En la oscuridad

Harry Potter - J. K. Rowling
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En la oscuridad
Summary
-Cuando dejes de perseguir la luz que huye y te repudia, podrás aprender a disfrutar de las bellezas que hay en la oscuridadSeverus prestaba atención a cosas que la parecían interesantes, Lily llamó su atención cuando hizo magia frente a él, pero Mulciber era, por mucho, el ser más interesante que había visto hasta el momento
Note
El nombre de Mulciber aquí es Klaus Mulciber.
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Primera Modificación

Lily tarareaba, sentada bajo la sombra de un gran árbol y sobre el pasto fresco, entretenida con sus anotaciones en su diario. Su madre le había regalado esa bonita libreta con candado hace un par de años, la única llave muy bien escondida y resguardada en su cuello. Cuando se lo llevó a Hogwarts se dio cuenta de que ese candado ahora solo era decorativo, inutil ante la presión de la magia a su alrededor.

Severus llegó como su salvador, tocando con la punta de su varita el candado y volviendo este imposible de abrir si no era ella. Dio una mirada de reojo a su derecha, donde estaba su amigo.

—¿Sev? ¿Pasa algo?

Y es que Severus estaba ignorando por completo su libro de historia de la magia por estar viendo algo en su dirección, viendo el diario sin leerlo, sabe que Severus es leal y no cruzaría sus límites así. Pero algo tenía la atención de su amigo.

—¿Qué son…por que tus uñas se ven así? —pregunta con genuina intriga.

Sus uñas, normalmente mantenidas sólo con barniz transparente, ahora estaban más largas y adornadas con distintas piedritas y colores, todos con variaciones de rojo y dorado, un poco de morado también.

—¡Oh! ¡Eso! Es que Marlenne se encontró con una revista Muggle de modas y quiso intentarlo. —explicó, cerrando la libreta y acercando su mano a Severus, para que pudiera verlas y admirarlas mejor. Severus tomó con delicadeza sus dedos, sus ojos negros recorriendo de arriba abajo y de abajo arriba las decoraciones, las forma y los brillos. Casi puede ver el tren de pensamientos detrás de cada microgesto. Sabe que cautivaron a Severus por como se toma su tiempo en verlas, sí no le gustarán o le trajeran sin cuidado, no habría abandonado su lectura para preguntarle.

—Se ven…muy lindas. —elogio, soltando su mano.

Lily sonrió, una idea en su cabeza.

—¿Te gustaría que hiciera tus uñas?

—¿Mis uñas? —Severus la mira como si le hubiera salido una segunda cabeza, de sus uñas a su rostro y, muy dramáticamente, lanza su cabello para atrás.—Lily, querida, no seré muy apegado a la moda, pero se que el rojo y el dorado me hacen ver muerto.

Ambos se ríen de su pequeña actuación, son varios minutos después, cuando Lily puede controlar su risa que se atreve a preguntar de nuevo.

—Pero…¿De verdad, no te gustaría?

Severus cerró por completo su libro. Sin verla directamente a los ojos, pensando, evaluado, sólo con eso sabe que las uñas le interesan.

—....No lo sé, Lily, son bonitas pero…

—¿Qué pasa? No me digas que es porque eres hombre, Severus.

—No, eso no tiene que ver, es…—no fue necesario terminar la oración para que ella entendiera.

—¿Es por el imbécil de Potter? Porque dejame decirte que esas uñas están más pulidas, barnizadas, limadas y cuidadas que las mías, ¿eh? Así que no está en ninguna posición decirte nada. Anda,– tomó su brazo, dando un ligero apretón—. ¿Sí?

Severus se levantó, alejándose solo dos pasos de su amiga, viendo hacia adelante y por escasos segundos Lily pensó que presionó tanto el asunto que de verdad hizo sentir incómodo a Severus.

—¿Tienes verde?

Y todo rastro de ansiedad se evaporó en el aire, se levantó de un salto, enredando su brazo con el de Severus, y guiandolo hacia dentro.

—No, pero si azul y amarillo, estoy segura de que nos arreglaremos.

Fue un proceso complicado, pero divertido, al final del día Severus presumía brillantes uñas esmeralda y negro con peidras de ambos colores.

Se hubiera quedado como una memoria divertida si no hubiera tenido que lidiar con Potter y Black haciendo burla de su nueva apariencia. Tras el duelo desigual, él se quedó en cama por 3 días y sus uñas caídas.

 

—¿Te gustan?

La voz de Mulciber lo sacó de su ensoñación. Sentados en clase de adivinación, cada quien estaba concentrado en sus propias actividades, tratando de ver la diferencia algo en las esferas de cristal. Mulciber tercamente sentado a su lado.

Esa clase la compartía con Gryffindor, pero cualquier intento de sentarse con Lily fue mermado por Potter, que secuestró el lugar y usó a Black como perro guardián, los dos tarados se burlaran de su derrota y Lily le dedicó una sonrisa de disculpa. A ella le sonrió de regreso y a Black le regresó una no muy amable seña. De repente fue jalado por Mulciber para sentarse a su lado, aun durante su tercer año, apenas cuatro meses después de su primera charla.

Tras recibir las instrucciones e ignorar el resto del monólogo de Trelawney, Mulciber había tomado la esfera entre manos.

No fue hasta ese momento que notó las uñas de Mulciber.

A diferencia de las del resto, no estaban perfectamente cortadas ni barnizadas. Negras, profundas uñas negras, como un punto de vacío en la punta de sus dedos, imperceptible, pero prestando atención, podía ver esa alargada forma y la punta en forma de garra. Todas perfectamente cuidadas. Algo tan mundano como sostener su varita, la pluma de escribir o la esfera de cristal tomaba un giro bizarro y misterioso al estar bajo esas garras. Garras literales.

Tampoco se dio cuenta de que estaba viendo tan fijo hasta que Mulciber mismo hablo.

Mulciber vio sus propias uñas antes de extender la mano y mostrarlas, Severus podía jurar que incluso con un reflector apuntando directamente hacia sus manos, la oscuridad de esas uñas se tragaría toda luz.

—Bonitas, ¿no te parece?

—Mhm—asiente— no pensé que fueras del tipo que se arregla las uñas—responde, volviendo su atención al libro que es de cero y nada de ayuda.

—No lo soy–eso vuelve a llamar la atención de Severus.

Mulciber sonríe, se acerca más a la mesa mientras da un vistazo alrededor, asegurándose que nadie los esté viendo ni prestando atención. Severus alzó una ceja cuando Mulciber vuelve a acercar su mano, coloca sus dedos sobre el libro que Severus sostiene. Apenas abre la boca para soltar un comentario sobre sus ganas de mostrar sus uñas cuando de repente estas se alargan al doble de su tamaño original.

Severus se fuerza a no reaccionar más allá de cerrar un poco más el libro para cubrir de ojos curiosos lo que él está viendo: Las uñas negras, que hasta hace un momento no llamaban la atención por parecer postizas, ahora lucen como verdaderas zarpas, con una punta tan afilada como una cuchilla y destellos morados, los cuales se esconden en la profunda negrura y solo son visibles desde ciertos ángulos.

No se atrevío a tocarlas, aunque muriera de ganas de verlas tan de cerca, si eran tan duras y lisas como parecían, solo saber.

—Esto es…ciertamente algo más—parte de su asombro escapó de su control y fue obvio en su voz, sus ojos sin abandonar lo que veía.

—Y eso no es lo mejor.

Y entonces la punta de la zarpa se clavó en el papel del libro, Severus no tuvo tiempo de reaccionar cuando Mulciber retiró su manos y las garras hicieron un profundo rasguño.

De repente las páginas víctimas del ataque se prendieron en llamas. Sobresaltado y sorprendido, no se le ocurrió otra cosa más que cerrar de golpe el libro sobre la mesa, poco importando si llama la atención de los demás, gracias a Merlín, el mismo Mulciber puso una mano en el libro que estaba a nada de volverse ceniza y, con un susurro, extinguió el fuego.

Los demás voltearon a verlos, con toda la duda pintada en la cara, pero después de unos segundos atribuyéndolo al temperamento de ambos.

—¿Todo bien, muchachos?

—De maravilla– responde seco Severus, suficiente para alejar a la inaludida maestra.

Observó a Mulciber con asombro y un tantito de molestia, ¿Que no se le ocurrió avisar antes de hacer algo así? Por otro lado, ¿¡Cómo hizo algo así?! ¿Qué tipo de hechizo era ese?! Porque si de algo estaba seguro Snape, es que Mulciber no era un metamorfomago, e incluso si lo fuera, hacer algo así necesitaría aún más intervenciones.

Mulciber notó su insistente mirada y suspiró con falso cansancio.

—Ay, relájate, si tanto te importa te compraré otro libro.

—Aunque uno nuevo es tan inutil como este—sostuvo lo que solía ser un libro con páginas– voy a aceptar tu oferta. Por otro lado, ¿Como? —preguntó directo, la clase y cualquiera que haya sido el tema del momento quedó olvidado, ahora él también acercándose a la mesa—¿Cómo hiciste eso?

Mulciber tarareo para sí, haciendo lo mismo que Severus, con su codo sobre la mesa y su mano sosteniendo su afilada mandíbula y mejilla.

—Un pequeño truquito, estoy seguro de que en los volúmenes que te aconseje viste algo sobre ... .usar magia en el cuerpo.

Una pizca aún más grande de asombro.

Sí, había visto que con la magia puede ajustar el cuerpo al gusto, pero todo es temporal o regresa a su forma original después de un tiempo, pero dentro de las artes oscuras, con algunos hechizos que requieren más que solo una palabra puede hacerse un cambio permanente.

Originalmente pensado para maldecir a otros al joder su cuerpo de modo retorcidos, la mayoría de esos hechizos, maldiciones y pociones se usaban para destrozar las extremidades y el rostro.

—¿Cómo lo hiciste?

—Asombroso, ¿No?

—Deja de pescar halagos y concéntrate.

—Me concentré en lo asombroso.

Severus vio a Mulciber antes de suspirar.

—Sí, Mulciber, son increíbles y asombrosas.

Mulciber sonrió felizmente antes de acercarse a la mesa.

—Gracias, sé que son y soy increíble. No puedo decirte como hacerlo específicamente, pero después puedo darte algo que puede y va a darte una respuesta y… —Mulciber miró alrededor, a la muestra, su sonrisa volviéndose una mueca insatisfecha. Severus se sorprendió cuando Mulciber se levantó de repente, tomando su mochila. —Olvidalo, vamos ahora.

–¿Qué? —Severus miró entre Mulciber y la esfera de cristal, aún faltaba una hora y media de clase, no podían solo salir porque sí, ¿verdad? Mulciber chistó la lengua y tomó el pergamino y pluma enfrente de Severus. —¡Oye! ¿¡Que está!– y de repente Mulciber había puesto todo en la desgastada mochila de Severus, se la colgó en el otro hombro. Apenas Severus extendió el brazo para tomar sus cosas de regreso, Mulciber atrapó su muñeca, jalándolo y así obligarlo a levantarse.

—¡Jóvenes Mulciber y Snape! ¡La clase aún no termina! —repuso Trelawney, haciendo el intento de detenerlos.

Mulciber se giró para encararla.

—Lo siento, profesora, ¡P-pero vimos al Grimm!—exclamó Mulciber con un miedo más falso que oro de Leprechaun, señalando la esfera como si fuera un monstruo— ¡Vimos al Grimm en la esfera y del miedo debo ir a la enfermería! —Y procedió a pasar un brazo por los hombros de Severus, como si buscara soporte mientras la otra mano se posa sobre su pecho. Al más puro estilo teatral.

—Melodramático…—susurra Severus. Solo haciendo sonreír a Mulciber.

—¡¡El Grimm!! ¡Oh, no, el Grimm! ¡Es el Grimm! ¡El Grimm está aqui!—y ahora Trelawney está dando vueltas en terror, Severus piensa que es un poquito cruel dejarla así, pero no tiene interés tampoco en calmar a la loca. Por lo que se deja arrastrar por Mulciber fuera del salón mientras los demás alumnos hacen lo posible por ayudarla.

A nadie se le ocurre decirle que el Grimm es una lectura en hojas de té, no en una esfera de cristal.

Una vez por lo pasillos, Severus reconoce el camino. En dirección de su sala común.

—Oh, por un segundo pensé que iríamos a la biblioteca.

—Nah, ahí no está lo que tu necesitas. Además, con Pince sobre nuestra nucas, no logramos ni pasearnos cerca de lo que verdaderamente vale la pena.

Mulciber lo llevó hasta las mazmorras, tras susurrar la contraseña, pasó de largo la sala común, ahora yendo directamente a los dormitorios. Solo lo soltó cuando ya estaba cerrada la puerta del dormitorio que compartían.

Mulciber abrió el baúl a pies de su cama, buscando entre las miles de cosas que tenía ahí, parecía más que estaba cavando en un pozo sin fondo hasta que por fin lo encontró.

—¡Ajá! ¡Aquí está!

Mulciber se enderezo, un libro de pasta oscura entre sus manos, desgastado de los bordes pero con elegantes letras rojas en la tapa, sin demora se lo extendió a Severus. Severus lo dudó unos segundos antes de tomarlo.

Mierda, apenas tocarlo se siente cómo hacer un trato con el demonio.

— “Corpus accommodatum ad voluntatem” —abrió el libro, ojeando las páginas, en busca de una explicación. — Esto es….

—Es un análisis a fondo del don de un metamorfomago, y —Mulciber sonrió, sus garras volviendo a afilarse—como replicarlo y mejorarlo. Aquí encontrarás muchas cosas útiles.
Severus volvió a ojear el libro, podría sacar tantas cosas de ahí, tanta variantes, tantas posibilidades, no solo para mejorarse a sí mismo, sino que también para mejorar sus propios hechizos, si entiende cómo funciona la magia alrededor de lo corporal, como se conecta a profundidad con el cuerpo, podría hacer más poderosos todo hechizo, maleficio o poción que se le ocurra.

Pero no es ingenuo ni tonto, el brillo travieso en los ojos de Mulciber le dice que quiere algo a cambio, que todo ese conocimiento no viene de a gratis.

—Bien, dime tu precio. —exige, sus ojos concentrados en las páginas del libro.

—Ah, siempre asumiendo lo peor de mi, ¿no es así?

—Créeme, estoy asumiendo lo mejor.

Mulciber ríe bajo.

—Quiero dos cosas, de hecho. —confiesa el otro mago.

—Lo sabía—suspira, subiendo la mirada del libro hacia Mulciber, —anda, dime.

—Que hagas mi tarea de runas antiguas por dos semanas, sin costo.

—Bien—rueda los ojos, la tarea de esa materia no era tan difícil en realidad, solo era tediosa, había que estar concentrado para no caer en uno de los miles callejones sin salida, además, era fácil confundir algunas runas. Pero solo bastaba un poquito más de atención al detalle para ver las diferencias. —¿Y lo segundo?

Mulciber sonríe. Avanza los pasos que lo separan, tan cerca que Severus puede sentir su calor corporal y la pesadez de su magia.

—Cualquier hechizo nuevo que hagas, maleficio, hechizo o poción, con ayuda de esto—señaló el libro—me lo enseñes a mi primero. No lo vendas como haces con todo lo demás.

—¿Quieres …que haga hechizos para ti?

—No, no, haz hechizos para ti, haz todas las maldiciones que a esa brillante cabeza tuya se le ocurran, pero…solo enseñamelas a mí, — sonríe de nuevo, ahora acercando aún más su rostro, susurrando directamente en su oreja—, así como seras el único capaz de usar el poder que mi familia pasa por generaciones, quiero ser el único que se beneficia y salva de tu poder.

Severus saborea el pedido, fingiendo pensar más de lo que realmente está haciendo.

—Aún me debes un libro de adivinación. —es lo único que responde antes de darse vuelta y alejarse de Mulciber, quien se ríe de su escapada, alegre de tener las dos cosas que quiere.

 

Severus pasó un mes devorando ese libro, leyendo con cuidado cada párrafo, cada capítulo, nunca sacándolo de su dormitorio. Le gustara o no, era un libro demasiado preciado como para ser visto en sus manos, por sus compañeros o por los merodeadores.

Ambos grupos iban a saltar a su garganta, exigiendo saber porque lo tiene, uno por pensar que no merece un libro tan digno y antiguo, los otros porque lo tacharían de malvado y destruirían semejante reliquia.

Paso horas analizandolos, escribiendo en una libreta sus pensamiento al respecto, sus teorías, como cada parte del cuerpo tiene su nombre y como cada palabra es importante en esta situaciones, que decir “brazo” no es suficiente para referirse a la extremidad, hay que pensar en el hueso, el músculo, la piel, las venas y arterias, todo tiene un nombre distinto.

Encontró el capítulo, ese que le permitió tener a Mulciber sus garras que generan incendios.

Mulciber pagó un precio por sus garras, pagó sangre, la suya y la de un animal, un Luctus. Un ave con las garras afiladas, cada Luctus venía con una maldición distinta en sus garras.

Él no haría eso, en primera porque no estaba en posición de cazar una criatura mágica en peligro de extinción, y en segunda, porque ya tenía un plan.

Borró, anotó, tacho, escribió, reemplazo, estudio, corrigió. Tantos pasos para lograr hacer un hechizo.

Para ser justos, él aceptaba que debió pensarlo más, que debió darle unas cuantas repasadas más y tal vez intentarlo primero en otra cosa, como un pollo muerto o algo así, pero estaba de necio y lo hizo el mismo. Su brazo ardió como nunca lo había hecho, se sentía como si sus uñas estuvieran siendo devoradas por una bestia sin un final claro, jaladas y su piel quemada con fuego y ácido al mismo tiempo, una dolorosa vibración se extendió hasta su codo, y, apenas abrió los ojos de nuevo, se dio cuenta de su error: desde la punta de su dedo medio hasta su codo su piel se había vuelto negra.

La ansiedad y el miedo cerraron su garganta, sudor frío bajando por su espalda. Mierda.

Tropezó con sus propios pies al retroceder, chocando con el escritorio a sus espaldas, había usado un aula abandonada para su primer intento. Los diferentes pergaminos cayeron al suelo, su mente a mil por ciento mientras pensaba en que carajo hacer.

Necesitaba ayuda, pero no quería tener que explicarle a Mcgonagall ni a Slughorn que pasó, de donde saco la información para hacerlo o porque lo intento. No, se lleva medio Slytherin con él si abre la boca.

Entonces intentó tomar recoger un pergamino, por mera inercia. En cuanto sus dedos oscurecidos se cerraron sobre el papel, se pudrió en cuestión de segundos. Su estómago dio un vuelco.

Doble mierda.

Se fuerza a no caer en pánico, a sucumbir a la desesperación y buscar una solución.

Avery.

Edmund Avery era bueno con las maldiciones, podía descifrar cómo deshacerlas con solo unos cuantos hechizos. Sí, esa era su mejor apuesta. Con su mano cerrada en un puño y presionada contra su pecho, salió corriendo.

Edmund estaba tranquilamente tirado en su cama, con su varita haciendo flotar una paloma de papel para entretenerse en lo que llegaba Evan cuando la puerta se abrió de un golpe y entró Snape, más pálido que de costumbre, y azotó la puerta para cerrarla otra vez.

—¿Y a ti que te pico? —cuestiona, enderezandose en la cama.

Los ojos negros se fijarón en él, en un rostro serio y que parecia calmo, pero su cuerpo lo traiciona al temblar, Avery nota rapidamente el antebrazo cubierto por la manga y presionado contra el pecho del mestizo.

—Necesito tu ayuda.

Avery alzó una ceja y, ante eso, cayó de regreso en su cama. La paloma de papel volvió a volar a su control.

—No estoy de humor, Snape, ve a molestar a alguien más.

—Me temo que no puedo.

—Sí es una de tus crisis por tu amiguita sangre sucia, créeme que no me interesa,— De repente una mano tan negra como la noche se cerró sobre la paloma de papel y esta se volvió cenizas en segundos. Avery abrió los ojos como platos mientras seguía la forma del brazo.

—Puta madre.

—Aunque me gustaría dejarte en paz, me parece que ir a la enfermería no es recomendable y había mucha gente implicada que prefiero mantener feliz, así que, lamentablemente, debo insistir en pedir tu asistencia.

Estaba esperando muchas cosas: Snape huyendo de Bellatrix, Rabastan o incluso de Yaxley, no un antebrazo totalmente negro que pudre todo lo que toca.

Ahora estaban los dos en la cama de Avery, uno más paniqueado que el otro.

—¡¿Qué carajo hiciste?!

—¡Era una modificación!

—¡Pues qué mal te salió! —Avery apuntó su varita al brazo de Snape, cada hechizo de diagnóstico regresaba más errático que el anterior— ¡¿Qué mierda usaste?!

Y muy amablemente Severus le dio un papel con algo escrito.

—¡No jodas cabrón! ¡Te auto maldeciste y tu puto contra-hechizo esta a al mitad!

—¡Pensé que solo tendría que revertir la mitad!

—¡No me toques! ¡No quiero pudrirme como tu futuro!

Y cuando el quinto contrahechizo falló, Avery empezó a de verdad temer que el brazo se cayera.

—Okay, está bien, estará bien, solo debemos calmarnos.

—Sí, podemos resolverlo.

Silencio.

—Snape.

—Dime.

—No tengo ni puta idea de qué hacer.

—Entendible.

Cuando Mulciber abrió la puerta esa tarde, aun con su uniforme de Quidditch puesto, no esperó encontrarse a Snape tirado en el piso, con su manga arremangada hasta el hombro y Avery sentado a un lado, con su varita en el antebrazo del mestizo, a precarios segundos de mandar todo al diablo y usar Diffindo. Ambos lo voltearon a ver en cuanto entró al cuarto.
Snape en un muy silencioso pánico y Avery al borde de la histeria.

Sin decir ni una sola palabra, cerró la puerta a sus espaldas.

—...¿Qué está pasando aquí?

—El idiota se automaldijo y no sabemos como revertirlo.

Mulciber se acerca a donde ellos, sentandose en el suelo para ver el brazo negro del mestizo, su mano envuelta en lo que parecía una camisa.

—A ver, dejame intentar.

Mulciber leyó el mismo papel, su ceño se frunció al reconocer cierta parte, muy familiar.

Severus solo pudo sentir irritación y vergüenza al ver la sonrisa en boca de Mulciber crecer, por fin reconociendo lo que había intentando hacer y fracasó estrepitosamente.

—Mulciber, por mucho que tu retorcido sentido del humor sea conocido, apreciaría un poco de guía antes de tener que explicarle a Slughorn porque hay un mestizo sin brazo en mi dormitorio— sisea desesperado Avery, ni tantito divertido.

—Ya, ya, relájate— Mulciber palmea a Avery, sacando su propia varita—sostenlo porque esto…va a doler. —es lo único que advierte antes de comenzar a susurrar algo, sin dejar de leer el papel.

Nunca había sentido algo más contradictorio que esa vez, el horror, dolor y el alivio de ver la maldición salir de su piel, evaporandose en una densa nube de humo negro, pero el ardor de hacerlo, como si ahora la quemadura de antes estuviera siendo arrancada a tiras. Las manos de Avery en su hombro lo mantenían en el suelo, de otro modo ya se hubiera retorcido fuera. Se forzó a no dar pelea, a quedarse lo más quieto posible pero con cada segundo, el dolor se hacía más profundo. No gritó, podría retorcerse, pero se niega a gritar, a ser un ser patético que demuestra su dolor a gritos, por lo que sus dientes se cierran sobre su labio inferior.

Apenas la última mota negra dejó su brazo, Severus rodó sobre sí mismo, aun en el suelo pero impulsando su torso hacia arriba con su brazo sano mientras el recién curado estaba
contra su pecho, fuertemente presionado en un vano intento de calmar el ardor residual.

Su corazón latiendo como loco, en su boca el metálico sabor de la sangre y forzando sus pulmones a abrirse, intentaba respirar para calmarse.

Sintió la pesada mano de Mulciber tomar su hombro y acariciar su espalda, extrañamente gentil. Incluso cuando su otro brazo estaba cediendo en sostener su peso, no cayó por el fuerte agarre de Mulciber.

—Snape, respira profundo, se acabó.

Severus obedece a falta de más ideas. Su mente en todo y nada a la vez, su conciencia siendo alejada del dolor actual, intentando encontrar un culpable, un porqué, ¿Por qué falló así? ¿Qué escribió mal? ¿Qué fue lo que no pensó? Una poción habría sido demasiado difícil, los ingredientes demasiado costosos y más de la mitad eran ilegales, un hechizo debía funcionar, ¿Por que se doblo así? Uso la variación de palabras que estaba ahí, pensado para tener que repetirlo un par de veces para hacer el cambio, usó el orden pero—

—Lo conjugue mal— susurra con un hilo de voz, si la habitación no estuviera tan callada se habría perdido en el aire.

—¿Qué? —pregunta Mulciber, agachándose para escuchar mejor.

—Las palabras…están bien…lo que está mal es la conjugación, me equivoque al conjugar.

Avery resopla, cae en peso muerto al piso.

—Casi se muere y está pensando en que conjugo mal, ¡estás loco!

Por otro lado, Mulciber sonríe satisfecho, dándole una mirada al papel que quedó en el piso.

—Tienes razón, la conjugación está mal, pero todo lo demás está bien. De hecho, si aquí agregas un “intus foris” podría funcionar mejor.

—¡Y el otro piensa en mejorarlo! ¡Ustedes están locos!

Severus asiente sin realmente estar presente. Aún demasiado ido en sus cavilaciones, suficientemente lejos como para que el agudo ardor en su brazo sea solo una lejana sensación.

Un empujón lo anima a levantarse. O al menos a sentarse en el suelo y recargar la espalda en el baúl de una cama.

—Snape– lo llama la voz de Mulciber, posándose frente suya para verlo a los ojos–aquí, oye, escuchame, necesito ver tu brazo, ¿De acuerdo? Solo para asegurarme que se fue por completo.

Esas manos grandes se movieron con delicadeza, tomando su muñeca y brazo, así extendiendo su extremidad. Hizo una mueca ante la incómoda sensación, incómoda, no dolorosa. La piel estaba enrojecida y tenía uno que otro moretón a lo largo, pero de ahí en fuera, todo parecía estar en su lugar.

Severus estaba demasiado cansado y disociado para notarlo, pero para los dorados ojos de Mulciber fue tan claro como ver una película: la forma en la magia de Severus salía y envolvía el brazo, un invisible vendaje que comenzaba a sanar las heridas, desinflamar y recuperar la vitalidad de ese brazo. Reconocía eso, su propia magia hacía lo mismo cada que era golpeado durante las prácticas.

¿Qué tipo de sangre era la que había en las venas de este azabache?

Lo ve, cansado pero no derrotado, su negro cabello normalmente peinado hacia abajo ahora esta hecho un desastre por tanto movimiento, su ropa desacomdoada por haberla arremanagado tanto, pero esos ojos negros, pese al dolor, pese al miedo de hace un segundo, estan lejos de rendirse, lejos de estar tristes. Están calculando, pensando y planeando.

“Qué interesante” piensa Mulciber.

—¿Lo volverás a intentar? —pregunta Mulciber. Severus lo mira, esperando que aclare a que se refiere. Mulciber muestra el papel con su hechizo— La modificación que tenías planeada,
¿lo volverás a intentar?

—Sí.

Y Mulciber vuelve a sonreír como solo él puede hacerlo.

—Déjame ayudarte, tengo más experiencia, puedo evitar que esta escenita se repita. Pero quiero tener el contra-hechizo.

Severus busca en su rostro algo, un brillo de maldad, algo que le diga que la verdadera intención de Mulciber es divertirse con más escenitas así, es maldecirlo hasta aburrirse, pero todo lo que encuentra es un brillo de interés y determinación, es obvio que decir “no” no es una opción.

—Te haré la tarea tres semanas. Y le voy a contar a Malfoy.

Y Mulciber vuelve a reírse por esa respuesta.

—No esperaría menos.

 

—¡Sev! ¡Tus uñas! ¡Las volviste a arreglar!

Severus se detuvo, mirando sus manos. Sus uñas, antes incoloras, ahora eran totalmente negras, una marcada punta en filo, sutil, oscura y afilada.

—¿Puedo ver, por favor? –Pidió Lily, dando saltitos en su lugar.

Severus sonrió y asintió, pasando sus libros a una sola mano y extendiendo la otra en dirección de Lily, al instante su amiga tomó su mano y la acercó a su rostro para una mejor vista.

—¿Cómo lograste este acabado mate tan lindo? Ni siquiera con polvo puedo hacer que las mías queden así.

—Oh, algunos libros y trucos— le contesta.

Lily sonríe en su dirección, bajando su mano pero sin soltarla.

—Me alegro que te hubieras animado a volverlo a intentar sin importar que, estoy orgullosa.

Severus sonríe en su dirección, su propia mano dando un ligero apretón afectuoso a los dedos de su amiga que siguen sosteniendo su mano.

—Gracias Lily.

—¡Oye! ¡Snivellus!

Y claro que Potter tenía que arruinar el momento, llegando y viendo con ojos asesinos la unión de sus manos. Sacó su varita al instante y justo a tiempo, pues Black se adelantó a decidir que el duelo comenzaba ya y lanzó su primer hechizo.

Esta vez, no solo Severus terminó en la enfermería, y esta vez, sus uñas se quedaron en su lugar, con un brillo peligroso que nadie vio.

Uno que Klaus Mulciber admiro ese día cuando fue a visitarlo a la enfermería.

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