Drabbles Dramione

Harry Potter - J. K. Rowling
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Hasta que la muerte nos separe

«Hasta que la muerte nos separe». Esa era la promesa que le había hecho a Ron, pero no había podido cumplirla. Ella era la que había fallado. Contrario a todas las expectativas, a los comentarios de la gente sobre sus diferencias, ella fue quien se había enamorado de alguien más. 

¿Enamorada? Eso era lo que había creído a sus quince años, cuando pensó que estaba enamorada del divertido Ronald Weasley, el chico que más de una vez la hizo llorar, pero que, a pesar de sus intereses tan dispares, no había logrado sacar de su corazón. Se habían casado al terminar la guerra, pero…ahora sabía que había cometido un error. No puedes tomar una decisión tan importante al calor de una guerra que acaba, solo por el hecho de haber sobrevivido. A Ginny y Harry les había funcionado, pero todas las parejas eran diferentes; el amor de ellos era otra cosa, y aquella idílica boda doble ahora la estaba ahogando. 

Hermione ahora sí sabía lo que era enamorarse. 

Viéndose en el espejo, se pasó la mano por el rostro aún joven, su cabello en suaves ondas gracias a algunos productos muggles, sus incipientes líneas de expresión, los labios delgados… Labios que deseaba que alguien más, y no su esposo, besara; quería sentir aquella mano tan blanca como la nieve acariciando su piel… Sólo era un deseo, un sueño. Jamás se haría realidad, porque, aunque los tiempos eran otros, ella seguía siendo una bruja nacida de muggles, y él un sangre pura elitista, muy distinto de Ron a pesar del mismo origen mágico. 

Él… Él, que se había metido en sus sueños sin saberlo, quien se había convertido en casi una obsesión, su motivo para levantarse cada mañana e ir a trabajar, su alivio en esas noches largas de soledad, a pesar de estar durmiendo al lado de la persona a quien había jurado amar hasta que la muerte los separara. Pero no había sabido lo que era el amor hasta ahora, y se daba cuenta que había pecado de ignorancia al casarse. 

Unas lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas… Dolor… Miedo…

Lo peor es que la causa de sus desvelos no lo sabía… ni lo sabría nunca. Era su castigo. Draco Malfoy nunca le había insinuado nada, ni siquiera la había rozado con la mirada, nunca le había dado un motivo para que ella se enamorara. Simplemente existía, siendo él mismo con una deslumbrante personalidad que la había conquistado poco a poco siendo compañeros de trabajo en el Departamento de Ley Mágica. Habían luchado hombro a hombro durante cuatro años para mejorar el mundo mágico, dejando atrás prejuicios y el pasado. Reían, peleaban, compartían momentos y ella se había enamorado… Sentía que él era su alma gemela, el alma que no había podido encontrar a tiempo en esta vida.

Hermione volvió su mirada hacia la cama, deseando ver un cabello rubio platinado y no pelirrojo, un rostro níveo y no cargado de pecas, unos ojos grises y no azules… Sin embargo, ninguno de los dos estaba ahí. Esa noche le había pedido el divorcio a Ron y él se había marchado, confesándole que hacía un tiempo que ya no se sentía bien con la relación. Ella, en cambio, no había podido darle una razón. La creería loca si le dijera que tenía un amor platónico por Draco Malfoy. Guardaría ese secreto para siempre en su corazón y empezaría de nuevo en otro país, lejos de lo que había considerado su hogar, lejos de sus amigos, lejos de su amor imposible. 

Tomando su bolso de cuentas, donde había colocado sus pertenencias, suspiró profundamente y, con la varita entre sus manos, se apareció. 

Minutos después, salía de la sala exclusiva para magos del Aeropuerto de Heathrow. Caminando lentamente, revisó su tiquete aéreo. No había querido viajar por medio de traslador internacional; no quería dejar rastro. Su corazón estaba hecho un puño ante la incertidumbre de lo que vendría, pero sobre todo por todo lo que dejaba. Solo Harry conocía su destino, su mejor amigo, su hermano, a quien extrañaría, pero ya habría tiempo para retomar su amistad. Por el momento ella necesitaba… 

Hermione se detuvo en medio de una sala de espera. Al final del pasillo, estaba él, agitado, como si hubiera corrido kilómetros, como si la esperara, algo completamente ilógico. La curiosidad la atrajo como un imán hacia él sin entender por qué, pero necesitaba entender qué hacía un Malfoy en la entrada a la puerta de embarque.

—¿Te ibas a ir sin despedirte? —le preguntó Draco, con un tono que le recordó más al insoportable niño de once años que había conocido, más que al hombre de veintitrés que ahora era. 

—No entiendo… ¿Qué haces aquí? 

—Yo pregunté primero —respondió Draco con rostro inmutable. Hermione no entendía su reacción. 

—Es más extraño que seas tú quien esté en un aeropuerto que yo. 

—Me parece que eres tú quien debería explicar por qué renunciaste al ministerio y te vas para el MACUSA. 

Hermione se quedó sin respirar. ¿Cómo lo sabía? 

—No veo por qué debo darte una explicación de lo que hago o dejo de hacer con mi vida profesional. 

—¿De verdad, Hermione? —dijo, alzando una ceja. 

¿Hermione? Nunca en todos esos años la había llamado así. ¿Qué estaba pasando? 

Draco seguía con su mirada fija en la de ella, serio, imponente en toda su altura, poniendo a prueba su fuerza de voluntad. Si él estaba ahí, sería más difícil irse, dejarlo. Y por más que intentaba entender cómo sabía que ella había renunciado al trabajo y que se iría esa noche, menos entendía qué hacía ahí en ese momento. 

—No llevas el anillo. —No era una pregunta. Al oír el comentario, Hermione levantó su mano izquierda para ver su dedo anular desnudo. Efectivamente, se había quitado la alianza de boda horas atrás, cuando terminó con Ron. Tal observación la dejó aún más perpleja. 

—Hermione… —titubeó. 

—Draco —murmuró ella volviendo su mirada a él, notando un brillo en aquellos ojos que amaba. 

—Dime que lo has dejado… —suplicó él, acercándose. 

—¿Qué quieres decir con eso? —inquirió, sin percatarse del temblor en su cuerpo al sentirlo tan cerca. 

—Dime que ya no estás con ese idiota y que puedo decirte que me vuelves loco —susurró Draco a escasos milímetros de su boca, su aliento acariciando sus labios, mientras miles de mariposas revoloteaban en su interior, su corazón desbocado. 

Un rubor cubrió sus mejillas, y solo pudo asentir, un asentimiento casi imperceptible, pero que fue suficiente para que él la besara, primero tímido y luego con ardiente deseo sin importar el lugar en el que estaban. Un beso en el que entregó su alma, sintiendo que si eso era un sueño, no quería despertar. 

—Te amo, Granger, y ese maldito anillo en tu dedo era lo único que me impedía poder decírtelo… Sabía que serías incapaz de serle infiel, y por eso nunca te abrí mi corazón. 

Hermione no podía creer lo que escuchaba. 

—Por casualidad, vi tu petición a MACUSA y tuve que usar todas mis artimañas para saber algo más. 

—¿Harry? —preguntó incrédula. 

—No lo culpes. Tengo mis modos, y al final no le quedó otra. Aunque no lo creas, es mi confidente en esto, y no tuvo otro camino que contarme todo. No podía dejar que te fueras sin despedirte después de todos estos años juntos… 

—Yo… —dudó un momento. La palabra «juntos» la había llevado a las nubes.

—No tienes que decir nada, tu beso me lo ha dejado claro. He solicitado un puesto en el Magicongreso también y quiero empezar una nueva vida a tu lado, si tú me lo permites, hasta que la muerte nos separe. 

Hasta que la muerte los separe… Esta vez sintió que sí sería así. 

Meses después, estaban sentados en la pérgola del jardín de la casa que rentaban en una encantadora zona del Valle del Hudson. Envueltos en una manta ligera, disfrutaban del aire libre de inicios de otoño y degustaban una copa de vino mientras observaban el atardecer. Hermione sentía una paz y felicidad como hacía muchos años no experimentaba, y rezó por muchos años, incluso décadas junto a Draco, deseando que la muerte nunca se acordara de ellos jamás.

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