Drabbles Dramione

Harry Potter - J. K. Rowling
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No te creo

—No te creo —dijo Hermione cruzando los brazos. Fruncía el ceño como nunca antes, y su rostro daba miedo.

Por supuesto que no le creería. Siempre defendería al idiota pelirrojo que no la merecía.

—¿Y qué se supone que gano yo mintiendo sobre eso? Sé lo que vi.

—Siempre lo has odiado... Es natural en ti el querer dejarlo en mal.

Draco bufó con desdén.

—Pues entonces me conoces muy mal, Granger —comentó con irritación—. Seré todo lo malo que quieras, pero jamás un mentiroso. Y si te digo que vi a ese bastardo saliendo en actitud extraña del área de la posada del Caldero Chorreante, es porque así fue. Minutos después bajó también...

—¡No! ¡No repitas eso! —gritó desesperada. Sus ojos se humedecieron. Draco alzó los brazos en señal de rendición.

Hermione dio varios pasos por su oficina mientras Draco la observaba. Con todo y lo que ella pensaba de él, deseaba jamás haberle contado que probablemente Ronald Weasley la estaba engañando. Había interrogado en son de broma a Tom, el administrador, y aparentemente era cliente asiduo del lugar junto a la señorita... Pero eso no se lo diría a Hermione.

Ciertamente, sí tenía mucho qué ganar si ella terminaba con Ron. Tenerla así tan cerca... Verla sufrir... Dolía. Dolía más que cualquier cosa que hubiera soportado durante la guerra con Voldemort o Bellatrix... Quería abrazarla, consolarla y decirle que, si bien él quizá no era el mejor hombre del mundo, la amaba. Se había enamorado lentamente. Y por eso, gustoso hubiera matado a Ron al descubrir el engaño.

Draco sabía que, si no era capaz de creerle ahora, menos le creería que se había enamorado de ella.

¿En qué cabeza cabía que, luego de tantos insultos, resultara que él la amaba? Había sido ingenuo. Ella jamás tendría ojos para nadie más que no fuera el hombre que quería probablemente desde cuarto año en Hogwarts.

Y sin embargo, se había enamorado. No de repente, sino a lo largo de los últimos años, descubriendo cada una de sus facetas.

Draco había conseguido un puesto en el ministerio, lo que lo convertía en compañeros de trabajo desde hacía tres años. Esa cercanía es lo que le había dado la ventaja de poder contarle lo que había visto. Eran algo así como amigos. Salían en grupo los días de pago junto con otros del Departamento de Ley Mágica; a veces aurores e inefables se unían a ellos en el pub que Blaise había abierto tras la guerra. Mantenían una extraña cordialidad, compartían risas y momentos como si nunca hubiera existido una guerra que los había puesto en bandos opuestos.

Y aun así, hubiera querido tener más cercanía para así poder limpiar sus lágrimas con las yemas de sus dedos, abrazarla en consuelo hasta que el dolor se desvaneciera... Verla a los ojos y enredar su mano entre su cabello, besarla... Sentir su calor, escuchar los latidos de su corazón mientras el mundo a su alrededor explotaba.

—¿Qué sucede...? —La voz de Hermione lo sacó bruscamente de su ensoñación. Lo miraba fijamente, una mezcla de curiosidad y confusión.

—¿A qué... te refieres? —titubeó, su corazón palpitando con fuerza.

—Me estabas viendo... diferente...

El pánico se apoderó de él. De inmediato cerró su mente, recurriendo a la vieja y confiable Oclumancia, y con eso, sus sentimientos enviados a lo más profundo de su mente. Ella empezó a acercarse con lentitud, sin apartar su mirada de él.

—Entonces estoy en lo cierto... —murmuró cuando estaba a escasos pasos de él.

—¿En qué? —preguntó, inexpresivo, tanto que apenas la reconoció como suya.

Una ligera opresión en el pecho y el ardor en sus mejillas le dejó claro que aún estaba vulnerable ante ella. Antes de que ella pudiera acercarse lo suficiente como para escuchar su acelerado corazón, desvió la mirada con determinación. Con un movimiento de su mano, conjuró un pequeño frasco de vidrio y llevando su varita a la sien, se concentró en el momento preciso y extrajo el recuerdo de su memoria. Luego, con parsimonia, depositó el hilo plateado en el frasquito, lo cerró y dirigiéndose al escritorio de la joven, lo dejó sobre el mueble.

—Aquí tienes —le dijo con voz firme, pero sin verla a los ojos—. Sé que todavía puedes decir que lo he modificado, pero no es algo que haría, Granger, no este Draco de veintitrés años que es muy distinto al niño que conociste. No te engañaría, no con esto.

—Draco... Espera...

—Debo irme.

—Draco... —Hermione lo sujetó de un brazo, y él sintió sus barreras intentando derrumbarse.

Cuánto tiempo había soñado con ella tocándolo, aunque fuera un ligero roce, una fantasía que ahora se hacía realidad, pero no podía permitirse disfrutarla. No cuando cada fibra de su ser luchaba por mantener el control, no con ella dolida por el engaño de Ron.

—Draco —repitió, suplicante—, por favor, mírame.

No podía hacerlo. Tenía que salir de esa oficina o se pondría en evidencia, si es que no se había puesto ya. No por nada ella era Hermione Granger.

—Tengo que...

—¡No me importa lo de Ron!

Había soltado eso tan estrepitosamente que parecía más una forma de detener su huida que una confesión.

Él se detuvo en seco,extrañado, y se volteó hacia ella.

—He sido una cobarde... —continuó Hermione soltando su agarre como si le quemara—. Hace tiempo que entre Ron y yo nada es lo que era. Pero no he tenido el valor de terminar. No sabía qué decirle. La verdad, lo sé, que ya no lo quiero como antes. Pero me sentía culpable por sentirme diferente. Hoy... con esto que me dijiste...

Ella se acercó a la mesa y, con un movimiento de su varita, hizo desaparecer el frasco que contenía el recuerdo. Luego se giró para enfrentarlo. 

—Te creo, Draco. Sé que no me mentirías. Y lo siento por haberlo insinuado antes.

—¿Le dirás que te conté?

—No —negó con la cabeza—. Lo enfurecería, no por la situación en sí, sino por venir de ti. No tocaré el tema. Tengo una razón más fuerte que su infidelidad para terminar lo nuestro.

Hermione avanzó hasta quedarse a escaso medio metro de distancia frente a él, mirándolo a los ojos. Leyéndolo, buscando respuestas. La tensión en el ambiente empezó a abrumarlo. ¿Qué estaba pasando?

Se aclaró la garganta, nervioso, y acomodándose el flequillo, que por supuesto estaba en su lugar, quiso decir algo, no sabía qué. ¿Mejor se iba? Claro. Eso era lo mejor.

—Bueno... Entonces... —Sus pies no le respondían, atrapado en su propio conflicto emocional.

—¿Por qué…? —titubeó—. ¿Por qué me mirabas así... antes? —insistió.

¿Qué se respondía a una confrontación así? No podía mentirle, pero tampoco era el momento.

—Quizá… —respondió buscando la mejor forma de decirlo—. Quizá hay algo que he querido decirte desde hace un tiempo, aunque no sé debería hacerlo hoy… o si alguna vez me atreveré.

—Dímelo... por favor —susurró acercándose dos pasos más. 

Estaban tan cerca que él se inclinó ligeramente, casi hasta tocar sus frentes. Ella se atrevió a poner su mano sobre el pecho, justo en su corazón iba desbocado. Él tuvo que cerrar los ojos para poder controlar el temblor en su cuerpo.

—Te amo... —confesó luego de unos instantes, un murmullo tan bajo que pareció dicho por el viento—. Más de lo que soy capaz de expresar, y no sé cómo dejar de sentirlo.

Dicho esto, separó su frente de la de ella y abrió los ojos. Hermione lo miraba con intensidad, con un brillo que no sabía cómo interpretar.

—Qué pasa si no quiero que dejes de sentirlo... —El mundo pareció detenerse en esa frase, en la mirada oscura de Hermione. ¿Estaba soñando?—. Si te digo que lo sospechaba y... que yo también siento...

No la dejó terminar. La abrazó con fuerza y la besó en los labios suavemente al principio, pero con determinación creciente, como si ambos exploraran un terreno que habían creído inalcanzable.

Cuando finalmente se separaron, sus respiraciones agitadas delataban lo que sentían. Con sus frentes unidas, compartieron un significativo silencio, más poderoso que cualquier palabra.

—Hola... —se atrevió a decir minutos después, sin soltar su cintura.

—Hola —respondió ella con una sonrisa tímida, el sonrojo en sus mejillas.

—Creo que...

—Sshh —lo calló con suavidad, colocando un dedo sobre sus labios—. No digas nada, no ahora. Sólo... quedémonos así.

Y así lo hicieron. Porque, en ese momento, lo que ocurriera fuera de esas cuatro paredes dejó de importar. Solo eran ellos dos, viviendo ese sentimiento que al fin, se habían permitido revelar.

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