
Chapter 1
Lily Evans sabe que va a morir a los 18.
Nunca pensó demasiado al respecto. Minerva McGonagall la encontró cuando era apenas una niña. La hechicera, directora de la escuela de hechicería Hogwarts, le había explicado a sus padres algo sobre la importancia de Lily para el mundo de la hechicería, y por el precio correcto, la pobre familia Evans aceptó el destino de su hija. Ella también lo hizo.
A Lily siempre le resultó algo simple: Todo el mundo muere. La única diferencia en su caso es que ella sabe exactamente en que momento va a pasar. Para ser exactos, a medianoche del solsticio de invierno.
El dinero que Hogwarts aportó a su familia desde el momento en que la descubrieron le permitió tener una vida satisfactoria, permitiéndole explorar todo aquello que le interesaba. Había viajado, leído, ido al cine, a conciertos, patinado sobre hielo. Se sentía feliz. Ella era feliz.
Siempre había creído estar lista para cumplir su gran misión. Claro que la fecha nunca había estado tan cerca, y por mucho que intentara luchar contra ello, las dudas empezaban a aparecer. De cualquier forma, al menos hasta aquel momento, la pelirroja había logrado mantener su naturaleza alegre. Pero su carga era pesada, y era difícil no poder compartirla con nadie más que sus padres.
—¿Te pasa algo, Lily? —La pregunta del castaño a su lado logró sacarla de su ensoñación.
Lily le sonrió a su amigo. Remus era demasiado perceptivo para su bien. Una persona naturalmente empática, de nariz grande, cejas frondosas y ojos de un oscuro color verde, distinto al brillante esmeralda de los de Lily.
—Estoy bien —respondió la pelirroja, consciente de que no terminaba de convencer al chico.
—¡La sesión de terapia para después, Remus! —advirtió una chica morena uniéndose al dúo, frunciendo su ceño y apuntando al castaño con su dedo.
Mary por otro lado, era menos perceptiva. Su amiga, para sorpresa de Lily, era incluso más baja que ella, tenía unos largos rizos de un castaño más oscuro que Remus que caían hasta su cintura y unos grandes ojos cafés, siempre brillantes con emoción. El vestido negro que llevaba era hermoso, su afilado delineado en conjunto con la joyería de oro que había elegido y su confiada actitud habían sido claves para terminar de conseguir su entrada a aquel club. Y claro, los tacones también habían ayudado.
Habían planeado aquel asalto durante semanas. Las chicas habían ido de compras específicamente para tener algo lindo que ponerse en aquella noche, y habían pasado la tarde luchando para que Remus luciera mayor. El pobre parecía estar atravesando plena pubertad y eso que casi cumplía los dieciocho. Pero no habían dejado que eso les bajara los ánimos.
Lily quería asistir a aquella fiesta con sus amigos. Y Lily siempre conseguía lo que quería.
Finalmente lo habían logrado. Eran Mary y Lily quienes habían hecho toda la platica con el guardia en la entrada mientras entregaban sus identificaciones falsas, esperando distraerlo lo suficiente y evitando el riesgo de que, en un acto nervioso, algo se le escapara a Remus. Les había salido de maravilla. Sus looks estaban excelentemente logrados, y Lily agradecía poder perderse durante unas horas en la fantasía de un futuro compartido con sus mejores amigos.
Mary asistiría a alguna escuela de teatro y no tardaría en alcanzar el estrellato, y por su parte Remus estudiaría psicología durante unos años, decidido a tener su propio consultorio hasta que se viera irremediablemente más atraído por la docencia. Ya habían hablado del gran departamento que compartirían. Mary los había utilizado varias veces para practicar sus futuras entrevistas, en las que comentaría todos los trabajos que había llevado hasta poder lograr su sueño. Y Remus le había insistido en que lo intentara con alguna escuela de arte. Pero fantasear hasta aquel punto terminaba siendo contraproducente, pues el regreso a la realidad siempre se sentía como una dura bofetada.
Lily no estaría con ellos.
A veces, mientras los miraba, Lily se preguntaba como los afectaría su muerte. Probablemente les dirían que fue algo repentino y violento, lo suficiente como para no haber dejado nada de su cuerpo y a la par que no sintiera dolor.
¿Su perdida los uniría aún más? ¿O el dolor y el duelo los llevaría por caminos separados?
Jamás iba a tener la respuesta a aquellas preguntas. E intentaba aprender a lidiar con ello. Al menos eran preguntas fáciles de ahuyentar de su mente.
—¡Vamos a bailar! —insistió Mary, tirando del brazo de ambos.
Remus y Lily compartieron una mirada, esbozando una sonrisa antes de terminar lo poco que les quedaba del trago que habían pedido y dejarse arrastrar por su amiga a la pista. Las luces parpadeaban haciendo que las cosas se movieran a un ritmo extraño, los colores cambiaban y la música sonaba tan fuerte que podían sentir como vibraba contra ellos. Los tres bailaban sin preocupaciones, disfrutando del éxito de aquella noche, su amistad y su juventud. Siendo inmortales por pequeños instantes. Eternos.
Lily preguntó la hora apenas cuando fue al baño. Remus le había dicho que eran las tres de la mañana. El breve conocimiento sobre el mundo de la hechicería que tenía bastó para que la respuesta no le gustara. Esa era la hora de las maldiciones.
Aquel pensamiento se esparció por su mente como un veneno. Un oscuro eco que sonaba a una advertencia.
Fue aquel pensamiento retumbando en su mente como un eco, sumado al alcohol que venía consumiendo a lo largo de la noche, lo que la llevó a equivocarse en calcular su tamaño y, al pasar por un espacio estrecho entre unas personas, accidentalmente chocó el codo de un chico.
—Lo siento —Su disculpa fue un gesto inconsciente, era posible que con la música a todo volumen el muchacho fuera incapaz de oírla.
Lily detuvo su marcha al ver su rostro. Sintió un calor emerger desde su pecho y esparcirse por el resto de su cuerpo. El chico no era muy alto, apenas le sacaba un par de centímetros de altura. Llevaba lentes de sol, sus facciones eran afiladas y su cabello un corto desorden de rizos castaños, algunos cayendo por su frente. Había algo magnético en su presencia. Lo que más captó la atención de Lily fueron sus gruesos labios, que ante su mirada se curvaron en una sonrisa.
Lily observó aquellos labios moverse, mas ningún sonido llegó a ella.
—¿Qué? —preguntó ella, acercándose al oído del chico para poder escucharlo.
—Yo pensé que iba a ser difícil encontrarte, Lily.
El corazón de la pelirroja se saltó un latido. El calor que sentía había sido reemplazado en un segundo por un intenso frío. Los lentes de sol que llevaba resbalaron un poco por su nariz, revelando sus ojos. Unos orbes fijos en ella brillando en un color rojizo capaz de verse incluso cuando las luces se apagaban por segundos.
Un hechicero.
Los pies de Lily se movieron instintivamente antes de que su mente pudiera comandarlos, alejándola del chico.
Todas las veces anteriores en que se había cruzado con hechiceros sin un formal aviso previo no habían terminado bien. Existían personas en el mundo de la hechicería quienes veían a Lily como una especie de anticristo. Una señal apocalíptica. Personas convencidas de que, si Lily moría como estaba pactado, cosas horribles pasarían. Personas lo suficientemente convencidas como para entregar su propia vida para intentar evitar que el ritual sucediera. Lo que en otras palabras significa intentar matar a Lily antes.
Pero hacía años que los hechiceros de Hogwarts aseguraban tener aquella situación bajo control. Claramente no era así. O peor, el chico frente a ella había sido lo suficientemente astuto como para lograr acercarse a ella sin levantar sospechas.
Se sentía en peligro. Pensó en correr, pero las probabilidades de que lo de sus ojos sólo fuera algo estético era difícil. Tenía que escapar. Y tenía que encontrar una forma de hacerlo antes de que el miedo terminara de nublar su mente.
Presa del pánico, la pelirroja arrebató el vaso de plástico rojo a una chica que bailaba a su lado y, sin permitirse dudar, arrojó el contenido a la cara del chico. Cuando éste soltó un grito y llevó ambas manos a sus ojos se lanzó a correr.
Avanzó lo más rápido que podía, haciéndose paso entre la gente sin tener un destino en claro. Era posible que si él se había acercado tanto a ella, otros también lo hubieran hecho. De repente estar rodeada de tantas personas no le agradó en lo absoluto, por lo que buscó desesperadamente llegar a la salida.
El aire frío de la noche le golpeó el pecho, ella avanzó sosteniéndose de la pared de ladrillo y respiró profundamente intentando calmarse. Comenzó a caminar en dirección opuesta a la larga fila de gente que había esperando para entrar al club. Sus piernas le temblaban, pero no más que sus manos, con las que se le dificultaba navegar su teléfono.
Mientras intentaba encontrar el número de sus padres, Lily se permitió echar una mirada sobre su hombro hacia atrás. Unas tres personas encapuchadas habían abandonado la fila y caminaban hacia ella. Aceleró su paso, creyendo que aún podía reservarse la opción de correr ya que con la mirada de todos aquellos testigos no intentarían nada. Las luces de la calle parpadearon y Lily notó a las sombras actuando de forma extraña. Clara señal de maldiciones.
El número de su madre finalmente apareció en su teléfono, pero justo cuando iba a presionar el botón para llamar el caos se desató detrás de ella, las personas de la fila comenzaron a gritar y correr, y al girar, vio a aquellas tres figuras encapuchadas apuntándole con armas.
“No.” Fue todo lo que pensó ella. No era posible que muriera aún. Todavía faltaban meses para el solsticio de invierno. Y sin embargo, los tres encapuchados empezaron a dispararle.
Lily nunca había escuchado un disparo tan de cerca, mucho menos tantos seguidos. Ni siquiera gritó, cualquier sonido que pudo haber abandonado su boca quedó atascado en el nudo en su garganta y ella simplemente se tiró al suelo, tapándose los oídos y cerrando los ojos con fuerza, deseando que aquello fuera algún tipo de pesadilla.
Tardó en comprender que, por más que seguía escuchando disparos, ninguna bala llegaba a ella. Y sólo después de aquella realización también cayó en cuenta de lo suave que había sido su impacto contra el suelo, para que, al abrir los ojos, descubriera que éste jamás había ocurrido.
En su lugar, Lily se encontró atrapada entre los brazos de un chico con un uniforme que reconocía. Un estudiante de Hogwarts. El chico era alto, tenía una larga y desordenada cabellera pelinegra, una nariz larga y unos labios finos. Había un camino de lunares descendiendo por su mejilla hacia su cuello y unos ojos oscuros de mirada cansada, con grandes ojeras bajo ellos.
La luz de la calle finalmente se rindió. Tras el hechicero había un gigantesco tentáculo que se había formado desde las sombras, éste los había cubierto de la balacera, y otros dos terminaban de emerger a su lado.
—Lamentamos la demora —dijo, un ritmo demasiado tranquilo para la situación en la que estaban—¿Estás bien?
Lily no respondió su pregunta, su mirada se dirigió nuevamente hacia detrás de él, donde los tentáculos habían atrapado a las tres figuras encapuchadas que se retorcían intentando soltarse y se quejaban del dolor, uno de ellos había empezado a llorar. El hechicero utilizó dos dedos para mover la barbilla de Lily y regresar su mirada a él.
—Mi nombre es Severus Snape —se presentó—, necesito que nos acompañes a mi compañero y a mí por tu seguridad —dijo, entonces ayudándola a ponerse de pie nuevamente—. Pusieron una recompensa a tu nombre.
—¿Una recompensa?
—Cuarenta millones a quien consiga matarte —respondió el pelinegro, acompañando sus palabras con un asentimiento. La mandíbula de Lily cayó por su cuenta gracias a la cifra—, está por toda la red oscura, y también por canales privados de hechiceros —informó, su mirada se mantenía seria y fría, lejos de cualquier tipo de empatía o preocupación—. No estás segura sola.
Era claro que el hechicero estaba ahí para cumplir su trabajo. Un trabajo que no estaba muy contento de tener que realizar a las tres de la madrugada.
—¡Esa tipa está loca! —exclamó una voz acercándose a ellos.
Cuando Lily miró, se encontró al hechicero del que había escapado en el club acercándose a ellos. Severus puso sus ojos en blanco y murmuró una maldición.
—¡Arruinó mi camisa favorita! —Se quejó el castaño—¡¿Tienes idea de lo caras que son estas camisas?! —Le reprochó a la pelirroja tirando de la prenda para hacer énfasis en sus palabras.
—Tal vez si hubieras usado tu uniforme no la habrías espantado, Potter —El pelinegro sonaba cansado de tener que lidiar con su compañero—. Hiciste que se expusiera y por ende la pusiste en peligro.
—Que severo, Severus —El castaño palmeó el hombro del más alto, el gesto y aquellas palabras hicieron que la mandíbula de éste se tensase—. Acúsame con McGonagall si quieras.
—Dale por hecho James —Severus prácticamente escupió sus palabras con disgusto.
El castaño bajó sus lentes de sol para recorrer a Lily con su mirada. Aquellos brillantes ojos rojos fueron de arriba a abajo un par de veces, como si se estuviera asegurando de algo, luego, sin decir nada al respecto, volvió a subir sus lentes.
—Bueno misión cumplida, ¿no? —James llevo ambas manos a su nuca—La chica está en perfecto estado, y la única victima fue mi camisa favorita, creo que nos fue bastante bien.
Las sombras comenzaron a moverse nuevamente, era más difícil de notar sólo con la luz de la luna, pero Lily lo vio. Ambos hechiceros se tensaron.
—¿Lo notaste? —James le preguntó a Lily, sorprendido. Una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro—Una muggle con el don de la visión... ¿En serio me vas a decir que no te despierta ni un poco de interés, Snape?
El pelinegro gruñó. Realizó un movimiento con su mano y los tentáculos apretaron aún más. El sonido de huesos rompiéndose al unisonó les llegó incluso en aquella distancia, causando que un escalofrío recorra a Lily. Luego de eso, los tentáculos dejaron caer a los tres tipos, y se movieron para rodear a Severus y Lily.
—Mantente cerca de mí —ordenó el hechicero, su oscura mirada firme en la de Lily.
James contuvo una risita mientras se quitaba los lentes.
—El auto no debe tardar en llegar —dijo, sus brillantes ojos siendo inevitablemente el foco de atención de todo aquel que lo mirase—, los dejo solos, no quiero interrumpir el primer encuentro de mi compañero con una mujer.
Severus apretó los puños con fuerza y James literalmente se alejó hacia arriba, elevándose en el aire como si la gravedad dejara de aplicarse a él.
—Va a ser una larga noche.