
Draco levantó su varita dispuesto a defenderla...
Draco levantó su varita dispuesto a defenderla, pero ella, con gesto horrorizado, prácticamente le suplicó con la mirada para que no hiciera nada. No había forma de salir bien librado de la situación, mucho menos si él intervenía.
Draco quería gritar, quería destrozar todo el lugar, matar a cada uno de los presentes si con ello lograba salvarla, y aún así, bajó lentamente la mano, entendiendo que si se dejaba llevar por su frustración, todo terminaría peor.
No estaban ante delincuentes principiantes. Eran exmortífagos convictos, reunidos en un nuevo grupo antinacidos de muggle llamado Los Hijos de la Pureza, bajo las órdenes de Thorfinn Rowle, que había empezado a atacar meses atrás en zonas rurales.
Los aurores, liderados por Harry Potter, se habían puesto manos a la obra de manera inmediata, con el fin de evitar que el grupo creciera en número y en delitos, pero, debido a un fallido plan dos meses atrás, Hermione Granger se había ofrecido como carnada en esta nueva misión. Por por eso se encontraban ahora en una bodega abandonada en las afueras de Upper Flagley, un pueblo en Yorkshire donde se habían acuartelado los adeptos de Rowle.
En un momento de tensión, Rowle, el único que no portaba una máscara, obligó a que Hermione se arrodillara luego de haberla desarmado. Se burlaba de lo fácil que había caído en la trampa, asegurando que, en ese lugar olvidado por todos, nadie la encontraría.
—Nadie sabrá que pasó con el emblema de los nacidos de muggles. Tenías fama de ser muy inteligente, pero definitivamente, no eres más que otra sangre sucia con suerte que hasta hoy verá la luz del día.
El corazón de Draco martilleaba con furia dentro de su pecho. Permanecía oculto entre las sombras porque jamás hubiera permitido que Hermione acudiera sola, como se lo había creído Thorfinn. Hubieran tenido que matarlo primero antes de aceptar esa idea tan descabellada. Puesto que ella se entregaba en bandeja de plata sin dudarlo, él tampoco dudaría para protegerla en esa misión; con su vida si fuera necesario.
Pero Hermione tenía razón. Un movimiento en falso y todo estaría perdido; jamás se perdonaría si le pasaba algo porque ella era más que su compañera de trabajo. Era la mujer que amaba.
—Si creen que rogaré por mi vida, pueden sentarse a esperar —gruñó Hermione. Su voz no había temblado, pero Draco sabía que estaba al borde del colapso. Esto a pesar de que ella mantenía su mirada desafiante fija en el exmortífago.
Rowle soltó una risotada, divertido ante la osadía de la bruja.
—No veo qué podrías hacer tú sola contra todos nosotros Fácilmente te dejaste desarmar y así de fácil te eliminaremos, como hicimos con aquellos aurores semanas atrás. Esta noche daremos el golpe de gracia. El mundo mágico perderá a su heroína, y luego seguiremos con el inepto de Potter. Todos ustedes son la escoria que corrompe nuestra sangre. Sin traidores de la sangre, mestizos y sangre sucia, mi nuevo orden al fin verá el camino. Hasta el mismo Señor Tenebroso envidiaría nuestro éxito.
Draco aferró con más fuerza su varita. ¡Lo tenían! La confesión que necesitaban. Era el momento para actuar.
—¡Nunca lo permitiremos! —exclamó Hermione.
Presionando con fuerza su mano izquierda, donde había ocultado un broche, activó una señal mágica para que los aurores entraran. Ellos ya rodeaban la abandonada infraestructura y habían lanzado poderosos hechizos anti aparición para evitar el escape. Simultáneamente, con esa misma señal mágica, otro equipo de aurores estarían atacando también la casa donde se acuarteló el resto de la organización.
Un estruendo anunció la llegada de los aurores. La entrada principal de la bodega había volado en miles de pedazos, y los gritos de pánico de los criminales confirmaban que habían sido acorralados.
Draco, sin pensarlo más, con la precisión y agilidad que le daba el ser un duelista entrenado, empezó a lanzar hechizos con precisión letal. Sus compañeros hicieron lo mismo y uno a uno fueron reduciendo a los dieciocho miembros de Los Hijos de la Pureza que se encontraban en la bodega.
Un hechizo rozó su hombro izquierdo, y aunque el dolor era intenso, no se detuvo. A dos metros de él, Hermione, que había recuperado su varita, luchaba contra un hombre que casi le doblaba en tamaño. Draco y Harry se movieron al unísono para darle cobertura.
Minutos después, la batalla había terminado.
Draco y Hermione se buscaron con la mirada, tal y como hacían en situaciones similares, para constatar el estado del otro. En cuanto sus ojos se encontraron, Draco corrió hacia ella y la envolvió entre sus brazos, su respiración todavía entrecortada por la adrenalina. Sintiendo su calor, con ella a salvo entre sus brazos, el mundo entero desapareció.
Aún sintiéndose vulnerable por la tensión del combate, apoyó su frente contra la de ella y murmuró.
—Jamás vuelvas a pedirme algo como lo de hoy, Hermione. Nunca más te pondrás en peligro, por más que el mundo entero dependa de eso. No podría vivir si algo te pasara.
Hermione sonrió, sintiendo sus mejillas arder. Las palabras de Draco se habían sentido cargadas de miedo, de súplica le habían llegado a lo más profundo de su ser. Draco Malfoy, un hombre normalmente poco expresivo, le mostraba sin reservas cuánto la amaba y cuánto temía perderla.
—Nunca me pasará nada —susurró aferrándose a su pecho—, porque siempre aparecerás en las sombras para salvarme, ¿no? —respondió con media sonrisa.
Su única respuesta fue besarla como si el mundo estuviera a punto de terminar.
Era la única promesa que importaba.