Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts

House of the Dragon (TV) A Song of Ice and Fire - George R. R. Martin Harry Potter - J. K. Rowling
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Heredera, Príncipe y Guerrero: Los Targaryen en Hogwarts
Summary
Tras una muerte marcada por traiciones y fuego, Rhaenyra Targaryen renace en el misterioso mundo de Hogwarts, acompañada de sus hermanos menores, Aegon y Aemond, quienes, a pesar de tener la apariencia de niños, conservan la sabiduría y cicatrices de sus vidas pasadas. Bajo la protección de Albus Dumbledore, Rhaenyra lucha por adaptarse a un universo lleno de secretos y magia desconocida. Sin embargo, su poder y legado no pasan desapercibidos para Tom Riddle, el carismático y oscuro profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, quien la ve como una aliada potencial y a la vez una peligrosa amenaza. Mientras los lazos entre los tres hermanos se ponen a prueba, deberán enfrentarse no solo a su turbulento pasado, sino también a las sombras que amenazan con aplastar su futuro.
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"Hermanos Perdidos en Tierras Extrañas"

Tras una muerte marcada por traiciones y fuego, Rhaenyra Targaryen renace en el misterioso mundo de Hogwarts, acompañada de sus hermanos menores, Aegon y Aemond, quienes, a pesar de tener la apariencia de niños, conservan la sabiduría y cicatrices...

El fuego rugía con una ferocidad incontrolable, tiñendo el cielo de un rojo ardiente mientras Sunfyre, el dragón dorado, envolvía a Rhaenyra Targaryen en un infierno abrasador. Atrapada en el calor infernal, aún podía escuchar el llanto desgarrador de su único hijo sobreviviente, que la llamaba en la distancia. La Reina Negra supo que su fin había sido decretado por la mano de su propio hermano, Aegon. A medida que el fuego consumía su carne, Rhaenyra permitió que su mente se refugiara en sus recuerdos más queridos: los días en que había soñado con la paz, las risas de sus hijos llenando sus salones, los abrazos de su madre y las caricias de su esposo.

En esos últimos instantes, un suspiro de alivio atravesó su alma, una tregua efímera del dolor antes de que las llamas la devoraran por completo. Fue el adiós de una reina a la vida que había conocido, y, por un instante, la promesa de un descanso que el fuego no podría arrebatarle.

Tiempo después, Aegon fue encontrado atrapado en un infierno muy diferente. El veneno se deslizaba por sus venas, debilitándolo lentamente con cada segundo que pasaba, llevándose con él sus últimas fuerzas. Su reino, aquel por el que tanto había luchado, se había desmoronado ante sus propios ojos, y ahora, en su lecho de muerte, era testigo de las traiciones de aquellos que una vez le juraron lealtad. Mientras su visión se nublaba, sus pensamientos se remontaron a los días en que ansiaba el poder, sin comprender realmente el costo que ese deseo acarrearía.

En su último instante de claridad, el rostro de su sobrino Aegon, hijo de Rhaenyra, cruzó su mente. Quizás este era el precio que le correspondía pagar, la condena por las heridas y el caos que él mismo había sembrado. Con su último aliento, sus labios formaron una disculpa muda, dirigida a una familia que él había destrozado con sus propias manos, sabiendo que su arrepentimiento llegaba demasiado tarde para reparar lo que había roto.

Mientras tanto, mucho tiempo atrás, Aemond encontró su final en pleno combate. La batalla contra su tío Daemon resonaba como un trueno en el cielo, mientras el fuego y la sangre lo rodeaban. Vhagar y Caraxes chocaban en un feroz enfrentamiento, y la muerte se cernía sobre él, más cerca con cada instante. Aemond sintió el temor de recorrer su cuerpo, pero no dejó que lo dominara. Observó a su tío Daemon lanzarse desde su dragón, un destello de acero en su mano. La espada de acero Valyrio, Dark Sister, se hundió implacable en el único ojo que le quedaba, y Aemond, sin poder evitarlo, cayó en picado junto a Vhagar, su destino finalmente sellado.

Aunque no fue la muerte de un guerrero que él había imaginado, Aemond aceptó el final con una extraña paz. Había caído, no como el héroe que siempre aspiró ser, pero al menos se había enfrentado a la muerte. El fuego y el acero lo reclamaron, dejándolo descansar en el destino que, en el fondo, sabía que él mismo había escogido.

Entonces, el silencio. El vacío los rodeó a los tres. Eran solo sombras sin forma ni voz, atrapadas en un limbo oscuro hasta que, de repente, una presencia emergió ante ellos. Una figura etérea de ojos que reflejaban el fuego de los antiguos dragones valyrios los observaba en silencio. Sin pronunciar palabra, la figura les indicó con un gesto que sus destinos no terminarían allí. Con un brillo cegador, sus almas fueron arrojadas a un nuevo mundo, lejos de Westeros, de los dragones y de la guerra.

Rhaenyra se despertó con el murmullo del agua acariciando sus oídos. Abró los ojos, y lo primero que vio fue un lago oscuro y sereno, rodeado de árboles altos cuyas sombras parecían esconder secretos que nadie se atrevía a desenterrar. Al girar la cabeza, su mirada se posó sobre dos niños pequeños a su lado. Los reconocimos de inmediato. Aunque sus cuerpos pertenecían a un niño de cinco años y otro de apenas tres, las miradas que le devolvían estaban llenas de la experiencia y el rencor de sus hermanos.

— ¿Dónde estamos? —preguntó Aegon, con una voz infantil que no lograba ocultar el tono desafiante que siempre lo había caracterizado.

—No lo sé —respondió Rhaenyra, observando el entorno con una mezcla de cautela e incredulidad—. Pero algo me dice que ya no estamos en Westeros.

El resentimiento, un fuego que nunca había logrado extinguir, latía en su interior. La proximidad de Aegon y Aemond, incluso en esos cuerpos pequeños, le traía recuerdos amargos de la traición y el dolor que habían marcado su final.

Aemond, que se había aferrado a su mano sin darse cuenta, rápidamente la soltó al reconocer lo que hacía. Su pequeño rostro mostraba una mezcla de miedo y confusión que intentó enmascarar, recuperando una expresión que pretendía ser digna. Sin embargo, Rhaenyra percibió el temblor en sus ojos y una matiz de vulnerabilidad que rara vez había visto en él.

De repente, un hombre apareció entre los árboles, con una figura imponente pero tranquila. Un hombre de barba cuidada, cabello castaño claro y ojos azules intensos, llenos de una sabiduría antigua, parecían contener una promesa de seguridad. Llevaba un sombrero y ropas extrañas que a Rhaenyra le resultaban insólitas.

—Bienvenidos a Hogwarts —dijo el hombre, con voz amable y resonante—. Mi nombre es Albus Dumbledore. Parecéis haber llegado a mi mundo de una manera poco convencional.

— ¿Hogwarts? —preguntó Rhaenyra, estudiando al extraño mientras trataba de mantener la compostura—. No conocemos este lugar. Yo soy Rhaenyra Targaryen, y ellos son... —miró a los niños a su lado, tratando de dominar el resentimiento que la asaltaba al pensar en su pasado— mis hermanos, Aegon y Aemond.

Dumbledore se inclinó ligeramente, como si comprendiera de inmediato la importancia de esos nombres. El hombre transmitía una calma que no se veía interrumpida ni por la tensión latente entre los tres hermanos.

—Es un honor conoceros —respondió Dumbledore, con una leve sonrisa—. Debo decir que no es común ver a viajeros tan inusuales como vosotros. ¿Podríais contarme cómo llegasteis hasta aquí?

Rhaenyra intercambió una mirada con Aegon, quien cruzó los brazos y lo miró con desconfianza. Aemond, en cambio, se aferraba discretamente a la túnica de Rhaenyra con su pequeña mano, aunque su mirada denotaba el orgullo y la curiosidad de siempre. A pesar de su apariencia de niño, había algo en él que le confería un aire de seriedad adulta.

—No estamos seguros —respondió Rhaenyra, escogiendo sus palabras con cuidado—. Lo último que recuerdo... es que estábamos muriendo. Cada uno de nosotros, de diferentes formas.

Dumbledore frunció ligeramente el ceño, pensativo.

—Eso explicaría muchas cosas —murmuró—. Sin embargo, ahora estás aquí, y creo que eso significa que tu propósito en este mundo aún está por revelarse.

Aegon levantó la barbilla, observando al mago con una expresión de sospecha.

— ¿Por qué deberíamos confiar en ti? —preguntó con una voz infantil, pero el desafío en sus ojos traía ecos del rey que había sido.

Dumbledore se inclinó un poco, acercándose a su nivel, y miró a Aegon a los ojos con serenidad.

—He conocido a muchas personas en mis años, joven Aegon. Y si algo he aprendido, es que todos merecemos una segunda oportunidad, sin importar de dónde venimos o lo que hemos hecho. Tal vez este sea tu momento para descubrir quiénes podéis llegar a ser, lejos de las sombras de vuestro pasado.

Aemond, que seguía aferrado al vestido de Rhaenyra, frunció el ceño con una mezcla de interés y desconfianza. Sin querer mostrar vulnerabilidad, soltó su agarre y se irguió con su pequeña figura, intentando asumir una postura más digna. No obstante, la intensidad de su mirada dejaba entrever sus pensamientos.

—Y ¿qué harás con nosotros? —preguntó en voz baja con esa voz infantil, tratando de sonar fuerte, pero sus palabras delataban una pizca de incertidumbre.

Dumbledore sonreía, reconociendo el esfuerzo de Aemond por mantener la compostura.

—Si lo permitís —dijo—, os ofrezco un lugar seguro aquí en Hogwarts. Rhaenyra, podrías unirte a otros estudiantes en el próximo año escolar, y aprender más sobre la magia de este mundo. Aegon y Aemond, podréis quedaros bajo mi cuidado mientras os adaptais. Aquí estaréis protegidos, y os prometo que este mundo tiene sus propios misterios y maravillas por descubrir.

Rhaenyra ascendió, sintiendo un leve alivio, aunque la incertidumbre aún la asediaba.

—¿Y qué hay de nuestros dragones? —preguntó con voz apenas quebrada pensando que tal vez sus dragones estarían en este nuevo mundo, pero lamentablemente no los ve en ningún lado.

La expresión de Dumbledore se ensombreció por un instante.

—Eso es algo que no puedo responder con certeza. Pero en este mundo también existen criaturas poderosas, y la magia a veces puede traer sorpresas inesperadas. Tal vez aquí podréis encontrar un vínculo similar. La magia tiene formas de conectar los corazones más allá de lo que podemos ver.

Rhaenyra, Aegon y Aemond intercambiaron miradas, sopesando sus opciones. El misterio de este nuevo lugar, Hogwarts, era tan extraño como cautivador. A pesar de las heridas que cada uno llevaba, había algo en la calma de Dumbledore que les infundía una leve esperanza.

—Entonces... aceptamos tu oferta —dijo finalmente Rhaenyra, respirando profundamente.

Dumbledore se acercó con calidez, extendiéndoles la mano para guiarlos hacia el castillo.

Dumbledore los guió por los pasillos del castillo, iluminados por antorchas parpadeantes que proyectaban sombras danzantes en las paredes de piedra. Mientras caminaban, les explicaron brevemente sobre Hogwarts, las casas y el inicio de un nuevo curso que estaba a punto de comenzar.

—Cada uno de vosotros podrá encontrar un nuevo hogar aquí —dijo Dumbledore, haciendo un gesto amplio hacia el esplendor del castillo—. Las casas de Hogwarts, aunque diferentes entre sí, son como familias. Tal vez encontréis en una de ellas un sitio donde encajéis claro en su momento adecuado.

Aegon observaba las grandes escaleras que parecían moverse por sí solas, fascinado pero con una mezcla de suspicacia. Aemond, por su parte, frunció el ceño, tratando de entender cómo funcionaba todo aquello.

— ¿Y en cuál de esas casas estaríamos? —preguntó Aemond, intentando disimular su curiosidad.

—Eso, querido Aemond, lo decidirá el Sombrero Seleccionador —respondió Dumbledore con una sonrisa misteriosa—. Pero primero, os preparó unas habitaciones donde podréis descansar.

Finalmente, llegaron al despacho de Dumbledore. La cálida luz del fuego en la chimenea iluminaba las paredes repletas de estantes llenas de libros, artefactos extraños y retratos de magos que parecían observarlos con atención. El ambiente acogedor les daba una pequeña tregua a sus pensamientos turbios.

—Esta será tu casa por ahora. Tomaos el tiempo que necesitéis para aclimataros —dijo Dumbledore, señalando dos habitaciones contiguas con puertas de madera pesada—. Cuando te sientas lista, Rhaenyra, organizamos que empieces el próximo año junto a los demás estudiantes.

Rhaenyra asintió, procesando la información. Aegon y Aemond se miraron, intercambiando una expresión que denotaba la mezcla de sus pensamientos: eran niños en cuerpos pequeños, pero con almas que ya habían conocido demasiadas batallas.

—Un nuevo hogar, ¿eh? —murmuró Aegon, cruzando los brazos—. No sé si alguna vez podremos considerar esto como tal.

Rhaenyra se volvió hacia él, sus ojos reflejaban un cansancio profundo, pero también un deseo de reconstruir algo nuevo.

—No tenemos otra opción, Aegon —replicó suavemente—. Quizás este lugar nos brinde la paz que nunca tuvimos en Westeros.

Aemond miró a ambos, dejando escapar un suspiro que parecía demasiado maduro para un niño de tres años.

—Supongo que podríamos intentarlo. Si no tenemos que pelear cada día para sobrevivir... —su voz se desvaneció, como si todavía dudara de que algo así fuera posible.

Dumbledore los observó con una expresión comprensiva y agregó:

—Tendréis un propósito aquí, Rhaenyra, Aegon y Aemond. La magia de Hogwarts tiene la capacidad de revelar los misterios del corazón y ayudar a sanar las heridas. Si en algún momento os sentís perdidos, estaré aquí para ayudaros a encontrar vuestro camino.

Rhaenyra sintió que algo en su interior se suavizaba, una pequeña chispa de esperanza. Miró a Dumbledore y, con una sinceridad que pocas veces mostró, dijo:

—Gracias, Albus. No estamos acostumbrados a confiar en extraños, pero tú... tú has sido amable con nosotros.

Dumbledore le desarrolló una sonrisa cálida y se sentó con la cabeza.

—Descansad ahora. Mañana será un nuevo día, y con él vendrán nuevas oportunidades.

Rhaenyra se acercó y, tras una última mirada a Dumbledore, se adentró en su habitación con Aegon y Aemond. Se sentaron juntos en silencio, y Rhaenyra los miró, registrando todas las traiciones y los sacrificios que habían hecho.

—Sea lo que sea este lugar, estamos juntos. Esa es la única promesa que puedo haceros —dijo observándolos.

Aegon avanzando, y Aemond, por primera vez desde su llegada, esbozó una media sonrisa. En ese instante, la carga de sus recuerdos se sintió un poco más ligera, y Rhaenyra supo que, aunque el dolor aún estaba presente, la promesa de un nuevo comienzo en Hogwarts podía ser suficiente para seguir adelante.

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