
Cambiaste después de la guerra
—Cambiaste después de la guerra.
Hermione Granger se quedó estática frente a la ventana, la mirada fija en la nada. ¿Quién no había cambiado después de todo el horror que habían vivido siendo solo unos adolescentes?
—Es decir… Todos lo hemos hecho, ¿verdad? —agregó, nervioso, Ronald Weasley, como eco de sus pensamientos.
Ron empezó a caminar hacia ella, con la idea de abrazarla por la espalda, de sentir su piel cálida, de poder ser el apoyo que ella necesitaba.
—Pero estamos acá, vivos, los tres, a pesar de todos los pronósticos. Y si bien es cierto, todos sufrimos pérdidas: Sirius, Fred, Tonks, Lupin… debemos seguir con nuestra vida, con aquello que queríamos hacer al final de la batalla… Pero…
—Ron… lo siento, pero…
—No, Hermione, por favor —suplicó hundiendo su rostro en su cabello, a escasos centímetros de ella, aspirando el aroma del champú de flores—. No quiero escuchar que ya no seremos… algo… —murmuró.
Hermione sintió que su corazón se resquebrajaba un poco más.
Era cierto. Ella y sus sentimientos habían cambiado. Ya no lo amaba, de hecho, nunca lo había hecho. Ahora lo sabía. Ahora que entendía lo que era escalofriarse con solo su presencia en un salón lleno de gente, ahora que sabía el poder que tenía un simple hola en su corazón, las vibraciones que recorrían su cuerpo con el más inesperado roce de aquella nívea piel, el sentirse desarmada, casi desnuda, con la mirada de unos ojos grises…
Draco Malfoy se había ido metiendo debajo de su piel poco a poco, sin planearlo, sin poderlo evitar. Ambos, antes tan opuestos, habían ido descubriendo sus similitudes, habían sanado juntos sus heridas. Todo gracias al programa que Hermione había encabezado en el Comité de Justicia y Reinserción Mágica. Dicho comité había sido creado para juzgar a exmortífagos menores de veinticinco años y valorar si debían cumplir una condena en Azkaban o ser rehabilitados mediante un acercamiento al mundo muggle.
Por supuesto, al inicio Draco hubiera preferido morir en prisión que someterse al programa, pero con el paso de las semanas, había ido bajando las barreras que lo rodeaban como una fortaleza medieval.
Contra todo pronóstico, se habían enamorado.
Contra viento —las dudas de ellos mismos— y marea —la oposición de los Malfoy—, se amaban.
No es que Hermione y Ron tuvieran una relación formal… Era más bien algo que todos daban por hecho… Ella visitaba La Madriguera cada tercer domingo del mes para la reunión familiar donde llegaban todos los hijos Weasley con sus parejas. Pero ella y Ron no se tomaban de la mano, tampoco recordaba cuándo había sido su último beso. Simplemente se había alejado poco a poco conforme iban creciendo sus sentimientos por Draco durante los dos años que había durado el programa. Y ahora, debía enfrentar a Ron, quien evidentemente había notado su cambio.
Lo había ido posponiendo… Pero la noche anterior, para celebrar la conclusión de su proceso, Draco la había besado por primera vez. Todas las posibles dudas sobre sus sentimientos se habían disipado. Había sido una primera cita inolvidable, perfecta: las estrellas brillando en el cielo, el aire fresco de verano acariciando sus rostros… El solo recuerdo aceleraba su corazón.
—Ron… Necesito que me dejes hablar… —rogó aún sin voltearse.
—Déjalo así, Hermione… Yo… yo sé que hay alguien más. Te he ido perdiendo muy lentamente, y no hice nada para evitarlo. Primero porque no estaba seguro, segundo, porque jamás podría competir contra él…
Hermione se tensó. Entonces, ¿Ron… sabía?
—Y, tranquila, no me refiero a lo económico —agregó con tono triste—. La admiración con la que hablas de su inteligencia, de su progreso…
Hermione iba a girar para enfrentarlo pero, intuyéndolo, Ron la detuvo con sus fuertes brazos.
—Sólo prométeme que serás feliz, que jamás dejarás que te humille y que, si alguna vez necesitas matarlo, acudirás a mí. Gustoso lo haré por ti.
Ese comentario, lejos de asustarla, le provocó unas suaves risas. El tono juguetón de Ron estaba destrozando su corazón, pero a la vez la llenaba de tranquilidad, de felicidad. Ese era su amigo, el apoyo que necesitaba.
—Gracias, Ron… —le dijo presionando con cariño la mano sobre su brazo izquierdo. Esta vez, él le permitió voltearse para mirarlo a los ojos—. Por todo… Por ser mi amigo, por quererme, comprenderme… Y perdóname, te juro que…
—Sshh, no jures nada —sonrió, colocando un dedo sobre los labios de la joven.
Ella sonrió y lo abrazó unos instantes antes de salir de la estancia. Sentía su alma más ligera a pesar del dolor que había ocasionado en su amigo, pero no dudaba que pronto Ron también encontraría el amor, quizá en quien menos lo imaginaba, tal como le había pasado a ella.