Misterios

Harry Potter - J. K. Rowling
F/F
M/M
G
Misterios
Summary
Los Merodeadores, liderados por James Potter, Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew, se embarcan en una intrépida aventura al descubrir un antiguo pergamino que revela secretos ocultos de Hogwarts. A medida que desentrañan enigmas mágicos y pasadizos secretos, se topan con misteriosos eventos del pasado de la escuela, desencadenando el desafío de proteger a Hogwarts de fuerzas oscuras que amenazan con resurgir.Pero también juntando sus destinos con los príncipes de Slytherin, lo que ocasiona descontentos pero también surge el amor.
All Chapters Forward

XVI Bosque

Narrador omnisciente

—Bien Remus, ¿Por qué querías hablar?— pregunto James después de recibir el pequeño aviso mientras caminaba en uno de los pasillos de Hogwarts, regreso corriendo a la guarida donde Peter y Remus se encontraban.

—Falta Sirius— aclaro sentándose en su característico cogin amarillo.

—Aca estoy, acá estoy, solo me fui a dormir, ¿Que pasa?— cuestionó saliendo cuidadosamente de la puerta del librero intentando que no se vea quien se encontraba dormido en su cama.

—Se que siempre soy el primero en decirles que deben comportarse y dejar de ser imbéciles, pero no me gusta esto— hablo el castaño claro mirando a sus amigos.

Las caras de confusión se hicieron notar, siempre pensarían que el licántropo sería el primero que no le molestaría la presencia de los Slytherins.

—Y el miedoso siempre soy yo, Moony, no tiene nada de malo que esten con nosotros solo cuando Don lo indique— comento el rubio aún impactado por lo que su amigo decía.

—Si, dices eso por qué estabas besándote con Crouch hace 10 minutos— y aunque en ese mismo instante el de cicatrices se arrepintió de decir aquello, por lo menos las miradas de curiosidad, impacto y enojo no iban dirigidas a él.

—¿QUE?— preguntaron los dos leones más extrovertidos.

—Eso es mentira, yo nunca me he besado a Crouch hasta hoy, seguro lo hizo para molestar a Remus— intento escusar con un leve tropiezo en sus palabras.

—Pero si te beso— acuso James con un aura de enojo alrededor de él.

—Si, lo hizo, pero ese no es el punto, no dejen que Remus cambie de tema— tengo en un pequeño berrinche el menor de todos.

—Cierto, Remus, ya fue, no tiene por qué molestarte, tampoco te tienes que casar con nadie por toda la vida, solo es de aquí hasta que terminemos las misiones de Don— explico con obviedad el de rizos largos mirando con incredulidad al de cicatrices.

—Lo se, pero, algo no me da buena espina de esto— explico su sentir con angustia.

La mirada penetrante de Sirius intentaba adivinar lo que Remus estaba sintiendo, cual era el verdadero problema, ¿que había pasado con el lobo que conocía antes? El castaño regresaba la sospecha de esa mirada plateada con la suya color dorado.

—Moony, basta, que te hizo sentir eso, no dudamos de tu instinto pero, intenta explicarlo— recuperó James sus estribos intentando acomodar los datos de la conversación.

—Miren, sé que les debemos algo por habernos ayudado, pero algo con su forma de acercarse a nosotros, su curiosidad, algo me causa mala espina— sus palabras iban cada vez más dudativas sintiendo ahora miradas de confusión sobre él.

—Bueno, pero como dice Quill, nada es casualidad, así que si todo esto ya estaba planeado pues solo queda aceptarlo— dijo el rubio dirigiéndose a su estante de golosinas y abriendo con cuidado una compuerta secreta en la pared al lado del sillón. —Ire a cocinar galletas, no quiero ir a Hogwarts— tarareo antes de abandonar aquella sala.

—Worms tiene razón, ahora con su permiso me iré a dormir— respondió caminando con determinación a aquella librería para poder llegar a aquella habitación.

—¿Como que Peter dejo que Crouch lo besara?— pregunto el de lentes intentando controlar su lado sobreprotector.

—No me hagas caso James, no tenía por que mandar a Peter al frente solo por qué estuviera consternado— explico restándole importancia e intentando salir de la guarida sintiendo todavía con el aquel mal presentimiento. —Y no hostigues a Worms, déjalo, mamá gallina— dijo intentando quitarle peso a la situacion y a la tensión que rodeaba a James.

 

...

 

Narra Regulus

La situación no me gustaba, para nada. Estaba en los jardines ocultos en una de las alas del castillo, tenía frío y me arrepentía de no haber traído mi abrigo conmigo. ¿En qué diablos pensaba cuando le dije a Potter? Murmuré con disgusto, notando cómo el aire caliente que salía de mi boca se convertía en humo.

—Perdón, tuve una pelea con alguien —llegó aquel imbécil Gryffindor al cual maldecía por hacerme esperar en el frío.

—No me interesa, no pregunté —respondí, pero pude notar cómo su expresión se suavizaba en una sonrisa al ver mi rostro. Podía jurar que mis mejillas y mi nariz estaban coloreadas de rojo claro por el frío.

—Mini Black —cuánto odio ese apodo. —¿No trajiste nada para abrigarte? —Aunque se notaba la sinceridad de su voz, decidí no contestarle y comenzar a caminar. Mala idea solo haber traído un pantalón de tiro recto y la camisa blanca del uniforme. Me iba a congelar.

Sentí que él comenzó a seguirme sin decir ni una palabra, y era mejor así. No quería explicar el por qué Quill me había mandado a aquel lugar ni por qué había dicho que debía ir con el Gryffindor. Sabía que tenía a 4 leones para elegir, pero siendo sincero, James es el único que abarcaba las características, y no quería probar suerte eligiendo a alguien más.

Con apuro nos adentramos al frío bosque. Tenía que acabar esto de manera rápida. Desearía mucho estar en mi habitación con la chimenea encendida. Con ese pensamiento acogedor, pude incluso sentir cómo mi cuerpo dejaba de temblar y se acostumbraba a una cálida temperatura. Grande fue mi sorpresa cuando vi que James ya no tenía su chaqueta de mezclilla. Intentando averiguar dónde se encontraban de forma disimulada, parecía que fracasé.

—Hace frío, no quiero que te congeles —explicó mientras caminaba a la par de mí.

—No tenías que hacerlo —le susurré un poco avergonzado, pero discretamente me coloqué correctamente la prenda, sintiendo el disimulado cobijo del calor que había quedado en ella.

—¿A dónde vamos? —cambió el tema rápidamente, y decidí también hacerlo, aunque no sabía cómo responder a aquella pregunta. Quill no le había dado indicaciones claras.

—Solo sígueme, Potter, no te pierdas —fue lo que atiné a decir, mirando cómo él no contradecía nada.

Caminamos por un sendero rodeado de árboles a los laterales. El aire nocturno estaba impregnado de un aroma fresco y terroso, mientras las sombras bailaban alrededor de mí, deslizándose entre los troncos como criaturas mágicas juguetonas. La luna, con su resplandor plateado, iluminaba nuestro camino con una luz suave y etérea, revelando secretos ocultos en cada rincón del bosque.

Siguiendo el sendero, el cual Quill había marcado con su tinta, sin conversaciones de por medio, solo rodeados por el mágico resplandor de la luna que traspasaba las frondosas hojas de aquellos árboles tan grandes e imponentes, sentía aún la calidez que siempre había rodeado a James muy cerca. Es completamente extraño, pero la comodidad se hizo presente entre nosotros.

—¿Sabes qué estamos buscando? —fue él quien rompió el cómodo silencio, haciéndome dudar si solo era parte de mi alucinación que haya mantenido la boca cerrada más de cinco minutos.

—Se llama lágrima de diosa lunar —contesté a este estúpido y guapo Gryffindor, incluso fingiendo que ni se aceleró mi corazón cuando aquellos ojos café chocolate me miraron dudosos.

—¿Para qué sirve? —si la curiosidad nos hiciera ganar guerras, yo tenía asegurado que James Potter ganaría todas y cada una de ellas.

James "maldito" Potter, desde aquel día en la torre de astronomía, no, desde mucho antes ha rondado por mi cabeza, incluso estoy dispuesto a empezar a cobrarle el alquiler de mis memorias, deseos y pensamientos.

—Quill dijo que las próximas misiones son peligrosas y este objeto ayuda a curar enfermedades y sanar heridas, tarda más tiempo que un fénix pero menos tiempo que Madame Pomfrey —le expliqué, desviando mi mirada a cualquier otro punto que no sea esa sonrisa de comprensión. Claro, nada había sido comparado con aquella noche de luna chéresire, noche que me gustaría repetir una y otra vez, como si solo pusiera replay en mi memoria.

—Bien, es claro que esa cosa va a ser muy útil. En la primera prueba me lastimé el tobillo y tuve que fingir en toda la práctica de Quidditch —comentó con aquella tonta sonrisa, como si aquello de lo que vociferara no sonara doloroso y triste, todo menos gracioso.

—Eso no es gracioso, Potter. Pudo haber empeorado. Eres un descuidado —le regañé con calma, rodando mis ojos e intentando ocultar con eso la risa que se escapaba de mis labios.

—Bien, pero como todo objeto, tenemos que pasar una prueba... —ignoró completamente la llamada de atención que le di y cambió de tema con una facilidad casi envidiable. A veces deseaba poder ser así de sociable, así de simple.

Sin esperar mejor momento, un gran rugido se escuchó antes de que pudiera hablar. Las palabras se atascaron en mi garganta y mi respiración se detuvo, al igual que mis pasos. James estaba igual, o peor. Los dos nos miramos con los ojos levemente más abiertos de lo normal.

El rugido no nos asustó; el temor de eso no fue lo que nos erizó la piel de la espalda y nos generó escalofríos. 

Fue lo cerca que se escuchaba.

El segundo gruñido pareció sonar casi detrás de nosotros. No pude distinguir, del enorme miedo que subía por mi espalda, el momento en que James me tomó de la mano y tiró de ella para que saliera corriendo junto con él. No vi siquiera hacia dónde nos dirigíamos, solo lo seguí. Parecía conocer muy bien el bosque, moviéndose con agilidad entre las ramas, los charcos de barro y las raíces sobresalientes. Parecía conocer perfectamente cada gramo de tierra debajo de nuestros pies.

Cuando soltó mi mano, llegamos al inicio de una cueva. Los dos entramos, sintiendo aún como aquella cosa nos estaba siguiendo. James me rodeó con sus brazos dentro de aquel lugar, acabando así con el temblor que yo no sabía que portaba. Normalmente, lo habría insultado y empujado, pero ahora no estaba completamente en mí.

—Silencio... él puede olernos —escuché a Potter susurrar en el tono más bajo que nunca le había escuchado hablar en mi corta vida. Sentíamos la presencia pero no veíamos al animal por ningún lado, aún escondido entre los fuertes brazos que buscaban protegerme, aunque claramente yo podría hacerlo solo.

Un grito escapó de mis labios cuando aquella cosa saltó desde arriba de nosotros. James sacó su varita sin soltarme completamente, le apuntó esperando ahuyentar a aquella cosa con cabeza de león, pero este no pareció muy contento con la acción. El ruido que emitió hizo temblar toda la estructura de la cueva.

Me di cuenta de que estábamos completamente jodidos cuando polvo y pequeñas piedras comenzaban a caer encima de nosotros, la otra cabeza, la de dragón, nos miraba con recelo, quizás por haber escapado, seguramente era una bestia orgullosa, tanto que no dudó en lanzar fuego a toda la entrada de la cueva evitando nuestra salida, quedando acorralados por el calor abrazador. James nos había protegido para evitar quemaduras y dolor, pero ninguno de los dos pudo anticipar lo que ocurriría después.

Con sus dos enormes patas delanteras, comenzó a patear el suelo, causando temblores. Más polvo caía sobre mi cara, y aunque mis esfuerzos por sacar mi varita eran en vano, James lanzó un hechizo no verbal que logró que el animal se detuviera, aunque no de buena manera. La parte león se detuvo, pero la parte dragón suspiró con furia humo desde su nariz, cuando escuchamos un pequeño graznido. ¿O un quejido?

Detrás de la cabeza de león se asomaban unos cuernos de cabra que eran incluso más espeluznantes que todo lo que había visto en Pociones.

—Es una Quimera, no te muevas tanto y no vuelvas a gritar, le gusta sentir el miedo —la voz de James me regresó a la realidad. Dejé de moverme en ese instante, pero no podría dejar de estar alarmado cuando los trozos desmoronados comenzaban a ser más grandes. 

Después de un rato largo donde nos mantuvimos en esa posición, el león volvió en sí. Parece que James logró desconcertarlo pero rápidamente la cabra tomó el control, siguió azotando el piso con sus patas, causando que inevitablemente piedras enormes comenzaran a caer sobre nosotros. James me empujó hacia dentro de la cueva.

Al caer, me doblé el tobillo, solté un quejido al poder por fin recomponerme. En mi vida. Nunca. Había visto una bestia tan espeluznante como aquella, pero normalmente no tenía aquellas sensaciones en mi pecho; ese miedo, esa ansiedad, siempre había sabido encontrar la solución.

Pensaba en ello al momento de tocar adolorido mi tobillo, debí haberle prestado más atención a Madame Pomfrey cuando arregló la pierna rota de Lucius; ese hechizo me hubiera ayudado en este momento.

Un quejido me sacó de mis pensamientos, miré hacia la pared de rocas que se había formado durante la avalancha provocada y logré ver a James intentando salir de los escombros, pero teniendo muchas complicaciones debido a que una gran roca estaba sobre su abdomen y otras aprisionaban su pierna derecha.

—Mierda, ¿dónde está mi varita? —preguntó a sí mismo al tiempo que tanteaba así alrededor buscando su arma mágica. Sin pensar, saqué la mía e intenté arrastrarme hacia donde él se encontraba. Sus lentes estaban rotos, su cabello casi gris por el polvo que había en él, seguramente el mío estaba igual, pero lo que más llamó mi atención fue su abdomen, estaba sangrando.

—¡Leviosa! —conjuré con cuidado quitando primero con mucho esfuerzo la piedra en su abdomen. Noté el dolor y a la vez el alivio que eso le causó. La roca tenía un poco filoso y había perforado su abdomen, si antes sangraba, ahora más, ya que no había nada que impidiera que la sangre saliera a chorros.

Solté con angustia mi varita y junté mis manos sobre la herida intentando que no saliera más de aquel líquido rojo.

—Black, usa el abrigo —susurró con voz casi ida pero dejando en claro lo preocupado.

—Sí, sí —fue lo que atiné a decir quitando mis manos del lugar y quitándome a toda prisa el abrigo y colocándolo semi doblado en la herida y volviendo a hacer presión.

—Mini Black, tranquilo, solo es sangre, estaré bien —susurró de forma tranquilizadora. Podía sentir su mirada sobre mí, pero yo solo podía repetir que fue mi culpa, así como con Sirius, como con Lucius, como con Severus, siempre alguien que está conmigo sale herido, siempre alguien que me protege sale herido, siempre, y yo nunca puedo hacer nada, nunca puedo ayudarles, nunca...

La mano de James logró tomar fuerzas para colocarse sobre mis manos temblorosas.

—Black, utiliza mi cinturón para amarrar el abrigo en su lugar —sugirió. Con temor, quité mis manos del lugar y tomé sin pensar la hebilla de aquel cinturón y lo quité con rapidez. En ese instante, mi cerebro no captó cómo James soltó una sonrisa emocionante con ese hecho.

—No es gracioso, te estás desangrando, Potter —gruñí rodeando su cintura con aquel objeto y apretando el abrigo en aquel lugar. Hacía frío en la cueva, estábamos encerrados y nadie sabía que habíamos venido acá, estábamos muy jodidos.

—Es solo un rasguño con sangre escandalosa, calma, estaré mejor cuando lleguemos a Hogwarts —susurró intentando inútilmente sentarse y recargar su espalda en la pared. Yo solo lo veía, veía la triste situación.

Con cuidado lo ayudé a sentarse; él mostró una señal de dolor cuando hicimos aquel movimiento, y mi corazón se estrujó. Era mi culpa. Siempre es mi culpa. ¿Por qué siempre alguien tiene que arriesgarse para sufrir por mí? Es algo que no logro entender y que me gustaría entender, porque me quema por dentro ver a las personas así, sentir esa desesperación que siento porque soy inútil.

Miré a James de arriba abajo, vi su pierna y deduje que la sangre llegaba a ella, así que no era mi preocupación, más bien me alivió. Mi mirada se centró en aquel trabajado y firme abdomen con la camisa rasgada y rastros de sangre que habían manchado por doquier. Mi culpa. Mi culpa. Mi culpa.

—Regulus —me llamó en un susurro, en un tono que buscaba calmarme. Era él quien sangraba por mi culpa, por no actuar rápido. —Hey, tranquilo, desde aquí veo cómo tu cerebro está trabajando, seguramente culpándote —la sonrisa que me dio me estremeció al verme descubierto. Sirius decía que James tenía un aura parecida al sol, esa que te dice que sabe todo lo que pasa por tu cabeza, esa que es buena para leerte, esa que tiene unos ojos tan hermosos que me causa molestia el sentir mi corazón casi saliendo demi pecho.

—No me estoy culpando, tú fuiste muy estúpido —afirmé con casi nula seguridad, lo que le causó una pequeña risa dolorosa. Maldito y sensual Potter.

—Sí, bueno, suele pasar, pero tú estás bien, ¿verdad? —preguntó y podía asegurar que la preocupación en su voz era genuina, esa preocupación que mostraba con todos sus amigos idiotas, esa preocupación que muchas veces había caído en mí.

—Me lastimé el tobillo, pero nada tan grave —resté importancia al dolor punzante que por los momentos de adrenalina había dejado de sentir.

Me sentía angustiado, claramente, por el constante sufrimiento del león idiota, por mi dolor y por la incertidumbre de cómo saldremos de este lugar, con aquella bestia afuera esperando a que salgamos, seguramente custodiando aquella entrada. Sabía internamente que aceptar ser parte de todo esto tenía un riesgo, pero no pensé que fuera tan alto, ni tan pronto.

—Esta cueva tiene otra salida —habló James, captando mi atención por completo.

Siempre lo hacía.

—No nos podemos mover, genio, podrías desangrarte —con cuidado quité algunos cabellos desordenados de su frente, noté el leve sudor que recorría su rostro, seguramente por el esfuerzo ante el dolor.

—Nunca dije que me movería yo —razonó, a lo que yo puse los ojos en blanco para después señalarle con la mirada mi tobillo inflamado. —Fractu talus —recitó con su ronca voz cuando tomó de forma desprevenida mi varita.

De forma inmediata, sentí cómo aquel dolor pulsante desaparecía, lo miré alzando una ceja levemente y él me respondió con una sonrisa antes de recitar un pequeño Reparo para arreglar sus lentes.

—No te voy a dejar solo —aclaré, tomando de entre sus dedos mi varita e intencionalmente tocando los suyos, disfruté cada microsegundo de aquel cálido tacto. Cuando Sirius narraba que James era como el sol, no bromeaba. Él era el sol en todos los aspectos.

—Estaré bien, Black, solo ve con cuidado —me aseguró sonriendo dulcemente, casi de una manera que nunca pensé que él pudiera hacerlo.

Me levanté a regañadientes y, con pasos que intentaban aparentar seguridad, continué merodeando la cueva. No había un segundo en donde mirara hacia atrás debatiendo mentalmente si regresarme. No lo hice. Caminé hasta que encontré una luz tenue que salía del otro lado. Si bien no se miraba como una salida por lo pequeña que era, sí se miraba como un destello de una pequeña piedra.

Cuando me acerqué, logré ver con claridad un círculo labrado en  aquella pared con un tenue brillo en medio, aquel círculo estaba rodeado con imágenes de distintas criaturas mágicas, quizás esto era un acertijo, quizás tenía algo que ver, quizás, podría ser util.

No, tenía que volver con James, si lo dejo tanto tiempo seguramente algo le pasaría...tampoco es que pudiera ser de mucha ayuda estando con el...pero. Nada. Nada, absolutamente nada.

Con determinación, que ni yo sabía que tenía, regresé sobre mis pasos para volver a encontrar a James sosteniendo inútilmente su mano sobre su herida. Se veía mal, muy mal.

—Potter —llamé con una voz tan monótona que hasta a mí me asustó internamente. —¿Crees que puedes caminar? —Podría sonar como una pregunta estúpida, evaluando que apenas sentarse le había causado mucho dolor, pero necesitaba que viniera conmigo. Tenía que sacarlo de aquí. Teníamos que terminar.

—Quizás —pronunció, aún ignorante a lo que pasaba por mi mente. Su rostro me pareció divertido, pero posiblemente el mío no expresaba lo mismo.

—Te ayudo —me acerqué, coloqué mi mano en su espalda con cuidado y dejé que él pasara su brazo por mis hombros. Juntos nos pusimos de pie nuevamente.

Podía sentir su inestabilidad. Claramente, podía sentir que él no tenía ni fuerzas para mantenerse de pie. Había perdido mucha sangre. El dolor, seguramente, era infernal. Pero por eso tenía que sacarlo de aquí. Tenía que llevar a James conmigo. Conseguir esa piedra y curarlo.

—Sabes, confío en ti, Black. Sabes lo que haces —dijo, con una pequeña sonrisa sobresaliendo del quejido de dolor.

No, no sé lo que estoy haciendo. Pero mientras parezca que sí, sería suficiente.

Solo asentí ante lo que dijo y caminamos de forma torpe pero segura la distancia que yo había recorrido. Cuando llegamos a través de aquellas rocosas paredes, él pareció no sorprenderse, incluso parecía que su cerebro comenzaba a analizar lo que estaba frente a nosotros.

—¿Qué fue exactamente lo que dijo Quill? —preguntó, mirándome aún con sangre en su rostro, de la cual no me había percatado. Sus ojos cafés se miraban tan calmados aún en la situación.

—Dijo que fuera con un león que considerara inteligente, valiente y audaz para ir a conseguir la Piedra de la Diosa Luna. Ten cuidado y cuida a quien elijas —le comenté con calma, intentando averiguar lo que pasaba por la mente de James.

—¿Por qué me elegiste? —me miró interrogante. Claramente, era el más apropiado para hacer esto.

—Porque... ¿por qué lo elegí? ¿Por qué a él si también Sirius cumplía la descripción? ¿Por qué si también Luoin podría? Incluso Pettigrew se adecuaba bastante... ¿Por qué? —Porque me parecías el más indicado, Potter —le dije, mirándolo directamente a los ojos. Él simplemente bufó con cuidado y regresó su mirada hacia aquel círculo gigante.

—Ves el gato que tiene una enorme sonrisa —comentó, señalando con los ojos aquel dibujo. Yo asentí. Claro, era una sonrisa de oreja a oreja.

—Toca ese dibujo —con curiosidad en su seguridad tan rara, hice lo que me pidió. Al instante, aquella piedra quedó en mi mano. La tomé con cuidado y podía jurar que mi mirada estaba perdida en intentar analizar lo que acababa de pasar.

—No sé si lo sepas, pero la luna de Cheresire tiene un gran significado antiguo —la sonrisa de superioridad adornó su rostro. Con calma y suavidad, intentó dejarse caer hasta tocar el suelo y sentarse nuevamente. Podía notar un suspiro de alivio salir de sus labios. Me arrodillé frente a él con la piedra en mis manos.

—¿Cómo?—

—Pensé que los Black eran amantes de la astronomía, digo, es una tradición, ¿no? —bromeó, riéndose, y yo simplemente rodé los ojos, lo que pareció divertirle aún más.

Él todavía no tiene ni idea de que seguramente la respuesta que estaba a punto de darme yo ya la sabía. Me la contó aquel día en la torre de astronomía.

—Para mi familia es importante esa leyenda, tan importante que se supone que encontraré a mi persona especial el día de la luna de Cheresire —contó sonriendo. Yo decidí no contestarle. No quería que me viera interesado. De igual manera, James Potter nunca paraba de hablar, así que no necesitaba contestarle para seguirle la conversación.

—¿Te explicó cómo funciona? —preguntó, seguramente se refería a Quill, y sí, me explicó cómo funcionaba, pero no quería hacer eso.

—Se activa con lágrimas —susurré, señalando aquella piedra blanca que no era más grande que mi mano, la cual ya era pequeña.

—Bien, podría hacerlo —él le restó importancia, esperando a que le extendiera el objeto.

—El herido no puede hacerlo, es la única condición —le comenté, mirándolo de manera fija y tajante, y al parecer entendió el mensaje.

—No tienes que hacerlo —susurró.

—Debo hacerlo —dije.

—Lo sé —contestó—. Pero no quieres.

Él sabía, siempre supo leerme incluso cuando no lo conocía, cuando Sirius me hablaba de él. ¿Cómo mierda Potter sabía cómo ser completamente mi tipo? Quizás es porque mi tipo siempre ha sido él, siempre ha sido él.

—Así que persona especial, ¿eh? —cambié de tema intentando desviar mi vista de aquella piedra, aunque era inútil. Aún necesitando sanarse, él decide respetar mi posición...

—Sí, siempre pensé que era Evans, pero era muy inmaduro y quería apresurar las cosas —se encogió de hombros con cuidado.

Yo siempre supe que eras tú.

—James... —al decir su nombre, aquellos ojos chocolate me miraron con un brillo curioso. —Dime cosas para hacerme llorar —le dije con firmeza.

Él mostró un rostro completamente sorprendido, pero poco después dio una risa negando con la cabeza. —Regulus, no tienes que hacerlo.

—Hazme llorar, Potter —le hablé con tanta seguridad que su mirada se endureció y el brillo que revoloteaba en sus ojos se miraba más opaco.

—Se supone que el terco soy yo —bufó con disconformidad, cerrando fuertemente sus ojos. —Black, ¿sabes que eres una persona muy egocéntrica? —aquella pregunta me confundió muchísimo. ¿Qué planeaba hacer?

—¿Crees que no me lo han dicho antes? —interrogué, alzando una ceja e intentando no reír.

—Sí, quizás porque lo seas. ¿Me estás obligando a hacerte llorar para curar mi herida? —cuestionó con sarcasmo.

—Eso es exactamente lo que hago, Potter —sonreí con suficiencia y lo miré con un brillo curioso en mis ojos. —Además, las lágrimas no tienen que ser de absurda tristeza, pueden ser de alegría o dolor, así que solo tienes que lastimarme —dije con tanta tranquilidad que hasta yo acabé sorprendido.

—Sirius llegó a odiarte en algún punto —sus palabras sacaron sorpresa en mi expresión. —Decía que te odiaba porque tú tenías una imagen de su familia muy distinta a la suya, que le molestaba que vieras todo de color rosa, que fueras tan ingenuo como para no ver la cruda realidad de lo que sus padres le hacían a Sirius. Y te odió porque, cuando él te necesitaba, tú te pusiste de su lado. Le dolió ver que no valorabas todos los castigos extras que recibió por ti, para que tú vivieras bien —un golpe resonó con fuerza, la cabeza de James cayó hacia su lado derecho y su mejilla se estaba tornando roja. Mis ojos se encontraban brillantes, lagrimosos.

Pero él no se calló, solo enderezó su rostro con una mueca de dolor. Por el movimiento brusco, quizás se había descolocado el torniquete improvisado que habíamos hecho, quizás se estaba desangrando en ese momento. Era muy probable; su piel estaba tan pálida que su mejilla tomó un rojo preocupante. Aún así, siguió hablando.

—Y te odio más por enfadarte con él, por no buscar ni un minuto entenderlo. Dime, ¿quién no te odiaría? Si solamente velaste por ti mismo en todo momento y culpabas a Sirius de tus desgracias. ¿Has pensado que lo que tú estás viviendo ahora él lo vivió también, y por eso se fue? ¿Te has parado a pensar que estás tan molesto con ese hecho que culpas a Sirius por dejarte la carga de ser el heredero, pero te recuerdo que él lo fue primero? Solo eres la segunda opción, Regulus, y eso te enoja. Siempre fuiste la segunda opción para tus padres, y cobró sentido hasta que Sirius renunció a todo —cuando unas cuantas lágrimas cayeron en la piedra, esta comenzó a brillar. Yo apretaba mi puño con fuerza para no darle otro golpe, tenías que recordar que él solo estaba siguiendo mis instrucciones, que no le dejé otra opción. Pero todo lo que salía de su boca, absolutamente todo, era real, tanto que incluso para él, yo sería su segunda opción.

Hilos blancos salieron de entre mis dedos con fuerza y comenzaron a adentrarse entre el abrigo que cubría inútilmente el sangrado actual. El torniquete salió como si nada y la sangre manchó mi rostro, pero ni aún así dejé de mirar a Potter a los ojos. Él me miraba con tristeza pero había firmeza en sus palabras. Imbécil y sensual Potter, siempre sabe qué decir, tan imbécil.

Una mueca de dolor pasó por su rostro cuando la magia comenzó a hacer efecto. Fue entonces cuando sentí sus manos acariciando mis mejillas. Él sostuvo mi rostro y comenzó a limpiarlo con sus pulgares. Pude notar cómo intentaba no gritar de dolor. Él manchaba sus manos con su sangre y mis lágrimas, pero limpiaba mi rostro con tanto cariño que me sentía tonto, estaba tan vulnerable.

—Mini Black, no es cierto, no me hagas caso, Sirius nunca te guardo rencor ni odio—intentó aclarar con una voz más calmada, podía notar el brillo que venía de su herida, y el como la sangre ya no salía de ella, pero James seguía igual de pálido y con su mejilla roja.

—Lo lamento, te....te golpeé sin pensar— el solo le restó importancia y me sonrió.

—No... no pasa... nada —podía notar cómo le era más fácil hablar debido al alivio que sentía al ver su herida recuperándose, no tan rápido como en San Mungo, pero no tan lento como con Madame Pomfrey.

—Sí pasa —afirmé, dejando que él siguiera acariciando mis mejillas. De hecho, ni siquiera sabía que no había quitado sus manos de mi rostro.

—Deja eso, yo te provoqué. Sabía lo que hacía. Podía haber utilizado otro tema y decidí picar la herida —rió con una carcajada tenue, la cual me hizo saber que se encontraba un poco mejor.

—¿Cómo salimos de aquí? —pregunté, mirando nuevamente a mi alrededor.

—Mi varita está completamente perdida, pero la tuya aún sirve —afirmó, y con una mano en la ropa rasgada que aún tenía rastros de aquella herida, decidió levantarse y me pidió amablemente mi varita.

Yo se la di sin dirigirle la mirada. Aún sentía los rastros lagrimosos en mis ojos y no quería volver a ponerme en ese momento de debilidad.

Ambos avanzamos hasta la entrada bloqueada. Deseaba internamente que la Quimera se hubiera ido de la entrada.

Con calma, él levantó una a una las piedras que tapaban el camino, y sinceramente me asombró ver los primeros rayos de sol atravesar los agujeros que se iban formando. Cuando vi el espacio adecuado, salí de aquella cueva y James no tardó en seguirme.

—¿Estás bien? —me preguntó. Yo rodé los ojos y le asentí. Él me devolvió mi varita y pude ver cómo sacaba la suya para ver el daño que tenía.

La varita estaba rota, pero no completamente; seguro tendría arreglo. Solté un suspiro aliviado al ver de reojo que la herida de James había sanado casi por completo. Él pareció sonreír ante mi preocupación, a lo que yo levanté el dedo corazón de forma elegante y comencé a caminar.

Podía sentir sus pasos detrás de mí. Mis ojos picaban por voltear a verle, mis labios temblaban por dirigirle una palabra, pero lo cierto era que... no sabía qué decir, ni qué hacer. Solo caminaba de regreso a Hogwarts según el sendero marcado. Había guardado la piedra de la luna en un relicario que tenía y lo guardé en mi pantalón.

—Regulus, quiero dejar en claro que lo que dije en la cueva no...— lo interrumpí con gelidez.

—Ya te dije, Potter, que no tiene importancia —podría adivinar que Potter había bajado la cabeza con inseguridad ante mi respuesta. Lo sabía porque lo conocía, más de lo que él cree o espera.

—Es que sí la tiene, dije cosas horribles —dijo.

—Entonces solo estás enojado contigo mismo y buscas consuelo y misericordia de tus propios regaños —expresé, dirigiéndole una mirada penetrante.

—Solo estoy intentando solucionar el problema —gruñó con confusión ante mis palabras.

—No hay nada que solucionar, Potter. Solo hice lo que tenía que hacer y se terminó —dictaminé, y volví mi mirada hacia adelante.

—No puedo dejar esto así como si nada —.

—Si puedes, ¡hazlo! —grité.

—¿Por qué eres tan obstinado? —me respondió con claro enojo, intentando ser amable.

—¿Por qué te gusta pedir perdón por todo? ¡Yo te pedí que hicieras eso, yo te dije que lo hicieras, te estabas desangrando, claramente no quería que murieras! —le grité, colocándome frente a él, deteniendo el paso y mirándolo con ironía—. ¿Por qué te importa tanto? No es como si la imagen que tenga de ti cambie ni mucho menos, joder James, te estabas muriendo. ¿Podrías pensar en ti un segundo? —le reclamé, apuntándole con mi dedo anular y empujándolo levemente.

Él no habló, no dijo nada, solo me miró sorprendido.

—Siempre has mostrado a todos que eres un egocéntrico y narcisista, pero eres Gryffindor. Claramente morirás por salvar a alguien. Deja de ser héroe —su mirada perdida se fijó en mis ojos, que miraban con un destello de curiosidad y gracia.

—No soy un egocéntrico —afirmó con una sonrisa, como si todo mi monólogo no hubiera siquiera entrado por sus oídos. Me causó tanto desespero que simplemente bufé y le di la espalda para volver a caminar.

Conforme el tiempo pasó, poco a poco fuimos llegando a Hogwarts. Cuando logramos salir del bosque, sentí un suave apretón en mi mano y, posteriormente, un jalón. James me estaba llevando al pueblo; seguramente no quería entrar a Hogwarts todavía.

—Tenemos que dejar la piedra en un lugar seguro, junto a lo demás —razonó por primera vez.

—¿Estrenando, Potter? —bromeé con sarcasmo, a lo que él me miró con reproche.

—Parece que soy tu payaso, Black —dijo con un gruñido bajo.

Mientras caminábamos hacia el pueblo, me sentía atrapado en un incómodo silencio. El sol salía lentamente en el horizonte, pintando el cielo con tonos cálidos y suaves. El contraste entre la serenidad del amanecer y la intensidad de nuestra conversación en la cueva me dejaba desconcertado.

No estaba acostumbrado a este tipo de tranquilidad de  James. Siempre imaginé que él era quien llenaba los momentos de silencio con sus bromas y risas contagiosas. Pero ahora, mientras avanzábamos en silencio, me encontraba preguntándome qué debía decir o si debía decir algo en absoluto. Y más importante aún, me preguntaba cómo me sentía realmente después de todo lo que había pasado en la cueva.

Observaba a James mientras caminaba a mi lado, con la mirada fija en el suelo como si estuviera tratando de descifrar un enigma invisible. Me preguntaba qué estaría pasando por su mente en ese momento. ¿Se arrepentiría de lo que había dicho? ¿O seguiría atormentado por sus propios demonios internos?

—Vamos a la guarida —dijo, intentando retomar la conversación.

Solo asentí y lo seguí sin intención de hablar más. Este silencio abrumador me molestaba, pero tampoco sabía qué más decirle.

—Reg—.

—No te he dado permiso para llamarme así, Potter —respondí con indiferencia cuando llegamos a la casa de los gritos. Entramos por aquella planta baja espeluznante, pero rápidamente subimos a una habitación más grande y colorida.

—Okey, Black, lo siento. Solo quería decirte que fue relativamente emocionante todo esto —dijo él.

—Quitando la parte en la que casi mueres y la parte en la que lloré, sí, fue una buena noche —le regalé una pequeña sonrisa, pero aunque trató de engañarme, vi un brillo de emoción en sus ojos. O tal vez era solo mi corazón acelerado.

Estar enamorado de Potter desde hace tantos años me está consumiendo, quizás sea porque mi corazón y mi cerebro no se ponen de acuerdo desde hace años, lo que me hace alucinar sus reacciones. O tal vez, solo tal vez, sean verdad y quizás...

Tal vez solo me estoy engañando a mí mismo.

Me deslicé por el sofá de manera elegante, pero vi a James mirarme con una sonrisa amable.

—Ven conmigo, esta casa tiene un par de secretos —extendió la mano y la tomé con desconfianza. Él me levantó sin esfuerzo del sofá, tanto que casi pierdo el equilibrio.

Su mano se posó en mi cintura, sosteniéndome para evitar que cayera, y mis manos se aferraron a su pecho, arrugando su camisa con los dedos.

—¿Te acuerdas de cuando Sirius y Snape desaparecieron ayer? —preguntó, y aunque me había dado cuenta, decidí no preguntar, ya que Severus sabía cuidarse solo. Aun así, me causó curiosidad.

—Sí —respondí, agradeciendo internamente que James no tocara el tema de la posición comprometedora en la que estábamos. Todavía no había quitado su mano de mi cintura, ni yo había despegado mis dedos de él. Me separé con cuidado, intentando no hacer de eso algo incómodo, y él siguió la conversación como si nada.

—Sígueme —dijo, tomando nuevamente mi mano. Nos dirigimos a la biblioteca, donde James tomó con delicadeza un libro rojo y con él abrió una puerta que daba a otra habitación. Claramente, en esa casa tenían muchas sorpresas.

—Merecemos dormir un rato, ¿no? —dijo con una sonrisa, entrando a la habitación sin soltar mi mano.

—No estaría mal —suspiré con cansancio, mirando las camas que, curiosamente, esta vez no tenían casi nada de rojo en ellas. Digo "casi" porque literalmente había rojo, pero no del tipo que esperaba.

Él se acostó en lo que pude analizar como la cama de mi hermano, por algunas de sus cosas regadas alrededor. Cuando dirigió su vista hacia mí, señaló con una sonrisa lo que parecía ser su cama. Con descontento, me senté sobre esta y admiré lo suave y confortable que se sentía. Me dejé caer en ese abrazador confort, y cuando cerré los ojos, escuché una carcajada por parte de James.

—¿Qué? —pregunté con enfado, mirándolo con ira por interrumpir un buen momento.

—Ronroneaste en voz alta, seguramente te gustó mi cama —un sonrojo cubrió mi rostro, y no pude evitar oler la almohada de James. Olía a James, a roble, a perfume, a tequila; un aroma embriagador. Cuando estaba en mi forma animaga, el leve olor a tequila de James me gustaba. Era un olor que no provenía del alcohol, sino de la esencia que este posee.

—Escuchas cosas, Potter —le dije, con el rostro todavía aspirando aquel aroma.

—Sí, y tú no estás oliendo mi almohada, ¿verdad? —otra burla a la que respondí levantando el dedo corazón frente a él. —¿A qué huele? —preguntó.

—A perfume, roble y un poco de tequila... ¿Tomas de ese alcohol muggle? —pregunté, dejando de lado el orgullo que ya estaba destruido.

—No lo hago, pero es curioso, mis padres dicen que en México la gente suele tener olor a algo tradicional, como si el pueblo fueran las reliquias culturales. Quizás sea eso el olor a tequila. Mi madre tiene la esencia de vainilla tradicional —razonó, cerrando sus ojos con indiferencia.

—¿Tu madre es mexicana? —le pregunté, apartando mi nariz de la almohada.

—Sí, a veces vamos allá de vacaciones —respondió sin abrir los ojos.

—¿Entonces sabes hablar español? —le pregunté con curiosidad. Ese idioma me había gustado mucho desde que mi padre nos llevó de vacaciones a España.

—Claro que sí, mi madre quería que aprendiera a hablarlo desde pequeño —abrió levemente los ojos para mirarme, y juraría que vi un brillo de curiosidad en su mirada.

—¿Podrías? —él rió levemente y asintió con calma.

Me gustas, Black. Me gustó pasar tiempo contigo, y creo que ha quedado claro que incluso te pondría a ti por delante de todo, pero me aseguraré de que nunca sepas nada de lo que está saliendo de mi hermosa y sexy boca —aquellas palabras entraron a mis oídos como melodías; la voz de James se volvía más gruesa al hablar español.

—Wow, por lo menos sabes algo aparte de ser un imbesil—él solo se rió de mi cambio de humor y volvió a cerrar los ojos.

—Duerme, Mini Black—.

—Descansa San Potter—.

—Para rezarme tienes que estar de rodillas—.

—En tus más grandes sueños—.

—Quizas— soltó una carcajada y yo solo cerré los ojos con gran comodidad y cansancio.

Forward
Sign in to leave a review.