
V Gato de Cheresire
Narrador omnisciente
Inmersos en la serena atmósfera que impregnaba las paredes, optaron por reservar la búsqueda de la pluma encomendada para el fin de semana. Las clases demandaban su atención durante los días hábiles, y las tareas pendientes, excusadas con el pretexto de la falta de tiempo, se antojaban como meras distracciones que encubrían su verdadera motivación.
—Woooooorm —exclamó el de anteojos, captando la atención de su amigo más pequeño. —Has estado mirando ese frasco de ratones de gomita durante unos 30 minutos —señaló, mostrando evidente preocupación. —¿Qué pasa? ¿Esta todo bien?—se atrevió a preguntar.
—Nada en particular, solo tengo muchas cosas dando vueltas en mi cabeza —respondió con un suspiro, dirigiendo una sonrisa cansada hacia su compañero. —No te preocupes, Jamie —añadió, intentando tranquilizarlo.
James arqueó una ceja, su expresión mezcla de preocupación y curiosidad. —Muchas cosas, dices. No es usual verte tan ensimismado, Wormtail. ¿Algo relacionado con el pergamino, o hay algo más en tu cabeza? —.
Peter trató de esbozar una sonrisa, intentando restar importancia a sus pensamientos. —Nada que ver con el pergamino, aunque eso está en el aire ultimamente. Solo... bueno —se detuvo momentáneamente, debatiéndose internamente sobre si compartir o no lo que le preocupaba desde el día anterior. —Tuve una charla con Barty en los pasillos ayer —confesó de repente, movido por la confianza que depositaba en sus amigos.
—¿Te hizo algo? —preguntó ansioso, sosteniendo el rostro de su amigo con cuidado mientras escrutaba en busca de heridas o rasguños.
—No, James, tranquilo —apartó suavemente al de lentes para ofrecerle una sonrisa tranquilizadora. —Solamente hablamos, pero es que me hizo sentir extraño —añadió, dirigiendo la mirada hacia la guitarra que colgaba en la esquina, donde Sirius solía frecuentar.
—Seguramente te lanzó algún hechizo —dijo, frunciendo el ceño con preocupación. Peter había tenido un encuentro con el excéntrico Crouch, y James no estaba dispuesto a pasar por alto ninguna amenaza.
—No, utilicé "Revelatos" cuando sentí que me seguía —explicó con una risa ligera, rodando los ojos ante la expresión preocupada de su amigo. —Su actitud no fue la usual cuando nos peleamos. Fue diferente y eso me desconcierta —comentó, manteniendo su sonrisa mientras describía la extrañeza del encuentro.
—Seguramente fue parte de algún plan, Worm— afirmó James, dejando de lado la preocupación inicial. —Si vuelve a hablarte, avísame. No quiero que ninguno de nosotros salga herido. Y si Crouch tiene algo planeado, es mejor prevenir —agregó con determinación, mostrando su compromiso de proteger a su grupo de amigos.
—Eres todo un caso, Prongs —dijo el de pecas sonriendo abrazando a su amigo quien lo envolvió en sus brazos.
—Pero así me quieren —contestó sin romper el abrazo, ocasionando que los dos soltaran una risa que se podía escuchar hasta en la entrada de la casa de los gritos.
...
Los pasillos del castillo yacían envueltos en una penumbra mágica, donde la luz de las antorchas titilaba en el frío mármol de las paredes. El resplandor ambarino se proyectaba en destellos danzantes, iluminando tramos de pasillos antes de sumirse nuevamente en la oscuridad. El eco suave de los pasos resonaba, creando una melodía rítmica que llenaba los corredores vacíos.
Las sombras se alargaban en los rincones, como si el propio castillo respirara suavemente entre sus muros centenarios. Las antiguas pinturas en las paredes observaban en silencio, sus rostros inmortalizados expresando una tranquilidad. A medida que avanzaba la noche, el silencio se volvía aún más profundo, solo interrumpido por el susurro de las telas de cortinas invisibles moviéndose con gracia en alguna ventana abierta.
Bajo la capa de invisibilidad, un merodeador se deslizaba en un silencio asombroso, emergiendo de su sala común con un propósito claro: la Torre de Astronomía. Le fascinaban esas noches en las que la luna exhibía una sonrisa tan encantadora como la del gato de Cheshire. Luna la cual evocaba una historia que su padre le contó: la noche en que él, bajo la luz de ese astro, encontró a su verdadero amor. Era una tradición que los Potter descubrieran a su persona especial bajo la luz de aquella luna, una narrativa que hacía que James no se perdiera ninguna de esas noches mágicas, alimentando sus fantasías y llenándolo de una sensación única.
Con paso firme, ascendió las escaleras que conducían a su destino, la emoción brillando en sus ojos mientras se despojaba con elegancia de la capa que lo envolvía. Al adentrarse en la habitación, su mirada se posó en el barandal que ofrecía una vista privilegiada del cielo estrellado. Se recostó en él con un suspiro de admiración, su sonrisa revelando un cúmulo de emociones.
Los mechones de cabello castaño, enredados en su propia rebeldía, añadían un toque desenfadado a su imagen. El brillo cálido de sus ojos, color café caramelo, se entrelazaba con la luz de la luna, creando una atmósfera cargada de añoranza y, al mismo tiempo, de una esperanza radiante. Cada rincón de su ser estaba iluminado, no solo por la luz plateada que derramaba la luna, sino también por la expectativa de futuras historias que el destino le tenía reservadas. El instante se impregnaba con la magia única de las noches estrelladas.
Ajeno al mundo que lo rodeaba, el merodeador estaba inmerso en un remolino de pensamientos que le impedían percibir su entorno. Un pequeño gato negro, de mirada curiosa y brillantes ojos grises, lo observaba con atención. Bajo la luz lunar, el joven Gryffindor adquiría una aura especial, casi mágica. El felino, con su pelaje oscuro, admiraba la figura del estudiante, y, de alguna manera, parecía captar la magnificencia que emanaba de él.
A pesar de sus propios regaños mentales, el felino pensaba que James se encontraba en un estado que rozaba lo impecable. Cada detalle de su presencia irradiaba un asombroso encanto, como si estuviera imbuido con una esencia celestial. El joven parecía desafiar la gravedad, como un ángel descendido de los cielos para iluminar la noche con su presencia. Inadvertido por el chico, el gato negro continuaba observándolo con una mezcla de curiosidad y admiración, como si reconociera la singularidad de aquel momento mágico.
El felino, portando la elegancia innata de su especie, avanzó con pasos sigilosos hacia el joven de anteojos. Su andar, casi como una danza, mostraba la determinación de competir por la atención que el castaño dedicaba a la luna. Aunque en el fondo sabía que este acto podía llevarlo a lamentarse, no pudo resistirse a la necesidad de intentar arrebatarle al menos un momento de concentración al Gryffindor.
Entre sus pensamientos y la resignación que acompañaba sus acciones, aquel gato se engañaba a sí mismo al pensar que, de alguna manera, podría cambiar el curso de las cosas. En su fuero interno, reconocía la verdad que le resultaba difícil aceptar: estaba profundamente enamorado desde hacía años. Sin embargo, era consciente de que ese anhelo estaba destinado a permanecer como un sueño lejano e inalcanzable, un secreto guardado celosamente en el corazón del felino, o no tan felino.
James, intrigado por la presencia del gato negro, desvió su atención hacia el animal que avanzaba con gracia y elegancia, como si cada paso fuera una danza medida. La suavidad de su pelaje revelaba la distinción no solo de los felinos en general, sino también de aquel característico Slytherin de ojos grises.
El felino se acercó al barandal con una determinación que dejaba entrever algo más que simple curiosidad. James, sintiéndose atraído por su presencia, no pudo evitar bajar la mirada hacia el gato. Mientras se aproximaba, cada movimiento parecía llevar consigo un misterio que envolvía la noche tranquila del castillo.
—Hola, ¿Qué haces aquí, amiguito? —inquirió James, mostrando sorpresa ante la presencia del animal. Estiró su mano con cuidado hacia el gato, permitiéndole explorar sus intenciones. La conexión entre ambos se desarrollaba en ese instante, un diálogo silencioso que trascendía más allá de las palabras, sumergiéndolos en un encuentro único bajo la luz de la luna.
—Buscandote—.
—Muy bonita la luna, ¿no lo crees? —continuó James, apreciando la aceptación del gato a ser acariciado. Con gentileza, deslizó sus dedos por el suave pelaje, y una suave melodía de ronroneo respondió a su pregunta. El gato, satisfecho, cerró sus ojos, entregándose al placer de aquellos toques cariñosos.
—Me gusta más verla reflejada en tus ojos—.
—Mi destino es encontrar a mi persona bajo la luz de esta luna —explicó James, llevando al gato entre sus brazos y acomodándose en el suelo para mayor comodidad. La mirada curiosa del felino reflejaba una mezcla de alegría y curiosidad, como si comprendiera las palabras del joven. En ese momento, estaba compartiendo un secreto especial con James, uno que se guardaba celosamente y que nunca revelaría a nadie.
—Mi destino ni yo quiero saberlo—.
La atmósfera nocturna se llenó de un silencio apacible mientras James acariciaba al felino, y la luna, en todo su esplendor, iluminaba aquel instante de confidencias. El suave murmullo del ronroneo acompañaba las palabras del joven Gryffindor, como si el gato estuviera de acuerdo con la idea de que, bajo esa mágica luz lunar, podría desvelarse el destino de cada persona.
La expresión del merodeador reflejaba una serenidad no habitual en él. Siguió con su deber de acariciar al minino con un cuidado que hacía que el gato se acurrucara en sus brazos cómodamente, sin despegar su mirada grisácea de los detalles de aquel rostro encantador. —Mi padre dice que no apure las cosas, que todo llega a su tiempo, pero es frustrante, ¿sabes? —se quejó vagamente con aquel animal, el cual le prestaba completa atención—. Siempre estoy yo para la gente, siempre que me necesitan, estoy ahí, pero hay momentos en los que nadie está ahí para mí y no los culpo —continuó—. A veces, yo tampoco estoy, pero me gustaría que, al menos una vez, alguien me acompañara en estas noches de Cheshire, que me abrazara y me dijera que todo saldrá bien, aunque todo se esté yendo a la mierda —el gato pudo presenciar frente a sus ojos cómo el Gryffindor evitaba llorar, como aparentaba ser fuerte, pero a su vez se dejaba ver sin ningún tipo de telar que obstruyera sus emociones.
—Yo quiero ser esa persona—.
Bajo la luz de la luna, James se abría de una manera que raramente compartía con otros. La expresión de serenidad de la que estaba impregnado se deslizaba lentamente hacia una sinceridad vulnerable mientras acariciaba al felino con dedicación. El gato, ahora completamente cómodo en sus brazos, parecía absorber no solo las caricias sino también las palabras que salían del corazón del joven Gryffindor.
—Pero estar enamorado es horrible a su vez —volvió a expresar con un deje de melancolía. —Porque a veces no es correcto sentirte así, a veces no es correcta la persona y eso, eso cansa y duele —suspiró, permitiendo que las lágrimas regresaran por donde habían venido, evitando así llorar en exceso. No poseía la destreza de imitar a la luna, la cual derramaba luces de devoción ante aquel momento que estaba presenciando; para el Gryffindor, era un momento olvidable. La luna, testigo silencioso, compartía la carga de sus pesares, pero se guardaba entre sus mantos el secreto de este momento completamente inolvidable.
—Es completamente horrible—.
James se sumió en un suspiro profundo, como las olas que rompen con suavidad en la orilla, pero en su interior, la tempestad emocional rugía. El gato, testigo silencioso de sus confesiones, se acurrucaba con la curiosidad y la melancolía de quien comprende los secretos más íntimos. Mirando con aquellos ojos tan familiares pero a la vez tan lejanos, la imagen que se presentaba delante suya donde el brillo de la luna pintaba la escena con tonos plateados, resaltando la vulnerabilidad del Gryffindor, un Gryffindor que creía invulnerable.
—Pero nos da igual, como cuando la arena quema y no importa, porque sabes que si continúas llegarás a la hermosa orilla del mar y sentirás paz —comenzó, sus dedos acariciando el pelaje del gato como si buscaran consuelo en su suavidad. —Pero a veces la orilla está tan lejos que a mitad del camino te cansas, porque tus pies duelen, tu espalda pesa y aquello que creías tangible ya no lo es —sus palabras resonaban con la tristeza de quien se siente perdido en un océano de emociones indomables.
—Para tu sorpresa, mi hermoso mar es muy tangible en este momento, tanto que incluso es él quien me toca levemente—.
El murmullo de la brisa nocturna acompañaba su confesión, como el susurro de sus propios pensamientos que se debatían entre la resistencia y la rendición. La luna, testigo cómplice de tantas historias, teñía todo con su luz, creando un escenario donde la fragilidad humana se entrelazaba con la majestuosidad de la naturaleza.
—Tengo que regresar a mi sala común, amiguito —murmuró con una melancolía apenas perceptible en su voz, mientras acariciaba suavemente al gato antes de dejarlo con cuidado en el suelo. Poniéndose de pie, se inclinó para recoger su capa que yacía olvidada en la madera de la torre. Con pasos pesados, emprendió el descenso por las escaleras, dejando atrás al pequeño animal que observaba con atención cada uno de sus movimientos, lamentándose por el breve encuentro que compartieron en aquella silenciosa sala.
El felino se sumó a la danza de la noche, deslizándose entre los pasillos con destreza felina, siempre atento a evitar miradas curiosas. Atravesó el bullicioso comedor, sorteó los salones y burló incluso a los prefectos en su misión nocturna. Se deslizó en el interior de la sala de la casa esmeralda con una naturalidad que sugería una familiaridad innata. Recorrió los corredores como si los conociera de memoria, guiándose por un conocimiento secreto que solo él poseía, hasta llegar a una puerta entreabierta que lo invitaba como si fuera su propio hogar.
Al entrar en la habitación el aura de la sala esmeralda cambió al instante con la transformación de aquel gato en un joven de cabello negro risado. La poca luz de la luna, que se filtraba por el agua del lago negro que se miraba en la ventana, resaltaba los matices grises en sus ojos, revelando una mirada intensa. La atmósfera estaba cargada con la magia de la noche, mientras el recién llegado absorbía el ambiente de la sala que parecía conocer tan bien. Un destello de misterio y asombro persistía en sus ojos, como si aquel encuentro con el Gryffindor bajo la luz de la luna hubiera sido un sueño.
—No puede ser— se repetía una y otra vez al compás que se dejaba caer en la comodidad de aquella cama pulcramente tendida. —Esta mal— se repitió regañandose con serenidad. —Pero se siente tan bien que eso ya no importa— mordió levemente su labio evitando gritar.
El más joven de los Black experimentó una inesperada curiosidad desde el momento en que contempló al único hijo de los Potter en una foto que Sirius compartió, presentándole a su círculo de amigos. La sorpresa aumentó cuando lo encontró en persona un año después. Aunque apenas intercambian palabras más allá de algunas expresiones cortantes durante sus encuentros por las bromas, le perturba notar cómo su corazón late sin control y cómo sus ojos no pueden evitar desviarse cada vez que el Gryffindor pasa a su lado.
Él conocía la razón, la había aceptado en lo más profundo de su ser, pero era un motivo que guardaba celosamente. Ni siquiera sus amigos más cercanos estaban al tanto; era un secreto resguardado bajo el fulgor de sus ojos grises.
—Quisiera ser tu persona —susurró, entregándose a los brazos de Morfeo con una sonrisa que adornaba su rostro, decidido a no dejar que nada ni nadie le arrebatara el buen humor al día siguiente.
...
—Black —saludó cordialmente el merodeador con un movimiento de cabeza, al encontrarse con el menor de los ojos grises que para él eran estrellas hermosas, aunque solo guardara ese pensamiento para sí mismo.
—Potter —devolvió el saludo con pulcritud, tratando de aparentar que la mera voz del Gryffindor no aceleraba su corazón, aunque claramente funcionó.
—¿Qué haces en la puerta de la torre de Gryffindor? —se aventuró a preguntar mientras salía del retrato y acomodaba su corbata con agilidad, detalle que no pasó desapercibido para el Slytherin, quien se contuvo para no relamerse los labios al observar esas manos.
—Venía a hablar con Sirius, pero no tengo más tiempo. ¿Podrías decirle que mamá quiere que asista a la ceremonia de inauguración de los Lestrange? —pidió, aunque con una postura arisca, intentando mostrar cordialidad al Gryffindor y apaciguar cualquier tensión.
—Yo le avisaré. ¿Algo más? —preguntó al ver que el menor luchaba por no abrir la boca de nuevo.
—Nada —se quedó en silencio unos segundos antes de añadir. —Te ves bien, Potter —dicho esto, se retiró hacia el gran comedor, ya que era por la mañana y el desayuno estaba servido.
El merodeador se quedó helado, intentando procesar la intención con la cual aquel comentario fue dicho, pero le restó importancia a aquello y regresó al interior de su sala común, encontrándose a un Peter y a un Sirius, quienes apenas bajaban de la habitación para dirigirse al gran comedor.
—Sirius, me encontré con Regulus. Dice que tu madre quiere que asistas a la ceremonia de los Lestrange —informó con una mueca de disgusto al pronunciar aquel apellido.
—En sus sueños yo iré a aquella reunión —gruñó, siendo tomado del hombro levemente por el pequeño rubio, el cual miraba la escena sin decir nada.
—Eso deberías hablarlo con mini Black —respondió el de anteojos, elevando sus hombros en una señal que transmitía que él no tenía una respuesta.
—No quiero hablar con él... Prongs, seguramente sigue enojado porque lo dejé, y está en todo su derecho —explicó con una mueca de desagrado ante el hecho de haber dejado solo a su hermanito.
—También fue culpa de tu decisión impulsiva, Pads. ¿Y si le preguntas si se quiere venir contigo? —habló el rubio mirando a sus amigos.
—Es complicado, Pete.
—Nada es complicado, tú lo haces complicado, eso es diferente —agregó el de cabellos castaños mirando mal a su amigo. —Te haré el favor y hablaré con él —suspiró ante el rostro de perro aplastado que le dio su amigo, a sabiendas de que iba a aceptar gracias a eso.
—¡Gracias, James! —sonrió con ojos cerrados por la afirmativa de su amigo y corrió a abrazarlo, dejando a su amigo rubio con una mirada de desaprobación hacia el animago de ciervo, quien le dirigió una mirada de "no pude decirle que no", la cual lo hizo reír.
—Bien, vamos pulgoso que Remus nos está esperando para desayunar —exclamó el más pequeño, saliendo por el retrato y dejando a su amigo indignado tras aquella afirmación.
—¡Ya no tengo pulgas! —gritó caminando con cierto drama siguiendo a Peter.
—Merlín, ¿qué haré sin ellos? —recitó en voz alta el de anteojos, siguiendo a los otros dos con una sonrisa y caminando junto a ellos hacia el gran comedor, pero observando si se topaba al menor de los Black para hablar con él.
Al llegar a aquel salón, se dirigieron casi corriendo al licántropo, quien se encontraba conversando animadamente con Lily Evans. Las cosas con ella habían terminado relativamente bien después de un sermón que no se le iba a olvidar en la vida:
"Ojalá te enamores de alguien que sepa lo que vales, que a cada una de esas cosas que tú llamas «defectos» les ponga tu nombre y sueñe con abrazarlos cada noche. Alguien a quien no le importe la hora que sea cuando sienta la necesidad de decirte que te quiere, que te despierte con un beso de buenos días y te dé las buenas noches con uno de esos abrazos eternos que terminan solo cuando el sueño vence. Ojalá te enamores de alguien que te diga cada día que eres hermoso, que no ha visto algo más bonito en toda su vida. Alguien a quien no le dé miedo decirte en voz alta que está loco por ti, que lo grite bien fuerte, bien alto, sin importar nada más que la sonrisa que te provoque saber que lo dice desde el corazón."
Yo no puedo darte eso, esas palabras había dicho, y solo esas bastaron para hacerlo entender que él sí merecía eso.
—¡Rems! ¡Lily! —sonrió, siendo recibido por un regaño del primer mencionado por haber tardado tanto, a lo cual le echó la culpa a los otros dos merodeadores y a su pequeña discusión.
—Bien, Pads, me debes una —le dijo al de ojos grises al mismo tiempo que tomaba aquel origami de mariposa y le daba un ligero soplido para que volara hacia una dirección específica.
Las hermosas alas de papel emprendieron vuelo por todo el gran comedor, captando las vistas desinteresadas de algunas personas que percibieron al raro objeto pero restándole importancia. Con la elegancia que asemejaba incluso a una mariposa real, se posó frente al más joven de la familia Black, el cual con cierto deje de duda en su rostro tomó aquel pequeño papel con dobleces y decidió abrirlo bajo la expectante mirada de sus amigos.
—¿Qué dice Reg? —preguntó el rubio con un deje protector en su voz.
—Nada relevante —dijo cubriendo su pequeña sonrisa con aquel papel y buscando con la mirada aquellos ojos cafés que le dedicaron una sonrisa. —Me tengo que ir, olvidé un libro en mi habitación y lo necesito para la siguiente clase —recitó volviendo a aquel rostro serio, aunque nadie había notado el cambio ligero en sus mejillas ni el brillo singular que había salido como fuegos artificiales de sus ojos.
"¿Puedo hablar contigo, afuera del gran comedor?"
J.P
Al ver a sus amigos asentir en modo de entendimiento y dejando de lado esa situación, aunque a Barty le parecía cómica, siendo él el único que se dio cuenta de ese cambio en el pequeño, salió con tranquilidad de ese lugar, esperando ser seguido por el remitente de la nota.
—¿Qué quieres, Potter? —habló al escuchar unos pasos detrás de él.
—Sirius, no quiero hablar por él, pero quisiera saber si estás enojado con él o si lo odias —hablaba con un tono tan calmado que incluso olvidó que estaba hablando de su hermano.
—No es tu asunto, Potter. ¿Le diste el recado? —respondió con un tono arisco y cierta repulsión; era la imagen que debía aparentar.
—No es mi asunto, pero me importa —aguantó las ganas de morder sus labios al ver aquel brillo de determinación en los ojos de Gryffindor.
—Estoy molesto, pero no lo odio. No puedo odiarlo —contestó rodando los ojos, intentando perder de vista aquel sentimiento y mostrarse fuerte frente a ese chico.
—Entonces creo que deberían hablar sobre sus problemas. Sirius no quiere ir a esa reunión, pero no quiere hablar contigo por miedo a que lo odies por la decisión que tomó —explicó, rascando levemente su nuca, avergonzado por su amigo.
—Entonces dile eso a él, que agarre su "orgullo Gryffindor" y venga a decirme, ¿por qué se fue de la casa y me deja una carta y todas sus responsabilidades sin siquiera preguntarme? —levantó la voz, sonando firme. Estaba molesto, pero no podía enojarse con el de anteojos. No era su culpa después de todo.
—Black, sé que la decisión de Sirius fue impulsiva, y también sé que no es mi deber arreglarlo, pero sé que está sufriendo de la misma manera que tú lo haces —habló buscando que aquellos ojos lo miraran, pero fallando en el intento. —Haré lo que quieras si tú hablas con Sirius, te prometo que lo que tú quieras, Black, pero Sirius solo necesita que tú te acerques y le demuestres que no lo odias —al ver indignación por lo dicho y al ver al de rizos a punto de abrir la boca para refutar, decidió volver a hablar. —Walburga le mandó una carta a Sirius diciéndole que no volviera a la mansión ni en sus sueños porque tú lo odiabas —habló lo más rápido que pudo, causando en el menor una mueca de confusión. Así que esa era la razón de Sirius, el miedo de que lo que le había dicho su madre fuera verdad.
—¿Harás lo que sea, Potter? —volvió a preguntar después de haberse quedado unos minutos en silencio, analizando todo. Algo tenía que sacar de aquello, y si era aquel merodeador quien se lo daba, mejor.
—Sí —contestó sin dudarlo, y eso era algo propio de él; él haría lo que fuera por sus amigos, incluso nadar en el lago negro junto al calamar gigante, lo que fuera.
—Te escuché hablando sobre un pergamino... —aquello no había empezado bien.