
VI Plumas
Narrador omnisciente
—Te escuché hablando sobre un pergamino... —aquello no había empezado bien.
El menor dio un paso adelante, su figura imponiendo una sombra más profunda en el pasillo. Sus ojos grises perforaban la reticencia de James, y, con una mirada fija, esperaba respuestas que no estaban dispuestas a salir.
—No sé de qué hablas —respondió el castaño, su mirada desviándose hacia las paredes, intentando eludir la mirada que lo examinaba detenidamente.
Sin embargo, la determinación de menor de los Black lo impulsó a avanzar, cada paso resonando en el corredor como un tambor rítmico. El ambiente se tensaba, y las sombras bailaban al compás de su interrogatorio, creando un aura de suspense en el estrecho espacio.
—No mientas —dijo Regulus, su voz un eco firme, desafiando la resistencia del Gryffindor. Dio un paso más, cerrando la distancia entre ellos y envolviendo a James con su presencia intensa.
—Black, no sé de qué demonios estás hablando —insistió el de anteojos, aunque sabía que la muralla de mentiras no resistiría mucho más. Cada palabra parecía un eco retumbando en aquel pasillo oscuro y silencioso. El aire denso se volvía más pesado con cada segundo que pasaba, mientras las sombras danzaban en la penumbra del corredor, reflejando la tensión en los rostros de ambos jóvenes.
—Dijiste que harías lo que fuera, entonces responde la pregunta —no tenía otra opción; lo había prometido incluso sin saber en lo que se estaba metiendo y sin anticipar la astucia de la serpiente.
En el tenso ambiente, una guerra silenciosa se desató entre Regulus Black y James Potter. Sus miradas chocaron como espadas en el campo de batalla, cada uno tratando de descifrar los secretos escondidos detrás de los ojos del otro. Los destellos de determinación de James se encontraron con la mirada fría y calculadora de Regulus.
Cada gesto, cada movimiento de pestañas, se convirtió en un movimiento estratégico en esta contienda sin palabras. El Slytherin intentaba penetrar la armadura de seguridad que James había erigido, mientras que este último mantenía su expresión imperturbable, como un soldado experimentado en el arte de la resistencia.
El murmullo constante del Gran Comedor se desvaneció en el fondo mientras estos dos adversarios intercambiaban miradas intensas. Estaban fuera de lugar y les importó poco cómo los alumnos que salían los miraban con miedo por la intensidad de la situación. La tensión en el aire podría haberse cortado con un cuchillo.
A medida que la guerra de miradas continuaba, la atmósfera se cargaba de electricidad. Ambos luchaban por mantener su posición, pero cada uno estaba consciente de que, en esta guerra sin palabras, la verdad eventualmente emergería victoriosa.
—Te lo diré —soltó después de una intensa guerra de miradas que intentó mantener por un buen tiempo pero falló. Sabía desde el principio que esa batalla estaba perdida porque aquellos ojos grises eran su perdición, y lo tenía que aceptar. —Pero no aquí, no ahora —repuso, comenzando a caminar por el pasillo.
—Cumpliré mi parte entonces —siseó con una diminuta sonrisa de suficiencia. Amaba esos momentos con el Gryffindor, disfrutaba también de saciar su curiosidad respecto a lo que habían escuchado, pero sobre todo amaba observar aquellos ojos caramelo.
James apuró el paso hacia el salón de encantamientos, ubicado en el cuarto piso del castillo, ignorando el hecho de que no había comido y el sonrojo que tenía en su rostro. No lo admitiría, pero la actitud del menor de los Black lo afectaba de todas las maneras posibles.
—Prongs, tú y yo tenemos una conversación pendiente —se giró levemente para notar aquella cabellera castaña y aquellos ojos ahora dorados que lo miraban regañándolo. Bien, no todo podía ser perfecto.
Lupin intentaba con todas sus fuerzas no bañar de preguntas a su amigo. Había presenciado su conversación con el menor de los Black y se aseguró de evitar que Sirius viera el enfrentamiento de miradas, evitando así armar un espectáculo en plena puerta del gran comedor. Sin embargo, sus oídos lobunos le dieron la oportunidad de escuchar levemente lo que el menor le había comentado a James.
Su aguda audición se volvía más intensa a medida que se acercaba la próxima luna llena, y Lupin encontraba ciertos beneficios en su condición. Ahora esperaba con anticipación la primera luna llena después de haber platicado con Moony.
—Y de mí no te vas a salvar tan fácil —recitó Lupin, casi coreando y divirtiéndose un poco al percibir el escalofrío que recorrió todo el cuerpo de su amigo.
La clase transcurrió con normalidad; era una de las que compartía con James. Después de esta, seguiría la clase de Transformaciones, que también compartía con su amigo de anteojos, además de algunos Slytherins y Gryffindors de grados superiores debido a su destacado desempeño en la materia.
...
La clase de Transformaciones avanzaba con normalidad, aunque Lupin no anticipaba que la profesora tenía planes específicos para él.
—Trabajarán en un pequeño proyecto de no más de una semana —anunció la joven profesora, escudriñando a sus alumnos detenidamente.
—Nos da justo antes de que quieras matarnos a todos, Moony —sonrió levemente ante el comentario de su amigo castaño y continuó tomando notas sobre las instrucciones de la profesora. Esta había empezado a formar parejas, cada una compuesta por un miembro de cada casa.
La profesora señaló a James Potter.
—Señor Potter, usted irá con la señorita Zabini —escuchó cómo su amigo se quejaba por lo bajo, aunque luego se calmaba al descubrir que le había tocado una compañera no tan arisca como los demás.
Dirigió su mirada a Malfoy y se vio emparejado con él para el proyecto.
—Señor Malfoy —bajó la cabeza para seguir tomando apuntes. —Usted irá con el joven Lupin —aquello lo hizo levantar la cabeza levemente, haciendo un gesto sutil hacia la profesora para demostrar que había escuchado la indicación.
Miró a Malfoy unos segundos, recibiendo la misma mirada analítica que siempre portaba el platinado. Los dos intercambiaron movimientos y gestos apenas perceptibles, capturando la atención de algunos compañeros de clase que observaban curiosos. Gestos de respeto.
Al finalizar esa clase, el platinado le entregó con elegancia, reflejada ya en su imagen, una nota. Parecía disgustado por tener que trabajar con él, pero a la vez aliviado de al menos colaborar con alguien que consideraba competente, como el de ojos dorados. Lupin le restó importancia, ya que de igual manera no le importaba lo que pensara el Slytherin.
Acordaron encontrarse después de sus clases en la biblioteca, según indicaba la nota. Para él, ese horario era lo mejor. Si lograban completar el pequeño proyecto antes de tiempo, no tendría que soportar a Malfoy con su humor de la fregada; seguramente el de ojos azul grisáceos no lo iba a soportar.
Aquella jornada, solo tenia tres clases, de dos horas cada una. Después de compartir las primeras cuatro horas con James, se dirigió a sus últimas dos horas de Adivinación. El tiempo se escurrió rápidamente, ya que la profesora era capaz de sumergirte en el tema de manera literal, logrando que el tiempo pasara volando.
En aquella clase de adivinación, la atmósfera se transformaba en una mezcla de misterio y encanto. La profesora, con su mirada penetrante y ropajes enigmáticos, tenía la habilidad de envolver a los estudiantes en la intriga de lo desconocido. Cada gesto, cada palabra, estaba impregnado de un aire casi mágico que despertaba la curiosidad en los corazones de sus pupilos. Los alumnos, inicialmente escépticos, se veían cautivados por la pasión con la que la maestra abordaba las artes adivinatorias. Sus explicaciones se volvían relatos fascinantes, y las predicciones se entrelazaban con mitos y leyendas, creando una experiencia amena que hacía que todos quisieran descubrir más secretos ocultos en el velo del futuro. Amaba esa clase.
Al terminar miro rápidamente el reloj en aquella aula y se apresuró a tomar sus cosas para bajar las escaleras corriendo, no le gustaba llegar tarde a ningún lado y este pequeño en centro no sería la excepción.
Remus cruza la puerta de la Biblioteca, con la mirada fija en encontrar a Lucius, quien está sumergido en sus estudios. Avanza con serenidad hasta llegar a la mesa donde el platinado se encuentra.
— Malfoy, lamento hacerte esperar. — dice de manera serena, buscando crear un ambiente cómodo entre los dos, a medida que se acomoda en la silla frente al mayor.
Lucius levanta la mirada, apenas desviando su atención de los pergaminos. — No es un problema, Lupin. Esperaba que llegaras — responde monótonamente, casi eludiendo establecer alguna conversación con el Gryffindor, pero mentalmente considerando si hacer aquel trabajo más ameno.
Remus, manteniendo la atención en el proyecto, decide abordar el tema de las transformaciones más desafiantes debido a que ese era su tema. — Malfoy, ya que estamos inmersos en este proyecto, me preguntaba, ¿alguna vez has considerado explorar transformaciones que podrían considerarse difíciles o incluso ilegales? —preguntó sin dejar de mirar aquel pergamino que había tomado para empezar a escribir.
Parece haber un brillo en los ojos del Slytherin por un momento. —¿Lo preguntas por curiosidad o porque crees en los rumores que aseguran que utilizo las artes oscuras? —lanzó aquella pregunta mirando con desgane a aquel quien evitaba mirarle y se concentraba inútilmente en un libro que recién había abierto.
—Lo preguntaba para crear una conversación — asegura manteniendo un tono de voz calmado y siguiendo con aquel libro que iban a necesitar.
—Sabes que no es necesario que hablemos, ¿verdad? — preguntó, tomando con cuidado la pluma que había traído Remus consigo para comenzar a jugar casualmente con ella.
—Sí, pero considero que es mejor trabajar en un ambiente ameno para los dos, Malfoy — respondió ahora sí mirando al mayor, el cual le dirigía una mirada tan helada como su personalidad misma.
Lucius esbozó una pequeña sonrisa, una mezcla de indiferencia hacia el comentario de Remus y un sutil destello de satisfacción por la respuesta dada. En su mente, consideraba la posibilidad de utilizar esta oportunidad para descubrir posibles puntos débiles en él y sus amigos, y sobre todo, más información sobre aquel Pergamino, después de todo, no era la primera vez. Aunque sabía que era una táctica dudosa, estaba decidido a llevarla a cabo.
— Bien, hagamos esto, Lupin — comenzó, deslizando sus dedos con elegancia sobre la pluma, captando la atención del merodeador con esos movimientos. — Podemos convivir de manera amena, pero espero que mi esfuerzo sea recompensado — añadió, buscando que el de cicatrices le prestara completa atención.
— No estás hablando con James ni con Sirius. Olvida la idea que tienes en mente — respondió, apartando la mirada del hipnotizante movimiento de la pluma para concentrarse en su parte del trabajo, buscando ignorar toda palabra que saliera de la boca del Slytherin y esperando que el tiempo comenzará a pasar más rapido, que las manesillas avanzarán y lo dejarán irse tan pronto como pudiera.
— Estaba pensando en trabajar juntos — retrucó Lucius.
— Ibas a manipularme.
— Iba a proponerte un trato — contraatacó, dejando la tensión flotar en el aire mientras ambos continuaban con la tarea, cada uno evaluando la situación desde su perspectiva.
—Aquí y en China, eso es manipulación — gruñó, mostrando claramente que su paciencia estaba empezando a agotarse.
—Bien— se levantó levemente de aquella silla en la cual se encontraba, sus pasos resonaron cual susurro por aquel piso de madera y su imponente caminar podía incluso compararse con el danzar del viento en víspera elegante, el Gryffindor ajeno a esto pensó que el platinado se había ido de aquel lugar dejándolo completamente solo en aquella mesa. —Me gusta explorar las artes oscuras y claramente he investigado algunas transformaciones pertenecientes a ella—de repente, una voz emergió, una voz que despertó como el susurro de la luna en la noche. Las manos frías del mayor descansaron sobre sus hombros, como la caricia helada de las sombras, y su aliento chocó contra la oreja del castaño, dejando una sensación de misterio suspendido en el aire.
El más joven sintió un nudo en la garganta, formado por las palabras del mayor y su hábil juego con la pluma, que se deslizaba con destreza sobre su propio hombro, cargando un matiz sensual en cada movimiento.
—Pero no creas todo lo que dicen por ahí; nunca haría nada para afectar la integridad física de una persona —afirmó sin moverse de su posición. El Gryffindor pudo sentir claramente cómo el mayor sonreía al verlo tenso en aquella silla. —A menos que esa persona lo merezca —sintió cómo el peso aumentaba y la mano que jugaba con la pluma en su hombro ascendía hasta su cuello. —¿Tú lo mereces, Lupin? —con una gentileza inimaginable, el Slytherin levantó el mentón de Remus con la pluma, logrando un contacto visual que el Gryffindor no evitó.
—No lo sé, ¿acaso necesito ser juzgado? —la respuesta provocó una sonrisa más amplia en el de tez pálida y un brillo diferente en sus ojos.
—En todo caso, será un placer ser tu verdugo —la voz sibilante del Slytherin resonó como una melodía armoniosamente adictiva, creando un ambiente extrañamente cautivador.
—¿Tanto así me odias? —la sonrisa que Lupin le dedicó le resultó extrañamente agradable; esta pequeña escena le estaba gustando de una manera claramente insana.
—No te odio, Lupin. No te conozco —dijo sin altivez en su voz, paseando levemente la pluma de color hueso por la mandíbula del de cicatrices en un movimiento desinteresado. Aunque para muchos parecería extraña la cercanía en la que se encontraban, para ellos, que habían trabajado múltiples veces juntos, este tipo de conversaciones era completamente normal.
—Pero has tenido el tiempo de conocerme —levantó el mentón un poco más, sintiendo cómo aquella pluma suavemente viajaba por su cuello. No había nadie en la biblioteca, por lo que este juego podía seguir por mucho tiempo.
—Demasiados trabajos en conjunto, ¿será este mi karma? —aunque ambos tenían una sonrisa calmada, sus miradas reflejaban familiaridad.
—¿Consideras mi compañía tan mala como para asemejarla a algún karma? —el Gryffindor fingió indignación en su rostro.
—Créeme o no, tu compañía es de mi agrado —contestó aunque rápidamente agregó. —Después del tercer proyecto, los primeros dos estaba a punto de tirar todo por la ventana —soltó una risa al ver en el rostro contrario completa indignación y que esta no fuera fingida.
—Me siento halagado por lo primero. Después de todo, es el gran Lucius Malfoy quien lo dice —bien, golpe bajo. La sonrisa de suficiencia que Remus le dedicaba era claramente hermosa. Aunque no lo diría en voz alta, siempre pensó que su compañía sería de alguna manera estresante. Sin embargo, fue lo contrario desde el primer proyecto. A pesar de los intentos del contrario de sacar conversación, justo como esta vez, solo que esta tenía algo diferente, y era que tenía un propósito. Buscaba poner nervioso al contrario para así comenzar a indagar en esa coraza de Gryffindor, siempre encontraba cómo hacerlo, si aquello fuera un deporte el le hubiera llevado varios campeonatos. Pero aquella vez le estaban cautivando de sobremanera las respuestas que le daba; el menor tenía más carácter del que imaginaba.
—Me encargaré de los primeros cinco subtemas; tú haz los demás —habló por fin, deteniendo aquella pluma justo en la manzana de Adán del contrario. Aunque Lupin seguía sonriendo y mirando al contrario con cierta duda en su actitud, sabía que ante una serpiente no se debe dejar intimidar; esa era una regla muy clara.
—Bien, así terminaremos en poco tiempo —contestó, viendo cómo aquella pluma era alejada de él y colocada en la mesa. El peso imponente de Lucius había desaparecido, y vio que este se alejaba. El frío lo golpeó inminentemente, pero no se quejó ante aquello. Observó cómo el rostro del platinado volvía a ser pulcro y sin emociones. Le sorprendía la facilidad con la que hacía eso, pero no diría nada.
—Te veo mañana en la torre de astronomía, Lupin —los dos se despidieron con un movimiento leve de cabeza, y el mayor con un ligero movimiento de varita hizo desaparecer los pergaminos que en la mesa se encontraban. Salió con aquel porte elegante, pero Remus lo podía comparar con una serpiente danzando de felicidad después de atrapar a su presa.
—Sirvieron las clases de Sirius —dijo con una sonrisa. Gracias a su amigo, quien le había dicho cómo responder sin ser altivo y con sarcasmo ante esas situaciones. Normalmente, cuando Lucius se acercaba de aquella manera, lograba sacarlo de sus casillas, pero ya no sería así.
...
En la penumbra de aquella noche de viernes, Sirius y Peter, envueltos por la capa de invisibilidad, se aventuraban por los pasillos silenciosos de Hogwarts. La luz tenue de la luna se filtraba a través de las ventanas, creando sombras que bailaban a su alrededor mientras se sumergían en la atmósfera mágica del castillo.
Sus risas, apenas audibles, resonaban como un secreto compartido entre compinches, mezclándose con el susurro del viento nocturno. Bajo la capa de invisibilidad, se sentían invulnerables, como si hubieran creado su propio reino clandestino en los rincones ocultos de la escuela.
Caminaron dirigidos hacia aquel salón lleno de libros e historias pero buscando algo en específico, algo lo cual se encontraba en cierta sección la cual estaba completamente prohibida para ellos y el resto de estudiantes, pero correrían el riesgo con creces.
Cautelosos pero emocionados, exploraban cada pasillo de aquella sección con cuidado y cautela, disfrutando de la libertad que les proporcionaba su invisibilidad momentánea. Las sombras se convertían en cómplices, y la magia de la noche se fusionaba con la magia intrínseca de Hogwarts.
—Pete, mira este libro. —con cuidado, el más pequeño despegó su mirada del mapa y observó lo que su amigo iluminaba con su varita. Aquel título le llamó la atención: "El perro y el ratón". Se miraron con determinación. Sirius tomó con cuidado el libro y, con un movimiento, lo arrojó hacia abajo. La sorpresa fue grande al ver cómo una compuerta se abría frente a ellos, donde supuestamente debería haber sido una pared más del castillo.
—Vamos, Pads. —llamó con cierto entusiasmo avanzando ambos a la vez y cruzando la puerta sin problemas, aunque el sonido que se produjo al cerrarse los asustó.
Con una sola mirada, ambos supieron que no había vuelta atrás en el desafío que debían enfrentar. La capa quedó en el suelo, dándoles más movilidad para explorar aquel pequeño salón, que no tenía mucho, por no decir que estaba vacío. Lo único que resaltaba eran dos puertas, cada una con un símbolo de huellas grabadas en la madera, que parecía vieja a simple vista.
Los dos se acercaron a aquellas estructuras, observando que tendrían que separarse. Era obvio suponerlo al ver en una de ellas huellas de canino y en la otra, huellas de ratón esparcidas por toda la extensión.
—¿Confías en mí, Padfoot? —preguntó, aunque internamente aquello iba más dirigido hacia él, buscando autoconvencerse.
—Ahora y siempre. —El mayor no dudó en envolver a su amigo en un abrazo buscando brindarle seguridad. —Ahora y siempre —volvió a repetir, sintiendo en el aire el leve miedo que tenía el rubio a estar solo, sabía que aquel era un temor que el menor tenía desde hace mucho tiempo.
—Te veo luego. —Se separaron con una cálida sonrisa y ambos pusieron su mano derecha en las perillas de su puerta correspondiente.
—A la cuenta de tres —
—Uno. —
—Dos. —
—Tres. —
...
La vista de Sirius se nubló debido a la luz que le pegó directamente en cuanto entró. Cerró los ojos buscando acostumbrarse a aquel deslumbramiento que incluso estaba llegando a marearlo. Al abrir sus ojos, casi se cae del susto, pues su madre estaba frente a él.
—Eres una deshonra —acusó aquella mujer mirándolo con furia y apuntándole con su varita. Miró levemente a su alrededor; se encontraba en la mansión Black. No, ya había salido de ahí. Todo esto era un juego indomable de su mente. —No entiendo cómo es que sigues llevando mi apellido —aquello le había dolido. Miró con enojo a su madre. Él no era una deshonra; él era una mejor persona que sus dos padres juntos y lo iba a demostrar.
Cuando estuvo a punto de abrir la boca para refutar aquella afirmación, su madre lo interrumpió. —Te crees mejor que nosotros, pero eres igual. ¿Acaso no tratas de igual manera a los Slytherins? Solo eres un fiasco, creyendo que lo que haces es lo correcto, pero eres igual que nosotros —aquello lo dejó paralizado en su lugar. Sus puños se cerraron con tanta fuerza que sus nudillos cambiaron a una tonalidad blanquecina.
—No soy como tú —afirmó, cruzando su mirada con la de su madre, la cual lo miraba altiva.
—Oh, claro que no, Sirius. Eres peor que yo. ¿Acaso Severus merecía todos esos años de martirio solo por la casa que le fue asignada? —con odio, miró a su progenitora, la cual se acercaba a él con su porte recto.
—Es fanático de las artes oscuras —contestó, buscando incluso autoconvencerse de eso.
—No lo es. ¿Acaso tienes pruebas? —la risa macabra de aquella mujer resonó por toda la habitación, causándole al mayor de los Black un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, de los pies hasta la cabeza. —Eres un Black, hecho y derecho Sirius, aceptalo, eres igual a nosotros—.
—No lo soy—.
—No, claro que no— contesto la mujer estando ahora lo suficiente cerca de su hijo como para levantar su varita apuntando al pecho de este. —No dejas de ser un traidor y una escoria que mancha el apellido, una pequeña mierda que se la vive pavoneando ser mejor que nosotros— aquello le había dolido, aunque sabe vivir con amenazadas y con palabras hirientes, siempre que venían de su madre le causaba un dolor enorme y es que tenía razón, había sido igual de mezquino que ellos, solo que lo había invertido para saciar su odio, el no tenía por qué tratar así al Slytherin, no tenía razones y lo sabía, era un idiota.
—No sabes nada de mi vida— contesto conteniendo sus lágrimas, a su madre le molestaría más verlo llorar.
—Cierto, tampoco me interesa, Regulus ha hecho un mejor papel que tú, siempre fue mejor que tú, a ver si un castigo te hace reflexionar— tras esas palabras un dolor fuerte impacto en su pecho. Una ola de dolor se apoderó de cada fibra de su ser, como miles de agujas ardientes perforando su piel. Su visión se distorsionó, los colores se desvanecieron en una paleta de sufrimiento. Cada segundo parecía una eternidad, mientras el maleficio se apoderaba de su cuerpo y alma, dejando tras de sí un rastro de agonía insoportable.
—M-madre —susurró en el suelo, intentando aguantar el dolor que aquel hechizo imperdonable le causaba y buscando a tientas lentamente su varita. Aquello no podía ser un sueño ni una alucinación; dolía, era real.
—Cállate, maldita escoria. ¡Necesitas aprender a ser como tu hermano! —la mujer, impertérrita en su seriedad inquebrantable, lo miraba con una aura de superioridad. Era de esperarse, pues él estaba arrodillado, sufriendo en agonía por aquel hechizo.
—Sirius... — Una voz lejana lo llamó; sus ojos tan firmes estaban apretados, su mandíbula tensa intentando no gritar del inmenso dolor que sentía. —Sirius —aquello lo hizo abrir los ojos levemente; el dolor seguía presente, pero el rostro en frente de él no era el de su madre, sino el de su pequeño hermano.
—Reg —miró con dificultad cómo el menor se agachaba hasta estar a su altura y, con tranquilidad, acariciaba su mejilla.
—Eres un imbesil —aquello salió de los labios del menor, al tiempo que un golpe resonó en su mejilla. El eco de aquello sonó por toda la habitación, y el ardor en su mejilla fue insignificante comparado con el dolor de la imperdonable que acababa de recibir. —Me abandonaste —.
—Tú nunca vendrías conmigo —contestó.
—Tú nunca preguntaste —.
Aquello lo hizo voltear para ver a su hermano, quien tenía lágrimas corriendo por sus mejillas. Se enojó consigo mismo por ello; había prometido que su hermano nunca derramaría ni una sola lágrima por dolor, pero no pensaba que el dolor emocional también pudiera hacer que derramaras lágrimas.
—Perdón — habló con la voz temblorosa, soltando las lágrimas que había estado reteniendo desde que entró en aquella sala. —Perdóname por ser un imbécil — continuó y vio cómo su pequeño hermano tomaba su rostro con ambas manos y le brindaba una pequeña sonrisa. —Entiendo si me odias, estás en tu derecho, fui — fue callado abruptamente con un abrazo que lo dejó sorprendido.
—Eres un imbécil, pero eres mi hermano, Sirius — el menor no estaba acostumbrado a abrazar. Nunca lo había hecho con tanto fervor como lo hizo en aquel sueño, porque eso era, ¿no? Había visto en su sueño cómo su madre torturaba a su hermano y le decía cosas horribles.
—Debí haberte preguntado, debí haber ido a tu habitación y hablarlo contigo, pero no quería que tú también fueras llamado traidor. Tú no mereces toda esta mierda — aquellos lamentos fueron soltados al tiempo que correspondía a aquel abrazo.
—Tú tampoco lo mereces. Nadie merece esta mierda — el aura de aquella tétrica habitación fue cambiando a una más tranquila. La brillante luz plateada los rodeaba. Regulus no lo vio, pero una magnífica pluma brillante en aquella tristeza plateada flotó sobre ellos hasta posarse frente a los ojos de Sirius y escribir en el aire con letras doradas.
"Enmendar tus errores logrará sanar más de dos corazones."
Con la lectura de esas palabras doradas, la figura de Regulus se desvaneció en una total tranquilidad. Al dejar de sentir aquel calor, Sirius pudo ponerse de pie lentamente y comenzar a seguir aquella majestuosa pluma hacia lo que parecía ser una salida. Bien, había aprendido una lección, y sabía que todo lo que había sucedido había sido necesario para hacerle ver sus inmaduras decisiones. Su madre tenía razón en solo una cosa: había actuado de manera similar a ella. Sin embargo, todavía estaba a tiempo de sanar aquello, o al menos eso creía. ¿Sería un reto? Sí, pero él era un Gryffindor, y los retos eran su serotonina. Con renovada determinación, siguió a la pluma Quilluminar, dispuesto a enfrentar lo que fuera necesario para enmendar sus errores y sanar los corazones heridos.
...
La visión de Peter quedó cegada por escasos segundos, pero al acostumbrarse, logró divisar una habitación completamente blanca. Parecía que la luz del sol no podía entrar en aquel lugar, que ni siquiera contaba con iluminación artificial. Con cuidado, comenzó a caminar temeroso, explorando esa peculiar sensación de extravío que surcaba su cuerpo.
Sin darse cuenta, poco a poco su cuerpo comenzó a sentirse más pequeño en comparación con lo que recordaba en esa habitación. O tal vez, podría intuir que la habitación había crecido de una manera extraordinaria.
—Tan pequeño, tan insignificante. ¿Realmente crees que puedes estar a la altura de tus amigos? —se escuchó a su espalda, lo cual lo hizo voltear. Su mirada captó una sombra gigante sin forma alguna, pero extrañamente poseía dos cuencas blancas simulando ojos.
—No lo escuches —susurró para sí mismo, girando la mirada hacia adelante en un intento de perder aquella sombra que, lamentablemente, lo seguía.
—Siempre en la sombra, nunca el protagonista. ¿Te sientes cómodo siendo un secundario en tu propia historia? —otra sombra apareció junto a él, impidiendo su avance. Fue en ese momento que, al mirar a su alrededor en busca de una salida, sintió cómo la habitación había cambiado, mostrándole muebles mucho más grandes de lo usual. Incluso se sintió como cuando estaba en su forma animaga, tan pequeño, tan insignificante.
—Cállate —susurró con temor y corrió rápidamente hacia una mesa gigante, buscando refugiarse debajo de aquel lugar, pero fue interceptado por otra sombra igual a las otras dos.
—¿Crees que realmente te aceptarán si ven quién eres realmente? Quizás serías mejor si fueras invisible —aquello le dolió. De hecho, todo lo que habían dicho le dolió. Intentó retroceder, pero estaba siendo rodeado por esas gigantes sombras que se reían de él y de su pequeñez. Tenían razón, era algo insignificante en el mundo, pero todos lo eran, ¿no? Remus siempre le repetía eso cada vez que sentía su inconformidad, que al final todos somos incluso más pequeños de lo que pensamos.
—Las sombras de los demás te eclipsan. ¿No mereces algo más que ser un espectador en tu propia vida? —dijo una sombra.
—¡Lo que dices es mentira! —gritó con furia, mirando con ojos llorosos esas sombras que lo atormentaban.
—Pequeño ratón en un mundo de leones. ¿Cuánto tiempo crees que podrás mantener tu lugar entre ellos? —aquella frase removió algo en su interior, lo hizo soltar lágrimas. Era cierto, él nunca sería nada comparado con sus amigos. Él nunca había aportado, era simplemente un cero a la izquierda, era quien caminaba detrás de los demás, quien no aportaba nada al grupo.
Rendido, se sentó abrazando sus piernas con la cabeza refugiada en ellas. Era un cobarde y lo sabía por las diversas risas que se escuchaban a su alrededor, risas que incluso parecían incrementar debido al eco. Le daba miedo, demasiado.
—¡Pete, vamos a la guarida! —se escuchó la voz de James a lo lejos, lo cual lo hizo levantar la cabeza rápidamente, intentando enfocar la mirada hacia donde provenía la voz.
—James, tenemos que estudiar —respondía él con una pequeña sonrisa.
—¡Puedes estudiar allá, vamos! —él había seguido a su amigo.
—Worm, tienes que enseñarme a hacer esas flores, son imposibles —se mostró mientras su amigo señalaba un cuadro, un pequeño proyecto del menor.
—Tampoco se ven tan bien —contestó, restando mérito a su esfuerzo.
—Wormtail, en serio, necesito saber cómo pintar así. Lo haces genial, deja de hacerte menos.
Deja de hacerte menos.
Deja de hacerte menos.
Aquello resonó en su cabeza. Con dificultad, se levantó intentando ignorar esas risas insoportables y se dirigió hacia donde se veía la imagen de ese recuerdo, el cual fue cambiando a otro, mientras aquello pasaba miro a su alrededor, faltaba una sombra, solo había dos quienes lo seguían confirme avanzaba
—Soy un monstruo, Worm —ahora era Remus quien se mostraba en aquella dirección.
—¡Rems! Deja de decir eso, estoy bien —contestaba Peter, parándose y mostrando que el rasguño en su mejilla no era nada.
—Te hice daño, Pete —contestó su amigo.
—No, deja de decir esas cosas. Son riesgos que corremos y está bien. Eres nuestro amigo, y siempre estaremos ahí para ayudarnos —se acercó a su alto amigo, el cual estaba sentado en aquel baúl a la orilla de su cama.
—Pete...
—¿Confías en mí, Moony? —aquella frase era algo distintivo en su grupo, una frase que cargaba un significado que solo los cuatro sabían, y solo había una contestación para ella. Le había otorgado una sonrisa a su amigo quien no tenía más que contestar sin rechistar.
—Ahora y siempre —con eso dicho, le dio un abrazo al de cicatrices, quien le susurró al oído. —No sabría qué hacer si algún día me llegaras a faltar, Peter —aquello hizo reír al rubio en aquel abrazo.
—Seguramente podrías seguir sin mí —contestó, restando importancia.
—Eres más importante para mí de lo que tú crees —contestó en modo de regaño el licántropo, terminando así aquel pequeño recuerdo y junto con el otra de las sombras había desaparecido con un grito.
Eres más importante de lo que tú crees.
Eres más importante de lo que tú crees.
—Eres insignificante, eres un —aquella voz fue callada por una risa escandalosa, pero esa risa ya no provenía de aquella dirección a la cual estaba corriendo, sino que provenía a espaldas de él. Se detuvo abruptamente en el momento en que fue abrazado, sintió cómo unas cálidas manos cubrían sus oídos evitando así que escuchara lo que aquella sombra decía.
Su mirada seguía enfrente, mirando ahora frente a él un recuerdo que era más reciente.
—Peter, soy un desastre —hablaba Sirius acostado en su cama mirando al techo.
—¿Por qué lo dices, Sirius? —preguntó el rubio, quien veía con extrañeza a su amigo.
—No dejo de pensar en la decepción que seguramente siente mi familia —aquello hizo al pequeño reaccionar y acercarse a su pulgoso amigo.
—Tú hiciste lo que debías hacer, ¿podrías haberlo planeado mejor? Sí, pero podrás solucionarlo pronto —con cuidado le pasó su corbata al mayor, quien la tomó para comenzar a ponérsela.
—Me odia —dijo mirando a su amigo al ver que aquella corbata estaba siendo masacrada con los movimientos bruscos del ojigris.
—Pads, es tu hermano, no te odia, pero está en su derecho de enojarse por tu decisión —le había dicho a su amigo, al mismo tiempo que apartaba las manos contrarias de aquella corbata y la ataba correctamente.
—Debería hablar con él, ¿verdad? —aquellos ojos de cachorro perdido dieron directo en el corazón del pequeño merodeador, quien le regresó una sonrisa cálida.
—Sí, deberías, y no salgas con el "Es complicado" —regañó, terminando de colocar la prenda perfectamente doblada.
—Es que —intentó explicar Sirius.
—No, ¿quieres mi consejo? —al ver que el mayor asintió, se puso de pie mirándolo con aquel brillo de hermandad característico de ellos cuatro, porque eso eran, hermanos de alma. —Habla con él, reconstruye esa relación que tanto añoras y busca también su felicidad. Si se enoja contigo, estaré aquí para que llores en mi hombro. Si todo sale bien, estaré aquí para celebrarlo, porque somos amigos, Sirius, y estamos en las buenas, en las malas y en las peores —al terminar de decir aquello, unos brazos lo rodearon.
—¿Cómo es que siempre sabes qué decir, Pete? —susurró su amigo en medio de aquel abrazo.
—No lo sé, solamente digo lo que pienso —contestó.
—Eres un sol, Worm —con aquello dicho, toda la habitación relució nuevamente en un blanco más cálido parecido al beige, los muebles volvían a una altura normal, incluso sentía que él era el que estaba creciendo.
—Eres importante, Pecas —aquella voz lo sacó de sus pensamientos. No era la voz de ninguno de sus amigos. Pensaba que quien le cubría los oídos era Sirius, pero se llevó una sorpresa al girarse levemente para quedar frente a aquella persona.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, mirando cómo aquel castaño de ojos verdes le dedicaba una sonrisa que, por raro que parezca, era cálida.
—No tengo respuesta a eso, Pecas —sus rostros estaban relativamente cerca, pero era un detalle que el mencionado no le daba importancia.
—Gracias por eso último —dijo, dedicándole una sonrisa pequeña a lo que él creía una alucinación que había tomado forma del Slytherin.
Este solo le dio un asentimiento de cabeza levemente y, por inercia, juntó sus frentes, haciendo que el menor en estatura cerrara sus ojos azules en una calma inexplicable.
—Pecas... —el susurro siseante de Barty inundó sus oídos como si fuera la única voz que podía escuchar. —Eres alguien muy importante en la vida de las personas que te rodean, nunca pienses lo contrario —el Slytherin solamente decía lo que le venía a la cabeza. Los dos tenían sus ojos completamente cerrados, unidos en un ambiente calmado y sin pensamientos intrusivos.
—¿Tú crees? —preguntó, sintiendo cómo unas manos un tanto frías lo rodeaban en un abrazo. Y sin problemas colocó los suyos alrededor del cuello contrario sin dejar que sus frentes se separaran. Le gustaba esa sensación, aunque estaba convencido de que era una alucinación. ¿Por qué el de ojos verdes era parte de ella?
—Yo soy de creer muchas cosas —aquella voz, mezclada con una risa, podría volverse su adicción si no fuera aquello una alucinación. —Pero creo que tú acabas de ver que lo que digo es verdad —.
El castaño abrió sus ojos, mirando cómo aquel rubio aparecía en su sueño y había decidido no intervenir, no hasta que ardió en enojo por las cosas que aquellas sombras le decían.
Con más calma, el rubio abrió sus ojos y pudo ver a su derecha un ligero destello, el cual pertenecía a una hermosa pluma que escribía sin apuros.
"Eres más importante de lo que tú mismo imaginas"
Con una sonrisa, sintió cómo la imagen de aquel castaño desaparecía, dejándole una sensación fría pero siguiendo a aquella luz que desprendía el objeto, viendo al final una puerta a la cual corrió buscando atravesarla y acabar con todo.
—¡Peter!—el abrazo de Sirius fue lo primero que sintió al salir por aquella puerta, fue un abrazo cálido y que claramente los dos necesitaban.