Drabbles Dramione

Harry Potter - J. K. Rowling
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No estaba permitido, pero...

—No estaba permitido, pero ya tenía el giratiempos en mis manos… Pensé que podría solucionar todo… —murmuró Draco Malfoy, mirando a Harry Potter con una mezcla de desesperación y determinación.

—¿No estaba permitido? —preguntó Harry con el ceño fruncido, claramente confundido.

—Que saliera de mis aposentos… Quien-tú-sabes —no quería que lo encontraran gracias a la maldición tabú— nos confinó después de torturarnos hasta desfallecer por haber permitido que ustedes huyeran… Cuando pude moverme, luego de días de agonía, me desilusioné y, a través de un pasadizo secreto de Malfoy Manor, llegué a ese lugar donde guardamos otros objetos.

—Entonces, ¿usaste o no el giratiempo? —inquirió Remus Lupin con insistencia, su mirada fija en Draco.

—No lo usé, lo juro por todo lo más sagrado. Me quedé ahí, viéndolo fijamente, preguntándome… ¿Y si viajo al pasado? ¿Si intento cambiar algo…?

Draco recordó que había pasado varios minutos viendo el pequeño objeto en sus manos. Su mente inundada de pensamientos desesperados. Nunca lo había usado, pero su padre le había enseñado el mecanismo. Era tanto lo que podía hacer... 

Salvarla...

Salvar a sus padres de la tragedia que el Señor Tenebroso había desatado sobre ellos.

Salvarla...

Evitar que lo marcaran como si fuera ganado. Borrar las cicatrices de un pasado que lo atormentaba.

Salvarla… 

El pensamiento era tan fuerte que sintió un nudo en la garganta. Sus manos temblaron al imaginarse viajando mucho más atrás en el tiempo, eliminando a un niño llamado Tom Marvolo Riddle antes de que se convirtiera en Lord Voldemort, y así salvar al mundo entero. 

Matar... 

Tú no eres un asesino, Draco. Las palabras de Albus Dumbledore meses atrás pocos minutos antes de morir resonaron en su mente.

Lo había colocado dentro del pequeño baúl pues, de repente, el objeto en sus manos le quemaba la piel. Lo que había estado pensando hacer no era tarea fácil. Podía hacer muchas cosas, cierto, pero no había garantía de que los cambios no modificarían de manera significativa la vida de todos sus seres queridos... De ella... Tampoco había garantías sobre el destino de ella. Y no era como que podía regresar al pasado las veces que quisiera. No era lo mismo volver tres minutos que tres horas, o tres años... Mucho menos setenta años. Era algo que su padre le había dejado claro.

—Cada vez que lo uses, tu organismo sufrirá cambios debido a la desincronización temporal. Cuanto más retrocedas en el tiempo, mayor será el impacto en tu cuerpo: fatiga extrema, fallo orgánico, enfermedades, incluso mutaciones irreversibles... Tus células envejecerán más rápido, puede ocurrir pérdida de memoria temporal o deterioro cognitivo. Al alterar la línea temporal y el flujo natural de la energía del universo, las células empiezan a trabajar de manera caótica. 

»Además, viajar a un año cada vez más lejano no garantiza que tu nacimiento sea como lo conoces. Tus padres o tu época, incluso tus amigos, puede que nada sea como esperabas. Lo que quiero decir, Draco, es que regresar muchos años no garantiza que la vida sea tal y como la conoces. Es por eso que usarlo no debe tomarse a la ligera. Sé que probablemente querrás usarlo muchas veces, pero ten presente que no es lo mismo ir y evitar una travesura de niños para no sufrir una consecuencia, que cambiar hechos más significativos. Es peligroso.

Es peligroso.

—Manipular el pasado —había dicho Lucius— es como arrojar una piedra a un lago en calma: las ondas que se propagan no pueden controlarse. Cambiar algo del pasado no es solo una cuestión de volver y alterar un evento; es enfrentar la posibilidad de que la vida misma se reescribe en formas incontrolables.

Draco había observado el giratiempo unos minutos más, llegando a la comprensión de que la verdadera batalla no era con el pasado, sino lo que él era capaz de hacer en el presente para mejorar el futuro.

Era por eso que el pequeño libro dentro del baúl también estaba vacío. Ningún Malfoy había registrado un viaje en quién sabe cuántos siglos porque todos habían llegado a esa misma conclusión. Cerró el baúl y aplicó de nuevo todos los encantamientos necesarios para ocultarlo.

Respiró profundo, se desilusionó y salió del recinto al final de un pasillo. En la puerta, que desapareció en la pared tal como solía hacerlo la de la Sala de los Menesteres, repitió otros encantamientos moviendo sus manos. Había aprendido a conjurarlos sin varita, tal como también habían hecho sus ancestros. Un gran cuadro de un paisaje reapareció, cubriendo el espacio. 

Con decisión, había murmurado un nombre, el de la única salida que tenía.

—¡Kreacher!

Un viejo elfo había aparecido frente suyo, sus ojos siempre inyectados en sangre se llenaron de felicidad.

—El hijo de la ama Cissy me ha llamado y Kreacher está feliz de haber sido convocado por un mago sangre puro digno de la Noble y Ancestral Casa de los Black. No como esos traidores que…

—Necesito hablar con Harry Potter —interrumpió Draco con urgencia.

Los ojos, antes felices, se llenaron de horror.

—Tengo prohibido revelar información sobre él o cualquier miembro de la Orden del Fénix.

—No quiero ordenarte nada que te meta en problemas, solo ayúdame a llegar a alguno de ellos. Quiero ayudar a derrotar a Quien-tú-sabes.

Los ojos de Kreacher esta vez se llenaron de tristeza y odio, evocando quién sabe qué recuerdos dolorosos que con decisión le hicieron decir:

—Lo que sea para ayudar a derrocarlo.

Y desapareció. 

Era así como se encontraba ahora frente a Remus Lupin, Kingsley Schaklebolt y Harry Potter, contándoles, no sabía por qué, lo que nunca debió revelarles sobre la existencia del giratiempo —dado que era un secreto de familia desde hacía muchos siglos— y su resolución para ayudarlos. A cambio, sólo quería saber si Hermione, la mujer de la que estaba secretamente enamorado desde cuarto curso —pero que no había podido salvar de la tortura de su tía Bellatrix días atrás—, estaba viva. Ese doloroso episodio había marcado un cambio definitivo en su lealtad.

Nunca habían cruzado más que insultos o miradas llenas de odio, pero en Draco había ido creciendo una admiración silenciosa, reprimida por sus creencias y por el abismo que los separaba. Ella era todo lo que él no era: fuerte, valiente y justa. Ese sentimiento que había crecido en silencio y en las sombras era lo que ahora lo impulsaba a traicionar lo que siempre había conocido, especialmente después de verla sufrir en manos de su tía.

Les había dado información importante sobre el paradero de mortífagos y los planes del Señor Oscuro. Sí, había tenido que tomar Veritaserum para que creyeran en él, aunque era sabido que los expertos oclumantes podían resistirse a los efectos de esa poción. Así que también aceptó hacer un Juramento Inquebrantable con Shacklebolt. A cambio, sólo pidió verla… y que, por supuesto, no le decomisaran el giratiempo.

Había tenido que decirle a su acérrimo enemigo por qué lo hacía, por quién… por ella, aunque no tuviera ninguna esperanza. Lo único que deseaba era un lugar donde ella o sus iguales no fueran perseguidos por su origen, librarlos de personas que, como él, pudieran lastimarlos con insultos o torturas, simplemente por creerse superior gracias a un linaje mágico.

Así fue como llegó a esa pequeña casa en la playa, El Refugio, en Tinworth, Cornwall, un hermoso aunque solitario lugar. Bill Weasley, el valiente chico que había sido atacado por Greyback meses atrás —por su culpa, porque había metido mortífagos en Hogwarts—, lo había llevado por pedido de Potter. Se había quedado solo en esa oscura habitación, viéndola, sin siquiera atreverse a acercarse, constatando que efectivamente estaba viva. Era lo único que había pedido a cambio de información.

Draco la observaba desde las sombras. El respirar pausado y tranquilo era lo único que le confirmaba que seguía con vida. Su palidez, los rastros de lágrimas y las heridas en diferentes estados de reparación le recordaban tanto a sí mismo en ese momento. Se imaginó a sí mismo tomándola en sus brazos y apareciendo con ella lejos de todo, a un lugar donde ella estuviera a salvo, donde el mundo no pudiera hacerle daño. 

Si tan solo ella supiera, si ella correspondiera a sus sentimientos… Pero sabía que no podía, sabía que eso no era más que un sueño.

Cerró los ojos imaginando el lugar. Un atardecer sobre las montañas, un lugar tranquilo donde empezar de nuevo, la brisa cálida moviendo sus cabellos, paz… 

—Draco… 

El murmullo de su nombre lo devolvió al presente, su corazón latiendo con fuerza por saberse descubierto. 

—¿Qué… haces… aquí…? —preguntó ella con una mezcla de incredulidad en sus ojos. La voz ronca por los gritos de días atrás se sintió como un puño directo al estómago. 

Estaba en la penumbra, pero Hermione no despegaba su mirada de él. Nunca habían sido Draco y Hermione, solo Malfoy y Granger, entonces… ¿por qué lo llamaba ahora por el nombre y no por su apellido? ¿Por qué no se veía asustada por su mera presencia?

—¿Estoy… soñando…? Debe ser… —se restregó con suavidad los párpados, y volvió a verlo de nuevo. Era evidente que lo estaba confundiendo con una ilusión. Ella intentó sentarse un poco y él se movió para ofrecerle ayuda, algo que sí asustó a la muchacha.

—No… no voy a hacerte daño —aclaró con voz suave quedándose estático—. Déjame… permíteme ayudarte con las almohadas.

Hermione creía que no era real, su mirada lo reflejaba, y por inercia, asintió. Él se acercó lentamente, ella atenta a cada uno de sus pasos. Cuando estuvo al pie de la pequeña cama, ella movió su brazo para tocarlo. El contacto, aparte de acelerar su corazón aún más, le congeló la sangre, paralizó el mundo a su alrededor. Eran solo ellos dos en el mundo.

—Eres… —se aclaró la garganta— eres real. No… no lo entiendo…

—Yo… —dudó por un instante, buscando las palabras— Estoy acá porque quiero ayudarlos…

—¿Ayudarnos? —inquirió observándolo con intensidad, como si intentara descifrar la verdad más allá de sus palabras.

—Sí…

—¿Estás con la Orden?

—Sí…

Draco pudo notar un brillo en su mirada, una pequeña sonrisa. Aprovechó el momento para acomodar las almohadas y que ella se sentara y cuando iba a volver a la puerta, Hermione lo detuvo tomando su mano, mano que rápidamente soltó, un rubor cubriendo sus mejillas.

—No te vayas… —dijo con anhelo.

No te vayas ya, no te vayas nunca… ¿Qué quería decir con eso? 

Lo comprendió semanas más tarde, cuando los días se volvieron más claros y el miedo empezó a desvanecerse gracias a la muerte de Voldemort. Solo hasta entonces descubrió lo impensable: ella también sentía lo mismo… Un amor tan secreto como el suyo, nacido en las sombras de una guerra que, irónicamente, los separaba. Una simple decisión gracias a un giratiempo que no solo había cambiado el rumbo de la guerra, sino que también iluminó el resto de su vida, por muchos, muchos años.

 

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