Drabbles Dramione

Harry Potter - J. K. Rowling
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¿No me recuerdas?

—¿No me recuerdas?

La voz de la mujer era suave, pero lo atravesó como una punzada. Hizo un esfuerzo por abrir los ojos, sus párpados pesados por el sufrimiento, pero sobre todo, por el paso del tiempo. Había perdido la cuenta del tiempo que había pasado en las penumbras… La luz, aunque tenue, dolía, y aún así, logró distinguir una figura.

Su rostro le era familiar, aunque pertenecía a otro mundo, uno muy lejano, uno que creyó que lo había olvidado, o más bien, que él había querido olvidar.

Casi podía jurar que era Hermione Granger… pero distinta, más madura, un reflejo del tiempo transcurrido. Lo mirada preocupada aunque intentando sonreír, sonreírle a él.

Draco parpadeó tratando de acostumbrarse a la luz, de distinguir si era otra alucinación. Durante mucho tiempo, su única compañía había sido el frío de las piedras, la humedad de la cueva y los murmullos de su propia mente. A lo mejor estaba delirando.

Quiso decir algo, pero no salió más que un gemido de una garganta que una vez se quedó afónica de gritar, que se atrofió por no hablar.

—Tranquilo —dijo ella con amabilidad—, ya estás a salvo…

 

Tres años antes.

 

Draco supo que el Señor Tenebroso no lo perdonaría cuando Severus Snape intentó abogar por él, porque la mirada de Voldemort era implacable. Lo mataría, estaba seguro. Se lo había advertido: no había campo para más fracasos, ya lo había perdonado muchas veces. El collar maldito, el hidromiel… Apenas si había logrado desarmar a Albus Dumbledore, aunque no matarlo.

No supo cómo llegó, pero la siguiente vez que despertó, luego de torturarlo por horas con la maldición Cruciatus en el piso sucio de una mazmorra de la mansión, estaba en una cueva con una estrecha grieta por donde entraba un mínimo de luz en lo alto. El lugar olía a piedra y a muerte. No sabía por qué seguía vivo, pero nadie era capaz de entender la retorcida mente de su Señor. Este era su castigo. El exilio. Matarlo hubiera sido muy fácil, muy rápido. 

El hambre fue su verdugo más cruel, a pesar de lo poco que había comido ese sexto año. Dejarse morir sería fácil, pero nuevamente, hubiera sido una manera rápida de morir. Voldemort quería que él sufriera, que Lucius y Narcissa sufrieran preguntándose dónde estaría su hijo y si estaba vivo o muerto. Por eso, en el piso aparecían alimentos de aspecto apetitoso y aroma irresistible que, por más que intentara resistirse, acababa comiéndolos, odiándose a sí mismo por ceder. Así que, una vez más, por ellos, por su madre más que todo, decidió que debía vivir… sobrevivir.

En ese lugar, el tiempo dejó de tener sentido. Dejó de contar los días así que nunca supo si pasaron semanas, meses o años. A veces dormía, siempre sobre el duro piso, soñando que estaba en su mullida cama de Malfoy Manor o incluso en la de Hogwarts. Otras veces deliraba sintiendo las torturas del Señor Tenebroso. Hasta que perdió la fe y dejó de imaginar que alguien lo rescataba, que su padre, ese hombre que había idolatrado en su infancia, movía cielo y tierra para encontrarlo. 

Voldemort quería torturarlo psicológicamente hasta la eternidad, y se había encargado de que la cueva estuviera maldita para que él viviera en una lenta agonía. Y lo logró. En sus momentos de lucidez, escuchando únicamente su respiración, se preguntó si alguna vez lo encontrarían o si ese sería su final.

Hasta que un día, escuchó voces, no dentro de su cabeza sino fuera del lugar, voces… y después, percibió una magia diferente. Y cerró los ojos, queriendo llorar, de alivio, de agradecimiento, pero hacía mucho que había olvidado cómo hacerlo.

 

Ahora.

 

El ambiente se sentía diferente. El aroma a alcohol y antisépticos, a limpio, se metió en sus fosas nasales. Su espalda sobre algo suave, una sábana cubriendo su cuerpo, el sabor de un rastro de poción en su boca, algo en su cuello lo inquietó. Quiso mover la mano hacia ese lugar, pero Hermione se adelantó a sus movimientos.

—No te asustes —susurró tocando suavemente su brazo para evitar que tocara la piel—. Es para ayudarte con la deshidratación, para proveer nutrientes.

Las palabras parecían perderse en su mente, no entendía nada, solo que, al parecer, estaba a salvo.

El sonido de una puerta abriéndose lentamente lo hizo mover la cabeza hacia el lugar, apenas logrando divisar una figura borrosa; sin embargo, ese aroma a flores, un perfume que reconocería pues lo había acompañado desde su nacimiento, lo hizo estremecer. Era su madre.

Conforme se acercó, pudo ver en su rostro el evidente paso del tiempo, el dolor, la angustia que había cargado sobre sus hombros por su desaparición. ¿Cuánto tiempo había pasado? 

—Draco —murmuró Narcissa con la voz a punto de quebrarse—, mi amor…

Draco se preguntó si esta sería otra muy vívida alucinación, pero el contacto de su madre sobre su mano, sobre su rostro, no podía imaginarlo. Esa caricia suave en la mejilla, como si él fuera de cristal, era real.

—Finalmente te encontramos —dijo con alivio, algo que apenas podía procesar—. Estos tres años han sido una locura.

Tres años… Parecía toda una vida…

Narcissa se había sentado a su izquierda, sus ojos llenos de lágrimas mientras rozaba caminos en su piel, probablemente las cicatrices que habían dejados las heridas no curadas de aquellas maldiciones recibidas durante la tortura.

—¿Có…mo…? —apenas logró decir.

—Un hechizo de rastreo —escuchó la voz de su padre al otro lado de la cama. 

Draco giró lentamente su cabeza para verlo. No lo había escuchado entrar, pero apenas si lo reconoció. No quedaba en Lucius nada de lo que recordaba. La figura imponente y elegante se había esfumado. El hombre frente a él parecía una sombra de sí mismo: demacrado y ojeroso, los cabellos más blancos que dorados, la piel llena de surcos. Parecía más ser su abuelo Abraxas y no su padre de tan envejecido que se veía, el paso de Azkaban, las torturas pero probablemente la desesperanza y el agotamiento escritas en su rostro.

—Un hechizo muy antiguo, magia muy oscura te mantenía aislado. Dolohov finalmente reveló tu ubicación poco antes de morir hace unas semanas. Dijo que estabas en Albania, pero no dijo nada que nos ayudara a acceder al lugar exacto… Pero al menos ya teníamos un lugar. No era una cueva cualquiera. Ese maldito te encerró en una prisión mágica que… —las últimas palabras habían salido casi ahogadas— que no aparecía en mapas ni respondía a hechizos de búsqueda. Tuvimos… tuve que recurrir a hechizos de rastreo prohibidos hasta dar con el lugar. Vínculos de sangre, peligrosas y fuertes protecciones que tuvimos que ir desmantelando poco a poco… El ministro Shacklebolt y sus aurores, rompe maldiciones e incluso inefables fueron necesarios en esta tarea.

—Pero ya estás acá… —comentó su madre, su voz aún temblorosa, aferrándose a su mano derecha—. Los sanadores… la sanadora Granger ha sido muy… 

Draco notó la vacilación de su madre aún en ese estado de agotamiento en el que estaba, ese en el que lo había dejado los detalles de su rescate. Era evidente que a su aún le costaba procesar que una bruja nacida de muggles fuera quien estuviera a su lado, la que estuviera haciendo lo posible por curarlo.

—Sólo he hecho mi trabajo, señora Malfoy —comentó con deferencia su excompañera de Hogwarts.

Narcissa negó suavemente con la cabeza.

—Ha hecho mucho más que eso… Ha estado desde el primer momento, fue de gran ayuda para el traslado de nuestro hijo hasta el hospital… —susurró—. Ha velado por él sin separarse ni un segundo desde que lo encontramos. No tenemos cómo…

Las palabras quedaron atrapadas en su garganta por la emoción. Las lágrimas corriendo una vez más por el rostro de su madre. 

Draco intentó procesar toda esa información. Entendía a su madre. Hermione Granger, aquella a quien había despreciado por su origen desde que la conoció, era quien ahora lo cuidaba.

—¿El… Señor… Tene…? —logró murmurar con dificultad.

—Murió —respondió su padre sin dejarlo finalizar, con evidente alivio en la voz—. Hace dos años. Harry Potter lo hizo… 

—Ya habrá tiempo para contar eso —interrumpió a su vez Narcissa, con voz amable y llena de amor.

—Estoy de acuerdo —intervino Hermione en su claro papel como sanadora, firme pero serena—. Han sido muchas emociones para un solo día. Necesita descansar.

Draco volvió a enfocar su mirada en su enemiga, pero ya no estaba seguro que ese fuera el término correcto para describirla. Su mente agotada apenas podía comprender las vueltas del destino. 

Los días empezaron a transcurrir igual de lentos que en su encierro. Siempre en penumbras para proteger su visión y con la presencia constante de su madre, quien se negaba a dejarlo luego de todo lo sucedido. Solo ella o Lucius tenían permiso de visitarlo. Sus amigos enviaban sus cariños y mensajes de apoyo que Narcissa se encargaba de darle, pero siempre con la misión de no cansarlo, de no contarle cosas del pasado. Las pesadillas a veces lo despertaban, pero siempre tenía el apoyo cariñoso de la señora Malfoy seguido de alguna poción que Hermione le daba. La recuperación fue lenta, y aún más lo fue a nivel emocional.

Draco se sentía frustrado por necesitar ayuda hasta en las cosas más simples debido a su debilidad, su fragilidad física, su incapacidad para realizar un sencillo encantamiento de magia. Odiaba sentirse vulnerable, en especial frente a Hermione.

Aún con eso, Hermione fue una pieza clave para su recuperación. Más que una sanadora, fue una amiga que lo apoyó, que no se dejó intimidar en los momentos de enojo cuando Draco se burlaba de su exceso de profesionalismo o la regañaba cada vez que sentía que ella cruzaba los límites; pequeños y tensos desacuerdos que los llevaron a conocerse mejor.

Ella estuvo ahí cuando él pidió por primera vez un espejo, una guía paciente y cariñosa en los pequeños encantamientos con su varita nueva. Le regaló unos lentes oscuros cuando él insistió en salir a ver el día, caminaron por uno de los jardines internos del hospital, ella actuando como su bastón en los pocos pasos que se atrevió a dar. También fue quien poco a poco fue poniéndolo al día sobre las cosas que pasaron durante su ausencia: muertes, bodas, cambios durante el mandato de Kingsley, aunque eludió con agilidad olímpica el por qué ella ya no estaba con Ron Weasley o con alguien más.

Draco podría ser gruñón a veces, algo que Hermione había aprendido a sobrellevar buscando alguna forma de hacerlo reír, un estira y encoje que fue reforzando más que la relación sanador-paciente, su amistad. Ella le llevaba sus dulces favoritos, le llevaba libros, muchas veces fue su paño de lágrimas ante alguna pesadilla con Bellatrix Lestrange a pesar de ella misma haber vivido una experiencia traumática con su desquiciada tía, precisamente en Malfoy Manor. Él también la escuchó y consoló cuando recordaba su propia lucha, de cómo la guerra la había cambiado, cuando le mencionaba sus planes para el futuro, algo que lo llevó a cuestionarse sobre el suyo. 

Una noche la observó dormir por un buen rato luego de un ajetreado día de trabajo, habiendo incluso buscando una franela para cubrirla. Se había rendido al sueño leyéndole El Hobbit para distraerlo en las largas noches de insomnio. Durante su internamiento, más de una vez tuvo Draco que dejar de lado el orgullo para dar paso al agradecimiento y quizá a algo más profundo que apenas si se atrevía a imaginar.

Draco fue dado de alta y volvió a casa una mañana clara de otoño para continuar con su recuperación. Al inicio, la quietud de la mansión le resultó pesada. Tuvo la visita de sus amigos, y por supuesto los cuidados de su madre, pero algo faltaba. Extrañaba a Hermione, su ausencia era casi torturante. Deseaba verla, no como su sanadora, sino como… algo más. La deseaba en su vida.

Pasaron los días mientras él se esforzaba por no buscarla o escribirle, pero una tarde no pudo más. Quería verla, necesitaba verla, pedirle una cita… intentarlo…

Los nervios empezaron a apretar su pecho. ¿Qué pasaba si ella lo rechazaba? Su aspecto estaba lejos de ser el de un joven apuesto, su rostro surcado de cicatrices frecuentemente debilitaban su autoestima, aquella de la que tanto se jactó en su más tierna juventud…

Sacudiendo la cabeza, trató de alejar esos pensamientos. Debía intentarlo, ella nunca lo había mirado con lástima o molestia. Así que movido por un impulso, se dirigió al hospital, a la salida del pequeño consultorio donde sabía que ella estaría en sus últimas horas laborales del día.

La puerta se abrió luego de unos minutos de espera, y ahí estaba ella, con su túnica de uniforme color verde limón, su mirada preocupada por verlo ahí.

—¿Draco? ¿Te sientes mal? ¿Tienes algún síntoma nuevo?

Él sonrió ante el uso de su nombre, el que ella se había rehusado a utilizar durante su internamiento.

—Hola. No… Me siento perfectamente. Pero… —dudó unos instantes— Sé que quizá hoy no tuviste tiempo de almorzar, y como yo tampoco he comido aún, me preguntaba si te apetecía acompañarme. No como sanadora… sino como… bueno, como mujer.

Hermione lo miró con sorpresa mientras los segundos seguían pasando y él esperaba por una respuesta.

—¿Me estás invitando a…?

—Sí. Me gustaría… salir contigo. Ir a ese restaurante muggle que frecuentabas con tus padres de pequeña y… probar el cordero asado que me contante.

—¿Y luego un pudín de dátiles y toffee?

—Sí, a lo que sea que eso signifique.

Hermione sonrió, lo que hizo que Draco se relajara y sonriera también.

No sabía qué pasaría después ni cómo se desarrollaría su relación, pero en ese momento, no importaba. Un paso a la vez. Eso le había enseñado ella, ¿cierto?

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