
III Trabajo en equipo
Narrador omnisciente
Con la escalera crujiendo bajo sus pasos, los Merodeadores descendieron juntos en la penumbra de lo desconocido. Cada peldaño, marcado por el paso del tiempo que aquella escalera había estado en completo abandono.
La luz tenue que se filtraba desde la escotilla sobre ellos daba apenas suficiente claridad para distinguir las formas de los casilleros desgastados y las paredes envejecidas. Mientras descendían, la sensación de estar sumergiéndose en un capítulo oculto de Hogwarts se hacía más palpable, más atrayente, como todo lo peligroso.
Los ecos de sus pasos resonaban en la escalera antigua, creando una sinfonía de sonidos que se mezclaban con el susurro de susurros expectantes. Los Merodeadores, unidos por la curiosidad y la intriga, se aventuraron más profundamente en lo desconocido, listos para enfrentar los misterios que les esperaban en las sombras de esa escalera centenaria. Aunque el miedo surcaba sus pieles y la poca luz les diera paso, no se detendrían hasta encontrar el objeto mencionado por el pergamino.
Cuando se encontraban bajando, un fuerte sonido los alertó. Miraron asustados hacia varios puntos. A pesar de ser una escalera angosta, no tenían ciencia cierta de quién o qué podría haber hecho tal ruido. Sirius descubrió al intentar continuar.
—No puedo —recitó, golpeando con su mano lo que parecía ser una barrera invisible.
—Déjame intentar —dijo Remus tomando levemente el hombro de su amigo y atravesando como si nada aquella pared. —¿Por qué?
—"El ciervo y el lobo" —comentó James, mirando a sus dos amigos antes de pasar él también.
—Cierto, bueno, nosotros los esperamos aquí —dijo Peter, mirando cómo sus amigos ponían muecas tristes. Les gustaba hacer todo juntos, y él lo sabía. También sabía que la misión fue encomendada para sus amigos, no para ellos.
—Es una misión, Prongs, ya nos contarán cómo les fue. Nosotros cubriremos desde arriba —el pelinegro de rizos le sonrió a su amigo, dándole confianza.
—Rems, no se metan en tantos problemas —dijo el rubio, sonriéndole al mencionado y tomando al mayor de los Blacks para alejarlo de aquella pared drásticamente invisible.
—Bueno, Moony, solo somos tú y yo —habló el de lentes, mirando cómo su amigo tragaba con cierto miedo.
—Vamos, Prongs —ambos siguieron bajando hasta llegar a una habitación que, a pesar de lo abandonada que se veía, no se encontraba en malas condiciones. Era un cuarto con paredes de piedra algo rugosa, piso de piedra liza, pero algunos detalles en amarillo resaltaban en ella, como pequeñas flores en algunos lugares donde la humedad lograba hacer esos milagros.
Frente a ellos se alcanza a ver una pequeña puerta a la cual se acercan sin ningún temor, mirando levemente cómo esta se abre poco a poco, dejándolos ver un laberinto de espejos mágicos.
—Vaya... esto no será tan fácil —recitó el castaño claro mirando a su amigo, el cual se encontraba inspeccionando el área con la mirada.
—No, estoy pensando a creer que nos pondrán ciertas pruebas —dijo el de anteojos mirando con atención un grabado en la pared al lado de la puerta. —"El ciervo verá el camino a seguir, o si no, podrían morir" —leyó e inmediatamente miró el rostro de su amigo con algo de terror. Los dos rápidamente dieron media vuelta, pero se toparon con la gran sorpresa de que la pequeña entrada a las escaleras ya no se encontraba donde se supone debía estar.
—Transformación de cuarto, ingenioso —exclamó el licántropo en voz alta pateando la pared algo de furia.
—¿Confías en mí, Moony? —preguntó mirando con decisión aquella puerta donde varios espejos se dejaban ver. Aunque en el grabado de esa puerta abierta se leía a la perfección "Ecos del saber".
—Prongs —
—¿Confías, sí o no? —dirigió su vista ahora a su amigo, el cual se encontraba con claro miedo en sus ojos cafés verdosos, pero necesitaba la respuesta a esa pregunta.
—Ahora y siempre —respondió.
—Ven detrás de mí, no me pierdas el rastro —y así como lo dijo, empezó a acercarse a aquel lugar que dejaba la sensación de pequeñez en sus cuerpos, de ser seres insignificantes prometiendo vanidades, porque eso somos como personas, simplemente insignificantes.
—Izquierda —dijo viendo con detalle los tres espejos que estaban frente a él, pero detectando una anomalía en el espejo que se encontraba a su izquierda, tenía grabado algo. Se veía que la lógica era sencilla, descubrir el espejo mágico y seguramente encontrar algo para poder atravesarlo.
—Solo no te equivoques, James —tomó levemente el hombro de su amigo, captando la atención de este, encontrándose los dos cafés en una tregua de confianza que claramente los dos se tenían.
"Historia de la Magia" se leía en aquel espejo. Aunque las letras eran difíciles de apreciar a simple vista, parecían ser simplemente garabatos tallados en la madera del marco de aquellos objetos que te mostraban el reflejo hasta de tu alma.
—Historia de la magia, genial —leyó en voz alta, mirando las letras invisibles que comenzaron a manifestarse en la superficie reflectante del espejo. Como pinceles etéreos, las letras se materializaron, trazando palabras en un delicado ballet de caligrafía mágica. Cada letra apareció con un destello de luz, iluminando los rostros y la curiosidad de sus ojos.
—"¿Quién fue el fundador de la primera escuela de magia conocida en la historia?"— se leía con claridad en letras de un color similar al oro.
—Esa es fácil, la primera escuela de magia fue fundada por Helga Hufflepuff, Rowena Ravenclaw, Salazar Slytherin y Godric Gryffindor en 990 d.C., llamada Hogwarts —dijo con obviedad, mirando a aquel espejo y cómo en él se abría un pequeño portal, el cual no dudó en atravesar, jalando la mano de su amigo lobo.
—Bien... ¿qué sigue?— preguntó el que era jalado claramente en contra de su voluntad debido al miedo que tenía por el misterioso camino.
—En medio —afirmó, mirando la peculiar forma que tenía aquel espejo y cómo las letras mostraban su mensaje: "Encantamientos avanzados".
—"Nombra tres encantamientos avanzados que se utilicen para proteger objetos mágicos"— leyó mentalmente con una sonrisa tranquila.
—Están el encantamiento Fidelius, el Encantamiento Protego Máxima y el encantamiento Imperturbable —James siempre describía su memoria como un archivero, donde cada carpeta tenía un tema específico y las sacaba dependiendo de lo que necesitaba. Todo en su mente estaba completamente ordenado, solo que... a veces, incluso el cerebro se le apaga, o eso dice Remus.
—Las cosas son así, Rems. Después de contestar, vamos a pasar el portal, pero no te sueltes de mi mano —recalcó lo último, mirando a su amigo con una seguridad que solo aquellos ojos cafés podían demostrar.
—Confío en ti —respondió el otro sencillamente, pasando por aquel portal que se había abierto al escuchar la respuesta correcta.
"En medio"
"Izquierda"
"Derecha"
—"Menciona tres ingredientes clave para la elaboración de la Poción Multijugos."— se leía en aquella superficie.
—Escarabajos muertos, pelos de gato y uñas de rata muerta —respondió con una destreza sorprendente. Ninguno mostró asombro, a pesar de que cualquier persona común se habría sorprendido al ver que James Potter, a pesar de su reputación de imprudente, respondía con agilidad y seguridad a cada pregunta que se le presentaba. No titubeó, no dudó. La seguridad con la que expresaba sus conocimientos dejaría a todos sin palabras, desafiando las expectativas y revelando una faceta inesperada de su habilidad.
"En medio"
"Derecha"
"Derecha"
—"¿Qué representa la Runa de las Relaciones en la magia rúnica?"—.
—La Runa de las Relaciones en la magia rúnica representa la unión y la conexión entre seres mágicos o individuos. Todo aquel que leyó el libro sabe de eso —dio la respuesta rodando levemente sus ojos. Hasta ahora, las respuestas habían sido sencillas y presentía estar a la mitad de aquella travesía, pero no estaba seguro de si las preguntas eran fáciles por sus conocimientos o si las preguntas estaban hechas a base de sus conocimientos.
—Vamos, James, no tenemos que estar lejos de la salida —mientras sus manos continuaban unidas, se podía percibir en ese sencillo gesto algo más profundo que la conexión física. Era como si esas manos fueran vehículos de una confianza arraigada, tejida con hilos invisibles pero fuertes como cadenas de acero. En ese apretón firme, se manifestaba un lazo de amistad que trascendía lo visible, como si el simple contacto físico fuera solo la punta del iceberg.
"Derecha"
"En medio"
—"¿Cuál es el hechizo utilizado para transformar un objeto en un animal?"—.
—Animagia —cada vez que una respuesta salía de su boca, podía fácilmente percibir que estaba completamente bien; eran muy intuitivas o simplemente muy simples para él.
—Falta poco, Rems, puedo sentirlo —sonrió, pasando lo que ya sería su portal número 10 sin dudas; el licántropo los estaba contando debido a que no podía interferir en lo que su amigo estaba haciendo.
—Sí, yo también —afirmó el de contadas cicatrices en su rostro.
"Izquierda"
"Izquierda"
"Derecha"
—"¿Qué es la magia no verbal y cuál es su importancia en la práctica mágica?"—.
—La magia no verbal es la realización de hechizos sin pronunciar las palabras. Es importante para la discreción y la eficiencia en situaciones críticas —susurró, recibiendo una afirmativa por el espejo al cual se dirigía.
Y así continuamente siguieron las preguntas y respuestas.
—"¿Cuál es la Primera Ley Fundamental de la Magia según el Estatuto Internacional de Secreto Mágico?"—.
—Mantener el secreto mágico y no revelar la existencia de la magia a los no magos.
—"Menciona tres criaturas mágicas que requieran cuidados específicos"—.
—Los hipogrifos, los dragones y los Thestrals —mencionó la última respuesta enumerando con sus dedos debido al miedo que tenía de que le preguntaran específicamente cuáles tenían. Afortunadamente eso no ocurrió, y con fuerza jaló al de ojos con toques de verde junto con él.
—Ya me cansé, Rems —mencionó, mirando al suelo.
—Jamie —habló el licántropo.
—¿Sí?—
—Mira enfrente —pidió de tono amable, motivando a su amigo a que apreciara la increíble y hermosa sala que estaba frente a ellos y el enorme grabado en ella.
—"El ciervo ha cumplido" —leyó James con un brillo de alegría en sus ojos imposible de quitar, aunque claro era más que obvio la emoción palpante en el aire. —Bien, ¿ahora qué? —preguntó el animago de ciervo al aire.
—Voy yo —mencionó el castaño claro al tiempo que señalaba un escrito en aquella pared: "El lobo tiene que encontrar la paz".
—Bien, te acompaño —exclamó sin más el heredero Potter, pero fue detenido por su amigo.
—Tengo que hacerlo solo, esto es entre Moony y yo, James —recordó con aquella linda sonrisa de ojos cerrados que siempre le dedicaba su amigo cuando quería estar solo.
—Okey, pero si necesitas ayuda, por más mínima que sea, avísame, a como dé lugar, Remus —aquellos pares de ojos cafés con diversas tonalidades demostraron confianza, aquella confianza que solamente entre su grupo de amigos había. No era confianza amistosa; era confianza de familia, como si los cuatro se hubieran conocido desde hace miles de años.
Aún con miedo y pequeños temblores tenues, el más alto de los cuatro avanzó hacia aquella enorme puerta de madera con detalles grabados, que en pequeñas letras mencionaban "Los ecos lunares".
Al entrar en aquella sala, todo se volvió oscuro debido a que la puerta se cerró en cuanto ingresó. El caótico ruido que produjo resonaba en el ambiente. Con los ojos cerrados por la intensidad del sonido y el cambio de luz, buscando adaptar su visión al salón, se notaba cómo sus ojos cambiaban levemente a un color más miel, casi dorado. Una figura de luna llena iluminaba toda la habitación, rodeada de espejos que, curiosamente, solo lo reflejaban a él, pero en mil y una etapas de su vida.
—"El lobo deberá confrontar el pasado, reconciliarse consigo mismo y dejar de culparse"— leyó.
Intuyendo lo que debía pasar, decidió acercarse al primer espejo a su izquierda. Al mirar dentro, vio a un pequeño Remus, un niño recién mordido por venganza, llorando de dolor mientras era abrazado por su padre. El hombre no paraba de pedir perdón. Sin dudar ni pensarlo, no quería arrepentirse.
—E-está bien, papá —se escuchaba al niño intentando consolar al hombre mayor.
—N-no, perdón, p-perdón —repetía el señor infinitamente. —E-es mi culpa —titubeante estaba aquel hombre de cabellos marrones y ojos verdes como las hojas de los árboles.
—No fue culpa de nadie —susurró con desgane, aguantando las lágrimas que querían salir de sus ojos.
—Está bien, está bien —intentaba en vano aquel niño de 5 años.
El hombre se levantó, dejando un pequeño beso en la cabeza a su hijo antes de encerrarse en su despacho para torturarse mentalmente por lo que habían causado sus actos, por meterse con gente que no debía, por jugar en algo que no podía ganar.
—¿Quién eres? —preguntó aquel niño, sorprendiéndolo debido a que lo miraba fijamente.
—Sé por lo que estás pasando —solo pudo decir.
—Duele horrible —continuó el infante.
—Lo sé...sé que duele —se agachó con calma hasta estar a la altura de su yo de hace algunos años, tomando con su mano levemente sus lindos cabellos castaños.
—Somos monstruos —repetía el niño cerrando sus ojitos y soltando lágrimas por sus mejillas.
—No, no lo somos. Claramente no queríamos ser así, pero no somos monstruos —le habló con una voz calmada y baja, limpiando levemente las mejillas del pequeño.
—¿No somos malos? —
—No, tú no eres malo, y yo tampoco —aclaró con una sonrisa, enfocándose en que aquel pequeño niño no se sintiera menos. —O acaso, ¿has herido a alguien? —el niño lo miró asustado y negó con la cabeza, recibiendo una sonrisa de ojos cerrados de la persona que le hablaba. —Entonces no eres malo, ni tampoco eres un monstruo.
El niño limpió levemente sus lágrimas, asintiendo a lo que le había dicho aquel niño grande con cicatrices. —No le haré nada a nadie, no seré malo —respondió sonriendo, iluminando aquella sala con aquella sonrisa de niño.
—Así es, pequeño —con un hueco en su corazón, miró cómo a su derecha se abría un pequeño espejo donde se mostraba otro recuerdo. Sin dudarlo, dejó al niño sonriendo a pesar del dolor que sentía.
Sin mucho que dudar y con una sensación agridulce en el pecho, se retiró por aquel espejo, mirando con sentimiento a aquel pequeño Remus que acababa de adquirir a un pequeño Moony.
Al pasar por aquel portal, se escuchó la voz de su amigo de lentes que hablaba a su yo pasado con una sonrisa.
—Lo hiciste increíble, Remus. Sabíamos que podrías —le hablaron aquellos ojos cafés que le transmitían confianza.
—¿Lo viste, Moony? —mí hablaron aquellos ojos grises. —Hasta la luna tiene miedo de nosotros —aquella sonrisa de superioridad se dio a relucir.
—Estaremos aquí para ayudarte, ahora y siempre —dijeron aquellos ojos azules agachándose a su altura.
—No los merezco —dijo aquel castaño de tercer año mirando a sus amigos.
—Calla, Rems, es obvio que nos mereces —habló el de rizos.
Él solo atinó a sonreír, mirando aquel recuerdo donde sus amigos lo acompañaron por primera vez, donde sintió el cariño y el confort de pasar esas noches con alguien sin tener miedo de lastimarlo, porque sus amigos eran testarudos pero eran fuertes. Porque una amistad es más que palabras, también son acciones que, por más mínimas o grandes que sean, marcan la diferencia.
Sintió en su interior un regocijo de alegría, Moony pensaba lo mismo. Estaba feliz de no estar solo ese día, de estar acompañado.
—Al final estamos de acuerdo en algo, ¿no? —rió levemente atravesando otro portal, llegando a una habitación con un espejo común y corriente. La única diferencia es que este reflejaba a Moonu, un gran lobo café que, aunque era majestuoso, también se veía descuidado. Y de eso se dio cuenta Remus.
—¿Por qué estás así? —preguntó con miedo a la respuesta, solo recibió una ligera acción del animal señalándolo a él. —¿Por mí? —lo admitía, el odio que le tenía a Moony antes había hecho que lo descuidara, que se odiara y que lo dejara sin alimento con la finalidad de terminar con esa dualidad.
—Lo siento —atinó a decir, sentándose enfrente de aquel espejo, siendo imitado por aquel lobo. —Te odié mucho tiempo, demasiado, pero tú no tienes la culpa —comenzó a hablar, enfocándose en aquellos ojos dorados que lo observaban atentos. —Ni yo, nadie la tiene —finalizó con un suspiro agotado. Se había pasado de la raya al intentar buscar algún culpable porque no lo había o, si lo había, no era ninguno de ellos. —Era un niño, y cuando ocurrió, tú creciste como un cachorro pequeño... fueron cosas adultas dándonos problemas adultos a tan corta edad —explicó, recibiendo un gruñido de aquel lobo que demostraba estar de acuerdo.
—¿Hacemos las paces, Moony? —preguntó, acercando su mano extendida en señal de paz, cerrando sus ojos al mismo tiempo.
El lobo sin dudarlo acercó su cabeza a la mano que le era extendida y se dejó acariciar a través de aquel espejo, sobrepasando las leyes de la física, admitiendo por primera vez Remus su mitad animal. Porque la dualidad de ellos dos era así, y tenían que aceptar que conviviendo lo mejor posible, ninguno saldría herido, ninguno sufriría ninguna consecuencia.
—¡Moony! —se escuchó el grito de James al fondo de la habitación, al igual que los pasos que se oían cada vez más cerca. Se escuchaba la preocupación del morocho aunque también podía sentir aquella sonrisa tan suya.
—Estoy aquí, Prongs —el abrazo que se dieron los dos pareció durar horas, ambos demostrando la preocupación que tenían el uno por el otro, uno por el reto que pasaría y el otro por quedarse solo. —No fue tan difícil —le restó importancia, separándose del abrazo y mirando aquella sala a la cual fueron traídos.
—MOONY —gritó el de ojos cafés, haciendo que su amigo mirara hacia la dirección donde una llave dorada relucía posada en un pedestal de piedra antiguo, luciendo completamente inalcanzable. Aunque ninguno de los dos dudó ni un segundo en acercarse y tomarla entre sus dedos.
—La tengo, Rems, ¿nos vamos? —preguntó, extendiéndole la mano a su amigo esperando que esta sea aceptada.
—Corre, Prongs —fue lo único que atinó a decir Remus después de aceptar aquella mano amistosa con cariño. Ambos corrieron como nunca, ubicando a lo lejos la entrada de esa escalera, aún cuando todo se empezaba a derrumbar detrás de ellos. Consecuencias.
—Sube, James, sube —dijo apresurado Remus, empujando al contrario escaleras arriba, buscando que este apurara el paso. Consiguiéndolo, así los dos salieron por aquella compuerta, dándose cuenta de que la noche había caído cuando vieron a sus dos amigos dormidos al lado de ella con el mapa en sus manos.
—Pet, Siri, despierten —llamó el castaño con una sonrisa a los dos mencionados, haciéndolos despertar.
—¿Lo lograron? —preguntó Black con un bostezo de por medio.
—Mira esto, Pads —alardeó el de anteojos jugueteando con aquella llave entre sus manos.
—Bien, traje la capa mientras ustedes estaban abajo. Ya pasó el toque de queda —avisó el más pequeño extendiendo la capa y cubriendo con ella a todos.
Con cuidado y sigilo, consiguieron cruzar todo el castillo y pudieron ir sin apuros a su sala común, donde la Dama Gorda les hizo soltar una risa por el sermón que quería darles, aunque ella ya les tenía cariño a aquel cuarteto de problemáticos.
—Ahora... quedaría preguntarle al Pergamino para qué sirve la llave —habló Remus, mirando cómo sus amigos atentos habían prestado atención a sus relatos de lo que pasó abajo.
—Reitero que deberíamos ponerle nombre. Llamarlo "Pergamino" es muy largo —se escucharon risas después de esa frase dicha y varias almohadas fueron a dar a su cabeza. —Solo digo —exclamó con una sonrisa traviesa y los ojos cerrados, sabiendo que todo lo que pasaría lo harían mañana, porque para algunos de ellos ese día fue un día cansado.