Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts

House of the Dragon (TV) A Song of Ice and Fire - George R. R. Martin Harry Potter - J. K. Rowling
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Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts
Summary
Tras una muerte marcada por traiciones y fuego, Rhaenyra Targaryen renace en el misterioso mundo de Hogwarts, acompañada de sus hermanos menores, Aegon y Aemond, quienes, a pesar de tener la apariencia de niños, conservan la sabiduría y cicatrices de sus vidas pasadas. Bajo la protección de Albus Dumbledore, Rhaenyra lucha por adaptarse a un universo lleno de secretos y magia desconocida. Sin embargo, su poder y legado no pasan desapercibidos para Tom Riddle, el carismático y oscuro profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, quien la ve como una aliada potencial y a la vez una peligrosa amenaza. Mientras los lazos entre los tres hermanos se ponen a prueba, deberán enfrentarse no solo a su turbulento pasado, sino también a las sombras que amenazan con aplastar su futuro.
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"El fantasma de Laenor Velaryon"

Rhaenyra se despertó esa mañana sintiéndose extrañamente renovada. Había dormido profundamente, algo que no sucedía con frecuencia desde que llegó a este nuevo mundo. A pesar de las emociones y los eventos del día anterior, su cuerpo parecía haber encontrado la paz que tanto anhelaba. Hoy sería su primer día de clases en Hogwarts, un momento que había esperado desde que cruzó las puertas de este castillo.

Mientras se desperezaba, su mente voló rápidamente hacia sus hermanos. Aegon y Aemond. ¿Habrían dormido bien? ¿Estarían nerviosos? Aunque Dumbledore los cuidaba ahora, una parte de ella no podía evitar preocuparse por ellos. Había sido su responsabilidad desde que llegaron, que dejarlo en manos de otra persona, le parecía extraño.

Se incorporó lentamente y, al hacerlo, notó que no estaba sola. Una de las chicas de su habitación ya estaba despierta. Estaba sentada frente a un espejo alto, cepillándose su largo cabello rubio con un peine dorado que brillaba bajo la tenue luz de la mañana que se filtraba. El reflejo en el espejo captó la mirada de Rhaenyra, y por un momento, se sintió intrigada por la elegancia de la escena.

Rhaenyra dejó escapar un suspiro y se levantó, dirigiéndose hacia su baúl. Sacó su uniforme, que ahora llevaba el escudo de Slytherin bordado, junto con algunas pociones que había preparado para su cuidado personal. Mientras organizaba sus cosas, sintió la mirada de la muchacha posarse sobre ella.

Cuando Rhaenyra giró la cabeza, se encontró con un rostro hermoso, casi etéreo. La joven tenía una perfección física innegable: piel de porcelana, ojos azules penetrantes y un aire de elegancia innata. Pero había algo más en ella, algo extraño que no podía describir con palabras. Había una chispa en sus ojos, una especie de intensidad que podía pasar fácilmente de fascinante a inquietante.

La muchacha detuvo su peinado y la observó con asombro.

—Qué hermosos ojos tienes —dijo finalmente, rompiendo el silencio con una voz melodiosa—. Nunca había visto a nadie con un color de ojos como el tuyo. Son... fascinantes. —Hizo una pausa antes de añadir con una sonrisa extraña—. ¿Me los regalarías?

El comentario dejó a Rhaenyra sin palabras. Por un momento, no supo si la chica hablaba en serio o si era alguna clase de humor extraño. Antes de que pudiera responder, la muchacha soltó una carcajada elegante, casi musical.

—Es broma, cariño —añadió con una sonrisa encantadora, mientras se levantaba y extendía la mano hacia ella—. Soy Emma Vanity, y parece que vamos a ser compañeras.

Rhaenyra tomó la mano de Vanity con cierta precaución, pero manteniendo la cortesía.

—Rhaenyra Targaryen —respondió con calma.

—Oh, lo sé —dijo Vanity, agitando ligeramente su mano mientras echaba un vistazo a las otras camas donde aún dormían las demás chicas—. Eres toda una sensación, cariño. Lo de anoche fue un espectáculo. Todo el mundo está hablando de ti.

Rhaenyra frunció ligeramente el ceño, sin saber exactamente cómo responder a eso. Vanity, sin embargo, no parecía necesitar una respuesta.

—No te preocupes por ellas —dijo Vanity, refiriéndose a las otras chicas de la habitación mientras hacía un gesto despreocupado con la mano—. No son importantes.

Rhaenyra simplemente asintió, intentando procesar la intensidad de su compañera.

—Bien... voy a darme una ducha —dijo finalmente, señalando hacia el baño.

—Claro, ve, cariño —respondió Vanity con una sonrisa mientras volvía a sentarse frente al espejo, retomando su labor de perfección.

Rhaenyra se dirigió al baño con sus cosas en la mano. Cerró la puerta tras de sí y se permitió un momento de respiro. El contraste entre la calidez del agua de la ducha y la frialdad de la piedra del castillo le resultó reconfortante. El vapor llenó rápidamente el pequeño espacio, y mientras el agua caliente corría por su piel, Rhaenyra tarareó una melodía valyria. Era un pequeño consuelo, un fragmento de su hogar que la mantenía conectada a lo que alguna vez fue.

Se aplicó las pociones en el rostro y en el cabello, sintiendo cómo el calor ayudaba a que su piel y su ánimo se renovaran. El simple acto de cuidarse la hacía sentir como si pudiera enfrentar lo que fuera que este día le deparara.

Una vez lista, se puso su uniforme con cuidado. Ajustó la corbata verde y plateada y se colocó la capa negra. El escudo de Slytherin brillaba en su pecho, un recordatorio constante de que ahora formaba parte de algo nuevo. Mientras se miraba en el espejo del baño, Rhaenyra tomó un momento para respirar profundamente. Este era un nuevo comienzo, y aunque las sombras de su pasado seguían acechándola, estaba decidida a encontrar su lugar en este mundo.

Al salir del baño, encontró a Vanity aún frente al espejo, esta vez aplicándose un ligero toque de maquillaje mágico que brillaba bajo la luz. La joven levantó la vista y le dedicó una sonrisa apreciativa.

—Mucho mejor —dijo Vanity, con un tono que sonaba casi como un cumplido, pero con un deje de superioridad—. Estás lista para conquistar Hogwarts, cariño.

Rhaenyra esbozó una sonrisa cortés antes de tomar su bolso y dirigirse hacia la puerta. Hoy sería su primer día en Hogwarts, y aunque no sabía exactamente qué esperar, estaba lista para enfrentarlo.

Al bajar las escaleras, Rhaenyra se encontró en la sala común de Slytherin. La sala estaba animada, con varios alumnos reunidos en pequeños grupos, conversando en voz baja o revisando pergaminos. El murmullo de las voces mezclado con el crepitar del fuego en la chimenea creaba una atmósfera acogedora, aunque cargada de cierta tensión característica de la casa Slytherin.

Con la mirada, Rhaenyra recorrió el lugar, buscando a Black, pero antes de que pudiera localizarlo, una voz baja y cercana le susurró al oído:

—¿Me estabas buscando?

Rhaenyra dio un pequeño salto, sorprendida por la cercanía. No se había dado cuenta de que Black ya estaba junto a ella. Al girarse, lo encontró sonriéndole con esa expresión encantadora que parecía ser su sello personal.

—Hola, Black —dijo ella, recuperándose rápidamente.

—Llámame Orion, Rhaenyra —respondió él con una sonrisa casual.

Sin más palabras, ambos salieron de la sala común y comenzaron a caminar hacia el Gran Comedor. El trayecto transcurrió en un silencio cómodo, algo que Rhaenyra agradeció. Sin embargo, no pudo evitar notar las miradas que recibían de otros estudiantes al pasar. Susurros se alzaban a su alrededor, comentarios entrecortados que no alcanzaba a escuchar, pero que claramente los tenían a ellos como tema central.

Rhaenyra se preguntó a qué se debía tanto alboroto. ¿Era por ella, la nueva y misteriosa estudiante? ¿O por Orion, que parecía tener un estatus especial entre los alumnos? Fuera lo que fuera, no hizo preguntas, prefiriendo centrarse en el camino.

Al llegar al Gran Comedor, el aroma a comida caliente la envolvió de inmediato, provocándole un hambre que no había sentido hasta ese momento. El lugar ya estaba lleno de estudiantes de todas las casas, cada uno en sus respectivas mesas, disfrutando del desayuno. Orion la guió hacia la mesa de Slytherin, donde ambos tomaron asiento.

Mientras se acomodaba, Rhaenyra miró hacia la mesa de los profesores, buscando a sus hermanos y a Albus. Sin embargo, no los encontró. Supuso que estarían desayunando en privado, algo que había sucedido varias veces antes. Decidió no pensar demasiado en ello y concentrarse en servirse el desayuno.

Colocó en su plato una porción de fruta fresca, un poco de avena, tocino y huevos. Orion, sentado frente a ella, parecía más interesado en observarla que en comer, aunque de vez en cuando tomaba un bocado de su pan tostado.

—¿Qué clases tienes hoy? —preguntó Orion casualmente mientras partía un pedazo de su pan.

Rhaenyra desenrolló su pergamino con su horario y lo estudió por un momento antes de responder:

—Pociones —dijo, mientras se servía un poco de jugo de calabaza.

Orion asintió con aprobación.

—Bien. Te llevaré allí antes de ir a mi clase —dijo, mostrando algo de interés.

Rhaenyra levantó la vista, curiosa.

—¿En qué año estás? —preguntó, mientras tomaba un sorbo de su jugo.

—En sexto —respondió él con una sonrisa orgullosa.

La conversación continuó de manera relajada por unos minutos, con intercambios triviales sobre las clases y los profesores. Sin embargo, la curiosidad de Orion no tardó en aflorar, y finalmente formuló la pregunta que parecía haber estado esperando hacer desde el día anterior.

—¿De dónde vienes realmente, Rhaenyra? —dijo, mientras se servía más tocino en su plato. Su tono era casual, pero sus ojos reflejaban un interés intenso—. Nunca había escuchado ese apellido, pero dudo que seas una sangre sucia. No tienes pinta de esos muggles.

Rhaenyra sintió una punzada de incomodidad, pero mantuvo la calma. Sabía que preguntas como esa llegarían eventualmente. Albus y ella ya habían preparado una historia coherente para este tipo de situaciones.

—De Brasil —respondió con tranquilidad, como si no fuera gran cosa—. Más específicamente, de Ouro Preto

Orion no parecía completamente convencido, pero asintió lentamente.

—Interesante —murmuró, antes de añadir con un brillo inquisitivo en los ojos—. Ayer noté a dos niños pequeños sentados en la mesa de los profesores. Parecían cercanos a Dumbledore. ¿Son tu familia?

Rhaenyra asintió, masticando un trozo de tocino antes de responder.

—Sí, son mis hermanos. Nuestros padres fallecieron, así que quedamos bajo el cuidado de nuestro padrino.

Orion ladeó la cabeza, claramente intrigado.

—¿Y quién es ese padrino?

—Dumbledore —dijo ella, sin rodeos.

El rostro de Orion se oscureció levemente al escuchar el nombre. Su ceño se frunció apenas, una reacción que no pasó desapercibida para Rhaenyra.

—Ya veo... —dijo, aunque su tono sugería que no era del todo agradable para él—. Lamento lo de tus padres.

Su tono era educado, pero Rhaenyra podía percibir que las palabras carecían de verdadera sinceridad. Orion continuó, cambiando ligeramente de tema:

—Tengo entendido que había una escuela mágica en Brasil. ¿La extrañas?

Rhaenyra negó con la cabeza, terminando de beber su jugo.

—Nunca asistí. Fui educada en casa.

Orion arqueó una ceja, interesado.

—¿Por qué?

La pregunta parecía más un interrogatorio que una conversación casual. Rhaenyra mantuvo la compostura, sin dejar que su incomodidad se reflejara en su rostro.

—No lo sé —respondió con calma—. Mis padres preferían mantenernos alejados de otras personas.

Orion pareció evaluar su respuesta por un momento antes de asentir, aunque su expresión dejaba claro que seguía buscando algo más en ella.

Afortunadamente, la conversación terminó ahí, y ambos terminaron de desayunar en silencio. Una vez que terminaron, Orion se levantó y, como había prometido, la guió hasta el aula de pociones. Rhaenyra lo siguió en silencio, agradeciendo el respiro después de lo que había parecido más una sesión de preguntas que un intercambio amistoso.

Mientras caminaban por los pasillos, Rhaenyra no podía evitar preguntarse qué tan confiable era realmente Orion Black. Había algo en él que la intrigaba, pero también algo que le advertía que debía tener cuidado.

Al entrar al aula de pociones, Rhaenyra detuvo sus pasos por un momento para observar el lugar. El aire estaba cargado con un leve aroma a hierbas y químicos, una mezcla que, aunque extraña, tenía algo de reconfortante. Los calderos de bronce humeaban suavemente en las esquinas, y las mesas de madera oscura, organizadas en hileras ordenadas, estaban cubiertas con herramientas y frascos llenos de líquidos de colores vibrantes. Los estantes contra las paredes estaban llenos de ingredientes extraños: raíces retorcidas, frascos con ojos flotando en líquidos, y polvos de colores desconocidos.

Orion, que la había acompañado hasta la puerta, se inclinó ligeramente hacia ella con una sonrisa.

—Buena suerte, Rhaenyra. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.

—Gracias, Orion. —Rhaenyra le devolvió la sonrisa, agradecida por el gesto.

El muchacho asintió con elegancia y desapareció por el pasillo. Rhaenyra entró al aula y eligió un asiento al frente, como había aprendido que debía hacer para evitar distracciones. Sacó su pergamino, su pluma y su libro de pociones, acomodándolos cuidadosamente sobre la mesa. Apenas había abierto el libro cuando alguien ocupó el asiento junto a ella.

Curiosa, levantó la vista y se encontró con un joven que llevaba el escudo de Ravenclaw en su capa. Era más alto que ella, con cabello negro y piel morena, y tenía un aire seguro pero amable. Algo en su aspecto le recordó a Laenor, su difunto esposo. Quizás era la postura relajada o la sonrisa fácil en su rostro.

El joven rompió el silencio con una voz amistosa:

—Soy James Beaufort, de Ravenclaw. —Extendió su mano hacia ella con confianza.

—Rhaenyra Targaryen, de Slytherin. —Respondió estrechándole la mano, impresionada por la firmeza de su apretón y la calidez en su mirada.

—Te vi ayer durante la selección. —James sonrió, inclinando ligeramente la cabeza como si la estuviera estudiando—. ¿No eres de aquí?

—Así es. —Rhaenyra respondió con una sonrisa tímida, todavía adaptándose a recibir tanta atención.

James pareció animarse por su respuesta y se inclinó un poco hacia adelante, como si estuviera a punto de compartir un secreto.

—¿Puedo decirte algo? —preguntó con una sonrisa traviesa.

—Claro, no hay problema.

—Tus ojos son... —hizo una pausa breve, como si buscara las palabras exactas—... de un color hermoso. Me recuerdan al Diamante Violeta de Argyle.

Rhaenyra no pudo evitar sonrojarse. Había escuchado cumplidos antes, pero este tenía algo diferente, algo más genuino y poético. Su cuerpo juvenil, que no coincidía con su mente madura, reaccionó con una timidez que no había experimentado en años.

—Es un lindo cumplido. Estos ojos son herencia de mi familia, al igual que mi cabello. —Respondió con una sonrisa agradecida.

James se inclinó un poco más y tomó un mechón de su cabello entre sus dedos, estudiándolo como si fuera un objeto valioso.

—Es cierto. Es un plateado con toques de rubio dorado. Es increíblemente único. Ni siquiera los Malfoy tienen un color tan hermoso.

Rhaenyra soltó una pequeña risa, sorprendida por lo observador que era.

—Gracias. —Murmuró, todavía divertida por el comentario.

James dejó caer suavemente el mechón de cabello y, después de un momento de silencio, comentó:

—Ahora que lo pienso, ayer vi a dos niños pequeños sentados en la mesa de los profesores. ¿Son familia tuya?

—Sí, son mis hermanos menores.

James asintió, su expresión se suavizó con comprensión.

—Entiendo. Debe ser agradable tener familia cerca, aunque estén en la mesa de los profesores.

—Lo es. —Rhaenyra respondió

Antes de que pudiera añadir algo más, la puerta del aula se abrió de golpe, y el profesor Horace Slughorn entró con su habitual aire bonachón, llevando un maletín lleno de ingredientes y pergaminos.

—¡Buenos días, estudiantes! —saludó con una voz fuerte y jovial, atrayendo la atención de todos.

Rhaenyra se dio cuenta de que, sin notarlo, el aula se había llenado mientras hablaba con James. Había estudiantes tanto de Slytherin como de Ravenclaw, y todos parecían tan interesados como nerviosos.

La clase comenzó con Slughorn explicando la importancia de las pociones en la vida mágica, haciendo hincapié en cómo incluso los magos más poderosos dependían de ellas.

—Una poción bien hecha puede salvar vidas, mientras que una mal hecha... —hizo una pausa dramática, mirando a los estudiantes por encima de sus lentes—... puede destruirlas. Así que presten atención, jóvenes, porque lo que aprendan hoy puede ser la diferencia entre la grandeza y el desastre.

Rhaenyra tomó notas diligentemente, completamente concentrada en la lección. James, sentado a su lado, de vez en cuando le pasaba pequeños apuntes o hacía comentarios en voz baja que la hacían sonreír. Aunque la clase requería toda su atención, no pudo evitar pensar que este joven tenía una forma especial de hacerla sentir cómoda..

Al final de la clase, Slughorn se acercó a Rhaenyra, su rostro amable iluminado por una sonrisa.

—Señorita Targaryen, excelente trabajo para su primera clase. Espero grandes cosas de usted.

Rhaenyra agradeció el cumplido con una ligera inclinación de cabeza antes de recoger sus cosas. Al salir del aula, James la acompañó hasta el pasillo, despidiéndose con una sonrisa cálida.

—Nos vemos luego, Rhaenyra. Espero que sigamos siendo compañeros en más clases.

Ella asintió, sintiendo que, a pesar de todo, este nuevo mundo podría ofrecerle amistades y conexiones que nunca habría imaginado.

Antes de que Rhaenyra pudiera reaccionar, una voz familiar habló a su lado.

—Ese era James Beaufort —dijo Orion Black, apareciendo junto a ella con su acostumbrada sonrisa calculadora mientras sus ojos seguían la silueta del joven Ravenclaw desapareciendo por el pasillo.

—Sí, lo era —respondió Rhaenyra, algo sorprendida por su tono analítico.

Orion soltó un pequeño sonido, algo entre un murmullo y un "hmm", mientras parecía evaluar la situación.

—Es un buen partido, ¿sabes? —añadió con aparente casualidad—. De una familia de sangre pura. Además, es francés.

Rhaenyra lo miró desconcertada, sin entender del todo a dónde quería llegar con su comentario.

—¿Y eso por qué sería importante? —preguntó, arqueando una ceja.

—Es bueno que te relaciones con personas adecuadas, Rhaenyra. Aquí, la pureza de sangre importa, especialmente para alguien como tú, que acaba de llegar. Si quieres mantener una buena posición, te convendría tener aliados como él.Ya te lo había dicho —Orion le dirigió una sonrisa despreocupada, aunque sus ojos parecían medir cuidadosamente su reacción.

Rhaenyra no respondió de inmediato, su mente procesaba lo que había dicho. No compartía del todo las ideas de Orion sobre la pureza de sangre, pero no era el momento ni el lugar para discutir.

—Si tú lo dices... —respondió finalmente, en un tono neutral.

Orion cambió rápidamente de tema, como si nunca hubiera mencionado nada fuera de lugar.

—¿Qué clases tienes ahora?

—Historia de la Magia —dijo Rhaenyra, mostrando una ligera sonrisa.

Orion puso una expresión de evidente desagrado, cruzando los brazos con dramatismo.

—Qué aburrido... Aunque no puedo decir que me sorprenda. Bueno, al menos puedo llevarte.

Rhaenyra asintió y comenzó a caminar junto a él. Mientras se dirigían al aula, Orion aprovechó para preguntarle sobre su primera clase de pociones y comenzó a darle consejos sobre cómo moverse dentro de Slytherin, mencionando nombres de estudiantes y familias con las que debía relacionarse, según él, para asegurarse una posición favorable.

—Créeme, Rhaenyra, en Hogwarts y especialmente en Slytherin, saber con quién estar y a quién evitar puede marcar toda la diferencia. —Su tono era serio, aunque parecía disfrutar de su rol como "mentor".

Rhaenyra escuchaba con atención, aunque no estaba segura de cuánto de ese consejo quería seguir realmente. Sin embargo, antes de que pudiera responder, doblaron una esquina y se encontraron con dos pequeñas figuras familiares.

—Aegon... ¿Aemond? ¿Qué hacen aquí y solos? —preguntó Rhaenyra, claramente sorprendida.

Los rostros de sus hermanos se iluminaron al verla, y corrieron hacia ella con entusiasmo.

—Rhaenyra, ¿qué tal tus clases? —preguntó Aegon, su voz infantil llena de emoción.

Rhaenyra se agachó para estar a su altura, sonriendo.

—Apenas llevo una clase, aunque fue interesante. Ahora voy a Historia de la Magia.

Aegon puso cara de súplica y, con un tono casi de berrinche, dijo:

—¡Podemos ir contigo! No tenemos nada que hacer y estamos aburridos.

Rhaenyra miró a sus hermanos, con una mezcla de sorpresa y diversión.

—Bueno... no creo que haya problema —comenzó a decir, pero una tos discreta la interrumpió.

Se levantó y vio a Orion, quien los observaba con curiosidad y algo de interés.

—Orion, ellos son mis hermanos: Aegon y Aemond. —Rhaenyra los presentó, señalándolos respectivamente—. Aegon, Aemond, este es Orion Black, un compañero de mi casa que me está acompañando a mis clases.

Los pequeños príncipes intercambiaron miradas antes de inclinar la cabeza ligeramente, saludándolo con la elegancia propia de su crianza. Eso pareció agradar a Orion, quien sonrió con aprobación y les devolvió el saludo con igual cortesía.

—Es un placer conocerlos —dijo Orion, con un destello de respeto en su tono.

Rhaenyra, sintiendo que podía preguntarle, preguntó:

—¿Crees que haya problema si los llevo conmigo a Historia de la Magia?

Orion se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

—Para nada. Es una clase tan aburrida que nadie se dará cuenta si traes compañía. —Luego añadió, con una sonrisa cómplice—. Me quedaré con ustedes. No tengo nada mejor que hacer.

Y así, los cuatro se dirigieron al aula. Una vez dentro, eligieron asientos en la última fila. Tal como Orion había anticipado, la clase era realmente aburrida para la mayoría, con el profesor fantasma Binns hablando en un monótono discurso sobre guerras de goblins.

Sin embargo, Aemond parecía fascinado, escuchando con atención cada palabra. Sus ojos seguían al profesor mientras tomaba notas mentales, claramente interesado en la historia mágica.

Mientras tanto, Aegon y Orion se entretenían en silencio. Orion conjuraba figuras de papel con su varita, haciéndolas volar alrededor de Aegon, quien se reía ante el espectáculo, olvidando momentáneamente que era un adulto en un cuerpo de niño.

Rhaenyra intentó concentrarse en la clase, pero el tono monótono de Binns hacía que fuera difícil mantenerse despierta. Sus pensamientos divagaban entre lo que había aprendido y las imágenes de Westeros que todavía la perseguían.

La clase finalmente terminó, y Rhaenyra se encontró agradecida de que su próxima lección sería algo más dinámico. Orion, se ofreció a acompañarla a su siguiente aula, mientras Aegon y Aemond insistían en quedarse con ella por un rato más.

Mientras salían del aula, Rhaenyra no pudo evitar sonreír. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que, aunque no todo fuera perfecto, estaban construyendo algo nuevo.

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