Drabbles Dramione

Harry Potter - J. K. Rowling
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¿De nuevo con Weasley?

—¿De nuevo con Weasley? —preguntó una voz a su espalda. Ella no se giró para verlo, sino que continuó concentrada acomodando su cabello.

—Nunca he entendido tu afán de molestar a Ginny con eso del apellido —respondió frunciendo el ceño—. Eres un odioso.

—¡Gracias! —exclamó complacido.

—Tampoco entiendo por qué insistes en creer que te hago cumplidos cuando están lejos de serlo.

Esta vez sí se giró para verlo, recostado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados, como si le hiciera un favor a la madera permitiéndole que lo tocara. Sonreía ampliamente, esa sonrisa que Hermione tanto amaba. ¿Cómo es que nunca la había notado años atrás?

Sacudió la cabeza para alejar de su mente las inmensas ganas que tenía de abalanzarse sobre él y besarlo. La miraba con codicia, como sólo él sabía hacerlo. Se enfocó en terminar su peinado. 

Ginny estaba en Nueva York debido a una gira periodística sobre el Quidditch. Apenas se habían visto la tarde anterior cuando Hermione la esperaba a las cuatro en la oficina de Asuntos Mágicos Extranjeros del Magicongreso Único de la Sociedad Americana —MACUSA—. Ginny había llegado por medio de un traslador especial directamente desde el ministerio británico y Hermione la acompañaría al hotel para luego regresar a su trabajo en el Departamento de Seguridad Mágica. Ese sábado se encontrarían para almorzar y hablar con calma.

Por más que Hermione había intentado convencerlo, Draco se había negado a acompañarlas. No quería incomodar a Ginny ni que Hermione pasara un mal rato. A pesar de que ya habían dejado atrás viejas rencillas y hasta asistieron a su boda, Draco aún le resentía a los amigos de Hermione el distanciamiento que hubo al inicio de su relación. Prefería no imponer su presencia, asegurándole que sin él, estarían más relajadas.

Por supuesto que Ginny y Hermione querrían aprovechar al máximo el poco tiempo que disponían para ponerse al día con los chismes, a pesar de que lamentaba que Ginny hubiera declinado su invitación de hospedarse en su casa. Había alegado que El Profeta costeaba su estadía y «no quería incomodar», algo completamente improbable en una mansión de tres pisos y doce habitaciones principales.

Hermione se había mudado a Nueva York tras volver con Draco después de tres años de no saber nada de él. Habían estado juntos, pero se habían separado porque ella no quería que él se enemistara con sus padres por amarla siendo hija de muggles. Irónicamente, Draco terminó mudándose solo a Estados Unidos, siguiendo los planes que una vez hicieron juntos.

Ahora, seis meses después de su reencuentro, vivían en un lujoso y exclusivo residencial mágico en las afueras de la ciudad, con Theo y Daphne como vecinos: sus socios de la firma de bienes y raíces. El inmenso apartamento que Draco había comprado en el octavo piso del Edificio Dakota se destinaba a hospedar a los magos inversionistas internacionales que llegaban a Nueva York interesados en invertir en propiedades en Estados Unidos. Estaba hechizado para que cada huésped se sintiera como en casa, adoptando su interior según la nacionalidad, costumbres y gustos de quienes lo visitaran. Muchos negocios millonarios del emporio inmobiliario Malfoy-Nott habían comenzado en esa sala con vista a Central Park, entre una copa de whisky de fuego y una conversación adecuada.

Está de más decir que Ginny tampoco quiso quedarse en el apartamento.

—¿Le contarás sobre el bebé? —preguntó Draco, de repente preocupado. Ella se levantó y se acercó a él con andar pausado.

—No tengo por qué ocultárselo, tampoco lo feliz que soy contigo.

Draco la besó con dulzura y luego pasó una mano por el vientre apenas redondeado de su esposa.

—No dejes que la señora Potter te afecte si hace algún comentario anti-Malfoy. Sabes que lo primero es nuestro hijo.

—Lo sé —respondió besándole una mejilla—. Ella sabe que soy inmensamente feliz contigo, y qué mejor que lo compruebe al saber que el fruto de nuestro amor crece acá.

Hermione colocó sus manos sobre las de Draco y él volvió a besarla, un beso que encendió, como siempre, la pasión latente entre ambos.

—Calma, amor. No quiero llegar tarde a mi cita con Ginny.

—No creo que unos minutitos... —murmuró Draco con voz melosa, mientras besaba su mandíbula y una mano traviesa se posaba sobre su trasero.

—¡No! —interrumpió tajante aunque sonriendo, al tiempo que con suavidad, apartaba a su marido—. Esta vez no caeré en tu trampa. Siempre que hablas de minutitos se vuelven minutotes.

—Te estaré esperando —susurró en su oído, provocándole un escalofrío en la espalda.

Ella sonrió con picardía y regresó a su cómoda para elegir un collar a juego con su vestido verde jade. Estaba ansiosa porque Ginny le había dicho que le tendría una sorpresa. Hermione también tenía la suya.

Sin embargo, fue ella la más sorprendida cuando, al llegar al vestíbulo del hotel, encontró a Harry y Ron junto a Ginny. Apenas la vieron, los dos magos corrieron para abrazarla con fuerza, como si tuvieran años —y no solo unos meses— de no verla. Harry murmuraba «te he extrañado mucho» una y otra vez, mientras Ron moqueaba intentando contener las lágrimas. Ginny se unió a los tres con su abrazo, los cuatro sintiendo los lazos de su renovada amistad más fuerte que nunca.

—Odio que te hayas mudado a otro país —confesó Harry, limpiando sus lentes con un pañuelo. También había derramado unas lágrimas y se le habían empañado los espejuelos.

—Yo también —apenas murmuró Ron, rojo por la vergüenza de aceptarlo.

—¿Malfoy no viene? —preguntó Harry casi con solemnidad, como si hubiera ensayado la pregunta—. No lo vemos desde la boda.

Hermione negó con la cabeza.

—Quería darnos nuestro espacio para chismear a gusto, pero ahora que los planes han mejorado, podemos ir a casa y... —Hermione terminó con un hilo de voz, algo nerviosa de que su propuesta no fuera bien recibida.

—¿Tu enorme y lujosa casa? —bromeó Ginny con entusiasmo—. Nada me sorprendería, yo vivo en una mansión de seis pisos.

—¿Grimmauld Place una mansión? Esa lúgubre… —se burlaba Ron, pero fue interrumpido por un codazo de su hermana que casi le sacó el aire—. ¡Ay! ¡Ginny!

Hermione y Harry siempre disfrutaban de la dinámica de los dos Weasley menores y empezaron a reírse del gesto exagerado de Ron.

Hermione envió su patronus —una nutria— para anunciar a Draco su llegada.

—Desbloquea las protecciones, por favor —fue el último pedido de la joven para minutos después aparecerse todos juntos en la azotea principal de la mansión.

Ginny se quedó de una pieza al contemplar, prácticamente a sus pies, el residencial y más al fondo, la vista del skyline neoyorkino. 

—Definitivamente, esta vista no se compara con la de tu casa, Gin —rió Ron, sin ocultar su asombro.

Unos pasos acercándose sacó a todos los invitados de su asombro para saludar al anfitrión. Draco anunció que pronto los acompañarían los Nott.

Hermione sonrió complacida cuando, horas después, tras un tour por la casa y un delicioso almuerzo, las personas más importantes de su vida compartían bromas y risas. Draco había desafiado a Ron a una partida de ajedrez mágico; Harry y Theo, en otro rincón, debatían sobre legislaciones mágicas, mientras Ginny le contaba a Daphne y su amiga las últimas noticias de la socialité mágica británica.

Finalmente, Draco se rindió ante los ataques de Ronald y se acercó para buscar un cariño de su esposa. Hermione aprovechó para preguntarle en voz baja:

—¿Quieres darle a nuestros amigos la enhorabuena?

Él levantó una ceja y en su mente podía escuchar la queja de que los Potter y compañía no eran precisamente sus amigos, pero se limitó a sonreír y besar rápidamente su frente. Tomándola de la mano, la animó a ponerse de pie, e invocando una copa, la tintineó con la varita, llamando la atención de los presentes.

—Hermione y yo le tenemos un anuncio —dijo con una pequeña sonrisa.

Ginny inmediatamente se llevó las manos a la boca, reprimiendo un grito de emoción. Theo se levantó de un salto y exclamó:

—¿Al fin seré tío?

Daphne lo regañó con la mirada por adelantarse al futuro padre, mientras Harry miraba a Hermione con ojos brillantes.

—En unos cinco meses, un nuevo miembro de los Malfoy estará entre nosotros —anunció Draco.

—¿Has guardado ese secreto durante cuatro meses? —preguntó Daphne, frunciendo el ceño con fingido enfado.

—Bueno… —respondió Draco, encogiéndose de hombros, algo azorado.

—Quizá es hora de decirles que, dentro de seis meses, también habrá un nuevo Nott —añadió Theo con sonrisa ladeada. Hermione se acercó, incrédula y asombrada, a felicitar a su amiga.

—Pues entonces… —comentó Harry rascándose la nuca.

—¡No! —exclamó Ron, alarmado—. ¿Ustedes también?

—Ginny tiene apenas dos meses, pero sí… —confirmó Harry con tranquilidad.

—¿Nuestros hijos irán todos a Hogwarts en el mismo año? —preguntó Draco con cara de circunstancias—. No quiero estar en el puesto de la profesora McGonagall ese año.

Todos rieron. Hermione se llevó una mano protectora a su vientre. De solo imaginarlo, las carcajadas se intensificaron.

—Falta mucho para eso —comentó Ron—, y Hermione siempre puede enviar al suyo a esa escuela de acá… ¿cómo se llamaba?

—¿A Ilvermorny? —inquirió Draco, horrorizado—. ¡Jamás! Irá a Hogwarts como cada Malfoy desde hace mil años. Mi hijo, o hija, será un hermoso Slytherin. 

—¿Slytherin? —preguntó Hermione, alzando una ceja con interés—. Podría ser un Gryffindor o…

—¡Nunca! Tengo once años para evitar esa tragedia.

Harry soltó una sonora carcajada.

—No importa la casa. Mi sobrino postizo siempre podrá elegir. Yo le pedí al Sombrero Seleccionador que no me enviara a Slytherin.

—¿Eso es real? —quiso saber Theo. Harry asintió con media sonrisa.

—¿Así que la historia pudo ser completamente diferente si tan solo hubieras aceptado ir a Slytherin? —preguntó Draco sin dar crédito a lo que oía. 

Harry levantó los hombros con indiferencia.

—No sabría decirlo, pero… no importa. Lo bueno es que podemos elegir.

—Eso significa que mi sobrino podría ser elegido para Slytherin también —murmuró Ron de repente. Esta vez fue el turno de Ginny de llevarse una protectora mano al vientre.

—Tenemos once años para evitar esa tragedia —repitió la señora Potter, usando las mismas palabras de Draco.

Las risas estallaron nuevamente, y Hermione volvió a sentirse satisfecha de ver en lo que se había convertido su vida. 

No tenía quejas. 

Era caóticamente perfecta.

 

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