
Nieve
Oh no... murmuró Hermione asomándose por la ventana una fría tarde de finales de diciembre.
Era la primera nevada de la temporada invernal... Eso no era algo bueno. Bueno, al menos, no para ella.
Le había prometido a Draco que irían a tirarse en trineo, y ella sabía que se había dejado llevar por un impulso cuando sin pensarlo, dijo que sí, sabiendo que detestaba ese tipo de aventuras. Ahora solo le quedaba rogar que él hubiera olvidado su promesa, algo que, siendo sincera consigo misma, veía poco probable. Cuando le convenía, Draco Malfoy tenía una memoria envidiable.
Y es que se había propuesto que ella experimentara cada aventura que él consideraba «genial», convencido de que así aprendería lo que era divertirse de verdad.
Casi le dio un infarto cuando, en un paseo aparentemente tranquilo al que la convenció ir en escoba, su querido novio decidió mostrarle lo que se sentía vivir en carne propia el amague de Wronski.
Hermione no recordaba haber gritado tanto en su vida. Draco insistió en que había ejecutado la maniobra de forma espectacular. Sí, claro. Porque lanzarse en picada hacia el suelo a toda velocidad, remontar justo antes de estrellarse, y quedar viva para contarlo había sido espectacular… o más bien milagroso.
Por supuesto, se negó a dirigirle la palabra en tres días.
Tampoco habían… Bueno… estaba de más aclarar eso…
El problema era ahora la nieve.
Había estado nevando las semanas anteriores, algo muy superficial, apenas para cubrir el suelo con un velo blanco. Ella estaba feliz porque no era lo suficiente para salir en trineo.
Pero esa tarde…
Hermione se apartó de la ventana y empezó a rogarle a cuanto mago ancestral y dios quisiera escucharla que, por favor, Draco no recordara lo del trineo.
¿Y si se iba para donde Harry y Ginny?
O mejor aún, a algún lugar del trópico donde jamás nevara. Costa Rica, Maldivas o Tanzania estarían perfectamente cálidos esa tarde. Esa sería una fantástica solución. Lástima que no se le ocurriera antes…
Dos horas más tarde, escuchó ruidos en la chimenea. Ojeó rápidamente la hora en su reloj de pulsera y comprobó que era justo la hora en la que Draco solía llegar a casa. Su casa… Todavía se sentía irreal saber que llevaban seis meses viviendo juntos, que habían superado sus problemas a raíz de…
Un fuerte sonido la sacó de sus divagaciones.
—¿Hermione? ¿Dónde estás? —escuchó su alegre voz. Eso era un mal presagio. Estaba casi segura que el sonido había sido del trineo.
Rápidamente buscó su varita con la mirada, pero, para variar, no la tenía a la vista. Aún estaba a tiempo de aparecerse, pero hacerlo sin varita era riesgoso. Draco la había instado a aprender magia sin varita, pero…
—¿Granger? ¿Será que salió? —Draco hablaba consigo mismo mientras se dirigía a su estudio—. Es extraño, porque me hubiera dicho.
Hermione sintió un impulso de gritar de desesperación. Era oficial: a partir de ese día, odiaba la nieve.
Draco asomó su alegre rostro. Alegre, sí, y eso seguía siendo malo. Ella intentó sonreír.
—Hola, amor, no te escuché llegar —dijo fingiendo estar muy concentrada en sus papeles.
—¡Hola! ¿Viste? ¡Hoy es el día!
—¿El día? —dijo poniendo su mejor cara de desconcierto. ¡Maldición!
—Está nevando y hay al menos cuarenta centímetros. He pasado por la mansión para traer mi trineo. Ponte ropa adecuada y aprovechemos. Nos apareceremos en la colina donde solía ir de niño con Theo. Daphne y él también irán. Será la primera vez de Charlie. Nos vamos a divertir mucho.
No lo creo, pensó con horror componiendo su mejor sonrisa.
—¿No puede ser otro día? Es que hoy…
—No, Hermione. Lo prometiste… y no creeré ninguna de tus excusas —le dijo con tono tajante, pero guiñando un ojo con picardía. Estaba disfrutando su tormento.
Una vez que se aparecieron en algún lugar montañoso de Inglaterra, obviamente oculta de los muggles por poderosos hechizos, caminaron hacia la colina principal, famosa, según Draco, por sus pendientes pronunciadas.
—Pendientes hiper empinadas, querrás decir —refunfuñó viendo la colina, la más empinada que había visto en su vida, o al menos eso le parecía mientras miraba el punto donde la pendiente desaparecía abruptamente, directamente al vacío, a su muerte…
Draco parecía un niño pequeño disfrutando de su primera nevada. Iba jalando el trineo con una mano mientras adornaba su rostro con una de sus hermosas sonrisas. Sonrisa que, en ese momento, a Hermione no le hacía ninguna gracia. Con todo y eso, decidió no darle el gusto de parecer una cobarde frente a sus amigos y ahijado, por lo levantó la barbilla con determinación.
Era consciente de que Draco la estaba viendo con el rabillo del ojo. La llevaba de la mano y, por supuesto, sentiría la tensión conforme se iban acercando al punto de deslizamiento. Mientras caminaba, escuchaba la algarabía de adultos y niños que, jubilosos, esperaban sus respectivos turnos.
Draco le extendió la mano una vez que llegaron al lugar. Hermione sentía que sus piernas le flaqueaban. Al notarlo, con un movimiento rápido y preciso, la tomó de la cintura y la sentó al frente del trineo. Él se sentó detrás.
—Relájate, Granger, esto es mucho más fácil que volar en escoba. Confía en mí. —Sin que lo viera venir, le dio un beso rápido en una mejilla.
—Es que… ese es precisamente el problema, Malfoy —dijo con énfasis, por la forma en que él había dicho su apellido—. No confío en ti para este tipo de cosas. Casi me matas con el amague de no sé qué.
Draco soltó una carcajada mientras le ofrecía las cuerdas; Hermione se aferró a ellas como si de eso dependiera su vida.
—Mira, allá van los Nott. ¡Qué felices se ven!
Y antes de que ella tuviera oportunidad de ver hacia la dirección que él había señalado, Draco se impulsó hacia adelante.
El aire frío le golpeó el rostro mientras descendían colina abajo. Esto era mucho peor que volar. En la escoba, al menos, iba detrás de su novio. Acá, ella sería quien moriría primero. El trineo parecía estar fuera de control, y ella quería gritar, pero no podía porque su corazón estaba en la garganta. De todos modos, nadie la hubiera escuchado porque las risotadas de Draco eran muy estruendosas, como si su terror fuera lo más divertido del mundo.
En cada curva y montículo de nieve, la bruja sentía que se volcarían; nauseas y mareos hicieron su aparición. No tuvo más remedio que cerrar los ojos, apretar la barbilla contra el pecho y rezar para que aquello terminara pronto.
—¿Cuánto falta? —vociferó.
—Está encantada mágicamente para parecer más larga de lo que realmente es, pero ya pronto terminará. Lo bueno es que podemos repetirlo todas las veces que queramos.
—¡Estás loco! Ya cumplí mi promesa. No volveré a hacer esto, mucho menos contigo.
—Pero si esto es de las cosas más emocionantes del mundo —dijo, haciendo un movimiento para provocar que giraran bruscamente hacia un lado. Hermione se aferró con más fuerza a las cuerdas y seguía sin abrir los ojos. Finalmente, instantes después, empezaron a desacelerar hasta detenerse.
Hermione se sentía entumecida por el miedo, incapaz de soltarse. Draco empezó a sacudirle la nieve del abrigo.
—Lo has hecho genial. La siguiente vez podrás hacerlo sin mí —le dijo ladeando una sonrisa. Se había puesto de pie y le tendía otra vez la mano para ayudarla a levantarse.
Sentía sus mejillas arder, no sabía si por el frío o por el miedo. Una vez de pie a su lado, y cuando sintió que su respiración se había calmado, sacó la varita y secó su ropa con un hechizo.
—Ahora tendrás que ir conmigo al cine —anunció—. En febrero se estrena Chicago, un musical…
—No, Hermione, esto no es así. No es una competencia —dijo abriendo los ojos con horror—. Ya sabes que no me gusta el escándalo de esos lugares y, mucho menos, estar quieto por tantas horas.
—No es mi problema. Lo harás porque me amas mucho —le dijo decidida, riendo internamente por la situación—. Y después, iremos de compras a Oxford Street. Necesito algunos trajes y zapatos.
Si algo odiaba Draco aún más que ir al cine, era ir de compras. Acostumbrado a la ropa hecha a la medida en las sastrerías mágicas, era una tortura la sola experiencia de ir a un lugar «a ver qué se encontraba», y peor aún, tener que probarse una prenda tras otra.
Draco tenía un gesto de resignación que hizo sonreír a Hermione, quien con amor, lo jaló de la mano y besó en los labios, un beso tierno pero cargado de profundos sentimientos.
—Te amo… —murmuró en su oído.
—Te amo —respondió él, viéndola intensamente a los ojos, su mirada gris oscureciéndose de deseo—. Creo saber qué sí disfrutaríamos los dos en este momento, y mucho… —siseó sugerente.
—¿Ah, sí? —preguntó Hermione con picardía. Draco asintió con una sonrisa traviesa.
Sin pensarlo dos veces, Hermione encogió el trineo hasta hacerlo del tamaño de una juguete para barbie, y tomándolo de la mano, los apareció en su dormitorio. Definitivamente, eso sí era algo que ambos disfrutaban… intensamente.