Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts

House of the Dragon (TV) A Song of Ice and Fire - George R. R. Martin Harry Potter - J. K. Rowling
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Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts
Summary
Tras una muerte marcada por traiciones y fuego, Rhaenyra Targaryen renace en el misterioso mundo de Hogwarts, acompañada de sus hermanos menores, Aegon y Aemond, quienes, a pesar de tener la apariencia de niños, conservan la sabiduría y cicatrices de sus vidas pasadas. Bajo la protección de Albus Dumbledore, Rhaenyra lucha por adaptarse a un universo lleno de secretos y magia desconocida. Sin embargo, su poder y legado no pasan desapercibidos para Tom Riddle, el carismático y oscuro profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, quien la ve como una aliada potencial y a la vez una peligrosa amenaza. Mientras los lazos entre los tres hermanos se ponen a prueba, deberán enfrentarse no solo a su turbulento pasado, sino también a las sombras que amenazan con aplastar su futuro.
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"El nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras"

Rhaenyra se encontraba a solas con Albus Dumbledore después del desayuno. Aegon, siempre inquieto, había arrastrado a un reticente Aemond en busca de Hagrid, dejándola sola frente al director. Aunque la conversación era ligera, había algo que rondaba la mente de Rhaenyra desde hacía días, una pregunta que no había podido sacudirse.

Para llamar la atención de Dumbledore, Rhaenyra se aclaró la garganta, rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos. El mago la miró por encima de sus anteojos con interés, notando la seriedad en su rostro.

—Tengo curiosidad —empezó ella, tratando de organizar sus pensamientos—. Hace un par de días, después de nuestro encuentro con Hagrid, vi salir a un hombre de su despacho... ¿quién es?

Dumbledore dejó la pluma que sostenía y, con calma deliberada, tomó una pequeña golosina de una canastita cercana antes de responder.

—Ese hombre es Tom Riddle —dijo pausadamente, como si su nombre evocara recuerdos agridulces—. Fue alumno aquí en Hogwarts. El mejor de su generación.

Rhaenyra sintió un ligero escalofrío al escuchar el nombre. Había algo en ese joven que la había inquietado profundamente.

—Parecía muy joven... ¿será maestro aquí? —preguntó, su voz mezclando curiosidad y cautela.

Dumbledore asintió con serenidad, pero su expresión reflejaba algo más, un trasfondo de preocupación que Rhaenyra no pasó por alto.

—Es joven, sí. Sin embargo, tiene ciertos contactos en el Ministerio de Magia. Finalmente, se le ha concedido el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. —Hizo una pausa antes de añadir—. De hecho, será tu maestro este curso.

El estómago de Rhaenyra dio un pequeño vuelco. Recordó el encuentro con Tom Riddle, la tensión palpable en el aire, su presencia cautivadora pero perturbadora. Había algo en él que no lograba comprender, una oscuridad latente que parecía ocultarse bajo una fachada impecable. La idea de tenerlo como su profesor la inquietaba aún más.

—Debo aconsejarte algo, Rhaenyra —la voz de Dumbledore se volvió más seria, casi solemne—. Tom Riddle es un joven muy inteligente, excepcionalmente talentoso. Sin embargo... —el director se detuvo por un momento, como si pesara sus palabras—. Hay una oscuridad en él, algo profundo y peligroso. Quiero que tengas cuidado en sus clases. Si notas algo extraño, si ocurre cualquier cosa que te inquiete, debes venir a hablar conmigo. Mi prioridad es mantenerte a ti y a tus hermanos a salvo.

Rhaenyra asintió lentamente, procesando la advertencia de Dumbledore. La magnitud de lo que él le estaba diciendo la hizo sentir una creciente responsabilidad no solo por su propio bienestar, sino por el de Aegon y Aemond. Sabía que estar en este nuevo mundo les ofrecía una segunda oportunidad, pero también traía consigo nuevos desafíos y peligros.

El silencio se apoderó de la sala por unos momentos, solo interrumpido por el leve murmullo de los retratos de los antiguos directores, que parecían observar la escena con interés. Rhaenyra comprendía lo que Dumbledore le estaba diciendo, pero al mismo tiempo sentía que había mucho más que no le estaban contando. ¿Qué era lo que realmente preocupaba a Dumbledore sobre Tom Riddle? ¿Por qué esa sensación de alerta cuando pensaba en él?

—Lo tendré en cuenta, profesor —dijo finalmente Rhaenyra, manteniendo la mirada de Dumbledore—. Prometo que si veo algo... se lo haré saber.

El director asintió con una sonrisa, pero su seriedad persistía. Rhaenyra sabía que esto era más que una simple advertencia.

La tarde había llegado, y los últimos rayos del sol se filtraban a través de las ventanas del despacho de Dumbledore, proyectando sombras alargadas en el suelo de piedra. Rhaenyra estaba sentada en una amplia mesa de madera, inclinada sobre un pergamino, tomando notas sobre los hechizos que necesitaba aprender para ponerse al día con sus futuros compañeros de clase. Los libros apilados junto a ella parecían interminables, cada uno lleno de conocimientos arcanos que apenas empezaba a asimilar. Aunque el ambiente era tranquilo, en su mente rondaba la conversación que había tenido con Dumbledore esa mañana sobre Tom Riddle.

De repente, el sonido de la puerta abriéndose interrumpió el silencio. Rhaenyra levantó la vista, sorprendida, y vio entrar a sus hermanos, Aegon y Aemond. Venían hablando entre ellos en voz baja, pero lo que más le llamó la atención fue la expresión seria en el rostro de Aemond. Algo no estaba bien. Incluso Dumbledore, siempre atento, notó el cambio en la atmósfera y se giró para mirar al pequeño con curiosidad y preocupación.

—Aemond, ¿sucede algo? —preguntó Dumbledore con suavidad, pero con evidente interés.

Aemond intercambió una rápida mirada con Aegon, como si estuvieran tratando de decidir quién hablaría primero. Finalmente, Aemond tomó la palabra, aunque su voz estaba cargada de cierta incertidumbre.

—Nos encontramos con un profesor... —empezó a decir, mirando de reojo a su hermano como buscando apoyo—. Se presentó como Riddle. Nos hizo muchas preguntas... sobre quiénes éramos, de dónde veníamos... y preguntó quién era la chica que nos acompañaba.

—Se refería a ti, Rhaenyra—agregó Aegon.

Rhaenyra frunció el ceño, inquieta. El nombre de Tom Riddle parecía volver a rondar en su vida, como una sombra que no lograba apartar.

Antes de que pudiera procesar del todo lo que Aemond había dicho, Aegon intervino de nuevo, su tono mucho más directo.

—Nos miraba a los ojos de una forma extraña —agregó—. Era como si quisiera leer nuestras mentes o descubrir algo que no queríamos decirle.

La atmósfera en el despacho cambió de inmediato. El rostro de Dumbledore, siempre sereno, se tensó. La preocupación se hizo visible en sus ojos azules, y aunque no dijo nada de inmediato, la gravedad de la situación era evidente. Rhaenyra se removió incómoda en su asiento, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Si Tom Riddle podía causar tal reacción en el normalmente imperturbable Dumbledore, entonces quizás era aún más peligroso de lo que ella había imaginado.

—Aegon, Aemond —dijo Dumbledore finalmente, con una calma que contrastaba con la seriedad de su expresión—. Les diré lo mismo que le he dicho a su hermana: tengan mucho cuidado con él. Si ven algo inusual o si les dice algo que los haga sentir incómodos, deben venir a hablar conmigo de inmediato. Y por favor, eviten quedarse solos con él bajo cualquier circunstancia.

Los hermanos intercambiaron otra mirada, esta vez más preocupados. Incluso Aegon, que solía tomarse las cosas con más ligereza, asintió gravemente. Había algo en la advertencia de Dumbledore que resonaba con una urgencia que no podían ignorar.

La conversación terminó poco después, pero la tensión en el ambiente era palpable. Mientras se dirigían al comedor para la cena, Dumbledore trató de entablar una conversación más ligera, hablándoles sobre los preparativos para el inicio del curso y las maravillas que aún les esperaban en Hogwarts. Sin embargo, Rhaenyra no podía sacudirse la inquietud que sentía. Sabía que el director intentaba calmarlos, pero la preocupación que había visto en sus ojos era demasiado evidente.

Mientras avanzaban por los largos pasillos de piedra, Rhaenyra se quedó ligeramente rezagada, perdida en sus pensamientos. Su mente volvía una y otra vez a Tom Riddle. ¿Cómo alguien que aparentaba ser tan joven y brillante podía generar tanto temor en alguien tan sabio como Dumbledore? Y más importante aún, ¿por qué parecía tan interesado en ellos?

Cuando llegaron al Gran Comedor, el lugar estaba prácticamente vacío, dado que el curso aún no habían comenzado. La vasta sala, con su techo encantado que reflejaba el cielo del atardecer, parecía aún más inmensa en ese momento. Rhaenyra se sentó junto a sus hermanos en la mesa, pero su mente seguía inquieta.

Aegon, siempre curioso, intentó entablar una conversación con Dumbledore sobre las criaturas del Bosque Prohibido que Hagrid les había mencionado, pero ni siquiera eso logró distraer a Rhaenyra por completo. Mientras Aemond escuchaba atentamente, haciendo preguntas ocasionales, Rhaenyra apenas podía concentrarse en la comida que tenía frente a ella.

De vez en cuando, levantaba la vista hacia Dumbledore, esperando encontrar en su expresión alguna señal de que todo estaba bajo control. Pero la ligera arruga en su frente y la forma en que sus ojos se movían con cautela cada vez que mencionaban a Tom Riddle le dejaban claro que el peligro estaba presente, aunque oculto.

Cuando terminaron de cenar, Dumbledore se despidió de ellos con su habitual cortesía, pero antes de que se marcharan, hizo una última advertencia, casi en un susurro:

—Recuerden, Hogwarts es un lugar de aprendizaje, pero también de grandes misterios. Mantengan sus mentes y corazones abiertos, pero no olviden ser cautelosos. La oscuridad puede encontrarse en los lugares más inesperados.

Rhaenyra asintió una vez más, sintiendo el peso de esas palabras sobre sus hombros. Mientras caminaban de regreso a sus habitaciones, no pudo evitar mirar por encima del hombro, esperando, casi temiendo, ver la figura de Tom Riddle apareciendo de las sombras.

Aegon y Aemond continuaban hablando entre ellos, pero Rhaenyra permaneció en silencio. Sabía que estaban entrando en una nueva etapa en su vida en Hogwarts, y que Tom Riddle, de alguna manera, iba a desempeñar un papel importante. Lo que aún no sabía era si sería un aliado o una amenaza.

...

El inicio de clases estaba a un par de semanas. Esa mañana, Rhaenyra se había despertado temprano y había tomado un desayuno ligero antes de salir apresurada de la habitación. Tenía una clase de Transformaciones con la profesora Euphemia Clearwater, quien la estaba ayudando a ponerse al día antes de que comenzaran oficialmente las clases. Mientras tanto, Aegon y Aemond aún estaban sentados en la cama, todavía con sus pijamas puestas, observando a su hermana mayor mientras se apresuraba.

Rhaenyra tomó rápidamente un vaso de leche que Wopsy, el elfo doméstico que Dumbledore les había asignado, le había traído. Bebió con rapidez, sin detenerse ni un momento, y cuando terminó, se despidió con un rápido "Nos vemos" antes de salir corriendo.

Aegon y Aemond intercambiaron una mirada. Ambos sabían que ahora que Rhaenyra sería oficialmente una estudiante, pasarían menos tiempo con ella, aunque no les gustaba admitirlo. Con un suspiro, Aegon fue el primero en levantarse de la cama para comenzar a vestirse. Mientras se ponía los pantalones con cierta dificultad, observó a su hermano menor, que estaba parado frente a un espejo largo, mirando fijamente su reflejo.

—¿Aún te desconcierta verte con los dos ojos? —preguntó Aegon, tratando de ponerse los pantalones, pero batallando un poco con la tela.

Aemond, aún observando su propio reflejo, asintió ligeramente.

—Es extraño... —murmuró—. Llevé tantos años sin un ojo, que ahora se siente raro.

Aegon soltó una risa ligera, aunque esta vez no con la malicia que solía tener en su tono en otra época, cuando aún se burlaba de los demás sin pensar en las consecuencias.

—Te imaginas que lo volvieras a perder —dijo en tono de broma, aunque claramente no tenía la intención de herir.

Aemond apartó la vista del espejo, sorprendido por el comentario de su hermano. Giró lentamente para observar a Aegon, quien, en un intento torpe por ponerse un zapato, tropezó de manera cómica, cayendo al suelo con un sonoro golpe.

—¿Crees que me vuelva a pasar algo así? —preguntó Aemond, con una mezcla de seriedad e incertidumbre en la voz mientras se levantaba.

Aegon, que aún estaba sentado en el suelo luchando con su propia vestimenta, lo miró con una ceja levantada.

—Solo estaba bromeando, Aemond. No volverás a perder el ojo —respondió, tratando de sonar confiado, aunque en el fondo sabía que era imposible predecir el futuro.

Aemond asintió, pero no parecía del todo convencido. La inseguridad seguía presente en su mirada, aunque intentaba ocultarla.

Finalmente, ambos decidieron llamar a Wopsy para que los ayudara a vestirse. Normalmente era Rhaenyra quien los ayudaba, pero ahora que ella estaría en los dormitorios de la casa a la que fuera asignada tras la Ceremonia de Selección, los hermanos sabían que pronto tendrían que aprender a valerse por sí mismos.

Wopsy apareció de inmediato, inclinando la cabeza con respeto antes de comenzar a ayudar a los hermanos a vestirse. Aegon y Aemond lo observaban con detenimiento, tratando de aprender cómo ajustaba las prendas con tanta facilidad. Aunque la ayuda del elfo era bienvenida, ambos sentían una creciente necesidad de ser más independientes, especialmente ahora que su hermana mayor no estaría con ellos todo el tiempo.

—Pronto aprenderemos a hacerlo solos —dijo Aegon, más para sí mismo que para Wopsy, mientras el elfo le ayudaba a abotonar la camisa.

Aemond, que aún seguía pensativo por lo de su ojo, solo asintió en silencio, pero la determinación en sus ojos indicaba que compartía el mismo sentimiento que su hermano. Sabían que el tiempo de depender de Rhaenyra estaba llegando a su fin, y aunque eso les provocaba cierta tristeza, también comprendían que este nuevo mundo les estaba ofreciendo una oportunidad de empezar de nuevo, de aprender, y de crecer, aunque sus cuerpos pequeños no lo reflejaran.

Cuando terminaron de vestirse, Aegon y Aemond se miraron en el espejo. Ver sus pequeñas figuras contrastaba enormemente con la madurez de sus pensamientos. Sin embargo, ambos estaban decididos a enfrentar lo que venía, juntos.

—Bueno, es hora de desayunar con Albus —dijo Aegon con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente mientras se dirigía hacia la puerta—. Vamos, Aemond.

Aemond le siguió en silencio, pero con una sensación más tranquila. No sabía qué le deparaba el futuro en Hogwarts, pero al menos tenía a su hermano a su lado y, de alguna manera, sentía que estaban en el lugar correcto, en el momento correcto.

Al salir de la habitación, se encontraron con el director, quien los esperaba con una cálida sonrisa en el rostro, como si supiera exactamente el momento en que llegarían. Con un gesto amable, los invitó a acercarse y les señaló una mesa donde ya estaba servido un delicioso desayuno.

—¡Buenos días, mis jóvenes amigos! —saludó Dumbledore, mientras los observaba con una mirada suave y compasiva—. Espero que hayan descansado bien.

Los dos hermanos se sentaron en la mesa, ambos devolviendo una leve sonrisa al director. Dumbledore, con esa calma habitual, comenzó a servirles el desayuno: tocino crujiente, huevos revueltos y una colorida mezcla de frutas frescas. A veces, ellos mismos se servían o Rhaenyra lo hacía por ellos, pero ver a Dumbledore realizando ese gesto, tan sencillo y cotidiano, generaba una sensación extraña en ambos. Era un acto de amabilidad paternal que no habían experimentado de esa forma antes.

Durante el desayuno, ninguno de los tres habló. No era un silencio incómodo, sino un momento tranquilo y pacífico, como si el simple acto de compartir la comida fuera suficiente. El suave crepitar del fuego en la chimenea y el tintineo de los cubiertos sobre los platos llenaba el aire, creando un ambiente cálido.

Casi al final del desayuno, Aegon rompió el silencio. Su voz fue suave, apenas un susurro, pero cargada de un sentimiento más profundo.

—Profesor Dumbledore... —comenzó Aegon, su mirada aún fija en el plato—. ¿Cómo... cómo puedo disculparme con alguien a quien he hecho tanto daño? —Su voz temblaba ligeramente, pero había una determinación en su tono—. Quiero... quiero pedirle perdón a Rhaenyra por todo lo que hice y no solo por el final que le di.

Dumbledore lo observó en silencio por un momento, dejando que las palabras de Aegon se asentaran en el aire. Luego, con una sonrisa comprensiva, se inclinó ligeramente hacia él.

—Aegon —dijo con suavidad—, el simple hecho de que desees disculparte ya es un gran paso. El arrepentimiento es el primer indicio de que estamos creciendo. A veces, pedir perdón no se trata solo de las palabras que utilizamos, sino de nuestras acciones a partir de ese momento. Si realmente quieres disculparte con Rhaenyra, lo más importante es demostrar que has cambiado, que estás dispuesto a ser mejor. El tiempo y las acciones sanan heridas que las palabras no siempre pueden reparar.

Aegon levantó la vista, encontrándose con los ojos amables del director. Había algo en la voz de Dumbledore que le transmitía calma, como si, por primera vez en mucho tiempo, alguien entendiera su carga sin juzgarlo.

—No es fácil, lo sé —continuó Dumbledore, observando cómo Aemond lo miraba con atención—. Pero la familia, incluso rota, tiene la capacidad de sanar. Lo importante es que ambos encuentren un camino para reconstruir esa relación.

Aemond, que hasta entonces había permanecido en silencio, intervino con una voz suave pero llena de peso.

—¿Y si no hay nada que reconstruir? —preguntó, su pequeño rostro mostrando una seriedad que desmentía su apariencia infantil—. ¿Y si las heridas son demasiado profundas?

Dumbledore asintió lentamente, como si comprendiera las dudas de Aemond. Su mirada se volvió un poco más reflexiva.

—Aemond, hay heridas que tardan en sanar, y algunas dejan cicatrices que nunca desaparecen del todo —respondió el director con sinceridad—. Pero las cicatrices también son prueba de que hemos sobrevivido. Lo que importa es si permitimos que esas cicatrices nos definan, o si elegimos ser más que ellas.

El silencio se apoderó de la habitación por un momento. Aegon bajó la vista, pensativo, mientras Aemond reflexionaba sobre las palabras del director. Dumbledore, con una sonrisa casi paternal, se levantó de la mesa y se acercó a ellos.

—Los dos llevan una carga pesada sobre sus hombros, una carga que no debería pertenecer a esa apariencia de niños tan pequeños —dijo, posando una mano en el hombro de Aegon y luego en el de Aemond—. Pero no tienen que cargar con todo eso solos. Yo estaré aquí para ayudarlos a encontrar su camino, siempre que lo necesiten.

Aegon sintió un nudo en la garganta. Aunque era difícil para él admitirlo, las palabras de Dumbledore le ofrecían una sensación de consuelo que no había sentido en mucho tiempo. Era casi como si, por primera vez, alguien se preocupara genuinamente por él, sin esperar nada a cambio. En ese momento, Aegon se dio cuenta de que Dumbledore era más que un simple director; había comenzado a verlo como una figura paternal, una guía en un mundo que aún no entendía.

Aemond, por su parte, sintió una mezcla de alivio y resistencia. No estaba acostumbrado a depender de nadie, pero había algo en Dumbledore que lo hacía sentir seguro, incluso en medio de su confusión y culpa.

Después de un rato, Dumbledore rompió el silencio con un tono más ligero.

—Bueno, mis jóvenes príncipes —dijo con una sonrisa—. ¿Qué les parece si, después del desayuno, damos un paseo por los jardines de Hogwarts? El sol está brillante hoy, y quizás una pequeña aventura al aire libre nos ayude a despejar la mente.

Aegon y Aemond intercambiaron miradas, y por primera vez en mucho tiempo, asintieron con entusiasmo. Mientras terminaban su desayuno, Aegon se dio cuenta de algo: tal vez, en este mundo, aún había esperanza para ellos. Tal vez, bajo la guía de Dumbledore, encontrarían el perdón y la paz que tanto anhelaban.

Y mientras caminaban junto a Dumbledore hacia los jardines, los dos hermanos comenzaron a sentir que, tal vez, el castillo de Hogwarts podría convertirse en algo más que un refugio temporal. Quizás, por primera vez en mucho tiempo, habían encontrado un lugar donde podían comenzar de nuevo.

...

La vasta biblioteca de Hogwarts era un lugar donde el silencio parecía tener vida propia, un espacio en el que los susurros se desvanecían en el aire, y los pensamientos, absorbidos por los gruesos volúmenes de saberes antiguos, resonaban con intensidad. Rhaenyra Targaryen, quien ahora ocupaba una mesa cerca de una de las enormes estanterías, se encontraba recargada sobre una pila de libros. Estaba concentrada, pero la preocupación era palpable en su mirada.

Había pasado días sumergida en textos de magia, tratando de ponerse al día. Sabía que no sería fácil igualar el conocimiento de sus nuevos compañeros en tan poco tiempo. Después de todo, ellos habían pasado cuatro años sumergidos en los estudios de Hogwarts, mientras ella intentaba absorber lo básico en unas pocas semanas. El peso de esa responsabilidad comenzaba a hacer mella en ella. Sin embargo, tenía una determinación inquebrantable, como la que siempre la había impulsado en su vida pasada.

Con un suspiro, cerró uno de los gruesos volúmenes sobre Encantamientos Básicos y masajeó su cuello. El agotamiento físico no la detenía, pero el mental comenzaba a ser más complicado de manejar.

Antes de que pudiera siquiera reaccionar, una figura se detuvo frente a su mesa. Al levantar la vista, se encontró con unos ojos oscuros y penetrantes que la observaban con una intensidad inquietante.

—Rhaenyra Targaryen, ¿verdad? —La voz era suave, casi seductora, y pertenecía a Tom Riddle, el nuevo y misterioso profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Rhaenyra sintió un ligero escalofrío recorrer su espalda. Había algo en él que la ponía en guardia, aunque no podía precisar exactamente qué era. La forma en que la miraba, con esa mezcla de curiosidad y un control calculado, la hacía sentirse vulnerable, casi expuesta.

—Así es —respondió Rhaenyra con cautela, enderezándose un poco y cerrando el libro que tenía frente a ella, como si con ese pequeño gesto pudiera erigir una barrera entre ambos.

Tom sonrió, una sonrisa que a cualquier otro le hubiera parecido encantadora, pero para Rhaenyra tenía algo de falso y peligroso.

—He escuchado que eres nueva en Hogwarts —dijo Tom, tomando asiento sin ser invitado, su tono casual, pero con una pizca de interés que no lograba ocultar del todo—. Debe ser un desafío adaptarse a este entorno... especialmente con una historia tan... particular como la tuya.

Rhaenyra mantuvo la mirada firme. Sabía a qué se refería, aunque no le había dado detalles a nadie sobre su verdadera procedencia. Había aprendido a ser cautelosa, y aunque Tom Riddle parecía tener una cualidad magnética, había algo en él que encendía todas sus alarmas internas.

—Hogwarts es un lugar... lleno de sorpresas, eso es cierto —respondió ella, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Pero estoy acostumbrada a los desafíos.

Tom arqueó una ceja, claramente intrigado por su respuesta. Se inclinó un poco hacia adelante, apoyando los codos en la mesa, como si se preparara para entrar en una conversación más profunda.

—Es admirable —dijo, su tono cambiando sutilmente a uno más bajo, más cercano—. La mayoría de los estudiantes que llegan nuevos se ven abrumados por la cantidad de conocimientos que deben adquirir, pero tú... parece que ya tienes una base sólida. Como si estuvieras acostumbrada a cargar con el peso de responsabilidades mayores.

El comentario, aunque casual en apariencia, estaba cargado de insinuaciones. Tom era perspicaz, demasiado perspicaz. Estaba tanteando el terreno, buscando respuestas a preguntas que no había formulado abiertamente.

Rhaenyra se mantuvo serena, pero su mente trabajaba rápidamente. ¿Cómo sabía tanto sobre ella? ¿Por qué se interesaba en su pasado? Como Albus les había dicho que Tom Riddle era carismático, pero también había oscuridad en él, algo que lo hacía peligroso. A pesar de su edad, Rhaenyra no era una adolescente común. Había sido madre, reina, y había vivido mucho más de lo que este joven podía imaginar.

—Hogwarts tiene mucho que ofrecer —dijo Rhaenyra, evadiendo cuidadosamente el trasfondo de sus palabras—. Y estoy aquí para aprender, como cualquier otro estudiante.

Tom entrecerró los ojos, evaluándola, como si intentara leer entre líneas. Era un maestro de la manipulación, alguien acostumbrado a obtener respuestas sin siquiera preguntar directamente. Pero Rhaenyra no era una presa fácil. Había aprendido, en su vida anterior, a enfrentarse a depredadores mucho más peligrosos.

—Por supuesto —respondió Tom, en un tono que parecía casi... elogioso—. Pero no eres como cualquier otro estudiante, ¿verdad? —Su sonrisa se ensanchó un poco más—. Hay algo... especial en ti. Algo que te diferencia.

Rhaenyra sintió una punzada de incomodidad. No podía evitar la sensación de que Tom Riddle sabía más de lo que dejaba ver. Pero tampoco podía permitir que eso la desestabilizara.

—Eso mismo se podría decir de usted, profesor —respondió ella con suavidad, devolviendo el comentario—. He oído hablar de su talento y de sus logros. Claramente, usted tampoco es como cualquier otro profesor.

Tom soltó una leve carcajada, pero sus ojos no se apartaron de los de ella.

—Touché —dijo, inclinando ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento—. Pero no estamos aquí para hablar de mí. Estoy más interesado en ti, en lo que puedes ofrecer... y en lo que necesitas aprender.

Rhaenyra lo miró con cautela. Sentía que Tom intentaba penetrar en sus pensamientos, en sus emociones. Pero no se lo permitiría. Sabía que este joven maestro no era alguien en quien pudiera confiar fácilmente.

—Supongo que pronto descubriré todo lo que necesito —dijo ella, manteniendo la calma—. Después de todo, para eso estamos en Hogwarts, ¿no es así? Para aprender.

Tom se inclinó hacia atrás, apoyando la espalda en la silla y cruzando los brazos frente a su pecho.

—Eso es verdad —admitió—. Pero no todo lo que aprendas aquí vendrá de los libros.

Rhaenyra asintió, sin romper el contacto visual. Sabía que él estaba tanteando en su mirada, buscando debilidades o información que pudiera usar. Pero también sabía que no podía bajar la guardia. No con alguien como Tom Riddle.

Finalmente, después de unos momentos de silencio tenso, Tom se levantó.

—Será interesante verte en clase, Rhaenyra —dijo, y por primera vez su tono se volvió formal—. Estoy seguro de que destacarás entre los demás.

Ella lo observó mientras se alejaba, sintiendo que ese encuentro había sido solo el primer movimiento en un juego mucho más complejo. Sabía que Tom Riddle era un hombre peligroso, alguien que no se detenía hasta obtener lo que quería. Pero también sabía que, aunque vulnerable en algunos aspectos, ya no era la misma niña que había sido alguna vez.

Mientras él desaparecía entre las estanterías, Rhaenyra exhaló lentamente. Sabía que tendría que estar alerta. Este nuevo mundo tenía sus propios peligros, y Tom Riddle era, sin duda, uno de los mayores.

Había algo en él que la inquietaba profundamente, una oscuridad que resonaba con las sombras de su propio pasado. Pero, al mismo tiempo, no podía negar que había una curiosidad mutua. Era como si ambos supieran que estaban destinados a cruzarse más veces, y que ese encuentro en la biblioteca no sería el último.

Rhaenyra observó por unos instantes cómo Tom Riddle se desvanecía entre los pasillos de la biblioteca, sus pensamientos aún atrapados en el encuentro que acababa de tener. La curiosidad de Riddle, su carisma inquietante y la forma en que intentaba desenterrar secretos la habían dejado con una extraña sensación de vulnerabilidad. A pesar de su experiencia en otro mundo, ese joven maestro había despertado una inquietud que no podía ignorar.

Guardó los libros que había estado revisando y se puso de pie, con la firme intención de encontrar a Dumbledore. Sabía que no podía dejar pasar este encuentro sin consultarlo con el director. Había algo más en Riddle, algo que la hacía sentir como si estuviera caminando sobre hielo delgado.

Recogiendo sus pertenencias, se apresuró a salir de la biblioteca. A medida que caminaba por los pasillos, su mente volvía una y otra vez a los ojos oscuros de Riddle, a esa sonrisa que parecía encubrir algo más profundo. A medida que sus pasos la llevaban hacia la estatua del águila que custodiaba el despacho de Dumbledore, su determinación crecía.

Al llegar frente a la gárgola, dijo la contraseña que había aprendido hace poco. "Caramelo de limón." La estatua se movió lentamente, revelando una escalera de caracol que ascendía al despacho del director. Rhaenyra subió con rapidez, la tensión del encuentro aún pesando sobre sus hombros.

Cuando llegó al despacho, la puerta estaba entreabierta, y desde el interior se escuchaba el suave murmullo de voces familiares. Empujó la puerta con suavidad y vio a Dumbledore sentado detrás de su escritorio, con sus hermanos Aegon y Aemond sentados frente a él, aparentemente inmersos en una conversación tranquila. Aegon estaba en su silla, jugueteando con un caramelo que había sacado de uno de los frascos en el escritorio de Dumbledore, mientras que Aemond, con su pequeño cuerpo de tres años, estaba sentado con una expresión pensativa.

Dumbledore levantó la mirada al sentir su presencia y le dedicó una sonrisa cálida, aunque Rhaenyra podía percibir una ligera sombra de preocupación en su rostro.

—Rhaenyra —saludó con suavidad, haciendo un gesto para que se acercara—. Estaba esperando verte. ¿Cómo fue tu día de estudio?

Rhaenyra se acercó lentamente, tomando asiento junto a sus hermanos. Miró brevemente a Aegon y Aemond antes de dirigirse al director.

—Algo... inesperado —dijo, y tomó una respiración profunda antes de continuar—. Me encontré con Tom Riddle en la biblioteca.

Los ojos de Dumbledore se entrecerraron levemente al escuchar ese nombre. La ligera preocupación que Rhaenyra había detectado en su rostro se intensificó. Aegon dejó de juguetear con el caramelo y miró a su hermana, claramente interesado en lo que estaba diciendo, mientras que Aemond simplemente observaba en silencio.

—¿Riddle? —repitió Dumbledore, su tono calmado, pero había algo más en su mirada ahora, algo que denotaba una profunda reflexión—. ¿Te dijo algo?

Rhaenyra asintió lentamente, relatando lo sucedido. Le explicó cómo Riddle había intentado sacar información, cómo sus preguntas parecían inofensivas pero estaban cargadas de una intención mucho más oscura. Dumbledore escuchó con atención, sin interrumpirla, aunque su mirada parecía oscurecerse cada vez más.

—Fue... diferente —continuó Rhaenyra, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Hay algo en él, algo que me pone en alerta. Intentaba leerme, no solo con sus preguntas, sino... no sé cómo explicarlo. Era como si quisiera entrar en mi mente.

El rostro de Dumbledore se tensó ligeramente, lo que no pasó desapercibido para ninguno de los tres hermanos. El director guardó silencio por un momento, como si estuviera organizando sus pensamientos, antes de finalmente hablar.

—Legeremancia —dijo en voz baja.

—¿Legeremancia? —preguntó Aegon, frunciendo el ceño mientras miraba al director, claramente desconcertado por el término.

Dumbledore asintió y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre el escritorio.

—Es una habilidad mágica Aegon. La legeremancia tiene la capacidad de acceder a los pensamientos, recuerdos y emociones de otra persona —explicó, con una seriedad que dejó a los tres hermanos inmóviles—. Pero no todos pueden hacerlo, requiere una gran habilidad y control. Y me temo que Tom Riddle tiene una especial afinidad por esta práctica.

Rhaenyra se estremeció. Esa era exactamente la sensación que había tenido al encontrarse con Riddle: como si él estuviera tratando de leer más allá de sus palabras, de penetrar en su mente y descubrir secretos que no debía conocer.

—Eso significa que... —comenzó Aemond, su voz infantil cargada de preocupación—. ¿Podría saber de dónde venimos?

Dumbledore asintió lentamente, sus ojos llenos de preocupación.

—Es posible. Y por eso debemos tomar precauciones —dijo, con un tono firme pero calmado—. Nadie debe conocer su verdadero origen ni las circunstancias que los trajeron aquí. Ni siquiera Riddle.

Con una mirada decidida, Dumbledore se levantó de su silla y se dirigió a un cajón de su escritorio. Lo abrió con cuidado, y de su interior sacó tres pequeñas pulseras de plata, decoradas con runas antiguas grabadas a lo largo de su superficie.

—Estas pulseras son artefactos de protección mental —explicó mientras se las entregaba a cada uno de los hermanos—. Las runas que contienen las protegerán de cualquier intento de invasión de sus pensamientos. Mientras las lleven puestas, nadie podrá penetrar sus mentes.

Rhaenyra tomó la pulsera que le ofrecía Dumbledore y la observó de cerca. Las runas brillaban levemente con una luz suave, pero había algo más en ellas, una sensación de protección que resonaba en su interior.

—Es importante que las usen siempre —continuó Dumbledore, su tono ahora cargado de advertencia—. Tom Riddle no es alguien que deba subestimarse. Tiene ambiciones, y hará cualquier cosa por conseguir lo que quiere. Si llega a descubrir la verdad sobre ustedes y cómo llegaron aquí... podría ser peligroso, no solo para ustedes, sino para todo este mundo y tal vez para el mundo que dejaron.

Aegon y Aemond, que normalmente eran más escépticos respecto a los peligros del mundo mágico, intercambiaron una mirada de preocupación antes de colocarse las pulseras en sus muñecas. Al deslizarlas, la magia hizo que cada pulsera se ajustara al tamaño exacto de sus muñecas, encogiéndose suavemente hasta encajar a la perfección. Rhaenyra hizo lo mismo, sintiendo cómo una ligera corriente de magia recorría su piel al ajustarla, mientras el metal se adaptaba, firme y seguro, como si hubiera sido forjado solo para ella.

—Riddle no puede saber quiénes son realmente —continuó Dumbledore, mirando a los tres con seriedad—. Esto no es solo una cuestión de magia. Si llega a descubrir su verdadero pasado, podría usarlo en su contra. Y créanme, eso es algo que no podemos permitir.

El silencio que siguió a las palabras de Dumbledore era espeso y tenso. Rhaenyra miró a sus hermanos. El peso de su pasado, de todo lo que habían dejado atrás en Westeros, parecía volver a presionar sobre sus hombros. Pero al mismo tiempo, sabían que no estaban solos. Estaban en un nuevo mundo, con nuevas reglas y nuevas alianzas. Y, de alguna manera, tenían una segunda oportunidad.

—Gracias, profesor —dijo Rhaenyra finalmente, rompiendo el silencio. Sus ojos brillaban con determinación—. No permitiré que Riddle descubra nada.

Dumbledore le dedicó una sonrisa, aunque su preocupación seguía presente.

—Confío en ustedes —dijo, mirándolos con una mezcla de afecto y advertencia—. Pero recuerden, incluso en este mundo, hay peligros que no podemos prever. Así que mantengan sus mentes protegidas, y siempre vengan a mí si sienten que algo no está bien.

Los tres hermanos asintieron, sabiendo que a partir de ese momento, cada encuentro con Riddle sería un juego peligroso. Pero al menos, ahora tenían una protección. Una barrera entre sus mentes y las ambiciones de alguien que, claramente, no era de fiar.

El despacho de Dumbledore, normalmente cálido y acogedor, se sentía más solemne ahora, pero también más seguro. Los tres hermanos miraron una vez más las pulseras que llevaban en sus muñecas, conscientes del poder que albergaban y del peligro que acechaba.

Cuando Rhaenyra, Aegon y Aemond finalmente se levantaron para irse, sabían que este nuevo mundo no sería tan sencillo como habían pensado.

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