Prólogo
Narrador omnisciente
Bajo la luna llena, los terrenos de Hogwarts resonaban con susurros de la magia olvidada. En el despacho de Dumbledore, un pergamino ancestral, más viejo que el actual director pero tan reciente como las rivalidades entre las casas, reposaba en una esquina, esperando ser descubierto. Esperaba a un alma curiosa que tomara la decisión de leerlo y descubrirlo. Aguardaba con paciencia, con tranquilidad, porque los secretos que tenía escondidos y grabados en tinta saldrían a la luz tarde o temprano.
No importa qué tan astuto seas, qué tan inteligente hables, qué tan valiente te muestres ni qué tan amable aparentes ser; siempre los secretos salen a la luz, como mariposas nocturnas que despliegan sus alas en un juego de revelaciones que despiertan la curiosidad de quienes observan. Cada palabra compartida es un destello de verdad que ilumina la oscuridad, tejiendo una red de conexiones entre las verdades que antes permanecían en la penumbra del misterio.
El castillo de Hogwarts se sumía en la quietud de la noche. En uno de sus oscuros pasillos, James Potter se encontraba con el Mapa del Merodeador en sus manos, observando sin interés alguno aquel papel. Había salido de la sala común rompiendo las reglas del toque de queda por la sencilla razón de que no podía dormir. Con cuidado, paseaba por los pasillos, evitando toparse con la gata de Filch, disfrutando de la soledad de la noche. Con pasos sin dirección, dio con la famosa escalera del despacho del director. Impulsado por una curiosidad irreprimible, entró después de decirle la no tan secreta contraseña a la gárgola, la cual le permitió pasar y subir por la enorme escalera.
No sabía por qué la curiosidad crecía en su pecho al punto que subía cada escalón de la interminable escalera, pero así era. Su pecho se aceleraba y sus manos comenzaban a sudar de la intriga, pero era algo inexplicable. Solo iba a quitarse la curiosidad que, por razones desconocidas, sentía, como si fuera su deber haber llegado a aquel despacho.
Con pasos cautelosos, James se deslizó dentro de la estancia. La tenue luz de la chimenea arrojaba sombras danzantes sobre los libros polvorientos y artefactos mágicos que llenaban la habitación. Recorrió todo el salón con calma, observando lo apagado y sin vida que se encontraba sin el reluciente director. Su mirada se detuvo en un pergamino antiguo, aparentemente olvidado en un rincón.
Intrigado, se acercó, extendiendo sus manos para examinar el pergamino. Tomándolo con el cuidado que aquel objeto necesitaba y con un brillo de intriga en sus ojos, comenzó a abrirlo. A medida que lo desenrollaba, letras y símbolos antiguos cobraron vida, escribiéndose como si la tinta nunca hubiera estado ahí antes, como si alguien invisible estuviera escribiendo en ese mismo momento. El pergamino, con bordes desgastados y tinta centenaria, emanaba una energía que resonaba con el latido mágico de la escuela. James sintió la importancia de su descubrimiento, consciente de que esta revelación cambiaría su destino y el de sus amigos. Porque claro, sus amigos tenían que saber de eso.
Aún quedaba la duda en su mente de cómo el destino le había llevado a ese lugar, como si fuera su inminente destino descubrir aquel objeto, o como si el objeto quisiera ser descubierto por el merodeador que surcaba su quinto año en Hogwarts. Guardó el pergamino con cuidado, decidido a compartir este tesoro con los demás Merodeadores. La aventura estaba a punto de comenzar, y en esa noche silenciosa, James Potter se convirtió en el portador de un conocimiento ancestral que desataría una serie de eventos inimaginables en Hogwarts.