
Sal de mi piel
—Sal de mi piel —dijo entre dientes mientras restregaba con fuerza su abdomen y piernas, como si haciendo eso fuera a olvidar que se había entregado, nada más y nada menos, que a Draco Malfoy en un arrebato eufórico de pasión iniciado tras un importante descubrimiento en el Departamento de Misterios donde trabajaban.
Hermione Granger tiró la lufa con furia dentro de la bañera donde estaba sentada y se agarró la cabeza con frustración, intentando respirar. Sentía que se ahogaba. ¿Cómo, siendo siempre tan racional, se había dejado llevar de esa manera? ¿Cómo podía ahora olvidar esa situación, esos momentos llenos de lujuria donde habían dejado que sus cuerpos se encontraran una y otra vez como si el mundo se fuera a acabar?
Su mundo sí se iba a acabar cuando saliera de esa habitación del hotel donde Draco los había aparecido y tuviera que volver al mundo real… con su novio, que definitivamente no era Draco Malfoy.
—¡Qué tonta! —repitió varias veces en su mente, hundiéndose completamente en el agua caliente, deseando que el calor se llevara las caricias que aún sentía por todo su cuerpo. Los ardientes besos, su lengua en cada rincón.
Quiso gritar, pero si lo hacía, el agua jabonosa entraría por su boca como un torrente y ni así lograría dejar de sentir a Draco. Así que, con decisión, emergió de la bañera y se dirigió a la ducha, donde abrió el grifo de agua fría, dejando que la temperatura entumeciera su sentido del tacto.
Algo tenía claro: lo sucedido no podía volver a repetirse. Debía decirle adiós de una vez por todas a esa insana obsesión que tenía por su compañero de trabajo, que además, era el hombre que había sido su tormento y el de sus mejores amigos durante la época en Hogwarts.
Salió del cuarto de baño, y el aroma a la colonia de Draco todavía flotaba en el ambiente. ¡Por Merín! Que alguien se apiadara de su pobre alma.
Buscando su ropa desperdigada por la habitación, deseó quemarla con tal de no recordar la forma en que Draco se la había quitado. Pero era una túnica de inefable, una prenda que costaba cientos de galeones, un lujo que se daban en el departamento daba la importancia de su trabajo. Podría comprar otra sin problemas, pues recibía más dinero del que podía gastar, pero no se permitiría desperdiciar de esa manera solo por uno de sus arrebatos. De todos modos, sabía que no podría arrancar del ADN de cada una de sus células la huella de Draco Malfoy.
¿Cómo se deja ir el cielo una vez que lo has tocado con las manos?
Desnuda, con las gotas de agua todavía resbalando por su piel… esa piel que…
¡Ya basta!, se reprendió.
Sacudió con fuerza su cabeza, desperdigando más agua de su empapado cabello. Con furia, sosteniendo su varita en una mano y el puño de ropa en la otra, se apareció en su pequeño apartamento, donde Crookshanks, su mascota mitad Kneazle, la observó con ceño fruncido.
—¡No me digas nada, ya sé que cometí un error! —lo amenazó con la varita.
El gato bufó como si entendiera lo que le pasaba y regresó a su nido con andar pausado.
Hermione se dirigió a la lavadora y echó las prendas y mucho jabón líquido. No le importaba si la túnica se encogía o dañaba. Debía borrar toda huella de Draco. Encendió los botones y se pasó la varita por todo el cuerpo para secarse sin importarle que su cabello quedara completamente esponjado.
Buscó un pijama, se hizo un moño en la coronilla y luego fue a la cocina para buscar algo para desayunar. Dentro de la refrigeradora, la mermelada de fresa le guiñó un ojo, por lo que también sacó también el queso gouda. Cortando varios trozos, los colocó sobre un plato y, con una cuchara, añadió bastante mermelada con trozos de fruta para dejarla sobre el queso. Manjar de dioses…
Sin embargo, de nuevo se perdió entre los recuerdos, las frases de Draco mientras la besaba. Su nombre entre sus labios… Hermione… una y otra vez… Hermione… Eres mía… Podría hacer esto para siempre… Ahora me llevarás en la piel… Dime que siempre serás mía…
Pensar en eso la ahogó de nuevo, y odiaba sentirse así. Había tenido el mejor sexo de su vida y debía olvidarlo o jamás podría volver a ver a Viktor Krum, su fuerte y atractivo novio jugador de Quidditch, el hombre que cualquier mujer mataría por tener a su lado.
Ocho meses llevaba con él, y si acaso lo había visto una vez al mes debido al intenso entrenamiento y las giras del equipo búlgaro. No lo amaba, y si era sincera consigo misma, lo había aceptado con tal de alejar a Ron de una vez por todas. Pero Draco… su compañero de trabajo, a quien veía cinco días a la semana desde hace año y medio… a quien ahora no podría sacar de su piel…
No podía seguir con Viktor. Había perdido el juicio anoche, pero ya no podría engañar a su novio de esa forma. Terminaría su relación y luego buscaría, en el globo terráqueo, el lugar más alejado de Inglaterra para dedicar el resto de su vida a rescatar perritos. Buscaría un empleo modesto y ya no volvería a pensar en lo ocurrido. Así es como terminaría su fugaz aventura con Draco Malfoy.
Oh, por Merlín, ya estaba igual de dramática que Draco…
Con un movimiento de varita, hizo desaparecer el queso untado de mermelada y fue en busca de pergamino para escribirle a Krum. Debía resolver eso primero antes de tomar cualquier otra decisión.
Estaba a punto de sentarse a escribir cuando escuchó el toque en su puerta principal. Extrañada, sin importarle que estuviera vistiendo un pijama color turquesa con un grande y tierno Eeyore en el frente, abrió la puerta, dispuesta a hechizar a quien se atrevía a interrumpir su mañana de sábado. Grande fue su sorpresa cuando se encontró con el mismísimo Draco Malfoy en el umbral.
—¿Qué haces aquí, Malfoy? —preguntó con frialdad, cruzándose de brazos. Él la observó con mirada divertida, y ella deseó no haberse puesto su pijama favorito.
—Necesitamos hablar… No podemos pretender que lo que pasó anoche no ocurrió, que no significó nada.
—Fui yo quien despertó sola en una habitación de hotel —reprochó con voz firme—. Claramente, a quien no le importó nada fue a ti. Y no hay problema, porque para mí tampoco significó nada. Fue una estupidez el habernos dejado llevar así. Somos adultos. Podemos continuar con nuestras vidas como si nada.
Hermione estaba haciendo un gran esfuerzo por no delatar lo mucho que le había importado lo ocurrido hacía pocas horas. Draco dio un paso al frente; su voz y aquella mirada gris que siempre lograba desarmarla ponían a prueba toda su fortaleza.
—¿De verdad? Porque a mi no me pareció eso anoche cuando…
Estaba tan cerca que su piel volvió a responder, delatándola. ¡Maldición!
—Yo… —interrumpió— yo tengo novio, Malfoy.
Draco esbozó una sonrisa ladeada y dio otro paso, quedando a escasos centímetros de su boca.
—Convénceme que te la pasas mejor con él, porque, maldita sea, Hermione, nunca me había importado tanto algo como esto. Pero si de verdad crees que fue solo un error…
Su aliento así, tan cerca, terminó por derribar todas sus barreras, y supo que no había marcha atrás. No sabía si eso los llevaría al cielo o los hundiría en el infierno, pero estaba dispuesta a descubrirlo, con él a su lado.
Se lanzó directo a sus brazos, fundiéndose en un apasionado beso que nada tenía que envidiarle a los que se habían dado en el hotel: una mezcla de desesperación y deseo. El mundo real, fuera de su apartamento, podía esperar un poco más.
Por primera vez en mucho tiempo, ella sentía que estaba exactamente donde debía estar.