Misterios

Harry Potter - J. K. Rowling
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Misterios
Summary
Los Merodeadores, liderados por James Potter, Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew, se embarcan en una intrépida aventura al descubrir un antiguo pergamino que revela secretos ocultos de Hogwarts. A medida que desentrañan enigmas mágicos y pasadizos secretos, se topan con misteriosos eventos del pasado de la escuela, desencadenando el desafío de proteger a Hogwarts de fuerzas oscuras que amenazan con resurgir.Pero también juntando sus destinos con los príncipes de Slytherin, lo que ocasiona descontentos pero también surge el amor.
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XXIII Vacaciones

Narrador omnisciente

El ambiente en la guarida seguía siendo animado, las risas y las charlas sobre el pie de limón de Peter flotaban en el aire, mientras los demás intercambiaban bromas y comentarios entre bocados. La mezcla de olores, desde la masa recién horneada hasta el aroma a madera y humo de las velas, llenaba el espacio con una sensación cálida y hogareña. Sin embargo, la salida de James y Regulus dejó un vacío palpable, un silencio que lentamente empezó a ocupar el lugar. Algo en la atmósfera cambió, como si su partida hubiera arrastrado consigo una chispa de energía, recordándoles lo que los había unido: el pergamino y sus misiones desenfrenadas, esas que siempre parecían llevarlos a lugares lejanos y peligrosos.

El sonido de una risa aquí y allá se apagó cuando el rubio de Gryffindor rompió la quietud.

—Oigan, ¿entonces si irán con nosotros de vacaciones? —preguntó, mirando a todos a su alrededor con una expresión expectante, como si ya lo tuviera todo planeado. Los demás le respondieron con miradas diversas, algunas pensativas, otras incómodas.

Barty, acomodándose en su asiento, lo miró con desdén.

—No veo por qué no ir, Pecas —respondió con un ademán despreocupado, encogiéndose de hombros. Parecía que no le daba importancia alguna a lo que estuviera por decidirse.

La respuesta fue suficiente para que Lucius, desde su rincón, frunciera el ceño. Levantó la mirada y dirigió su mirada fría hacia el castaño.

—Yo aún no creo que sea una buena idea —dijo el platinado, su tono calmado pero firme, como un padre que reprende a un hijo travieso. Su mirada recorrió a los demás, buscando alguna señal de que cambiaran de opinión, pero no parecía estar dispuesto a ceder.

Sirius, que estaba recargado en la mesa con un trozo de pie de limón en las manos, no tardó en responder, su voz llena de sarcasmo.

—Mejor, díganle a sus padres que se quedan en Hogwarts, y vienen con nosotros. No habrá tanto problema —comentó con un toque de desdén, como si no viera el inconveniente en la sugerencia. Levantó una ceja y continuó comiendo, sin perder el ritmo de la conversación.

—No es tan fácil, Sirius —la voz de Severus se alzó entonces, baja y controlada, intentando mediar la situación. No estaba tan seguro de que todo fuera tan sencillo, especialmente cuando el rubio de Slytherin se mostraba tan renuente. Su mirada pasó de Lucius a los demás, notando las tensiones que comenzaban a alzarse como una nube pesada sobre la mesa.

Lucius, con una leve mueca de desdén, dio un paso hacia adelante, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Tampoco creo correcto que se lleven a Don con ustedes ni a Quill tampoco —dijo con firmeza, mirando a Sirius y Remus con una mezcla de desaprobación y posesividad. Para él, esos artefactos eran demasiado valiosos como para dejarlos al azar.

—Son nuestros artefactos, Malfoy —respondió Remus, su tono tranquilo, pero con un leve toque de fastidio que no pudo ocultar. Parecía que el enojo aún estaba latente entre él y el rubio, después de los desacuerdos recientes. Él también había tenido suficiente de las objeciones y quería zanjar el tema.

El intercambio de miradas y palabras quedaba suspendido en el aire, como un tenso tira y afloja, mientras las sombras de la guarida danzaban al ritmo de las llamas, y la conversación de pronto dejaba de ser ligera para tornarse un terreno resbaladizo de tensiones no resueltas.

—Basta, estoy harto de que ustedes dos no puedan resolver sus problemas —la normalmente suave voz de Peter ahora estaba cargada con clara molestia. Esa voz, que solo los merodeadores reconocían, era como una alarma para los demás. Era difícil hacer enojar al pequeño, pero cuando lo lograban, lo mejor era callarse. —Hace tan sólo unos días estaban perfectamente bien, incluso parecían llevarse mejor que todos nosotros, pero ahora no se pueden decir "hola" sin sonar molestos.

—Worms. —Remus lo miró, su voz tensa, aunque la incomodidad en su rostro era evidente. Sabía que Peter tenía razón, pero no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. El tema de Lucius siempre lograba sacarlo de quicio.

—No, Remus, hablo en serio. Solo quiero unas vacaciones normales, Marica, no es tan difícil. —La palabras salieron con un tono áspero, que resonó entre las paredes de la guarida. Cuando el rubio comenzaba a hablar en español, era una señal de alarma que nadie podía ignorar. En sus palabras había una mezcla de frustración y deseo de paz, como si la tensión entre él y Lucius hubiera alcanzado su límite.

Lucius levantó una ceja, mirando al pequeño Gryffindor con desdén, pero antes de que pudiera responder, otro comentario cortó el aire.

—Wormy tiene razón, Remus, y tienes que aceptarlo. —dijo Sirius, mirando a sus dos amigos con una expresión decidida. Ignoró las miradas de las tres serpientes que observaban en silencio la escena. Su tono no dejaba espacio para más discusiones; él solo quería que todo se solucionara para que pudieran seguir adelante con sus planes.

Lucius, que hasta ese momento había permanecido en un silencio contemplativo, miró al de rizos con una mezcla de sorpresa y desdén.

—¿Ahora van a ponerse los tres en mi contra? —dijo, su rostro arrugado en una mueca que dejaba claro que no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. Sabía que las palabras de Sirius tendrían peso en la discusión, pero no iba a permitir que el Gryffindor se saliera con la suya sin al menos luchar por lo suyo.

La tensión en el aire se hizo palpable, y mientras las llamas de las velas danzaban con suavidad sobre la mesa, parecía que la disputa estaba al borde de estallar en cualquier momento.

—No es "ponerse en tu contra", Malfoy —respondió Sirius, con voz calma, aunque la chispa de desafío brillaba en sus ojos. —Es solo que todos estamos hartos de escuchar lo mismo una y otra vez. Vamos a salir de esta habitación y disfrutar de las vacaciones sin más dramas. Lo que necesitamos ahora es relajarnos, ¿sí?

En ese momento, la pluma, galardonada y hermosa, pareció cobrar vida propia. Se levantó del tintero y comenzó a escribir un mensaje fluido y prolijo, con letras plateadas que brillaban en la tenue luz.

"Las misiones restantes se encuentran fuera de Hogwarts, más específicamente cerca de las casas del Lobo y el Ratón. Por eso mismo es necesario que todos asistan a las vacaciones juntos. Además, podrían presentarse algunos retos secundarios. No sabemos si Don tenga planes extras para ustedes."

La habitación cayó en un silencio pesado. Aquello era la respuesta a toda su discusión. Aunque la charla no parecía acercarse a un final feliz, al menos ahora tenían una dirección.

—Bien, pensábamos irnos el próximo lunes —dijo Sirius, mirando a los Slytherin con una ligera sonrisa de complicidad. —Primero iremos a los Potter, luego a los Lupin y terminamos con los Pettigrew. Cada familia tiene una dinámica distinta, pero acogedora. Les advierto... —su mirada se volvió más seria. —Al principio suele ser extraño que, siendo un desconocido, te reciban con tanta calidez, sobre todo las señoras Potter y Pettigrew. Ellas tienden a ser muy cariñosas, a veces demasiado, pero es lindo. La señora Lupin es igual de amable, aunque tiene ese toque sereno que también se refleja en Remus.

—Bien, creo que puedo manejarlo —dijo el castaño de Slytherin, tomando un poco de jugo de su vaso mientras miraba al de rizos con una expresión pensativa.

—Sí, quizás me cueste... —susurró Severus, mirando a Sirius con una mueca de dificultad en el rostro. No estaba del todo convencido, pero no quería hacer un drama más grande de lo que ya era.

—Bien, ahora ustedes dos, resuelvan lo que tengan que resolver —decretó el pequeño rubio, mirando a los dos más altos en la habitación. Su tono estaba marcado por una claridad de mando, esa que solo los merodeadores sabían escuchar. —Sabes lo que dice el mandamiento tres de los merodeadores, hazlo valer.

El castaño de Gryffindor, visiblemente disgustado, soltó un gruñido. Aún con los sentidos de lobo activos debido a la reciente luna llena, hizo un gesto a Lucius para que lo siguiera. Intentó no ser del todo descortés, aunque recibía una mirada molesta del rubio de Slytherin. A pesar de eso, ambos se retiraron hacia el librero, donde se encontraba la habitación separada, ajenos a la mirada atónita del resto del grupo.

—Siempre mencionan esos malditos mandamientos, pero tengo curiosidad... ¿cuáles son? —preguntó el de ojos oscuros, mirando con interés a los demás.

—Sí, la otra vez mencionaron el mandamiento cinco, necesito saber qué son —secundó el heredero Crouch, con una sonrisa juguetona.

—Son mandamientos que creamos desde primer año —respondió el rubio, mirando con seriedad los ojos verdes curiosos de Barty. —Y así se rige nuestra amistad. Son diez en total.

—Número uno: confiamos el uno en el otro —dijo Sirius, con firmeza.

—Ahora y siempre —respondió Peter, completando la frase con una sonrisa cómplice. —Número dos: cualquier secreto en posesión debe ser compartido con al menos un merodeador. —El tono de Peter fue solemne.

—Número tres: cualquier confrontación con personas externas que afecten al grupo debe ser resuelta rápidamente. —Continuó el heredero Black, señalando con la cabeza la dirección por donde habían desaparecido Remus y Lucius.

—Número cuatro: las noches de luna llena son sagradas, no pueden haber eventos que se interpongan en esa fecha. —Peter sonrió con diversión, recordando algunas anécdotas que casi siempre acompañaban estas reglas.

—Número cinco: cualquier disparidad entre dos merodeadores deberá ser resuelta mediante el diálogo, de lo contrario los involucrados se someterán a un duelo.

—El duelo no acabará hasta que se encuentre a un ganador. Es imposible quedar en empate. —Sirius explicó con una sonrisa traviesa.

—El último duelo lo tuvimos Pete y yo, estábamos tan enojados que duramos 18 horas en un duelo... acabamos muy cansados. —Añadió el de rizos con una ligera risa.

—¿Y quién ganó? —preguntó Barty, con clara curiosidad.

—Yo —respondió Peter con una sonrisa orgullosa.

—Solamente me distraje por los gritos de Remus —contó Sirius, sacando infantilmente la lengua a su amigo.

—Claro, Sirius. Número seis: nunca se deja a un merodeador solo sin importar las consecuencias. —volvio a retomar Peter.

—Número siete: el dolor de uno es el dolor de todos. Cuando uno de nosotros se encuentre mal, debemos estar para él. —sonrió el de ojos grises, mirando a los ojos azules de su amigo más pequeño.

—Número ocho: cada merodeador es responsable de las consecuencias de sus bromas. Si estas llegan a salir mal o la función que ejerció en esta falla por alguna razón... —el de pecas miró a las dos serpientes, explicándoles con seriedad. —Cada uno cumple un rol en las bromas, y debe asumir su responsabilidad si por culpa de él algo sale mal o peor de lo debido.

—Número nueve: si un merodeador rompe una promesa o revela un secreto, será recriminado por el resto del grupo. Se someterá a votación el castigo que recibirá, pero este no podrá pasar los límites establecidos. —Sirius sonrió con algo de burla, intentando transmitir que ese mandamiento era de suma importancia, ya que había sido llevado a cabo alguna vez.

—Número diez: El grupo lo es todo. Cualquier cosa que se haga, cualquier decisión que se tome, debe ser por el bien de los merodeadores. Somos familia antes que amigos.

Las voces de los dos merodeadores resonaron en la habitación, como si ese último mandamiento fuera incluso el más importante de todos para el grupo.

—Vaya, y yo que pensaba que no había orden en su grupo de idiotas. —comentó Severus con burla, aunque sin intención de herir a nadie.

—Verás, Verus, estos mandamientos fueron creados en abril de nuestro primer año. Fueron escritos por todos nosotros y firmados por todos nosotros, pero no con una firma común, sino con sangre. —reveló Sirius, mostrando su palma, donde apenas se notaba una cicatriz que la recorría por completo.

—Hay un hechizo antiguo que usaban las familias ancestrales. James y Sirius nos hablaron de él, es similar al juramento inquebrantable, pero en vez de matarte, te causa un dolor tan intenso que tienes que sobrevivir con él por el resto de tu vida. —explicó Peter, dejando que Barty tocara la palma de su mano, mientras miraba el casi imperceptible relieve en ella, tan diminuto, pero con un gran poder.

—Había escuchado de ese hechizo antes, pero se dejó de usar por contener magia oscura. —Severus miró sorprendido al rubio.

—En fin, son reglas simples de seguir, no es que pongamos nuestras vidas en peligro. La verdad, Peter usó el chantaje del mandamiento tres solo para arreglar la situación entre esos dos. —Sirius miró con una sonrisa divertida al rubio.

—Eres increíblemente cruel, Pecas. —sonrió viperinamente el castaño.

—Era necesario. —respondió el de pecas, mirando fijamente a Sirius.

—Sí, lo era. —dijo Severus, completamente de acuerdo con el rubio.

 

...

 

La puerta secreta se cerró con el suave crujido del mecanismo, y la habitación, iluminada solo por unas pocas velas de cera derretida, acogió a los dos jóvenes. El aire en el espacio pequeño y silencioso parecía cargado, como si los ecos de la misión aún resonaran en las paredes. Remus caminó lentamente hacia la cama más cercana, dejando escapar una exhalación profunda, mientras Lucius lo observaba fijamente desde el umbral, sus ojos fríos y calculadores, como si intentara medir cada palabra que iba a decir.

—No puedo creer que hagamos esto —la voz del mayor salió precisa, controlada, pero la tensión era palpable en su tono, como si un hilo invisible de frustración lo estuviera reteniendo—. ¿Por qué impediste que habláramos de lo que vimos? No tiene sentido esconderlo.

El castaño, aún con el dolor residual de la transformación en su rostro, se dejó caer en la cama con una soltura que no ocultaba el agotamiento que lo invadía. Sus ojos dorados brillaban, pero la fatiga en su expresión era inconfundible. Parecía no tener energía para más, no para una discusión más.

—No era el momento —respondió, sin mirarlo, como si las palabras le costaran más de lo habitual. Sus manos temblaban levemente, pero no dejó que Lucius lo notara. Dejó caer una pierna sobre la cama, como si esa simple acción fuera suficiente para ahogar la tensión—. No podemos hablar de eso. No ahora. No cuando estamos tan cerca de algo importante, Malfoy.

El platinado frunció el ceño, su postura se volvió más rígida, cruzando los brazos con una firmeza casi desafiante. En sus ojos grises había algo más que desaprobación, algo más que la simple molestia de una discusión. Había una preocupación que se esforzaba en disimular, que él mismo no quería reconocer.

—No te entiendo, Remus —su voz era más baja ahora, como si pensara las palabras antes de soltarlas, como si buscara algo más en la respuesta del Gryffindor—. ¿Realmente crees que ocultarlo hará que las cosas sean más fáciles? Las misiones, todo este asunto con el pergamino... no es algo que podamos seguir ignorando. Es demasiado peligroso.

El Gryffindor apretó los dientes y se sentó en la cama, mirando la pared como si pudiera encontrar una respuesta en ella. Su cuerpo aún se sentía pesado, la transformación lo había dejado exhausto, pero la discusión con Lucius lo mantenía tenso, despierto. Estaba más cansado de lo que podía admitir, pero no podía dejar que eso lo derrotara.

—No estoy ignorando nada, Lucius —dijo finalmente, su tono grave, pero con una calma que no le pertenecía del todo. Era la calma de alguien que ya había aprendido a cargar con demasiado—. Pero hay cosas en las que tenemos que confiar. No tenemos otra opción.

El Slytherin dio un paso hacia él, acortando la distancia, sus ojos fijos en el Gryffindor con una intensidad que desbordaba su usual frialdad. Había algo en su mirada que no había visto antes, algo más humano, más vulnerable, pero no podía admitirlo. No podía permitírselo.

—Si tenemos otra opción, devolverlos como nuestros padres hicieron —respondió, la voz ahora teñida con un leve escepticismo, como si esa fuera la única salida posible. Pero, por dentro, no estaba tan seguro de lo que decía. Algo en su interior se agitaba, pero se obligaba a mantener la compostura, a mantener la distancia—. No estoy dispuesto a seguir ciegamente como ellos.

Remus lo miró con intensidad, finalmente encontrando la fuerza para enfrentarlo. Su mirada dorada reflejaba frustración, pero no solo por lo que Lucius había dicho. Era por todo lo que no se decía entre ellos, por las palabras no pronunciadas y los miedos compartidos, aunque ninguno quisiera admitirlos.

—No es tan sencillo, además no hemos hecho nada realmente peligroso —respondió con un tono bajo, pero con una firmeza que sorprendió al Slytherin—. Lo único que hemos hecho es conseguir objetos con ciertas utilidades utilizando nuestras habilidades. No estamos arriesgándonos sin sentido.

El mayor se acercó un paso más, su rostro aún implacable, pero algo en su expresión parecía haberse suavizado, como si esas palabras lo hicieran dudar por un momento de sus propias certezas. Su mandíbula se apretó, pero sus ojos seguían buscando algo en el Gryffindor. Quizás una respuesta, quizás una señal de que todo esto valía la pena.

—No podemos seguir confiando ciegamente en un pergamino —respondió, la voz más baja esta vez, como si se estuviera hablando a sí mismo. Pero en el fondo, sabía que había algo más. Algo que no podía ignorar, pero que tampoco podía dejar salir. Era más que una simple preocupación por el peligro; había algo en todo esto que le calaba más profundo. Algo que le desbordaba, pero que él no quería aceptar.

Remus suspiró y, al fin, lo miró a los ojos. Había algo en su mirada que hablaba de cansancio, de un cansancio que iba más allá de lo físico. Era el agotamiento emocional de un joven atrapado en una situación que no podía controlar, pero que debía enfrentar con determinación.

—A veces, no tenemos más que seguir adelante, Lucius. Lo que vimos... lo que sabemos... no podemos dar la vuelta atrás —dijo con voz grave, pero con una resolución que parecía hacer eco en todo el cuarto. Sabía que no había otra opción.

Lucius frunció el ceño y bajó la mirada por un momento, como si esas palabras lo golpearan con más fuerza de la que esperaba. La tensión en el aire era palpable, pero no podía dejar de pensar en lo que acababa de escuchar. Remus no veía las cosas como él, pero ¿era esa realmente la única opción que les quedaba?

—Pero podríamos contarlo... —susurró, aunque en su tono había algo de duda, algo que lo hacía vacilar.

—No serviría de nada, Lucius —respondió, sin pensarlo demasiado—. Ni siquiera estamos seguros de que lo que vimos sea real.

El de ojos grises con algunas extrañas pizcas de azul asintió lentamente, como si esa respuesta fuera la conclusión inevitable a todo lo que habían discutido. En su rostro se dibujaba una ligera frustración, pero había algo más en su mirada. Algo que parecía estar roto, pero que él no quería dejar ver.

—Tienes una fe inquebrantable en todo esto —dijo, y aunque la frase sonó más como una observación que como una acusación, había algo en su tono que revelaba un atisbo de envidia, como si quisiera creer en lo mismo, pero no pudiera. Como si no estuviera dispuesto a arriesgarlo todo por algo tan incierto.

El silencio se instaló entre ellos, denso y cargado. Durante un momento, Lucius dio un paso hacia el de cicatrices, casi involuntariamente. No lo miró directamente, pero había algo en su postura que indicaba una intención de cercanía, de entendimiento, aunque no pudiera manifestarlo en palabras.

—No quiero que esto nos destruya —murmuró, y la frialdad de su voz apenas ocultaba la preocupación que había, la preocupación que él mismo no quería reconocer—. Pero tampoco puedo quedarme callado mientras mis amigos arriesgan todo sin pensarlo.

Remus lo observó por un largo momento, sus ojos dorados reflejando algo más que solo cansancio. Había una comprensión en su mirada, pero también una fatiga profunda. Sabía que las palabras de Lucius eran sinceras, pero no podía aceptar que la única manera de salir adelante fuera de la forma en que Lucius lo veía.

—Si estamos ahí y nos cuidamos los unos a los otros, nadie tendrá que arriesgarse —respondió, aunque en su tono había un dejo de tristeza, de resignación. Sabía que el peso de todo lo que implicaba esa misión los marcaría a todos.

El Slytherin lo observó en silencio por un largo momento, y aunque su expresión no cambió, algo en él pareció suavizarse. Un suspiro escapó de sus labios, como si dejara escapar algo que ni siquiera él sabía que llevaba dentro.

—No sigas por ese camino sin pensar en las consecuencias —dijo finalmente, su tono más bajo, menos firme, como si fuera un último intento de alcanzar algún tipo de entendimiento.

—Solo, por tu paz mental, ¿Te parece en estas vacaciones averiguar si nuestros padres tuvieron algo que ver con Don? —preguntó el menor, intentando mantener una tregua, aunque él mismo sabía que la tensión entre ellos no desaparecería tan fácilmente.

Lucius lo miró fijamente, como si estuviera sopesando la propuesta. Finalmente, asintió.

—Bien, me parece —respondió, pero antes de que el castaño pudiera relajarse, el rubio lo miró con una nueva intensidad—. Ahora respóndeme algo, Remus —dijo, su tono reclamando una explicación—. Don te mandó a otra misión, ¿o por qué estás tan cansado?

El mencionado se dejó caer sobre la cama, acostándose, sin fuerzas para seguir erguido. El peso de su cuerpo fatigado parecía drenar cualquier energía que le quedaba. La transformación aún le pesaba, y cada movimiento le dolía. Lucius lo observaba desde el umbral, su mirada fija en el Gryffindor, sin decir nada al principio, como si estuviera calculando cada palabra, cada reacción.

—¿Qué te pasa, Remus? —preguntó nuevamente, su voz más suave de lo habitual, pero la frialdad que siempre lo caracterizaba seguía presente, deslizándose por sus palabras como un velo. Había algo en su mirada, algo que no podía esconder, algo que sugería que había mucho más detrás de esa pregunta. Esa mirada que pasaba de ser inquisitiva a algo más cercano a una preocupación, algo que él mismo parecía no querer reconocer.

El mencionado cerró los ojos por un momento, permitiéndose un respiro profundo, un intento vano de calmar su respiración errática. Cada inhalación le dolía, como si el aire mismo le pesara, y el agotamiento se cernía sobre él, aplastándolo con su peso. Su cuerpo, marcado por las cicatrices frescas de la transformación, era un recordatorio constante de lo que era. Los músculos, tensos y doloridos, no cooperaban, y cada movimiento se sentía como un esfuerzo titánico. Podía sentir cómo su propia piel le ardía, cómo las marcas de Moony aún parecían palpitantes bajo su piel.

—No es nada —respondió, su voz grave, casi apagada, como si quisiera disipar cualquier posible duda. Pero había una fragilidad en sus palabras, un quebranto que no podía esconder. La máscara que intentaba mantener se resquebrajaba, y sabía que Lucius podría verlo. No podía ocultarlo. No podía esconderse.

El platinado no apartó la mirada. El silencio entre ellos se espesó, denso, cargado de una tensión que el de ojos dorados no pudo ignorar. Finalmente, después de un largo segundo de escrutinio, Lucius habló, como si sus palabras fueran calculadas para no ser un reproche, pero sí una afirmación.

—Fue tu primera transformación en sintonía con tu lobo, ¿cierto?

El Gryffindor no respondió de inmediato, pero asintió lentamente, un gesto que parecía casi automático. No tenía fuerzas para mentir, y la verdad, aunque fuera agotadora, le había calado tan hondo que no necesitaba decir más.

—Antier, de hecho —agregó, como si el rubio tuviera que saberlo. Como si su conocimiento de lo que había pasado fuera un hecho obvio.

Lucius lo observó en silencio, sus ojos azul grisaceos fríos y calculadores, como si estuviera midiendo cada palabra, cada movimiento del Gryffindor. Pero bajo esa frialdad, había una chispa, una inquietud reprimida que no podía disimular del todo. No lo miraba como siempre lo hacía, con esa altanería distante. Ahora, había algo diferente, algo que rozaba la preocupación, aunque no dejaba que fuera tan evidente.

—Es normal que estés más cansado —dijo el Slytherin con voz baja, pero tajante, como si estuviera ofreciendo una verdad no dicha, una concesión que rara vez daba a otros.

Con un gesto casi imperceptible, el mayor dio un paso adelante, invadiendo el espacio personal del contrario. Un movimiento rápido, casi demasiado abrupto, que lo acercó a él, desbordando la distancia que se había formado entre ambos. El aire pareció volverse más denso, más tenso, como si las palabras colisionaran en el mismo espacio, esperando a ser dichas. Remus se quedó inmóvil, sintiendo la presencia de Lucius como una presión sobre su pecho. Aquel comportamiento no era nuevo, pero ahora tenía una intensidad distinta, como si todo lo demás hubiera quedado en pausa, esperando a que ambos se enfrentaran a algo más allá de lo evidente.

—Parece que sabes demasiado sobre la licantropía —acusó el menor, abriendo los ojos lentamente. Su mirada se alzó, desafiante, y una ceja se levantó con una mezcla de curiosidad y desdén. Juzgó al rubio con una mirada juguetona, pero en el fondo de sus ojos brillaba algo más profundo, algo que sabía que Lucius también percibía.

Este, sin inmutarse, lo observó con esa fría precisión que lo caracterizaba, pero hubo un leve destello de algo más, algo que el castaño no pudo identificar completamente. No era solo desdén ni indiferencia; había algo, quizá un toque de algo mucho más humano, pero el mayor no dejó que eso lo dominara. Con una orden, como siempre, rompió el breve contacto visual.

—Quizás —dijo con voz calmada, casi distraída, antes de dar un paso hacia él, extendiendo una mano para ayudarlo a levantarse—. Ven.

No hubo quejas de parte de Remus. A pesar del cansancio que le pesaba en el cuerpo, obedeció, levantándose con lentitud, como si cada movimiento costara un esfuerzo monumental. Se sentó nuevamente en la orilla de la cama, el colchón hundiéndose bajo su peso, el cansancio apoderándose de sus músculos en cuanto dejó de moverse.

Lucius, imperturbable, dio otro paso hacia él. La habitación estaba demasiado silenciosa, el aire cargado de una tensión palpable, pero no parecía dispuesto a retroceder. Sin decir palabra alguna, se acercó más, y con la misma delicadeza y precisión que había mostrado la vez anterior, tomó el rostro de Remus entre sus manos. El roce de sus dedos contra la piel del Gryffindor era frío, meticuloso, como si estuviera buscando algo que no se podía ver a simple vista, algo que necesitaba encontrar.

Las manos del sangre pura eran firmes, pero no bruscas. El tacto, aunque cargado de frialdad, también era posesivo, como si estuviera asegurándose de que el menor no se desvaneciera entre las sombras de su propio cansancio. Remus, por un instante, se quedó completamente quieto, sintiendo cómo el contacto de Lucius lo envolvía en una mezcla de sensaciones extrañas. Por un segundo, casi olvidó la fatiga, el dolor. la ansiedad, el miedo. Solo existía la presión de las manos del rubio, como un recordatorio de algo más que no podía nombrar. Quizas calma, quizás seguridad, quizás temple.

—Tienes dolor en tus ojos. No solo estás cansado, algo te duele —razono sin soltar las mejillas del contrario como si buscará con ese gesto hacer que el contrario siguiera sintiéndose presente.

El de cicatrices desvió la mirada un instante, intentando apartar sus pensamientos del extraño calor que sentía bajo el tacto de las manos del mayor. El peso de sus palabras lo hizo tensarse ligeramente, como si aquel simple comentario desnudara algo que llevaba días intentando ocultar. No era solo cansancio; había algo más, algo que cargaba desde aquella noche, desde que Moony se había sincronizado con él por primera vez.

—Es normal después de lo que pasó —respondió con un tono bajo, casi en un murmullo. Su voz se quebró al final, como si estuviera admitiendo algo que ni siquiera quería reconocer en voz alta. Pero no se apartó, no hizo ningún movimiento para liberarse del agarre del Slytherin. Había algo en su mirada que lo mantenía anclado, como si necesitara esa conexión, aunque fuera fría y calculada.

Lucius frunció apenas el ceño, observando cada detalle de su rostro. Sus ojos, que habían perdido el cálido marrón de antaño para transformarse en ese dorado intenso, parecían reflejar más que simple cansancio. Había algo en ellos, algo que el Slytherin no terminaba de descifrar, y eso lo molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

—No estás siendo honesto contigo mismo, ¿cierto? —inquirió con calma, pero había una ligera aspereza en su tono. Como si las palabras fueran un desafío tanto como una observación. No apartó las manos, sus dedos aún firmes sobre la piel del menor, su tacto implacable.

El Gryffindor dejó escapar un suspiro pesado, casi resignado, mientras cerraba los ojos por un breve momento. No podía negar que había algo de verdad en las palabras del rubio. La transformación lo había dejado no solo físicamente agotado, sino emocionalmente vulnerable. Sentía que el peso de su condición lo empujaba más hacia las sombras, pero esta vez... esta vez también había algo distinto. Algo que se debatía entre el miedo y la aceptación.

—No tiene importancia, Lucius —replicó finalmente, su tono adoptando un leve toque de irritación. Era más un escudo que una verdadera emoción, un intento de mantener cierta distancia entre ambos.

—Si no tuviera importancia, no estarías así —respondió el rubio con frialdad, su mirada fija en los ojos dorados del licántropo. Había algo casi clínico en su examen, pero también una intensidad que no podía ocultar del todo. Como si estuviera decidido a descubrir lo que el Gryffindor no estaba diciendo.

El silencio volvió a llenar la habitación, pesado y denso. Lucius dejó que pasaran unos segundos antes de soltar el rostro de Remus con un movimiento lento, casi cuidadoso, como si temiera que cualquier brusquedad pudiera romper algo más allá del momento. Dio un paso atrás, pero su mirada seguía clavada en él, como un depredador que aún no estaba dispuesto a soltar a su presa.

—Tu condición no te define, Remus, pero también deberías aprender a escucharla. —La voz del rubio fue más baja esta vez, más suave, pero no menos firme. Era un consejo, aunque empaquetado en la típica arrogancia de los Malfoy.

El mencionado lo observó por unos segundos, sus ojos dorados brillando con una mezcla de sorpresa y desconfianza. Aquellas palabras, viniendo de Lucius, eran inesperadas, casi fuera de lugar. Pero había algo en su tono que le impedía responder con sarcasmo o desprecio. Era como si, por un instante, los muros que siempre los separaban se hubieran desmoronado lo suficiente para que ambos vislumbraran algo diferente.

O quizás, se habían desmoronado por completo.

 

...

 

—Bien, ¿todos listos? —preguntó el heredero Potter, dejando entrever un atisbo de nerviosismo poco común en él. Por lo general, se esforzaba en mantener ese porte seguro y cálido que tanto lo caracterizaba, fingiendo que todo estaba bajo control, incluso cuando no lo estaba.

Las miradas de sus compañeros se posaron sobre él con expectación, aguardando a que finalmente descendiera del vagón, donde los había mantenido retenidos por varios minutos. James parecía dudar, alargando la espera como si quisiera asegurarse de que su madre no fuera a asustar a sus nuevos amigos con su efusivo cariño. Había sido lo suficientemente precavido como para advertirle en una carta sobre las visitas extras y, de paso, pedirle con toda la diplomacia que pudo reunir que moderara un poco sus muestras de afecto, aunque, para su frustración, no había podido evitar el falso dramatismo que su madre seguramente añadiría a la situación.

Con un suspiro que evidenciaba su incertidumbre, el Gryffindor se giró hacia la salida del vagón, lanzando una última mirada a sus amigos antes de avanzar. Su atención se centró en buscar alguna señal de sus padres entre la multitud. Para su alivio —y quizás un poco de sorpresa—, solo encontró a su padre esperando con la postura relajada que siempre lo había caracterizado.

Fleamont Potter, el reconocido pocionista, estaba de pie junto al andén, su rostro iluminado por una sonrisa cálida que contrastaba con el ambiente invernal del lugar.

—¡Papá! —gritó James, avanzando con su maleta mientras lo seguía una horda de siete jóvenes más.

—Hola, campeón, ¿cómo estás? —saludó con tranquilidad el hombre de porte elegante pero casual, revolviendo el cabello castaño de su hijo. Fleamont, con lentes similares a los de James, el mismo cabello indomable y una barba que le daba un aire imponente, sonrió a todos los recién llegados.

—Bien, algo cansado —respondió el de anteojos con naturalidad—. Papá, ellos son las personas de las que te hablé en la carta. Son mis nuevos amigos.

El cabecilla Potter sonrió complacido y dirigió su atención a los cuatro Slytherin que observaban la escena, listos para presentarse siguiendo las etiquetas de rigor.

—Un gusto, señor Potter, soy Lucius Malfoy. Será un honor pasar estos días con usted y su familia.

—Un placer, señor Potter, mi nombre es Bartemius Crouch Jr. Es un gusto conocerlo.

—Soy Severus Snape. Es un placer poder pasar estas vacaciones en su casa; agradezco su hospitalidad.

—Un placer, soy Regulus Black. Es un honor conocerlo.

Todos, al presentarse, hicieron una leve inclinación de cabeza, mostrando el refinamiento característico de sus familias.

—Un placer conocerlos a todos —respondió Fleamont, con una formalidad que no ocultaba su calidez—. Mi hijo se aseguró de contarme sobre cada uno de ustedes. Es un gusto recibirlos en mi casa.

La mezcla de seriedad y amabilidad en el tono del pocionista descolocó a las serpientes, quienes no encontraron rastro de frialdad en sus palabras.

—¿Y a nosotros ya no nos va a saludar? —interrumpió Sirius, fingiendo indignación.

—¡Claro que voy a saludarlos! —exclamó Fleamont, sonriendo ampliamente mientras revolvía el cuidadosamente arreglado cabello del Black mayor—. Veo que has crecido, Sirius. Mi esposa seguramente se pondrá triste al ver que el suéter de este año no te va a quedar.

—Le aplico un hechizo y seguro que me queda —respondió Sirius con tono bromista, haciendo reír al mayor.

—Pete, ¿soy yo o te salieron más pecas? —preguntó el adulto con una sonrisa, repitiendo el gesto en el cabello rubio del más pequeño de los merodeadores.

—Creo que siguen siendo las mismas, pero podrían haberse multiplicado —bromeó Peter con una risita.

—Conseguí las entradas para ese museo que mencionaste en las vacaciones pasadas. Quizás nos escapamos uno de estos días.

El rubio sonrió, claramente emocionado.

—¡Remus! ¿Cómo te fue con los exámenes? —preguntó Fleamont, girándose hacia el de ojos dorados.

—Todo aprobado, sin fallos ni errores... bueno —admitió con una sonrisa nerviosa—, quizás un fallo, pero nada grave.

—Eso es excelente. En mi último viaje a México compré unos libros que pensé que podrían interesarte. Los encontrarás en la biblioteca cuando lleguemos.

Los cuatro Slytherin no pudieron evitar observar cómo aquel sangre pura trataba a los leones como si fueran sus propios hijos, brindándoles un afecto que jamás imaginaron ver dirigido a nadie más que a James.

—Suele ser así. Mi mamá es peor —susurró James, aprovechando que su padre estaba entretenido conversando con Sirius.

—¿No te da envidia tener que "compartir" a tu padre? —preguntó Crouch con curiosidad.

—Al principio, quizás. Pero así es en todas nuestras casas. En la de Remus, en la de Peter... todos somos recibidos como si fuéramos hijos. A veces incluso hacemos "dramas" por eso —respondió James, riendo ante los recuerdos que cruzaron por su mente.

—Es impresionante, debo admitirlo —comentó Lucius, sorprendido por el cálido recibimiento, muy distinto a lo que esperaba.

—Bueno, muchachos, es hora de irnos —anunció Fleamont con una sonrisa, dirigiéndose especialmente a los Slytherin—. Mi esposa, al enterarse de que teníamos nuevas visitas, quiso prepararles algo especial.

—No debió haberse molestado —intentó ser amable Severus, ofreciendo una leve sonrisa que fue bien recibida por Fleamont.

—Así es ella. Le gusta que todos se sientan cómodos. Pero no diré más, vamos.

Cargando sus maletas, todos aseguraron el contacto con el señor Potter para desaparecer juntos y reaparecer en la entrada de una imponente mansión. Aunque no era tan grande como la de los Malfoy, irradiaba una calidez y colorido que contrastaban con los días grises del invierno.

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