
Entre Juegos y Destinos
El cálido sol de la Provenza iluminaba los exuberantes jardines del elegante resort Domaine de Manville, donde dos pequeños, cada uno por su lado, caminaban con un aire de independencia que solo los niños pueden tener.
Hermione Granger había logrado escabullirse del salón donde sus padres la habían dejado en compañía de una niñera mientras ellos asistían a un congreso dental. Aunque intentaba no alejarse demasiado, su curiosidad por conocer cosas nuevas siempre ganaba y la llevaba a explorar. El tiempo con su familia ese verano era maravilloso, pero los adultos parecían estar siempre ocupados con interminables charlas sobre dientes y encías que la aburrían, y ella necesitaba un poco de aire fresco. La hierba bajo sus sandalias le hacía cosquillas mientras deambulaba por los jardines, observando cada detalle, cada flor. Su cabello indomable se mecía al viento, libre de la mirada crítica de su madre que, como cada mañana, no había tenido tiempo de peinarla antes de salir.
Al otro lado del jardín, Draco Malfoy caminaba con pasos mucho más controlados, las manos en los bolsillos de su pantalón hecho a la medida. Su niñera le había dicho que no se moviera del vestíbulo mientras su madre atendía una reunión social, pero Draco tenía otras ideas. Había aprendido a ignorar la constante vigilancia y disfrutar de su soledad, aunque sabía que, si lo descubrieran, su madre no estaría nada contenta. El aire fresco del campo francés era un alivio de la pesada etiqueta que lo seguía a todas partes.
De repente, los dos se encontraron en un pequeño cruce de senderos, rodeados por setos altos y un par de fuentes de agua. Hermione lo vio primero, su mirada detenida en el cabello de un rubio tan claro que parecía casi blanco y el elegante traje que llevaba, como si hubiera salido de una revista de la realeza y que parecía fuera de lugar en un sitio como ese. Él la notó casi al instante, fijándose en sus dientes un tanto prominentes y su alborotada cabellera.
—¿Qué le pasó a tus dientes? —inquirió Draco en francés, pero al ver que la niña no había entendido, lo repitió esta vez en inglés.
Al comprender, Hermione frunció el ceño. Estaba cansada de que sus compañeros de escuela le preguntaran lo mismo o le dijeran que parecía un castor.
—Son mis dientes nuevos —respondió alzando la nariz con orgullo—. Papá dice que es normal que se vean grandes porque apenas soy una niña, pero que cuando crezca…
—¿Y a tu cabello? —la miró con interés—. Parece un arbusto…
—Tú… ¿estás enfermo? —devolvió ella la pregunta notando la palidez extrema de esa nívea piel.
El niño hizo un gesto enfurruñado y ni aún así se habían teñido sus mejillas.
—¿Por qué andas corbatín? —siguió preguntando intentando tocarlo, pero el chico fue más rápido y esquivó el contacto.
—¡No me toques! —ladró—. A madre no le gusta que me toquen cuando salimos al mundo muggle.
—¿Al mundo qué? —preguntó la niña abriendo mucho los ojos. Nunca antes había escuchado ese término. Draco se llevó las manos a la boca con nerviosismo. Así que estaba frente a una niña muggle. Con razón se veía tan diferente a Daphne, Astoria o Pansy, que siempre iban prolijamente peinadas y con elegantes vestidos de tafetán y encaje.
—No, no… a ninguna parte.
—Eres muy raro…
—¿Yo? —cuestionó levantando una ceja, viéndola con diversión. Eres la que pareces un zouwu —soltó el niño con una sonrisa arrogante recordando la foto en su libro Animales Fantásticos y dónde encontrarlos .
La niña frunció más el ceño sin prestar atención al extraño nombre que nunca había escuchado, sintiendo que las lágrimas estaban a punto de salir; pero no le daría esa satisfacción.
—Y tú pareces un muñeco de cera —respondió con más firmeza de la que sentía, cruzando los brazos. No sabía por qué le molestaba tanto el comentario de aquel niño. A veces sus compañeros en la escuela también se burlaban de sus dientes, pero este chico, con su traje impecable y su actitud altiva, parecía haber tocado una fibra más profunda.
Draco la miró sorprendido por la rapidez de su respuesta. No sabía que los niños muggles pudieran ser tan rápidos con las palabras. Siempre había creído que si alguna vez hablaba con uno, sería más listo que ellos, pero esta niña... algo en ella era diferente.
—Madre siempre me advierte que no hable con muggles —murmuró más para sí mismo, pero lo dijo en voz alta.
—¿Qué es muggles ? —preguntó Hermione, todavía confundida pero curiosa. Esa palabra seguía sonando extraña y algo en la manera en que el niño la dijo despertaba su interés; además de lo formal que era para referirse a su mamá.
Draco volvió a ponerse nervioso. Si su padre lo viera hablando con una muggle se enfadaría muchísimo, pero algo en ella, quizás la forma en que lo miraba, lo hizo querer saber más.
—¿Cómo te llamas?
—Hermione, ¿y tú?
—Draco.
—¿Draco? ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Siempre usas palabras tan extrañas?
—No son extrañas, tú eres la rara —dijo cruzándose de brazos. Hermione parpadeó, aún más confundida, pero decidida a no dejarse intimidar por ese niño tan peculiar—. Eres diferente a las niñas que conozco.
—¿Y qué tiene de raro eso? Ser diferente no es malo. —Hermione había levantado su mentón con orgullo. Es lo que su padre siempre le decía cuando ella se quejaba de los otros niños que eran malos con ella por su apariencia o por su constante ansia de aprender—. Mamá dice que si todos fuéramos iguales, el mundo sería muy aburrido.
Draco la miró, evaluándola por un instante más. Era cierto que esa chica no era como los demás niños con los que solía cruzarse. A pesar de ser muggle, había algo en ella que lo desconcertaba y, al mismo tiempo, lo mantenía ahí, hablando.
—Supongo que los muggles no son como creí… —murmuró más para sí mismo, pero Hermione lo había escuchado.
—¿Otra vez? Dime ya qué es eso de muggles —exigió.
Draco iba a responder, pero escucharon un ruido detrás de ellos y ambos se giraron al mismo tiempo mientras escudriñaban a su alrededor. La niñera de Hermione apareció a la distancia caminando presurosa, evidentemente buscándola, y no muy lejos de ella, la niñera de Draco también avanzaba con expresión preocupada.
Draco miró a Hermione por última vez antes de susurrar con una sonrisa traviesa:
—Creo que nos buscan. Corre antes de que te atrapen.
Y sin esperar respuesta, salió disparado hacia el otro lado del jardín, dejándola allí con la incertidumbre de si volvería a verlo.
La noche siguiente, Hermione se encontraba en la terraza del comedor principal del resort, específicamente en la terraza, en la cena de clausura del congreso dental. De repente, su mirada se desvió hacia la entrada principal. Draco iba acompañado, lo más seguro, de sus padres quienes, como él, vestían atuendos tan serios que parecían fuera de lugar, y caminaban hacia la sección exclusiva del comedor. Los ojos de los niños se encontraron por unos instantes; Draco le dedicó una breve pero significativa sonrisa. Hermione respondió con un pequeño gesto de la mano. Una mirada cómplice que la había emocionado, aunque lamentaba no volver a encontrarse con él puesto que al día siguiente regresaban a Inglaterra.
Sin embargo, el destino volvió a juntarlos una hora después cerca del jardín, donde ambos parecían haber escapado, esta vez del escrutinio de sus padres, quienes parecían haberse olvidado de ellos al estar inmersos en interminables conversaciones.
Hermione llevaba consigo un libro de colorear de Rainbow Brite y una caja de lápices de color, y sentada en una de las mesas del jardín, se encontraba concentrada pintando. Estaba tan absorta en su tarea que no notó que Draco se acercaba. El niño, también escapando de la vigilancia de su niñera, se había dirigido hacia el jardín, buscando algo de aire fresco.
—¡Hola, Hermione! —la saludó acercándose con curiosidad. La niña levantó la vista, sorprendida de verlo.
—¡Oh, hola, Draco! —respondió con una sonrisa, volviendo a enfocarse en su libro—. Mira, estoy coloreando a Rainbow Brite. ¿Cuál es tu personaje favorito? El mío es Violet.
Draco se inclinó para mirar el libro.
— Rainbow Brite —repitió, frunciendo el ceño—. ¿Qué es eso?
—No es posible que no sepas quién es Rainbow Brite. No me pierdo esa serie todas las tardes después de la escuela. —Draco no entendía nada de lo que hablaba y ella lo notó—. Oh, ya entiendo… ¿Eres de esos niños a los que no los dejan ver televisión? —dijo viéndolo con lástima.
—¿Tele… qué? —preguntó con confusión—. Mira quién usa ahora las palabras raras…
—¿No te portas bien? —le preguntó casi susurrando, acercándose al niño, quien se alejó intuitivamente para evitar el contacto.
—Yo siempre me porto bien para poder montar mi escoba… —replicó frunciendo el ceño. Hermione dejó el lápiz y empezó a reír.
—¿Así le dices a tu bicicleta? Qué interesante… Yo tengo una BMX de Rainbow Brite, pero le digo, simplemente, bicicleta. —Se alzó de hombros con indiferencia.
Draco sacudió la cabeza sin comprender a qué se refería. Había cometido otro error hablando sobre cosas del mundo mágico. Por lo visto, era lo realmente complicado de relacionarse con muggles. Pero aún así, la chica lo intrigaba. Lástima que quizá no la vería nunca más puesto que esa noche regresaban a Malfoy Manor por medio de un traslador. Su padre había comprado el viñedo que le ofrecían y ya no había más que hacer en ese lugar.
Hermione siguió coloreando y él tomó un lápiz verde y con pereza empezó a colorear la copa de un árbol, copiando los movimientos de la niña, mientras ella hablaba sobre los otros personajes.
La curiosidad los había unido en ese momento, creando una pequeña y sincera amistad sin saber que cinco años después, el destino los reencontraría en un tren camino al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Allí descubrirían que sus caminos debían seguir separados debido a que no podrían ser amigos precisamente por pertenecer ambos a herencias de sangre mágica diferentes. También, donde años después, una absurda guerra propiciada por un mago oscuro los pondría en bandos opuestos.
Aquella amistad que una vez floreció en la Provenza quedaría en el olvido… quizá para siempre…