
Ya no te amo
—Ya no te amo —dijo Draco con el miedo reflejado en su voz. No podía dejar que ella se alejara, no podía perderla—, al menos no como lo hacen los que creen amar a alguien. Mi amor por ti ha trascendido, Hermione, es más profundo, va más allá de esta vida. Lo que siento por ti no tiene palabras conocidas en este mundo, pero existe, este sentimiento existe ...y me consume de una manera que no puedo controlar. No es el amor que aparece en los libros que amas o que se pronuncia en promesas vacías. Y aún así, estoy acá, como un simple mortal, con un ridículo ramo de flores porque Blaise dijo que lo necesitaba para que me perdones, suplicando como lo haría cualquier otro solo porque no quiero pasar un momento más lejos de ti.
Draco la había esperado toda la tarde en la puerta de su oficina. Hermione se había negado a atenderlo usando un Muffliato para no escuchar lo que pasaba en el exterior, pero él sabía que ella tenía que salir en algún momento, ya que no podían aparecerse dentro del ministerio ni tenía Red Flu. Estaba consciente de que había cometido el peor error de su vida y necesitaba enmendarlo pronto.
Hermione, quien al salir del despacho lo había ignorado siguiendo su camino para llevarle unos documentos a Kingsley Shacklebolt, se detuvo ante aquellas palabras que aceleraron su corazón, pero aún así, manteniéndose firme, dándole la espalda y aferrándose a unos papeles, como si con eso pudiera evitar sentir esas palabras en lo más profundo de su piel y de su ser. Estaba dolida porque se había sentido traicionada. Draco había negado sus sentimientos ante Harry horas atrás.
Por pura casualidad, Hermione lo había escuchado y no quería ceder tan fácil. Estaba muy herida.
—Entiendo tu enojo. No debí negar mis sentimientos cuando Potter me preguntó si tenía algo contigo. —Hizo una mueca de dolor por haber sido tan cobarde—. El maldito es tan perspicaz que me tomó por sorpresa, pero es que es Potter, tu mejor amigo, el condenado-niño-que-vivió-Potter. Hermione, entiéndeme. Me sentí acorralado y fue más fácil mentirle. Ya sabes que la valentía no es precisamente mi fuerte. Pero bien sabes que sí te amo, que eres mi mundo entero…
Draco se había ido acercando lentamente, cerrando el espacio que lo separaba de ella y que se sentía como un abismo, pero que eran escasos dos metros.
—Yo te oí muy convincente —habló al fin Hermione recordando ese momento en la Sala de Juntas esa mañana.
Ella se había devuelto por su pluma de fénix luego de terminar una reunión de jefaturas y se había encontrado a Harry y Draco hablando de ella. Su novio le había asegurado a su mejor amigo que no la amaba, que jamás estaría con ella. Hermione pudo leer en aquellos hermosos ojos grises que el mundo se derrumbaba dentro del mago cuando se percató de la presencia de la bruja, tras de todo, evidenciando ante Harry que había mentido. Draco había salido tras ella, gritando a todo pulmón que perdonara su idiotez. Por supuesto, después de ese espectáculo, su relación, si es que todavía había una, ya no era un secreto para nadie.
En octavo año, Draco y Hermione se habían vuelto más o menos amistosos gracias a los EXTASIS. Eran tan pocos los que habían regresado a Hogwarts para concluir sus estudios, que había sido más fácil hacer un solo grupo por lo que coincidían en todas las clases, en la biblioteca, en sus horas de estudio y en las libres. Se habían ido acercando cada vez más hasta el punto de que ambos habían descubierto, pocos meses antes de graduarse, que había cierto tipo de atracción. Que coincidieran trabajando en el Ministerio de Magia les había permitido conocerse y tratarse aún más; sin embargo, lo habían mantenido en secreto durante más de un año; aunque, por supuesto, no había pasado desapercibido para el gran observador que era Harry, gracias a que cada vez les era más difícil controlarse o disimularlo.
Neville se acercó con gesto preocupado al ver la situación y le preguntó a Hermione si todo estaba bien.
—Sí, gracias Neville... —respondió ella intentando sonreír—. Ya te alcanzo en lo de Kingsley. Debo llevarle estos informes y…
—Dile que la amo, Longbottom —interrumpió Draco, dirigiéndose a Neville, quien se había quedado de una pieza—. Dile que la amo más que a mi vida y que reconozco que soy un gran idiota por haberlo negado.
Era la primera vez desde hacía muchos años que Draco no se dirigía hacia él con un insulto. Neville tartamudeó, aunque hacía mucho que ya no le temía. Hermione entendió que Draco debía estar realmente arrepentido, pero, sobre todo, desesperado si involucraba a Neville en la situación. Cierto, Draco había cambiado; de otro modo ella jamás se hubiera relacionado con él, pero ya que hablara con uno de sus amigos pasaba a otro nivel, pues nunca había hecho el más mínimo esfuerzo por ser amable ni siquiera con Harry o Ron.
—No te preocupes, Neville, ya te alcanzo.
El muchacho asintió y salió casi corriendo. Hermione se volteó para enfrentar a Draco cuyo rostro era una súplica. El corazón de la bruja se contrajo al ver la tristeza y el arrepentimiento reflejados en su mirada. Aunque, al mismo tiempo, casi se sintió feliz porque él se sintiera miserable; al fin y al cabo se lo merecía. Ella no lo había pasado nada bien las horas atrás y, si no se reflejaba en sus ojos que había llorado tontamente, era gracias a los hechizos de glamour. Pero quería hacerlo sufrir más.
Draco volvió a acortar distancia hasta quedar a pocos pasos. Ella pudo notar el ramo: flores silvestres de diferentes colores, sus favoritas. Esas no se vendían en cualquier lugar. Draco había tenido que hacer un gran esfuerzo por conseguirlo, algo más allá de lo monetario.
—Dime qué debo hacer para que me perdones —susurró, su piel respondiendo a su voz como en las tantas veces que habían estado juntos—, pero en especial, para demostrarte que te amo más allá de lo que la palabra amor representa… Por favor, Hermione…
Los segundos pasaban y Draco empezó a sentir terror de lo que venía; había caído en el infierno por un estúpido error y se lo tenía merecido. Ella no lo perdonaría, no esta vez. Si lo viera su padre, seguro que lo molería a Cruciatus por lo que iba a hacer, pero… quizá si se arrodillaba…
Hermione seguía con la mirada fija en el rostro de Draco. Jamás lo había visto así de compungido. Sin embargo, la tenía aún más nerviosa la horda de curiosos que parecían estarse pasando por esa parte del ministerio, usualmente poco concurrida, solo para verlos. Quizá había sido mala idea no haber recibido a Draco en el interior de la oficina, ahora serían fuente de chismes durante días. Bien decía su madre que «la ropa sucia se lavaba en casa».
Draco estaba a punto de caer de rodillas cuando la voz de Harry sacó a ambos del duelo de miradas que sostenían.
—¿Podrían, por favor, venir los dos a mi oficina? —preguntó con voz de mandato que no dejaba campo para negaciones. Ambos dieron un respingo y, obedientes, salieron caminando tras el auror.
Harry tenía los ojos brillantes y una media sonrisa que dejó a Hermione con miles de preguntas.
—¿De verdad ustedes creen que son los únicos que saben que tienen más de un año como pareja? Es un secreto a voces, Hermione.
La bruja tragó saliva con dificultad.
—Pero… —tartamudeó.
—No fue casualidad lo de esta mañana —dijo viendo a su mejor amiga—. Sabía que llegarías por la pluma. Yo la tomé —sonrió con picardía—, porque me dije que no aguantaba un minuto más de miradas «disimuladas» entre los dos. Todos lo sabemos.
—¿Quiénes son todos ? —inquirió Draco más pálido que nunca aún aferrado al gigante ramo de flores. Hermione había soltado las hojas por la impresión.
Harry se alzó de hombros con aire despreocupado.
—Todos por acá, al menos, y si han sido así de sutiles en otros lados, supongo que también lo sabrán tus padres —dijo viendo a Draco levantando una ceja con gesto travieso.
Hermione se llevó las manos a la boca para ahogar un grito. Los Malfoy no podían… jamás debían saberlo…
—Por eso les pido que hagan la caridad con el resto de nosotros: bésense y déjense de secretos absurdos y enojos sin sentido —dijo esto viendo a Hermione—. Lo que todos queremos es que dejen de comportarse como unos idiotas que no saben disimular su enamoramiento y así podremos dejar fingir que no sabemos que se aman. —Hermione y Draco intercambiaron una mirada atónita—. Necesitamos paz. Y esta fue la única manera que se me ocurrió para hacerlo público, puesto que a ustedes no se les ocurre ninguna luego de tantos meses.
Hermione quería matar a Harry, Draco quería que se lo tragara Nagini.
—Me iré unos minutos, si es que eso les ayuda. Y por cierto, Malfoy —dijo deteniéndose en la puerta—, si vas a seguir con eso de los ramos de flores, intenta algo más discreto la próxima vez, algo que no cause tanto revuelo entre los demás compañeros del ministerio. Todos han tenido que ver algo con tu intento de disculpa. ¿Sabes? Es que entre más grande el ramo, más grande es el desastre que intentas arreglar —le guiñó un ojo, esbozando una sonrisa socarrona. Por supuesto que estaba disfrutando de la escena que había montado la parejita.
Draco entrecerró los ojos, claramente molesto, pero al mismo tiempo resignado.
—Sigue metiéndote en lo que no te importa y te enviaré uno más grande por tu cumpleaños con una aullador que se escuche hasta China diciendo: «Gracias por entrometerte, Cabeza rajada».
Harry rió entre dientes. No eran amigos, pero atrás habían quedado las rivalidades absurdas de los primeros años.
—Lo esperaré con ansias —y guiñando un ojo de nuevo, salió de la habitación.
El aire se sintió denso en el momento en que Harry cerró la puerta, ninguno de los dos se atrevía a romper la tensión. Hermione se había dirigido a la ventana, los documentos de Kingsley olvidados en el suelo. Se había cruzado de brazos para no evidenciar un ligero temblor de manos. Draco permaneció de pie, unos pasos detrás, observándola en silencio, sintiendo el peso de las palabras no dichas.
Finalmente, él rompió la quietud.
—Hermione —su voz era suave, casi un susurro—, no me gusta estar así contigo. No puedo soportarlo.
Ella cerró los ojos por un momento, respirando hondo, antes de girarse para mirarlo. La expresión del mago era una mezcla de sentimientos.
—Tampoco me gusta, pero… —su voz se quebró un poco—, no sé por qué siempre estamos en un subibaja en nuestra relación… No sé si debemos continuar…
Draco dio un paso hacia ella, su rostro más vulnerable de lo que jamás había mostrado. Se agachó ligeramente, colocando su frente con la de ella, un contacto que ambos disfrutaban mucho, sus ojos conectando con los de la joven.
—No tenemos que volver a escondernos. ¿No es eso algo bueno? Estoy seguro que todo irá para mejor. —Dudó un segundo antes de susurrar—. Por favor, déjame demostrarte cuánto te amo, esta vez frente al mundo entero.
El corazón de Hermione dio un vuelco. Las palabras de Draco eran sinceras, tan sinceras que dolían. Ella lo había visto luchar con sus emociones, lo había visto cambiar, y ahora, verlo bajar sus defensas le mostraba a alguien que no imaginó conocer.
—Tus padres… ¿de verdad lo sabrán? —preguntó sin esconder su miedo, pero con una pequeña sonrisa
—Si lo saben y no me han dicho nada, es una buena señal. Y si no lo saben, me importa un escreguto de cola explosiva. Que se enteren y se envenenen solos porque nada de lo que digan logrará separarme de ti.
Y en ese instante, bajo la tenue luz del ocaso en el exterior, ambos supieron que, aunque el camino sería complicado, estaban dispuestos a recorrerlo juntos, esta vez sin esconderse. Un beso que sabía a necesidad y perdón los unió.
Afuera, apenas viéndolos por unos instantes cuando entreabrió la puerta, Harry sonrió. Ginny estaría feliz de molestar a la parejita a su antojo.
Curiosas eran las vueltas que daba el destino.