Misterios

Harry Potter - J. K. Rowling
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Misterios
Summary
Los Merodeadores, liderados por James Potter, Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew, se embarcan en una intrépida aventura al descubrir un antiguo pergamino que revela secretos ocultos de Hogwarts. A medida que desentrañan enigmas mágicos y pasadizos secretos, se topan con misteriosos eventos del pasado de la escuela, desencadenando el desafío de proteger a Hogwarts de fuerzas oscuras que amenazan con resurgir.Pero también juntando sus destinos con los príncipes de Slytherin, lo que ocasiona descontentos pero también surge el amor.
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XX El Collar del Sol

Narrador omnisciente

Cuando la vida quiere demostrarte que puede volverse más complicada, lo hará. Justo en aquel momento en que se arrepentía de toda su existencia, la majestuosa pluma mágica apareció ante él. No iba a mentir: el morocho se sentía ciertamente abrumado por todo, por todos.

—Quill, ¿qué pasó? —preguntó, movido por una simple curiosidad, esperando que aquella pluma le diera alguna alegría en su amarga vida. Se encontraba solo en la habitación de Gryffindor que compartía con sus amigos. Remus y Peter estaban en la biblioteca haciendo algunos pergaminos que les habían dejado de tarea, mientras que James dormía en la guarida. Así que, estaba solo, solo él y su mente traicionera.

"Sirius, tu misión comienza ahora. El Collar del Sol solo aparece en ciertas condiciones, por lo cual es importante que tú y Severus se reúnan en las escaleras del ala Norte."

Tras aquella solicitud, solo pudo resoplar. Aunque no estaba de humor, sabía que tenía que hacerle caso al viejo artefacto que flotaba frente a él. La noche ya había caído hace tiempo, y aunque el toque de queda todavía no había sonado, sabía perfectamente que no faltaba mucho para que eso ocurriera.

Con pesadez, tomó una pequeña mochila que tenía entre sus cosas y metió la capa de James y el mapa. Sabía que el de anteojos no regresaría hasta mañana y que sus otros dos amigos no lo necesitarían. Lamentaba mentalmente el hecho de no haberse dado tiempo para ponerse algo más cómodo que sus pantalones de chándal y una sudadera básica; era lo que tenía puesto antes de que la pluma llegara, algo que claramente no iba con su estilo rebelde, sino más bien con un estilo flojo que utilizaba de vez en cuando.

Se apresuró a salir de la torre de Gryffindor y comenzó su recorrido hasta el ala Norte. Ni siquiera pasó por su mente que la pluma se había esfumado de su lado; seguramente no quería ser vista por algún alumno curioso en los pasillos. No tardó mucho en llegar a los pies de las escaleras de aquella zona del castillo.

—No hace falta que corras, Sirius —dijo el menor, con una mueca de burla en su rostro al ver al mayor todo desarreglado por la prisa que llevaba.

Sirius, respirando un poco más agitado de lo que le gustaría admitir, detuvo su paso al escuchar la voz de Severus. El Slytherin estaba apoyado contra una columna cercana, su figura envuelta en las sombras que proyectaban las altas paredes del castillo. La tenue luz de las antorchas apenas alcanzaba a iluminar sus ojos, que brillaban con una mezcla de curiosidad y algo más indefinible.

—Quill me dijo que tenía que venir rápido, y no sé si lo sabes, pero la torre de Gryffindor está muy alejada de este lugar —recalcó, intentando recuperar el aire que se le había escapado de los pulmones.

—Claro, por eso no me molesta esperarte. De igual manera, no podría hacer esto solo aunque quisiera —respondió Severus, restándole importancia a aquel punto.

—¿Subimos? —preguntó el Gryffindor, haciendo una señal con la mano. El Slytherin asintió, y juntos comenzaron a subir las grandes y engañosas escaleras de aquella torre.

Mientras subían por las escaleras, el ambiente en el ala norte del castillo se volvía cada vez más sombrío. Las antorchas en la pared proyectaban sombras alargadas y danzantes que parecían cobrar vida propia, pero la luz cálida apenas podía disipar la oscuridad que se asentaba en cada rincón. El aire era más frío en esa parte del castillo, como si el viento nocturno encontrara alguna forma de filtrarse a través de las viejas piedras.

Sirius observó a Severus de reojo mientras subían. A pesar de la tenue luz, podía distinguir la expresión seria del Slytherin, su mirada fija en el camino frente a ellos. Aún le era extraño estar en su compañía en un contexto que no involucrara insultos o duelos de palabras, pero había algo en la misión que estaban por emprender que le hacía sentir que, por una vez, estaban interesados en un tema que no fuera Regulus.

—¿Alguna vez habías subido hasta aquí? —preguntó Sirius, rompiendo el silencio que comenzaba a hacerse incómodo. Su voz resonó ligeramente en las paredes, creando un eco que se desvaneció rápidamente.

El de ojos negros giró la cabeza; su mirada era neutral, casi analítica.

—No, nunca tuve una razón para venir a este lado del castillo —respondió con tono calmado. Luego de una breve pausa, añadió—: Aunque siempre me han interesado las partes más antiguas de Hogwarts. Tienen su propia magia... algo más cruda, más auténtica.

Sirius asintió, conteniendo una sonrisa interna. Quizás porque esa noche parecía diferente, o tal vez porque sabía que no tenía a sus amigos alrededor para ejercer la presión social habitual, se encontró relajándose un poco en la presencia del Slytherin, una vez más.

—Sí, hay algo especial en los lugares olvidados. Como si guardaran secretos que el resto del castillo ha olvidado con el tiempo —dijo, sorprendiéndose a sí mismo por la seriedad de sus palabras.

Severus lanzó una mirada a Sirius, con una pequeña sombra de sorpresa en sus ojos, antes de volver a concentrarse en las escaleras que seguían ascendiendo, sin ningún indicio claro de dónde terminarían.

—A veces, lo olvidado tiene más valor que lo recordado —murmuró Severus, casi como si hablara para sí mismo.

Sirius captó las palabras, pero decidió no comentar, notando que había un dejo de melancolía en la voz del Slytherin.

—¿Has pensado en la propuesta? —preguntó, intentando retomar el tema de hace unas horas.

—No sé si quiero verte la cara todos los días de vacaciones, Black —comentó con un pequeño tono de veneno en su voz—. Apenas me estoy acostumbrando a tener que verte cuatro veces por semana —exclamó, como si aquello fuera algo malo.

—Por favor, nadie se aburriría de verme, soy hermoso —dijo el de ojos grises, logrando sacarle una pequeña risa al contrario.

—Eres ególatra —aclaró Severus con tranquilidad.

—No puedes negar que soy hermoso —volvió a decir, ahora notando que sus miradas estaban unidas. Había una tensión en la mirada del Slytherin que no lograba descifrar, pero le resultaba atrapante el simple hecho de sentirla.

La escalera llegó a su fin, y con ello, la pequeña guerra de miradas que se estaba llevando a cabo. El Slytherin tomó la perilla de la puerta con su mano pálida y delgada; los ojos de Sirius siguieron tal acción con calma, como si aquello fuera hipnótico.

—Eres insoportable —salió de los labios del mestizo.

—Soy el sueño de muchas personas —replicó Sirius con suficiencia.

—Lamentablemente, la inteligencia te persigue, pero tú eres más rápido —y con una sonrisa de fingida burla y un pequeño reclamo del Gryffindor, Severus abrió la puerta.

La puerta se abrió con un leve crujido, revelando un pasillo estrecho y apenas iluminado. La oscuridad parecía arremolinarse en las esquinas, como si no quisiera ceder terreno a la débil luz que entraba desde el corredor tras ellos. El aire estaba cargado de un polvo antiguo, mezclado con un leve olor a piedra húmeda y pergaminos viejos, como si aquella parte del castillo no hubiese sido tocada por nadie en décadas.

Sirius y Severus intercambiaron una mirada antes de adentrarse en el pasillo. Cada paso resonaba suavemente en las paredes, el sonido de sus pisadas era el único testigo de su avance. A pesar de la conversación ligera que habían compartido, ambos sabían que lo que les esperaba más adelante no sería sencillo. La pluma mágica los había guiado hasta allí por una razón, y ninguno de los dos podía ignorar el peso de la misión que les habían encomendado.

—¿Qué piensas que encontraremos aquí? —preguntó Sirius, su voz baja, casi como si no quisiera perturbar el silencio reverencial del lugar.

Severus guardó silencio por un momento, como si estuviera considerando la pregunta con seriedad.

—Es difícil decirlo. Este lugar tiene una energía diferente, como si estuviera esperando algo... o alguien. Sea lo que sea, no será algo común —respondió, su tono era medido, casi filosófico.

El mayor asintió, sintiendo un leve escalofrío recorrer su espalda. Había algo inquietante en ese lugar, una sensación que se le antojaba como una mezcla de curiosidad y cautela. No quería admitirlo en voz alta, pero la presencia del oji-negro, con su compostura fría y calculada, le resultaba reconfortante en ese momento.

—Oye, Severus —comenzó Sirius, rompiendo nuevamente el silencio—. Si llegamos a encontrar algo peligroso... bueno, solo digo que sería mejor no hacer nada impulsivo.

El Slytherin soltó un leve bufido, una sonrisa irónica asomándose en sus labios.

—¿Y desde cuándo te preocupas tú por la impulsividad, Black? —replicó, pero había un toque de humor en su tono que Sirius no pasó por alto.

—Digamos que hasta yo sé cuándo es mejor mantener la cabeza fría —respondió con una sonrisa ladeada.

Continuaron caminando en silencio, pero esta vez la atmósfera era menos tensa. Habían cruzado una línea en su relación, una comprensión tácita que ambos aceptaban sin necesidad de palabras. Puede que no fueran amigos, pero había un respeto emergente entre ellos, uno que se basaba en la aceptación de sus diferencias y en la necesidad mutua de cumplir con su misión.

Finalmente, llegaron a un pequeño rellano al final del pasillo, donde una gran puerta de madera oscura se erguía ante ellos, tallada con símbolos antiguos y runas que ninguno de los dos reconocía del todo.

—Parece que hemos llegado —murmuró Severus, su voz cargada de una mezcla de expectación y cautela.

—Sí —el Gryffindor asintió, observando los intrincados detalles de la puerta—. ¿Quieres hacer los honores o prefieres que lo haga yo?

El menor lo miró de reojo, con una leve inclinación de su cabeza.

—Adelante, Black. Tú eres el experto en abrir puertas que no deberías.

El merodeador soltó una risa suave, sin poder evitar sentir un leve aprecio por la agudeza de Severus.

—Como digas, Snape. Como digas.

Con un profundo suspiro, Sirius extendió la mano hacia la puerta, preparándose para lo que sea que se escondiera detrás de ella. La madera era fría al tacto, y por un breve instante, el Gryffindor sintió que el tiempo se detenía, que el silencio a su alrededor se hacía más pesado. Luego, con un firme movimiento, empujó la puerta, que cedió con un susurro bajo, revelando lo que parecía ser el umbral hacia otro mundo.

La oscuridad dentro era casi absoluta, pero había un brillo tenue que parecía emanar de algún lugar profundo en el interior de la sala, como una estrella lejana en una noche sin luna. Sin intercambiar más palabras, Sirius y Severus cruzaron el umbral, sintiendo que estaban entrando en el corazón de un misterio que cambiaría todo lo que conocían.

Ante ellos se alzaba un laberinto de proporciones titánicas, un enigma de piedra y sombras que parecía haberse materializado de las entrañas mismas de la tierra. Las paredes, construidas con bloques de piedra antiguas y desiguales, estaban cubiertas por un musgo denso y húmedo que parecía haberse fusionado con la roca con el paso de los siglos. Las grietas que recorrían la superficie de estas piedras no eran simples fisuras, sino cicatrices profundas que hablaban de la antigüedad del lugar, como si el laberinto mismo hubiera resistido innumerables tormentas y terremotos en su historia.

El ambiente estaba cargado de una oscuridad casi tangible, un negro profundo que devoraba la luz, absorbiendo cualquier atisbo de claridad que intentara colarse en ese lugar olvidado por el tiempo. El aire, pesado y frío, se movía apenas, como si estuviera estancado por la densidad de la niebla que lo envolvía todo. Esta niebla no era una simple bruma; era una presencia casi viva, densa y pegajosa, que se arremolinaba en torno a las paredes del laberinto, como un guardián espectral que ocultaba los secretos más oscuros del lugar.

A cada paso que daban, el eco de sus pisadas resonaba en las paredes del laberinto, amplificándose hasta convertirse en un estruendo ensordecedor que parecía venir de todas direcciones a la vez. Era un sonido extraño, como si el laberinto mismo estuviera vivo, como si respondiera a su presencia con un gruñido sordo que vibraba en el suelo bajo sus pies. A medida que avanzaban, la reverberación de cada ruido, por pequeño que fuera, creaba la sensación de que el lugar estaba observándolos, consciente de su presencia.

Las paredes, con su musgo espeso, parecían moverse ligeramente, un efecto de la luz tenue que penetraba apenas a través de la niebla. Esa vegetación húmeda daba al lugar un aroma a tierra mojada, a vegetación en descomposición, mezclado con un leve toque metálico que sugería la presencia de agua estancada en algún lugar cercano. Las sombras que se proyectaban en las grietas de las paredes danzaban de manera inquietante, como si estuvieran trazando patrones invisibles que solo las mentes más oscuras podrían descifrar.

—Lumus —pronuncio el de cabellos lacios iluminando levemente la habitación con aquel hechizo, pero este duró poco pues frente a ellos apareció una ráfaga de masa oscura la cual apagó la luz que emanaba de la varita.

—Dejame lo intento —dijó el Gryffindor sacando su varita la cual adornaba sus cabellos en un moño desordenado y conjuro el hechizo más potente de iluminación que conocía. —Lumus Maxima —conjuró pero nuevamente aquella masa negra apagó la

Iluminación que el Gryffindor había creado.

—¿Entonces hacemos el reto a oscuras? —preguntó incrédulo con claro enojo.

—Conjura Lumus Maxima junto conmigo y juntemos nuestras varitas, eso lo va a ahuyentar —la seriedad en la voz de Sirius hizo que el oji-negro lo viera como si le hubieran salido dos cabezas.

Pero finalmente no dijo nada y a su pesar siguió la instrucción del merodeador. Al juntar sus varitas la luz del hechizo se intensificó y nuevamente apareció aquella sombra pero a diferencia de las otras ocasiones comenzó a merodear alrededor de Sirius hasta quedar frente a él.

El Gryffindor sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando la sombra comenzó a merodear a su alrededor, su forma etérea y oscura parecía viva, como si estuviera evaluando su presa antes de atacar. La oscuridad que envolvía el laberinto se hizo más opresiva, y el aire a su alrededor se volvió más denso, casi difícil de respirar. A pesar de la luz intensa que las dos varitas habían creado juntas, la sombra no retrocedió; al contrario, parecía enfocado en otra misión, volviéndose más densa y palpable con cada segundo que pasaba.

Sirius, que hasta entonces había mantenido una fachada de calma, comenzó a sentirse invadido por un terror inexplicable. Sus ojos se movían de un lado a otro, como si buscaran una salida que sabía que no existía. La sonrisa confiada que había esbozado hacía solo unos minutos se desvaneció de sus labios, dejando en su lugar una expresión de puro miedo. Sus manos, que siempre habían sido firmes al sostener su varita, empezaron a temblar incontrolablemente, y el sudor frío comenzó a perlar su frente.

El menor observaba la escena con creciente preocupación. No entendía qué estaba sucediendo, pero estaba claro que aquella sombra estaba ejerciendo un poder nefasto sobre el mayor. La energía que emanaba de la criatura oscura era tangible, y el Slytherin podía sentir cómo su propia magia se resistía a interactuar con aquella oscuridad. Pero lo que más le perturbaba era la transformación en Sirius: el Gryffindor, que siempre había sido tan audaz y desafiante, ahora parecía completamente vulnerable, casi desmoronándose ante sus ojos.

—Sirius —lo llamó Severus, su voz temblando ligeramente a pesar de su intento de mantener la compostura. Pero el Gryffindor no respondió. Sus ojos, que normalmente brillaban con una chispa de determinación, estaban ahora vidriosos, como si estuvieran viendo algo que no estaba realmente allí. Su respiración se volvió errática, y el de cabellos lacios notó con horror cómo el color comenzaba a abandonar su rostro, dejándolo pálido como un espectro.

La sombra, por su parte, parecía crecer con cada momento que pasaba, su forma abstracta y cambiante se volvía cada vez más definida, más amenazante. Era como si se estuviera alimentando del miedo que emanaba del de ojos grises, absorbiéndolo como una esponja y utilizando esa energía para fortalecerse. Severus podía sentir el frío que irradiaba la criatura, un frío que no solo enfriaba el cuerpo, sino que parecía congelar el alma.

Desesperado, intentó hacer que Sirius reaccionara. Dio un paso hacia él, manteniendo la varita firme a su lado, y lo llamó de nuevo, esta vez con más fuerza.

—¡Sirius! —gritó, intentando romper el hechizo que parecía haberlo atrapado. Pero el Gryffindor no hizo ningún movimiento, su cuerpo permanecía rígido, sus ojos fijos en un punto indeterminado frente a él.

Sin perder más tiempo, Severus se movió rápidamente, colocando su mano libre en el hombro de Sirius y sacudiéndolo con fuerza, tratando de sacarlo del trance en el que estaba sumido.

—¡Sirius, reacciona! ¡No es real! —intentó convencerlo, aunque no estaba seguro de si esas palabras eran ciertas.

Al sentir el contacto, Sirius pareció sacudirse ligeramente, como si una parte de él hubiera escuchado la voz de Severus a través del velo de terror que lo envolvía. Pero el progreso fue lento, demasiado lento para lo que el pocionista consideraba seguro. La sombra, notando que su presa estaba a punto de liberarse, se volvió más agresiva, arremolinándose en torno a Sirius como una tormenta oscura, lanzando ráfagas de frío y susurros inaudibles que solo él parecía escuchar.

El Gryffindor luchó contra las imágenes que inundaban su mente, recuerdos dolorosos y miedos profundos que la sombra había desenterrado de los rincones más oscuros de su psique. Pero poco a poco, y con la ayuda del contacto firme de Severus en su hombro, logró empezar a distinguir la realidad de la ilusión. Sus ojos comenzaron a enfocarse de nuevo, y la respiración, aunque aún entrecortada, empezó a recuperar un ritmo más normal.

—No es real... —murmuró finalmente, como si esas palabras fueran su ancla a la realidad. Repitió la frase una y otra vez, cada vez con más convicción, hasta que la sombra, que había estado alimentándose de su miedo, comenzó a retroceder, debilitada por la renovada fuerza de voluntad del Gryffindor.

La luz de las varitas, que había disminuido momentáneamente, volvió a brillar con más intensidad, y la sombra, al darse cuenta de que ya no podía sostenerse, lanzó un último gemido antes de disiparse en la oscuridad, dejando a los dos magos solos en el laberinto una vez más.

Sirius cayó de rodillas, jadeando por el esfuerzo mental y físico que acababa de soportar. Severus, aunque aliviado de que la sombra hubiera desaparecido, no bajó la guardia. Sabía que ese era solo el primer desafío que probablemente los iba a estar atormentando a lo largo de aquel laberinto, y que este aún tenía más pruebas en reserva. Pero por ahora, lo importante era que su acompañante había vuelto a sí mismo.

—¿Estás bien? —preguntó, su tono más suave de lo que acostumbraba.

El mayor asintió, todavía recuperándose, y le dedicó una sonrisa cansada pero genuina.

—Eso creo... Esta será una noche larga —dijo con sinceridad, mientras tomaba aire y se ponía de pie, tambaleándose un poco. La noche aún no había terminado, y ambos sabían que tendrían que seguir adelante, pero en ese momento, habían ganado una pequeña victoria, y eso era lo que contaba. —Hay que seguir —sugirió con pesar al tiempo que levantaba su debil cuerpo y se intentaba convencer de su estado actual, pues aquel ente que lo había atacado le había mostrado lo que era sentir dolor.

Con precaución avanzaron por aquel laberinto, siendo guiados solamente por su instinto, por la necesidad de sobrevivir y las ganas de completar aquella misión, la sombra los atacaba de vez en cuando, pero siempre era Sirius quien se interponía pues él había encontrado la forma de poder crear aquella barrera mental para evitar alimentar a aquella bestia.

En ninguna de las ocasiones había dejado que aquello se acercara a Severus pues si bien era el complejo de Gryffindor salvador el que lo hacía hacerlo, la verdad era que de los dos, sabía que Severus era el más competente para llevarlos hacia el collar. Así que no dejaría que el menor sintiera toda la tortura que aquella sombra traía consigo.

—Creo que estamos dando vueltas en círculos —solto el Slytherin mirando a su acompañante quien se estaba recuperando levemente de otro ataque.

—Parece que llevamos dos horas aquí, y todo se ve igual que antes —las sílabas resbalaban de sus labios como si decir aquellas palabras le causara pereza. Sus varitas seguían unidas emitiendo una luz resplandeciente que lograba iluminar lo que tenían a unos diez metros a su alrededor.

En cuanto Sirius retomo nuevamente una visión normal, pudo apreciar una tenue luz en uno de los pasillos, con su mano libre jalo levemente la túnica del contrario llamando su atención y sin decir ni una sola palabra le señalo hacia la dirección marcada.

Ambos caminaron sigilosos, pues no estaban nada confiados en que la sombra no vuelveria a aparecer y ciertamente no querían un ataque sorpresa.

A los pocos minutos llegaron a la luz, donde un enorme una sombra aprecio frente a ellos, no pasó mucho tiempo para que aquella imagen tomara la forma de Severus.

—¿Por qué mierda hay otro tú? —cuestionó Sirius.

La sombra de Severus se quedó allí, inmóvil por un momento, observando a ambos con una expresión de desprecio que parecía intensificarse con cada segundo que pasaba. Luego, de repente, se giró hacia Sirius, sus ojos oscuros llenos de una malevolencia retorcida, y con una voz baja y peligrosa, siseó:

—Así que este es el famoso Sirius Black, el héroe de Gryffindor, el que todos admiran. Qué patético.

El mencionsdo apretó los dientes, preparándose mentalmente para cualquier provocación que la sombra pudiera lanzar. No había pasado tantos años en Hogwarts sin aprender a lidiar con las manipulaciones y las tretas de las entidades oscuras, pero aun así, sentía una punzada de incomodidad.

—No me importa lo que piense Snape —respondió con una firmeza que intentó proyectar en su voz, aunque el eco de sus palabras en el oscuro laberinto traicionó un ligero titubeo. Severus, quien se encontraba a su lado, notó la pequeña grieta en la armadura emocional de Sirius, pero no hizo comentario alguno. La sombra, sin embargo, no pasó por alto la vacilación.

Esbozando una sonrisa oscura, la sombra dio un paso hacia adelante, acortando la distancia entre ellos, su presencia se hacía más opresiva con cada movimiento.

—¿De verdad no te importa, Black? —preguntó, su voz burbujeando con un veneno que parecía penetrar hasta los huesos—. ¿No te interesa saber que, para Severus, eres solo un arrogante, un idiota que nunca ha tenido que luchar por nada en su vida? Alguien que siempre ha tenido todo lo que quería, sin esfuerzo. Alguien que simplemente... no entiende.

Sirius sintió un nudo en el estómago, pero se obligó a mantener la calma. Miró brevemente al Slytherin, intentando discernir si lo que decía la sombra era verdad o si solo era una manifestación distorsionada de las inseguridades del propio Severus. Sin embargo, Severus parecía tan concentrado en la sombra que su expresión era ilegible.

La sombra continuó hablando, su tono cada vez más afilado, más cortante.

—¿Sabes, Black? A veces me pregunto cómo es que alguien como tú ha logrado mantenerse a flote. Todo ese carisma y encanto solo son máscaras, ¿no? Detrás de ellas, ¿qué hay realmente? ¿Un niño asustado, tal vez? ¿Un niño que nunca fue lo suficientemente bueno para su propia familia?

Sirius sintió un pinchazo en el corazón ante esas palabras. Sabía que estaba siendo manipulado, que la sombra intentaba provocarlo, pero la verdad es que las palabras tocaban un nervio. Y eso era lo que la sombra quería: hurgar en sus miedos más profundos.

—¿O tal vez... —la sombra hizo una pausa deliberada, disfrutando el momento— tal vez es la culpa la que te atormenta? Culpa por ser quien eres. Culpa por haber dejado atrás a tu familia. Por haberlos traicionado. Después de todo, ¿no es eso lo que haces mejor, Black? ¿Traicionar a los que te aman?

—¡Cállate! —gruñó, sintiendo cómo la ira comenzaba a burbujear en su interior. Pero la sombra solo se rió, una risa hueca y cruel que resonó en las paredes del laberinto.

—¿Lo ves? —dijo la sombra, su tono goteando sarcasmo—. Ahí está. El verdadero Sirius Black, tan fácil de manipular, tan predecible. Siempre a la defensiva, siempre reaccionando. Eres tan simple, Black. Tan... transparente.

De repente, otra voz, suave y seductora, rompió el aire tenso.

—¿Por qué tanto enojo, Sirius? —susurró la nueva presencia detrás de él. Sirius se giró bruscamente para encontrarse con otro Severus, pero este era diferente. Su mirada no era fría ni calculadora, sino intensa y... tentadora. La nueva sombra dio un paso hacia él, sus ojos centelleando con una emoción que no pudo identificar de inmediato—. ¿Acaso te molesta tanto que la sombra esté exponiendo verdades que preferirías ocultar?

El corazón de Sirius latía con fuerza en su pecho mientras sentía la cercanía del nuevo Severus. La confusión y la sorpresa lo embargaron. Sabía que todo esto era una ilusión, una trampa del laberinto, pero aun así, la manipulación era casi perfecta.

Busco con sus ojos al verdadero, pero se dio cuenta que ahora estaba siendo rodeado por muchas sombras, las cuales habían tomado la figura en identidad del Slytherin, sin embargo, el quería creer que el verdadero Severus seguía ahí con él. 

—¿O tal vez... —dijó la sombra coqueta regresandolo con apuro a la conversación, este Snape diferente se inclinó más cerca, su voz un susurro seductor— es que temes que haya algo de verdad en todo lo que se ha dicho? Algo que no puedes ignorar.

Levantó una mano y la deslizó suavemente por el brazo de Sirius, enviando un escalofrío por su cuerpo.

—¿Qué dirías si te mostrara lo que realmente podríamos ser, Sirius? —insinuó, sus labios apenas rozando el oído de del nombrado—. Lo que podríamos tener... si dejaras de lado esas defensas y me permitieras entrar.

Sirius estaba atrapado entre varias versiones del de pelo lacio, de sus inseguridades y deseos. 

 

...

 

Narra Severus

No supe cuando perdí de vista a Sirius y me vi rodeado de infinitas copias mías, una cada vez más bizarra que la anterior. El ambiente se había vuelto sofocante y aunque no me gustaba admirirlo el no ver a Black me ponía intranquilo.

Mis dobles formaban una especie de barricada rodeando a donde creo que habían arrinconado a Black pero por más que intentaba no me podía mover siquiera de el mismo lugar, mi varita apenas iluminaba a mi alrededor, suponía en ese momento que Sirius estaría con la misma iluminación y claro, rodeado de varios yo falsos.

—¡Black! —intente llamarle pero no recibí respuesta, había tantas voces idénticas a la mía que se perdían entre el montón, en estos momentos era cuando me arrepentia de haber venido a esta locura.

—El está muy entretenido —me dijo una sombra.

—Callate y déjame pasar —le sisée intentando hacer de lado a aquel Severus más alto que yo.

—¿Por qué lo ayudas? —volvio a hablarme. —El te hizo la vida imposible —intentaba no escucharlo, no quería hacerlo, solo quería ir con Sirius, quería asegurarme de que la sombra que se alimenta de su miedo y energía no aparezca, quería estar ahí para lograr que la iluminación de las varitas se juntan y volver a ver con claridad, quería verle.

—Dejamos eso atrás hace mucho tiempo —le aclare a mi doble y seguí empujando a los demás con fuerza, en esos momentos lamenté mis brazos débiles y mi falta de fuerza.

—Dejalo, olvídalo.

—¡Sirius! —llame desesperado, sintiendo como varias manos se enrredaban en mis ropas y buscaban hablarme lejos del centro de aquella barricada.

—¡Severus! —escuche el grito de respuesta, pues había dejado todo mi aliento en aquel último grito. Mis latidos comenzaban a escucharse, y mi respiración se volvía irregular, tenía miedo, pero no sabía si tenía por mi seguridad o por la de aquel tonto Gryffindor.

Con mis manos sudorosas y mi mente abrumada logré llegar al centro, donde vi a Sirius siendo abrazado por una copia mía y amenazado por otra.

—Dime Black, crees que el verdadero Severus siquiera le importes, es muy probable que ahora mismo se haya ido y te haya dejado solo —escuche decir a una de ellas.

—Si bien, no iniciamos de la mejor manera se que Severus no me dejaría aquí —los demás Severus rieron ante esto, yo solo quería acercarme a Sirius, intentar acabar este pequeño reto.

—Oh, Black, tienes un pensamiento muy inocente, eso le debe de gustar a varias personas —exclamó el Severus que tenía abrazado el brazo de Sirius, debía admitir que me dio algo de gracia como este intentaba quitarlo con cuidado.

—Además, si hubiera una posibilidad de que el Severus real este aquí, no creo que seas capaz de diferenciarlo —con una sonrisa en el rostro el doble amenazante se esfumó entre los demás, seguido del coqueto que por fin lo había soltado.

Ahí fue cuando descubrí que esos retos eran pruebas individuales, Sirius tendría que demostrar que me conoce lo suficiente para no desaparecerme con algún hechizo, y yo tendría que mostrar que tanto me importa Black, pues había tenido la opción de irme.

—Bien...—con unos ágiles movimientos de varita mire como Black lanzaba el hechizo de bombarda a varios de las sombras sin pensarlo, eso me asusto demasiado pero después mire que tenían estás en común: eran más altas que yo o más bajas. El que Black se sepa mi estatura me causaba intriga, quizás es más observador de lo que pensé.

—Severus, no sé cómo hacer esto, no quiero equivocarme —intente decirle algo pero mi voz no salía de mi garganta, quizás la ansiedad, la depresión, la presion. —Todos los demás se ven...tan iguales —lo último lo soltó en un susurro que apenas pude oír, pues parecía que el intentaba no fallar.

Con mis manos todavía temblorosas y el corazón latiendo a un ritmo irregular, observé cómo Sirius se debatía frente a las sombras que tomaban mi forma. Me quedé inmóvil, atrapado en el horror de la situación, sin poder intervenir, aunque cada fibra de mi ser gritaba por hacerlo. Sabía que este era un desafío tanto para él como para mí, y que cualquier acción precipitada por mi parte podría arruinarlo todo. 

Sirius, con la varita firmemente sujeta en su mano, giraba la mirada de un lado a otro, evaluando a cada una de las copias. Su expresión, aunque tensa, no mostraba miedo. Lo que sí veía en sus ojos era una determinación que no había visto antes. Como si, de repente, estuviera resuelto a descubrir la verdad, a demostrar que me conocía mejor de lo que jamás podría haber imaginado.

—Sé que estás aquí, Snape —murmuró, más para sí mismo que para mí. Había algo en su voz, una mezcla de certeza y duda. Sabía que tenía que encontrarme, pero también era consciente de lo delicada que era la situación.

Con destreza elimino aquellas sombras que no cumplían ciertas características mías, el color de ojos, la forma de mi nariz, el lacio de mi cabello o incluso el color de mi piel. Lo que en un principio eran cientos de sombras imitando mi forma, se había reducido a una cantidad mucho menor.

Las sombras que quedaban, unas cuatro, seguían imitando mis gestos, mis expresiones, pero Sirius no se dejaba engañar tan fácilmente. Avanzó lentamente hacia una de ellas, el semblante impasible, y se inclinó para observarla detenidamente.

—Tienes algo extraño... —dijo con una ligera sonrisa irónica—. Tu túnica está demasiado... limpia.

Me quedé quieto, expectante. Claro, era un detalle nimio, pero él lo había notado. Las sombras intentaban replicar todo lo que podían de mí, pero era cierto, mi túnica no siempre estaba impoluta, especialmente después de un enfrentamiento con una sombra viviente y un hechizo defensivo, había manchado mi túnica cuando peleamos con la sombra del principio.

Con un simple gesto de varita, la sombra desapareció, y Sirius dio un paso atrás, más confiado.

—Bien, eso fue fácil —murmuró, aunque su tono de voz delataba que sabía que no todo sería tan sencillo.

Observó a las tres sombras restantes con más detenimiento. Luego, se detuvo un momento, respirando hondo. Sabía que estaba usando no solo su varita, sino su mente. Estaba pensando, recordando.

—Snape —murmuró, esta vez con más certeza—, siempre caminas ligeramente inclinado hacia la izquierda cuando estás tenso.

Mis ojos se abrieron un poco ante esa observación. Era cierto, era algo que hacía sin darme cuenta, una pequeña inclinación de mi cuerpo cuando estaba bajo presión, como un hábito físico que no había podido erradicar. 

Sirius caminó hacia la sombra que imitaba esa postura, evaluándola con la mirada antes de volver a sacudir la cabeza.

—Pero no... tú no alzarías la ceja de esa manera... Eso es una imitación demasiado exagerada de lo que harías.

Con un movimiento ágil, hizo desaparecer la segunda sombra, reduciendo las opciones a dos. Mi corazón se aceleraba a medida que lo veía procesar, analizar cada pequeño detalle con una precisión que jamás hubiera esperado de él. 

Ahora quedaban solo dos sombras frente a él, una a la derecha y otra a la izquierda. Ambas estaban de pie, idénticas en postura, pero pude ver cómo Sirius entrecerraba los ojos, buscando diferencias que solo él conocía.

—A ti te gusta mantener la distancia —comentó, su voz más baja, casi un susurro—, siempre te alejas ligeramente de cualquier toque, evitas el contacto... Pero tú —señaló a la sombra de la izquierda—, te estás acercando un poco más de lo normal.

La observación me dejó helado. Sirius había notado cómo, incluso en momentos de estrés, yo mantenía esa barrera física, esa defensa constante. La sombra de la izquierda, al parecer, había fallado en replicarlo completamente. Con otro hechizo, hizo que desapareciera.

Solo quedaba una sombra. Solo quedaba yo. Pero él todavía no parecía convencido. Sirius caminó lentamente alrededor de la figura, evaluando cada parte de mí con una intensidad que me incomodaba.

—La manera en que sostienes tu varita —dijo de repente—. Siempre la mantienes un poco más baja cuando estás pensando, como si no quisieras que nadie viera lo que estás por hacer... —sonrió con una mezcla de ironía y admiración—. Sutil, Snape. Muy sutil.

Se acercó, sus ojos fijos en los míos, y por un breve momento, sentí como si él realmente pudiera ver a través de todas las capas de defensa que había construido a lo largo de los años.

—Sé que eres tú —susurró, su voz firme, segura—. Porque incluso en medio de esta locura, mantienes esa calma que siempre te define, esa frialdad que nunca se rompe... excepto cuando alguien realmente se te acerca.

Quise hablar, pero mis labios permanecieron sellados. Sirius, sin dudarlo más, alzó su varita y conjuró un último hechizo, disipando las ilusiones restantes.

Finalmente, solo quedamos él y yo, cara a cara. Me miró con una mezcla de alivio y algo que no pude identificar de inmediato. Quizás era respeto, quizás era algo más profundo.

—¿Qué te hace pensar que no te lanzaría un hechizo por error? —logré decir finalmente, mi tono algo seco.

Sirius sonrió levemente, una sonrisa genuina y cansada.

—Porque, a pesar de todo, te conozco mejor de lo que crees. 

Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Tal vez, después de todo, Sirius Black era mucho más observador de lo que yo le había dado crédito.

Cuando me di cuenta de lo cerca que estaba de mi, aunque sea rebasando sutilmente mi límite, me alejé, le sonreí aunque pareció salir más una mueca.

—Ahora siento que observas todo de mí y eso es incómodo —digo con cuidado en mis palabras y rápidamente juntando nuestras varitas en un Lumus Maxima cada una, no queremos más sombras.

—¿Nadie se había fijado en tus detalles antes? —me pregunto con su típica sonrisa burlona, esa sonrisa que sabes que el espera escuchar algo, esa sonrisa que cansa pero que quizás es uno de sus sutiles detalles.

—Quizas simplemente no me lo dicen, ¿Que más hago Black? —le mire retador pero algo en mi decía que esto era divertido, que quizás podría resultar todo de una manera conveniente.

Sirius mantuvo esa sonrisa burlona en su rostro mientras entrelazábamos la luz de nuestras varitas, creando un halo brillante que mantenía a raya cualquier sombra. Pude ver el brillo en sus ojos, ese brillo de alguien que había ganado un pequeño juego, una batalla sutil de ingenio. Pero sabía que yo no iba a dejarlo ganar tan fácilmente.

—¿Qué más haces, Snape? —repitió, fingiendo pensarlo mientras nos adentrábamos más en el laberinto—. Bueno, para empezar, pones esa cara de indiferencia, pero en el fondo, te divierte. Aunque nunca lo admitirías, por supuesto.

Le lancé una mirada mordaz, pero él se rió entre dientes. Era irritante, sí, pero había algo en ese intercambio que, contra toda lógica, me hacía sentir una chispa de complicidad que jamás hubiera esperado. Era como si por primera vez no estuviéramos solo intercambiando insultos vacíos.

—Ah, ¿ahora eres experto en leer mis emociones también? —pregunté, manteniendo mi tono sarcástico, aunque había un destello de curiosidad genuina en mis palabras. 

—No necesito ser un experto —respondió con naturalidad—. Solo soy un tipo que ha pasado demasiados años lidiando contigo y tus misterios. 

Nos detuvimos en una encrucijada del laberinto. Las paredes de piedra se alzaban a nuestro alrededor, el eco de nuestros pasos y de nuestras voces parecía rebotar y multiplicarse. Sirius inclinó la cabeza, observando el camino frente a nosotros como si intentara decidir por dónde continuar.

—¿Y qué es lo que has descubierto en todo este tiempo? —pregunté con un deje de sarcasmo en mi voz, aunque, en el fondo, quería saber qué pensaba.

Sirius me lanzó una mirada rápida, una mezcla de desafío y juego.

—Que bajo esa capa de oscuridad y misterio, eres mucho más humano de lo que te gusta admitir. Y que, por mucho que lo intentes, no eres tan difícil de leer como crees.

Ese comentario me tomó por sorpresa, y me detuve por un momento. Su tono había cambiado, había una sinceridad detrás de sus palabras que no esperaba. Era como si, por un breve instante, hubiera bajado su propia guardia, dejándome ver algo más allá de su fachada.

—Quizás simplemente no soy tan bueno en ocultar mis emociones cuando estoy contigo —solté, casi sin pensarlo.

La sorpresa en el rostro de Sirius fue palpable. Su sonrisa burlona desapareció por un momento, sustituida por una expresión de genuina sorpresa. Era raro verlo desarmado, aunque fuera solo por unos segundos.

—¿Eso fue un cumplido? —preguntó, alzando una ceja.

Lo miré de reojo, y antes de que pudiera responder, conjuré un hechizo hacia el pasillo que teníamos enfrente, buscando disipar cualquier nueva sombra que pudiera aparecer. La luz se expandió, revelando un camino aparentemente despejado. Sentí cómo Sirius me observaba mientras lo hacía, y supe que seguía esperando una respuesta.

—No te emociones, Black —dije con frialdad fingida—. Solo te doy algo para que sigas hablando. Sabes que disfrutas escucharte a ti mismo.

Pero no pude evitar esbozar una ligera sonrisa mientras lo decía, lo suficientemente pequeña como para que él apenas la notara. Era un pequeño gesto, pero suficiente para que yo mismo me diera cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no me molestaba su compañía tanto como solía hacerlo.

—No te preocupes, Snape. Siempre tengo algo que decir. —Y, por primera vez en lo que parecía una eternidad, su sonrisa burlona no me resultó tan agotadora.

Atravesamos aquel camino encontrando en uno de los fondos una luz resplandeciente, eso flotaba en medio de un lago que parecía no tener profundidad, era el centro del laberinto, y era increíblemente hermoso, la luz de aquel objeto flotante estaba encapsulada, como si ese fuera un castigo, quizás eso es lo que permite que la sombras vivan.

—Ese debe de ser el collar.

—Vaya, eres un genio, no se me habria ocurrido —solte rodando los ojos con cuidado y analizando como deberíamos de atravesar aquel lugar.

—No hace falta ser tan mordaz —contestó mirándome con recelo fingido, como un perro haciendi una rabieta cuando es regañado. —No creo que sea tan fácil como cruzar el lago y ya —tenia razón, algo era raro, la facilidad era rara.

Observé el lago con detenimiento, algo no encajaba. Las aguas eran tan oscuras que parecían absorber la luz, como un pozo sin fin. El collar, flotando en el centro, emitía una luz dorada, pero su brillo no llegaba a iluminar más allá de su entorno inmediato. El contraste entre el resplandor del objeto y la oscuridad a su alrededor era tan marcado que daba la sensación de que el collar estaba atrapado, como una estrella prisionera de la sombra misma.

—Tienes razón, Black —admití, sin apartar los ojos del lago—. Esto no será tan simple. El collar está protegido por algo más que las sombras... 

Sirius frunció el ceño y se acercó al borde del agua, observando cómo las ondas casi invisibles se deslizaban en la superficie, como si algo se moviera bajo ellas. Ambos sabíamos que esto no era un simple lago. Nada en este laberinto había sido sencillo hasta ahora, y este desafío no iba a ser la excepción.

—¿Qué sugieres, Snape? —preguntó con un tono que dejaba entrever su preocupación, pero también su impaciencia habitual.

—Primero, necesitamos entender qué es lo que hay aquí. Las sombras viven gracias a esa luz —señalé el collar flotante—, lo que significa que, para alcanzarlo, debemos sortearlas, o enfrentarlas directamente. Pero... algo más está protegiendo este lugar.

—¿Te refieres al agua? —preguntó Sirius, observando el líquido oscuro con una mezcla de desconfianza y curiosidad.

Asentí lentamente. —No es agua común, es algún tipo de trampa. Quizás mágica o... viva. Si intentamos cruzar sin tener un plan, podríamos acabar atrapados allí.

Sirius suspiró, claramente frustrado. —¿Tienes alguna idea brillante? Porque dudo que nadar sea la mejor opción.

Lo miré con una mezcla de impaciencia y concentración. —Podemos intentar levitar el collar hacia nosotros, pero si fallamos, podría activarse una protección aún peor. O podríamos invocar algún tipo de puente, aunque no sabemos si el agua es sensible a la magia que usamos.

Sirius se quedó en silencio por un momento, evaluando nuestras opciones. Luego, una leve sonrisa se formó en sus labios.

—¿Y si le damos al lago lo que quiere? —preguntó de repente.

Fruncí el ceño, no entendiendo su lógica. —¿A qué te refieres?

—Todo este lugar está diseñado para enfrentarnos a nuestras sombras, nuestros miedos, nuestras dudas... ¿y si el lago es solo otra prueba? Tal vez, en lugar de evitarlo, deberíamos enfrentarlo de frente. 

Lo miré, desconfiado. —¿Quieres saltar dentro?

Sirius sonrió, esa sonrisa atrevida que parecía salir cuando más peligroso era el escenario. —No. Pero quizás, si nos acercamos lo suficiente, el lago nos mostrará lo que teme, igual que las sombras.

Era una idea arriesgada, pero algo en sus palabras resonaba con el propósito del laberinto. Nos había puesto a prueba una y otra vez, enfrentándonos a nuestros propios reflejos y temores. Tal vez este lago no era diferente.

—Está bien —dije al final, tomando aire—. Pero debemos estar preparados para cualquier cosa. Si el lago reacciona, tendremos que pensar rápido.

Sirius asintió, y juntos, nos acercamos al borde del lago, nuestras varitas alzadas. La luz de Lumos Maxima temblaba ligeramente, como si algo en la oscuridad del agua absorbiera su energía. Dimos un paso más hacia adelante, y justo cuando estábamos a punto de tocar el borde, el agua comenzó a moverse.

Ondas se formaron, extendiéndose desde el centro hacia nosotros. Y entonces, lo que parecía ser una figura comenzó a emerger del agua. No era una sombra, no como las anteriores. Esta vez, parecía... un reflejo distorsionado, casi humanoide.

—¿Qué diablos es eso? —susurró Sirius.

—Es lo que protege el collar —respondí con voz baja, aunque mi mente estaba trabajando rápido, intentando encontrar la lógica detrás de esta nueva aparición.

La figura avanzó, lentamente, arrastrando consigo el mismo peso de la oscuridad que habitaba el agua. No hablaba, pero podía sentir su presencia aplastante, una fuerza que parecía alimentarse de nuestra duda.

—Snape... creo que va a atacarnos —advirtió Sirius, alzando su varita.

—No. Espera —lo detuve, mi voz más firme de lo que sentía en ese momento—. Este es otro reto... es el último.

El ser, la manifestación de nuestras sombras combinadas, se acercaba. Sabía que, si queríamos salir de este laberinto y conseguir el collar, deberíamos enfrentarnos, una vez más, a aquello que el laberinto buscaba mostrarnos. Solo que esta vez, no solo se trataba de sobrevivir, sino de aceptar quiénes éramos realmente.

El aire alrededor de nosotros parecía volverse más pesado con cada paso que la figura tomaba. No era una simple sombra como las que habíamos enfrentado antes; era una mezcla de algo más profundo, más oscuro. Podía sentir cómo su presencia intentaba penetrar mis pensamientos, hurgar en los rincones de mi mente donde guardaba los recuerdos más enterrados y los sentimientos más reprimidos. Me estremecí involuntariamente.

—Snape, no creo que esto sea solo un espejismo —dijo Sirius, su voz tensa, pero había algo más en su tono. No era miedo exactamente, pero sí una cautela que no le había visto antes.

—Es más que una ilusión —admití, manteniendo mis ojos fijos en la figura que emergía completamente del lago. Sus rasgos eran vagamente familiares, pero distorsionados, como si alguien hubiera mezclado nuestras facciones en una criatura más alta, más poderosa, pero también monstruosa—. Nos está mostrando nuestras sombras combinadas. Nuestras debilidades, nuestros miedos, y tal vez lo peor de nosotros.

Sirius lo miró detenidamente, su mandíbula apretada mientras trataba de contener cualquier signo de vacilación. —¿Qué propones? —preguntó, sin dejar de vigilar los movimientos del ser.

Sabía que no podíamos simplemente atacarlo sin más. El laberinto nos había enseñado que luchar contra nuestras sombras solo las fortalecía. Debíamos enfrentarlo de una manera diferente. El collar en el centro del lago simbolizaba la luz, pero esa luz estaba atrapada, como lo estábamos nosotros, dentro de nuestras propias dudas y rencores. Teníamos que liberarnos para poder liberar el objeto.

—No lo atacaremos —dije, aunque la idea de no luchar contradecía mi instinto inicial—. No se trata de derrotarlo. Se trata de aceptarlo.

Sirius me miró de reojo, claramente confundido. —¿Aceptar qué? ¿Nuestras sombras?

Asentí, tragando el nudo en mi garganta. —Sí. El laberinto no está aquí para destruirnos. Está aquí para que enfrentemos lo peor de nosotros mismos. No podemos escapar de nuestras sombras, pero podemos aceptarlas. Ese... ese es el verdadero reto.

Sirius parecía luchar internamente con mis palabras, su necesidad de combatir lo que no entendía en conflicto con la lógica de la situación. Pero antes de que pudiera responder, la figura, ahora a solo unos metros de nosotros, levantó una mano oscura y una voz profunda y distorsionada habló por primera vez.

—¿Crees que puedes aceptar lo que realmente eres, Sirius Black? —La voz era un eco lejano de las palabras de Sirius, como si fuera un eco de sus propios pensamientos más oscuros—. ¿O seguirás huyendo, escondiéndote detrás de tu fachada de valentía?

Sirius apretó los puños, su varita aún elevada, pero noté que sus labios se tensaron. Algo en esas palabras lo había tocado más de lo que él quería admitir.

La figura se giró hacia mí, y aunque no habló, pude sentir lo que intentaba proyectar. Sabía lo que había en mi interior, lo que siempre había intentado mantener a raya. El resentimiento, la amargura, la soledad.

—Snape —Sirius interrumpió mis pensamientos, su voz ahora más baja, casi temblorosa—. ¿Estás seguro de esto?

Lo miré a los ojos y vi, por primera vez en mucho tiempo, la duda en él. No la arrogancia habitual, no la burla. Solo duda. Y supe que ese era el momento en el que todo cambiaría, para ambos.

—Sí —afirmé—. Pero tenemos que hacerlo juntos. 

Sirius vaciló solo un segundo más antes de bajar su varita lentamente. Yo hice lo mismo, respirando profundamente mientras me enfrentaba a la figura, a nuestra sombra combinada. Dimos un paso adelante, no como enemigos, sino como quienes aceptarían lo que éramos, tanto lo bueno como lo malo.

La figura pareció detenerse por un momento, como si estuviera esperando algo. Luego, sus ojos brillaron con un destello ominoso.

—Entonces, demuéstrenlo —dijo, y todo el laberinto tembló a su alrededor.

Nos quedamos quietos, esperando lo que viniera. Pero no fue un ataque lo que siguió. En lugar de eso, la figura comenzó a desmoronarse, lentamente, como si el hecho de que nosotros la aceptáramos la debilitara. Con cada segundo que pasaba, la oscuridad que la rodeaba comenzó a disiparse, y cuando finalmente desapareció por completo, el lago se calmó.

La luz que envolvía el collar se volvió más brillante, y por un breve momento, parecía que todo en el laberinto había sido restaurado a su estado original. Las sombras no podían persistir donde la luz había sido aceptada.

Sirius exhaló con fuerza, como si hubiera estado conteniendo la respiración todo el tiempo. —Nunca pensé que algo así fuera posible —admitió, su tono aún incrédulo, pero más relajado.

Lo miré, sintiendo una extraña sensación de alivio también. —Eso es lo que hace la verdadera luz, Black. No solo ilumina, sino que expone todo, incluso lo que no queremos ver.

Dio un paso hacia el borde del lago y extendió la mano hacia el collar flotante, que ahora parecía más cercano que nunca. Su dedo rozó la superficie brillante, y el objeto descendió suavemente hacia sus manos, como si por fin hubiera sido liberado de su prisión.

Habíamos ganado. No solo el collar, sino algo más importante: la comprensión de nuestras propias sombras y quizás la comprensión de nosotros mismos.

—Snape...tu muñeca —mire fijamente aquella zona y pude apreciar con suavemente en mi muñeca se dibujaba un sol, uno pequeño pero elegante.

Mire a Sirius y pude notar que su cuello brillaba levemente, no lo dije con palabras pero señale mi propio cuello para darle a entender que el también tenía una marca.

—Quizas es por qué nos acepto a los dos como sus dueños —le reste importancia y mire como en las manos de Sirius se encontraba ese collar demasiado lindo, con un dije de sol dorado tan brillante que puede cegar a plena vista, cadena de oro de un grosor delgado.

Comencé a mirar a mi alrededor observando que ya no había ningun lago ni un laberinto, solo una puerta que imaginaba era la salida, mientras mi vista estaba pérdida senti como algo frío metálico tocó mi cuello, me quedé quiero sintiendo como Sirius respiraba tranquilamente detrás de mí, escuchando como colocaba cuidadosamente aquel collar alrededor de mi cuello.

—Soy más de joyería plateada —me sorprendió que aquello saliera en un susurro como si quisiera que él no me escuchará.

—A mí me parece que te queda bien —su voz cerca de mi me genera un escalofrío, puedo sentir que sus dedos siguen tomando la cadena en mi cuello.

—Necesito verlo para comprobarlo.

—Necesitas creerlo, Severus —tenia el impulso de recargarme en él y me enoje con mi cuerpo, me enoje porqué yo nunca había sentido algo así, me aterra la necesidad con la que quería que sus brazos rodearán mi cuerpo, abrazo le llaman...pero a mí no me gustan los abrazos.

O eso creo.

No recuerdo muy bien cómo llegamos a las mazmorras, solo quizás que Sirius había sacado una capa de invisibilidad y con ello nos escabullimos hasta llegar a donde estamos ahora, me da nervios pensar en la sensación que esperimente hace unos minutos, pero como ya lo había dicho Black hace rato, soy fácil de leer cuando estoy con él.

—Te dejo y me voy, el toque de queda fue hace mucho y mañana tengo esa fiesta —la voz de Sirius me saco de mis pensamientos cuando en un rincón nos quitamos la capa de encima, eran tan pequeña que el espacio entre nosotros era nulo, podía incluso sentir su respiración cerca de mí.

—Si, claro, recuerda que no todo saldrá mal, Sirius, quizás podrías disfrutar aunque sea beber el ponche que te den —sabia que a Sirius eso no le gustaba, el sentirse fuera de lugar, me separé lentamente y le di la espalda, no avancé más de un paso cuando lo escuché.

Verus —me sorprendió que me llamara por aquel apodo, nadie me había dicho así en la vida, mis amigos me decían Severus o Sev, solo mi madre me decía de aquella manera.

Cuando iba a voltear a verle aun con mi rostro asombrado, sentí como sus brazos rodearon mi cintura, como su cabeza se enterraba en mi cuello y aprisionaba mi espalda contra su pecho. Yo seguía inmovil, no me movía absolutamente, mi sorpresa era incluso más grande que antes, pero no me queje.

—Querias un abrazo ¿no? —preguntó sin burla en su voz, solo su calmada respiración chocando con mi cuello, mi hombro sintió el movimiento de sus labios pues él seguía enterrado en aquella curvatura.

—Y-yo.

—No eres tan bueno en ocultar lo que sientes —recalcó las mismas palabras que yo utilice en algún punto de la noche.

—Solo contigo, creo.

—Solo conmigo.

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