza.

—Se siente... raro —murmuró, girando la muñeca para ver cómo el pequeño reloj de arena reflejaba la tenue luz del bosque.

Severus, más serio, lo observó con atención.

—¿Cómo raro?

El Gryffindor frunció el ceño, como si intentara explicarlo con palabras.

—No lo sé... Es como si... encajara. Como si fuera mía.

El Slytherin mantuvo su mirada fija en él durante unos segundos, evaluándolo.

—Quizás... lo es.

Sirius alzó la vista, encontrando los ojos oscuros del otro.

Hubo un silencio pesado entre ellos. No era incómodo, ni siquiera tenso. Era algo más... íntimo.

Y entonces, Sirius sonrió.

—Si esto es una excusa para regalarme una joya, debiste empezar por ahí.

Severus puso los ojos en blanco y, sin pensarlo, le dio un leve golpe en el brazo antes de girarse para seguir caminando.

—Vamos antes de que me arrepienta de habértela dado, tenemos que encontrar a los demás.

Sirius se quedó un segundo más observando la pulsera en su muñeca.

Severus no lo admitiría, pero ambos sabían que no se arrepentiría.

¿Entendiste, Sirius? Iluso... 

 

...

 

Mientras avanzaban entre la nieve, un brillo plateado comenzó a bailar en el aire frente a ellos. Peter se detuvo en seco y sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—¿Lo ves? —murmuró, señalando la luz.

Barty asintió, pero en lugar de quedarse quieto, se acercó con pasos despreocupados.

—Vaya, vaya, Quill está de humor para los efectos dramáticos.

La luz se expandió mostrando a la hermosa plluma galante y las palabras que escribía comenzaron a aparecer en el aire, escritas con tinta plateada que destellaba como si reflejara la luna.

"Peter y Barty encuentren la brújula sin norte. Sólo aquel que busca con el corazón hallará su verdadero camino, les ayudará a entender más cosas sobre ustedes dos y su eterna casualidad."

Peter frunció el ceño.

—¿Una brújula sin norte? ¿Qué se supone que significa eso?

Barty inclinó la cabeza, observando las palabras con atención antes de que la tinta se desvaneciera en el aire como humo.

—Significa que nos dieron la pista más críptica posible para fastidiarnos.

—Lo dices como si no te gustaran los acertijos. —Peter resopló.

Barty le lanzó una mirada de falsa inocencia.

—Oh, me encantan los acertijos. Lo que me molesta es que a veces las respuestas están frente a nosotros y no nos damos cuenta hasta que es demasiado tarde.

El rubio sintió un leve escalofrío ante esas palabras, pero lo disimuló rodando los ojos.

—Bueno, genio de Slytherin, ¿alguna idea de dónde buscar?

Barty miró a su alrededor y chasqueó la lengua.

—Si yo fuera una brújula sin norte y representara la búsqueda de lo que más quieres...

—¿Estaría cerca de algo valioso? —aventuró Peter.

—O de algo simbólico.

Ambos intercambiaron una mirada, y sin necesidad de decir nada más, comenzaron a moverse con más determinación.

El aire se sentía más espeso, la bruma envolvía sus cuerpos y el sonido de sus pasos en la nieve parecía amplificarse.

—Esto es raro —murmuró el rubio, frotándose los brazos.

—Más raro que tú llamándome "genio de Slytherin"? —se burló el castaño.

Peter entrecerró los ojos.

—Más raro que tú gritando como niña cuando caímos.

Barty puso una mano en el pecho, fingiendo indignación.

—Me ofendes, Pecas. Fue un grito de pura estrategia.

Peter se rió por lo bajo.

—Sí, claro, estrategia.

—Fue un grito calculado, lo aseguro —sonrió de la forma en la que lograba asustar a cualquiera, pero no a Peter pues este sólo le miró con una ceja alzada.

—Oh, Barty, eres increíblemente insoportable. —Aquel tono de leve superioridad salió de sus labios.

Barty ladeó la cabeza con una sonrisa ladina, esa que solía ponerle los pelos de punta a cualquiera.

—Dilo otra vez —susurró, con un tono más bajo, más suave.

Peter chasqueó la lengua, rodando los ojos.

—Que eres insoportable, Barty.

—No, no. La primera parte.

El Gryffindor frunció el ceño por un instante, hasta que comprendió.

—Oh, Barty.

El Slytherin cerró los ojos por un segundo, disfrutando la forma en que su nombre se deslizaba por la lengua del otro como si fuera algo precioso.

—Así me gusta —murmuró, abriendo los ojos para encontrarse con los de Peter.

El rubio resopló, cruzándose de brazos, pero el calor en sus mejillas era evidente incluso con el frío mordiendo su piel.

—Eres increíblemente ridículo.

Barty se encogió de hombros con desenfado, pero no pudo evitar acercarse un poco más, inclinándose justo lo suficiente para que sus rostros quedaran a escasos centímetros.

—Y sin embargo, aquí estás —susurró, con una confianza tranquila—. Y aún no me has apartado.

Peter suspiró pesadamente, sintiendo esa cercanía como algo tan familiar y natural como su propia respiración.

—Porque te conozco —dijo en voz baja—. Y porque si te aparto, lo harás más difícil.

Barty sonrió, esa sonrisa más sincera, la que no solía mostrar tan seguido.

—Eres listo, Pecas.

Peter iba a responder con otra broma, pero en ese momento visualizo en un plano del bosque una estructura de rocas formadas en algo que hacía alusión a un altar. Pero cuando estaba apunto de decirle al Slytherin, Barty se inclinarse delante de él y aparto la escarcha con los dedos enguantados bajo la atenta mirada de Peter.

Lo que encontró fue una pequeña brújula dorada, pero su aguja no apuntaba en ninguna dirección fija; en cambio, giraba erráticamente hasta que, de repente, se detuvo.

El Gryffindor sintió que el aire se le atascaba en los pulmones cuando la aguja lo apuntó directamente.

El Slytherin levantó la brújula, examinándola con curiosidad.

—Interesante... —murmuró, y entonces alzó la vista, encontrándose con la mirada azul del Gryffindor.

El ambiente pareció volverse más denso, como si el aire entre ellos se hubiera electrificado.

Peter tragó saliva.

—¿Qué significa eso?

Barty le sostuvo la mirada con una media sonrisa en los labios, pero en sus ojos verdes había algo distinto, algo que Peter no pudo —o no quiso— descifrar.

—Supongo que lo averiguaremos juntos.

—Lo que también tenemos que averiguar es sobre eso. —El rubio realizó un gesto que apuntaba a una dirección detrás del de ojos verdes.

La nieve acumulada sobre las piedras le daba un aire aún más imponente, como si aquel altar hubiese estado ahí desde tiempos inmemoriales, esperando ser encontrado.

—¿Ves eso? —murmuró Peter, sin apartar la vista.

Barty giró ligeramente el rostro, siguiendo su mirada, y en cuanto la estructura entró en su campo de visión, la sonrisa se desvaneció de su rostro.

—Sí —respondió, en un tono más bajo—. Y no me gusta.

El rubio tragó saliva. Compartía el sentimiento. Había algo en ese altar que le ponía los nervios de punta, como si al acercarse fueran a despertar algo que había permanecido dormido demasiado tiempo.

—¿Qué hacemos? —preguntó Peter, sin moverse.

Barty suspiró, echando la cabeza hacia atrás con dramatismo.

—Bueno, podríamos ignorarlo y decirle a Don que encontramos un especie de ritual pero que no lo investigamos.

Peter soltó una risa seca.

—Claro, seguro que eso nos saldrá de maravilla y todos los demás querrán venir.

El Slytherin bufó, sacando la brújula de su bolsillo y mirándola por un momento. La aguja temblaba ligeramente, como si dudara entre seguir apuntando a Peter o inclinarse en dirección al altar.

—Perfecto —ironizó—. Justo lo que quería, un acertijo en medio de un bosque helado.

Peter suspiró, lanzándole una mirada de lado.

—Vamos, Barty. No creo que Don nos haya enviado aquí para congelarnos hasta la muerte.

—No, claro que no —Barty rodó los ojos—. Nos trajo para darnos una lección de vida sobre la perseverancia y el destino.

El Gryffindor alzó una ceja, divertido.

—¿Y si dejamos de hablar y averiguamos qué demonios significa ese altar?

El castaño entrecerró los ojos.

—O podríamos quedarnos aquí y ver si se resuelve solo.

Peter soltó un resoplido y comenzó a caminar, sin darle tiempo a replicar.

—Vamos, genio de Slytherin. Vamos a descubrir qué nos tiene preparado este jueguito.

Barty lo miró avanzar con una mezcla de exasperación y algo más suave en los ojos.

—Solo porque no quiero que te congeles antes de que esto termine —murmuró antes de seguirlo.

El aire se sentía más denso a cada paso que daban. La nieve crujía bajo sus botas, y el altar parecía crecer ante ellos, como si su presencia lo hiciera más real, más tangible.

Peter tragó saliva, sintiendo el peso del ambiente sobre sus hombros.

—Mejor que no sea una maldita trampa —murmuró, deteniéndose a escasos metros de la estructura.

Barty, con la brújula aún en la mano, ladeó la cabeza, observando cada detalle.

—Si lo es, al menos será una trampa interesante.

Peter le lanzó una mirada de incredulidad.

—A veces olvido que te diviertes con cosas como esta.

Barty sonrió, esa sonrisa que siempre bordeaba el peligro, pero que para Peter resultaba más reconfortante que alarmante.

—No puedo evitarlo, Pecas. Me gustan los misterios... y tú eres la prueba de eso.

Peter sintió el rubor subirle a las mejillas, pero lo ignoró con un carraspeo.

—Concéntrate, Crouch. —Le indicó con un gesto de la cabeza hacia el altar.

El Slytherin suspiró dramáticamente y se acercó, pasando la mano por la piedra cubierta de escarcha. Las inscripciones eran difíciles de distinguir, pero había algo ahí, algo que no encajaba con la antigüedad de la estructura.

—Algunas de estas marcas parecen recientes —murmuró.

Peter frunció el ceño.

—¿Crees que alguien más ha estado aquí?

Barty no respondió de inmediato. En cambio, sacó su varita y la pasó por encima de las inscripciones, pronunciando un hechizo de revelación.

La piedra brilló con un resplandor tenue, y por un instante, las marcas parecieron moverse, reacomodándose hasta formar una palabra en un idioma antiguo.

Peter sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—Eso no puede ser bueno.

Barty, en cambio, se veía fascinado.

—Definitivamente no, pero eso lo hace más emocionante.

El rubio negó con la cabeza, pero antes de que pudiera agregar algo, un fuerte crujido resonó en el bosque. Ambos se tensaron, girándose en dirección al sonido.

La brújula en la mano de Barty comenzó a vibrar levemente.

—Creo que deberíamos largarnos de aquí —susurró Peter.

—Concuerdo por primera vez contigo en toda la noche —dijo Barty, guardando rápidamente la brújula en su bolsillo.

Sin esperar más, se dieron la vuelta y comenzaron a correr, dejando atrás el altar y adentrándose en la espesura del bosque.

Tenían que encontrar a los demás antes de que fuera demasiado tarde.

¿Quedo claro, Peter? Estupido...

 

...

 

El Gryffindor dejó escapar una risa suave y le dio un empujón ligero al de rizos.

—Vamos, Reggie, admítelo. Te encanta este tipo de cosas.

El Slytherin bufó, sacudiéndose la nieve del abrigo con un aire de fastidio fingido.

—Claro, porque caer en mitad de un bosque helado es mi pasatiempo favorito.

James sonrió con diversión antes de fijar su mirada en un punto entre los árboles.

—Vamos a movernos. No quiero quedarme aquí esperando que nos congelen los pies.

Regulus asintió y ambos comenzaron a caminar, avanzando con precaución. El silencio del bosque los envolvía, apenas interrumpido por el crujido de la nieve bajo sus botas.

De repente, un destello plateado brilló entre los árboles.

"James y Regulus, ustedes tienen que encontrar el espejo encantado, tengan cuidado, puede ser demasiado peligroso, no lo miren demasiado."

—Vaya tenía prisa. —mencionó Regulus cuando miro como la pluma se iba demasiado rápido seguramente para supervisar a todas las parejas.

Cuando a un lado de ellos un brillo dorado lejano llamó la atención del de anteojos quien con cuidado tomo al menor de la mano y lo arrastró con él.

El Gryffindor, con una sonrisa en los labios, apretó un poco más la mano de Regulus, arrastrándolo suavemente hacia el brillo dorado que se había interpuesto entre los árboles. Los dos avanzaron con cautela, el crujido de la nieve bajo sus botas siendo el único sonido que los acompañaba. La atmósfera parecía espesa, como si el aire mismo estuviera a punto de congelarse.

—No me mires así, Reggie. Si vamos a quedarnos quietos, que sea en algún lugar donde podamos ver lo que estamos buscando. —James soltó una risa, pero el tono de su voz era más serio ahora, como si percibiera la extraña quietud del lugar.

Regulus, aunque parecía irritado, no protestó. Se sentía inquieto, como si algo estuviera acechando en el aire. Pero la curiosidad lo movió a seguir a James sin cuestionar demasiado.

El brillo dorado los condujo hasta una especie de claro, donde la luz que provenía del objeto parecía distorsionarse, desfigurándose como si el brillo tuviera una vida propia. Al principio no vieron nada, pero pronto sus ojos se adaptaron a la penumbra y, entre las sombras, apareció ante ellos un espejo suspendido en el aire. Sus bordes eran de un metal oscuro, y la superficie reflejaba no solo sus imágenes, sino también una distorsionada mezcla de recuerdos y sombras.

—El espejo encantado —murmuró Regulus, su voz bajando casi a un susurro. —¿Realmente quieres acercarte?

James no contestó de inmediato, observando el reflejo del Slytherin en el espejo. En lugar de la imagen del chico de rizos, veía una versión distorsionada, un reflejo que se retorcía y cambiaba a medida que sus ojos lo observaban. La sensación de que había algo más en el espejo, algo que no se debía ver, lo hizo vacilar.

—No es el espejo lo que me preocupa, Reggie —dijo finalmente James, sin apartar los ojos del objeto. —Es lo que nos va a enseñar... o lo que nos puede ocultar.

Un escalofrío recorrió la espalda de Regulus, pero no dio un paso atrás. En cambio, se acercó un poco más, mirando fijamente al reflejo.

"Ten cuidado, James", pensó, pero no dijo nada. Sabía que el Gryffindor era de los que preferían enfrentarse a lo desconocido, y algo dentro de él, aunque receloso, también lo empujaba a seguir.

De repente, el espejo comenzó a brillar más intensamente, y el brillo envolvió el claro. Las imágenes de su vida, sus miedos, y sus deseos parecían proyectarse en el cristal, transformándose de una forma que ni James ni Regulus podían entender.

Ambos se quedaron en silencio, enfrentándose a las versiones de sí mismos que el espejo les mostraba, sabiendo que este era solo el comienzo de lo que tendría que ser una prueba mucho más difícil.

James observaba el espejo, inmóvil, mientras las imágenes distorsionadas de su reflejo seguían retorciéndose frente a él. Un destello de recuerdos y miedos propios surgió ante sus ojos, pero lo que realmente lo hizo detenerse fue la visión de Regulus, quien se reflejaba en el cristal. En lugar de un Slytherin arrogante, el espejo mostraba a alguien más vulnerable, alguien con dudas en su mirada.

"Esto no está bien", pensó James, sintiendo una presión creciente en su pecho. El brillo del espejo le resultaba insoportable, como si intentara invadir su mente.

—Reggie... —dijo, sin apartar los ojos del espejo, su voz tomando un tono suave pero firme.

Regulus levantó la mirada, y por un momento, sus ojos se encontraron. A pesar de la tensión palpable entre ellos, había algo reconfortante en el simple hecho de compartir ese momento en silencio. Pero no duró mucho. La distorsión del espejo aumentó, creando una sensación de presión tan fuerte que casi les era imposible respirar.

—Esto no está bien —reiteró James, sus dedos rozando el borde del espejo.

Regulus frunció el ceño, como si algo en él también hubiera percibido la amenaza que emanaba del objeto. Los reflejos no solo mostraban lo que querían, sino lo que ellos temían, lo que aún no sabían sobre sí mismos.

—James... —murmuró Regulus, pero su voz se perdió en el sonido que comenzó a llenar el aire, como si el espejo estuviera rugiendo en respuesta a su presencia.

Sin pensarlo, James dio un paso al frente, y con una fuerza repentina, golpeó el espejo con el puño. El cristal se quebró con un estruendo, fragmentándose en múltiples pedazos que caían al suelo como lluvia plateada con manchas de sangre decorandola. Pero algo extraño ocurrió: uno de los fragmentos, en lugar de desintegrarse, permaneció flotando en el aire, suspendido por una fuerza invisible.

James extendió la mano hacia el pedazo, que se detuvo justo frente a él. Con un rápido movimiento, lo atrapó y lo guardó en su bolsillo, mirando a Regulus con una sonrisa ladeada.

—No sé por qué, pero siento que este pedazo va a ser útil. —Dijo con ligereza, pero en sus ojos brillaba una mezcla de preocupación y determinación.

Regulus, por un momento, no dijo nada. Se quedó observando el pedazo de espejo con la misma intensidad que James había mostrado al romperlo. Luego, su mirada se suavizó, y la ligera sonrisa que se dibujó en su rostro fue la primera muestra de algo genuino, sin reservas.

—Siempre tan impulsivo —comentó Regulus, su tono menos cortante de lo habitual.

James, con una sonrisa amplia, se acercó un poco más, esa familiar y cálida tensión entre ellos flotando en el aire. A pesar de las diferencias y el lugar extraño en el que se encontraban, había algo en la presencia del otro que los mantenía unidos, algo que estaba más allá de lo que el espejo les había mostrado.

—¿Tú qué opinas? —preguntó James, sin dejar de sonreír—. ¿Nos lo llevamos?

Regulus miró el pedazo del espejo en el bolsillo de James, luego le dirigió una mirada desafiante pero divertida.

—¿Qué otra opción tenemos? —respondió con suavidad, la tensión entre ellos relajándose apenas.

Los dos compartieron una mirada breve, pero suficiente para que Regulus supiera que, sin importar lo que les esperara más adelante, este momento quedaría marcado en su memoria. Y tal vez, más allá del espejo, había algo más que los unía.

Con una última mirada al pedazo roto del espejo, ambos se dieron la vuelta y comenzaron a caminar de nuevo, tenían que encontrar a los demás.

¿Dime lo haz entendido, James? Tonto...

 

...

 

Mientras la pluma se desvanecía, dejando su mensaje escrito en el aire, Lucius y Remus intercambiaron una mirada silenciosa. El mensaje era claro, pero el ambiente que los rodeaba parecía cada vez más extraño, como si el bosque estuviera tomando vida propia. Los árboles, altos y oscuros, se erguían como guardianes de secretos olvidados, y la nieve crujía bajo sus botas, dándoles la sensación de que todo lo que había a su alrededor observaba con atención.

Lucius, en su habitual estilo analítico, asintió con seriedad ante la información proporcionada.

—El astrolabio de plata... eso suena interesante —comentó, su tono frío y calculador, pero con un atisbo de interés al final.

Sin embargo, mientras comenzaban a caminar, el Gryffindor observó cómo Lucius se mantenía a su lado, sin alejarse ni un paso. La distancia entre ambos se sentía diferente ahora, menos hostil, más cómoda de alguna manera. Ahora que Lucius se moestraba mucho más libre con la compañia del licántropo.

—Interesante, ¿verdad? —respondió Remus con suavidad, sus ojos dorados brillando con una luz propia mientras miraba al de cabellos platinados. Había algo en el tono del mayor, como si estuviera viendo algo que no le gustaba, pero que no podía evitar sentirse atraído.

Lucius frunció ligeramente el ceño, y por un segundo pareció que se iba a desviar del tema, como si no quisiera continuar la conversación. Pero algo en la atmósfera, algo en la presencia del Gryffindor, lo hizo quedarse.

—Supongo que sí —respondió con voz baja, casi imperceptible, como si no quisiera admitirlo—. Pero debemos tener cuidado. Este bosque tiene... una sensación extraña. No creo que estemos solos aquí.

Remus no pudo evitar sonreír levemente ante el comentario. Algo en el tono del rubio había cambiado, de alguna forma, abriéndose de una manera que no solía hacer. Y, para su sorpresa, Remus no sentía que fuera un acto forzado. Había algo genuino en esa advertencia, algo que denotaba más preocupación que orgullo.

—No te preocupes —dijo, sin dejar de caminar a su lado. Su tono era tranquilizador, pero al mismo tiempo tan seguro como siempre. Ya había aprendido a convivir con lo inesperado. Además, tenía a Lucius a su lado, y aunque a veces parecía una fuerza de hielo, había algo en él que hacía que las cosas no parecieran tan malas.

Por un instante, el silencio se instaló entre ellos, pero no era incómodo. Era el tipo de silencio que solo los dos podían compartir, uno lleno de una tensión palpable, pero también de una confianza silenciosa que estaba comenzando a tejerse entre sus palabras no dichas.

De repente, Remus, sin quererlo, rompió la quietud.

—¿Qué crees que hará Don con el astrolabio o con los demás objetos en general? —preguntó con tono curioso, más para probar la capacidad analítica de Lucius que por verdadero interés.

Lucius lo miró con una leve sonrisa torcida, como si ya estuviera acostumbrado a las impredecibles preguntas de Remus.

—No lo sé —respondió, pero algo en su voz dio la impresión de que había estado pensándolo—. No soy adivino, Petit loup. Pero si Don está involucrado, debemos tener mucho cuidado. No hay nada de lo que podamos fiarnos aquí.

A pesar de las palabras cautelosas de Lucius, el tono de su voz era más cálido de lo que normalmente hubiera sido. El hielo se estaba derritiendo, o al menos eso parecía. La brecha entre ellos, que antes era imponente, ahora se sentía menos insuperable.

Remus observó a Lucius, sorprendido por la vulnerabilidad que se dejaba entrever en sus palabras. No era lo que esperaba, y en cierto modo, eso lo hizo sentirse más conectado con él.

—Lo sé —respondió Remus, mirando hacia el horizonte. Sus pasos se sincronizaron, como si, sin decirlo, ambos decidieran afrontar juntos lo que viniera.

—Vamos, Remus, no te comas la cabeza —dijo Lucius, aunque la sonrisa en sus labios mostraba un leve destello de diversión. Se giró hacia él, el brillo de sus ojos platinados atrapando la luz tenue del bosque.

 

Y mientras avanzaban, la sensación de estar realmente en equipo se hacía cada vez más fuerte. Era como si, aunque no lo admitieran abiertamente, comenzaran a comprenderse de una manera mucho más profunda que antes. Y eso, para ambos, no era algo nuevo.

Remus asintió lentamente. El aire frío hacía que sus palabras se formaran en vapor, pero el contacto cercano con Lucius lo mantenía a salvo de cualquier incomodidad. Había algo en la manera en que el Slytherin se movía, en la forma que miraba a su alrededor, que le hacía sentir que este era un momento distinto.

—El astrolabio de Plata... —murmuró Remus, pensativo. La forma en que Lucius había dicho "primero el objeto" cuando cayeron en aquel lugar resonaba en su mente, y en esa quietud casi absoluta del bosque, la distancia entre sus cuerpos parecía volverse más notoria.

Lucius, al notar el cambio en el tono del Gryffindor, giró ligeramente hacia él, y sus ojos se encontraron. Algo no dicho se deslizó entre ambos, como una corriente eléctrica invisible. El brillo en sus ojos dorados fue el mismo que el de aquella vez, cuando sus labios se habían encontrado por "accidente", y luego, de alguna manera, fue como si todo hubiera caído en su lugar.

—Seguramente averiguaremos más cuando nos encontremos con nuestros amigos —dijo Lucius, su voz ligeramente más baja, aunque con la misma autoridad que siempre lo acompañaba. Se acercó un paso más, como si el espacio entre ellos fuera simplemente una cuestión de decisión. Lo observó con más intensidad, consciente de que la atmósfera estaba cargada de algo más.

—Tienes razón —respondió Remus con un suspiro suave, su mirada permaneciendo fija en los ojos de Lucius, buscando algo más en ellos. Era una mirada cargada de preguntas no formuladas, pero también de una aceptación tácita, como si ambos estuvieran de acuerdo con la extraña y compleja danza que los rodeaba.

Por un momento, el silencio entre ellos se rompió solo por el sonido de la nieve bajo sus botas, pero aún así, el tiempo parecía haberse detenido. Ambos sabían que había algo más en su relación, algo que se desbordaba de la tensión palpable, pero también de esa calma en la que se respetaban tanto, que ni siquiera la proximidad parecía incomodarlos.

—Entonces... —Lucius dio un paso atrás, con un gesto que, por alguna razón, le pareció una disculpa silenciosa, como si se hubiera dado cuenta de lo cercano que había estado de cruzar una línea invisible. Pero en sus ojos aún brillaba ese mismo atrevimiento, ese toque de desobediencia que había sido parte de su naturaleza desde el principio.

—Vamos a encontrar el astrolabio. Lo más rapido posible, no tenemos mucho tiempo. —Remus sonrió ligeramente, dándole un toque de suavidad a su respuesta, como si de alguna manera reconociera que la distancia entre ellos aún estaba ahí, pero no era algo que quisiera forzar.

Con ese acuerdo tácito, comenzaron a caminar nuevamente, sus pasos resonando suavemente en la nieve, sabiendo que el momento de enfrentarse a lo desconocido estaba a punto de llegar. Y tal vez, solo tal vez, la verdad de lo que compartían quedaría resuelta en otro encuentro. Pero por ahora, el desafío era encontrar lo que Quill les había señalado.

Avanzaron en silencio, cada paso meticulosamente calculado mientras el aire frío les calaba los huesos. La espesura de los árboles rodeaba sus cuerpos con una densidad palpable, pero había algo tranquilizador en la compañía del Slytherin, como si, de alguna forma, los dos se protegieran mutuamente sin palabras.

Finalmente, después de lo que parecieron horas caminando por el inmenso bosque, llegaron a un claro donde el suelo parecía más firme, la nieve menos espesa. En el centro del claro, sobre una piedra plana que reflejaba el tenue resplandor del sol, se encontraba el objeto que buscaban: un astrolabio de plata, tan pulido que casi cegaba con su resplandor.

El de cicatrices fue el primero en acercarse, como si el objeto llamara a su curiosidad natural. El astrolabio estaba intacto, sin un rasguño, su superficie perfectamente esférica y reflejando el cielo de invierno en sus finos detalles. Sin embargo, lo que le llamó la atención fue la sensación que emanaba de él, como si fuera más que una simple herramienta de medición. Había algo en ese astrolabio que parecía conectarse con algo mucho más profundo.

El mayor se quedó en silencio, observando cómo el castaño se agachaba para inspeccionarlo. Aunque la sensación de tensión seguía entre ellos, no era incómoda, sino un tipo de presión silenciosa que solo hacía que la atmósfera fuera más electrificada. Cuando el Gryffindor tocó el astrolabio, este emitió un suave brillo, un resplandor tenue que parecía danzar sobre sus dedos.

—Es más que un simple instrumento —comentó Remus en voz baja, sus ojos fijados en el objeto mientras lo levantaba con cuidado.

El rubio lo observó por un momento, acercándose para echar un vistazo más cercano.

—Es extraño... nunca he visto algo como esto. No tiene ninguna runa o símbolo visible. —Su voz estaba teñida de un tono curioso, pero también de una ligera fascinación. La presencia del astrolabio lo desconcertaba, y por un momento, se permitió sentirse vulnerable al no entender por completo su significado.

Remus asintió con una sonrisa, sus ojos dorados brillando con una mezcla de intriga y reconocimiento.

—Es como si tuviera más historia de la que podemos ver, ¿verdad? —dijo, sin apartar la mirada del objeto.

Lucius asintió, pero antes de que pudiera añadir algo más, el viento comenzó a soplar con más fuerza, levantando la nieve a su alrededor y envolviendo el claro en una niebla espesa. Era como si la naturaleza misma respondiera al hallazgo del astrolabio, creando una sensación de urgencia en el aire.

El de ojos dorados se levantó rápidamente, sosteniendo el astrolabio con ambas manos, como si el objeto pesara más de lo que realmente era.

—Debemos irnos de aquí antes de que la niebla nos atrape. —El Gryffindor miró a Lucius con una expresión decidida, y el Slytherin no dudó en seguirlo, aunque el peso de lo que acababan de encontrar seguía colgando entre ellos.

Mientras avanzaban hacia la salida del claro, la niebla les rodeaba, convirtiéndose en un manto que oscurecía el bosque aún más. Sin embargo, había una sensación de que su misión había sido cumplida, y aunque el camino de regreso estaba envuelto en misterio, también había una sensación de logro silencioso.

Ambos sabían que, en ese astrolabio, se guardaba una verdad mucho más profunda de la que ellos mismos comprendían, pero por ahora, lo único importante era regresar con el objeto, completar su parte de la misión... y quizás, más tarde, descubrir qué secretos escondía.

¿Captaste algo, Remus? Idiota...

 

...

 

El día ya empezaba a declinar. El sol, ocultándose lentamente tras las copas de los árboles, tiñó el cielo de tonos cálidos, mientras el aire helado se mantenía implacable, calando hasta los huesos. Los árboles parecían inclinarse hacia ellos, como si las sombras alargadas de la tarde los envolvieran en una espera silenciosa. En el aire se percibía la presión del tiempo, cada segundo pasando más rápido mientras la puesta de sol se aproximaba. La luz dorada comenzaba a desvanecerse, y la oscuridad acechaba, anunciando que debían reunirse pronto. Si no lo hacían, quedarían atrapados en aquel bosque hasta que la noche los engullera.

El eco de unas voces a lo lejos rompió el silencio, y el Gryffindor de ojos grises levantó la mirada, sintiendo una oleada de alivio. El sonido de las voces le lleno de alegría.

—¡Pete! Sigue mi voz —demandó Sirius, su tono firme y claro, cortando el viento que intentaba arrastrar sus palabras.

—¿¡Sirius?! —respondió el rubio, casi gritando, mientras avanzaba a ciegas. Tomó la mano del Slytherin que lo acompañaba, guiándolo con determinación hacia la fuente de la voz.

Barty, sin soltar la mano de Peter, no pudo evitar lanzar una mirada en dirección a Sirius y Severus.

—¿Es necesario gritar tan fuerte, Pecas? —bromeó el Slytherin con una sonrisa irónica.

Peter no le prestó demasiada atención. Su concentración estaba completamente puesta en el sonido que provenía de adelante. En cuanto alcanzó la voz de Sirius, lo encontró con una sonrisa y algo de esa energía desbordante que lo caracterizaba.

—No estaba tan lejos, ¿eh? —dijo Peter, algo agitado pero aliviado.

Sirius le dio una palmada en el hombro seguido de un abrazo enorme, con una expresión relajada.

—No me perdería en un bosque tan fácil, Pete —respondió, levantando una ceja. Luego, mirando a Barty, agregó—: ¿Ves? Te dije que no era necesario preocuparse.

El grupo siguió caminando, el crujir de la nieve bajo sus pies era el único sonido que interrumpía la quietud del bosque, hasta que llegaron a la figura de James y Regulus. El Gryffindor de anteojos estaba con la mano vendada, aunque la tela roja de la herida comenzaba a empaparse.

—James, ¿estás bien? —preguntó Sirius al notar la herida de su amigo, aunque su tono no sonaba alarmado, más bien curioso, como si se estuviera acostumbrando a esos pequeños accidentes, al igual el gryffindor de rizos ozcuros, Peter solo miro interrogante a su amigo.

James sonrió, aunque la expresión de dolor era evidente.

—No es nada. El guante lo está ayudando, es solo un corte superficial —dijo con calma, restándole importancia a la situación. Luego, mirando a Regulus, se permitió un ligero suspiro de alivio—: Finalmente, estamos aquí. ¿Nos hemos perdido algo importante?

Regulus, que estaba a su lado, levantó una ceja y miró a James con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Ya sabes cómo es, nada demasiado grave, pero parece que la misión ha sido un desafío para todos —respondió el rubio de pecas, mientras echaba un vistazo alrededor. No parecía muy afectado, como si esa clase de situaciones estuvieran en su día a día o como si todabia no acababa de adivinar el cambio en el bosque.

Fue solo un momento después que se dieron cuenta de la presencia de Remus y Lucius, quienes se acercaban con paso firme, el rostro de ambos reflejando la misma mezcla de satisfacción y tensión contenida.

Lucius, con su porte elegante, sostuvo en las manos un objeto que brillaba con la tenue luz del atardecer: el astrolabio de plata. Remus, a su lado, asintió lentamente, como si ya supiera lo que estaban pensando.

—Parece que esto es el objeto que nos toco a nosotros —comentó el Gryffindor de ojos dorados, su voz calmada y siempre en control.

Lucius se acercó a la pequeña agrupación con una sonrisa de satisfacción apenas perceptible. A pesar de la tensa relación que mantenían, había una leve apreciación mutua que no podía pasarse por alto. La forma en que se miraban, la seguridad en sus pasos, era un claro indicativo de la dinámica especial que compartían.

—Una misión cumplida, aunque no me sorprendería que Don tuviera algún otro tipo de truco esperando —comentó Lucius con esa seguridad habitual, lanzando una mirada rápida hacia los demás. Parecía más preocupado por lo que vendría a continuación que por la misión que acababan de completar.

—Nosotros encontramos el esto —mencionó Sirius mostrando el relog de arena que colgaba de su muñeca.

—A Peter y a mi nos toco encontrar esta brujula —dijo Barty sacando la brujula dorada de su bolsillo y mostrando que no poseia ningun norte, en cambio como hace raro, seguía apuntando a Peter.

—Nosotros encontramos un espejo muy peligroso a mi parecer —la voz de Regulus se hizo notar a la vez que todos veian con más logica el porque la mano de James estaba destrosada.

Remus asintió, cruzando sus brazos sobre el pecho con una leve sonrisa.

—Bien, ahora que hemos logrado lo que se nos pidió. Ahora solo queda ver qué nos depara el futuro —respondió, un tono de sabiduría en sus palabras.

James observó a cada uno de los presentes, y en su rostro se reflejaba una mezcla de alivio y ligera tensión. A pesar de todo, el grupo estaba de vuelta, los objetos en mano. La misión había sido cumplida, pero algo más, algo más grande, aún flotaba en el aire.

Sirius, al ver a todos reunidos, soltó una leve carcajada, como si se quitara un peso de encima.

—¿Quién diría que sobreviviríamos todos juntos? —dijo, mirando a cada uno con una sonrisa traviesa.

Barty, aún con la mano de Peter en la suya, no pudo evitar sonreír también.

—Si hemos sobrevivido a este bosque, diría que podemos sobrevivir a cualquier cosa —comentó, dejando escapar una risa suave.

Lucius observó a los demás con una leve sonrisa en sus labios, más por la situación que por una verdadera alegría.

—Este no ha sido el tipo de misión que esperaba, pero no está mal —comentó con esa calma característica suya.

El sol, finalmente, se despidió de ellos, tiñendo el horizonte de colores cálidos y luego oscureciendo a medida que las sombras de la noche caían sobre el bosque.

Ahora, todos estaban reunidos, con sus objetos en mano, listos para enfrentar lo que fuera que Don tuviera preparado para ellos a continuación.

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