
Chapter 2
La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry millones de pensamientos que perduraron durante toda una semana, cuando consiguió medianamente olvidarlo ya habían comenzado las vacaciones de verano.
Harry se alegraba de que el colegio hubiera terminado, pero no había forma de escapar de sus actividades, responsabilidades y las tareas que su padre le dejaba cuando debía ir a trabajar, manteniendo siempre la mente de Harry ocupada pues él siempre decía que si la mente no se ejercita, perdería su valor.
No se quejaba, por más ilógico que pudiese sonar y teniendo su edad, a Harry no le molestaba hacerlo, primero porque encontraba entretenido intentar resolver los problemas que una mente tan madura como la de su padre le dejaba y eso le hacía sentir la necesidad de demostrar que era capaz y que era suficientemente inteligente para ello y segundo porque siempre se trataban de temas que resultaban interesantes.
Ese día tocaba leer un pasaje de la historia griega y realizar un debido resumen de lo que Harry entendiera.
Era complicado, sumamente complicado porque la historia griega era compleja, muy bien estructurada y una lectura para nada ligera, de hecho, era de las lecturas más pesadas que podían existir pero cuando Hannibal le dejó su primera actividad y Harry no consiguió responder ni entender, Hannibal no expresó nada, contrario a todo, simplemente tomó el cuaderno, lo guardó y eso había sido suficiente para Harry y notar que en silencio lo había defraudado o eso fue lo que el muchacho percibió, prometiendose a sí mismo que la siguiente vez sí lo conseguiría puesto que para Harry, la aceptación de Hannibal era lo que más amaba tener pero mantenerla era difícil si no se lo ganaba. Demostrarle a su padre que Harry era un igual, requería su propio esfuerzo.
Harry pasaba tanto tiempo como le resultara posible fuera de la casa dando vueltas por ahí cuando terminaba sus responsabilidades y pensando en el fin de las vacaciones, en septiembre estudiaría secundaria y, por primera vez en su vida, no iría a la misma escuela a la que iba todos los años, si la suerte seguía de su lado, Harry recibiría finalmente su carta.
—¿Al menos puedo acompañarte? —dijo Harry mientras cerraba su cuaderno antes de que su padre se fuera.
—Hoy no. —respondió—. Tal vez otro día, estos días han sido complicados con mis pacientes.
Harry bufó en silencio y se sentó nuevamente en el escritorio, refunfuñando para sus adentros, no lo diría pero cuando su padre se iba, Harry realmente lo extrañaba aunque fuese un par de horas nada más ya que Hannibal dejó de trabajar en las noches para no estar tanto tiempo fuera de casa.
Una pequeña caricia sobre sus cabellos fue lo que hizo a Harry cerrar sus ojos por unos minutos y ya luego sonreír vencido.
El día pasó completamente tranquilo, ya Harry había comido, se había duchado y en ese momento estaba en el patio de su casa con las últimas gotas de luz que le quedaban al día mientras intentaba mover una hoja sobre el suelo con su magia.
Harry no hacía otra cosa que no fuese mirar fijamente aquella hoja por horas. No se movía, simplemente mantenía la mente sofocada en moverla, pero no sentía frustración ni mucho menos, las veces que había podido lograrlo era bajo la completa tranquilidad, por lo tanto sabía que si perdía los estribos, no iba a lograrlo.
Sin embargo, Harry seguía siendo un niño y después de veinte minutos sin éxito, empezó a frustrarse. Una patada a la hoja fue lo que vino a continuación ligado a que con su enojo, las hojas alrededor dieran un vuelco como si una brisa viniese del ambiente, ni siquiera se lo atribuyó a él mismo cuando escuchó el timbre de la casa.
Sus pasos cortos iban camino hacia la puerta pero no para abrirla, no podía abrirle a nadie cuando su padre estuviese fuera.
—¿Quién es? —Preguntó tornando su voz más gruesa para que así creyeran que la edad de Harry era mayor a la que realmente tenía.
Pero nadie respondió, sin embargo, Harry podía sentir de cierta forma que la persona seguía allí, detrás de la puerta.
—Papá se está bañando, ya baja.
Seguía sin conseguir respuesta. Se acercó lo suficiente a la puerta como para poner su oreja sobre la superficie intentando escuchar cualquier cosa pero no escuchaba nada, había un silencio profundo hasta que, de golpe, la puerta se abrió haciendo que Harry se tambalee y casi caiga al suelo de no haber sido por la mano en su frente que lo detuvo.
—Espero que no estuvieses pensando en abrir. —Soltó la voz que reconoció al instante y lo alivió internamente.
—No iba a abrir, estaba intentando escuchar quién era, ¿Eras tú?
El semblante de Hannibal se suavizo en saludo hacia su criatura mientras entraba finalmente a la casa pero no solamente entraba él sino un hombre casi de su misma estatura con una túnica negra.
El ceño de Harry se frunció ante la imagen de aquel hombre que no había visto en toda su vida y que ni siquiera le dirigió la mirada, al menos no directamente sino de reojo.
—¿Lo dejas solo en casa, Lecter? —Con voz ronca soltó aquel hombre entrando ya a la sala evaluando la zona como si estuviese buscando un mínimo detalle.
—No creo que eso sea relevante para ti dentro de la crianza de mi hijo. —Hannibal no se giró a verlo, se dirigió hacia un estante de madera donde sacó una botella de vino—. Harry sabe cuidarse en mi corta ausencia.
—No creo que entiendas realmente quién es y lo que significa en mi mundo.
Harry estaba de pie ante los dos adultos y aunque quería seguir escuchando la conversación, sintió que no era correcto así que no esperó la orden de su padre que sabía que llegaría y se volteó para subir a su habitación, de todas formas buscaría la manera de volver a bajar y escuchar hasta que la voz de Hannibal apareció nuevamente.
—Quédate, Harry, es momento de que hablemos.
El semblante de Harry se tensó por un momento mientras se detenía en seco. Su padre jamás le dejaba quedarse cuando los adultos estaban presentes, lo tenía terminantemente prohibido por múltiples razones y si en esa conversación Harry tenía permiso de estar, significaban cosas malas. Tal vez el hombre provenía del colegio Muggle al que Harry asistía y presentaban algún tipo de queja o era el tío de aquel niño en el zoológico al que Harry casi asfixia con la boa.. Tal vez venía de parte de la policía.
Los pensamientos viajaban a una velocidad exorbitante sin permitirle saber con certeza a qué se debía y queriendo saberlo pero no presentó gesto alguno que demostrara lo que sentía, era un semblante inquebrantable que perduró en su camino hasta el sofá libre dónde se sentó pero no se permitió iniciar la conversación.
—Bien, supongo que tu visita viene ligada a la entrada de Harry en la escuela de magia, ¿No? —Hannibal se movía con facilidad y diligencia en la sala mientras terminaba de servir dos copas de vino, entregándole una al adulto desconocido y la otra para él mismo.
Harry se emocionaba en silencio por crecer rápido y poder compartir con su padre un momento tan íntimo como compartir una copa de vino pero aquel inocente pensamiento se fue con la velocidad en la que vino cuando escuchó aquellas palabras, "Escuela de magia"
Los ojos le brillaron y tuvo que apretar con sus pequeñas manos parte de aquel sofá para no levantarse y gritar de emoción.
—Lo es. —Aceptó la copa sin más remedio y esta vez, sí se volteó a mirar fijamente a Harry a quién hizo sentir ligeramente incómodo pero no apartó su mirada—. La última vez que te vi eras sólo una criatura.
Hannibal se sentó en la silla del frente como si fuese él quién guiaba la conversación y el control absoluto, y era exactamente lo que en silencio sucedía.
—Disculpe ¿Quién es usted?
El mayor pareció sopesar el silencio por un rato largo mientras bebía del contenido en su copa y mojaba apenas un tercio de sus labios. Luego se dirigió con imponencia hacia Harry y soltó un: —Severus Snape, soy profesor en el colegio de magia y hechicería de Hogwarts.
Harry por emoción absoluta y sin poder creer lo que escuchaba, volteó a ver a su padre con un brillo en sus ojos intentando buscar en él la respuesta que habitaba en su cerebro todavía, su carta.
Y ante la mirada inquebrantable pero en el fondo juguetona de Hannibal por la reacción del menor, Harry supo de inmediato que tenía razón.
—Viene a entregarme la carta, ¿No es así?
—Vengo a dejar varias cosas claras, Potter.
—Ese no es su apellido. —Intervino Hannibal con calma pero con autoridad en el fondo de su voz.
—Sí, y es precisamente eso lo que vengo a aclarar. He arriesgado bastante de mi propio pellejo en ocultar el verdadero paradero de Potter durante todos estos años, sobre todo con el director de la escuela, todo el mundo mágico cree que Harry fue y es hijo de Lily y James. —Snape se acomodó sobre el sofá manteniéndose erguido como siempre lo estaba mientras dejaba la copa sobre la mesa de al frente—. Por lo tanto, Harry debe hacerse a la idea de que es un Potter, que es Harry Potter y no Harry Lecter.
—Habla de mis padres adoptivos, ¿no?
Harry intentaba llevar el hilo de las cosas pero habían muchas que sonaban nuevas para él.
Meses después de que Harry finalmente cumpliera los once años, había tenido una conversación curiosa con su padre y había sido respecto a su nacimiento y el hecho de que durante su primer año de edad, había sido cuidado por dos personas que en ese momento habían sido sus padres adoptivos.
—Escucharás mucho esto cuando vayas a tu nueva escuela y quiero que lo sepas de mi boca antes que la de los demás.
—Pero, ¿Por qué tuve padres adoptivos y ahora estoy contigo? ¿Me dejaste al principio? ¿No podías cuidarme? —Harry se llenó de ligera agonía en el fondo de su pecho mientras apretaba su pequeña franela entre sus manos.
—No, Harry, yo no supe realmente de tu nacimiento hasta ese día.
—El día en el que ellos murieron, ¿Cierto?
—Sí. —Soltó Hannibal mientras caminaba para acercarse al más bajo.
—Entonces si tú no me entregaste, fue mi madre biológica. —Harry se permitía indagar en sus ideas con la voz en alto queriendo ser escuchado también para aclara sus dudas—. ¿Por qué me dejó? ¿Quién es mi madre realmente?
Hannibal no respondió ni tampoco presentó ningún signo sobre su rostro lo que frustraba más a Harry quién no podía interpretar o siquiera imaginar lo que su padre estaba pensando.
Aclaró su garganta y con la mayor calma dijo:—Eso es algo que sabrás cuando tengas más edad.
—¿Y por qué no ahora? Tengo suficiente madurez como para saber la verdad, papá. —Se apresuró en contraatacar la decisión de Hannibal mientras su cuerpo se sentaba al borde de aquel sillón.
—No, Harry. Puede que ahora no lo entiendas y creas que te oculto las cosas porque no creo que tengas capacidad para asimilarlo, nunca te he ocultado nada. —Movió una de sus manos hasta la rodilla del niño para así brindar cierto confort y calidez humana—. Si decido callarme algo es porque ahora no es el momento.
Harry quería refutar, quería insistir y sacarle la verdad en ese momento pero muy en el fondo entendía la situación. Desde que tuvo capacidad para procesar las cosas, su padre le había contado todo y justo cuando decidió contarle que había magia en sus venas le prometió que a medida que el tiempo fuese pasando, él le confiaría todo lo que haría falta saber y lo que calmaba al muchacho era que, la mitad de la verdad, sería contada cuando su carta de Hogwarts llegara finalmente, por eso la emoción tan abrupta en Harry de por fin tenerla.
Su mente se apareció en el presente luego de recordar escenas anteriores, volteó sus ojos hacia su entorno viendo al desconocido que ya poseía un nombre ahora y luego a su padre.
—¿Se lo cuentas tú o lo hago yo? —Snape habló esta vez dirigiéndose hacia Hannibal y el mencionado simplemente estiró su copa hacia Snape dándole la palabra mientras llevaba el objeto a sus labios
Después de todo, era mejor que viniese de parte de alguien que formaba parte de ese mundo.
—Sabes lo de tus padres adoptivos y su muerte, ¿no?
Harry asintió entregando toda su atención al de cabellos negros.
—Pero no sabes por qué murieron.
La cabeza del menor se movió en negación.
—Tus padres, James y Lily fueron asesinados por uno de los magos oscuros más poderosos que han existido en todo el mundo mágico. —Snape comenzó a hablar mientras se acomodaba sobre el sofá para ver el rostro del niño aunque muy en el fondo era lo último que quería hacer pero como había prometido hace mucho tiempo atrás, debía cumplir con su parte del trato—. Este mago, hace unos veinte años, comenzó a buscar seguidores y los consiguió. Algunos porque le tenían miedo, otros sólo querían un poco de su poder, porque él iba consiguiendo poder. Fueron días negros. No se sabía en quién confiar, uno no se animaba a hacerse amigo de magos o brujas desconocidos porque como podrás entender, sucedían cosas terribles—. Extrañamente notaba que la mente del niño iba aceptando toda la información casi como un muchacho de mayor edad y eso en silencio lo impresionó, esperaba encontrar un niño llorón y malcriado o que a la hora de contar la verdad, sintiera miedo de sólo exponer la realidad de un mago oscuro como en las películas pero no fue así—. Él se estaba apoderando de todo. Por supuesto, algunos se le opusieron y él los mató. Uno de los pocos lugares seguros era Hogwarts. Hay que considerar que Dumbledore era el único al que el señor tenebroso temía, no se atrevía a apoderarse del colegio, no entonces, al menos. Ahora bien, tu madre y tú padre eran brujos no tan mediocres, tu madre era la excepción pero tu padre era simplemente un inservible.
Hannibal volteó a verle con el ceño fruncido pues sabía que estaba conversando sobre James pero aún así, aquel adjetivo también iba dirigido hacia él.
Snape hizo una pausa esperando a que el niño empezara a preguntar miles de cosas al mismo tiempo o pedir que repitieran todo pero contrario a eso, simplemente volteó su mirada por un momento y soltó: —¿Cómo se llamaba?
—¿Quién?
—A quién usted llama "el señor tenebroso"
El silencio abrazó por un momento la sala. No se trataba de que Snape le tuviese miedo a aquel nombre pero sí reconocía el poder que el mencionado poseía y era el silencioso respeto que aún le guardaba lo que le impedía pronunciarlo como si fuese algo común y corriente. No expresó nada más que un rostro ligeramente ceñido pero fue suficiente para que Hannibal lo notara y finalmente entrara en la conversación.
—Su nombre era Voldemort.
Si Snape se impresionó ante el hecho de que un Muggle como Hannibal conociera el nombre o su impresión era por el mismo nombre en sí, no lo expresó ni tampoco hizo énfasis en ello, simplemente continuó.
—Lo que todos saben es que él apareció en el pueblo donde ustedes vivían el día de Halloween, hace diez años. Tú tenías un año. El señor tenebroso los mató. Y entonces. —Se calló por un momento inspeccionando al menor con recelo en su mirada—. Ése es el verdadero misterio del asunto, también trató de matarte a ti, pero no pudo hacerlo. Esa marca en tu frente no es un corte común.
Harry movió su mano de inmediato y por acto reflejo hasta su frente tocando la cicatriz que poseía desde que tenía memoria y por más que trataba, sus ojos demostraban la impresión respecto a la información que estaba recibiendo. Cuando su padre le había dicho que obtendría información y una realidad que podría ser confusa para él, jamás esperó que lo que le dijeran fuese como los libros que él leía respecto a personajes malvados y contorsionados persiguiendo a familias y asesinando a todo aquel que no estuviese de su lado.
Seguía siendo confuso para él puesto que en silencio, no quería aceptar que habían muchos cables sueltos que aún no conseguía conectar pero estaba dispuesto a seguir escuchando para utilizar toda esa información y más adelante ir atando nudos.
—Sucedió cuando una poderosa maldición diabólica te tocó. Fue la que terminó con tu madre, tu padre y la casa, pero no funcionó contigo, y por eso eres famoso, Potter. Nadie a quien él hubiera decidido matar sobrevivió, nadie excepto tú, sobreviviste.
Algo muy doloroso estaba sucediendo en la mente de Harry pero no por las muertes que habían quedado atrás pues no existía ningún vínculo sentimental que lo atara a él de los difuntos sino el miedo escabullendose por sus venas ante la idea de que si su padre hubiese estado allí, él habría sido quién estaría muerto. En silencio agradeció que las perdidas fueran esas y no Hannibal en sí.
Mientras Snape iba terminando la historia, vio otra vez la cegadora luz verde con más claridad de lo que la había recordado antes y, por primera vez en su vida, se acordó de algo más, de una risa cruel, aguda y fría.
—Yo mismo te saqué de la casa en ruinas. —Agregó Hannibal esta vez, sacando a Harry de su ensimismamiento—. Ahí fue donde Snape y yo nos conocimos.
—Pero ¿qué sucedió con Voldemort?
—No digas su nombre, Potter.
—¿Por qué no? —Cuestionó Harry sin entender del todo puesto que para él, era estúpido tenerle miedo a un nombre mientras su ceño se fruncia ante aquel apellido que ni siquiera reconocía como suyo, él estaba orgulloso de su padre, estaba orgulloso de ser un Lecter y ocultarse bajo otro apellido le parecía incoherente pero a medida que más escuchaba, más entendía.
—El señor tenebroso es uno de los magos que más control, poder y daño ha causado en todo el mundo mágico, sólo un tonto lo cuestionaria y tomaría su nombre como juego.
El niño se calló, seguía pareciendole ridículo pero no insistió en ello—. Perdón, con el señor tenebroso, ¿Qué sucedió con él?
—Dirígete a él como "Quién tú sabes"
Harry estuvo a punto de gritarle en la cara que para qué tantos apodos y por qué unos sí podían decirle de una forma, otros no y ahora debía cambiar la forma de llamar a un loco que ya estaba aparentemente muerto pero al ver la mirada de su padre que expresaba en silencio un "Lo entenderás después" soltó un suspiro pesado y asintió.
—Desapareció. —Respondió finalmente el de cabellos negros—. Se desvaneció la misma noche que trató de matarte, eso te hizo aún más famoso. Ése es el mayor misterio. Algunos dicen que murió, otros dicen que todavía está por ahí, esperando el momento, algo relacionado contigo, acabó con él. Algo sucedió aquella noche que él no contaba con que sucedería, no sé qué fue, nadie lo sabe, pero algo relacionado contigo lo confundió.
Snape miró al muchacho pero Harry, en lugar de sentirse complacido con la información, estaba casi seguro de que había algo más allá, algo intangible que todavía no podía tocar. Si alguna vez derrotó al más grande brujo del mundo, ¿cómo es que no podía gestionar todavía su magia?
Sus pensamientos se cortaron cuando finalmente fue llegado a la vista un pedazo de papel con un sello al frente, su carta. Harry extendió la mano para coger, finalmente, el sobre amarillento, dirigido, con tinta verde esmeralda al:
"Señor H. Potter, Privet Drive n. ° 4, Little Whinging". Sacó la carta y leyó:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Director: Albus Dumbledore (Orden de Merlín, Primera Clase, Gran Hechicero, Jefe de Magos, Jefe Supremo, Confederación Internacional de Magos).
Querido señor Potter: Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios. Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.
Muy cordialmente, Minerva McGonagall Directora adjunta.
—¿Por qué dice "Privet Drive n. ° 4, Little Whinging"?
—Ahí es donde, en teoría, tú estás viviendo.
—¿Con quién estaría viviendo de no ser con mi papá? —Sus manos seguían sosteniendo el sobre mientras buscaba cualquier otra pista o algún detalle sobre lo que pudiese preguntar que le brindara información.
—Con la familia de tu madre.
—Mi madre adoptiva. —Insistió Harry dando a entender al igual que Hannibal, que él no iba a renegarse de quién era él realmente.
—Tu madre, tu madre biológica y desde el momento en el que entremos a Hogwarts eso debe estar grabado en tu mente por completo o no servirá de nada lo que tu padre y yo hemos estado intentando hacer por ti. —Soltó Snape ya con su voz más autoritaria que hace unos minutos pero Harry no se inmutó ni tampoco se removió, continuó viéndolo.
—Lo sé. ¿Qué quiere decir eso de que esperan mi lechuza?
—Es nuestro medio de comunicación.
—¿Iré con papá a comprar las cosas que necesito?
—No.
La respuesta tajante hizo que Harry se removiera ligeramente sobre el asiento y buscara la mirada de Hannibal pero este no se inmutó en lo absoluto, supuso que ya era algo que los adultos habían conversado y aunque Harry sabía que era lo más lógico pues si la apariencia debía regirse, él no podía aparecer con un señor que nadie en el mundo mágico conocía, esperaba en el fondo equivocarse y que fuese algo que compartiera con él.
—Snape se quedará hoy con nosotros y mañana irás con él a comprar tus cosas, ahora, si me permites un segundo. —Esta vez se puso de pie terminando el líquido dentro de su copa con la elegancia que emanaba de cada centímetro de su cuerpo—. Quiero hablar con Harry un momento, a solas.
Snape pareció entenderlo sin ningún problema y siguió los pasos del mayor donde le indicó en dónde podía asentarse, cambiarse y dormir esa noche, Harry se quedó solo en la sala con su cabeza todavía sofocada por toda la información recibida, pensó en algún momento que sabría respecto a su madre, a pesar de no conocerla, ni siquiera saber cómo era ella físicamente, había una fibra en Harry que necesitaba saberlo y sentía que era relevante e importante puesto que, las veces que preguntó sobre ella, su padre nunca quiso responder más que "Lo sabrás en su momento" pero Harry no entendía en qué momento era que podían conversar sobre ello, ¿Cuándo sería ese momento y por qué se lo ocultaba? Si era un secreto tan bien guardado sin que Harry lo supiera, le hacía sentir que estaba en desventaja pues no podía prepararse respecto a nada si no poseía información y Harry odiaba sentir que habían cosas que él no supiera.
Con pasos lentos comenzó a caminar por la sala jugueteando y observando las decoraciones con sus manos, habían diversos objetos pero el que sobresalía en detalles e incluso cuadros era un ciervo con cuernos bastante largos, su mano sostuvo aquel objeto por un par de segundos mientras lo evaluaba. Era una figura pequeña en comparación a la grande y extremadamente pesada que estaba en la oficina de trabajo de su padre, podía bien ser el animal favorito de Hannibal, a Harry le encantaba el rinoceronte y se preguntaba siempre por qué su padre parecía tener una fascinación por un animal que ante los ojos del muchacho, era débil y una presa fácil.
Sus pensamientos se cortaron cuando sintió una mirada fija en su espalda, dejó el objeto dónde lo encontró y se giró sobre sus pequeños talones viendo a su padre parado al borde de la entrada de la sala.
—¿Emocionado?
—Bastante. —Expresó el muchacho acercándose unos ligeros pasos hacia Hannibal.
—No lo pareces, ¿Hay algo que no te convenza del todo?
Harry se quedó en silencio observando el suelo por un momento sin saber realmente lo que se asentaba en el fondo de su estómago.— Quería ir contigo a comprar mis cosas.
Hannibal lo observó por unos minutos y si dedujo que había algo más, no lo dijo pero Harry sabía que lo había notado. Tomó la mano del menor y lo encaminó hacia el sofá nuevamente para sentarse con él, aclaró sus pensamientos mientras detallaba el semblante de Harry con discreción.
—Harry, ¿Recuerdas lo que te he enseñado?
—Me has enseñado varias cosas.
—Respecto a la gente, respecto a la vida. —La mano de Hannibal pasó por detrás del hombro del niño mientras acomodaba parte del suave cabello de este.
Harry se miró las manos intentando averiguar algo sobre ellas, apoyando su vista en una zona mientras su mente divagaba constantemente en diferentes pensamientos.
—No voy a estar contigo, Harry. Lo que quiere decir que no puedo guiarte, no del todo. —Respondió Hannibal antes de esperar su respuesta—. No sé lo que vayas a experimentar estando allá y espero que entiendas que aparentar e ir por debajo de la mesa es un requerimiento necesario. Incluso si es algo que no te gusta, si es algo con lo que no estás de acuerdo, tienes que analizar por ti mismo la situación y sacar provecho de ella.
El silencio se plantó un momento en la sala mientras las palabras viajaban por el entorno y entraban dentro del niño que aún no levantaba la mirada, no era lo mismo estar en clases y regresar a casa que no volver a ver a su padre a menos que fuesen las vacaciones o al finalizar el año, era estar completamente solo sin su soporte o consejos aunque sabía que los tendría siempre y cuando le escribiera.
—¿Cómo sé a qué le tengo que sacar provecho si debo fingir ser alguien más? —Harry se dignó a levantar finalmente su mirada para ver los orbes del contrario.
—Fingir algo que no eres es la mejor ventaja que puedes tener.
Hannibal plantó una sonrisa disimulada sobre su rostro dejando la oración a mitad para que el muchacho la analizara y terminara con ella.
—Porque si creen que soy alguien más, jamás esperarán o creerán que las cosas que puedan suceder, las haya hecho yo.
—Exactamente.
Las manos grandes del contrario se elevaron con orgullo para acariciar las melenas oscurecidas de su crío, haciendo que este sonría y se encoja sobre su asiento sintiéndose cálido por la compañía. Eso era lo que más iba a extrañar, a pesar de que Harry estaba acostumbrado a arreglárselas solo dentro de lo que estaba a su alcance, iba a extrañar esos momentos cálidos junto a su padre pero sabía que no sería por mucho tiempo y que al volver a casa, Harry se aseguraría de hacerlo sentir completamente orgulloso.
—Bien, hora de dormir, mañana tienes mucho qué hacer.
Harry se puso de pie acatando la orden de inmediato pero cuando estuvo a punto de salir de aquella sala, la voz de Hannibal lo detuvo.
—Harry.
—¿Sí?
Los ojos de Hannibal se oscurecieron por tan sólo un par de minutos, fue como si el orbe y parte de su iris se expandiera y tomara una forma de inconsciente necesidad y hambre voraz.
—No te dejes controlar por las emociones, si actúas rápido.
—Seré presa fácil, lo sé, papá.
Harry se quedó plasmado en el marco de la puerta con sus cejas levantadas, por alguna razón no sentía que eso fuese todo lo que quería decir o lo que realmente quería decirle pero en silencio y al mirarlo, lo único que pudo pensar fue en la pregunta que siempre le hacía su padre.
"¿Y tu apetito?"
Al inicio Harry pensaba que se trataba de comida y de los alimentos pero jamás se lo explicó, únicamente se lo preguntaba cuando sucedían cosas que dejaban confundida la mente del muchacho y aunque no entendía del todo el trasfondo de esa pregunta, siempre respondía con un "Intermedio" A pesar de no saber exactamente a lo que su padre se refería, Harry contestaba con lo que sentía y muy obstante de la plenitud que había en su vida, seguía sintiendo un ligero espacio que no se llenaba del todo, si su padre notó que eso no era lo que quería como respuesta, nunca se lo dijo.
Con aquel pensamiento sobre su cabeza y las últimas palabras dichas, Harry alcanzó su habitación finalmente envolviéndose en la comodidad y suavidad de sus sábanas para caer dormido.
Harry se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados, temiendo en el fondo que todo hubiese sido un sueño y que su carta no había llegado, sin embargo, se produjo un súbito golpeteo del otro lado de la puerta.
«Es papá tocando para el desayuno», pensó Harry con el corazón abrumado. Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito.
Toc. Toc. Toc.
—Está bien —rezongó Harry—. Ya me levanto.
Se incorporó y se le cayó la sábana al suelo, la casa ya estaba iluminada por el sol, Snape estaba en la cocina con Hannibal y había una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.
Harry se puso de pie, tan feliz como si un gran globo se expandiera en su interior. Fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Snape, que no apartó su mano del café.
—¡Papá! —dijo Harry en voz alta—. Aquí hay una lechuza..
—Págale —gruñó Snape.
—¿Qué?
—Quiere que le pagues por traer el periódico. Busca en los bolsillos.
El abrigo de Snape parecía hecho de tela refinada tal cuál la que utilizaba su padre pero sin arremeterse ni parecer grosero, se enfocó en buscar únicamente que le había pedido en vez de inspeccionar el abrigo. Finalmente Harry sacó un puñado de monedas de aspecto extraño pero las cuáles reconoció.
—Dale cinco knuts. Esas pequeñas de bronce.
—Sí, sé cuáles son, papá me mostró fotografías del dinero de los magos.
Snape abrió sus ojos ligeramente más de lo que usualmente estaban en su estado natural mientras miraba a Hannibal quién no se inmutó, la impresión era ante el conocimiento tan extenso que poseía Harry creyendo Snape que al ser criado por alguien como Hannibal, no sabría nada en lo absoluto, muchísimo menos manejar dinero.
Harry contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Harry pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta.
—Es mejor que nos demos prisa. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio.
Harry estaba dando la vuelta a las monedas mágicas y observándolas. Acababa de pensar en algo que le hizo considerar todo.
—Mm... ¿Papá?
—¿Sí? —dijo Hannibal, quién estaba terminando de servir su propia taza de café.
—¿Le diste dinero al señor Snape para comprar todo?
—No te preocupes por eso —Agregó el más alto mientras colocaba el plato de Harry sobre la mesa que consistía en unos waffles con huevos y salchichas—. ¿No creerás que tus padres adoptivos no te dejaron nada?
—¿Me dejaron su herencia? Pero, ¿Por qué? Ni siquiera soy biológicamente su hijo.
—Todos creen que eres hijo de ellos, Harry, por lo qué, al ellos morir, su herencia iba a parar directamente a ti.
El muchacho estuvo a punto de refutar por querer saber más al respecto pero la mirada impenetrable de Hannibal nuevamente habló sin necesidad de alzar su voz.
—Come antes de irte.
Y no hizo falta agregar más, diligentemente, Harry se sentó sobre su silla comenzando a devorar los alimentos sin perder la educación ni los buenos modales mientras dentro de su estómago se arremolinaba la emoción de empezar ese pedazo nuevo en su vida.
Mientras terminaba de su plato, vio a Snape ponerse de pie, quién sacó lo que Harry reconocía como una varita y se aplicaba algo encima que le hizo cambiar las facciones de inmediato, su cabello era ahora más corto y de color castaño, su nariz ya no era tan afilada sino un poco más gruesa y ancha y su estatura disminuyó un par de centímetros.
—¡Eso fue genial! ¿Qué hizo?
—Eso, fue un hechizo de transfiguración física ligera. —Expresó sin siquiera una emoción en su rostro y guardaba la varita en su sitio—. No pueden verme contigo, no públicamente.
Harry supo de inmediato que aquello era un aviso tácito en el que, una vez estuviesen en el colegio, Harry no podía actuar como si lo conociera, debía fingir por alguna razón que aún desconocía.
—¿Lo tienes todo? Pues vamos.
Aquel aviso hizo que el nudo en el estómago del muchacho volviera pero de una forma dolorosa. Sus ojos como imanes lo que hicieron fue buscar el rostro de su padre quién tomaba parte de su café y le sonreía a Harry a manera de despedida pero para el muchacho, aquello no era suficiente y con sus ojos borrosos y sus lentes ligeramente empañados por las lágrimas no derramadas, saltó de la silla del comedor y corrió hacia los brazos de Hannibal para lanzarse sobre él y ser recibido como siempre, con un abrazo fuerte y cálido mientras el mayor se arrodillaba un poco a su estatura para cubrirlo mejor.
—No llores, pequeña bestia, nos veremos muy pronto. —Hannibal lo consolaba mientras una de sus largas manos acariciaban los cabellos castaños de su hijo, había algo en el fondo que le ocasionaba mucha gracia al mayor pero no lo explicaba e intentaba esconder su risa—. Además, cada vez que quieras escribirme, puedes buscar a Snape, él me hará llegar todo lo que quieras decirme.
—Pero ya no voy a verte hasta que el año escolar termine. —Harry se sentía como un idiota con la voz rota y el llanto asfixiando su garganta, ya estaba grande, no podía ponerse de esa manera por algo tan absurdo, no tenía tres años como para llorar porque su padre lo dejaba en la escuela pero no podía controlar lo que su pequeño corazón sentía.
—Los días pasarán más rápido de lo que crees, además, te escribiré todos los días.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo. —Esta vez, y como siempre estaba acostumbrado hacer Hannibal en momentos emocionales, quitó parte del cabello de Harry en la zona de su frente para así dejar un beso cálido y largo justo en la frente del más bajo, ganándose así una sonrisa pequeña del muchacho—. Ahora vete, se les hace tarde.
Harry se separó por fin. Aunque seguía sintiéndose sentimental, ya no era una emoción tan pesada y asfixiante, ya se sentía completamente mejor, con un último suspiro y una última mirada a su casa y a su padre, emprendió su camino hacia Snape.
El cielo estaba ya claro y las calles brillaban a la luz del sol.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Harry; mirando alrededor, buscando algún indicio del transporte en el que vino.
—Me aparecí —dijo Snape.
—¿Te apareciste?
—Sí, pero no puedo hacerlo ahora contigo, no aquí.
Ambos comenzaron a caminar por las calles que Harry conocía de memoria, pasaron frente a el parque al que iba todos los fines de semana con su tío cuando estaba más pequeño, el río y a lo lejos casi a tres cuadras, otras casas. Justo antes de que cruzaran la calle, Harry alcanzó a ver un camión de mudanzas al lado de su casa. Por primera vez, tendrían vecinos.
Tal vez los conocería cuando regresara de su año escolar.
—Papá me habló sobre el gobierno que ustedes manejan. —Agregó Harry queriendo conversar mientras seguían caminando— ¿Hay un Ministerio de Magia o algo así?
—¿Cómo sabe tanto tu papá? —Snape elevó sus cejas volteando a ver al muchacho.
—Mi papá lo sabe todo. —Respondió orgulloso de lo que decía mientras sonreía.
—Bueno, lo hay. —respondió Snape.
—Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?
—Bueno, su trabajo principal es impedir que los muggles sepan que todavía hay brujas y magos por todo el país.
—¿Por qué?
—¿Por qué crees tú? —Los pasos de Snape siguieron sin voltear a verlo pero jugando el juego de preguntas para evaluar la mentalidad del muchacho.
Harry se quedó en silencio por un rato y luego frunció el ceño.
—No creo.
—¿Qué es lo que no crees?
—Bueno, me resulta absurdo que los magos se escondan, no tendrían nada que temer porque de cierta forma tienen ventaja pero tal vez los Muggles se sentirían amenazados como se sienten con todo lo que no pueden controlar por lo que eso generaría una guerra de ambos bandos y si supongo bien, es mayor la cantidad de Muggles que de magos así que, están en desventaja numérica aunque puedan dar lucha y por esa razón tratan de mantener la paz, ¿No? —Harry dejó de hablar finalmente y detuvo sus pasos cuando el mayor lo hizo en seco y no entendió por qué, no creía haber dicho nada malo, de hecho, estaba seguro de haber hecho un perfecto análisis de la situación. Tantos libros de la mitología griega, de historia y eventos reales en el mundo que su padre le obligaba de cierta forma a leer, le había ayudado a poder analizar con mayor rapidez las cosas por lo que no supo interpretar la expresión del contrario cuando terminó de hablar.
Después de lo que pareció casi una eternidad sin moverse ninguno de los dos, Snape pareció finalmente dignarse en hablar.
—¿Cuántos años tienes?
—Once, ¿Por qué?
El semblante de Snape era nulo e ilegible, no se percibía ninguna emoción y luego de un minuto más en detenimiento, continuó caminando haciendo que Harry empiece a seguirle el paso.
—¿Todavía tienes la carta? —preguntó, mientras analizaba algo en silencio.
Harry sacó del bolsillo el sobre de pergamino.
—Hay una lista con todo lo que necesitas.
Harry desdobló otra hoja, que no había visto la noche anterior, y leyó:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA UNIFORME Los alumnos de primer año necesitarán:
—Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).
—Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.
—Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).
—Una capa de invierno (negra, con broches plateados).
(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.) LIBROS Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los si guientes libros:
—El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.
—Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.
—Teoría mágica, Adalbert Waffling.
—Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.
—Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.
—Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.
—Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.
—Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble.
RESTO DEL EQUIPO 1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.
Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE A LOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.
—¿Podemos comprar todo esto en Londres? —Se preguntó Harry en voz alta.
—Sí, si sabes dónde ir —respondió Snape.
Parecieron haber llegado finalmente al punto en el que el mayor estaba esperando llegar, un callejón oscuro y para nada transitado, Harry miró alrededor completamente confundido mientras Snape estiró su brazo.
—Toma mi brazo.
—¿Para qué?
—Hazlo, y aguanta la respiración, te ayudará con las náuseas.
Las cejas se juntaron y su mano dudó en tocar la extremidad pero luego de un suspiro largo, lo hizo y la sensación que sintió a continuación fue como si hubiese estado en quince montañas rusas al mismo tiempo mientras tenía el peso de dos docenas de piedras en su estómago y la sensación de desprenderse de su cuerpo por completo.
Cuando volvió a tocar el suelo, casi cae directo al asfalto de no haber sido agarrado por el borde del cuello de su camisa, cortesía de Snape. Ahora entendía a qué se refería cuando mencionó las náuseas, sentía que iba a botar todo el desayuno ahí mismo.
—No vomitaste, no fue del todo un fracaso.
A Harry le costó volver en sí mientras sus ojos se adaptaban al entorno y reconocía que ya habían llegado a Londres. Snape parecía saber adónde iban, era evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo de la forma ordinaria.
Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas. Era una calle normal, llena de gente normal.
—Es aquí —dijo Snape deteniéndose—. El Caldero Chorreante. Es un lugar famoso pero sumamente despreciable y denigrante.
Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si Snape no lo hubiera señalado, Harry no lo habría visto. La gente, que pasaba apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En realidad, Harry tuvo la extraña sensación de que sólo él y Snape lo veían. Antes de que pudiera decirlo, Snape le hizo entrar.
Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron. Todos parecían conocer a Snape. Lo saludaban con la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:
—¿Lo de siempre, Robert?
Ante aquel nombre fue que Harry finalmente pudo acordarse que Snape no era realmente Snape físicamente y que había estado tan concentrado en los alrededores que se le olvidó, seguramente bajo los rasgos que poseía, solía venir mucho acá y dicho físico le servía para infiltrarse, pero, ¿Para qué necesitaría hacerlo?
—No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió Snape, poniendo la mano en el hombro de Harry y obligándole a seguir caminando.
—Buen Dios —dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry—. ¿Es éste... puede ser...?
El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.
—Válgame Dios —susurró el cantinero—. Harry Potter... todo un honor.
Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Harry y le estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.
—Bienvenido, Harry, bienvenido.
Harry no sabía qué decir. Todos lo miraban. La anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado.
Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Harry se encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.
—Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te haya conocido.
—Estoy orgullosa, Harry, muy orgullosa.
—Siempre quise estrechar tu mano... estoy muy complacido.
—Encantado, Harry, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus Diggle.
Harry estrechó manos una y otra vez sintiéndose sofocado pero de cierta forma impresionado y sin dejar atrása etiqueta y formalidad. Cuando le dijeron que era famoso, no creía que hablaban a un nivel tan alto cómo ese.
—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos.
Una de las señoras estrechó la mano de Harry una última vez y Snape se lo llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.
No dijo nada, simplemente sacó su varita y comenzó a pulsar lo que parecía una pared de ladrillos. El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande.
—Este es —dijo Snape—. El callejón Diagon.
El asombro de Harry fue algo sumamente notorio, sentía que la quijada se le iba a caer y la mirada desconcertada del mayor ni siquiera lo sacó de su momento remotamente inocente por la impresión de algo nuevo. Entraron en el pasaje. Harry miró rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse.
El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.
—Sí, vas a necesitar uno, sobre todo porque los utilizarás en mis clases. —La voz de Snape venía cargada con un tono de prueba, una señal de que debía esforzarse—. Pero primero, hay que conseguir el dinero.
Harry deseó tener ocho ojos más. Movía la cabeza en todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras.
Varios chicos de la edad de Harry pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas. «Miren —oyó Harry que decía uno—, la nueva Nimbus 2.000, la más veloz.» Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Harry nunca había visto. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna, de repente se sintió ligeramente mal, un pequeño vacío se alojó en su pecho. Quería estar ahí con Hannibal y no con Snape, quería compartir ese momento con él.
—Gringotts —dijo Snape.
Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había un gnomo, uno real.
Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Harry pudo notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó y encontraron un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes. Las puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros gnomos guiaban a la gente para entrar y salir. Snape y Harry se acercaron al mostrador.
—Buenos días —dijo Snape a un gnomo desocupado—. Hemos venido a sacar dinero de la caja de seguridad del señor Harry Potter.
—¿Tiene su llave, señor?
—La tengo por aquí —expresó Snape, ni siquiera pasaron dos segundos cuando ya la tenía en la mano, Harry deducia que había usado magia para invocarla o algo así—. Aquí está
Apareció luego un gnomo que se presentó bajo el nombre de Griphook y les abrió la puerta. Harry, que había esperado más mármoles, se sorprendió. Estaban en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con antorchas.
Se inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook silbó y un pequeño carro llegó rápidamente por los raíles. Subieron y se pusieron en marcha.
Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto de retorcidos pasillos. Harry trató de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una bifurcación, derecha, izquierda y su concentración era tal en dado cado que necesitara volver, que ya mantenía el camino guardado.
A Harry le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuvo muy abiertos. En una ocasión, le pareció ver un estallido de fuego al final del pasillo y se dio la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde.
Iban cada vez más abajo, pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas saliendo del techo y del suelo.
Cuando el carro por fin se detuvo, ante la pequeña puerta de la pared del pasillo, Snape fue el primero en salir del carro, estaba increíblemente impecable como si no hubiesen bajado casi en una motaña rusa. Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una oleada de humo verde los envolvió. Cuando se aclaró, Harry estaba jadeando. Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata. Montañas de pequeños knuts de bronce.
—Todo tuyo —dijo Snape.
Todo de Harry, era increíble, a pesar de que Harry no lo necesitaba siquiera o le hacía falta por la calidad de vida que le daba su padre, existía ese montón de dinero que veía allí y que era suyo realmente, podía ser utilizado para cualquier cosa. Inmediatamente se le ocurrió usar únicamente ese dinero para temas escolares y así evitar generar más gastos en las cuentas de su padre, aunque sabía que podía pagar 15 matriculas en ese colegio con todo incluido.
—¿Sabes por completo la denominación de todas?
—Sí, las de oro son galeones —explicó—. Diecisiete sickles de plata hacen un galeón y veintinueve knuts equivalen a un sickle, es muy fácil.
Snape pareció quedar pálido nuevamente pero se recompuso de inmediato, terminando de permitirle al muchacho sacar sus propias cuentas mientras lo evaluaba en silencio, le resultó increíble que Harry sacara una cuenta pequeña en su mente lo suficiente como para deducir cuánto necesitaría.
—Esto estará bien por este año escolar. —Expresó Harry ya satisfecho con lo que había reunido.
Después de la veloz trayectoria de regreso, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de Gringotts. Harry no sabía adónde ir primero.
—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Snape, señalando hacia «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones»— Iré a atender un par de cosas, no te muevas de aquí mientras vuelvo.
El mayor desapareció de su vista con una agilidad increíble así que Harry entró solo en la tienda de Madame Malkin, recordando todas las veces que su padre lo había llevado a comprar ropa de seda mientras le enseñaba a cómo reconocer un material de calidad.
Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.
—¿Hogwarts, guapo? —dijo, cuando Harry empezó a hablar—. Tengo muchos aquí... En realidad, otro muchacho se está probando ahora.
En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo estaba de pie sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra.
Madame Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.
—Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?
—Sí —respondió Harry.
—Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo el chico. Tenía voz de aburrido y arrastraba las palabras—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.
Harry no se inmutó pero por dentro frunció el ceño sintiendo su corazón con amargura, volvía a extrañar a Hannibal.
—¿Tú tienes escoba propia? —continuó el muchacho.
—No —dijo Harry.
—¿Juegas al menos al quidditch?
—No —dijo de nuevo Harry.
—Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya sabes en qué casa vas a estar?
—No —dijo Harry, sintiéndose cada vez más frustrado.
—Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo que me iría, ¿no te parece?
Ahí estaba, los nombres que su padre le había explicado hacía semanas atrás. Le había dicho que en Hogwarts existía una organización por casas y que cada casa representaba una habilidad. Estaba, Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y luego, Slytherin. Esa era la casa por la que Harry sentía mayor atracción y fue por la conversación que tuvo ese mismo día con su padre.
—¿Cuál es la características de cada casa? —Preguntó Harry intrigado.
—Gryffindor aprecia la valentía, disposición, coraje y caballerosidad. Ravenclaw busca alumnado inteligente que sea creativo, curioso y que siempre busque la respuesta. Slytherin se caracteriza por la ambición y la astucia, inteligencia y tienden a crear líderes fuertes, y Hufflepuff acepta a quien quiera pertenecer a su casa y ensalza la lealtad y honestidad.
Harry se quedó observando la mesa por un momento mientras tomaba una de las galletas que su padre le había preparado y antes de morderla, preguntó.
—¿Cuál casa crees que queda más conmigo?
—¿Cuál crees que va más acorde con tus capacidades? —Hannibal regresó la pregunta dejando que el muchacho volviese a quedarse callado mientras pensaba.
Estaba entre dos pero no podía decidirse, finalmente y luego de un rato largo, Harry se convenció.
—Creo que soy un Slytherin.
—¿Crees? Si no estás seguro eso no funciona, Harry. —Hannibal se acercó al muchacho alejando el plato de galletas del medio—. ¿Quién eres, Harry y qué es lo que te caracteriza a ti? ¿Qué es lo que te hace ser un Lecter?
La mente de Harry comenzó a trabajar juntando los cables y las características de cada casa y aunque resultaba imposible, seguía estando entre Ravenclaw y Slytherin pero por alguna razón sentía que él era un Slytherin y al ver los ojos de su padre, recobró la razón.
—Soy un líder, los Lecter nacen para gobernar.
La sonrisa que emanó del rostro de Hannibal fue de satisfacción y orgullo puro, haciendo que Harry se sintiera pleno y satisfecho.
—¡Oye, mira a ese hombre! —dijo súbitamente el chico haciendo regresar a Harry de sus recuerdos mientras señalaba hacia la vidriera de delante. Un hombre completamente alto casi capaz de tocar los faroles estaba allí, parecía una especie de gigante.
—¿Quién es ese? —Preguntó Harry.
—No sé su nombre pero sé que trabaja en Hogwarts, es una especie de sirviente.
Harry no se pudo sentir menos intrigado por aquel hombre que con cualquier otra cosa.
—He oído decir que es una especie de salvaje, que vive en una cabaña en los terrenos del colegio y que de vez en cuando se emborracha. Trata de hacer magia y termina prendiendo fuego a su cama.
Por alguna razón, la manera de pensar de aquel muchacho le propiciaba gracia en un buen sentido, se notaba que era mimado pero no al extremo como para ser un idiota ignorante, simplemente un idiota mimado.
—En ese caso, debería considerarse mejor las normativas del colegio. —dijo Harry.
—¿Eso crees? —preguntó el chico mientras sus ojos brillaban en complicidad—. ¿Dónde están tus padres? —Agregó una vez que se dio cuenta de que no escuchó al moreno hablar sobre ello.
Inmediatamente sobre la punta de la lengua de Harry se posó el "Mi padre está en casa, no pudo venir" y recordó toda la conversación del día pasado, el hecho de que ya Harry no era Harry Lecter, era Harry Potter, un niño huérfano.
—Están muertos —respondió en pocas palabras.
—Oh, lo siento —dijo el otro, aunque no pareció que le importara—. Pero eran de nuestra clase, ¿no?
—Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te refieres. —Inquirió recordando lo poco que sabía sobre Lily y James.
—Realmente creo que no deberían dejar entrar a los otros ¿no te parece? No son como nosotros, no los educaron para conocer nuestras costumbres. Algunos nunca habían oído hablar de Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya te imaginarás. Yo creo que debería quedar todo en las familias de antiguos magos.
La sangre de Harry hirvió en ese instante pero de formas que desconocía, el enojo lo empuñó con brutalidad porque dentro de esa gente que aquel niño estaba denigrando tanto, se encontraba su padre y estaba seguro que ninguna familia de magos era más educada, inteligente y culta con respecto a las costumbres que él, al mismo tiempo en el que el calor de la duda también lo bañaba sin saber qué hacer, apretó sus manos con fuerza y respiró profundo.
—Hay familias Muggle que tienen muchísimo más poder que cualquier familia de magos, pensé que lo sabrías, te creí inteligente por un momento pero te entiendo, si naciste haciéndolo todo por medio de la magia, es normal que te creas superior cuando en realidad eso te hace ser más inútil. Sin la magia no eres nadie, solamente un niño, en cambio si supieras sacarle provecho a ambos mundos, tu poder sería inalcanzable.
Los ojos grisáceos del muchacho se abrieron mientras su rostro pasaba por millones de emociones al mismo tiempo, desde vergüenza, enojo, confusión pero al final curiosidad y ligera impresión. Jamás esperó una respuesta así, menos de alguien de su misma edad pero el hecho de que pensara de esa forma le dejó el cuerpo helado, quiso agregar algo más pero fue interrumpido.
—Ya está listo lo tuyo, guapo. —Dijo Madame Malkin.
Y Harry, sin esperar más, bajó del escabel.
—Bien, te veré en Hogwarts, supongo —Le dijo Harry a aquel muchacho que seguía perplejo y salió de allí con una sonrisa de oreja a oreja completamente satisfecho.
Sus ojos verdes empezaron a buscar a la figura de Snape bajo aquel hechizo ilusorio pero no lo encontraba, hasta que, veinte minutos más tarde lo vio saliendo del Emporio de la Lechuza, llevaba una gran jaula con una hermosa lechuza blanca, medio dormida, con la cabeza debajo de un ala.
—¿Listo el uniforme? —Preguntó en seco.
—Sí.
Harry se quedó observando al animal sin entender a qué se debía pero no pudo negar que le ocasionó cierta sensación cálida.
—Es para ti.
—¿¡Para mí!? —Casi gritó extasiado acercándose esta vez más a dicha jaula y mirando a la preciosa lechuza.
—Es un regalo de parte de tu padre, ya que no puede estar aquí, me pidió que te comprara una buena mascota. Como prometieron escribirse diario, supuse que lo mejor sería una lechuza. —Las palabras de Snape podían venir con cierta calidez por el significado detrás pero su voz seguía siendo sumamente áspera y ronca y sus gestos simplemente nulos—. Sin embargo, igual debes consultarlo conmigo cada vez que quieras escribirle.
Harry no dejó de agradecer el regalo incontables veces sin cansarse.
—Ya, has agradecido como seis veces. —Expulsó Snape ya cansado.
—¡Es que es hermosa!
Luego de eso, compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas.
Harry estuvo a punto de agarrar uno llamado Hechizos y contrahechizos hasta que Snape lo detuvo.
—Estos no son los mejores libros para aprender hechizos y muchísimo menos magia, te daré algunos cuando estemos en Hogwarts —dijo Snape—. De todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía, necesitarás mucho más estudio antes de llegar a ese nivel.
Finalmente, ya luego de tanto paseo, tantas compras, quedaba solamente Ollivander, el único lugar donde vendían varitas.
Una varita mágica... Eso era lo que Harry realmente había estado esperando.
La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda, era un lugar pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha donde Snape se sentó a esperar. Harry se sentía algo extraño, como si hubieran entrado en una biblioteca muy estricta. Se tragó una cantidad de preguntas que se le acababan de ocurrir, y en lugar de eso, miró las miles de estrechas cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo. Por alguna razón, sintió una comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían hacer que le picara por alguna magia secreta.
—Buenas tardes —dijo una voz amable.
Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.
—Hola —dijo Harry con sigilo.
—Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Harry Potter, tienes los ojos de tu madre. Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para encantamientos.
El señor Ollivander se acercó a Harry. Mientras que Harry volteaba a ver por alguna razón al adulto presente a medida que su mente se sentía en cortocircuito, era la primera persona que lo relacionaba con su madre adoptiva. Si era realmente su madre adoptiva, ¿Por qué compartía sus rasgos?
O tal vez es una simple casualidad y estaban cayendo en paranoia, después de todo, en todo el mundo habrían seguramente millones de personas que compartieran el mismo color de sus ojos.
—Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones. Bueno, he dicho que tu padre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.
El señor Ollivander estaba tan cerca que él y Harry casi estaban nariz contra nariz. Harry con la mayor desencia y clase que pudo se alejó notoriamente generando un espacio prudente mientras dictaba con eso que prefería su espacio personal.
—Y aquí es donde...
El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, con un largo dedo blanco.
—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso —dijo amablemente—. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo...
Negó con la cabeza y entonces, fijó su atención en Snape.
—¡Robert! Me alegro de verlo otra vez... Roble, cuarenta centímetros y medio, flexible... ¿Era así?
—Así era, sí, señor —dijo Snape bajo su todavía inquebrantable disfraz.
—Buena varita. —Agregó—. Bueno, ahora, Harry.. Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?
—Soy diestro. —respondió Harry.
—Extiende tu brazo. Eso es. —Midió a Harry del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza. Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, Harry. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago.
El señor Ollivander estaba revoloteando entre los estantes, sacando cajas.
—Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo—. Bien, Harry Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Cógela y agítala.
Harry cogió la varita y la agitó a su alrededor, pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato.
—Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba...
Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo el señor Ollivander se la quitó.
—No, no... Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.
Harry lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el señor Ollivander y no podía negar que se estaba cansando. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.
—Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.
Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes. El señor Ollivander dijo:
—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso...
Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar, todavía murmurando: «Curioso... muy curioso».
—Disculpe —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?
El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida mientras Snape también mirada la escena.
—Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.
Harry se quedó perplejo.
—Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter... Después de todo, El que no debe ser nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.
Harry no agregó más nada pero el hecho de que su varita fuese gemela de un mago oscuro extraordinario y que por consiguiente sintieran que él estaba destiando a grandes cosas, le contorsiono la mente por un momento. Él no quería ser comparado con un mago mediocre que fue vencido por un niño de un año, quería ser un mago increíble, uno que hiciera honor al apellido de su padre y a su padre en sí.
Pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivander los acompañó hasta la puerta de su tienda.
Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Harry y Snape emprendieron su camino otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el Caldero Chorreante, ya vacío. Harry no habló mientras salían a la calle y ni siquiera notó que estaban nuevamente en otro callejón donde repitieron aquel viaje de aparición. Harry acababa de darse cuenta de dónde estaban cuando Snape le golpeó el hombro y su rostro completo se iluminó.
Estaban en casa, en su casa.
Los pies de Harry salieron corriendo sin esperar siquiera a Snape cuando ya había abierto la puerta de golpe y corrió hacia la sala. Ahí, de espaldas, estaba Hannibal, Harry estuvo a punto de lanzarse sobre su padre hasta que vio que había otra figura más allí, una que Harry sí había visto cuando se suponía que no podía bajar de su habitación.
—¡Harry! ¿Cómo te fue? Cuéntame todo.
Harry volvió a entrar en sí y terminó de romper con el espacio que quedaba entre ambos, abrazando finalmente a su papá mientras suspiraba tranquilo.
—Pensé que me iría hoy a Hogwarts... ¡Espera! Por eso te estabas burlando cuando me despedí. —Refunfuñó Harry sintiendo la risa también alojarse en su estómago.
—Pocas veces eres amoroso conmigo, no iba a desaprovechar. —Despeinó los cabellos del muchacho mientras que se daba cuenta como la mirada de Harry se desviaba y conectaba con el del hombre detrás de él y con sutileza y tacto, se enderezó—. Harry, ven, déjame presentarte.
Hannibal llevó con devoción a Harry mientras lo acercaba a aquel hombre que finalmente podía ver cara a cara, era un hombre de estatura media con una complexión delgada y atlética, el cabello castaño claro y los ojos azules intensos que reflejaban una profunda introspección. Su rostro era anguloso, vestido de manera informal y cómoda, con un estilo sencillo pero elegante. Parecía bastante reservado pero en el fondo, cálido.
—Harry, te presento a Will Graham, es un gran amigo mío. —Cuando Harry obtuvo la presentación, Hannibal educadamente se volteó esta vez—. Will, te presento finalmente a Harry, mi hijo.
Harry no supo qué responder de inmediato, no era estúpido y sabía que si su padre le estaba presentando a alguien era porque era relevante, sin mencionar que a lo largo de sus once años, nunca conoció a un amigo cercano de su padre. Con toda la educación que pudo, estiró su mano hacia el adulto quién sonrió complacido y le correspondió el gesto.
—Harry, es un placer conocerte, tu padre me ha hablado mucho sobre ti.
El saludo fue completamente cálido propiciandole a Harry una extraña comodidad, no solía pasarle con nadie, era difícil para él encontrar un tipo de comodidad con gente desconocida.
—El placer es mío, yo, sin embargo, no había oído hablar sobre usted. —Respondió Harry con toda la etiqueta posible.
—Por suerte. Hannibal seguramente tendría la lengua ligera y no quisiera que conozcas mis secretos tan pronto. —Bromeó con una sonrisa en su rostro haciendo que tanto Harry como Hannibal, se involucraran en la sonrisa.
Will permaneció apoyado sobre el borde de la mesa mientras Hannibal se ausentaba un momento.
—Entonces, Harry, tengo entendido que tienes once, ¿Cierto?
—Sí, los cumplí hace poco.
—En ese caso, felicitaciones ¿La pasaste bien?
—Gracias, señor Graham. Y sí, siempre hacemos algo diferente aunque esta vez no hicimos nada realmente, le pedí a mi padre que me llevara al lago. —Agregó Harry mientras recordaba ese día, ambos en aquel lago alimentando a los patos mientras su padre le conversaba sobre múltiples cosas.
—No hace falta que me digas señor, Harry, puedes llamarme Will, ¿Te gusta el lago? —Will mantenía el semblante sereno a medida que conversaba mientras observaba al más pequeño.
—Sí, señ.. —Se calló cuando estuvo a punto de llamarlo de aquella manera—. Will.
Will río por lo bajo y continuó conversando.
—A mí también me encanta el lago, el río, el mar. Suelo ir a pescar a veces.
Los orbes verdes se encendieron ligeramente ante la idea.—¿Va a pescar?
—Sí, pescar es más divertido de lo que la gente cree, es una actividad de caza pero requiere de más paciencia.
—¿Lo es? —Especuló mientras su rostro se inclinaba ligeramente evaluando al adulto.
—Podría enseñarte algún día, claro, si quieres.
Harry se quedó en silencio en ese instante analizando la invitación, recién lo conocía, no iba a aceptar inmediatamente pero negarlo era una falta de educación, sin embargo, en el fondo, Harry sí quería aceptar.
—Claro que sí, me encantaría.
Will sonrió a medias con un ligero gesto pasajero, se volteó para tomar sobre el mesón su copa de vino y tomar de aquel líquido. Era lo que siempre ofrecía su padre a sus visitas pero no era vino rojo sino rosado.
—Siempre me ha causado intriga algo, ¿Puedo preguntar? —Entabló Will aún con la copa en su boca, analizando los gesto del muchacho para evaluar su reacción.
—Claro, ¿Qué es?
—¿Cómo es Hannibal como padre? —Se quedó callado un rato antes de continuar con su pregunta, el silencio era prudente para cuestionar si era bien recibida su incógnita, Harry interpretó de inmediato que lo estaba evaluando a ver si le resultaba incómodo—. Cuando nos conocimos, jamás se me pasó por la mente que tuviese un hijo. Si la pregunta no es de tu agrado, no tienes que responder, Harry.
Negó de inmediato.
—No me molesta para nada. —Harry se acercó al borde de la mesa para tomar una manzana que yacía sobre uno de los envases y así juguetear con ella entre sus manos—. Papá es realmente excepcional conmigo siempre, sé que puede parecer estricto y distante pero es todo lo contrario, a veces me sofoca con la cantidad de besos o abrazos que me da, sobre todo si pienso salir. —Luego de unos minutos, Harry entró en razón y abrió sus ojos con ligero pánico—. ¡No le diga que dije eso!
La risa bañó el ambiente por medio de Will quién encontró ternura en ese instante y con aquel gesto, Harry encontró mayor comodidad uniéndose a la risa.
—No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.
La mirada de Harry cayó al suelo aún con la sonrisa sobre su semblante mientras se sentía intrigado. Ahora entendía por qué su padre consideraba a Will como su amigo, era realmente cálido y no fingido, Harry sabía interpretar cuando una actitud era tan sólo una máscara pero esta vez no era así, era sincera y sabía cómo ganarse la calidez del ambiente.
Se quedaron en silencio por unos minutos sin que hiciera falta agregar algo más, sin embargo, había algo que le generaba intriga en el fondo y sin contener el peso de su lengua, expresó:— ¿Puedo preguntar algo?
—Claro, Harry, lo que sea.
—¿Cómo es mi padre de amigo?
Will terminó sentándose sobre la silla de al frente de Harry quedando ahora casi a la misma estatura conectando su mirada con la del muchacho.
—Tu padre es alguien realmente complicado. —Bromeó—. Con el tiempo, cuando le di la oportunidad de mostrarme las cosas a su modo, se volvió un amigo excepcional, tal cuál cómo lo es contigo.
La calidez inundó está vez el corazón de Harry al saber una faceta de su padre fuera de la paternidad, nunca creyó que su padre fuese alguien realmente cálido con sus amistades o gente desconocida al núcleo familiar, era políticamente correcto pero escuchar que podía ser de la misma forma a cómo era con Harry, le hizo suspirar.
—Bueno, eso es entendible, no solamente es complicado, a veces actúa como idiota. —Sus orbes volvieron a abrirse levantando aún más su estatura ante la impresión mientras levantaba sus manos y negaba—. ¡No le diga que dije eso!
—Yo también creo que es un idiota.
Las sonrisas emanaron en el rostro de ambos, Harry sintiéndose retraído en el sitio donde estaba pero con una tranquilidad intangible. Luego de un rato, ya las conversaciones entre ellos iban siendo triviales y sin mayor peso, desconociendo por completo que oculto del otro lado de la entrada, se encontraba Hannibal escuchando todo pero no molesto, todo lo contrario.
Snape apareció a la vista de Harry luego de una hora al momento en el que Harry estaba por irse a dormir, ya no poseía el físico cambiado y ya sin las pintas que tenía en la mañana para cuando habían salido.
—Tu billete para Hogwarts —dijo—. El uno de septiembre, en Kings Cross, no lo pierdas. Está todo en el billete.
Las cejas del muchacho se fruncieron.
—¿No irá conmigo?
—No, debes entrar tu solo, sin embargo, a la estación puede llevarte tu padre.
La emoción regresó al semblante de Harry y mayor calma.
—Te veré pronto, Potter.
Se giró sobre sus talones pero cuando Harry parpadeó, ya Snape no estaba.