
Quiero irme lejos de aquí
—Quiero irme lejos de aquí —sentenció Narcissa Malfoy cuando Draco y Hermione se presentaron frente a ella, luego de dos semanas sin saber de su hijo—. Evidentemente… yo no soy bienvenida en sus…
—Por favor, no siga, madre —interrumpió Draco con firmeza, manteniendo la mano de su ahora esposa entre la suya, como si fuera un ancla en medio de la tormenta que se aproximaba.
La mirada de Narcissa era glacial. Hermione, quien apenas conocía a la matriarca, podía sentir la habitación unos grados más gélida. No era para menos. Acababan de contarle que se habían casado días atrás.
—¡No subestimes mi inteligencia, Draco! —exclamó, su voz llena de dolor e indignación.
Hermione vio a Narcissa frunciendo el entrecejo y temió lo peor… Como si ella estuviera a punto de lanzar una imperdonable, esto a pesar de no tener su varita en mano.
—Con nosotros nada ha sido fácil, madre. Hermione y yo hemos roto tantos paradigmas, tantas tradiciones… No queríamos ser el foco de una sociedad una vez más. Creo que ambos ya hemos tenido suficiente de eso. Por eso, yo le propuse… —Draco vaciló, pero ya lo había confesado.
El rostro de Narcissa se relajó por unos segundos, gesto que no pasó desapercibida para la pareja. Entonces... ¿había sido… Draco? Él había propuesto… No entendía…
Sentía dolor… Como si un rayo de fuego le hubiera punzado directamente el corazón. Un dolor algo diferente al que sintió la vez que se reunieron con ella para contarle sobre su relación. Solo que esta vez era más profundo, más… personal.
Narcissa los había visto crecer como amigos, había sido testigo de cómo su hijo se había ido enamorando de la sangre sucia; algo que a pesar de todo, no había podido evitar. Lo había comentado con Lucius; les dolía a ambos el giro en la vida de Draco, una situación inevitable. Un casi risible giro del destino: su propio hijo, una vez símbolo de uno de los linajes mágicos más antiguos, enamorándose de una nacida de muggles. Un milenio de antigüedad echado al olvido por una sola persona. No una bruja cualquiera… Hermione… Hermione Jean Granger, la mujer que había luchado al lado de Harry Potter, el Elegido. Los chicos que habían librado al mundo de Lord Voldemort, los que le habían devuelto la tranquilidad a su familia.
Narcissa tenía sentimientos encontrados. No sabía si agradecerle por lo anterior, odiarla por robarle a su único hijo o amarla por amar su tesoro más preciado.
El silencio que los rodeaba era palpable.
—Quería tomar mis propias decisiones, madre. Siento mucho si no nos comprende, pero no por eso… —Hermione sintió a Draco tensarse— No por eso debe usted marcharse, alejarse de nosotros… de mí. Siempre la amaré, usted lo sabe perfectamente. Hice… —Draco sentía un nudo en su garganta— Todo lo que hice alguna vez fue más por usted que por padre… Era por lo tres, en realidad. Pero ahora quiero tomar las riendas de mi vida, tomar mis propias decisiones. Si me equivoco, que no creo que sea el caso en esta decisión, me levantaré, sacudiré el polvo y seguiré. Pero la necesito cerca. Por favor, no se vaya solo porque cree que no la quiero, sólo porque nos casamos de una manera muy distinta a lo que ustedes querían para mí. Somos muy felices, ¿cierto?
Draco giró la cabeza para mirar a su esposa. Hermione vio en sus ojos grises el brillo de las lágrimas contenidas. Pocas veces había visto a Draco emocionado, vulnerable. La idea de perder a su madre por no haberla incluido en sus planes para la boda le estaba afectando más de lo que había previsto.
Intentará manipularnos, manipularme, así que no dejes que eso suceda, que eso te afecte. Promételo.
—Muy felices —afirmó Hermione con seguridad luego de recordar las palabras de Draco poco antes de ingresar a la mansión. No quería que su suegra tuviera la más mínima duda.
Narcissa asintió, sus ojos recorriendo el rostro de su hijo, pasando luego a las manos entrelazadas.
—Es lo único que debe importar, Draco, que seas feliz. —Su voz era siempre fría, pero con un dejo de comprensión que hizo a su hijo exhalar de alivio—. Supongo que debo aceptar que has crecido —continuó su madre; ahora había nostalgia en sus ojos—, y aunque me duela admitirlo, ahora no soy yo quien dicta el rumbo de tu vida.
Draco apretó un poco más la mano de Hermione. Narcissa lo notó y desvió su mirada, aceptando que ya no sería su mano la que Draco buscaría de ahora en adelante. Su hijo ya no era el pequeño niño que solía acudir a ella en busca de auxilio.
—¿Seguirá con la idea de… irse?
Narcissa suspiró.
—No. No me iré, pero… necesito tiempo.
—Lo entendemos. Tómese el tiempo que necesite. La Red Flu de nuestro apartamento estará abierta siempre para usted o padre.
—Gracias, Draco. Señorita…
El silencio se hizo nuevamente. Señora Malfoy. Ese era ahora el nuevo nombre de Hermione, pero Narcissa no pudo pronunciarlo. En su lugar, hizo un leve asentimiento y girándose, con la misma elegancia de siempre, salió de la habitación.
Draco relajó los hombros y exhaló el aire que parecía haber contenido desde el inicio de la conversación.
—¿Eso… estuvo bien o estuvo mal? —quiso saber Hermione recostándose en su pecho. Draco la rodeó con sus brazos, hundiendo su rostro en su cabello.
—Estuvo… bien… Mejor de lo que esperaba, en realidad.
Hermione sonrió. Él también. Y sintieron que todo iba a estar bien.