Misterios

Harry Potter - J. K. Rowling
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Misterios
Summary
Los Merodeadores, liderados por James Potter, Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew, se embarcan en una intrépida aventura al descubrir un antiguo pergamino que revela secretos ocultos de Hogwarts. A medida que desentrañan enigmas mágicos y pasadizos secretos, se topan con misteriosos eventos del pasado de la escuela, desencadenando el desafío de proteger a Hogwarts de fuerzas oscuras que amenazan con resurgir.Pero también juntando sus destinos con los príncipes de Slytherin, lo que ocasiona descontentos pero también surge el amor.
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XXIV Los Potter

Narrador omnisciente

La mansión Potter se alzaba frente a ellos, imponente pero cálida, con sus muros de piedra color miel y un tejado cubierto por una fina capa de nieve. La luz que escapaba de las ventanas iluminaba el sendero lleno de diversas flores tanto muggles como mágicas que llevaba a la puerta principal, donde se podía ver una corona navideña hecha a mano, simple y elegante, como si quisiera dar la bienvenida incluso antes de cruzar el umbral.

Regulus, acostumbrado a las frías y austeras salas de Grimmauld Place, observaba los detalles con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Sirius sonrió al notar la reacción de su hermano menor, sabiendo perfectamente lo que estaba pensando. Por otro lado, Severus parecía ligeramente incómodo ante la calidez que irradiaba el lugar, mientras que Lucius y Barty mantenían una postura neutral, aunque no podían evitar sentirse fuera de lugar.

James lideró al grupo hacia la entrada, golpeando la puerta con confianza, aunque su expresión delataba una pizca de nerviosismo. No pasó mucho tiempo antes de que Euphemia Potter abriera la puerta, su rostro iluminado por una sonrisa maternal que parecía envolverlos a todos.

Cuando la puerta se abrió, Euphemia Potter apareció con esa calidez característica que James había intentado advertirles en vano. Llevaba un suéter tejido de colores cálidos y un delantal con bordados florales, como si acabara de salir de la cocina. Su cabello oscuro, recogido en un moño sencillo, y sus ojos brillantes como la miel se posaron primero en su hijo. La sonrisa que le dedicó fue suficiente para disipar cualquier atisbo de nerviosismo que pudiera quedarle.

—¡Mijito! —exclamó, extendiendo los brazos hacia James, quien, aunque fingió fastidio, se dejó abrazar sin quejarse demasiado.

Regulus, acostumbrado a interacciones más frías y formales, observaba la escena con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Su mirada pasaba de un lado a otro, siguiendo los gestos de afecto de Euphemia con una extrañeza que no podía disimular. Sirius, por otro lado, no pudo evitar sonreír con cierto orgullo, disfrutando del ambiente cálido y familiar que siempre había sido suyo. Ver a su hermano menor tan fuera de lugar tenía su toque irónico, pero a la vez encantador.

—¡Sirius! ¿No has comido o por qué te veo tan flaco, mi niño? —exclamó Euphemia con tono de reproche, como si no pudiera creer lo que sus ojos veían. Su tono, sin embargo, estaba lleno de ternura maternal, como si regañarlo fuera un regalo. Sirius soltó una risa nerviosa, rascándose la nuca, sintiendo esa mezcla de cariño y vergüenza que solo su madre adoptiva sabía ofrecer.

—Le prometo que voy las tres veces al Gran Comedor —respondió él con una sonrisa, ya resignado a ser mimado. Recibió un abrazo inmediato, seguido de una mano en su cabello, despeinándolo con una calidez única, algo que solo la señora Potter podría hacer sin que nadie se atreviera a protestar.

—¿Se pintó el cabello, Mamá Elffie? —preguntó Peter con una sonrisa traviesa, mirando a Euphemia, cuya melena roja había adquirido un tono más castaño cobrizo. La curiosidad en sus ojos era evidente, como si quisiera descubrir todos los pequeños cambios de la señora Potter desde su última visita.

—Sí, algo así, mi niño —respondió ella con un tono afectuoso, dándole un abrazo fuerte y cálido, casi idéntico al que le había dado a James antes. No había distinción en su trato, todos eran igual de importantes para ella.

Los ojos de Regulus, sin embargo, se entrecerraron un poco ante la escena. Mientras observaba la calidez con que la madre de James trataba a todos, algo dentro de él se retorcía. Había algo en esa actitud que le resultaba ajeno, una cercanía que no era natural para él.

—¡Remus! Espero que no hayan sido molestos para ti, siempre los tienes que andar cuidando —dijo Euphemia, mirando a los otros tres merodeadores con una leve severidad en la mirada, pero sin perder la sonrisa. El tono de su voz era juguetón, pero también con un toque de autoridad maternal.

Los tres merodeadores se miraron entre ellos, decidiendo que era el momento perfecto para fingir un poco de demencia. Sirius y James se cruzaron miradas cómplices, mientras que Peter parecía intentar contener la risa, y Regulus, con los brazos cruzados, observaba todo en silencio, sin entender bien la dinámica.

—Este año se comportaron mejor que los anteriores —respondió Remus, con una sonrisa genuina mientras se acercaba a Euphemia, recibiendo su abrazo cálido con gratitud. Aunque su tono era firme, la sonrisa en su rostro delataba su aprecio por la señora Potter.

Lucius, Severus, Barty y Regulus intercambiaron miradas entre sí. El ambiente cálido y relajado de la casa les resultaba algo incómodo, pero había algo en la manera en que Euphemia trataba a los demás que comenzaba a suavizar la tensión. Lucius levantó ligeramente una ceja, pero no dijo nada, mientras que Barty observaba de reojo la escena, notando las diferencias entre el trato que recibían los Gryffindor y ellos. No era nada que no pudieran manejar, pero por un momento, todos se sintieron... ajenos a algo.

Euphemia, al notar la leve incomodidad de los Slytherin, dejó a un lado su entusiasmo de madre para adoptar una postura un poco más reservada, aunque siempre acogedora. Ella no los conocía, pero eso no le impedía ser cálida con ellos. Su sonrisa seguía siendo genuina, pero ahora era más cauta, adaptándose a la situación.

Después de abrazar a Remus, se giró hacia el grupo, observando a Lucius, Barty, Severus y Regulus con una mirada amable. No sabía qué esperar, pero su naturaleza maternal no podía evitar mostrar una preocupación sutil en sus ojos.

Si el tono de su voz ya era calmado y alegre, ahora parecía un suave susurro del viento, lleno de una suavidad que casi se podía sentir en el aire. —Ustedes deben ser los nuevos amigos de James —afirmó Euphemia con una sonrisa genuina y un brillo en sus ojos, como si ya los conociera de toda la vida. —Soy Euphemia Potter, pero pueden llamarme Euphemia sin ningún problema.

—Es un placer conocerla —respondió Lucius Malfoy, su voz teñida de una cordialidad palpable. Aunque no estaba acostumbrado al trato cálido que presenciaba, una leve gratitud brillaba en sus ojos. Agradecía, en el fondo, el ser recibido de esa manera en la casa de los Potter, algo tan ajeno a su propia experiencia.

—Cuando James me comentó sobre las nuevas visitas, decidí preparar algo para que se sintieran bienvenidos —continuó Euphemia, dejando escapar una risa suave—, pero primero me gustaría que todos entremos a la casa, seguro que se están muriendo de frío. —Su voz adquirió un tono más suave, casi maternal, mientras sonreía de nuevo, esta vez cerrando los ojos ligeramente, como si la calidez de su gesto estuviera hecha a medida para aquellos que la escuchaban.

Euphemia se apartó un poco, dejando espacio para que todos pudieran pasar, su presencia irradiando una amabilidad silenciosa. —James, Sirius, Peter, Remus, ¿podrían ayudar a nuestros invitados con sus maletas? Se quedarán en los cuartos del tercer piso.

En ese momento, una voz conocida resonó en medio de aquel grupo de jóvenes.

—¿A mí no me vas a saludar? —preguntó el señor Potter, con una mueca de falsa tristeza, que contrarrestaba con un brillo juguetón en sus ojos.

Euphemia, girándose hacia su marido, le lanzó una mirada divertida, con un toque de sarcasmo que se coló suavemente en su respuesta.

—No, a ti te veo todos los días —dijo, y su tono juguetón hizo que James soltase una risa sincera, sin poder evitarlo.

La respuesta fue acompañada de un gesto cariñoso: Euphemia se acercó y le dio un tierno beso en los labios, un breve pero lleno de cariño. Fue un gesto tan natural, que los que los rodeaban pudieron ver la familiaridad y el amor que compartían, como una corriente de afecto inquebrantable entre ellos, claramente un matrimonio entrañable.

Después de ese intercambio, Euphemia se giró hacia el grupo, invitándolos a entrar, mientras su sonrisa seguía siendo la de una anfitriona genuina que se aseguraba de que todos se sintieran en casa.

Al entrar, la mansión Potter se desplegó ante ellos, mostrando una calidez inesperada que contrastaba con la frialdad del exterior. La entrada principal estaba adornada con una alfombra de tonos cálidos, cuyos bordados representaban pequeñas flores mágicas que brillaban tenuemente con la luz de las lámparas flotantes. Las paredes, de un color suave y cálido, estaban decoradas con fotografías de la familia enmarcadas en madera pulida, capturando momentos de risas y reuniones. Había un aire de hogar, un lugar donde se sentía que cada rincón tenía una historia que contar.

El recibidor se extendía con una amplia escalera de madera en espiral, cuyos peldaños crujían levemente con el peso de los pasos. Los pasillos, amplios y bien iluminados, se llenaban de un suave aroma a madera y especias, como si la casa misma respirara tranquilidad. A lo lejos, se podía oír el sonido de un fuego crepitante proveniente de una chimenea, invitando a la calma tras el frío del invierno.

Euphemia los condujo con una sonrisa hacia el salón, un espacio grande y luminoso donde las paredes estaban adornadas con tapestries mágicos que cambiaban con las estaciones. El techo alto, adornado con vigas de madera expuestas, dejaba entrar la luz natural a través de grandes ventanales, decorados con cortinas suaves que se movían al ritmo de la brisa.

Al entrar en el salón, la calidez del fuego en la chimenea parecía envolver a todos, disipando cualquier rastro de incomodidad. Un sofá grande y mullido se encontraba frente al fuego, rodeado de sillas cómodas y mesas de madera con detalles esculpidos. En una de las mesas, una bandeja con galletas recién horneadas y una jarra de té humeante esperaban, con una calidez reconfortante, como si la casa misma los estuviera esperando.

El ambiente en la mansión reflejaba la personalidad de los Potter: cálido, acogedor y, sobre todo, lleno de vida y amor. A pesar de ser una mansión grande, cada rincón estaba pensado para que cualquiera que cruzara su umbral se sintiera como en casa.

—Vayan a sus habitaciones y pónganse cómodos, mientras preparo la mesa para la cena. Deben estar cansados de su viaje —les dijo Euphemia con una sonrisa, echando una última mirada a todos antes de retirarse.

James, un tanto incómodo por la actitud efusiva de su madre, suspiró y luego se volvió hacia los demás.

—Disculpen a mi madre, ella es... muy expresiva. Pero le pedí que no los agobiara tanto, para que no fuera incómodo —dijo, haciendo un gesto con la mano para que lo siguieran escaleras arriba.

—No es incómodo —respondió el menor de los Black con una ligera sonrisa, como tratando de que James no se sintiera mal por la actitud de su madre—. Bueno, al principio lo fue un poco, pero es algo que podemos tolerar.

—A mí me gusta la calidez de tu madre —comentó Barty, sin querer, con una sinceridad que se le escapó antes de poder pensarlo bien—. Debe ser bonito regresar a casa y saber que te esperan de esa manera.

El de ojos chocolate, aunque sorprendido por la sinceridad del castaño de Slytherin, asintió con una sonrisa tranquila.

—Sí, lo es —respondió, mirando a los Slytherin mientras llegaban al piso correspondiente de las habitaciones—. Normalmente este piso no se usa mucho, pero mi madre lo adaptó para que pudieran dormir cómodos en cuartos separados. Pueden elegir lo que prefieran. Ah, y en este piso está la sala de Pociones de mi padre, por si alguien tiene curiosidad.

—Nosotros tenemos nuestros dormitorios en la segunda planta. Cada uno tiene el suyo propio, y después de tantas veces quedándonos aquí, ya los tenemos casi personalizados a nuestro gusto, si gustan luego les mencionamos cual es el de cual por si quieren buscarnos. —dijo el mayor de los Black, con una mezcla de orgullo y nostalgia en su voz, recordando los momentos que había pasado allí, tantas bromas y tantas cosas que habían pasado en aquellas paredes.

—Perfecto. Entonces nos acomodamos y bajamos cuando estemos listos para la cena —decretó el rubio Malfoy, con una autoridad tranquila que hizo que el grupo aceptara la orden sin resistencia. Uno por uno, se dirigieron a sus respectivas habitaciones.

Al llegar al pasillo del tercer piso, cada uno de los Slytherin se dispersó, buscando el cuarto que más les agradaba. La casa, aunque espaciosa, tenía un aire acogedor que parecía invadir incluso los pasillos más grandes, como si las paredes estuvieran impregnadas de las risas y las historias de una familia unida.

Regulus, sin decir una palabra, entró en un cuarto decorado con tonos cálidos: una cama con sábanas de lino suave y una alfombra que parecía tan cómoda que sus pies se hundieron ligeramente al caminar sobre ella. Había un fuego encendido en la chimenea y una pequeña mesa de madera con una vela que emitía una luz cálida. Aunque era un cuarto sencillo en comparación con su propio dormitorio en Grimmauld Place, el ambiente lo hizo sentirse... tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo, la paz parecía más accesible. Se acercó a la ventana, mirando la nieve caer suavemente sobre los jardines, dejando escapar un suspiro antes de acomodarse en el sillón cercano.

Barty, por su parte, eligió un cuarto cercano al de Regulus. A diferencia de su compañero, este cuarto tenía una decoración más ligera, con paredes claras y adornos florales. No era lo que esperaría encontrar en una casa de los Potter, pero algo en la calidez de la habitación lo hizo sentir un poco menos incómodo. Sin embargo, cuando se sentó en la cama, sus pensamientos comenzaron a dar vueltas. La hospitalidad de Euphemia y la familiaridad de la casa le resultaban extrañas, casi desconcertantes, y aunque se decía a sí mismo que no se dejaría llevar por esas sensaciones, no podía evitar preguntarse qué tan diferente habría sido su vida si hubiera crecido en un hogar así.

Lucius, siempre con su actitud altiva, entró en su habitación con paso firme. Sus ojos recorrieron el cuarto con una rápida inspección, evaluando el mobiliario, la decoración. No estaba impresionado, pero tampoco podía negar que todo era... cómodo. Sin embargo, lo que más le chocaba era la atmósfera. Había algo en el aire de esa casa que le resultaba ajeno. Las casas de los Malfoy, aunque elegantes, siempre habían estado impregnadas de una rigidez que le daba seguridad. Aquí, todo parecía más... relajado, demasiado cálido. Suspiró, echándose atrás en la silla cerca de la ventana mientras observaba las sombras de la noche comenzar a caer sobre el jardín.

Finalmente, Severus, quien había sido el último en llegar a su cuarto, se acercó a la ventana de su habitación con una expresión melancólica en su rostro. Aunque su cuarto era el más "sombrío" de todos, con paredes oscuras y una chimenea apenas encendida, la quietud del lugar parecía calmar su mente agitada. Mientras veía cómo los copos de nieve cubrían el paisaje exterior, un pensamiento se instaló en su cabeza, tan persistente como el frío que sentía en los huesos. La calidez de la casa de los Potter era algo que nunca había experimentado. No le gustaba pensar demasiado en eso, pero lo que más le molestaba era cómo, incluso en la distancia, podía percibir algo que no tenía en su propia vida.

Mientras tanto, en el piso inferior, Euphemia Potter terminaba de colocar la cena, su risa y los sonidos de la cocina creando una melodía suave que inundaba la mansión. Los merodeadores, que organizaban la mesa, miraron hacia arriba, notando que las serpientes aún no se habían reunido. Sabían que todos necesitaban su tiempo para adaptarse, pero una ligera preocupación invadió a James sobre cómo se sentirían en esa casa que siempre le había parecido tan cálida y familiar.

—Espero que no se tarden mucho —comentó James, con una ligera sonrisa mientras ponía los últimos cubiertos sobre la mesa.

—Tienen que adaptarse, sinceramente creo que hubiera sido mejor empezar el recorrido este año con Mamá Hope, tanto... tanto... ¿Amor? de repente podría abrumarlos —respondió Peter, acomodando los manteles debajo de los platos en el comedor.

—Se adaptarán. Además, somos "amigos", ¿no? Podemos ayudarlos si lo necesitan. —La mirada de Sirius se centró en la nuca de James, donde se dibujaba una estrella elegante, una marca que su amigo seguramente aún no había notado, probablemente causada por el collar que había conseguido recientemente.

—Somos aliados más que amigos, pero quizás podríamos llamarnos amigos después de todo —la tranquilidad con la que Remus habló calmó la mente de los demás.

Finalmente, los Slytherin bajaron las escaleras, luciendo algo más relajados, aunque todavía había una ligera tensión en el aire. Regulus fue el primero en aparecer, su paso medido, como si intentara absorber el ambiente sin comprometer demasiado su postura. Tras él, Lucius y Barty descendieron juntos, compartiendo algo en susurros. Severus apareció al final, con su habitual seriedad, aunque su mirada se suavizó un poco al ver la disposición de la mesa y la cálida luz que emanaba del comedor.

—La casa tiene un aire... hogareño —comentó Lucius, haciendo un esfuerzo por sonar genuino. La fachada de frialdad que solía mantener comenzaba a derrumbarse, aunque su tono seguía siendo distante.

—Sí, se siente bien —respondió Regulus, mirando el espacio con más interés, observando los detalles de los cuadros y las decoraciones que llenaban las paredes. Había algo en la casa que lo hacía sentirse menos ajeno, igual que cuando estaba cerca de James desde la cueva. Había algo en el de anteojos que le hacía sentir exactamente esa comodidad.

—Bien, ya se estaban tardando —la sonrisa burlona de Sirius hizo reír a Barty y a Lucius levemente, como una risa de superioridad en broma.

—Una disculpa por hacer esperar al rey de esta casa —mencionó el castaño de ojos verdes con claro sarcasmo, al mismo tiempo que tomaba un lugar en la mesa al lado de su merodeador favorito: Peter.

—De hecho, soy el favorito de mamá Elffie —señaló con fingido orgullo, lo que hizo reír a todos mientras que a James le sacaba un suspiro de indignación.

—Eso, Black, apropíate de mi familia, sin pedos, cabrón —dijo el de ojos caramelo, usando aquella frase en español y comenzando un drama completamente en broma.

—Tu madre es mexicana, ¿verdad, James? —preguntó Regulus, tomando un lugar al lado del nombrado y Sirius, sintiéndose más cómodo.

—Sí, así es —respondió James con calma.

—¿Cómo entró a Hogwarts? —dijo con curiosidad el de cabellos lacios, encontrando su asiento al lado de Sirius y sintiéndose más tranquilo, incluso cómodo, con aquella conversación.

—Tengo entendido que las brujas o magos de América pueden recibir la invitación de Ilvermorny, que está en Estados Unidos, o de Castelobruxo, que está en Brasil. ¿Cómo llegó tu madre a Hogwarts? —formuló mejor la pregunta el rubio más alto, mirando a James con intriga al tiempo que se sentaba en el espacio libre al lado de Remus.

—Recibí invitación de las tres escuelas. Al ser de México, Ilvermorny era mi mejor opción debido a la cercanía, pero tenía tantas ganas de conocer Hogwarts por las diversas historias que se contaban que decidí emprender un viaje hasta el otro lado del mundo para estudiar aquí —contestó la señora Potter con una sonrisa mientras colocaba, con ayuda de su varita, los diversos platillos que podían consumir esa noche. Todo un buffet. Había desde comida mexicana hasta comida británica, buscando la comodidad de todos.

—¿No le dio miedo viajar sola? —la pregunta de Barty llegó justo cuando los dos esposos se sentaron uno frente a otro en la larga mesa del comedor.

—Estaba aterrada, pero sabía que era algo que debía hacer, aunque tuviera que hacerlo sola —contestó al tiempo que servía un poco de algunos platillos en su plato, dando así espacio para que todos hicieran lo mismo.

Quedó satisfecha al ver los rostros de los cuatro nuevos huéspedes hacer muecas de gusto al digerir sus alimentos, pues se había esforzado para que estos quedasen lo mejor posible.

—Permítame decirle que su comida es deliciosa —comentó Lucius, recibiendo un gesto calmado de agradecimiento de la matriarca de aquella casa.

—Deberían probar las enchiladas, están exquisitas —sugirió el Black mayor, señalando la delicia que tenía frente a él.

—Es comida mexicana, me imagino —comentó el menor de los hermanos, haciendo caso a su hermano mayor y probando ese platillo, que aunque al principio le supo delicioso, después comenzó a darle un picor en su boca que le gustó de cierta manera—. Wow, pica.

—La verdad, la mayoría de la comida de mi país tiene ese toque picante, pero cuando cocino aquí tengo que disminuir el picor considerablemente, pues mi señor esposo no puede soportarlo —comentó la de cabello cobrizo con una sonrisa de superioridad, mirando a su esposo, quien respondió con una risa culpable.

—Soy británico, amor, no puedo soportar el mismo nivel que tú, ni que James incluso —eso hizo sentir bien al merodeador.

—Entonces... ¿toda la comida mexicana es así de intensa? —preguntó Severus con cautela mientras tomaba un poco del guacamole, cuya textura le pareció curiosa, pero agradable.

—No toda —respondió Euphemia con una sonrisa—. Hay platillos dulces, otros más suaves, pero sí, el picante es algo muy característico de nuestra cocina. Aunque siempre digo que el sabor no solo está en el chile, sino en los ingredientes frescos y la dedicación con la que se prepara.

—Y el amor —añadió Sirius, haciendo una mueca exagerada mientras tomaba una enchilada—. ¿Verdad, mamá Elffie?

—Exactamente, Estrellita. Aunque si sigues llamándome mamá solamente para irritar a James, tal vez el próximo platillo que prepare tenga un poco más de chile, solo para ti. —La mirada traviesa de Euphemia provocó risas en la mesa.

—¡No puedes hacerle eso! —protestó Sirius entre risas—. Bueno, tal vez sí puedes... pero, por favor, ten piedad de mi lengua.

Lucius observaba la dinámica con una mezcla de desconcierto y algo parecido a la envidia. No podía recordar la última vez que alguien en su casa hubiera bromeado de esa manera. Barty, a su lado, parecía igualmente pensativo, aunque un ligero rubor en sus mejillas revelaba lo mucho que disfrutaba la comida y el ambiente.

—¿Y ustedes cocinan algo en casa? —preguntó Euphemia, dirigiéndose a los Slytherin con genuina curiosidad.

Regulus dejó su tenedor por un momento, mirando a su madre anfitriona antes de responder.

—No... en casa siempre hubo elfos domésticos. Mi madre decía que cocinar era una tarea indigna de un mago.

—Y, sin embargo, ellos tienen una magia que pocos entienden —Euphemia negó con la cabeza, con un toque de tristeza en su mirada—. Cocinar no tiene nada de indigno, Regulus. Es un acto de amor, y cualquier magia que cree algo con amor nunca puede ser indigna.

El menor de los Black mantuvo la mirada baja por un instante, asimilando las palabras. Había algo en la manera en que Euphemia hablaba que lo hacía cuestionar muchas de las cosas que le habían enseñado, si ya era normal en el cuestionar varias enseñanzas, después de estos momentos lo haría más seguido.

—Mi madre también decía lo mismo —murmuró Lucius, rompiendo el silencio—. Pero viendo lo que usted ha preparado... creo que estoy empezando a entender su punto de vista.

—¡Eso, Lucius! Déjate conquistar por la comida de mi madre. Te aseguro que después no vas a querer otra cosa —bromeó James, guiñándole un ojo.

Barty, mientras tanto, intentaba decidir si probaba otro platillo o si se arriesgaba con las enchiladas. Finalmente, tomó un poco, y aunque el picante le arrancó una tos inicial, terminó riendo.

—Definitivamente, esto es diferente a cualquier cosa que haya probado.

—¿Eso es bueno o malo? —preguntó Euphemia con una ceja arqueada.

—Es... interesante —Barty sonrió, con algo de honestidad en sus ojos—. En el buen sentido.

Remus, que había estado observando todo en silencio, habló por primera vez desde que comenzó la cena:

—Las comidas siempre saben mejor cuando hay una buena compañía. Tal vez es eso lo que hace tan especial este lugar.

El comentario del licántropo pareció resonar en la mesa. Incluso Severus asintió levemente, aunque mantuvo su mirada fija en el plato.

 

...

 

La noche había caído completamente sobre Godric's Hollow, y el ambiente en la casa Potter se sentía más sereno después de la cena. En una de las habitaciones de huéspedes, los Slytherin se habían reunido, sentados en diferentes lugares del espacio, conversando con un aire más relajado que antes.

Regulus estaba recostado en su cama, con un brazo apoyado detrás de su cabeza mientras miraba el techo, pensativo. A su lado, Lucius se había acomodado en una silla junto al escritorio, con las piernas cruzadas, el cabello platinado cayendo perfectamente sobre su hombro. Barty estaba sentado en el suelo, la espalda contra la pared, con una almohada sobre las piernas que golpeaba distraídamente con los dedos, mientras Severus ocupaba el sillón acojedor, hojeando un libro que había traído consigo, aunque parecía más interesado en escuchar la conversación que en leer.

—Debo admitirlo, la comida de la señora Potter es... sorprendente —dijo Lucius, rompiendo el silencio. Su tono tenía un dejo de incredulidad, como si no pudiera creerse que algo tan simple como una cena pudiera dejarlo tan satisfecho.

—Sorprendente es quedarse corto —agregó Barty, girando la almohada en sus manos. —Creo que no he probado algo tan... ¿cómo decirlo? ¿Humano? En casa, todo lo que servían siempre parecía tan... distante.

Regulus soltó una leve risa, todavía mirando al techo. —Es curioso. Mi madre decía que la comida era simplemente un trámite, algo necesario para mantenernos con vida, pero nunca algo que debiera disfrutarse. Y luego está aquí Euphemia, cocinando con tanta dedicación, como si realmente le importara lo que pensamos.

Severus cerró el libro con un movimiento lento y dejó que descansara sobre su regazo. —Es porque le importa. Es extraño, pero no desagradable. Hay algo en este lugar... que se siente distinto.

—¿Distinto cómo? —preguntó el rubio, arqueando una ceja mientras se inclinaba un poco hacia adelante.

—Más cálido. —El de cabello lacio no desvió la mirada cuando lo dijo, aunque su tono era casi inaudible. —Como si, por una vez, no tuviéramos que estar a la defensiva.

—¿Eso no te incomoda? —inquirió el de ojos verdes, con cierta curiosidad. —A mí me costó al principio. Pensé que me iban a juzgar por... bueno, por todo lo que somos.

—Lo hacen, pero no como lo imaginé —respondió el menor de los Black, girándose para mirar a los demás. —No es como en casa, donde cada palabra es un arma. Aquí... incluso James parece querer que estemos cómodos.

—Eso es porque está desesperado por impresionarte —bromeó el Malfoy con una sonrisa ladeada, lo que provocó una pequeña carcajada de Barty.

—Quizás, no entiendo por qué dices eso. —murmuró el de ojos grises, sin comprometerse, aunque sus labios se curvaron ligeramente intentando ocultar el sonrojo que había surcado sus mejillas, agachando la cabeza levemente.

Hubo un momento de silencio cómodo entre ellos, solo interrumpido por el crujir de la madera de la casa. El de ojos negros, quien parecía estar luchando contra algo en su mente, finalmente se decidió a hablar. —¿Creen que esto dure?

Los otros lo miraron, algunos con sorpresa, otros con algo de melancolía.

—¿A qué te refieres? —preguntó Barty.

—A esto. —le dijo el hijo de Elieen hizo un gesto vago hacia la habitación, pero claramente se refería a algo más amplio. —Esta... calma. Esta sensación de que, por un momento, todo está bien.

El de ojos azul grisáceo frunció el ceño, su expresión habitual de confianza tambaleándose un poco. —Es una burbuja, Sev. Lo sabemos. Pero... no es tan malo pretender por un rato, ¿no?

—No, no lo es —murmuró el de rizos, con un tono que sonaba más a una confesión que a una afirmación.

Barty se inclinó hacia adelante, dejando caer la almohada al suelo. —Entonces aprovechemos esto mientras dure. ¿Qué más podemos hacer?

—Dormir, quizás. —La voz del mayor fue sarcástica, aunque el destello en sus ojos lo traicionaba. Estaba disfrutando de esa conversación más de lo que le gustaría admitir.

—O podríamos quedarnos aquí toda la noche y hablar de lo que sea. Total, mañana nos toca otro día de preguntas y bromas de Sirius. —el menor de los Black rodó los ojos, aunque había un dejo de diversión en su voz.

—Me pregunto qué tan lejos va a llegar con eso de "mamá Elffie" antes de que Potter lo aviente por la ventana. —el de ojos verdes rió, y los demás no pudieron evitar unirse, incluso Severus.

Esa risa compartida llenó la habitación, ligera y honesta, algo raro para ellos. Y por un momento, mientras la noche avanzaba, los Slytherin se permitieron olvidar el peso de todo lo que cargaban aunque sea por unas semanas.

 

...

 

Día 1 de 7 

Amigo secreto

La mañana se presentó con un frío que calaba hasta los huesos, mientras una suave nevada continuaba cayendo sobre Godric's Hollow, cubriendo todo con un manto impecable de blanco. Las ventanas de la casa Potter estaban empañadas por la diferencia de temperatura, y los jardines parecían un lienzo inmaculado donde apenas se distinguían las huellas de algún pájaro curioso. El sol apenas se asomaba entre las nubes, tiñendo la nieve con destellos dorados que danzaban con el viento. En el aire se percibía ese aroma particular de los inviernos tranquilos, como si el mundo se hubiera detenido por un instante para contemplar la calma.

El primero en despertarse fue Remus, quien abrió los ojos al suave sonido del viento contra la ventana de su habitación. La cama cálida lo retenía, pero el castaño sabía que no tenía sentido resistirse: los Gryffindors siempre madrugaban en vacaciones, decían que era importante aprovechar todo el día, y él no era la excepción. Se incorporó despacio, consciente de no hacer ruido, mientras su mirada se deslizaba por la habitación que los señores Potter le habían asignado años atrás. Estaba ubicada cerca de la biblioteca, una elección pensada con cuidado para que pudiera escabullirse sin molestar a los demás. Era un espacio acogedor, con estanterías repletas de libros viejos que Euphemia había dejado allí para él, junto con una manta tejida que siempre estaba al pie de la cama.

Se abrigó con una bata cálida y se calzó las pantuflas antes de salir al pasillo. Aún no se escuchaba movimiento en la casa, lo que le permitió disfrutar de la quietud del amanecer. Bajó las escaleras, siguiendo el débil aroma a café que lo guiaba hacia la cocina. Allí encontró a Euphemia, ya despierta, con su cabello recogido en un moño y un delantal que protegía su vestido de lana. La mujer estaba sentada junto a la ventana, una taza humeante entre las manos, contemplando la nieve que seguía cayendo.

—Buenos días, mi amor —dijo ella al notar su presencia, su voz suave y llena de calidez.

—Buenos días, Mamá Elffie —respondió Remus con una sonrisa cansada pero juguetona, esa era la forma de molestarse entre ellos, sentándose frente a ella en la mesa.

—¿Café? Acabo de preparar. —Sin esperar respuesta, Euphemia le sirvió una taza y le acercó un plato con un par de rollos de canela, frescos de la noche anterior.

Remus aceptó el café con un leve "gracias" y envolvió la taza con ambas manos, disfrutando del calor que le ofrecía. Por un momento se quedaron en silencio, mirando la ventana. La mujer rompió el silencio primero, con una dulzura que parecía natural en ella.

—A veces, en estas mañanas tan tranquilas, me gusta pensar en lo afortunados que somos de tener a todos aquí, bajo el mismo techo. ¿Sabías que fue James quien insistió en que la habitación junto a la biblioteca fuera para ti el primer año que se quedaron ustedes cuatro con nosotros?

Remus no pudo evitar sonreír, imaginando al de cabello oscuro convenciendo a sus padres. Tomó un sorbo del café, sintiendo cómo el calor se esparcía por su cuerpo, y finalmente respondió.

—Lo suponía, James siempre es cuidadoso con los detalles, parece nuestra madre en Hogwarts cuando se trata de ese tipo de cuidados.

—Y me imagino que como siempre tú eres quien los mantiene a raya con las bromas —bromeó la mujer, tomando un sorbo de su taza mientras miraba con ternura al de ojos dorados.

—No ha habido muchos cambios en eso, sigue siendo pesado controlarlos, pero me encantan sus locuras. —contestó el de cicatrices, dejando escapar una sonrisa cálida.

Euphemia rió suavemente, moviendo la cabeza en un gesto que reflejaba tanto resignación como cariño.

—Cuando James me dijo que iban a venir más personas aparte de ustedes, fue una sorpresa total. Pero debo admitir que me sorprendió aún más al descubrir quiénes eran. —Hizo una pausa, su mirada atenta en Remus—. ¿Cuándo se hicieron amigos ustedes y ellos?

Remus dejó la taza sobre la mesa, girándola entre sus dedos mientras pensaba en cómo explicarlo.

—Fue hace un mes o poco menos de eso. Pasó de forma muy repentina, pero créame, Mamá Elffie, son buenos chicos, solo que han sido mal juzgados.

Euphemia asintió lentamente, su mirada cálida y comprensiva.

—Si tú lo dices, mi amor, te creo. Confío en tu juicio más de lo que confío en el de cualquiera. —Sonrió antes de añadir con un toque de picardía—. Aunque eso no significa que vaya a dejar de vigilarlos.

Remus soltó una suave carcajada, sabiendo que esa era Euphemia Potter: protectora, maternal y siempre dispuesta a dar segundas oportunidades. Por un momento, la cocina pareció ser el lugar más cálido del mundo, una burbuja de tranquilidad en medio del invierno.

El café entre Euphemia y Remus seguía desarrollándose en esa atmósfera cálida y tranquila. La conversación fluía con naturalidad, mientras el aroma del café y el leve sonido del viento llenaban la cocina. Euphemia tomaba pequeños sorbos de su taza, observando al de ojos dorados con ternura maternal.

—Sabes, Remus, siempre he sentido que tienes un alma vieja, como si cargaras más sabiduría de la que deberías a tu edad —comentó Euphemia con una sonrisa suave, sus ojos brillando con un dejo de preocupación maternal.

Remus alzó la mirada de su taza, un leve rubor coloreando sus mejillas. —Supongo que el... estilo de vida ayuda —bromeó, aunque en el fondo sabía que ella podía leer entre líneas.

Antes de que Euphemia pudiera responder, unos pasos descendiendo por la escalera captaron su atención. La tranquilidad de la casa comenzaba a romperse a medida que los demás Gryffindors despertaban. El primero en aparecer fue el de cabello oscuro, ajustándose sus lentes mientras bostezaba ampliamente.

—¿Ya estás despierto, Moony? No pierdes el tiempo, ¿eh? —dijo James con su característica sonrisa perezosa, acercándose para servirse una taza de café.

—Buenos días a ti también, Prongs —respondió Remus, rodando los ojos mientras el heredero Potter se sentaba junto a él con un rollo de canela en la mano.

Euphemia le revolvió el cabello con cariño, a lo que James respondió con una mueca entre divertida y resignada. —Mamá, por favor, ya soy grande.

—Claro que sí, querido —respondió Euphemia, su tono cargado de sarcasmo amable, antes de dirigirse hacia la estufa para preparar más café.

Minutos después, el ruido de pasos más torpes anunció la llegada del rubio más pequeño. Peter asomó la cabeza por la puerta de la cocina, todavía medio dormido, pero con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Huele a café... y rollos de canela —dijo, sentándose junto a James y frotándose los ojos. —¿Quedaron más?

—Por supuesto, cariño. Los dejé listos pensando en ustedes —respondió Euphemia, colocando el plato frente a él y sirviéndole una taza de leche caliente con café.

Peter murmuró un agradecimiento, tomando un rollo y mordiéndolo con entusiasmo. Su energía habitual comenzaba a despertar, y no tardó en unirse a la conversación entre Remus y James sobre las actividades del día.

El sonido de un bostezo profundo y unas pisadas algo más pesadas anunciaron la llegada del último Gryffindor. Sirius apareció por la puerta con su cabello alborotado y un aire despreocupado, vistiendo aún una camiseta de Quidditch demasiado grande que probablemente pertenecía a James.

—¿Ya empezaron la fiesta sin mí? —preguntó el de ojos grises, dejándose caer en una silla y lanzando una sonrisa ladeada a todos.

—Llegas justo a tiempo, Padfoot. Estábamos hablando de qué hacer hoy. Mamá tiene un itinerario secreto, seguro —bromeó James, mirando a Euphemia con una ceja levantada.

—Quizás deberíamos pasar la mañana afuera, parece que la nieve pide a gritos un buen duelo de bolas de nieve —propuso Sirius, frotándose las manos mientras tomaba la taza que Euphemia le ofrecía.

—Eso suena como una idea muy Gryffindor de tu parte —dijo Remus con una sonrisa, mirando cómo la cocina comenzaba a llenarse del bullicio habitual que los caracterizaba.

Euphemia, por su parte, observaba la escena con una sonrisa satisfecha. Había algo especial en esos momentos: el sonido de las risas, las pequeñas bromas, la energía contagiosa. Era como si su casa vibrara con vida cada vez que todos estaban bajo el mismo techo.

Cuando los afilados oídos mágicos de la mexicana escucharon las primeras pisadas descendiendo por las escaleras, una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Buenos días. —Lucius saludó con un asentimiento de cabeza, su mirada barriendo la cocina mientras tomaba nota de los Gryffindors dispersos por el lugar. A diferencia de ellos, Lucius llevaba una vestimenta impecable, su cabello recogido en una coleta que dejaba claro el esfuerzo por mantener su imagen, siempre tan calculada.

—Buenos días, señora Euphemia. —Regulus se unió al saludo con una ligera curva en los labios. A pesar de su impecable apariencia, su gesto era más relajado que el de Lucius, como si estuviera comenzando a sentirse un poco más cómodo en ese entorno.

—Buenos días. —El de cabellos lacios añadió, mirando amablemente a la matriarca mientras tomaba asiento, aceptando de inmediato una taza de café y un rollo de canela, que Euphemia le ofreció con su habitual amabilidad.

—Yo quiero probar eso. —Fue lo primero que soltó Barty al ingresar por la puerta, su boca funcionando antes que su mente. Sin embargo, al notar las miradas, retomó su postura más seria, saludando cortésmente. —Disculpe, buenos días, señora Euphemia. —Dijo con una sonrisa, y frente a él, le tendió un rollo de canela, el cual probó con visible deleite.

—Buenos días a ustedes también. Espero que hayan descansado bien. —Respondió Euphemia con calma, observando a los chicos disfrutar del cálido refugio que su casa les ofrecía. Un refugio que, a pesar de las tensiones pasadas que sabía que aquellos chicos habían experimentado, se sentía acogedor en ese momento.

—Entonces, Mamá Elffie, ¿tienes un itinerario secreto para estos siete días? —preguntó el mayor de los Black, luciendo una sonrisa que iba de oreja a oreja.

—Siempre lo tengo, niños, y lo saben —respondió Euphemia con tono dramático, pero burlón, mirando a todos con una sonrisa juguetona—. Hoy es el día uno, por lo tanto, es el día del recorrido para encontrar regalos —recordó, dirigiendo una mirada cómplice a los merodeadores, esperando que ellos también recordaran el antiguo itinerario.

—Cierto. Bien, el primer día se nos asigna un "amigo secreto", a quien en los próximos días debemos conseguirle un regalo para la noche del intercambio, la cual será el último día que estemos aquí —explicó el de anteojos con calma, mirando a todos para asegurarse de que entendieran. —El sorteo se llevará a cabo ahora mismo por el medio que mi madre decida. Recuerden, es secreto, no deben decir quién les tocó.

Todos asintieron, comprendiendo las reglas, antes de que Peter, que parecía tener algo más que decir, hablara.

—Hoy, al ser el primer día, es el día en el que estaremos menos ocupados, así que es perfecto para conseguir el obsequio. Podemos aprovechar para mostrarles un poco el lugar —sonrió ante su propia idea, y sorprendentemente, no recibió queja alguna.

Euphemia asintió, complacida por la disposición de todos.

—Entonces, que comience el sorteo —dijo con una sonrisa cómplice, sacando de su bolsillo un pequeño saco de terciopelo rojo, de donde sacó una serie de papeles enrollados. Cada uno de los papeles contenía el nombre de un Gryffindor o un Slytherin, y los iba a repartir con destreza.

Los chicos se miraron unos a otros, expectantes, mientras ella repartía los papeles. Cuando todos tuvieron su pedazo de papel en la mano, la matriarca levantó una ceja, como si esperara que todos mantuvieran la emoción.

—Recuerden, nada de chismes —les recordó, con un toque de humor en la voz—. Esto es para que todos tengan un toque de sorpresa al final.

Los papeles se guardaron cuidadosamente en los bolsillos o las manos de los chicos, y mientras algunos fingían no interesarse, otros miraban con ansiedad por descubrir a quién les había tocado.

—Muy bien, chicos —dijo James, ajustándose los lentes con una sonrisa traviesa—. ¿Listos para un día de compras?

—Nos parece una excelente idea —respondió Lucius, con una elegancia natural al tomar su taza de café, su rostro impasible. Aunque su tono de voz era distante, una leve sonrisa curvaba sus labios. Siempre se sentía un poco fuera de lugar, pero este tipo de dinámicas familiares no le resultaban tan ajenas como pensaba.

—Eso suena prometedor —agregó Regulus, su tono algo más relajado que en otros momentos. Había comenzado a sentirse más cómodo en la casa de los Potter. Quizás no completamente, pero lo suficiente para no sentirse tan distante.

Mientras los chicos intercambiaban opiniones sobre el itinerario y las posibles compras, Euphemia se levantó y fue hacia la ventana, mirando el paisaje nevado.

—No olviden que también podemos hacer una parada en el mercado mágico del pueblo —les recordó, con una ligera sonrisa. —Es el lugar perfecto para encontrar algo único y bonito.

En ese momento, Peter, quien parecía estar muy emocionado por el plan, miró a los Slytherins y luego a sus amigos, con una expresión traviesa.

—¿Y si hacemos esto interesante? —propuso con entusiasmo—. Podríamos hacer un pequeño desafío: ver quién consigue el mejor regalo para su amigo secreto. El que lo haga bien, gana algo especial, lo que sea... lo que se les ocurra.

La idea hizo que algunos se miraran entre sí, con sonrisas divertidas. Incluso Lucius, aunque con un gesto de duda, no pudo evitar sentirse intrigado.

—Eso sí que suena interesante —dijo Sirius, inclinándose hacia adelante con brillo en los ojos—. Estoy dentro.

La idea del reto hizo que la atmósfera se volviera más ligera. Se sentía como un día de diversión, donde las tensiones que pudieran existir se disolvían en la posibilidad de compartir una buena experiencia.

El día pasó rápidamente entre risas y más ideas locas sobre los regalos. La nieve comenzaba a caer suavemente, cubriendo todo de blanco, lo que daba el ambiente perfecto para que todos se aventuraran en su misión de encontrar el obsequio perfecto para su "amigo secreto".

El recorrido por el pueblo fue como una pequeña competencia, con cada uno buscando el regalo ideal para quien le había tocado, aunque sin revelar el nombre de la persona. En el camino, algunos se burlaban entre sí, mientras otros se concentraban más en la tarea.

En un rincón apartado del mercado, Sirius se acercó a James con una sonrisa picarona.

—Así que, ¿quién te tocó? —preguntó, con los ojos brillando de curiosidad.

James levantó su mano, mostrando un pequeño papel arrugado donde había anotado el nombre de su "amigo secreto". Lo miró de reojo y, con una sonrisa traviesa, susurró:

—Barty —dijo, mirando a su amigo con una sonrisa divertida.

Sirius soltó una risa, no tan sorprendida como el de ojos miel esperaba. —Interesante... Solo que no puedes envolver a Pete, no se dejaría.

James miro mal a su amigo pues sabía que tenía un cierto grado de protección hacia Peter, y que era más que obvio que desde aquella vez que a Remus se le ocurrió decir que el más pequeño de ellos se había besado con el Slytherin, esa protección se había incrementado.

A unos pasos más allá, Remus y Regulus se encontraban conversando sobre sus respectivos regalos, cada uno con una sonrisa satisfecha.

—¿Y a ti quién te tocó? —preguntó Regulus con curiosidad, mientras observaba cómo el de ojos dorados guardaba algo en su abrigo.

Remus sonrió, recordando que le había tocado a Lucius. —A Lucius. Creo que ya sé lo que le voy a comprar —respondió, mirando a los Slytherins de reojo, con un toque de humor en su voz. Aunque no compartían ciertas cosas, la relación había mejorado y sabía que encontrar algo para él sería interesante y claramente un reto.

Regulus asintió, sin mostrar mucho interés en el asunto. —A mí me tocó James. —Se detuvo un momento, mirando al amigo de su hermano de reojo, antes de añadir—. Tal vez le consiga algo que lo haga pensar un poco más.

La competencia seguía mientras se acercaba la hora del intercambio. Los chicos, al principio algo reservados, empezaron a sentir que algo más había surgido entre ellos, una pequeña chispa de camaradería en medio de la tensión. Quizá no todo estaba tan perdido después de todo.

 

...

 

Día 2 de 7

Competencia de cocina

—Bien, niños, cocinar comida mexicana es un arte, es como bailar; tienen que sentir todos los ingredientes y lograr hacerlo exquisito. —recitó la señora Euphemia con una sonrisa traviesa, mirando levemente a su marido, Fleamont, quien se encontraba pidiendo ayuda con la mirada para escapar de la actividad. —Fleamont, ponte un delantal, tú también ayudarás.

James soltó una risa ahogada, mientras veía a su padre ponerse de mala gana el delantal que su madre le entregaba, desbordando en su rostro una expresión de resignación. Sin embargo, la alegría en el aire era palpable. Aquella mañana, el aroma de la cocina estaba impregnado por una mezcla de chiles, maíz y especias, creando un ambiente único y acogedor. Para los jóvenes, ver a los adultos entrar en acción era una muestra de la dinámica cálida y familiar de los Potter, algo que todos comenzaban a disfrutar. Incluso los Slytherins parecían más relajados, olvidándose de sus roces habituales por un momento.

—¡A ver, chicos, el primer paso es preparar las hojas de maíz! —ordenó Euphemia con entusiasmo. —James, Regulus, ¿pueden encargarse de eso? No deben estar secas, tienen que estar mojadas. —James asintió con rapidez, con esa energía que solo los Gryffindors tienen, mientras que Regulus, más serio, comenzó a mojar las hojas con precisión.

Mientras tanto, Lucius observaba el proceso, sus ojos brillando con algo entre curiosidad y escepticismo, pero sin dejar de lado su actitud digna. A su lado, Barty y Severus intercambiaron miradas desconcertadas, sin saber del todo qué hacer, hasta que Peter, les indicó que se encargaran de mezclar la masa, una tarea que parecía tan sencilla como importante.

—El truco está en no dejar que la masa quede ni muy seca ni demasiado húmeda, tiene que tener la consistencia justa para que los tamales no se deshagan. —les explicó Euphemia mientras les mostraba cómo hacerlo, añadiendo especias con un toque de maestría que hacía que el aroma se intensificara. Barty no pudo evitar sonreír al ver a la señora Potter trabajar, y fue entonces cuando su mente comenzaba a relajarse, apreciando cómo la comida transformaba el ambiente, incluso en cualquier cocina.

Al mismo tiempo, Sirius miraba atentamente a la señora Euphemia, observando cómo, sin esfuerzo, lograba que todo pareciera fácil. Tal vez era su toque mágico, o tal vez solo era su habilidad natural para hacer sentir a todos bienvenidos.

—Lo mejor de los tamales es que son un esfuerzo colectivo. No es solo cocinar, es estar juntos, compartir, y disfrutar el proceso, incluso si sale mal. —dijo Euphemia con una sonrisa, mirando a los chicos, quienes se iban acomodando alrededor de la mesa de cocina mientras las primeras piezas de tamales comenzaban a tomar forma.

A medida que el día avanzaba, y todos se sumergían en la actividad, la atmósfera se volvió más relajada, más amigable. Las pequeñas bromas entre los Gryffindors y Slytherins se hicieron más frecuentes, e incluso las tensiones que anteriormente habían marcado algunas interacciones parecían desvanecerse, al menos por un rato. Los tamales fueron una obra en progreso, pero cuando llegaron al último paso, cuando la señora Euphemia los mostró con una sonrisa satisfecha en su rostro, todos sabían que el esfuerzo había valido la pena.

—Lo sé, no son perfectos. Pero con un poco de salsa... —dijo Euphemia, riendo mientras servía la comida, sus ojos brillando al ver a los chicos disfrutar del resultado. Incluso los más escépticos, como Lucius y Severus, comenzaron a probarlos, y el sabor les sorprendió.

—Es... delicioso. —admitió Severus, casi sin querer, pero sus ojos mostraron una vulnerabilidad poco común, todo ese procedimiento le había recordado al proceso de elaboración de una poción.

—Lo sabía. —sonrió la señora Potter, satisfecha con el resultado y con la sensación de que, aunque la comida no era perfecta, lo que más importaba era el proceso compartido.

Cuando la comida estuvo terminada, y todos se sentaron alrededor de la mesa, los murmullos llenaron la habitación, no solo por lo delicioso que estaba todo, sino porque por un instante, la competencia y las diferencias habían desaparecido. Quizás los Slytherins no habían dejado de ser tan... Slytherin, pero al menos en ese momento, todos se sentían parte de algo más grande: una familia temporal, unida por el esfuerzo compartido y el calor de la cocina.

 

...

 

Día 3 de 7

Pequeñas Historias

Después de un par de días ajetreados, y con todos los chicos bastante exhaustos por las actividades y el esfuerzo de cocinar juntos, Euphemia decidió que era hora de bajar un poco el ritmo. Aquella tarde, después de una ligera comida y de haber pasado un rato disfrutando de la compañía de todos, la señora Potter propuso algo diferente.

—Hoy, quiero que todos se relajen —dijo con una sonrisa suave, mirando a cada uno de los chicos, como si pudiera leer sus pensamientos. —Nada de tareas, nada de misiones... simplemente un buen momento de descanso. Y qué mejor que hacerlo con historias.

Hubo murmullos de acuerdo, algunos más entusiastas que otros, pero todos parecían aliviados por la idea. Era como si la presión que se había ido acumulando poco a poco desde que llegaron a la casa de los Potter se desvaneciera, permitiéndoles disfrutar de algo tan sencillo como la conversación.

Con una flecha mágica se iba indicando a quien le tocaba contar una historia, iniciando con James.

—Bien. El verano pasado, los primeros días de vacaciones Peter y Remus no pudieron estar aquí en la casa, así que Sirius y yo nos aburrimos demasiado que decidimos entrar a la casa del vecino a jugar con su perro mágico, la idea era perfecta ¿Okey? Lo que no era perfecto eran las trampas para intrusos mágicas que había por todo el jardín, Sirius acabo encerrado en enredadera llorosa y yo flotando en un árbol.

Después la flecha termino en Barty quien se detuvo un momento, buscando recordar algo que pudiera compartir.

—En tercer año cuando ustedes hicieron la broma de hacer que todo Slytherin escupiera gusanos y caracoles decidí que ese juego podía ser jugado por ambas partes, así que me asegure de aprenderme la contraseña de su sala común y cambie todos los shampoos de Gryffindor por moco de troll encantado para que a ojos de todo Hogwarts ustedes se vieran calvos. —revelo con una ligera risa mirando la cara de indignación de los merodeadores.

—Con tanta razón toda esa semana nos miraron raro... —comprendio Peter mirando inquisitoriamente a el castaño quien volvió a reír.

La flecha paro en Remus quien conto una anécdota de su infancia donde casi había incendiado la cocina buscando hacerle un regalo a su madre.

Después siguió Severus el cual conto una breve historia sobre sabotear "accidentalmente" la poción se Sirius para que esté no le ganará el premio que el profesor iba a obsequiar.

Así conversaron animadamente sin problemas entre todos hasta que llegó la noche.

—Te atrapé, Crouch —susurro el de anteojos mirando como aquel castaño de ojos verdes buscaba entrar en la habitación de su pequeño amigo.

—¿Y qué harás, Potter? No eres la mamá de Peter para estarlo cuidando tanto —gruño el Slytherin en protesta.

—Es mi amigo, y tú no eres de mi confianza, eso es suficiente para tenerte vigilado. —respondio cortante el Gryffindor.

—Bambi basta, Barty vino a mi habitación porque yo se lo pedí —se escucho la voz somnolienta del rubio quien sobras abría la puerta mientras se tallaba un ojo con pereza.

—Potter, créeme que yo no lastimaría a Peter, no tengo necesidad de hacerlo —aquello dicho por el de ojos verdes dio fin a la conversación mientras ingresaba a la habitación del más bajo.

 

...

 

Día 4 de 7

Guerra de nieve

El frío de la mañana llegó como un soplo helado, y con él, las primeras nevadas del invierno se posaron sobre el jardín de la casa de los Potter. La luz gris del día teñía todo con un aire apacible, como si la misma naturaleza invitara a quedarse dentro junto a una chimenea encendida. Pero Euphemia, con su mirada juguetona y una sonrisa cómplice, había decidido que este día sería diferente.

—Hoy —anunció con entusiasmo, mientras organizaba una pequeña mochila—, haremos algo un poco más... dinámico.

El grupo la miró con curiosidad, algunos con una pizca de desconfianza, ya que nunca sabían muy bien qué esperar de las ocurrencias de la señora Potter.

—¡Es hora de una guerra de nieve! —exclamó Euphemia, su sonrisa apenas conteniendo la emoción.

Los ojos de los chicos se iluminaron, aunque algunos, como Lucius y Regulus, intercambiaron miradas de incredulidad. Para ellos, esas "actividades de Gryffindor" no eran precisamente su estilo. Sin embargo, la idea de pasar un día fuera y alejarse de las tensiones en la casa les resultaba atractiva, y poco a poco, la propuesta fue aceptada.

Salieron todos al jardín, donde la nieve ya cubría el suelo. Euphemia, Fleamont y los chicos se equiparon con guantes, bufandas y abrigos, mientras los Slytherins observaban con una mezcla de escepticismo y anticipación. James y Sirius, como si estuvieran en su elemento, comenzaron a construir las primeras barricadas de nieve mientras se reían y se empujaban entre ellos, como si realmente se tratara de un desafío serio.

—¡Vamos, Barty! —gritó James desde su posición, lanzando una bola de nieve hacia Barty con una risa traviesa. —Si ganas, te permitiré quedarte con Peter las veces que quieras sin que me interponga.

Barty se encogió de hombros, con una sonrisa astuta, dispuesto a enfrentar la broma. —Acepto, pero cuando gane no quiero que te hagas el sobreprotector —respondió con la misma chispa competitiva.

—¡Oigan, los estoy escuchando! —acusó Peter, el de pecas, mirando a los dos chicos que comenzaban a lanzarse bolas de nieve mientras se reían.

Regulus observaba desde un costado, no muy convencido, pero cuando vio que Lucius se preparaba para lanzar una bola de nieve a Sirius, algo en él despertó. Sin pensarlo, se unió a la acción, creando una defensa improvisada con sorprendente rapidez.

—¡Cuidado! —gritó Remus, que estaba organizando a los demás en su equipo. —¡Están atacando!

La guerra de nieve tomó forma rápidamente, y la competencia se hizo más feroz. Las risas llenaban el aire mientras las bolas de nieve volaban en todas direcciones, alcanzando tanto a Gryffindors como a Slytherins por igual. A pesar de sus diferencias, el campo de batalla se llenó de una energía juguetona y liberadora.

Sirius, como siempre, estaba en su elemento. Corriendo por el campo como un niño, lanzaba bolas de nieve con una habilidad impresionante. En un momento, se escabulló entre los arbustos, saliendo de la nada para sorprender a Severus y a Regulus con una ráfaga de nieve, empapándolos hasta los huesos. Aunque Severus intentó lanzar un hechizo, se distrajo por un momento y la nieve lo alcanzó de lleno, provocando risas entre todos los presentes.

Peter, por otro lado, evitaba salir de la trinchera que habían creado, pero estratégicamente lanzaba bolas de nieve que distraían a las serpientes, permitiendo que sus amigos los sorprendieran. En un momento se resguardó detrás de una barricada de nieve, temeroso de quedar atrapado en medio de la guerra sin medida. Parecía que James y Barty se estaban poniendo muy competitivos, al igual que los hermanos Black, nada sorprendente, pues ellos cuatro, al igual que Malfoy, jugaban Quidditch, lo cual, por inercia, los volvía competitivos. Aun así, Peter disfrutaba del caos.

No pasó mucho tiempo antes de que Malfoy, con su mirada fría y calculadora, lo encontrara y le lanzara una bola de nieve directa a la cara. Peter soltó un grito de sorpresa, pero, en lugar de enojarse, se echó a reír, sintiendo una extraña sensación de camaradería con el mayor de las serpientes, pues casi no había tenido oportunidad de convivir con él.

Mientras tanto, Remus observaba a todos desde un costado, asegurándose de que nadie se lastimara y usando su astucia para crear un sistema de defensa improvisado. A pesar de su naturaleza tranquila, Remus había sido uno de los primeros en proponer una estrategia: rodear el campo con barricadas y atrapar a los Slytherins en una trampa. A su lado, James y Sirius comenzaron a coordinar sus ataques, uniendo fuerzas de una manera que ya se habían esperado, eran como dos gemelos atacando con rapidez y astucia.

Euphemia observaba desde una ventana cercana, disfrutando del espectáculo. Su sonrisa era amplia, satisfecha de ver cómo chicos de diferentes casas, que normalmente no se mezclaban tanto, se divertían juntos sin preocuparse de sus diferencias. Fleamont, a su lado, disfrutaba igualmente, bromeando con su esposa y ofreciendo ánimo a los chicos cuando parecían cansarse.

—¡Recuerden! —gritó Euphemia con una risita traviesa— ¡que el ganador no solo tiene el derecho a presumir, sino que puede elegir la actividad de mañana! ¡Hechele ganas!

La competencia se intensificó aún más después de ese comentario, con los chicos redoblando esfuerzos y aumentando la velocidad de los ataques. La guerra de nieve se convirtió en algo más que un simple juego; se transformó en una batalla estratégica, un reto personal y colectivo, con todos empeñados en ganar.

El día terminó coronando a los Slytherins como ganadores, algo que Barty no dejó de restregarle a James con una sonrisa en el rostro, tomando a Peter de la cintura de manera protectora y posesiva en algún punto.

—Te prometo que recuperaré a mi Pete. No cantes victoria, Crouch —bromeó el de anteojos con una sonrisa.

—¿Devolverte a mi Pecas? No creo. Ya me lo llevé, es mío, mío, solo mío.

—Bien, entonces me llevo a Regulus —respondió James, siguiendo el juego.

—No pueden usarnos a Peter y a mí como monedas de cambio —dijo el menor de los Black con un tono juguetón.

—Mmm, trato. Te cambio a Regulus por Peter —dijo Barty, ignorando al pelinegro que lo miró indignado.

—Trato —dijo James con una sonrisa pícara, tomando la mano de Regulus y tirando de ella para comenzar a correr, divertidos, al interior de la casa.

—¡James, deja a mi hermano o te juro que me olvido que somos amigos! —gritó Sirius, fingiendo ser un hermano celoso. —Bartemius, quita tus manos de Worms o tampoco la cuentas.

Y así, entre risas y bromas, terminó el cuarto día. O quizás no.

—Remus, ¿podemos hablar? —preguntó Malfoy, tomando el brazo del licántropo con un agarre fuerte pero suave.

—¿Sí? ¿Qué pasa? —preguntó, intentando que sus amigos no escucharan la conversación.

—Esta noche, en mi habitación, necesito contarte algo. —Al recibir un asentimiento breve del licántropo, ambos se reincorporaron al grupo, que seguía bromeando y jugando entre ellos. La luna, saliendo nuevamente, parecía emocionada de acompañar, como en las últimas noches, las travesuras de aquellos ocho jóvenes, brillantes y talentosos, pero, al fin y al cabo, niños. Algunos buscaban aventuras, otros aceptación, y quizá el destino, jugando con ellos, les brindaba algo más que aún no terminaban de descubrir.

—Bien, ¿ahora me dirás qué pasa, Malfoy? —preguntó intrigado el merodeador, cerrando la puerta tras de sí. Llevaba su pijama tradicional de cuadros rojos y negros, y se notaba que había tomado una ducha; su cabello, levemente mojado, dejaba caer pequeñas gotas de agua que empapaban de forma sutil la parte superior de su pijama.

—Creo que sé cómo descubrir si la señora Euphemia y el señor Fleamont tuvieron algo que ver con Quill y Don —soltó directamente, esforzándose por no dejar que el merodeador notara que se había quedado distraído mirándolo.

—Explica.

—Tu habitación está cerca de la biblioteca. Tal vez haya alguna repisa de recuerdos donde podamos asociar fechas y encontrar algo que nos diga si pudieron tener contacto con alguno de nuestros padres, más allá de lo formal o necesario —explicó, haciendo todo lo posible por mantener su mirada fija en el dorado brillante que lo observaba con expectación.

—Bien, entonces quieres ir a la biblioteca. ¿Qué tiene que ver mi habitación? —cuestionó con fingida duda.

—Tu habitación tiene un pasadizo secreto a la biblioteca, lo que significa que tú tienes acceso directo a ella y así evitamos molestar a los demás —respondió, rodando levemente los ojos como si aquello fuera algo obvio, aunque su afirmación dejó al Gryffindor con más dudas que respuestas.

—Todos están abajo conversando. Notarán nuestra ausencia —comentó, lanzando una observación directa mientras clavaba su mirada en Malfoy, quien respondió con una sonrisa cargada de superioridad, esa sonrisa Slytherin que significaba que ya tenía todo bajo control.

—He notado que, antes de dormir, la señora Euphemia revisa cada una de las habitaciones de manera muy sutil. Solo se asegura de que estemos ahí, así que, cuando revise la tuya, estaremos los dos.

—¿No crees que verá eso raro? —preguntó, dejando clara la duda en su expresión.

—No si fingimos una cercanía más... privada. Seguramente ella verá eso y simplemente se marchará —dijo con naturalidad, como si aquello no implicara algo más comprometido.

—¿O sea que parezca que nos estamos besando o algo así? —inquirió el de cicatrices, con un tono titubeante y evidente incomodidad. Cualquier acercamiento de ese tipo era un terreno demasiado personal para él.

El licántropo desvió la mirada, incómodo con la sugerencia de Malfoy. No era que le desagradara la idea de un acercamiento físico, pero, la ligereza con la que lo planteaba lo dejaba sin palabras. Era tan... fácil para el platinado. Tan simple.

—Esto es ridículo —murmuró finalmente, pasando una mano por su cabello desordenado mientras caminaba de un lado a otro en su habitación—. No puedo simplemente actuar como si...

—Como si estuvieras interesado en mí —completó el Slytherin, con una media sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Remus se detuvo en seco, sorprendido por el comentario. Esa sonrisa que Malfoy llevaba era una máscara, una que había aprendido a leer en los últimos días. No era tan seguro de sí mismo como aparentaba. Pero ¿por qué aquello le afectaba?

—No lo dije así —respondió, con un tono más suave.

—Pero lo pensaste —replicó el más alto, cruzándose de brazos mientras lo observaba con sus ojos azul grisáceo, cargados de un reto silencioso.

El silencio se extendió entre ambos, solo roto por el crujido ocasional de la madera bajo los pies de Remus. Finalmente, suspiró.

—De acuerdo, ¿cómo planeas que hagamos esto?

El Slytherin dejó escapar un leve suspiro de alivio, aunque lo disimuló bien.

—Fácil. Te sientas en la cama, yo me acerco, y cuando ella entre, finjo que estoy lo suficientemente cerca como para parecer... convincente.

—Convincente, claro —murmuró el de cicatrices, rodando los ojos. Pero no protestó más.

—Mañana en la noche.

—Mañana en la noche...

 

...

 

Día 5 de 7

Biblioteca

El día transcurrió con una calma inesperada en la casa Potter. Después del ajetreo de los últimos días, los ocho jóvenes parecían haber decidido, casi por consenso tácito, tomarse un respiro. El sol de invierno iluminaba los jardines cubiertos de escarcha, y la chimenea en el salón principal se mantuvo encendida todo el día, llenando la casa de un calor reconfortante.

James y Sirius pasaron buena parte de la mañana peleando en broma con bolas de nieve mágicas, mientras Barty, Peter y Regulus, más tranquilos, se refugiaron en la cocina, conversando mientras intentaban preparar algo dulce que terminó siendo un desastre. Severus, como siempre, se mantuvo algo apartado, revisando con paciencia un libro antiguo en una esquina del salón.

Lucius y Remus, por su parte, compartieron pequeños momentos de interacción a lo largo del día, aunque ambos parecían demasiado conscientes del otro como para mostrarse del todo relajados. Habían hablado poco desde la conversación de la noche anterior, pero las miradas fugaces y las palabras medidas hablaban de un entendimiento tácito.

Cuando la noche cayó, la casa estaba sumida en un tranquilo bullicio: Sirius intentaba enseñarle a Regulus un hechizo complicado, James y Peter discutían con entusiasmo sobre un juego de cartas mágicas, Barty y Severus permanecía al margen, observando con una mezcla de exasperación y curiosidad.

Todo se mantuvo con esa calma hasta altas horas de la noche, cuando un platinado se adentró sigilosamente en la habitación del fondo del segundo piso.

Cerró con cuidado la puerta tras de sí, el leve clic resonando en el silencio de la estancia. El aire tenía un tenue aroma a madera antigua mezclado con algo cálido y familiar, quizás la esencia de quien vivía allí. Los rayos de la luna se colaban a través de las cortinas apenas entreabiertas, proyectando sombras alargadas en las paredes.

Lucius echó un vistazo rápido al lugar: una cama desordenada con mantas en tonos cafés y dorados, un escritorio cubierto de pergaminos y un par de libros abiertos, y un perchero improvisado donde descansaba una chaqueta con el emblema de Gryffindor.

Esperaba encontrar al castaño allí, quizás leyendo o esperándolo con alguna queja lista en los labios, pero en su lugar, el único sonido que lo recibió fue el suave goteo del agua apagándose detrás de la puerta que intuía era la del baño.

Lucius se quedó inmóvil unos segundos, observando la puerta con una mezcla de expectación y nerviosismo que no reconocía en sí mismo. No era propio de él sentirse así: dudoso, casi vulnerable. Inspiró hondo y, con el porte altivo que siempre lo caracterizaba, se acercó al escritorio para distraerse mientras esperaba, dejándose caer en la orilla de la cama.

Sus dedos rozaron los pergaminos sin prestarles verdadera atención, pero algo llamó su mirada: un dibujo pequeño, hecho a mano, escondido bajo un libro. Lo deslizó con cuidado y encontró un boceto de lo que parecía ser un paisaje nocturno, con la luna llena iluminando un lago rodeado de árboles. El trazo era delicado, pero había algo melancólico en él.

Antes de que pudiera pensar demasiado al respecto, la puerta del baño se abrió, dejando salir una leve nube de vapor y, con ella, al licántropo. Remus, con el cabello húmedo cayendo en desorden sobre su frente, lucía una camisa sencilla de pijama que se pegaba ligeramente a su piel por la humedad.

Lucius dejó caer el boceto sobre el escritorio y se cruzó de brazos, ocultando cualquier indicio de que lo habían sorprendido.

—¿Siempre tardas tanto? —preguntó con un tono que pretendía ser despreocupado, aunque su mirada parecía escanear al Gryffindor más de lo necesario.

Remus parpadeó, confuso por un instante, antes de responder con un suspiro.

—¿Y siempre llegas sin avisar? —replicó, cerrando la puerta del baño tras de sí y caminando hacia él. Había algo en su expresión, una mezcla de resignación y curiosidad, como si ya esperara cualquier cosa del Slytherin

—Al menos no he llegado tarde —respondió el platinado con una leve sonrisa de suficiencia, levantándose y dando un paso hacia él.

Remus negó con la cabeza, pero no dijo nada. En cambio, dejó escapar un suspiro y señaló la cama.

—¿Entonces? ¿Cómo vamos a hacer esto?

Lucius arqueó una ceja.

—¿Tan directo? Pensé que al menos ibas a ofrecerme un té primero.

El licántropo rodó los ojos, aunque no pudo evitar que un atisbo de sonrisa asomara en sus labios.

Remus dejó escapar un leve bufido y cruzó los brazos frente a su pecho, inclinando la cabeza hacia un lado mientras lo miraba con paciencia.

—¿Malfoy, vas a tomártelo en serio o vamos a estar aquí toda la noche con tus bromas?

Lucius alzó ambas manos, como si se rindiera.

—De acuerdo, de acuerdo, señor práctico. —Caminó hacia la cama, sentándose en el borde con una elegancia casi ensayada—. Entonces, lo que haremos será sencillo. Tú te quedas aquí, y yo... —Hizo una pausa, dejando que la frase colgara en el aire mientras su mirada bajaba a los labios de Remus, apenas perceptible pero suficiente para que el Gryffindor lo notara.

—Tú... —repitió Remus con cierta cautela, frunciendo el ceño.

Lucius sonrió con esa arrogancia que siempre parecía acompañarlo y se inclinó un poco hacia él.

—Yo me acerco lo suficiente como para que sea convincente. Y cuando la señora Potter entre, verá lo que quiera ver y nos dejará en paz para así ir a la biblioteca.

Remus apartó la mirada, incómodo, sintiendo una calidez extraña subirle al rostro.

—Esto es ridículo —murmuró, aunque no retrocedió cuando el platinado se levantó para acercarse a él.

—Quizá —respondió Lucius, con la voz más suave ahora—, pero es efectivo. Confía en mí.

Remus dejó escapar un suspiro y, finalmente, se sentó al borde de la cama, mirándolo con resignación.

—Bien, pero no te pases.

Lucius no respondió de inmediato. En su lugar, se inclinó ligeramente, quedando a una distancia donde podía sentir el calor del licántropo. Sus ojos azul grisáceo buscaron los dorados de Remus, y por un instante el tiempo pareció detenerse. Había tensión, pero también una suavidad inesperada, como si la excusa de fingir estuviera desmoronándose con cada segundo que permanecían así.

La habitación estaba envuelta en una tensión palpable, casi eléctrica. Remus podía sentir el peso de la mirada de Lucius sobre él, una mezcla entre desafío y algo más profundo que no lograba descifrar.

—Remus... —El tono del platinado era apenas un susurro, cargado de algo que parecía más que palabras, un abismo entre lo que decían y lo que sentían.

Pero antes de que pudiera continuar, la puerta detrás de ellos se abrió.

Ambos observaron de reojo, el corazón de Remus golpeando contra su pecho como si hubiera sido sorprendido haciendo algo prohibido. Allí, en el marco, estaba Euphemia Potter. Su mirada maternal y siempre cálida ahora parecía escudriñar la escena con una mezcla de sorpresa y duda, deteniéndose en la poca distancia que separaba a los dos jóvenes.

—Lucius... —susurró Remus, tratando de mantener la calma mientras se inclinaba un poco hacia atrás para aumentar la distancia entre ambos. Su mente trabajaba a toda velocidad, buscando algo, cualquier cosa, que pudiera explicar la situación—. Dijiste que eran solo unos segundos...

El tono del licántropo era suave, casi como un reproche, pero su mirada cargaba una súplica muda. Necesitaba que Malfoy manejara la situación sin convertirla en un espectáculo.

Lucius, en cambio, esbozó una sonrisa despreocupada. Esa seguridad casi insultante que lo caracterizaba lo envolvió como un manto mientras ladeaba ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando sus opciones.

—Quizá... debería hacerlo más creíble —respondió con voz baja pero clara, dirigiendo una mirada fugaz hacia Euphemia antes de volver a fijarla en los ojos dorados de Remus.

Y antes de que el merodeador pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, Lucius cerró la distancia entre ellos.

El beso fue repentino, pero no brusco. No era solo una fachada para engañar a Euphemia, no del todo. Había algo más en ese contacto, una chispa inesperada que prendió fuego a la calma cuidadosamente construida entre ambos. Los labios de Lucius se movieron con la confianza de alguien que siempre parecía tener el control, pero se encontraron con la vacilación de Remus, atrapado entre la sorpresa y una oleada de emociones que lo desconcertaban.

La reacción de Euphemia fue inesperada. En lugar de incomodarse o intervenir, esbozó una pequeña sonrisa, casi como si aquella escena le generara una suerte de aprobación silenciosa. Con la calidez propia de una madre que sabía más de lo que decía, cerró la puerta con cuidado, procurando no perturbar la intimidad que, según parecía, no le molestaba en absoluto.

Cuando la puerta se cerró, dejando tras de sí el suave clic del cerrojo, el beso se rompió. No de inmediato, sino con una lentitud que hizo el aire entre ellos aún más denso. Remus fue el primero en retroceder, aunque apenas logró separarse unos centímetros. Su respiración era irregular, y sus ojos dorados, ahora más intensos, buscaron desesperados una explicación en el rostro del platinado.

—¿Qué demonios fue eso, Malfoy? —murmuró, la voz cargada de incredulidad y algo que no podía nombrar.

Lucius no contestó enseguida. Su expresión, usualmente imperturbable, estaba marcada por una leve sombra de desconcierto. Se pasó la lengua por los labios, como si aún pudiera saborear el contacto, antes de esbozar esa sonrisa arrogante que usaba como escudo.

—Teníamos que ser convincentes, ¿no? —respondió, aunque su tono carecía de la seguridad habitual.

—Convincente... —Remus lo miró como si quisiera gritarle, pero su voz no llegó a elevarse. Aún sentía un hormigueo en los labios, un eco que no lograba ignorar—. Eso fue... demasiado.

—¿Demasiado? —el platinado alzó una ceja, cruzando los brazos en un gesto defensivo, pero su postura rígida lo traicionaba—. Me pareció que tú tampoco te resististe mucho, Lupin.

El castaño apretó la mandíbula, sintiendo cómo su rostro comenzaba a arder. No tenía respuesta para eso, y lo sabía.

El silencio que siguió fue sofocante, lleno de miradas esquivas y tensión palpable. Finalmente, Remus rompió el contacto visual y se dirigió hacia la cama, sentándose al borde con las manos enterradas en su cabello despeinado.

—Esto es un desastre —murmuró, más para sí mismo que para el Slytherin.

El de ojos grisáceos lo observó durante unos segundos, como si estuviera decidiendo algo. Luego dio un paso hacia él, con menos arrogancia y más cautela.

—No fue un desastre... —dijo, su tono más bajo de lo usual, como si quisiera mostrarse comprensivo o incluso inseguro—. Pero si lo prefieres, podemos fingir que no pasó.

Remus alzó la mirada, atrapado entre el desconcierto y la intensidad del momento. Había algo en la voz de Lucius, en sus palabras cuidadosamente medidas, que rompió las barreras que había construido en su mente. Los ojos azul grisáceo del Slytherin eran un abismo, y, por una vez, Remus no se resistió a caer.

Sin pensarlo dos veces, sus labios se encontraron de nuevo, pero esta vez no hubo torpeza ni reservas. El beso fue más hambriento, más sincero, como si ambos buscaran respuestas a preguntas que no se atrevían a formular. Las dudas y tensiones que habían colgado entre ellos se disolvieron, aunque fuera por un instante, bajo el calor del contacto.

Lucius reaccionó rápidamente, tomando con firmeza el rostro del licántropo entre sus manos. Sus dedos rozaron la piel cálida de Remus, marcando un contraste con la frialdad de su propia piel. La sensación electrizó a ambos, una corriente que parecía atravesarlos como un hechizo que no querían romper. El Slytherin inclinó la cabeza, profundizando el beso con una intensidad que iba creciendo en cada segundo.

Remus, atrapado entre la sorpresa y la vorágine de emociones que lo consumían, respondió sin reservas. Sus dedos se deslizaron hacia la nuca del platinado, enredándose en su cabello perfectamente peinado, deshaciendo en segundos la compostura que tanto esfuerzo le costaba mantener.

El mundo se redujo a ellos dos, a los latidos desbocados de sus corazones y al roce de sus labios. Había algo salvaje, algo prohibido en la forma en que se buscaban, una urgencia que los impulsaba a continuar, como si temieran que ese instante se desvaneciera en cuanto apartaran la mirada.

Poco a poco, Lucius dejó caer su peso sobre el Gryffindor, presionándolo contra la cama hasta que Remus terminó completamente acostado sobre el colchón terso. La mano del platinado, que había permanecido en el rostro de Remus, comenzó a deslizarse lentamente por su mandíbula, trazando un camino deliberado hasta su cuello. La respiración del licántropo se entrecortó ante el contacto, su cuerpo tensándose momentáneamente antes de relajarse bajo el toque frío y calculado de Lucius.

—Esto... no es parte del plan —murmuró Remus, aunque su voz carecía de firmeza, como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo más que al Slytherin.

Lucius levantó la mirada, sus ojos azul grisáceo cargados de algo que parecía desafiar cualquier intento de lógica. Su rostro estaba a escasos centímetros del de Remus, y una media sonrisa—esta vez más genuina—se dibujó en sus labios.

—El plan puede esperar... —respondió, su tono bajo y seductor.

Remus abrió la boca para replicar, pero las palabras murieron en su garganta cuando los dedos de Lucius trazaron un lento camino por el borde de su cuello hasta detenerse en el borde inferior de su camisa. No hubo prisa en sus movimientos, pero tampoco duda.

—Lucius... —empezó el licántropo, su voz quebrándose ligeramente.

—¿Quieres que me detenga? —preguntó el Slytherin en un susurro, sus dedos quietos pero firmes, su mirada atrapando la del Gryffindor como si le estuviera lanzando un reto silencioso.

El silencio se hizo espeso entre ellos, cargado de una tensión palpable. Remus sabía que debía decir que sí, que debía poner un límite antes de que las cosas se desbordaran más allá de su control, que debían seguir con el plan inicial. Pero cuando intentó formar las palabras, su mirada se encontró con la de Lucius, y todo pensamiento racional se evaporó.

El cielo nublado encontró al dorado tardecer, un choque de matices que parecía reflejar lo que sucedía entre ellos. Los ojos azul grisáceo de Lucius brillaban con una intensidad inesperada, como si la luz tenue de la luna que se filtraba a través de las cortinas buscara reflejarse únicamente en su mirada. En contraste, los ojos dorados de Remus, normalmente llenos de calma y calidez, ahora estaban cargados de incertidumbre y algo que oscilaba entre el deseo y el miedo.

Era como si en ese instante ambos estuvieran atrapados en un juego de luces y sombras, en un atardecer que nunca llegaría a ser noche. Las pupilas de Lucius, dilatadas, buscaban cada detalle en el rostro del licántropo, registrando cada titubeo, cada suspiro entrecortado. Remus, en cambio, parecía rehuir esa mirada con la misma intensidad con la que la buscaba, como si temiera ahogarse en el torbellino de emociones que el Slytherin desbordaba con solo mirarlo.

El tiempo parecía haberse ralentizado, y la habitación, iluminada por los tonos cálidos del exterior, se convirtió en un universo cerrado en el que solo existían sus ojos. Había un diálogo silencioso entre ellos, un intercambio de pensamientos que no necesitaban palabras para ser comprendidos. Era una confrontación, un reto, pero también una tregua. Sus miradas, como aquel cielo nublado y el dorado del atardecer, estaban en desacuerdo, pero también en perfecta sincronía, formando algo que ninguno de los dos había experimentado antes.

El Gryffindor en lugar de responder , su mano—que aún descansaba en la nuca del platinado—lo atrajo hacia él una vez más, sellando cualquier duda con un beso que esta vez no fue de urgencia, sino de entrega. Era pausado, profundo, como si ambos estuvieran explorando un lenguaje que recién comenzaban a comprender. Lucius, sorprendido por la intensidad pero sin resistirse, permitió que sus labios se movieran en perfecta sincronía con los del licántropo. Dejó que su cuerpo se alineara con el de Remus, atrapando cualquier espacio que quedara entre ellos, mientras sus manos, firmes pero cuidadosas, recorrían los costados del otro, explorando el terreno que hasta ahora había permanecido desconocido.

El tiempo se desvanecía a su alrededor, el murmullo lejano de la casa quedaba enterrado bajo el sonido de sus respiraciones, cada vez más profundas. Por un momento, no existía nada más que ellos, una conexión que iba más allá de lo que cualquiera de los dos estaba preparado para aceptar.

Pero entonces, un resplandor plateado atravesó el rincón de su visión periférica, captando su atención. Lucius fue el primero en notar el movimiento elegante y deliberado. Separándose con una mezcla de sorpresa y alerta, giró la cabeza hacia la esquina del cuarto. Allí, flotando con una gracia casi insolente, la pluma galante parecía observarlos.

—¿Qué demonios...? —susurró Lucius, su voz apenas un murmullo mientras su pecho subía y bajaba con rapidez, producto del beso interrumpido.

Remus, todavía con los labios ligeramente hinchados y el rostro sonrojado, siguió la mirada del platinado. La pluma parecía moverse con un propósito, su brillo plateado contrastando con la penumbra de la habitación. A pesar de la interrupción, había algo inquietantemente hermoso en su presencia, como si estuviera allí para juzgar o tal vez para guiar.

—¿Otra misión? —preguntó el Gryffindor, intentando recuperar la compostura mientras apartaba las mantas de debajo de él y se sentaba.

Lucius frunció el ceño, observando cómo la pluma se movía lentamente hacia la puerta escondida que llevaba a la biblioteca, como si los invitara a seguirla.

—No lo sé, pero parece que no tenemos muchas opciones si queremos respuestas —respondió con un tono que intentaba sonar firme, aunque un leve temblor traicionaba las emociones que el beso había desatado en su interior, estaba hilando cabos y ciertamente cuando estaba cerca de aquellos objetos sus sentimientos se desbordaban de maneras increíbles, claramente su padre no aprobaría estos comportamientos.

Sin decir más, ambos se levantaron, sus cuerpos todavía demasiado cerca el uno del otro. A pesar de que el aire parecía cargado con algo que ninguno de los dos podía ignorar, la pluma les recordó que había algo más importante esperando por ellos. Respuestas.

Ambos se dirigieron hacia la puerta que, dentro del cuarto de Remus, daba acceso directo a la biblioteca de los Potter. Era un espacio que el licántropo conocía bien, pues lo había visitado incontables veces durante sus estancias en la casa. Para él, la biblioteca no solo era un refugio, sino también un lugar de descubrimiento, donde podía perderse entre páginas de historias muggles y mágicas, todas cuidadosamente seleccionadas por Euphemia y Fleamont Potter. Los estantes, que iban desde el suelo hasta el techo, estaban llenos de volúmenes que abarcaban desde novelas clásicas hasta complejos textos sobre magia avanzada.

Remus abrió la puerta con cuidado, como si temiera perturbar la tranquilidad que habitualmente reinaba en aquel espacio. El olor a pergamino viejo y cuero les dio la bienvenida, envolviéndolos en una sensación familiar y reconfortante. La luz de la luna se filtraba a través de los altos ventanales, proyectando sombras suaves sobre las filas interminables de libros.

—Es impresionante —murmuró Lucius, su tono bajo y lleno de admiración mientras recorría con la mirada las estanterías repletas.

—Sí, es... especial —respondió Remus, su voz teñida de un aprecio genuino. Había pasado tardes enteras aquí, leyendo sobre cualquier tema que despertara su curiosidad. Los libros muggles siempre lo fascinaban, quizás porque ofrecían un vistazo a un mundo que, aunque distante, lo atraía con su humanidad simple y sin magia. Y los textos mágicos, por supuesto, eran un recordatorio de la complejidad y la maravilla del mundo al que pertenecía.

La pluma plateada flotó frente a ellos, avanzando lentamente entre los estantes como si supiera exactamente hacia dónde debían ir. Remus y Lucius la siguieron en silencio, sus pasos amortiguados por la alfombra gruesa que cubría el suelo.

—¿Sabías que tenían una biblioteca secreta en la casa? —preguntó Lucius en un susurro, rompiendo el silencio.

—Claro, pero nunca la usé para algo como esto. Para mí, siempre fue un lugar de paz, no de... misterios —respondió el licántropo mientras observaba cómo la pluma los guiaba hacia una sección apartada, donde los libros parecían más antiguos y menos tocados por el tiempo.

—Quizás esta noche cambie eso —comentó el Slytherin, con una sonrisa que apenas asomó en sus labios. Pero su tono tenía un matiz de curiosidad, y algo más, como si todavía estuviera procesando lo que había ocurrido minutos atrás en la habitación de Remus.

Ambos se detuvieron cuando la pluma se posó en un atril al final de la sala. Allí descansaba un libro voluminoso, cubierto por una capa de polvo que sugería que no había sido tocado en años. Sobre la cubierta de cuero oscuro, el título estaba grabado en letras doradas que apenas brillaban bajo la luz lunar: El Pacto de Obsidiana.

Ambos miraron el libro con cautela. La portada parecía tan intimidante como el título que ostentaba, y una sensación de inquietud recorrió la columna de Remus mientras daba un paso hacia el atril.

—Ese libro... —comenzó a decir Remus, su tono bajo y cargado de incredulidad—. No estaba aquí antes. He revisado esta sección muchas veces, lo habría notado.

Lucius inclinó ligeramente la cabeza hacia adelante, inspeccionando el libro sin acercarse demasiado, como si temiera que el objeto pudiera reaccionar de manera impredecible. Había algo en la textura gastada de la cubierta y en las letras doradas que parecía vivo, casi palpitante.

—¿Es posible que... haya estado aquí oculto todo este tiempo? —preguntó Lucius, sin apartar la mirada del libro.

Antes de que Remus pudiera responder, la pluma plateada, aún suspendida en el aire, se movió de manera fluida y elegante. Esta vez no se dirigió a otro rincón, sino que comenzó a trazar palabras en el aire frente a ellos. Letras brillantes, como si estuvieran hechas de luz líquida, se formaron con precisión, cada una más clara que la anterior:

"Claramente no. Este libro no se haya a simple vista. Está protegido por un pacto imposible de romper. Solo es visible para aquellos que juraron sobre él."

Ambos jóvenes quedaron en silencio, observando cómo las palabras flotaban unos segundos más antes de desvanecerse en la penumbra de la biblioteca.

—¿Un pacto? —murmuró Remus, frunciendo el ceño mientras retrocedía un paso instintivamente, poniendo más distancia entre él y el libro—. ¿Qué significa eso? Nosotros... nosotros no hicimos ningún juramento.

—Y creo que ni siquiera estábamos vivos cuando se hizo. ¿Por qué se muestra ahora? —preguntó Lucius, su tono lleno de duda, aunque sus ojos no podían apartarse del volumen, como si la respuesta estuviera escrita en su misma cubierta.

Antes de que pudieran analizarlo más, una voz grave y calmada rompió la quietud de la biblioteca, sobresaltándolos a ambos.

—Quill, vieja amiga, no sabía que era rutina tuya visitar a viejos conocidos.

Ambos jóvenes se giraron de inmediato, encontrándose con la imponente figura de Fleamont Potter en el umbral. Su expresión, aunque tranquila, estaba cargada de una curiosidad que parecía escarbar en lo más profundo de la escena frente a él.

La pluma, que hasta entonces flotaba inmóvil, emitió un ligero brillo plateado antes de descender lentamente y posarse sobre el atril junto al libro, como si reconociera al recién llegado.

Remus y Lucius intercambiaron una mirada de incertidumbre. Había algo en el tono de Fleamont—una mezcla de familiaridad y nostalgia—que los hacía sentir como si fueran intrusos en un momento mucho más grande de lo que podían comprender.

Fleamont avanzó con calma en la dirección del libro y la pluma, su andar seguro pero cargado de algo que parecía pesar en sus hombros. Ni Remus ni Lucius intentaron hablar; solo observaron cómo el hombre miraba con intensidad el atril, como si pudiera escuchar una voz que ellos no lograban percibir.

Entonces, una figura etérea comenzó a formarse junto al atril: una silueta tenue de una mujer, casi como si estuviera compuesta por humo plateado que fluía y se condensaba hasta tomar forma. Era Quill, cuya voz resonó suave pero firme en el aire.

—Fleamont, es un gusto volver a verte —dijo la figura, inclinando ligeramente la cabeza—. Después de muchos años, he salido de aquel encierro donde volviste a dejarme.

El Gryffindor y el Slytherin intercambiaron miradas rápidas. Aunque estaban a solo unos pasos de Fleamont, era evidente que no podían interactuar con él; no parecía notar su presencia. Remus, con los ojos entrecerrados, observó con detenimiento la barba del patriarca Potter. Algo le resultaba extraño... Y entonces lo entendió: este no era Fleamont ahora, sino una versión de él de hace semanas.

—Es un recuerdo, Lucius —susurró, como si temiera romper la atmósfera mágica que los rodeaba—. La biblioteca nos está mostrando algo que sucedió hace poco.

—Tiene sentido... —respondió el platinado, observando cómo la escena se desarrollaba frente a ellos—. Las paredes de cualquier lugar mágico siempre guardan historias, pero nunca pensé que pudieran mostrarlas de esta forma.

Mientras los dos estudiantes razonaban, Fleamont volvió a hablar, sin desviar la mirada de Quill.

—¿Quién te hizo despertar de tu sueño? ¿Acaso fue Don?

La figura de Quill asintió, sus bordes brillando con una luz tenue.

—Don despertó por la curiosidad de un niño en cuyas venas corre tu sangre —respondió, su tono tranquilo pero lleno de significado.

Fleamont pareció tensarse un poco, su expresión endureciéndose.

—¿James? —preguntó, con una mezcla de preocupación y resignación en su voz—. ¿Ahora él está involucrado en esos desafíos peligrosos?

—No solo tu primogénito —aclaró Quill—. También sus amigos se han aventurado a cosas más grandes de lo que pueden comprender, impulsados por la misma curiosidad que ustedes tenían a esa edad.

Las palabras parecieron pesar en el aire, y Remus sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Fleamont suspiró, pasando una mano por su cabello en un gesto cargado de cansancio.

—Vaya... ¿Sabes cuáles misiones han tenido hasta ahora?

—Van a iniciar la búsqueda de los cuatro collares.

El rostro del patriarca Potter se oscureció un poco, pero asintió con determinación.

—Bien, aún es pronto... —murmuró, y luego fijó sus ojos en Quill—. Confío en que cuidarás a mi hijo y a los demás. Ellos también son hijos del Pacto de Obsidiana.

La silueta de Quill asintió una vez más, pero antes de que pudiera responder, el recuerdo comenzó a desvanecerse. La figura de Fleamont se desdibujó, llevándose consigo las últimas palabras que flotaron en la habitación como un eco distante.

Cuando todo terminó, la biblioteca recobró su calma habitual. Solo quedaron el libro de tapa negra, aún descansando sobre el atril, y la pluma flotando a su lado, como esperando la próxima acción.

Remus y Lucius permanecieron inmóviles durante unos segundos, como si intentaran procesar lo que acababan de presenciar.

—¿"Hijos del Pacto de Obsidiana"? —preguntó Lucius en voz baja, rompiendo el silencio.

Remus, con la mirada fija en el libro, solo pudo murmurar:

—Creo que apenas estamos comenzando a entender qué significa eso...

 

...

 

Día 6 de 7

La Feria

El cielo de la tarde estaba pintado de un azul cálido, salpicado de nubes que se deslizaban perezosamente mientras los estudiantes avanzaban por el sendero de grava. Habían llegado a la feria muggle, un lugar vibrante lleno de risas, luces brillantes y el sonido de la música que se mezclaba con los gritos emocionados de los asistentes en las atracciones.

—¿Por qué exactamente estamos aquí? —preguntó Barty, con los brazos cruzados, mirando las coloridas luces con algo que podría interpretarse como curiosidad contenida.

—Porque no todo en la vida son desafíos mortales y secretos antiguos —respondió James con una sonrisa despreocupada mientras tiraba de su chaqueta de cuero. —Además, ¿no es emocionante ver cómo los muggles se divierten sin magia?

Lucius arqueó una ceja, claramente poco convencido. —Excitante no es la palabra que usaría. Pero supongo que podría ser... interesante.

Sirius rió entre dientes, cruzándose de brazos. —¿Interesante? No me hagas reír, Malfoy. Apostaría que no durarías ni cinco minutos en una atracción sin gritar.

—¿Ah, sí? —replicó el platinado, su mirada se afiló. —Me encantaría demostrarte lo contrario, Black.

Mientras Sirius y Lucius intercambiaban comentarios, Severus observaba en silencio los detalles de la feria. Sus ojos oscuros se detuvieron en una máquina expendedora de refrescos, y una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios. Decidió acercarse, sacando unas monedas que había encontrado en su bolsillo después de inspeccionar la feria. Sirius lo siguió con curiosidad.

—¿Qué estás haciendo, Verus? —preguntó, arqueando una ceja mientras el pocionista estudiaba la máquina con evidente experiencia.

—Consiguiendo algo de beber, Sirius. —Severus presionó algunos botones y, con un sonido mecánico, una botella fría cayó en el compartimento inferior. Tomó el refresco y se giró hacia Sirius, ofreciéndoselo con una expresión tranquila. —¿Sorprendido? Al ser mestizo, sé mucho más de este mundo de lo que crees.

Sirius aceptó la botella con una mezcla de incredulidad y algo que parecía respeto, aunque se negó a admitirlo en voz alta. —Touché, Verus, touché.

Por otro lado, Peter y Barty se habían separado ligeramente del grupo. Se encontraban frente a un puesto de tiro al blanco, donde el heredero Crouch había insistido en probar su puntería.

—¿No piensas intentarlo, Pecas? —preguntó Barty, su tono despreocupado, aunque había un desafío implícito en su mirada cuando se volvió hacia Peter.

El Gryffindor sonrió tímidamente, sus pecas destacándose bajo las luces intermitentes. —No soy muy bueno en estas cosas.

—¿Qué tan malo puedes ser? —Barty alzó una ceja, inclinándose ligeramente hacia él, lo suficiente como para que Peter sintiera su proximidad. Había algo en el brillo de sus ojos verdes que lo dejó momentáneamente sin palabras.

—Puedo intentarlo... si crees que no haré el ridículo. —La voz de Peter sonó más baja de lo que pretendía pero en su rostro se mostraba igual de divertido, una de sus cejas levantada con juguetería, pero no pudo evitar bajar la mirada cuando Barty sonrió, divertido haciendo ese tic con su lengua.

En otro rincón de la feria, Remus y Lucius exploraban los puestos de comida. El aroma de algodón de azúcar y frituras flotaba en el aire, y el licántropo intentaba explicar con entusiasmo la importancia de probar los dulces muggles.

—Vamos, prueba esto —insistió Remus, ofreciéndole un pequeño trozo de churro.

Lucius lo tomó con cierta cautela, aunque no pudo evitar notar lo cómodo que Remus parecía en este entorno tan ajeno a su mundo, hasta que recordó que el Gryffindor era de sangre mestiza. Cuando probó el dulce, su expresión se suavizó ligeramente.

—No está mal... para ser comida muggle.

Remus rió, el sonido cálido y lleno de vida. —Admítelo, Lucius. Lo disfrutaste.

—No me hagas decir cosas que no pienso, Remus. —El tono del Slytherin era cortante, pero había un destello en sus ojos azul grisáceo que traicionaba sus palabras.

El resto del día pasó en un torbellino de risas, desafíos amistosos y momentos tensos que quedaban suspendidos en el aire como las luces de la feria al caer la noche. Aunque las tensiones entre ellos persistían, la atmósfera relajada de la feria había logrado, al menos por un momento, que se permitieran disfrutar de algo más simple y mundano.

Al final del día, cuando regresaron a la casa de los Potter, se dieron cuenta que el menor de los hermanos Black cargaba consigo un pequeño oso blanco de peluche el cual era demasiado probable que el de anteojos había ganado por la sonrisa de orgullo que pintaba en su cara. 

 

...

 

Día 7 de 7

Intercambio

 

La noche había caído sobre la casa de los Potter, trayendo consigo un silencio cargado de expectativa. Afuera, la nieve cubría el jardín como un manto blanco que brillaba bajo la luz de la luna. Adentro, el calor de la chimenea iluminaba suavemente la sala, donde el grupo se había reunido. Los paquetes, envueltos con papeles de colores y cintas doradas, formaban una pila desordenada en el centro del círculo que habían formado.

—Bien, ¿quién empieza? —preguntó James, sentado con las piernas cruzadas y una sonrisa entusiasmada en su rostro. Era evidente que había estado esperando este momento desde que propusieron la idea. —Bien si nadie quiere, seré yo.

James se adelantó, con su típica sonrisa traviesa, y le entregó a Barty un pequeño paquete cuidadosamente envuelto. El Slytherin lo miró con una mezcla de curiosidad y escepticismo mientras rompía el papel, revelando un collar de cadena gruesa, con una gema verde en el centro que brillaba sutilmente.

—No pude envolver a Peter, salió huyendo cuando intenté atraparlo —bromeó James, guiñando un ojo a Barty mientras cruzaba los brazos—. Así que te regalé esto, no es tan normal...

Barty levantó una ceja, mirando la gema con cautela, pero sin decir nada.

—Está encantado con un hechizo de mentiras —continuó James con una sonrisa maliciosa—. Noté que odias que te mientan, así que pensé que sería útil para ti. Cuando lo actives, podrás saber si la persona te está mintiendo o no.

Barty lo miró un momento, luego dirigió su mirada a la gema. Una mezcla de sorpresa y desconcierto cruzó su rostro, pero no dijo nada, simplemente se quedó mirando el collar en silencio.

—Es un buen regalo, Potter —dijo finalmente, sin mucho entusiasmo, pero con un destello en sus ojos que dejaba claro que el regalo había captado su atención más de lo que mostraba.

James se rió entre dientes, claramente satisfecho con el efecto que había causado.

—Me alegra que te guste, Crouch —respondió con un tono de ligera burla.

—Bien, supongo que sigo yo —dijo despreocupado el castaño, levantándose y tomando una caja algo pequeña, envuelta de forma impecable. Sus movimientos eran elegantes, pero no carentes de ese aire ligeramente desafiante que siempre lo caracterizaba. Caminó hasta donde Sirius estaba sentado y le extendió el paquete con una media sonrisa.

—Para ti, Black. Espero que aprecies el detalle —añadió Barty, cruzándose de brazos mientras observaba al Gryffindor abrir el regalo.

Sirius tomó la caja con cierta curiosidad, sus dedos deshaciendo el envoltorio con más entusiasmo del que quería mostrar. Al abrirla, sus ojos se encontraron con un reloj de pulsera de diseño impecable, claramente de una marca cara. La esfera estaba decorada con pequeñas incrustaciones de obsidiana que brillaban tenuemente bajo la luz de la habitación, dándole un aire elegante y oscuro, muy acorde al apellido que llevaba.

—Un reloj, ¿eh? —comentó Sirius, alzando una ceja mientras lo sacaba de la caja para examinarlo más de cerca—. No está nada mal, Crouch. Aunque esperaba algo más... explosivo de tu parte.

Barty soltó una leve risa, inclinándose un poco hacia él. —La obsidiana es un homenaje a tu apellido, Black. Además, este no es un reloj cualquiera. Está encantado para siempre marcar la hora exacta, sin importar dónde estés o qué tan distorsionado esté el tiempo a tu alrededor. Algo útil para alguien que siempre llega tarde.

Sirius dejó escapar una carcajada, colocándose el reloj en la muñeca. —¿Un recordatorio de mi falta de puntualidad? Eres un genio, Crouch. No sé si agradecértelo o tomármelo como una indirecta.

—Tómalo como quieras, Black. Pero ahora al menos no tendrás excusas. —Barty le dedicó una sonrisa burlona antes de regresar a su asiento.

Sirius observó el reloj un momento más antes de hablar, su tono algo más sincero. —Gracias, Crouch. Es... perfecto.

Los ojos del castaño brillaron con un destello de triunfo antes de asentir ligeramente. —De nada.

—Bien, ahora es mi turno —anunció Sirius mientras se levantaba, tomando un pequeño paquete que había dejado cuidadosamente en la mesa. Caminó hacia Severus, su semblante menos burlón de lo habitual, casi serio. Se detuvo frente al pocionista y le extendió la pequeña caja sin ceremonia alguna.

—Para ti, Severus.

El Slytherin levantó una ceja, claramente sorprendido por la falta de comentarios ingeniosos de parte del Gryffindor. Con algo de cautela, tomó la caja y comenzó a abrirla, descubriendo en su interior una pulsera fina de oro. Sus dedos la sostuvieron con delicadeza mientras notaba el grabado en el interior: "Verus" acompañado de un pequeño sol.

Severus levantó la mirada hacia Sirius, quien estaba de pie con las manos en los bolsillos, evitando cualquier contacto visual directo.

—No tiene ningún hechizo ni nada especial —dijo Sirius, encogiéndose de hombros—. Es solo... algo simple. El resto ya lo sabes.

El pocionista pasó el pulgar sobre el grabado, su expresión era inescrutable, pero sus ojos oscuros brillaban con algo que Sirius no pudo identificar del todo.

—Lo entiendo —respondió Severus en voz baja, sosteniendo la pulsera como si fuera mucho más valiosa de lo que parecía.

Sirius le dio una ligera inclinación de cabeza y volvió a su lugar sin añadir nada más. Los demás intercambiaron miradas curiosas, pero ninguno se atrevió a hacer preguntas. Parecía un momento demasiado íntimo para romperlo con comentarios o burlas.

Severus, aún en silencio, se colocó la pulsera en la muñeca, dejando que el pequeño sol descansara sobre su piel. No dijo nada más, pero su leve asentimiento en dirección a Sirius bastó como agradecimiento.

—Supongo que sigues tú, Severus —intervino James, rompiendo el breve silencio que había caído sobre el grupo.

Severus se puso de pie con la misma calma que siempre lo caracterizaba, tomando una pequeña caja de madera oscura que había tenido consigo todo el tiempo. Caminó hacia Remus, su expresión neutral, aunque sus ojos dorados lo observaron con una mezcla de curiosidad y cautela.

—Lupin —dijo simplemente, extendiéndole la caja.

El licántropo tomó el paquete, notando lo meticuloso del diseño de la caja y el peso ligero del interior. Al abrirla, encontró un pequeño frasco con un líquido de color ámbar brillante, casi dorado. Remus alzó la mirada hacia el pocionista, claramente sorprendido.

—Es una poción mágica para el dolor —explicó Severus con un tono calmado, casi indiferente—. Tiene propiedades que... pueden ser útiles en ciertas transformaciones.

La atmósfera se volvió algo más tensa al instante, pero Severus no pareció preocupado por las posibles interpretaciones de su comentario.

Remus sostuvo el frasco, su sorpresa siendo reemplazada por una cálida gratitud que iluminó sus ojos. —Gracias, Severus. Esto es... más de lo que esperaba.

El Slytherin asintió brevemente, sin entrar en detalles ni añadir comentarios innecesarios. —Es funcional. Solo asegúrate de usarlo adecuadamente.

Con esas palabras, regresó a su lugar, ignorando las miradas que intercambiaban algunos de los demás. Remus, aún sosteniendo el frasco, lo observó con una leve sonrisa antes de colocarlo cuidadosamente en su regazo.

—Bueno, creo que sigue mi turno —dijo Remus, aliviando la tensión del momento mientras tomaba otro paquete para continuar con el intercambio.

Remus se levantó con un aire de timidez mezclado con determinación, sosteniendo en sus manos un pequeño estuche de terciopelo oscuro. Se acercó a Lucius, que lo observaba con su típica mirada de superioridad serena, aunque había un destello de curiosidad en sus ojos azul grisáceo.

—Esto es para ti, Lucius —dijo el licántropo, extendiéndole el estuche con cuidado.

El Slytherin lo tomó con una gracia que parecía innata, pero no pudo evitar notar el peso del momento. Al abrirlo, se encontró con un collar elegante, compuesto por pequeñas esferas de plata que brillaban bajo la tenue luz de la sala. Cada esfera estaba tallada con diminutas runas, sus líneas detalladas y precisas denotaban un trabajo minucioso y artesanal.

—Son runas de protección —explicó Remus con una voz tranquila, aunque su mirada estaba fija en el platinado, buscando su reacción—. Provienen de un diseño ancestral de mi familia. Mis antepasados se dedicaban a crear protecciones contra magia maligna, y este collar fue una de sus creaciones más importantes.

Lucius, acostumbrado a recibir regalos costosos y elaborados, se encontró por primera vez impresionado por el significado más allá del objeto. Pasó los dedos por una de las pequeñas esferas, notando el intrincado tallado hecho a mano.

—¿Tú las tallaste? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y algo que casi sonaba como respeto.

Remus asintió, una leve sonrisa curvándose en sus labios. —Sí. Quería asegurarme de que las runas estuvieran perfectas. Es... importante.

Lucius alzó la vista del collar, encontrándose con los ojos dorados del Gryffindor. Por un momento, la sala pareció desaparecer a su alrededor.

—Es... impresionante —admitió el heredero Malfoy en voz baja, lo suficiente como para que solo Remus lo escuchara. Luego añadió, con un leve destello de humor en su mirada—. Aunque ahora tendré que asegurarme de que no choque con mis demás accesorios.

Remus rió suavemente, rompiendo un poco la tensión que había surgido entre ellos. —Estoy seguro de que encontrarás la manera de integrarlo.

Lucius cerró el estuche con cuidado, como si estuviera manejando algo invaluable, y le dirigió una leve inclinación de cabeza al Gryffindor. —Gracias, Lupin. Es... más significativo de lo que esperaba.

Remus regresó a su lugar con una ligera calidez en el pecho, mientras Lucius tomaba el siguiente paquete con su acostumbrada elegancia, listo para continuar con el intercambio.

Lucius se levantó con su habitual porte impecable, llevando una caja rectangular envuelta en papel brillante color marfil con detalles dorados. Su andar elegante reflejaba la confianza que siempre lo acompañaba, mientras que Peter lo observaba con curiosidad y algo de cautela.

—Esto es para ti, Pettigrew —anunció el platinado con serenidad, extendiendo la caja.

Peter tomó el paquete, sorprendido de recibir algo de Lucius, y comenzó a desenvolverlo con cuidado. Dentro encontró una pequeña caja de terciopelo negro que, al abrirse, reveló una fina tobillera de oro. La delicada cadena sostenía un pequeño rubí que parecía brillar con un fuego interno, como si estuviera cargado de magia.

—Es... impresionante —murmuró Peter, levantando la vista hacia el Slytherin, impresionado por la simple elegancia del regalo.

Lucius inclinó ligeramente la cabeza, satisfecho con la reacción del Gryffindor. Luego, con su voz baja y controlada, explicó:

—No es solo una joya decorativa. El rubí está encantado para volverte invisible cuando lo necesites. Incluso puedes extender el efecto a otra persona con quien tengas contacto físico, siempre y cuando concentres tu magia en el rubí mientras lo activas.

Los ojos de Peter se agrandaron con asombro. Miró la tobillera con renovado interés, casi incapaz de creer lo que escuchaba.

—¿Hacerme... invisible? ¿De verdad?

Lucius asintió con calma. —A veces, la discreción y la capacidad de moverse sin ser visto son habilidades invaluables. Pensé que sabrías encontrarle el mejor uso.

Peter sonrió, y esta vez no fue una sonrisa tímida, sino una llena de aprecio y algo de admiración. Sujetó la tobillera con manos firmes, consciente del poder que representaba el pequeño objeto.

—Es increíble, Lucius. En serio... gracias.

Lucius mantuvo su usual expresión neutra, aunque había un destello en su mirada que sugería satisfacción. —Es un simple obsequio. No lo desperdicies.

Peter asintió solemnemente, como si le hubieran confiado un objeto de gran responsabilidad, antes de girarse para tomar su propio regalo y avanzar hacia Regulus.

Peter se levantó con algo de nerviosismo, sujetando una pequeña caja cuadrada, envuelta en un papel azul oscuro con un lazo plateado que hacía juego con el brillo de sus ojos. Caminó hacia Regulus, que lo observaba con una mezcla de curiosidad y su usual compostura reservada.

—Esto... esto es para ti, Regulus —dijo Peter, ofreciendo el paquete con una sonrisa algo insegura pero sincera.

Regulus tomó la caja con elegancia, sus dedos largos y cuidadosos desenvolviendo el regalo sin prisa, como si saboreara el momento. Al abrirla, sus ojos grises se encontraron con un pendiente en forma de estrella plateada, delicadamente tallado, que reflejaba la luz con un destello casi mágico.

—Es... encantador —murmuró el menor de los Black, sus ojos recorriendo el fino detalle del pendiente.

Peter se aclaró la garganta, sintiéndose un poco más confiado al ver la reacción de Regulus. —No es solo un adorno. Está encantado para poder mirar de forma consciente el dibujo de cada constelación, al igual que los nombres de cada estrella, es algo sencillo pero al ver tu fanatismo en ellas creí que podría gustarte.

Regulus levantó la vista, sorprendido por la intención detrás del regalo. Su rostro, normalmente estoico, mostró un atisbo de emoción, un reconocimiento silencioso del esfuerzo que Peter había puesto en pensar en algo tan significativo.

—Es un regalo muy original, Peter. Y... muy considerado. Gracias. —El tono de Regulus era suave, pero en su mirada había algo genuino, un agradecimiento que no siempre expresaba con palabras.

Peter sonrió, aliviado y algo orgulloso. —Me alegra que te guste.

Regulus tomó el pendiente y, con un gesto casi simbólico, se lo colocó en la oreja izquierda, donde brilló tenuemente bajo la luz de la habitación.

—Te queda perfecto, Reggie —comentó James desde su asiento con una sonrisa amplia, claramente satisfecho de que todos estuvieran conectándose más.

Regulus rodó los ojos, pero una ligera curva en sus labios traicionó su verdadero humor mientras guardaba la pequeña caja.

—¿Mi turno, entonces? —preguntó Regulus, poniéndose de pie con su habitual porte elegante.

Regulus había sido cuidadoso en la elección de su presente, y lo mostró con una seriedad que contradecía la naturaleza festiva del momento. De la caja de terciopelo negro, sacó un anillo de diseño antiguo. Era un anillo con espirales que giraban en 360 grados, creando una ilusión de movimiento constante. La pieza parecía atrapada entre el tiempo, con la fuerza de un pasado ancestral en cada curva.

—Esto es... —James comenzó a decir, pero las palabras se quedaban atascadas en su garganta al ver el detalle en el anillo.

Regulus lo miró, con una expresión que no denotaba más que una ligera serenidad.

—Es un anillo antiguo de la familia Black —dijo Regulus, casi con orgullo. —Tiene un significado... especial.

James, sin embargo, observó el interior del anillo, donde había una inscripción grabada en latín. La escritura fluía con elegancia, como si las palabras mismas fueran parte de un hechizo.

"Ad vitam aeternam."

James levantó la mirada y vio a Regulus. Los ojos del menor de los Black brillaban con un destello misterioso, pero había algo cálido en el gesto. No era solo un anillo, era un símbolo, un recordatorio de algo más grande.

—"Ad vitam aeternam"... —repitió James en voz baja, sonriendo. No necesitaba saber la traducción exacta para entender que había algo más en el regalo. —Gracias, Reggie. Esto... es hermoso.

Regulus asintió, como si al darle ese anillo hubiera dejado claro lo que no podía decir con palabras.

—Es lo menos que puedo hacer —respondió Regulus, sin mucha pompa, pero con un toque de vulnerabilidad apenas perceptible.

James se lo colocó en el dedo, admirando el diseño, y le dedicó una sonrisa franca.

—Lo llevaré siempre —dijo con sinceridad, la gravedad del momento brillando en su tono.

Regulus, por un momento, permitió que la intensidad de la mirada de James lo envolviera, pero enseguida se apartó, con una leve sonrisa que apenas se atisbaba en su rostro.

Y así terminó el intercambio y la semana en la casa de los Potter, cargada de momentos únicos, sonrisas furtivas y una sensación de cercanía que, aunque efímera, había logrado unirlos a todos de una manera sutil pero poderosa. Cada uno había regresado a su lugar, guardando sus regalos en sus bolsillos o colgándolos con cuidado, casi como si los obsequios pudieran guardar en sus esferas mágicas los recuerdos de ese día. La calidez de la tarde seguía flotando en el aire, pero ya era hora de continuar.

Con un suave chasquido, uno a uno, los jóvenes magos tomaron un puñado de polvos flu. Al instante, las llamas verdes comenzaron a danzar en las chimeneas de la mansión Potter, haciendo que sus figuras se disolvieran en el aire antes de desaparecer completamente. A través del polvoriento túnel de magia, atravesaron distancias invisibles y llegaron a su siguiente destino: la casa de los Lupin.

 

...

 

—Fleamont, ¿estás seguro? —preguntó Euphemia, su tono lleno de preocupación mientras miraba a su esposo, observando cómo sus dedos tocaban suavemente la tapa del antiguo libro sobre el atril.

Fleamont levantó la vista de la página que acababa de cerrar con un suspiro. Sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y cansancio, como si estuviera lidiando con algo mucho más grande de lo que cualquier persona debería soportar. Se levantó de su asiento y caminó lentamente hacia la ventana, observando el paisaje de la mansión Potter, que parecía tan pacífico, pero él sabía que tras esa calma se escondía una tormenta inminente.

—Lo estoy, Euphemia —respondió con firmeza, aunque su voz traicionaba una pequeña sombra de duda. —Don despertó, y está en manos de James. Y en consecuencia, en manos de los demás niños.

Euphemia se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de su esposo. El peso de la situación caía sobre ella como una capa de frío invernal, y no podía evitar pensar en los niños. En sus hijos, sus pequeños, tan vulnerables en este momento tan delicado.

—¿Crees que los hijos de ellos también estén involucrados? —preguntó, su voz baja pero firme, como si necesitara confirmar lo que ya intuía, aunque le doliera escucharla en voz alta.

Fleamont giró lentamente hacia ella, su rostro un reflejo de la preocupación que compartían ambos, pero también de la sabiduría adquirida en los años de batallas y secretos. Sus ojos se encontraron, y en ese breve instante, entendieron que ambos estaban viendo el mismo futuro incierto.

—Es probable, amor —dijo, su tono grave como una promesa que no quería hacer pero que sabía que debía cumplir. —Solo queda esperar.

Sus palabras colgaron en el aire, como un hechizo lanzado sin quererlo, que no se podía deshacer. La verdad era amarga, y aunque el amor y el sacrificio siempre habían sido parte de su vida, ahora se sentían como una sombra que los perseguía en cada rincón de la casa. Fleamont se acercó de nuevo al atril y cerró el libro con un gesto suave pero decidido, el sonido de las tapas resonando levemente en la habitación silenciosa. El libro ya no tenía respuestas, pero la historia que contenía era la clave para entender lo que estaba por venir.

Euphemia lo observó en silencio, entendiendo que, en el fondo, su marido ya había tomado una decisión. El destino de sus hijos, de los niños involucrados, ya no estaba en sus manos. Lo único que podían hacer ahora era esperar y estar preparados para lo que fuera que viniera, mientras el peso de ese futuro se cernía sobre ellos.

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