Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts

House of the Dragon (TV) A Song of Ice and Fire - George R. R. Martin Harry Potter - J. K. Rowling
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Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts
Summary
Tras una muerte marcada por traiciones y fuego, Rhaenyra Targaryen renace en el misterioso mundo de Hogwarts, acompañada de sus hermanos menores, Aegon y Aemond, quienes, a pesar de tener la apariencia de niños, conservan la sabiduría y cicatrices de sus vidas pasadas. Bajo la protección de Albus Dumbledore, Rhaenyra lucha por adaptarse a un universo lleno de secretos y magia desconocida. Sin embargo, su poder y legado no pasan desapercibidos para Tom Riddle, el carismático y oscuro profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, quien la ve como una aliada potencial y a la vez una peligrosa amenaza. Mientras los lazos entre los tres hermanos se ponen a prueba, deberán enfrentarse no solo a su turbulento pasado, sino también a las sombras que amenazan con aplastar su futuro.
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"El fantasma amable"

Ecos del Pasado

Rhaenyra, Aegon y Aemond caminaban detrás de Albus Dumbledore por los extensos pasillos de Hogwarts. Aunque todo a su alrededor parecía mágico y sorprendente, los tres hermanos Targaryen no podían evitar sentir una mezcla de extrañeza e incomodidad en este nuevo mundo, tan alejado de la guerra y los engaños que habían conocido en Westeros.

Los ecos de sus pasos resonaban suavemente en el aire, y las luces mágicas de las antorchas proyectaban sombras danzantes sobre las paredes de piedra. Al pasar frente a una gran puerta de madera, Dumbledore se detuvo y giró hacia ellos con una sonrisa tranquilizadora.

—Es hora de que conozcáis a algunos de los profesores —anunció con voz calmada pero llena de autoridad—. Ellos os guiarán durante vuestra estancia en Hogwarts.

Los tres hermanos se miraron entre sí. Aunque Aegon y Aemond todavía estaban acostumbrándose a sus cuerpos jóvenes, sus mentes adultas estaban llenas de preguntas. Rhaenyra, por otro lado, no había dejado de reflexionar sobre la reciente confirmación de su poder mágico y lo que esto significaría para su futuro.

Dumbledore empujó las grandes puertas y los condujo a una amplia sala donde los profesores de Hogwarts estaban reunidos alrededor de una mesa larga, algunos charlando entre ellos, otros revisando pergaminos y libros. Una gran chimenea iluminaba el lugar, proyectando un calor suave en la estancia.

Los ojos de todos los maestros se volvieron hacia los recién llegados cuando entraron.

—Profesores, permitidme presentaros a Rhaenyra, Aegon y Aemond Targaryen —dijo Dumbledore con una leve inclinación de cabeza y señalando a cada uno respectivamente—. Ellos han llegado recientemente a Hogwarts y, como su tutor, me aseguraré de que se integren adecuadamente.

Rhaenyra se irguió con la gracia que siempre la había caracterizado, aunque por dentro sentía el peso de la incertidumbre. Aegon y Aemond, parados a su lado, observaban el fuego de la chimenea en silencio, aunque sus ojos no dejaban de moverse, analizando cada detalle del lugar.

—Bienvenidos a Hogwarts —dijo una mujer de cabello plateado que se levantó de su asiento—. Soy Galatea Merrythought, y seré vuestra profesora de Herbología y jefa de la casa de Gryffindor. Les enseñaré a cuidar y utilizar las plantas, sus propiedades mágicas y para qué sirven.

Rhaenyra la observó con un pequeño gesto de asentimiento. Había sido criada entre figuras de poder y sabía cuándo mantener el respeto debido.

Aegon, con el ceño fruncido, no apartaba la mirada del fuego, perdido en sus pensamientos, recordando cómo este mismo fuego había consumido a su familia. Aemond, en cambio, observaba atentamente a cada uno de los profesores, siempre con su mente calculadora.

Otro profesor, un hombre bajo y rechoncho con una expresión amistosa, se adelantó con una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Soy Horace Slughorn, profesor de Pociones y jefe de la casa Slytherin. Aunque mis clases pueden parecer un poco distintas de lo que están acostumbrados, estoy seguro de que les parecerán interesantes. Las pociones son todo un arte, y puede que tengan talento para ello —dijo, guiñando un ojo hacia Rhaenyra.

Aegon miró a Slughorn con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Aunque había vivido la guerra y la muerte, ahora se encontraba en un lugar donde no entendía el propósito de su magia, si tenía, ni lo que se esperaba de ellos.

El siguiente profesor en adelantarse fue un hombre de porte aristocrático, cabello rubio y ojos fríos. Aunque su familia no tenía una relación directa con los Targaryen, la nobleza en su sangre era evidente.

—Soy Abraxas Malfoy, profesor de Encantamientos. Aquí aprenderán a controlar y canalizar su magia.

Rhaenyra notó la forma en que Malfoy los miraba, como si intentara comprender de dónde venían. Sin embargo, no mencionó nada sobre su procedencia, lo cual, de alguna manera, la tranquilizó. Aquí, al menos por ahora, no eran reyes ni guerreros caídos, solo personas. Aunque Aegon no parecía estar particularmente interesado en el tema, Aemond se inclinó ligeramente hacia adelante, claramente intrigado por el profesor y su materia.

Una mujer alta y severa, con el cabello lleno de canas, dio un paso adelante con aire solemne.

—Soy Euphemia Clearwater y enseñó Transformaciones. Les enseñaré a cambiar la apariencia o forma de un objeto o persona. Además, soy jefa de la casa de Ravenclaw.

Otra mujer, pequeña y con algunas canas visibles en su cabello rojizo, sonrió amablemente antes de presentarse.

—Yo soy Cassius Prewett y enseño Astronomía. Les enseñaré sobre el movimiento de los planetas y las estrellas. Y soy jefa de casa de Hufflepuff.

Los cinco les dedicaron sonrisas cordiales tras sus presentaciones. mientras Dumbledore, con una expresión tranquila pero firme, les sonreía antes de hablar.

—Ya habéis conocido a algunos de nuestros maestros. Ahora, no olvidéis que, como os mencioné, el próximo mes iremos al Callejón Diagon para comprar la varita de Rhaenyra y otros suministros.

—Por ahora —continuó Dumbledore—hemos preparado una cena especial para vosotros. Los invito a que me acompañéis.

Los tres hermanos asintieron en silencio y siguieron a Dumbledore por los pasillos del castillo hasta el Gran Comedor. Al entrar, sus pasos resonaron en el vasto salón, cuyas altas paredes estaban decoradas con estandartes de las cuatro casas. Aunque el lugar estaba casi vacío, la inmensidad de la sala y el techo encantado, que reflejaba un cielo estrellado, los dejó momentáneamente sin palabras.

Rhaenyra fue la primera en reaccionar. Sus ojos violeta se alzaron lentamente hacia el techo encantado del Gran Comedor, perdiéndose en la vastedad de un cielo estrellado que parecía estar directamente conectado con el firmamento real. El encanto y la belleza de la magia que envolvía el lugar la hicieron sentir pequeña por un instante, casi insignificante, como si estuviera ante un poder más antiguo y grandioso que cualquiera de los que conocía en Westeros. Había presenciado maravillas en su tierra natal, pero nada comparable a la quieta majestuosidad de este lugar. Por un breve momento, se permitió respirar en paz, sintiendo cómo la magia fluía suave y cálida a su alrededor, brindándole un respiro en medio del caos de su nueva vida.

El contraste entre la inmensidad del salón, con sus banderas ondeando silenciosamente, y el vacío de su interior le otorgó una sensación de calma que no había experimentado en mucho tiempo. Rhaenyra se sentó a la mesa, como si el peso del castillo la acogiera, envolviéndola en una pausa que la invitaba a reflexionar. El silencio era casi sagrado, roto solo por el leve crujido de las velas flotantes que iluminaban suavemente la sala.

Aegon, en cambio, permaneció quieto en la entrada por un momento, sus ojos violetas recorriendo cada rincón del vasto salón. El techo encantado, las interminables filas de mesas, las banderas de las casas ondeando suavemente en lo alto... todo lo hacía sentirse como un niño pequeño nuevamente, lleno de asombro y curiosidad. El cielo estrellado sobre él parecía tan real que casi levantó una mano, como si pudiera tocar las estrellas. Las velas flotantes, parpadeantes y tranquilas, daban al lugar una atmósfera de cuento, algo que jamás había imaginado experimentar. Sin decir nada, Aegon caminó lentamente hacia la mesa y se sentó junto a su hermana, aún inmerso en la magia palpable que flotaba en el aire.

Aemond fue el último en moverse. Sus ojos afilados y calculadores recorrieron cada detalle del Gran Comedor con la precisión de un guerrero que analiza el terreno antes de una batalla. No era el asombro lo que guiaba su mirada, sino la estrategia, la comparación. Observaba las banderas de las casas, los arcos de piedra, la forma en que la magia impregnaba el lugar, tratando de encontrar alguna familiaridad con los castillos de Westeros. Pero, aunque el entorno le resultaba completamente nuevo, había algo en la arquitectura, en la sensación de antigüedad y poder, que lo mantenía en alerta. Se acercó a la mesa donde estaban sus hermanos y, al sentarse, sus dedos rozaron la madera pulida, como si quisiera sentir la conexión entre la magia del castillo y su propio cuerpo, buscando comprender cómo funcionaba aquel lugar.

Al terminar la cena, Dumbledore los acompañó hasta su habitación, que compartían. Ninguno de los tres pronunció palabra durante el trayecto, cada uno inmerso en sus pensamientos. Al llegar, se despidieron de Dumbledore con una inclinación de cabeza. El anciano director les dedicó una cálida sonrisa antes de desaparecer en el corredor.

Una vez que la puerta se cerró detrás de ellos, el silencio se apoderó de la habitación. Ninguno de los tres dijo nada; simplemente se miraron brevemente antes de acostarse. Los pensamientos de su nuevo entorno, sus recuerdos del pasado y las incertidumbres del futuro pesaban en sus mentes. Las luces se apagaron, y los tres se entregaron al sueño, sabiendo que el día siguiente traería aún más misterios.

...

El castillo de Hogwarts estaba casi vacío debido a las vacaciones, pero eso no significaba que estuviera completamente desprovisto de actividad. Mientras Rhaenyra, Aegon y Aemond paseaban por los pasillos interminables, fascinados por las peculiaridades de este nuevo mundo, sus pasos resonaban suavemente en el silencio del castillo.

—Este lugar es enorme —dijo Aemond, mirando hacia el techo altísimo, casi doblando el cuello para poder ver las gárgolas que lo decoraban. Su mirada era la de un niño pequeño, pero su mente, un adulto curioso, se preguntaba cómo esas criaturas de piedra habían sido talladas.

—Enorme... y vacío —añadió Aegon, con el ceño fruncido, aunque una leve sonrisa se asomaba en su rostro infantil de cinco años. Había algo en este lugar que lo entretenía.

—Al menos no huele mal —dijo Rhaenyra, con una media sonrisa, mientras sus ojos recorrían los antiguos tapices y retratos que adornaban las paredes.

Mientras caminaban, el eco de sus pasos era lo único que rompía el silencio. De repente, un suave susurro recorrió el pasillo, haciendo que los tres hermanos se detuvieran en seco. Rhaenyra frunció el ceño y Aemond se giró en la dirección del sonido.

—¿Qué fue eso? —preguntó Aemond, con su pequeño puño apretado en un gesto de determinación infantil, aunque su mirada revelaba una curiosidad genuina.

—¿El viento? —aventuró Aegon, aunque claramente no estaba convencido.

Antes de que pudieran seguir especulando, una figura translúcida apareció atravesando la pared a su derecha. Los tres hermanos quedaron boquiabiertos mientras un hombre fantasmal, con una sonrisa amistosa y una túnica de época, flotaba hacia ellos.

—¡Oh! ¡Hola, chicos! —saludó el fantasma alegremente, como si su presencia fuera lo más normal del mundo—. No los había visto antes por aquí. ¿Están perdidos?

Aegon miró a Rhaenyra y luego a Aemond, sorprendido. No se movió ni un centímetro.

—No estamos perdidos, pero... ¿cómo es que puedes atravesar paredes? —preguntó Aemond, con genuina curiosidad.

El fantasma, que parecía encantado de tener compañía, se rió ligeramente.

—Bueno, soy un fantasma, por supuesto. Sir Nicholas de Mimsy-Porpington, aunque me conocen mejor como Nick Casi Decapitado. —Hizo una reverencia exagerada, lo que provocó que Aegon se riera.

—"Casi" decapitado —repitió Aegon, arqueando una ceja, mientras trataba de contener su risa. La escena era tan extraña que hasta le parecía divertida.

—Sí, solo me cortaron... bueno, la mayor parte —dijo Nick, tirando suavemente de su cuello para mostrar cómo la cabeza se mantenía unida solo por un pequeño pedazo de piel. Aemond miró con los ojos muy abiertos, sorprendido, pero no horrorizado. En su mente adulta, ya había visto y hecho cosas peores.

—¡Vaya! —exclamó Aegon, estallando en una risa genuina—. ¡Eso es asombroso!

Rhaenyra no pudo evitar sonreír también, mientras el fantasma se unía al ambiente desenfadado.

—Gracias, joven. Es agradable cuando alguien aprecia mi... peculiaridad. ¿Y ustedes? No parecen los típicos estudiantes de Hogwarts.

—Digamos que somos nuevos —respondió Rhaenyra, cruzándose de brazos—. ¿Eres el único fantasma por aquí?

—¡Oh, para nada! —exclamó Nick, como si la idea le resultara hilarante—. Hay varios de nosotros rondando por el castillo. Hay que tener cuidado con el Barón Sanguinario, él no es tan amable como yo. Y también está la Dama Gris, que es muy reservada, pero fascinante si te atreves a hablar con ella.

Aegon intercambió una mirada divertida con Aemond, ambos niños parecían estar disfrutando del espectáculo inesperado. La idea de que Hogwarts tuviera "residentes fantasmales" los entretenía más que preocuparles.

—¿Y no puedes comer ni beber? —preguntó Aemond, que observaba con una mezcla de asombro y pragmatismo. Parecía estar evaluando cuántas ventajas había en ser un fantasma.

Nick agitó la mano con un gesto de resignación.

—Ah, no, desgraciadamente, eso es una de las desventajas. Lo he intentado cientos de veces, pero siempre acaba siendo un desastre. ¡Ah, la vida después de la muerte tiene sus retos, ya lo verán!

—Espero no tener que verlo tan de cerca —bromeó Aegon, riéndose.

Nick se rió junto a él, flotando alrededor del grupo de niños.

—Bueno, si tienen alguna pregunta sobre el castillo o necesitan algo de compañía, no duden en buscarme. Estoy en todos lados, literalmente.

Aegon, que ya había olvidado momentáneamente la crueldad del pasado preguntó;

—¿Tú conoces todos los secretos de Hogwarts? ¿Hay un lugar donde podamos encontrar tesoros escondidos?

—¡Ah, los tesoros! —dijo Nick, inclinando la cabeza en un gesto pensativo—. Hay muchos secretos en este castillo. De hecho, hay un pasillo que conduce a una sala de encantamientos, donde se dice que hay una escoba voladora que nunca ha dejado de volar.

Aemond, siempre calculador, se inclinó un poco hacia adelante, casi como si quisiera absorber cada palabra.

—¿Y cómo llegamos a esa sala? —preguntó con seriedad, como si estuviera planeando una expedición.

—Ah, eso es un poco más complicado —respondió Nick, mientras se reía suavemente—. Solo se puede acceder en el momento adecuado. Pero si tienes suerte, podrías tropezar con ella. Aunque, debo advertirles, no todos los tesoros son tan fáciles de manejar.

Rhaenyra soltó una risa suave, disfrutando de la ligereza del momento.

—¿Eso significa que tendremos que hacer magia para acceder a esos tesoros? —preguntó, sonriendo. Su mente se aventuraba en la idea de aventuras emocionantes, olvidando por un momento su vida pasada.

—¡Exactamente! —exclamó Nick, su rostro fantasmal iluminándose—. ¡La magia está en todas partes! Es un lugar donde cualquier cosa puede suceder.

Aegon, emocionado, dio un pequeño salto en su lugar.

—¿Y si encontramos un dragón? —preguntó, con los ojos brillantes de emoción.

—¡Oh, hay historias de dragones en Hogwarts! —dijo Nick, llevándose un dedo a la barbilla—. Pero no he visto ninguno por aquí últimamente. Quizás deberías buscar en el Bosque Prohibido.

Aemond se giró rápidamente, con un brillo travieso en sus ojos.

—¿Podemos explorar el Bosque Prohibido? —preguntó, ya imaginando una expedición audaz. Aunque era solo un niño de tres años de cuerpo, su mente adulta ya estaba maquinando planes y estrategias.

—Tal vez no sea la mejor idea... —dijo Nick, mirando a los lados como si temiera que alguien pudiera escucharlo. Pero después de un instante, se encogió de hombros—. Sin embargo, si tienen valor, ¿por qué no? Solo asegúrense de llevar una linterna.

Aegon y Aemond intercambiaron miradas llenas de emoción, mientras Rhaenyra se mantenía más cautelosa.

—Puede que no sea el mejor momento para explorar un lugar lleno de peligros —dijo Rhaenyra, con una sonrisa divertida. Pero en el fondo, también estaba intrigada por la idea.

Nick, viendo su indecisión, agregó:

—No se preocupen. Siempre hay aventuras, incluso en las situaciones más inesperadas. Recuerden, aquí en Hogwarts, la magia puede ser tanto amistosa como traviesa.

Los tres hermanos rieron juntos, disfrutando de la camaradería que habían encontrado en este extraño y nuevo mundo. Por un momento, el peso de Westeros se desvanecía, y en su lugar había una burbuja de diversión y alegría.

—Bueno, nos vemos por aquí —dijo Nick, despidiéndose con una reverencia exagerada—. No olviden preguntar si necesitan ayuda. ¡Estoy a su disposición!

Con eso, Nick Casi Decapitado se despidió con una pequeña reverencia y desapareció a través de una pared, dejando a los hermanos Targaryen en medio del pasillo, todavía procesando lo que acababa de suceder.

—¿Sabes? —dijo Aegon, con una sonrisa en su rostro infantil—. Creo que me gusta este lugar.

—A mí también —respondió Rhaenyra, sintiendo un pequeño destello de esperanza en su corazón.

Aemond asintió con seriedad, aunque su rostro infantil mostraba una determinación que desafiaba su apariencia.

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