Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts

House of the Dragon (TV) A Song of Ice and Fire - George R. R. Martin Harry Potter - J. K. Rowling
F/M
G
Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts
Summary
Tras una muerte marcada por traiciones y fuego, Rhaenyra Targaryen renace en el misterioso mundo de Hogwarts, acompañada de sus hermanos menores, Aegon y Aemond, quienes, a pesar de tener la apariencia de niños, conservan la sabiduría y cicatrices de sus vidas pasadas. Bajo la protección de Albus Dumbledore, Rhaenyra lucha por adaptarse a un universo lleno de secretos y magia desconocida. Sin embargo, su poder y legado no pasan desapercibidos para Tom Riddle, el carismático y oscuro profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, quien la ve como una aliada potencial y a la vez una peligrosa amenaza. Mientras los lazos entre los tres hermanos se ponen a prueba, deberán enfrentarse no solo a su turbulento pasado, sino también a las sombras que amenazan con aplastar su futuro.
All Chapters Forward

"La ceremonia de selección"

Rhaenyra entró al Gran Comedor con una mezcla de anticipación y nerviosismo. La puerta se abrió lentamente, y todos los ojos en la sala se volvieron hacia ella. El Gran Comedor estaba lleno de alumnos, sus miradas fijas en la nueva alumna que avanzaba por el pasillo central. Las cuatro largas mesas estaban dispuestas, con estudiantes en cada una, organizados en sus respectivas casas. A cada lado del salón, las mesas reflejaban el colorido de las casas: rojo para Gryffindor, azul para Ravenclaw, amarillo para Hufflepuff, y verde para Slytherin. Las miradas la seguían, llenas de curiosidad y murmullos entre los estudiantes; una chica mayor, extranjera y nueva en Hogwarts era algo que siempre despertaba intriga.

Rhaenyra sintió cada paso mientras avanzaba, sus ojos vagando alrededor del salón, captando cada detalle con una mezcla de maravilla y determinación. Las antorchas en las paredes iluminaban el techo encantado, donde el cielo nocturno brillaba con estrellas dispersas. Los estandartes de las casas colgaban majestuosos, y la atmósfera estaba cargada de magia y expectación. Trató de mantener una expresión tranquila y segura, aunque en su pecho sentía que el corazón latía con fuerza. Desde el extremo de la sala, vio a sus hermanos, Aegon y Aemond, quienes observaban la ceremonia desde el lugar de honor junto a Dumbledore. Aegon le sonrió, un gesto de apoyo y orgullo que la reconfortó, mientras Aemond mantenía su rostro serio, sus ojos no dejaban de seguir sus movimientos, atento.

El profesorado estaba sentado a la mesa, justo en frente de ella, y Rhaenyra notó la variedad de expresiones en sus rostros. Algunos la miraban con interés, otros con neutralidad, y entre ellos estaba Tom Riddle, quien la observaba intensamente, como si intentara comprenderla con solo una mirada. A su lado, Dumbledore le dedicó una sonrisa calmada y tranquilizadora, como si supiera lo que estaba sintiendo y quisiera transmitirle confianza. Esa simple sonrisa la hizo sentir un poco más segura, le recordaba que no estaba sola, que aquí también había alguien que la apoyaba en este nuevo comienzo.

Finalmente, llegó al taburete. La profesora Galatea Merrythought, una mujer de cabello plateado y una mirada amable, sostenía el Sombrero Seleccionador en sus manos, esperándola con una leve sonrisa. Rhaenyra tragó saliva, sintiendo la emoción en cada fibra de su ser. Este momento era crucial, una marca en su vida que la separaría de todo lo que había conocido en Westeros, dándole la oportunidad de comenzar de nuevo.

—Toma asiento, Rhaenyra Targaryen —le dijo Galatea con un tono amable, indicándole el taburete.

Rhaenyra asintió y se sentó, sus manos descansando tensamente en su regazo. La profesora le colocó el Sombrero Seleccionador en la cabeza, y la tela suave le cubrió los ojos, bloqueando la vista de las miradas curiosas y expectantes que la rodeaban. En ese instante, una voz comenzó a resonar dentro de su mente, baja y calculadora.

—Vaya, vaya... —murmuró el Sombrero, como si evaluara cada rincón de su ser—. Tienes mucho en tu corazón, ¿verdad? Dolor, ambición, una sed de grandeza... y un deseo de protección. Has pasado por tanto, princesa Targaryen.

Rhaenyra tragó en seco, sintiendo cómo el Sombrero revisaba cada rincón de sus pensamientos, cada decisión y cada sacrificio que había hecho para llegar hasta allí. Sabía que el Sombrero estaba viendo todo: el dolor de la guerra, el amor por su familia, las traiciones que había enfrentado, y su resolución para dejar todo eso atrás.

—Podrías ser una gran líder en Gryffindor, tienes el coraje y la determinación —continuó la voz, reflexiva—. Pero también veo astucia, una habilidad para manipular y persuadir cuando es necesario... rasgos que encajarían perfectamente en Slytherin. ¿Qué hacer contigo, Rhaenyra?

La mención de Gryffindor le provocó una mezcla de emociones; un deseo de pertenecer a la casa de los valientes, de aquellos que defendían sus ideales con tenacidad. Pero, al mismo tiempo, la idea de Slytherin la tentaba. Sabía que dentro de ella también existía esa ambición y determinación, la misma que había visto en su familia, los Targaryen. Sintió que pertenecer a Slytherin no solo le daría una oportunidad para explorar ese lado de sí misma, sino también para protegerse de este mundo desconocido.

—Sí, Slytherin es el lugar para ti, muchacha... no tengo dudas —murmuró el Sombrero finalmente—. SLYTHERIN.

La voz del Sombrero fue clara y definitiva, resonando por todo el Gran Comedor. Al instante, la mesa de Slytherin estalló en aplausos, los estudiantes vitoreando y celebrando su llegada. Los murmullos de sorpresa y curiosidad se hicieron notar en las otras mesas. Rhaenyra, quitándose el Sombrero Seleccionador, sintió una oleada de emociones: alivio, emoción y una pizca de orgullo. A pesar de todo, había sido elegida, había encontrado su lugar.

Al mirar hacia la mesa de profesores, vio a Dumbledore, quien le dedicó otra sonrisa cálida. Sus hermanos, Aegon y Aemond, la observaban con rostros que mezclaban alivio y alegría. Aegon le guiñó el ojo, como si compartiera su emoción, mientras que Aemond solo asintió con la cabeza, pero su expresión era evidente: estaban orgullosos de ella. Sus rostros infantiles ocultaban una madurez y un apoyo que la hicieron sentir profundamente acompañada.

Caminó hacia la mesa de Slytherin, donde varios estudiantes se apartaron para hacerle espacio, algunos con sonrisas de bienvenida, otros observándola con más curiosidad que simpatía. Sin embargo, Rhaenyra sentía que este era su lugar. Al sentarse, dejó escapar el aire que había contenido sin darse cuenta y permitió que la emoción del momento la envolviera. Había sido aceptada en una nueva familia, en un lugar que le prometía aventuras y desafíos diferentes, y donde podría construir algo nuevo para ella y sus hermanos.

Rhaenyra comenzó a relajarse en la mesa de Slytherin, rodeada de estudiantes que conversaban entre ellos, celebrando y brindando por el inicio de un nuevo curso. Los platillos que llenaban la mesa parecían nunca acabar: carnes asadas, panes, frutas frescas y dulces tentadores. Sin embargo, Rhaenyra apenas prestaba atención a la comida; su mente aún divagaba entre los recuerdos de su selección y la presencia de sus hermanos observándola desde la distancia. Cada tanto, sus ojos se desviaban hacia ellos en la mesa de profesores, donde Aegon y Aemond seguían atentos a ella, aunque Aegon ahora le daba más atención a un pastel frente a él. La imagen de ambos allí, protegidos y vigilados por Dumbledore, le daba un inusual sentido de calma.

Mientras mordía un trozo de pan y observaba el bullicio en la mesa, un joven se sentó frente a ella. Al principio, no lo notó, pero cuando él se inclinó para captar su atención, algo en su rostro la hizo congelarse: había algo en su semblante que, por un momento, le recordó a su hijo Jacaerys. Su cabello oscuro, los ojos atentos y un aire de curiosidad en su expresión le resultaron desconcertantemente familiares. Sin embargo, al enfocarse en sus detalles, se dio cuenta de que el parecido era solo una sombra, una coincidencia superficial. Este joven no tenía la misma mirada bondadosa de Jace; sus ojos eran oscuros, profundos, y albergaban una intensidad que Rhaenyra no reconocía.

—Eres la nueva estudiante, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa suave, aunque sus ojos destellaban con una emoción difícil de descifrar.

Rhaenyra asintió, sin dejar de analizarlo.

—Sí, soy Rhaenyra Targaryen.

—Targaryen... —repitió, como si saboreara cada sílaba—. Un apellido interesante. Yo soy Orion Black. Mi familia es una de las más antiguas y respetadas en el mundo mágico. Si alguna vez necesitas orientación aquí en Slytherin, no dudes en decírmelo.

Rhaenyra le devolvió una leve sonrisa, sin confiarse demasiado. Algo en su tono y en sus palabras tenía un aire de presunción que le hacía levantar la guardia.

—Gracias por el ofrecimiento, Orion —respondió cortésmente—. Aún tengo mucho que descubrir aquí, eso es seguro.

Orion la miró con una sonrisa más amplia, una que no lograba alcanzar sus ojos. A medida que comenzaba a hablar, Rhaenyra notó una pasión algo extraña en sus palabras, una intensidad que iba más allá de la simple amabilidad.

—La casa de Slytherin tiene mucho que ofrecer, ya lo verás. Somos los verdaderos herederos de la magia antigua, y el linaje y la pureza de la sangre son aspectos de suma importancia. —Hizo una pausa, como si esperara ver su reacción antes de continuar—. Me alegra que hayas sido elegida para nuestra casa. Slytherin es, sin lugar a dudas, la mejor casa de Hogwarts. Aquí es donde están las familias más nobles y puras.

A Rhaenyra, aunque acostumbrada a los temas de linaje y herencia en Westeros, le incomodó el fanatismo en su voz.

—¿Y crees que la pureza de la sangre lo es todo? —preguntó, manteniendo una sonrisa educada.

Orion la observó, como si estuviera sopesando sus palabras, y luego asintió con firmeza.

—La pureza es lo que preserva la grandeza de nuestro mundo. La magia es un legado que debemos proteger de aquellos que no la entienden ni la respetan. Algunos aquí en Hogwarts no comprenden la importancia de mantener intacta nuestra herencia. Muchos de los que no son de Slytherin se asocian con... —dudó un momento, como si buscara una palabra menos hiriente— aquellos de sangre impura. Pero no te preocupes, si te rodeas de las personas adecuadas, pronto conocerás las ventajas de pertenecer a una familia antigua como la mía.

Rhaenyra lo observó con atención. Aunque no compartía su visión, sus palabras le revelaban mucho sobre la dinámica en este nuevo mundo. Observó a Orion mientras hablaba, captando su orgullo y su desprecio apenas disimulado hacia otros. Era evidente que él valoraba la posición y la "pureza" más que cualquier otra cosa, lo cual le resultaba familiar, aunque peligroso.

—Ya veo —respondió con calma—. Cada casa tiene sus particularidades, supongo.

Orion la miró con una sonrisa ligeramente condescendiente.

—Tienes razón, pero no te confundas. —Levantó la barbilla, adoptando un aire casi altivo—. Ser parte de Slytherin es ser parte de una élite. La grandeza de este mundo pertenece a aquellos que comprenden su legado. —Hizo una pausa, y luego agregó—. Si te juntas conmigo y con los de nuestras familias, tu estancia aquí será mucho más... beneficiosa.

Rhaenyra mantuvo su expresión serena, aunque no dejaba de analizarlo. Podía ver el carisma que Orion poseía, una habilidad para hablar con confianza que hacía que sus palabras tuvieran peso. Sin embargo, también notaba un cierto desdén en sus ojos, una actitud que dejaba claro que consideraba a otros como inferiores. La nobleza y el orgullo parecían estar profundamente arraigados en él, de una manera que le recordaba a ciertas figuras en la corte de Desembarco del Rey, figuras que siempre estaban atentas a los beneficios que podían sacar de cada situación.

—Entonces, tú dices que este... estatus es lo más importante —comentó Rhaenyra, dándole espacio para continuar, interesada en ver hasta dónde llevaría su discurso.

—Así es, Rhaenyra. —Orion se inclinó un poco más cerca, como si compartiera un secreto—. Los lazos de sangre y el poder de nuestras familias son lo que nos asegura respeto y autoridad en el mundo mágico. Los que no son como nosotros... —soltó una risa baja— simplemente no comprenden lo que significa pertenecer a algo tan grande.

La cena continuaba, pero Rhaenyra apenas había tocado su comida, embelesada en la extraña conversación que mantenía con Orion. Aunque había un aire de arrogancia en él que la incomodaba, no podía negar que su postura era una muestra interesante de la cultura de este mundo. Sus ojos observaban cada gesto, cada palabra con la que Orion se expresaba. No había duda de que estaba orgulloso de su linaje, un orgullo casi exacerbado que rayaba en lo fanático, pero su seguridad en sí mismo le recordaba por momentos a su propio linaje, a su apellido y todo lo que eso significaba en Westeros.

—Es bueno saberlo —respondió, con un tono neutral—. Aunque prefiero tomarme un tiempo para conocer este lugar antes de... formarme opiniones.

Orion sonrió, como si aprobara su respuesta. Había algo en él que parecía tranquilizarse cuando la escuchaba hablar con cautela, y eso hizo que Rhaenyra se percatara de que, para él, esta conversación era una suerte de prueba.

—Eres inteligente, Rhaenyra —dijo, observándola con algo que se parecía a la admiración—. Me gusta cómo piensas. Slytherin necesita mentes como la tuya.

Rhaenyra le devolvió una sonrisa ligera, agradecida por el cumplido, aunque no del todo convencida por sus creencias. Sabía que, de alguna manera, este mundo compartía similitudes con Westeros, donde el linaje y el poder definían gran parte de la vida de las personas. Sin embargo, ella había visto a dónde podían llevar las obsesiones con la pureza y el control, y no estaba segura de querer adoptar esa perspectiva aquí.

—Gracias, Orion. —Apenas terminó la frase, notó que los postres comenzaban a aparecer sobre la mesa, y aprovechó para tomar un pequeño pastel—. Creo que, después de todo, este será un año interesante en Slytherin.

Mientras la cena llegaba a su fin, Albus Dumbledore se levantó en la mesa de los profesores. Los murmullos y las risas entre los estudiantes fueron apagándose hasta que se hizo un respetuoso silencio. Dumbledore alzó las manos y les dedicó a todos una sonrisa cálida y acogedora.

—Bienvenidos nuevamente a Hogwarts —comenzó, su voz resonando con claridad en el vasto salón—. Me llena de alegría ver rostros familiares y nuevos por igual. Este será, sin duda, un año de descubrimiento, de aprendizaje y de unión entre nosotros. Recuerden siempre que la magia que poseemos no solo nos diferencia, sino que también nos une, y que esta escuela es un refugio donde cada uno de ustedes puede crecer en conocimiento y carácter.

Rhaenyra, aún sentada en la mesa de Slytherin, observó a Dumbledore con interés, sintiéndose envuelta en el ambiente solemne que se creaba en torno a sus palabras. Había algo tranquilizador en la figura de Dumbledore, como si cada palabra que dijera les diera a todos una razón para sentirse a salvo y en casa. Al mirar brevemente hacia la mesa de los profesores, notó la presencia de Tom Riddle. Estaba sentado un poco apartado, observándola con una intensidad que parecía sutil pero ineludible. Cuando sus miradas se cruzaron, él le dedicó una sonrisa apenas perceptible, lo cual le provocó un leve escalofrío. Era la sensación de ser observada, evaluada, como si estuviera siendo puesta a prueba de alguna manera.

Dumbledore finalizó su discurso con unas últimas palabras de ánimo y luego, con un gesto de las manos, anunció el final de la cena. Los estudiantes comenzaron a levantarse y a charlar animadamente, mientras los prefectos organizaban a los de primer año para guiarlos a sus dormitorios.

Orion Black, aún junto a Rhaenyra, le ofreció una ligera sonrisa.

—¿Lista para ver la sala común de Slytherin? —preguntó con un brillo en los ojos—Es diferente a todo lo que has visto, te lo aseguro.

Rhaenyra asintió, su curiosidad encendida. A pesar de la ligera aprensión que sentía hacia Orion, no podía negar que le intrigaba lo que este nuevo mundo tenía para ofrecer. Caminaron juntos hacia la salida del Gran Comedor, donde otros estudiantes de Slytherin ya formaban un grupo compacto, hablando entre ellos. La atmósfera en la mesa había sido densa, con un ambiente de camaradería que parecía estar teñido por una sutil competencia.

Orion la guió por los pasillos, abriéndose paso a través de las sombras que proyectaban las antorchas en las paredes de piedra. A medida que avanzaban, el castillo parecía volverse más sombrío y silencioso. Rhaenyra notó que el camino descendía, llevándolos cada vez más lejos de las zonas comunes del castillo y de los murmullos de las demás casas.

—La sala común de Slytherin está en las mazmorras —le explicó Orion con una sonrisa—. Así que tenemos el privilegio de estar alejados del bullicio de las otras casas. Y además... tenemos un entorno bastante especial.

—¿Mazmorras? —repitió Rhaenyra, sintiendo una mezcla de desconcierto y emoción. Su mente voló brevemente a las frías y oscuras prisiones que había conocido en Desembarco del Rey, pero se obligó a dejar esas ideas de lado y centrarse en las palabras de Orion.

Después de algunos giros en pasillos oscuros y húmedos, finalmente llegaron a una pared lisa de piedra. Orion se detuvo frente a ella y le susurró una palabra en voz baja que Rhaenyra no alcanzó a escuchar. La pared se abrió lentamente, revelando un pasadizo hacia la sala común. Orion la invitó a entrar primero con un leve movimiento de la mano.

La sala común de Slytherin era, en efecto, como nada que Rhaenyra hubiera visto. La habitación era espaciosa y estaba decorada en tonos de verde oscuro y plata, iluminada tenuemente por lámparas de luz verde que proyectaban un brillo inquietante pero seductor. Las paredes de piedra estaban adornadas con estandartes de la casa Slytherin, y desde las ventanas se podía ver el oscuro y profundo Lago Negro, cuyos reflejos oscilaban como sombras danzantes, haciendo que el ambiente pareciera aún más misterioso.

En el centro de la sala había sillones de cuero verde oscuro y mesas bajas, donde algunos estudiantes se habían sentado a charlar en voz baja. Las chimeneas, a cada lado de la sala, arrojaban un calor tenue, aunque el ambiente en general mantenía una sensación fría y casi subacuática, debido a la conexión con el Lago Negro. Era como si la misma esencia de la casa Slytherin emanara de cada rincón, de cada sombra.

Rhaenyra se detuvo un momento en la entrada, impresionada. La sala común irradiaba un aire de exclusividad y poder, algo que se podía sentir en el mismo ambiente. Sin embargo, también era un espacio opresivo, que parecía exigirle una fuerza y una astucia que se alineaban con las características que había oído de la casa Slytherin.

—Impresionante, ¿verdad? —comentó Orion, que había estado observando su reacción—. Es como estar en otro mundo, y es algo que solo los Slytherins llegamos a experimentar.

Rhaenyra asintió, tomando asiento en uno de los sillones junto a él. Orion continuó hablando, explicándole algunos detalles sobre la casa y las costumbres de los estudiantes de Slytherin, sobre las cuales ella escuchaba atentamente, intentando entender la dinámica de su nueva casa. Algunos otros estudiantes se unieron a la conversación, compartiendo sus experiencias y describiendo las tradiciones de Slytherin con un fervor que a Rhaenyra le recordó a las antiguas casas nobles de Westeros.

Mientras los estudiantes hablaban, Rhaenyra no podía evitar notar la actitud de algunos de ellos: miradas evaluadoras, como si estuvieran estudiando cada uno de sus movimientos. Aunque la mayoría se mostraba amistosa, había una sensación latente de competencia, un deseo de demostrar quién era el más digno de destacar.

Orion, percibiendo la intensidad de las miradas, se inclinó hacia ella y susurró:

—Recuerda, Rhaenyra, en esta casa la astucia y la determinación son claves. Pero no te preocupes, si te juntas con las personas adecuadas, aquí tendrás muchas oportunidades.

Rhaenyra asintió con cortesía a lo dicho por Orion, pero antes de que pudiera responder, el sonido de pasos firmes resonó en la sala común, atrayendo la atención de todos los presentes. Las conversaciones cesaron al instante, y un silencio expectante llenó el ambiente cuando el profesor Horace Slughorn apareció con una gran sonrisa en su rostro.

—¡Oh, señorita Targaryen! —exclamó Slughorn, su voz resonando en la sala mientras se acercaba a ella—. Es un placer verla nuevamente. Al terminar la cena, la busqué por todo el comedor, pero ya se había retirado.

Sus ojos brillaron al notar a Orion a su lado.

—Señor Black, me complace ver que está ayudando a nuestra nueva alumna.

—Es un honor para mí, profesor Slughorn —respondió Orion con una sonrisa encantadora, inclinando ligeramente la cabeza.

Slughorn asintió con aprobación, volviéndose hacia Rhaenyra.

—Señorita Targaryen, permítame entregarle esto —dijo, sacando un pergamino cuidadosamente enrollado y atado con un lazo verde plateado—. Este es su horario de clases.

Rhaenyra tomó el pergamino con una sonrisa educada.

—Gracias, profesor.

Slughorn continuó, señalando un pasillo cercano que conducía a unas escaleras en espiral.

—Déjeme explicarle algunas reglas importantes. Del lado derecho encontrará las habitaciones de las niñas. Cada puerta tiene grabado el nombre de la estudiante asignada, así que no tendrá dificultad para encontrar la suya.

Rhaenyra asintió mientras seguía atentamente sus palabras.

—Para entrar a la sala común —añadió Slughorn, con una ligera inclinación hacia ella, como compartiendo un secreto—, necesitará pronunciar la contraseña en voz alta. La clave actual es "Siempre Puros".

La mención de esas palabras hizo que Rhaenyra sintiera un leve nudo en el estómago. Le recordó los ideales de la pureza de sangre que tantas veces había oído en la corte, discursos que siempre consideró vacíos y superficiales.

—En esta sala común, encontrará una amplia selección de libros —continuó Slughorn—, aunque también le recomiendo visitar la biblioteca para una mayor variedad. Por favor, no olvide ser puntual en todas sus clases.

—Sí, profesor. Gracias —respondió Rhaenyra con otra sonrisa educada.

—Bueno, entonces la veré pronto en mi clase de Pociones —dijo Slughorn, despidiéndose con un movimiento de cabeza antes de dirigirse hacia la salida.

Rhaenyra sintió el peso de decenas de ojos observándola. Los estudiantes de Slytherin no disimulaban su interés, analizándola como si quisieran desentrañar cada uno de sus secretos. Aunque esa sensación no le era extraña, le recordó los días en la corte de Desembarco del Rey, donde cada mirada era un juicio y cada palabra podía convertirse en un arma.

Antes de que pudiera procesar más, Orion cruzó un brazo por encima de su hombro y se inclinó hacia su oído.

—Mientras estés conmigo, nadie se atreverá a decir o hacer nada —dijo con un tono bajo y confidencial que casi sonó como una promesa.

Rhaenyra lo miró de reojo, sus ojos violetas reflejando una mezcla de curiosidad y desagrado.

—Debo ir a descansar, Black. Fue un gusto conocerte.

Orion se inclinó ligeramente, una sonrisa encantadora pero calculadora curvando sus labios.

—El placer fue mío, Rhaenyra. Te esperaré mañana temprano aquí para que vayamos juntos al desayuno.

Aunque sus palabras sonaban amables, había algo en su tono que no le pasó desapercibido. No era una sugerencia; era una orden disfrazada de cortesía. Eso le molestó, pero decidió dejarlo pasar por el momento.

Con un último asentimiento, se despidió y se dirigió hacia el pasillo que llevaba a las habitaciones de las niñas. Tal como Slughorn había indicado, encontró una puerta con su nombre grabado en letras elegantes: Rhaenyra Targaryen.

Respiró hondo antes de abrirla. Al entrar, lo primero que notó fue el ambiente frío y la tenue luz verdosa que se filtraba por las ventanas que daban al lago negro. Las paredes estaban revestidas de piedra oscura, decoradas con cortinas de terciopelo verde y negro que llevaban el emblema de Slytherin.

La habitación, diseñada para cinco estudiantes, tenía cinco camas alineadas, cada una con un dosel de madera tallada y colchas verdes esmeralda bordadas con detalles plateados. Los doseles estaban adornados con pequeñas serpientes bordadas en las esquinas, un recordatorio constante de la casa a la que pertenecían. Rhaenyra identificó rápidamente su cama, la única que tenía un baúl con su nombre grabado a los pies, y dejó su maleta junto a este.

Había pequeños escritorios asignados a cada cama, y el suyo estaba equipado con una lámpara mágica que emitía una luz cálida y reconfortante. A un lado de la habitación, una estantería compartida estaba repleta de libros de texto ya usados y algunos volúmenes de lectura recreativa, probablemente dejados por estudiantes de cursos anteriores.

Rhaenyra se movió por la habitación, inspeccionando con curiosidad los detalles. En la esquina más cercana a la ventana, encontró un gran espejo alto, lo suficientemente amplio para que las cinco estudiantes pudieran usarlo. Al otro lado de la habitación, un perchero encantado flotaba levemente en el aire, esperando ser usado.

Se acercó a la ventana y miró hacia afuera. El agua del lago negro era oscura y misteriosa, apenas iluminada por la luz de la luna. Desde allí, podía distinguir formas borrosas de criaturas moviéndose lentamente bajo el agua. La vista le daba una sensación de aislamiento, pero al mismo tiempo, algo de paz.

Mientras se acomodaba en la cama asignada, con la colcha suave bajo sus manos, un torrente de pensamientos la invadió. Este lugar, este mundo, era tan diferente de Westeros, pero las sombras de su pasado todavía se cernían sobre ella. Las miradas inquisitivas en la sala común, las tensiones con Orion Black y la promesa de empezar una nueva vida pesaban sobre su mente.

La presencia de las otras camas vacías le recordó que, en poco tiempo, compartiría este espacio con otras estudiantes de Slytherin. ¿Serían como Orion, obsesionadas con la pureza de sangre? ¿O habría alguien entre ellas que pudiera entenderla, con quien pudiera formar una conexión genuina?

Mientras estas preguntas rondaban su mente, Rhaenyra se recostó, su cuerpo hundiéndose en la suavidad del colchón. Cerró los ojos, dejando que el suave murmullo del agua detrás de la ventana la arrullara. Por un momento, las preocupaciones de Westeros y la presión de encontrar su lugar aquí se desvanecieron.

Mañana sería un nuevo día, uno lleno de retos, pero también de posibilidades.

Forward
Sign in to leave a review.