La luz de los Lecter

Harry Potter - J. K. Rowling
M/M
G
La luz de los Lecter
Summary
Muchas veces nacemos para ser el eclipse de otros y la tempestad de un mundo entero mientras que otras, sólo algunos, nacen para ser la vida y la luz de un mundo pequeño pero infinito.Sin ser planeado y sin ser buscado, Harry se convirtió desde el momento en el que abrió los ojos en la debilidad y el amor más grande de Hannibal Lecter pero también en la destrucción y el nuevo orden de todos los mundos. Ésta historia será bastante larga para que todo lo que vaya a ser incluido tenga sentido y ligera coherencia, será una adaptación POR COMPLETO de la saga de Harry Potter a mi manera, no en su totalidad pero sí se manejará bajo los conceptos canon de Harry y su historia, muchos ya saben de qué va a tratar puesto que en mi cuenta de tiktok, he subido contenido referente a lo que será esta nueva historia. Se actualizará cada semana los días domingo y es un fanfic que contiene diversos ships, el principal y en el cuál se va a basar este fic es evidentemente el Drarry, entre los secundarios estarán: Hannigram (Will y Hannibal), Regan (Rick y Negan), Thilbo (Thorin y Bilbo) y posiblemente referencias a otros ships que podrían aparecer más no serán tomados tan a profundidad para la trama.
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Chapter 3

El último mes de Harry con su padre fue completamente divertido.

Habían salido más a menudo considerando el hecho de que dentro de un mes, Harry empezaría sus clases y no se volverían a ver hasta el fin del año escolar. Sus salidas se basaban básicamente en restaurantes sumamente costosos y lugares los cuales Hannibal específicamente mantenía una amistad laboral con el chef encargado, era la única forma en la que su padre permitía que alguien más les llevase alimentos a la mesa, ese tipo de salidas eran emocionantes para Harry porque eran clases disimuladas de etiqueta. Su padre le pasaba el corcho del vino para que lo olfateara y en dado caso, elegirlo él, algo que al muchacho le ponía nervioso porque de elegir mal, sentía que no demostraría lo que había aprendido.

—¿Qué vamos a comer hoy, papá? —Preguntó el menor mientras continuaba con el corcho sobre su nariz.

—Bife ancho con tapa.

Harry se quedó en silencio un rato analizando el platillo mientras veía el vino sobre la mesa y luego fijar sus orbes verdes en los curiosos de su padre, relamio sus pequeños labios y soltó un:— Cabernet o Chianti, el vino tinto Pinot Noir es para filetes.

Hannibal no pudo ocultar la satisfacción que se plantó sobre su rostro sonriéndole a su crío quién de inmediato se sintió satisfecho al haber pegado en el blanco justo a tiempo, el camarero también dibujó una sonrisa en su rostro al ver el conocimiento del niño y asintió.

—Bien, entonces les cambiaré el vino.

—Muchas gracias. —Consintió Hannibal haciéndole un asentimiento para que se retirara—. Pensé que tendría que ayudarte, ¿De dónde sacaste que el Cabernet o Chianti era para el Bife?

Harry se sentó todavía más cómodo sobre su asiento mientras se acomodaba la camisa como todo un pequeño caballero y bebía un poco de su agua ya que no tenía todavía edad para beber, al menos una copa entera no.

—Te presto atención cuando salimos a comer, papá.

Hannibal le dedicó una cálida sonrisa de orgullo oculto y permanecieron en la mesa esperando a que sus alimentos llegaran, al frente de ambos se encontraba una familia, que consistía de evidentemente dos adultos que aparentaban tener bastante adquisición económica y un niño un poco más grande que Harry portando un traje blanco, parecía recién comprado.

Harry escuchaba ligeramente la conversación entre ellos pues hablaban más alto de lo que querían y la disputa estaba principalmente con el camarero a quién le reclamaron por tardarse demasiado en atenderlos. Aquello hizo que en silencio el burbujear caliente se postrara en el estómago del niño pero lo olvidó cuando regresó el mismo camarero con los patos vacíos y el vino nuevo.

—Lamento la tardanza, hemos estado satudaros y hay poco personal. —La mirada del mesero era de sinceridad absoluta no queriendo faltar al respeto al nombre del lugar y muchísimo menos a la familia que atendía.

—No te preocupes, nosotros entendemos. —Con toda la calidez humana posible, Hannibal le respondió haciendo que Harry voltee a verlo y le sonría para acentuar lo que había dicho su padre.

—Conocí a un niño cuando fui a hacerme las medidas para mi uniforme. —Soltó Harry cuando el mesero se fue. Organizando el plato y los cubiertos como a su manera de ver, deberían estar.

—¿Ah sí?

—Sí, parece ser de clase, incluso creo que sus padres tienen un buen estatus porque la ropa que traía fuera de su uniforme, era tela sumamente elegante, creo que ni siquiera es algo que nosotros tengamos aquí, investigué y estoy seguro de que es de las mejores telas para los magos.

—¿Y qué te pareció? —Preguntó curioso Hannibal.

—Bien, bueno, se ve que es un niño mimado pero no es de esos niños mimados que son estúpidos, es.. Inteligente, no más que yo pero creo que casi al mismo nivel.

Las cejas del mayor se levantaron en curiosidad mientras le pedía con la mirada al mesero para que llenara su copa con aquel vino, una vez estuvo al nivel necesario, mojó sus labios y suspiró al cerrar sus ojos—. Que buena elección, Harry. Sírvale un poco a él, por favor. —Pidió Hannibal haciendo que los ojos de Harry brillen y la copa del muchacho se llene tan sólo un poco más del fondo, solamente para que pudiese saborear el líquido y disfrutarlo—. Ahora, debe ser interesante ese niño porque nunca te vi realmente interesado en hacer amistades de tu edad.

Harry tal cuál cómo había visto a su padre, levantó su mano con diligencia para tomar la copa, oler el contenido y luego mojar tan sólo la punta de sus labios y así saborear aquel vino. Sin dudas para el paladar ya sofisticado del moreno, era exquisito.

—Eso es porque todos son unos idiotas, papá, la mayoría, son muy.. niños.

—¿Y tú qué eres? ¿Un alien? —Bromeó Hannibal haciendo que la risa emane de ambos.

—¡No! Pero no soy tan tonto y estúpido como ellos.

Justo cuando había dicho aquello, se escuchó una queja alta de la mesa de enfrente, el mesero por accidente había ensuciado la camisa del aquel niño pero no fue intencional, el muchacho había empujado al trabajador sólo con las ansias de que algo así ocurriera y poder burlarse por lo que evidentemente harían sus padres.

—¿¡Eres idiota o qué!? ¿¡Qué no ves que el traje de mi hijo cuesta más de lo que ganas tú en quince años!? Porquería, ¡Limpialo ya! Y quiero hablar con el dueño del lugar.

El hombre gritaba enfurecido ganándose las miradas de los presentes mientras el mesero los veía suplicantes sin saber exactamente qué decir o cómo disculparse, las palabras no le salían mientras el mayor continuaba gritándole y el niño en silencio se reía.

Aquello fue suficiente para que el burbujear en el estómago de Harry colisionara de una manera descomunal.

Odiaba a los niños de su edad, odiaba a los engreídos, a los abusivos sin razón, aquellos que creían que porque sus padres los complacían en todo, tenían el derecho de humillar a los que consideraban inferior, si algo no toleraban ni su padre o él, eran las malditas faltas de respeto y aunque los dos mantenían estatus y Harry había crecido con más dinero que la mitad de la población, su padre le enseñó que eso jamás sería símbolo para humillar a otro siendo tan descarado y estúpido pues la superioridad era algo que de por sí sola se hacía llamar y brillaba ante el silencio, la presencia, la clase y la inteligencia humillaba sin necesidad de bullicio. Si necesitabas proclamarla, era sólo una superioridad oculta en la realidad de aquella persona, en la realidad de su raza, la realidad del ganado.

Aunque, sabía que, si eso les hubiese pasado a ellos, Harry no dudaba en que su padre perdonaría al mesero fingiendo condescendencia para luego cobrarse lo que había hecho pero ahí estaba la diferencia, un Lecter jamás perdía los estribos en público, al contrario, demostraban comportamientos refinados y de entendimiento y luego en silencio, cobrarían la falta de respeto ejecutada.

El rostro de Harry era neutro, no denotaba ninguna emoción, ni siquiera se podía deducir lo que en su interior se estaba acumulando pero su cuerpo entero comenzó a calentarse, sus oídos a pitarle en silencio mientras el deseo oculto en su mente le hizo despertar.

Tragate tu propia sucia lengua.

Los pensamientos de Harry gritaron en fuego enmarcado al mismo tiempo que un ligero temblor se presenció apenas en los alrededores pero fue perceptible nada más para Hannibal quién con sólo voltear a ver aquella mesa, se escuchó cómo el hombre de repente dejaba de hablar y en fracciones de segundos su piel comenzó a tornarse roja y a desesperarse mientras se rasguñaba la garganta. No podía respirar.

—¡Ayuda, por favor! ¡Mi esposo, algo le pasa! —La mujer gritaba desesperada mientras el niño abandonó aquella mirada imponente y entró en verdadero pánico.

Los presentes comenzaron a alarmarse a medida que el hombre parecía tornarse más y más azul, incluso morado mientras los sonidos expulsados de su boca eran de agonía total, el mesero estaba helado, intentaba darle palmadas en la espalda para ayudarlo pero cuando el hombre volvió a abrir la boca, ya su lengua no estaba. La cuenca vacía de su cavidad estaba sólo con los dientes y el camino de la lengua se iba hacia abajo.

Los gritos comenzaron a hacer sonidos en el ambiente mientras la gente se levantaba de sus mesas desesperados por aquella escena, con pánico puro en sus rostros, sobre todo los niños pero Harry era el único que no quitaba la mirada de aquella escena, no sonreía pero por dentro sentía el cosquilleo de la satisfacción.

—¡Por favor, algún doctor! —Gritó el mesero intentando ayudar y corriendo por los alrededores mientras sus ojos demostraban la cristalización detrás de unas lagrimas de angustia no derramadas.

—Harry, ve al auto. —Proclamó Hannibal con autoridad sin titubear ni permitirle imponerse mientras se ponía de pie y se ajustaba el traje.

—¿¡Vas a ayudarlo!? —Insistió Harry sin un gramo de credulidad en su rostro mientras se ponía de pie dispuesto a hacerle frente a su padre, Harry simplemente no lo entendía, no entendía cómo quería ayudar a aquel hombre que evidentemente había sido un patán y grosero. Pero la mirada de Hannibal fue tan fría e imponente que Harry se retrajo un poco y con su furia guardada, salió de aquel lugar.

El bullicio en el restaurante seguía, ya el adulto en la mesa ni siquiera podía considerar que tuviese algún color prudente mientras la esposa y el hijo eran un completo desastre en lágrimas y llanto, algo que a Hannibal lo estaba fastidiando. Se arremango las mangas de su traje mientras dejaba sobre una silla su saco y así acercarse al necesitado.

—Necesito silencio, gritando no ayudan a nadie. —Exclamó hacia los dos presentes que ante la voz ronca de Hannibal se callaron aunque seguían llorando.

Colocó una mano en el mentón y otra en la frente con la que le permitió mover la cabeza hacia atrás de manera que la boca del hombre quedara abierta y el cuello, extendido. Esta maniobra conseguía que la lengua no bloquee la vía aérea y facilitaba así que la víctima pudiese respirar, después de dos minutos en aquella posición, el hombre comenzó a recuperar su color aunque no podía hablar ni mucho menos, de hecho, había caído desmayado.

—Llame al hospital de inmediato, lo mantendré así hasta que lleguen y se hagan cargo ellos. —Le ordenó al mesero quién asintió y corrió hacia la zona telefónica.

La posición que mantenía Hannibal no era del todo cómoda ni para él ni para el sujeto pero era la única manera de que pudiese seguir respirando.

La mente de Hannibal no estaba presente en aquel momento, aunque fue un completo accidente en el instante menos esperado, Hannibal sabía que Harry tenía que ver con lo que le había sucedido a ese hombre y a pesar de que la satisfacción crecía desde la punta de sus pies hasta su cabeza, no le gustaba la forma en la que Harry empleaba el castigo hacia el ganado, no era para nada íntimo.

Luego de unos minutos, los paramedicos habían llegado junto a la ambulancia donde transportaron al hombre a la camilla, Hannibal los siguió un par de pasos concluyendo lo mismo que los demás mientras una sonrisa se ocultaba en su rostro.

—Es desafortunado pero perdió su lengua, tendrá que aprender a hablar por señas de ahora en adelante. —Le condolio a la familia mientras fingía empatia y recibía otro llanto de la señora.

—¡Muchas gracias! No sé cómo agradecerle lo que ha hecho por nosotros, de verdad estamos agradecidos con usted, ¿No es así, Logan?

El niño ya no lloraba ni tampoco estaba interesado en la conversación, de hecho, estaba jugando con su consola mientras asentía sin despegar la mirada del aparato. La vena en la frente de Hannibal estuvo a punto de explotar.

—No es nada, ha sido un placer. Todavía no me lo agradezca.

Se despidió con elegancia y sutileza y caminó directamente hasta su auto donde Harry mantenía su mirada puesta sobre el vidrio viendo todo el bullicio y aglomeración de afuera. Hannibal entró, se ajustó el cinturón pero Harry no dijo nada, pasaron alrededor de tres minutos y seguía sin expresar palabra alguna.

—Harry.

No contestó, dejó su mirada enfrascada todavía sobre el vidrio.

—Harry. —Insistió con firmeza en su voz.

La piel de Harry se crispó en silencio, sabía que una tercera vez de su llamado, sería la paciencia perdida de su padre y no quería llegar a ese extremo, se giró sobre su asiento y volteó a verlo.

—¿Por qué lo hiciste? Fue un grosero, fue patán, altanero, merecía el accidente que le pasó, merecía atragantarse con su grosera y asquerosa lengua.

Hannibal permaneció callado evaluando las facciones de su hijo mientras sus manos apretaban el volante ligeramente y sopesaba su pensar.

—¿Accidente?

—Sí, fue un accidente, tal vez se mordió su propia lengua y por eso le pasó lo que le pasó.

—No fue un accidente, Harry. —Sus ojos entornaron un brillo que el menor no supo identificar pero era suficiente para saber que no iba a poder mentirle a su padre.

—Bueno... Tal vez fue un estallido de magia.

—Es tu segundo "estallido de magia" —Especuló haciendo comillas entre aquellas palabras—. No fue accidental, fue premeditado.

Harry se quedó helado. Era la segunda vez que por deseo propio ejecutaba una consecuencia hacia alguien. Más que por un cúmulo enorme de enojo e indignación, había sido un deseo que convirtió en una realidad, sólo cuando quería a plenitud algo. Estaba esperando un reclamo notorio, que su padre le dijera que lo que había hecho era inconcebible, que no lo iba a permitir ni tampoco a consentir y el silencio que se plantaba en la zona era peor, sobre todo porque la distancia tan corta en el auto, impedía que pudiese huir sutilmente.

—¿Crees que eso era lo que merecía? —Preguntó finalmente Hannibal matando el silencio finalmente.

—Sí. —Soltó con decisión Harry.

—Esa es tu manera de emplear un castigo, ¿no? —Elevó una de sus cejas—. Sin que la persona sepa quién es el responsable de emplear las consecuencias de sus actos, detrás de las sombras.

Los pensamientos de Harry entraron al acto ante las palabras, lo estaba evaluando, sabía que estaba evaluando su forma de pensar en algún sentido que Harry no comprendía. Harry no quería que el señor muriera, tampoco fue con aquella intención con la que lo hizo respecto a la boa y aquel muchacho, era simplemente una reprimienda que les había generado, sólo hasta que cayeran en inconsciencia y ahí Harry iba a retirarse, no llegaba a los extremos de querer quitarle la vida a alguien, eso era algo inhumano, no tenía potestad de decidir sobre la vida de los demás, eso era... Era el trabajo de un ser superior, incluso de un Dios.

Giró sus ojos para ver los dorados casi miel de su padre mientras intentaba rebuscar lo que en su mente se ocultaba pero era imposible.

—No me oculté detrás de las sombras.

Hannibal debía ser cuidadoso, lo sabía, no podía implementar de golpe una crueldad en Harry sin ejercitar su ingenio, proezas y superioridad, una persona que decidía por la vida de los demás sin considerarse superior y entender que el ganado no podía mezclarse con sus creadores, era nefasto.

—La vida tiene un peso, Harry, pero es diferente en cada aspecto, el mismo peso que tiene la vida en los animales, no es el mismo peso que poseemos nosotros. —Su mano caminó hacia la llave del auto para finalmente encender el mismo—. Reprender sin que sea algo íntimo, sin volverlo algo tuyo, es una reprimienda tan cobarde como la que suelen decir los demás que aplica Dios, detrás de unas nubes sin permitir que lo vean y permitiendo que su creación dude de su poder. —Ya el auto había avanzado en dirección hacia la casa y el clima se nubló lo suficiente como para indicar una próxima lluvia—. Si la magia está en tus venas, es para facilitar tu poder, es para incrementarlo, pero no para que te escondas detrás de ella porque si el día de mañana te quedas sin magia, ¿Quién serás entonces y qué habrás conseguido?

No se dijo más nada luego de aquello, los dos quedaron evaluando el recorrido hasta la casa donde se bajaron y ni siquiera Harry tenía apetito a pesar de no haber comido nada antes de aquel completo drama en el restaurante. Subió a su habitación donde alimentó a su nueva lechuza. Decidió llamarla Hedwig, un nombre que encontró en Una historia de la magia y que le había encantado sinceramente.

Sin embargo, las palabras de su padre habían calado profundamente en su mente, sobre todo porque era exactamente eso lo que le había dicho a aquel niño rubio que conoció ese día donde se hizo las medidas para los uniformes y haber dicho aquello sin entenderlo, lo hizo sentirse completamente idiota. La magia sólo incrementaba el poder en él pero no era la totalidad de sus capacidades, temía acostumbrarse a ello y con el paso del tiempo, fuese completamente inútil sin la magia. Antes de quedarse completamente dormido se prometió a sí mismo que no iba a permitir que la magia le quitara la intimidad que podía generar en los demás por sus propias manos.

Los días habían pasado tan rápido que Harry ni siquiera notó que ya era el último día del mes de agosto. A la mañana siguiente, se despertó a las cinco, tan emocionado e ilusionado que no pudo volver a dormir. Se levantó y se vistió con premura.

Miró otra vez su lista de Hogwarts para estar seguro de que tenía todo lo necesario, se ocupó de meter a Hedwig en su jaula y luego se paseó por la habitación, esperando que su padre se despertara, siempre era el primero en despertar pero Harry suponía que esta vez le había ganado, se equivocó, Hannibal se había adelantado y ya estaba en la cocina preparando el desayuno.

Fue algo previo, sin mucha comunicación de por medio pero Harry intuía que había algo más en el ambiente.

—Harry.

—¿Sí?

—¿Recuerdas al niño del zoológico?

Harry removió sus pensamientos a aquel día, el niño llorón, asqueroso y gordo que lo había empujado. Asintió en silencio.

—Ellos son los parientes de tu madre adoptiva.

—¿¡Eran ellos!? Pero son despreciables, ¿era con ellos con quién iba a quedarme?

—Sí. —El respectivo café cayó en la taza de Hannibal mientras el aroma inundaba la sala—. Esa es la razón por la que te mandé a ocultarte en el auto, habría sido complicado que te vieran.

Y que hubiese hecho algo peor, concluyó Harry en sus pensamientos. Si le generaba algo sumamente grave al niño y su padre no hubiese actuado, eso habría generado ruido también a los oídos de quién Snape mantenía engañado sobre el paradero de Harry y todo se hubiese arruinado. Nuevamente, Harry había cometido el error de actuar sin meditar. Su rostro se contrajo en molestia.

—¿Entiendes ahora lo importante que es evaluar la situación antes de actuar?

Harry se quedó observando su plato por un rato y luego asintió en silencio.

—La inteligencia no se basa en conocimiento, Harry, se basa en análisis estipulados del entorno donde tu propósito sea el que prevalezca pero que tú seas el único que no tenga consecuencias. Si vuelve a suceder algo como en el restaurante o el zoológico y todos lo ven, ya no habrá intención ni ayuda de por medio que pueda ocultar tus verdaderas intenciones. —Hannibal presionaba a Harry, a veces sentía que más de lo que su edad le permitía pero era su hijo, y ningún hijo suyo que llevase su apellido, sería tan mediocre como para decaer en actos desesperados por un ataque de emociones—. Jamás te reprenderia por defenderte o defender tus ideales.

—Pareces molesto..

—No lo estoy, no por las razones que tú crees.

—Entonces, ¿Por qué lo estás? —Agregó mientras terminaba de hurgar en su platillo.

—Porque fuiste descuidado y por tu descuido y no controlar tus emociones, muchas personas pudieron verlo, permitiste que existieran testigos.

—No iba a dejar las cosas así, el niño del zoológico me empujó, fue grosero. —Contrajo Harry con sus cejas enmarcadas mientras se enojaba.

—No, tienes razón, estuviese molesto contigo si me entero que le permitiste ponerte una mano encima sin ningún tipo de consecuencia, pero, si siempre actúas por medio de las emociones sin analizar las consecuencias, nunca podrás tener el control de la situación.

—De todas formas sin gente alrededor, él iría con el chisme y le contaría a sus padres, habría sido más complicado si yo hubiese decidido hacerlo... íntimo. —Agregó sintiendo esta vez un peso mayor en aquella palabra que su padre tanto recalcaba.

—En eso tienes razón, ahora, analiza tú el por qué habría sido más inteligente aguardar. —La taza de café se levantó por la mano de Hannibal para tomar un sorbo mientras sus ojos intentaban desnudar el cerebro de Harry.

—Porque si nadie hubiese visto lo que le hice de haberlo hecho íntimo, sería su palabra contra la mía y la única razón por la cuál no tuve consecuencias fue porque usé magia.

Dictó de inmediato como si supiera ya la respuesta pero salía únicamente después de cometer un error.

Hannibal asintió, dejando que sus oscuros ojos volvieran a brillar como solían hacerlo cuando Harry entendía algo o actuaba bien.

—Exactamente y seguirías estando bajo la sombra de que tú nunca harías algo así, ahora, cuando una situación así suceda en el colegio y tú actúes con magia, lo sabrán porque ellos tienen conocimiento sobre ello. No podrás esconderte bajo la imagen de que serías incapaz si te descubren al instante.

Harry levantó sus ojos encontrándose con los de su padre mientras buscaba la forma de darle la vuelta a sus palabras y sabía que tenía razón. Harry había arriesgado suficiente pero no retenía consecuencias porque su padre estaba presente pero, ¿Qué iba a pasar cuando lo hiciera en un mundo totalmente alejado de él y no pudiese ser ayudado?

—Entonces no me podré defender de ninguna forma.

—No, claro que podrás, pero ahora será más difícil para ti, ahora tendrás que ser más inteligente y lo que es más importante, ¿Sabes qué es?

El muchacho asintió de inmediato.

—Que no hayan testigos.

—¿Y?

—Nunca dejar evidencia.

Hannibal sonrió satisfecho mientras se acercaba lo suficiente para darle una sutil caricia al hombro de su niño.

—Te dejo un reto ahora, Harry. La próxima vez que algo así suceda, logra que sea yo quién no se entere, hazlo como si intentaras esconder las pruebas de mí.

Los orbes de Harry se abrieron de impresión y negando de inmediato.—Pero eso es imposible, tú lo terminas sabiendo o descubriendo todo.

—Exactamente.

La conversación quedó allí con el desayuno. Dos horas más tarde, el pesado baúl de Harry estaba cargado en el coche, su estómago lleno pero los nervios de punta.

Llegaron a King Cross a las diez y media. Hannibal cargó el baúl de Harry en un carrito y lo llevó por la estación hasta que llegaron a la zona donde su voleto indicaba según la entrada, era el andén nueve y tres cuartos.

—¿Andén qué?

—Nueve y tres cuartos. —Volvió a leer Harry.

Hannibal se quedó en silencio mientras estuvo a punto de reír por la incoherencia que creía haber escuchado pero suponiendo que los magos no iban a interceptar una entrada a su mundo tan obvia, empezó a analizar las posibilidades.

—Supongo que la lógica detrás de esto es que corras a través del andén nueve y diez.

—¿Qué? ¿Y chocar contra la pared?

—Bueno, si esa no es la respuesta, no creo que exista otra, debe haber alguna otra familia Muggle de la que podamos guiarnos que tenga más experiencia.

—¿Snape no te dijo nada?

—Quiere molestarme nada más. —Soltó Hannibal con un semblante divertido y caminó con Harry hasta aquel punto, antes de eso, suspiró—. Voy a quedarme aquí a verte hasta que entres, no puedo ir contigo hasta allá ni muchísimo menos que me vean contigo por lo que, aquí deberíamos despedirnos.

La emoción de Harry se convirtió ahora en un remolino de nostalgia donde sus ojos verdes volvieron a mostrar aquel brillo de lágrimas guardadas y eso para Hannibal fue una acción que no pudo pasar sin reír ligeramente.

—Ahora sí puedo decirte, que no hace falta que llores, Harry. Nos volveremos a ver. —Lo molestaba con la última supuesta despedida que habían tenido donde Harry sucumbió en sentimentalismo.

El menor no pidió permiso y corrió a abrazarlo nuevamente mientras enterraba su nariz en las ropas de su padre aspirando su aroma lo más que podía y así mantener en su palacio de la memoria aquel aroma característico que representaba su hogar mientras sentía las caricias sutiles de las largas manos en sus cabellos.

—Prometiste escribirme, por favor no lo olvides.

—No lo haré, posiblemente una vez a la semana Snape te haga llegar todas mis cartas porque no sería muy viable que a diario vayas a verlo.

Harry asintió aún enterrado en el pecho de su padre. Era injusto no poder compartir con él parte de su mundo, no quería escabullirse en una realidad que no le pertenecía teniendo que ocultar su identidad.

—Ahora ve, estaré aquí.

Se separó finalmente manteniendo un nudo en su garganta mientras tomaba sus pertenencias y volvía a mirar a su padre en silencio, muy pocas veces se expresaban el amor de manera verbal pero aquel momento era justo y lo que Harry necesitaba antes de irse.

—Te quiero.

Hannibal sintió un melancólico remolino en su interior que jamás en su vida había sentido y con una sonrisa y un último beso en la cien de Harry, despidió a su hijo—. Yo te quiero más, pequeña bestia.

Harry sintió la boca seca y empezó a caminar lejos de Hannibal mientras miraba de reojo asegurándose que el mayor siguiera ahí parado y seguía estando allí.

¿Qué haría?

Estaba llamando la atención, a causa de Hedwig. Tendría que preguntarle a alguien. Según el gran reloj que había sobre la tabla de horarios de llegada, tenía diez minutos para coger el tren a Hogwarts y no tenía idea de qué podía hacer. Estaba en medio de la estación con un baúl que casi no podía transportar, un bolsillo lleno de monedas de mago y una jaula con una lechuza.
Snape debió de olvidar a propósito decirle algo que tenía que hacer, como dar un golpe al tercer ladrillo de la izquierda para entrar en el callejón Diagon. Se preguntó si debería sacar su varita y comenzar a golpear la taquilla, entre los andenes nueve y diez. En aquel momento, un grupo de gente pasó por su lado y captó unas pocas palabras.

—... lleno de muggles, por supuesto...

Harry se volvió para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo. Cada uno empujaba un baúl, como Harry, y llevaban una lechuza. Con el corazón palpitante, Harry empujó el carrito detrás de ellos. Se detuvieron y los imitó, parándose lo bastante cerca para escuchar lo que decían.

—Y ahora, ¿cuál es el número del andén? —dijo la madre.

—¡Nueve y tres cuartos! —dijo la voz aguda de una niña, también pelirroja, que iba de la mano de la madre—. Mamá, ¿no puedo ir...?

—No tienes edad suficiente, Ginny Ahora estáte quieta. Muy bien, Percy, tú primero.

El que parecía el mayor de los chicos se dirigió hacia los andenes nueve y diez. Harry observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. Pero justo cuando el muchacho llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana de turistas pasó frente a él y, cuando se alejaron, el muchacho había desaparecido.

—Fred, eres el siguiente —dijo la mujer regordeta.

—No soy Fred, soy George —dijo el muchacho—. ¿De veras, mujer, puedes llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?

—Lo siento, George, cariño.

—Estaba bromeando, soy Fred —dijo el muchacho, y se alejó. Debió pasar, porque un segundo más tarde ya no estaba. Pero ¿cómo lo había hecho? Su hermano gemelo fue tras él: el tercer hermano iba rápidamente hacia la taquilla (estaba casi allí) y luego, súbitamente, no estaba en ninguna parte. No había nadie más. Algo internamente a Harry le decía, que su padre tenía la razón, como siempre. Y al voltear a verlo y notar su sonrisa, interpretó un "Te lo dije"

—Discúlpeme —dijo Harry a la mujer regordeta.

—Hola, querido —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo.

Señaló al último y menor de sus hijos varones. Era alto, flacucho y pecoso, con manos y pies grandes y una larga nariz.

—Sí —dijo Harry—. Lo que pasa es que, no sé cómo.

—¿Como entrar en el andén? —preguntó bondadosamente, y Harry asintió con la cabeza.

—No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Ve ahora, ve antes que Ron.

—De acuerdo —dijo Harry.

Empujó su carrito y se dirigió hacia la barrera. Parecía muy sólida pero antes de impulsarse, dirigió una última mirada hacia atrás donde Hannibal seguía estando pero ya dispuesto a dirigirle una última mirada a su crío, el corazón de Harry se estrujó por unos minutos sabiendo que una vez que entrara, ya no lo iba a ver más. Se despidieron por última vez en silencio pero la señora pareció extrañamente curiosa ante el lugar hacia el que Harry miraba y giró su rostro, para suerte de Harry, ya Hannibal no estaba a la vista de nadie.

Comenzó a andar. La gente que andaba a su alrededor iba al andén nueve o al diez. Fue más rápido.

Se inclinó sobre el carrito y comenzó a correr (la barrera se acercaba cada vez más). Ya no podía detenerse (el carrito estaba fuera de control), ya estaba allí... Cerró los ojos, preparado para lo que sea, así fuese chocar.

Pero no llegó. Siguió rodando. Abrió los ojos.

Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h». Harry miró hacia atrás y vio una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén Nueve y Tres Cuartos».

Lo había logrado.

El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud, mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles.

Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocupar. Harry empujó su carrito por el andén, buscando un asiento vacío. Pasó al lado de un chico de cara redonda que decía:—Abuelita, he vuelto a perder mi sapo.

—Oh, Neville —oyó que suspiraba la anciana.

Harry se abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío, cerca del final del tren. Primero puso a Hedwig y luego comenzó a empujar el baúl hacia la puerta del vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudo levantar un poco antes de que se cayera golpeándole un pie.

—¿Quieres que te eche una mano? —Era uno de los gemelos pelirrojos, a los que había seguido a través de la barrera de los andenes.

—Sí, por favor —jadeó Harry.

—¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar!

Con la ayuda de los gemelos, el baúl de Harry finalmente quedó en un rincón del compartimiento.

—Gracias —dijo Harry, quitándose de los ojos el pelo húmedo.

—¿Qué es eso? —dijo de pronto uno de los gemelos, señalando la brillante cicatriz de Harry

—Vaya —dijo el otro gemelo—. ¿Eres tú...?

—Es él —dijo el primero—. Eres tú, ¿no? —se dirigió a Harry.

—¿Quién? —preguntó Harry.

—Harry Potter —respondieron a coro.

—Oh, él —dijo Harry —. Sí, soy yo.

Los dos muchachos lo miraron boquiabiertos y Harry sintió que la fascinación hacia su persona estaba sobrevalorada, le molestaba de cierta forma porque no lo había ganado consciente y demostrando sus verdaderas capacidades. Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta abierta del compartimiento.

—¿Fred? ¿George? ¿Están ahí?

—Ya vamos, mamá.

Con una última mirada a Harry, los gemelos saltaron del vagón.

Harry se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculto, podía observar a la familia de pelirrojos en el andén y oír lo que decían. La madre acababa de sacar un pañuelo.

—Ron, tienes algo en la nariz.

El menor de los varones trató de esquivarla, pero la madre lo sujetó y comenzó a frotarle la punta de la nariz.

—Mamá, déjame —exclamó apartándose.

—¿Ah, el pequeñito Ronnie tiene algo en su naricita? —dijo uno de los gemelos.

—Cállate —dijo Ron.

—¿Dónde está Percy? —preguntó la madre.

—Ahí viene.

El mayor de los muchachos se acercaba a ellos. Ya se había puesto la ondulante túnica negra de Hogwarts, y Harry notó que tenía una insignia plateada en el pecho, con la letra P

—No me puedo quedar mucho, mamá —dijo—. Estoy delante, los prefectos tenemos dos compartimientos...

—Oh, ¿tú eres un prefecto, Percy? —dijo uno de los gemelos, con aire de gran sorpresa—. Tendrías que habérnoslo dicho, no teníamos idea.

—Espera, creo que recuerdo que nos dijo algo —dijo el otro gemelo—. Una vez...

—O dos...

—Un minuto...

—Todo el verano...

—Oh, callense —dijo Percy, el prefecto.

—Y de todos modos, ¿por qué Percy tiene túnica nueva? —dijo uno de los gemelos.

—Porque él es un prefecto —dijo afectuosamente la madre—. Muy bien, cariño, que tengas un buen año. Envíame una lechuza cuando llegues allá.

A Harry aquello le hizo elevar una de sus cejas. No sabía lo que era un "Prefecto" pero ante la distinción suponía que debía tratarse de los encargados de cada salón como sucedía en las escuelas Muggle.

La mujer besó a Percy en la mejilla y el muchacho se fue. Luego se volvió hacia los gemelos.

—Ahora, ustedes dos... Este año se tienen que portar bien. Si recibo una lechuza más diciéndome que han hecho... estallar un inodoro o...

—¿Hacer estallar un inodoro? Nosotros nunca hemos hecho nada de eso.

—Pero es una gran idea, mamá. Gracias.

—No tiene gracia. Y cuiden de Ron.

—No te preocupes, el pequeño Ronnie estará seguro con nosotros.

—Cállate —dijo otra vez Ron. Era casi tan alto como los gemelos y su nariz todavía estaba rosada, en donde su madre la había frotado.

Harry no tenía hermanos por lo que aquella dinámica se le hacía desconocida, primero, no conseguía muy respuetosa la actitud del menor de los pelirrojos y su constante "Cállate" que no salía de su boca, si Harry fuese hermano mayor, jamás le permitiría a un menor hablarle así, muchísimo menos en público pero tal vez era algo que se compartía entre familias mágicas, habían muchas cosas que Harry todavía no sabía.

Pero lo poco que vio, rigiendose de las túnicas, la manera de vestir de la patrona, los objetos usados, dedujo de inmediato que no poseían adquisición económica sobresaliente.

—Eh, mamá, ¿adivinas a quién acabamos de ver en el tren?

Harry se movió hacia la esquina para así no ser visto mientras escuchaba la conversación.

—¿Se acuerdan de ese muchacho de pelo negro que estaba cerca de nosotros, en la estación? ¿Saben quién es?

—¿Quién?

—¡Harry Potter!

Harry oyó la voz de la niña.

—Mamá, ¿puedo subir al tren para verlo? ¡Oh, mamá, por favor...!

—Ya lo has visto, Ginny y, además, el pobre chico no es algo para que lo mires como en el zoológico. ¿Es él realmente, Fred? ¿Cómo lo sabes?

¿Pobre chico? Harry no era un "pobre chico" ni tampoco alguien que necesitara la lástima de una señora que ni conocía, era hijo de un reconocido médico y uno de los mejores psiquiatras de su mundo, pero eso no lo sabían, nadie lo sabía, debía acostumbrarse al asqueroso sentimiento de la lástima y el hecho de que en ese mundo, Harry realmente fuese huérfano. Lo único que iba a existir sería la lástima de gente que ni conocía.

De cierta forma la intriga escondida de la señora al insistir si sus hijos estaban seguros de que fuese Harry o no, le hizo sospechar.

—Se lo pregunté. Vi su cicatriz. Está realmente allí... como iluminada.

—Pobrecillo... No es raro que esté solo. Fue tan amable cuando me preguntó cómo llegar al andén...

—Eso no importa. ¿Crees que él recuerda cómo era Quien-tú-sabes?

La madre, súbitamente, se puso muy seria.

—Te prohíbo que le preguntes, Fred. No, no te atrevas. Como si necesitara que le recuerden algo así en su primer día de colegio.

La conversación cada vez se le hacía más molesta, ¿Qué importaba si le preguntaban a Harry aquello? No era como si fuese a llorar porque un inútil fue vencido por un bebé aquella noche. Pero, nuevamente, ellos mantenían la imagen de que Harry lo había perdido todo esa noche.

Que difícil era tener que fingir.

—Está bien, quédate tranquila.

Se oyó un silbido.

—Dense prisa —dijo la madre, y los tres chicos subieron al tren. Se asomaron por la ventanilla para que los besara y la hermanita menor comenzó a llorar.

—No llores, Ginny, vamos a enviarte muchas lechuzas.

—Y un inodoro de Hogwarts.

—¡George!

—Era una broma, mamá.

El tren comenzó a moverse. Harry vio a la madre de los muchachos agitando la mano y a la hermanita, mitad llorando, mitad riendo, corriendo para seguir al tren, hasta que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando. Deseaba haber podido ver a Hannibal allí hasta el último momento.

Harry observó a la madre y la hija hasta que desaparecieron, cuando el tren giró. Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Harry sintió una ola de excitación. No sabía lo que iba a pasar.

La puerta del compartimiento se abrió y entró el menor de los pelirrojos.

—¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a Harry—. Todos los demás vagones están llenos.

Harry negó con la cabeza deseando más bien asentir para ir en su viaje solo, el muchacho se sentó. Lanzó una mirada a Harry y luego desvió la vista rápidamente hacia la ventanilla, como si no lo hubiera estado observando. Cómo si no fuese tan idiota como para ser tan obvio. Harry notó que todavía tenía una mancha negra en la nariz.

—Eh, Ron.

Los gemelos habían vuelto.

—Mira, nosotros nos vamos a la mitad del tren, porque Lee Jordan tiene una tarántula gigante y vamos a verla.

—De acuerdo —murmuró Ron.

—Harry —dijo el otro gemelo—, ¿te hemos dicho quiénes somos? Fred y George Weasley. Y él es Ron, nuestro hermano. Nos veremos después, entonces.

—Hasta luego —dijeron Harry y Ron. Los gemelos salieron y cerraron la puerta. A Harry por alguna razón le agradaban más los gemelos que el niño que estaba a su lado.

—¿Eres realmente Harry Potter? —dejó escapar Ron.
Harry asintió fastidiado—. Oh... bien, pensé que podía ser una de las bromas de Fred y George —dijo Ron—. ¿Y realmente te hiciste eso... ya sabes...?

Señaló la frente de Harry.

Que imprudente. Aquella acción en su mundo y en presencia de Hannibal sería una completa grosería, ¿Para qué querían ver una simple cicatriz como si fuese algo que requería atención e incredulidad?

Harry se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz. Ron la miró con atención.

—Por suerte para ti, no está en un lugar inadecuado, aunque considero que para el morbo de ustedes, eso no los habría detenido.

El pelirrojo se quedó en silencio mientras sus mejillas se pintaban de un rojo totalmente vivo y volteaba su rostro avergonzado—. Lo siento, no fue mi intención..

Harry no mostró ningún signo ante aquello, simplemente lo vio de arriba hacia abajo y continuó en lo suyo.

—¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes...? —Agregó nuevamente el niño.

—Sí —dijo Harry.

—¿Y no puedes recordarlo? ¿Nada? —dijo Ron en tono anhelante.

Harry enarcó sus cejas. Sabía que era simple curiosidad pero le fastidiaba en silencio.

—Lo siento, fue imprudente nuevamente —dijo Ron otra vez avergonzado. Contempló a Harry durante unos instantes y luego, como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar por la ventanilla.

—¿Son una familia de magos? —preguntó Harry, ya que encontraba únicamente eso interesante en el muchacho.

—Oh, sí, eso creo —respondió Ron—. Me parece que mamá tiene un primo segundo que es contable, pero nunca hablamos de él.

—Entonces ya debes de saber mucho sobre magia.

Era evidente que los Weasley eran una de esas antiguas familias de magos de las que había hablado el pálido muchacho del callejón Diagon. La cuestión era, por qué si poseían ese estatus, vivían en condiciones tan.. aparentemente deplorables y por qué parecían haber tomado el paso que únicamente tomaban los hijos de padres Muggle como era el caso de Harry. Aquello le presentó una espina en el estómago que no le gustó para nada.

—Oí que te habías ido a vivir con muggles —dijo Ron—. ¿Cómo son?

Harry recordó de inmediato lo que conversó con su padre esa mañana y no le fue difícil sincerarse.

—Horribles... Bueno, no todo los muggles lo son. Tienes hermanos, ¿no?

—Cinco —Confirmó Ron. Por alguna razón parecía deprimido—. Soy el sexto en nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Podrías decir que tengo el listón muy alto. Bill y Charlie ya han terminado. Bill era delegado de clase y Charlie era capitán de quidditch. Ahora Percy es prefecto. Fred y George son muy revoltosos, pero a pesar de eso sacan muy buenas notas y todos los consideran muy divertidos. Todos esperan que me vaya tan bien como a los otros, pero si lo hago tampoco será gran cosa, porque ellos ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco hermanos. Me dieron la túnica vieja de Bill, la varita vieja de Charles y la vieja rata de Percy. —Ron buscó en su chaqueta y sacó una gorda rata gris, que estaba dormida—. Se llama Scabbers y no sirve para nada, casi nunca se despierta. A Percy, papá le regaló una lechuza, porque lo hicieron prefecto, pero no podían comp... Quiero decir, por eso me dieron a Scabbers.

Las orejas de Ron enrojecieron. Parecía pensar que había hablado demasiado, porque otra vez miró por la ventanilla.

Harry encontró aquello remotamente innecesario, únicamente había preguntado si tenía hermanos, no que le confesara su sentir familiar si apenas se estaban conociendo. Expiar mucho sobre tu intimidad era una notoria debilidad futura y eso le hizo sopesar a Harry la idea de que estaba sentado en el lugar incorrecto.

—Si el éxito de los demás no es una razón para sobreponerte y ser mejor que los demás, nunca lograrás ser nadie ya que sea de tu familia o no, siempre existirá gente más exitosa que tú, detenerte allí hará que seas un don nadie. —Exclamó Harry con neutralidad en su voz mientras se acomodaba la ropa.

El semblante del pelirrojo pareció caer en distintas emociones, primero en incredulidad, luego en entendimiento nulo y cuando pareció entenderlo, sus ojos se llenaron de ¿Admiración?

—Bueno pero tú.. pensé que tus parientes muggles no tendrían tanto... es que todo lo que llevas parece realmente nuevo.

Aquello hizo que Harry elevara sus cejas ciertamente desconcertado. Así que su historia había sido básicamente para ganarse la lástima del moreno y con ello, encontrar confort al saber que alguien carecía igual que él, ¿Había manera de bajarse del tren en aquel momento?

—No, no carecen de absolutamente nada y si tu pregunta viene sobre el dinero, mis padres me dejaron bastante, la herencia de ellos pasó a mi nombre.

Sin mencionar su verdadera herencia que venía de parte de Hannibal con la cual, ya era suficiente para darles una vida extraordinaria a toda esa familia.

El silencio se sentó en los vagones de manera fría y lúgubre, ninguno agregó más. Ron parecía traumatizado o incluso con miedo de mencionar algo más mientras que Harry simplemente decidió ignorarlo y esperar pacientemente a llegar al colegio.

En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste. Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde oscuro.
Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el muchacho de cara redonda que Harry había visto al pasar por el andén nueve y tres cuartos.
Parecía muy afligido.

—Perdón —dijo—. ¿Por casualidad no han visto un sapo?

Cuando los dos negaron con la cabeza, gimió.

—¡La he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo!

—Ya aparecerá —dijo Harry.

—Sí —dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si la ven...

Se fue.

—No sé por qué está tan triste —comentó Ron—. Si yo hubiera traído un sapo lo habría perdido lo más rápidamente posible. Aunque en realidad he traído a Scabbers, así que no puedo hablar.

La rata seguía durmiendo en las rodillas de Ron.

Harry evaluó el animal sin presentar gesto alguno. Ciertamente debería no hablar.

—Podría estar muerta y no notarías la diferencia —dijo Harry.

—Ayer traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el hechizo no funcionó. Te lo voy a enseñar, mira... —Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas partes estaba astillada y, en la punta, brillaba algo blanco—. Los pelos de unicornio casi se salen. De todos modos...

Acababa de coger la varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había regresado el chico del sapo, pero llevaba a una niña con él. La muchacha ya llevaba la túnica de Hogwarts.

—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona, mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.

—Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba mirando la varita que tenía en la mano.

—Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.

Se sentó. Ron pareció desconcertado.

—Eh... de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. «Rayo de sol, margaritas, vuelvan amarilla a esta tonta ratita.»

Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers siguió durmiendo, tan gris como siempre.

—¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? —preguntó la niña—. Bueno, no es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron. Nadie en mi familia es mago, fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia, por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que eso sea suficiente... Yo soy Hermione Granger. ¿Y ustedes quiénes son? —Dijo todo aquello muy rápidamente.

Harry la observó por más de un segundo, a pesar de que los había atacado en dos segundos con miles de cosas innecesarias y que nadie le preguntó, llamó su atención de inmediato. Era casi igual a Harry, ambos venían de familias Muggle o casi Muggle debido a que lo que sabía Harry es que su madre biológica era la que poseía magia entre sus padres pero eso no la detuvo en informarse y entonar confianza en las cosas que hacía, aquello le generó una increíble duda y le dieron más ganas de estar sentado con ella que con el niño rata.

—Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron.

—Harry Potter —dijo Harry.

—¿Eres tú realmente? —dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo XX.

—¿Estoy yo? —dijo Harry, sintiéndose intrigado por completo. Ningún libro que había leído hasta ahora referente a la magia hablaba sobre él y el hecho de que su nombre estuviese en libros de historia le hizo sentirse casi glorificado, su padre amaría saberlo cuando regresara a casa.

—Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera —dijo Hermione—. ¿Saben a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que Ravenclaw no será tan mala... De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo de Neville. Y ustedes dos deberían cambiarse ya, vamos a llegar pronto.

Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.

Harry se quedó mudo. Envuelto en una maraña confusa de emociones, enojo por haber sido cuestionado por una niña que ni lo conocía pero retado en cuanto a conocimientos y eso le fascinó.

—Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté —dijo Ron. Arrojó su varita al baúl—. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo George. Seguro que era falso.

—Yo espero estar en la casa en la que ella esté, no me genera rechazo sus conocimientos, eso la vuelve superior. —Harry elevó sus cejas mirando a Ron por unos minutos y éste volvió a quedarse callado. Ya que iba a estar ahí atrapado con él, prefirió sacar información.— ¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry

—Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—. Mamá y papá también estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan mala, pero imagina si me ponen en Slytherin.

—Esa es la casa en la que Voldemort estaba, ¿no?

A Harry no le importó ocasionar casi un infarto en el niño al oír ese nombre, no podía pronunciarlo todo el tiempo, lo sabía por Snape pero ya que estaban ellos dos ahí, tal vez si lo hacía tener pesadillas, sería un consuelo para el pequeño infierno que estaba viviendo con el niño en ese vagón. Sin mencionar que ya parecía tener prejuicios por una simple casa.

—A..Ajá —dijo Ron luego de recomponerse. Se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto abrumado.

—A propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?

Harry se preguntaba si había algo que pudiese sacar de esa familia, algún contacto tal vez.

—Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en África, ocupándose de asuntos para Gringotts —explicó Ron— ¿Cuál es tu equipo de quidditch?

—Por ahora no conozco ninguno. —confesó Harry.

—¿Cómo? —Ron pareció atónito—. Oh, ya verás, es el mejor juego del mundo... —Y se dedicó a explicarle todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanos y la escoba que le gustaría comprar si tuviera el dinero.

Le estaba explicando los mejores puntos del juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero esta vez no era Neville, el chico sin sapo, ni Hermione Granger.

Entraron tres muchachos, y Harry reconoció de inmediato al del medio: era el chico pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con mucho más interés que el que había demostrado en el callejón Diagon. La emoción volvió a surgir en el pecho de Harry en un silencio opaco.

—¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter está en este compartimento. Así que eres tú, ¿no?

—Sí —respondió Harry. Observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos y parecían muy vulgares. Situados a ambos lados del chico pálido, parecían guardaespaldas.

—Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo el muchacho pálido con despreocupación, al darse cuenta de que Harry los miraba—. Y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy

Ron dejó escapar una débil tos, que ocultaba una risita. Draco (dragón) Malfoy lo miró.

—Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte quién eres. Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los que pueden mantener.

Se volvió hacia Harry.

—Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte en eso.

Extendió la mano, para estrechar la de Harry.

Harry se quedó en completo silencio, fascinado por lo que acababa de ver en tan sólo un par de minutos. Él mismo habría golpeado en la cara al pelirrojo por burlarse de su nombre y era completamente descortés pedir clase si no la dabas a cambio, porque el rostro de Ron parecía en descomposición por la humillación recibida, pero era algo que se había ganado y a Harry eso le molestó, primero se burlaba y luego se ocultaba en la lástima y tristeza como si fuese atacado sin ningún tipo de motivo.

Había una curiosidad tan inmensa en el aire respecto a aquel rubio, algo intangible que elevaba a Harry de su puesto, lo atraía como un imán invisible. Era la clase, el poder que parecía llevar y el cómo no se dejaba sucumbir ni humillar ante nadie, era inteligente, perspicaz y no fue difícil para Harry deducir que lo había buscado por lo que el nombre de Harry implicaba y que eso, indudablemente le daría a él poder. Definitivamente era la persona que quería cerca.

La mano de Harry si duda alguna se estiró para corresponder la de aquel niño que ahora poseía un nombre, Draco, Draco Malfoy. Y la sonrisa e impresión en el rostro del rubio era increíble.

—¡Harry, los Malfoy son la peor clase de personas que existen, estás equivocado al juntarte con ellos!

—Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los equivocados, gracias —dijo con frialdad.

Malfoy simplemente sonrió con satisfacción viendo a Ron ruborizado hasta las orejas.

—Crabbe, Goyle, tomen las cosas de Potter y traiganlas hasta nuestro vagón, nosotros los esperamos allá.

—Yo tendría cuidado, si fuera tú, Harry. —dijo con calma

Crabbe y Goyle se pusieron al frente de Ron delante de Draco y Harry, ya tan rápido defendían a Harry sin que el dijera algo y sin que hiciera falta, aquello le hizo confirmar que había elegido como debía.

—¿O qué? Vas a pelear con nosotros, ¿eh? —se burló Malfoy.

—Si no se van ahora mismo... —dijo Ron, con más valor que el que sentía, porque Crabbe y Goyle eran mucho más fuertes que él.

—Pero nosotros no tenemos ganas de irnos, ¿no es cierto, muchachos? Nos hemos comido todo lo que llevábamos y tú parece que todavía tienes algo.

Goyle se inclinó para coger la bolsa que tenía Ron del lado del mueble pero al notar el contenido, hizo un gesto de asco, antes de que pudiera alejar su mano, el muchacho dejó escapar un aullido terrible.

Scabbers, la rata, colgaba del dedo de Goyle, con los agudos dientes clavados profundamente en sus nudillos. Crabbe y Malfoy retrocedieron mientras Goyle agitaba la mano para desprenderse de la rata, gritando de dolor, hasta que, finalmente, Scabbers salió volando, chocó contra la ventanilla y los dos grandulones desaparecieron. Malfoy le hizo una seña a Harry y este sin esperar, al darle una última mirada a Ron se fue con él.

De cierta forma había notado el valor de aquel niño, que teniendo desventaja numérica, no se había dejado sucumbir por el miedo, lo único que lo desfavorecia era su poca culta actitud pero eso le propició un pensamiento a Harry, tal vez, si era bien instruido, podía llegar a ser un gran aliado.

Mientras caminaban entre los vagones viendo a la gente tanto dentro como fuera, Harry veía a los ya llamados Crabbe y Goyle llevando fielmente su equipaje, se sentaron sobre uno de los últimos vagones libres y por fin Harry pudo respirar, más tarde, Hermione Granger volvió a aparecer

—¿Qué ha pasado? —preguntó al ver el dedo de Goyle y la presencia de Harry ya sin la compañía de Ron.

—Nada realmente. —Se adelantó a agregar Harry mientras le hacía un espacio en una invitación silenciosa a que se sentara con ellos.

—¿Conocías ya a Malfoy? —Preguntó Hermione sentándose allí. Harry le explicó el encuentro en el callejón Diagon pero cuando terminó, vio el semblante completamente contorsionado de Malfpy a punto de vomitarse encima.

—Eres la hija de Muggles, ¿No?

—Sí. —Soltó sin ningún problema Hermione.

Pero aquello pareció infartar a los tres presentes.

—Vete de aquí. Harry, si quieres un nuevo consejo, no te juntes con hijos de muggles.

Hermione pareció internamente incomodarse ante aquello, estuvo a punto de irse pero Harry le puso una mano en el pecho impidiéndole que se fuese de allí. Si ese iba a ser su nuevo núcleo de amigos, las cosas iban a cambiar.

—¿Te sientes intimidado por ella?

—¡Claro que no! —Soltó de golpe Malfoy.

—¿Crees que te va a enfermar o algo? Porque, por si ni lo recuerdas, la familia de mi madre eran muggles, lo que me deja a mí en el mismo saco.

—No es lo mismo, eres un mestizo, ella no.

—Es lo mismo. —Sentenció Harry con firmeza sintiendo sus ojos inyectados en sangre—. Si te crees superior, lo primero que tienes que olvidar es intimidarte por gente diferente a ti, a menos que tengas miedo de que ese alguien te supere y lo poco que he conocido a Hermione, es más capaz e intelectual que todos aquí. —Hermione lo miraba con un brillo increíble en sus ojos mientras se sentaba más rectamente—. Si quieres que yo crea que eres superior a ella o a mí, demuéstralo con actos, no con estatus o palabras porque sino, eso sólo hace ver tu inferioridad estancada en querer que los demás se sientan así.

Malfoy se quedó perplejo y más pálido de lo que ya era mientras Crabbe y Goyle estaban igual, parecía que las palabras de Harry habían dado en el blanco y luego de eso, permitieron que la muchacha trajera sus cosas hacia aquel vagón, el ambiente seguía siendo medio tosco pero era un poco más llevadero. Si Harry quería crear un buen núcleo entre todos, era difícil quitar de las cabezas años de crianza con ese pensamiento, Harry más que nadie lo entendía.

—Mejor que se apresuren y se cambien de ropa. Acabo de ir a la locomotora, le pregunté al conductor y me dijo que ya casi estamos llegando. —Agregó Hermione

—¿Te importaría salir para que nos cambiemos? —Pidió con toda la gala Harry.

—Muy bien...

Harry miró por la ventanilla. Estaba oscureciendo. Podía ver montañas y bosques, bajo un cielo de un profundo color púrpura. El tren parecía aminorar la marcha.

Los cuatro se quitaron las camisas y se pusieron las largas túnicas negras.

Una voz retumbó en el tren cuando Hermione volvió a entrar.

—Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.

El estómago de Harry se retorcía de nervios y Draco, podía verlo, estaba pálido pero de emoción y con un aire de superioridad que Harry mantuvo de primero a pesar de sus nervios. Se reunieron con el resto del grupo que llenaba los pasillos.

El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se empujaban para salir al pequeño y oscuro andén. Harry se estremeció bajo el frío aire de la noche. Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los alumnos, y Harry oyó una voz ligada al físico  que reconoció de antes.

—¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí!

La gran cara peluda de aquel guardabosques rebosaba alegría sobre el mar de cabezas.

—Vengan, siganme... ¿Hay más de primer año? Miren bien dónde pisan ¡Los de primer año, siganme!

Resbalando y a tientas, siguieron a aquel gigante por lo que parecía un estrecho sendero. Estaba tan oscuro que Harry pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos lados. Nadie hablaba mucho. Neville, el chico que había perdido su sapo, lloriqueaba de vez en cuando.

—En un segundo, tendrán la primera visión de Hogwarts —exclamó el guardabosques por encima del hombro—, justo al doblar esta curva.

Se produjo un fuerte ¡ooooooh!

El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas.

—¡No más de cuatro por bote! —gritó, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, al lado de la orilla. Harry, Draco, Crabbe y Goyle se subieron a uno, por suerte Hermione estaba enfrascada charlando con otras chicas y no parecía querer subirse con ellos.

—¿Todos han subido? —continuó, que tenía un bote para él solo—. ¡Venga! ¡ADELANTE!

Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago, que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se erigía.

—¡Bajen las cabezas! —exclamó, mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros.— ¡Eh, tú, el de allí! ¿Es éste tu sapo?

—¡Trevor! —gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos. Luego subieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara del gigante, saliendo finalmente a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo.
Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.

—¿Están todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tu sapo?

Levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo.

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