
Tengo todo, excepto a ti
Tengo todo, excepto a ti.
Draco leyó la nota y deseó que el piso se abriera y se lo tragara.
Al frente, una furiosa Hermione Granger lo observaba con los brazos en jarra, exigiendo una explicación.
Esa mañana se había despertado con un terrible dolor de cabeza debido a la resaca, y con la duda si lo que medio recordaba de la noche anterior había sido una pesadilla o algo real.
En sus manos, lamentablemente, tenía la prueba tangible de que lo que recordaba sí había pasado. La frase, escrita en letras grandes casi a la mitad del pergamino, lo acusaba.
Maldijo a Blaise Zabini en todos los idiomas que conocía y, tratando de mantener la compostura, buscó la salida fácil.
—Esta no es mi letra. No sé por qué crees que yo escribí esto.
Sin que Hermione pudiera hacer nada para evitarlo, Draco quemó la prueba de su idiotez con un hechizo no verbal y sin varita.
—¿No? Qué extraño, se parecía mucho a tu caligrafía. A menos que alguien más esté usando los pergaminos membretados con el escudo de tu familia… además de a ese animal insoportable que tienes como lechuza.
Draco tragó grueso. ¿Es que a esta mujer no se le pasaba por alto ningún detalle? Claro que era su letra, por supuesto que había sido él, y todo para demostrarle a Blaise que sí era capaz de hacerlo.
Estúpido, borracho y desesperado, había escrito la frase más patética del universo.
—Por el aspecto de tu cara, apuesto que te emborrachaste anoche. De ahí que tus trazos no fueran tan precisos a la hora de escribir. ¿Adónde pretendes llegar con ese tipo de notas, Draco? Ya, supéralo. Hace tres meses que terminamos, es tiempo de que pases la página y…
Draco sintió su corazón romperse una vez más y se dejó caer en la silla de su oficina, dejando de escucharla.
Había sido un necio por ceder a salir con Blaise, Theo. Greg, Marcus y Adrian «de fiesta».
— Solo hombres, como en los viejos tiempos —había dicho Marcus Flint con entusiasmo.
Lo último claro en su mente fue cuando abrieron la tercera botella de whisky de fuego.
La idea era sacarlo del encierro autoimpuesto luego de su rompimiento con Hermione. Después de que el pub cerró, siguieron la fiesta en su despacho, abriendo la botella de brandy de 1872 que su padre había guardado por muchos años. Una reliquia familiar destinada a una ocasión más gloriosa que la que tuvo.
Apenas si recordaba lo que había hecho. Solo algunos ecos de Blaise incitándolo a que se atreviera a escribirle a Hermione.
¿Acaso no podía haberle escrito algo más cursi?
Tengo todo, excepto…
La frase le revolvió el estómago y tuvo que levantarse de golpe para correr al baño. Vomitando hasta la bilis, se recriminó por tener que salir y mostrarse vulnerable ante ella… una vez más.
Se lavó los dientes tomándose todo el tiempo del mundo, rogando porque al salir, Hermione ya no estuviera; pero al parecer, la suerte no estaba de su lado porque de repente escuchó unos suaves golpes en la puerta.
—Draco… ¿te encuentras bien? —la escuchó, con voz preocupada.
—Salgo en un momento —respondió lo suficientemente fuerte para que Hermione lo escuchara al otro lado.
Se observó por unos instantes en el espejo. Tres meses…
Ese había sido el tiempo transcurrido desde aquella maldita noche en la que todo se fue al traste.
Una discusión absurda.
Un sin fin de malentendidos.
Palabras hirientes cargadas con más veneno del que pretendían…
El orgullo haciendo mella en lo más hermoso que le había pasado en su vida.
Un silencio prolongado. Un portazo.
Y luego… nada.
En tres meses no había tenido el valor suficiente para buscarla, de pedir perdón… Pero sí le había escrito una estúpida nota. La nota de un imbécil borracho.
Que Merlín se lo llevara para donde sea que se fuera una persona al morir.
Armándose de valor, se acomodó el cabello, inspeccionó rápidamente su túnica y se cercioró que luciera impecable, digno… al menos en apariencia.
Al salir, la actitud desafiante de Hermione había desaparecido. Se notaba preocupada; o quizá era compasión, algo que definitivamente él no quería. No de ella.
—Estás pálido… —susurró, quizá dudando si acercarse o mejor huir del lugar—. ¿Quieres que te traiga algo? A lo mejor alguna poción pueda hacerte sentir mejor. ¿Has comido algo hoy?
Su voz dulce casi lo quebró. Era como antes, como lo había sido el poco tiempo que habían estado juntos luego de fingir que eran sólo amigos durante dos años.
—No, no he comido —admitió, su voz algo más tensa de lo que esperaba—. Tampoco quiero una poción, pero… gracias.
Ella asintió con una pequeñísima sonrisa. Había aprendido a no presionarlo.
—Lamento lo de la nota… —dijo, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón para que no demostraran su nerviosismo de tenerla tan cerca. Tan cerca y tan lejos a la vez.
—No deberías tocar una pluma cuando estás borracho —dijo con cierta dureza—. Pero… al menos la escribiste.
—No era la forma, lo sé… Pero… es que realmente te extraño. Sé que fui un tonto… —murmuró, avergonzado—. Que no era ni es este el mejor momento para decirlo…
—¿Entonces cuándo? —inquirió curiosa.
Draco se encogió de hombros.
—Quizá cuando deje de dolerme tanto haberte perdido…
—Puede que para entonces ya sea tarde, Draco.
—Quiero creer que… si estás acá es porque aún no lo es… —dijo con esperanza, por primera vez atreviéndose a mirarla a los ojos.
Sin pensar en las consecuencias, acercó una mano al rostro de la joven y la acarició con suavidad, sintiendo que la tibieza de ese contacto le erizaba la piel. Hermione cerró los ojos y entreabrió los labios, aquella muda invitación a besarla como aquella primera vez. Quería hacerlo, de verdad quería besarla, pero así no era como quería arreglar las cosas entre ellos. Esta vez quería hacerlas bien.
Siguió con su dedo el contorno de su mandíbula, subió hasta los labios y la sintió estremecer. No tenía palabras para expresar cuánto la amaba. Había empezado como una divertida amistad que, para cuando se dio cuenta, se había convertido en un amor imposible.
Se conformó con ser su amigo, el que tenía que escuchar el resultado de las citas que Ginny Potter le concertaba luego de su ruptura con su hermano Ronald. Incluso había salido con Charlie, el segundo de esos Weasley, el pelirrojo musculoso y de cabello largo que, para su completa desesperación, parecía un muy pecoso dios nórdico.
No es que Draco estuviera mal, pero a pesar de que era mucho más alto que Charlie, no era tan fornido. Además, la personalidad del domador de dragones era apabullante y todos lo amaban. Draco sólo era el niño mortífago que casi había matado a Katie Bell, a Ron y a Dumbledore, el que había sido obligado a hacer una especie de servicio social en el Ministerio de Magia como castigo por sus crímenes de adolescente.
Había sido en esos meses cuando sintió celos por primera vez. Celos de Hermione, sin saber que ella también se había enamorado de él. Fueron meses muy felices hasta que…
Pero ahora, la tenía nuevamente frente a él. La vida le estaba dando otra oportunidad, ¿cierto?
—Perdóname —dijo de repente, a milímetros de su rostro. Ella abrió los ojos y fijó su mirada en la suya—. Por todo. Por lo que hice, por lo que haré… Perdóname, porque soy un idiota enamorado que no sabe cómo estar contigo. Perdóname porque sé que no te merezco, pero no quiero estar lejos de ti…
—Cállate, Malfoy, y sólo bésame —lo interrumpió y se pegó a su boca, tomando la iniciativa como aquella primera vez también lo había hecho.
Que Merlín se apiadara de él. Esta mujer definitivamente era su perdición.