
Te estaba esperando
—Te estaba esperando —dijo Draco con voz fría, casi desafiante.
Hermione, apretando la mandíbula por lo inesperado del encuentro, apenas si lo alzó a ver cuando ingresó a la sección prohibida de la biblioteca. Con el rabillo del ojo, constató que él estaba recostado con actitud desafiante sobre un estante, con el ceño fruncido y cruzado de brazos. Se notaba que estaba molesto por los días que lo había evitado, pero a Hermione no le inmutó ni un segundo esa pose arrogante de niño mimado que no había tenido lo que quiso cuando lo pidió.
Con calma, colocó en su lugar el libro que se había llevado la noche anterior, fingió buscar otro con tal de irritar aún más a Draco.
—¿Hasta cuándo me vas a ignorar? —preguntó él, impaciente.
El silencio fue la única respuesta. Hermione estaba haciendo mucho esfuerzo para no reír, mientras pasaba un dedo por los lomos de algunos libros. Estaba intentando sacar uno cuando, con un movimiento de su mano, Draco lanzó un hechizo no verbal que impidió que ella pudiera sacarlo, a ese o a cualquier otro. Odiaba que él usara ciertos hechizos que ella aún no sabía cómo contrarrestar. Fingiendo enojo, no tuvo más remedio que voltearse lentamente para encararlo.
Copiando su actitud desafiante, se recostó en otro estante frente a él estirando el cuello lo más que podía, con tal de intentar parecer imponente tal como se veía Draco. Luego se cruzó de brazos y fijó su mirada en él, manteniendo su rostro completamente inexpresivo. A ver quién tenía más poder ahora...
Los segundos empezaron a contar en su cabeza.
Draco se mantuvo firme por el primer minuto, pero después empezó a parpadear. Estaba poniéndose nervioso. Excelente. Al minuto tres, ya había bajado los brazos.
—Weasley empezó —balbuceó, como si eso bastara como excusa—, y ya sabes cómo es...
Hermione siguió en silencio, internamente disfrutando el momento.
—Estabas ahí, sabes que no miento. —Esta vez había hablado con más firmeza—. Potter también se rió y no veo que a él le hayas dejado de hablar.
La última frase había sido una clara queja infantil, nuevamente el niño mimado saliendo a flote. Hermione alzó una ceja, sin dar señales de ceder.
—Vamos, Granger —insistió Draco—. ¿Esperas que me disculpe por lo obvio? No puedes negar que esa cosa que usó en el Yule Ball de cuarto año era un trapo viejo feo y anticuado. Weasley era un desastre andante. Debieron darle un premio por ser el peor vestido, o mejor aún, expulsarlo de Hogwarts por pésimo gusto.
El gesto de Draco era muy gracioso. Hermione no recordaba haberlo visto justificarse nunca y estaba muy complacida con el espectáculo, intentando no reír. Quería ver hasta dónde llegaría el hombre para conseguir su perdón.
—Admito que quizá no debí decirle que mejor le pidiera al Barón Sanguinario una túnica para la graduación del sábado, tampoco lo de la peluca. Pero él empezó mencionando a la bestia emplumada que casi me mata en tercero...
Hermione suspiró, cansada de los eternos infantilismos en los que se ponían Draco y Ron todo el tiempo.
—No puedes quitarme el placer de molestar a tus amigos —le dijo en un tono bajando a algo más suave, acercándose un paso.
Hermione se puso en alerta. Había intentado no dejarse envolver por la embriagante colonia de Draco. Su corazón empezó a latir con fuerza. Era ridículo lo fácil que él podía hacerla olvidar sus principios con solo una mirada. Si se acercaba otro paso más, no podría detenerlo. No se sentía capaz. Draco tenía el poder de desarmarla por completo y esos dos días sin hablarle habían sido una tortura; sin embargo...
—Si prometiendo que no volveré a caer en las provocaciones de ese idiota... —ella frunció los labios—, perdón, del señor Weasley —lo dijo con sarcasmo, sonriendo de lado—, consigo tu perdón, pues te lo prometo, Granger. Solo no me niegues tu presencia. —Draco la observaba con intensidad—. Sé que siempre digo que hablas demasiado, pero... He extrañado tu dulce voz... —Otra vez se burlaba. Era curioso cómo había llegado a amar también sus bromas sarcásticas.
Draco se estaba inclinando sobre ella y, quedando a escasos dos centímetros de su boca, preguntó:
—¿Me perdonas? —preguntó con más convicción que ternura.
Su aliento le rozó los labios un milisegundo antes de que lo hiciera su boca, un beso ardiente que nubló su entendimiento. ¿Cómo podía negarle algo si la besaba de esa manera?
Envolviendo los brazos alrededor de su cuello, Hermione cerró los ojos y se dejó llevar por el momento, no queriendo estar fingiendo enojo por más tiempo. También lo había extrañado, demasiado.
Era casi irreal que estuvieran juntos, pero fue algo que se había ido dando a lo largo de ese octavo año. Incluso tenían muchos planes para el porvenir, sin importarles nada más. Era como si dos almas gemelas se hubieran reencontrado y hubieran tenido que pasar por todo lo vivido años atrás para aprender a amar en medio del caos.
Las rivalidades, las antiguas heridas, todo eso había quedado atrás, solo les importaba el futuro.
Cuando finalmente se separaron, aún con las respiraciones entrecortadas, Draco acarició con cariño su mejilla y le sonrió, algo que antes habría sido impensable para él, pero que ahora era tan natural como respirar.
—Nunca dejaré que nadie te haga daño, Hermione —murmuró con determinación—. Ni siquiera yo.
Ella sonrió y apoyó la cabeza en su pecho.
—Lo sé —respondió suavemente, hablando al fin—. Y yo tampoco dejaré que te alejes otra vez.
En la tranquilidad de la biblioteca, lejos de las miradas de todos, permanecieron abrazados, como si el tiempo no existiera. Porque para ellos, en ese momento, realmente no existía.