
La noche fue testigo
La noche fue testigo, una vez más, de sus lágrimas y de la soledad que la invadía tras ese recurrente sueño. En él, apenas entre brumas, lo único que lograba apreciar eran unos hermosos ojos grises fijos en ella. Eran como un imán y no podía dejar de mirarlos. Cuando intentaba concentrarse en el resto de la fisonomía para descubrir si conocía a esa persona, si era hombre o mujer, joven o viejo, la niebla lo cubría todo, o, para su frustración, despertaba antes de lograrlo.
Siempre que tenía ese sueño, despertaba con una sensación de vacío y pérdida que se mantenía por casi todo el día. Por más que tratara de hacer memoria de si conocía a alguien con esa mirada, no lograba ponerle un rostro. A pesar de no infundirle miedo, aquellos ojos le transmitían una extraña paz. Temía que, si intentaba resolver el misterio, podría perder para siempre el sueño.
Esa mañana, Hermione Granger se levantó y caminó con pereza hasta el cuarto de baño. Aún estaba oscuro, así que encendió la luz y se miró en el espejo. Sin tomar en cuenta el desarreglado moño flojo en su coronilla, su rostro evidenciaba el cansancio acumulado. Era sábado y había quedado de encontrarse con su amigo Harry Potter para desayunar. Debían ser cerca de las siete y en enero amanecía más tarde, por lo que decidió llenar la tina para relajarse.
Eran casi las nueve cuando se apareció en el lugar que ella y su amigo frecuentaban, a dos cuadras del Ministerio de Magia.
—¿Y esa carita? —inquirió Harry con preocupación—. ¿Pesadillas?
—No… El sueño del que te he hablado.
—Y sigues negándote a visitar un médico.
—No creo que pueda ayudarme, Harry. Saber si es solo producto de imaginación o un recuerdo no cambiará nada. Sabes bien que el daño es irreversible.
Harry no respondió, pero le presionó una mano con gesto de dolor. Siempre se había culpado por lo que le había pasado a ella, y aunque Hermione intentaba convencerlo de lo contrario, no lograba hacerle cambiar de opinión.
Hermione había despertado el cuatro de mayo en un hospital, con la cabeza vendada y sin saber quién era y qué hacía allí. A su lado, un atormentado Harry le sonreía aliviado, pero cuando ella trató de darle un nombre a ese rostro amable, se dio cuenta que no lo conocía. Ni a él, ni a sí misma, ni al lugar en el que estaba.
La angustia la invadió y de inmediato dieron la alerta a los medimagos. Hasta ese momento desconocían el alcance del daño causado por el trauma cráneo encefálico que ella sufrió durante la batalla en la que había participado.
Todo fue en vano. Hermione no recordaba nada de lo ocurrido antes de despertar. El diagnóstico médico había sido «amnesia retrógrada post traumática» y no le quedaba más que esperar. Nadie sabía cuánto tiempo pasaría hasta que recuperara sus recuerdos, ni si habría algún tipo de daño residual.
Hermione no sabía cómo confiar en las personas que afirmaban conocerla, y menos aún lograba comprender el hecho de que ella era una bruja. Después de un mes de estudios, tanto en un hospital muggle como en San Mungo, fue dada de alta. A partir de entonces, tuvo que enfrentarse a la encrucijada de qué haría con su vida de ahí en adelante, si no recordaba de ella.
Hermione vivió dos semanas con Harry en el número doce de Grimmauld Place. A pesar de no recordarlo, había sido la persona que estuvo a su lado al despertar y fue la única que ella permitió que la acompañara durante ese mes. Su mirada clara y sincera la había impulsado a dejarse cuidar por él, y de no haber sido así, no sabía qué habría hecho. Harry le explicó que sus padres estaban en Australia y, debido a un poderoso hechizo que ella misma había realizado, no la recordaban. Para ella, todo aquello se sentía como un cruel castigo el destino, una forma de cobrarle lo que había hecho para proteger a sus progenitores, aunque su amigo insistiera en que había sido la mejor decisión debido a los turbulentos momentos vividos durante la guerra mágica.
Los Weasley, sin embargo, la abrumaban, en especial, el muchacho alto y delgado, de manos y pies grandes, nariz larga y rostro cubierto de pecas, que insistía en tener algún tipo de relación con ella. Ron, como le había dicho que se llamaba, la aterraba con su insistencia. Finalmente, él entendió que necesitaba su espacio para poder procesar su situación y con él, se marcharon también todos los pelirrojos que habían pululado a su alrededor y que no ayudaban en nada a su estado de ánimo.
En la tranquilidad del tercer piso de Grimmauld Place, Hermione tomó la decisión de regresar a la casa en la que había crecido, aunque no la recordara. No quería seguir siendo una carga para Harry. Todo a su alrededor, incluida la magia, la asustaba. Y la criatura que murmuraba en las sombras de la vieja casa sobre todo al verla pasar, la tenían al borde de un ataque de nervios. Necesitaba irse de ahí.
Harry había cedido cuando le prometió que le permitiría visitarla diariamente y colocar protecciones mágicas en su casa. Hermione había aceptado a cambio de tener su propio espacio. Podía sentir la magia en el ambiente, una energía que crecía cada vez que Harry aparecía en otra habitación luego de verificar dónde estaba ella.
Las semanas pasaron y poco a poco, la joven se fue acostumbrando a esa sensación; incluso se atrevió a sostener su varita en la mano derecha, sintiendo el cosquilleo en los dedos al hacerlo. Le pidió a Harry que le enseñara cómo usar ese instrumento que canalizaba su magia y él le dijo que se concentrara en ese trozo de madera y dijera lumos . El pequeño destello de luz en la punta de la varita la sorprendió, provocando que la soltara y cayera al suelo, pero, emocionada, repitió el encantamiento hasta que produjo una luz más brillante.
Después de eso, aprender otros hechizos fue más sencillo, al menos unos pocos que le resultaban útiles en su día a día. Sin embargo, cuando quiso dominar la aparición, los dolores de cabeza y las desparticiones que sufrió fueron tan intensos que se juró no volver a intentarlo. Aunque había conseguido aprenderlo, no quiso aprender más.
A pesar de la amnesia, Hermione mantenía acceso a su cuenta en Gringotts donde, como le había explicado Harry, tenía sus ahorros, junto con el dinero que el ministerio les había otorgado a ella y otros galardonados con la Orden de Merlín, Primera Clase, por sus actos de valentía excepcional durante guerra. Eso le permitía vivir con sencillez, sin preocuparse demasiado por el futuro; además, contaba con el respaldo financiero de Harry, siempre dispuesto a ayudarla como amigo y protector.
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Una tarde, Draco Malfoy se encontraba en las sombras del atrio del ministerio, observando el ir y venir de los los últimos empleados que quedaban al final de su jornada laboral. Una inquietud se agitó en su interior al ver a Harry salir de un pasillo, conversando animadamente con unos aurores. Draco había considerado durante días si hablar con Potter sería lo correcto; sin embargo, no sabía de qué otro modo llegar a ella .
Abría y cerraba los puños con nerviosismo. No había sido fácil tomar la decisión de buscar a Harry, pero no tenía otro camino. Cada día que pasaba sin saber de ella era una puñalada que lentamente se profundizaba en su pecho. La guerra lo había cambiado, pero perderla a ella… eso lo había destruido.
Harry se despidió con una risotada y caminó hacia la salida. Era ahora o nunca. Saliendo de las sombras, su voz fue apenas un susurro cuando logró articular la palabra.
—Potter.
Harry se detuvo y giró de inmediato, sorprendiéndose de encontrarse cara a cara con Draco, para luego dar paso a la desconfianza. Draco podía sentir la tensión en el aire, pero no tenía otro camino.
—Necesito hablar contigo… —dijo con voz más firme de lo esperado—. Es sobre Hermione .
Harry frunció el ceño al escuchar el nombre de su mejor amiga de los labios de su otrora enemigo. Eso lo hizo ponerse en guardia.
—¿Qué tiene que ver Hermione contigo? —preguntó con tono frío.
Draco lanzó una mirada rápida a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviera prestando atención. Lo que había estado viviendo las últimas semanas lo estaba consumiendo, y estaba seguro que solo Harry podía ayudarlo.
—Ella… —dudó, buscando las palabras adecuadas. Las había pensado tantas veces esos días, pero ahora no sabía cómo expresarlas ante él—. Ella y yo teníamos… teníamos una relación antes de que se fuera contigo a buscar horrocruxes.
La expresión de Harry cambió, primero incredulidad, luego a asombro. Draco vio que su mirada se había endurecido.
—¿Qué estás diciendo, Malfoy? —Su voz apenas un susurro entre dientes.
—Lo que oíste. —Ya no había marcha atrás. Su corazón latía con fuerza—. Primero fuimos algo así como amigos… luego fue cambiando… pero era… era algo real, Potter, algo que no entenderías…
Era evidente que Harry no era capaz de procesar sus palabras.
—Sé que es difícil de creer, que tampoco tienes razones para confiar en mí. Pero eso no cambia los hechos. Yo la conocía, la conocía de una manera que quizá tú nunca llegaste a conocerla. Era mi vida, mi salvación, la única persona que evitó que perdiera la cordura… Y ahora… —La voz de Draco tembló ligeramente, pero se recompuso—. Ahora no me recuerda. He intentado… —un nudo se formó en su garganta—. No sé si te ha contado sobre los sueños…
—¿Cómo sabes de los sueños? —inquirió con sorpresa. Una chispa de esperanza se anidó en el corazón de Draco. Si Harry sabía de los sueños, sería más fácil que le creyera.
—Porque, después de un tiempo, descubrimos que teníamos una especie de conexión. No sé si mágica, la verdad es que no nos preocupó buscar la razón cuando era una forma de comunicarnos. La primera vez fue por casualidad; después, se volvió fácil. Yo podía sentir su angustia en ciertos momentos, y al cerrar los ojos, podíamos encontrarnos en sueños… He sentido su soledad y angustia y he intentado comunicarme con ella en sueños, pero no lo logro porque ella no me recuerda.
—Ojos grises … —murmuró Harry viendo directamente los ojos de Draco. Eso explicaría todo, aunque él no entendiera nada.
—Necesito tu ayuda, Potter… —suplicó—. Necesito acercarme a ella y sé que podría hacerlo más fácil si tu eres el intermediario.
—¿Por qué hasta ahora, Malfoy? Si ella es tan importante para ti, ¿por qué hasta ahora me buscas? ¡Han pasado meses! Si esto es cierto, ella te necesitaba y la dejaste a la deriva. —Harry se debatía entre el dolor de la confesión y la furia por no haberlo hecho antes. La noticia de Hermione había salido en los medios de comunicación.
—Por cobarde, porque tenía miedo —admitió—. Cuando lo supe, creía que era lo mejor, que hubiera olvidado todo lo que vivimos, al fin y al cabo, no tenía derecho a estar cerca de ella… Y te tenía a ti. Pero… cuando siento su agitación, cuando percibo su soledad luego de haberme aparecido en sus sueños…
—¿Por qué la buscas en sueños si no querías acercarte a ella?
—Ella no es consciente de que me extraña, y créeme, al principio me negaba a entrar en sus sueños, pero… esto me está matando… porque yo… yo también la extraño, Potter. Es más fuerte que nosotros. Ya te dije, lo que teníamos era real, más allá de cualquier explicación mundana. Ella me recuerda, aunque no lo sepa.
El silencio entre ellos era aplastante. Harry lo veía con crudeza, como si quisiera desentrañar cada palabra de Draco, cada gesto. El tiempo pareció detenerse. Luego de unos segundos que parecieron horas, la postura del novato auror se relajó.
—Si haces algo que la lastime… —comenzó Harry, dejando la amenaza implícita en el aire.
Draco negó con la cabeza.
—No lo haré. Solo quiero que recuerde quién soy… quiénes éramos.
—Está bien —dijo Harry—. Te ayudaré, pero de una vez te advierto. No será fácil. Pero si eso le trae felicidad a ella, pasaré por alto quién eres.
Draco lo sabía. Y estaba dispuesto a enfrentarlo, por ella.
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El aire del atardecer estaba impregnado de un suave aroma a hierbas. Draco se encontraba en el jardín trasero de Grimmauld Place, su corazón latiendo con fuerza mientras observaba a Hermione sentada en un banca, absorta en sus pensamientos. Tan cerca y a la vez tan lejos…
Sabía que no podía precipitarse, no debía asustarla. Era un encuentro propiciado por Harry, quien le había dicho a ella que un amigo de la infancia deseaba saludarla, prometiéndole no alejarse demasiado por si lo necesitaba. Solo habían pasado dos días desde que Potter hizo la promesa de ayudarlo, y ya estaba cumpliendo. A pesar de la incertidumbre, una luz de esperanza encendía su pecho.
Harry le hizo una señal a Draco para que se acercara y luego se retiró a un rincón, manteniéndose a distancia. Draco caminó muy lentamente, sintiendo el peso de cada paso. Cuando estuvo a pocos metros, la mirada de Hermione se alzó, encontrándose con sus ojos grises. Ella pareció captar la familiaridad en su expresión, un eco distante de recuerdos que habían permanecido dormidos.
—Hola… No sé si me recuerdas —comenzó Draco, su voz temblorosa pero llena de anhelo—. Fuimos juntos a Hogwarts.
Hermione apenas negó con la cabeza, un movimiento tan sutil que sólo alguien como él, entrenado para captar el más mínimo gesto, pudo notarlo. Un ligero parpadeo, una tensión en sus labios… diminutas señales pero cruciales en ese momento. Se sentó en un extremo de la banca y continuó hablando, recordando aquella vez en el tren, cuando ella buscaba un sapo perdido, había buscado un sapo, un baile secreto en el Yule Ball, encuentros en la biblioteca. Entonces vio un ligero tamborileo en su regazo, un gesto involuntario que sugería una conexión más profunda.
—Recuerdo… —murmuró, casi para sí misma, la voz del hombre, cada palabra activando cada fibra de su ser, erizando su piel.
Draco contuvo la respiración, ansioso por cualquier otro signo. De repente, la mirada de Hermione volvió a encontrarse con la suya, y hubo un asombro palpable en su rostro.
—Sí… creo que te he visto antes… —susurró, como si cada palabra fuese un paso hacia la luz de sus recuerdos perdidos.
Draco se deslizó unos centímetros más cerca. Sin poderlo evitar, extendió la mano y tocó suavemente su brazo izquierdo. La conexión fue inmediata, un estallido de energía que recorrió sus cuerpos. Hermione parpadeó, y en ese instante, un torrente de imágenes inundó su mente: risas, conversaciones en pasillos, secretos compartidos, momentos que habían tejido su vínculo en el pasado.
Hermione cerró los ojos con fuerza, luchando por asimilar lo que llegaba a raudales a su mente. Las brumas comenzaron a despejarse, y su voz salió en un susurro entrecortado.
—Draco… yo…
—Recuerdas, Hermione. Estoy aquí. —Él la animó, su voz suave como una caricia, infundiéndole valor. Cuando ella abrió los ojos, estaban llenos de brillantes lágrimas.
—Tú… en mis sueños… eras tú… —dijo con voz temblorosa.
—Sí, Hermione… Era yo, siempre buscándote… —respondió con amor.
Las palabras de Draco resonaron en su interior, desenterrando sentimientos que había creído perdidos. Poco a poco, una sonrisa comenzó a formarse en sus labios, iluminando su rostro.
—Lo siento… yo no te recordaba… —su voz temblaba, pero había en ella una claridad renovada— pero…
Se inclinó hacia él y acarició su rostro con ternura, como lo había hecho en Hogwarts tiempo atrás. Draco cerró los ojos. ¡Cuánto había extrañado su toque amoroso y comprensivo! Draco sonrió, sintiendo que el peso que llevaba en su pecho comenzaba a disiparse. Con un suspiro de alivio, se atrevió a abrazarla con fuerza, como si deseara recuperar el tiempo perdido. Ella se dejó caer en su abrazo.
—No tienes que disculparte —susurró a su oído—. Lo que importa es que estás aquí, conmigo.
Draco buscó a Harry, quien observaba a distancia, y le hizo un asentimiento en señal de agradecimiento. Harry le devolvió el gesto antes de entrar a la casa.
Hermione permaneció abrazada a Draco unos minutos, sintiendo la calidez de su pecho, su respiración tranquila, aspirando su aroma que ahora le resultaba tan familiar, escuchando el latido acelerado de su corazón. Alzó la vista hacia él y sonrió, para luego buscar sus labios y sellar con un tierno beso, todo lo que las palabras no podían expresar.
El contacto fue suave al inicio, como si temieran romper el hechizo, pero pronto se profundizó, convirtiéndose en algo más intenso, más real. Draco no podía creer que de verdad estuviera ocurriendo; Hermione sintiendo que cada pieza de su vida volvía a encajar, cada recuerdo, cada sentimiento que había sido olvidado, todo iba regresando poco a poco a su lugar.
—Te extrañaba… aunque no te recordaba —susurró embriagada de él—. No sabía cuánto hasta ahora.
Draco cerró los ojos, dejando que esas palabras llenaran su alma, permitiéndose por fin relajarse por completo, algo que no había podido hacer desde que ella había desaparecido de su vida.
—Yo también, Hermione… más de lo que podría expresar. —Su voz se había quebrado un poco, pero la sonrisa en su rostro reflejaba felicidad.
A medida que el sol se ponía en el horizonte, bañando el jardín con un cálido resplandor dorado. Juntos, permanecieron abrazados, disfrutando por primera vez, de un momento de paz, sin esconderse, sin temer al futuro.
—Nunca volveré a dejarte —prometió Draco, y en ese instante, las sombras del pasado comenzaron a desvanecerse, dejando espacio para un futuro lleno de posibilidades. Juntos harían que todo fuera posible.