
Capitulo 1 - La muerte
19 años antes.
14 de septiembre, 2002.
Draco Malfoy
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Él ha muerto.
Hace tan solo unos minutos Harry Potter caminaba por el salón de bailes del ministerio, una sonrisa se posaba en su rostro, amable y sincera, una imagen que poco contrasta con la que ahora se proyecta. No queda rastro de nada, adiós a los planes, adiós al futuro, adiós a todo, lo único visible y que es una certeza, es el cuerpo sin vida en medio del salón.
Draco no cree en las coincidencias, nunca lo ha hecho, es una mentira decir lo contrario, para él todo ocurre por una razón, un plan en algo más grande o una versión más cínica, donde todas las personas son marionetas en el juego de la vida, cada día es una carta en apuesta, puedes ganar o perder, lo único cierto es que al final se encuentra la muerte. Desde su nacimiento ha seguido un plan, uno impuesto por su padre, incluso ahora cuando se supone es un adulto libre de tomar decisiones, vive según lo estipulado, en ese instante sigue un plan, su destino se encuentra marcado.
El salvador del mundo mágico, como lo llaman desde su nacimiento, justo pasaba por su lado en el momento en que perdió el equilibro, que acabará en los brazos de Draco, pudo ser una excelente jugada del destino.
Aún sostiene el cuerpo de Harry, puede ver a detalle la palidez en su rostro, la falta de sangre, sus labios qué tomaron una tonalidad morada y esos brillantes ojos verdes tan característicos, ahora opacos.
Es cuestión de pocos segundos para que las personas a su alrededor noten lo que sucede. Un mago a su lado da la voz de alarma y de inmediato todas las miradas son puestas en la escena. Es Ron Weasley el primero en llegar hasta Draco, es también quien le quita el cuerpo de Harry, se siente incómodo ante el vacío en sus manos, pero no hace nada para impedir que lo alejen, al contrario aprovecha el momento para llevar las manos a los bolsillos de su ropa. Weasley le dedica una mirada que es bastante fácil de descifrar, aún no entiende lo que ocurre, pero sin duda culpa a Draco, de hecho todos lo hacen; el recuerdo de que fue un mortifago aparece en las memorias y la resolución es que sencillamente puede ser un asesino.
— ¡Harry!
El grito es cortesía de Ginevra Weasley, la prometida del niño que vivió. Ella llega corriendo, una expresión alarmada en su rostro mientras se acerca y la realidad hace su acto de presencia, no hay nada que hacer, ella lo ha perdido.
Draco no se aparta del lugar porque podría ser sospechoso y también para analizar las expresiones de todos, ya que dicen que los principales culpables siempre son los más cercanos a la víctima. En este caso es aún más relevante observarlos, estudiar cada movimiento, las miradas, la culpabilidad en los rostros y hasta quizás la satisfacción.
—No, no puede ser real —la chica continúa llorando.
Piensa en lo ridículo de la situación, en lo falso que es el llanto o que tal vez no llora a Harry, sino el futuro que perdió. Porque Draco lo recuerda a la perfección, la última vez que los vio juntos discutían, de hecho no fue el único en ver la escena, esa es la desventaja de discutir en un lugar público como es el Callejón Diagon, incluso Rita Skeeter hizo un artículo sobre el tema y una posible infidelidad. Recuerda la forma en que ella le gritó a Harry, la amenaza en su postura, una que no concuerda con el llanto desesperado qué ahora surge, quizá sea la culpa.
¿Qué le veía a ella? Draco no lo entiende, nunca lo hizo.
—Hermione, ¿dime por favor que esto no es real?
La sangre sucia de pie a su lado por primera vez no sabe la forma de responder, está allí con una mirada sorprendida, ni siquiera parece que esté respirando. Ginevra se tira al suelo y sostiene las manos de Harry, imagina Draco que estarán frías. Cuando los aurores y el ministro se acercan, ella es obligada a levantarse, con el show detenido empieza a llorar en el hombro de uno de sus hermanos.
Una mano toma el brazo de Draco, es un agarre fuerte, no es necesario que gire su cuerpo para saber que se trata de Lucius, aun así lo hace. Su padre lo observa, aparentemente impasible, sin revelar emociones para el mundo, pero Draco que lo conoce a la perfección ve la sorpresa en sus ojos.
— ¿Qué sucedió? —pregunta casi en un susurro, sin apenas mover los labios.
—No lo sé.
Tres palabras pronunciadas con seguridad, sin titubeos, sin dudas, Draco ha aprendido del mejor a ocultar secretos. Lucius estudia cada facción de su rostro, analiza con cuidado el tono de voz y acepta que esa es la verdad.
Es el momento que eligen su madre y su perfecta prometida para entrar en la escena, las emociones en sus rostros son visibles y claras, ambas piden explicaciones que Draco no puede dar. Él las ignora y se gira a tiempo para ver a un medimago junto al cuerpo de Harry, es inevitable que se tense mientras el hombre lanza hechizos con su varita, mientras busca latidos, algún rastro por más leve que sea de una respiración.
—Lo siento, él ha muerto.
Son las palabras finales, sin vuelta atrás. Ya es tarde, Harry murió frente a los ojos de las personas más reconocidas del mundo mágico, ni los aurores, ni los medimagos pudieron hacer algo para salvarlo.
Un grito con el apellido de Draco rompe el ambiente de horror, es acusatorio. El mejor amigo del salvador camina hacia Draco dispuesto a lanzar imperdonables, su postura es tensa, como si apenas se estuviera conteniendo de lanzar un Avada. Draco busca su propia varita, pero para la suerte de todos, el chico es detenido por otro Weasley.
— ¿Qué crees que haces? —le preguntan a Ron.
Él los mira como si la pregunta fuera de lo más estúpida y sin sentido mientras apunta hacia Draco.
—Malfoy es el responsable de la muerte de Harry.
El silencio que sigue ante esa declaración es pesado, contrario a eso, Draco siente ganas de reír, pero se contiene, solo muestra una expresión indiferente.
—No puedes asegurar eso —es Lucius quien ahora habla en su defensa—. Draco no tenía razones para asesinar a Potter.
—Harry pasaba por su lado —contradice el pelirrojo.
—Eso fue una simple coincidencia. —Es bastante irónico que use en su defensa algo en lo que no cree.
—Sabes que eso es falso, las personas no cambian, ¡Maldito Mortifago!
—Ron ¡basta! —Su madre impide que siga diciendo estupideces, los ojos de la mujer están llorosos, puede que sea eso lo que hace que el chico se calme.
Es Ron Weasley quien le resulta tan falso, tan hipócrita.
—Entenderá que es mi deber hacerle unas preguntas joven Malfoy —es el jefe de los aurores que lo toma como el principal sospechoso.
Retiene nuevamente la risa que quiere escapar.
—Por supuesto —responde calmado, no muestra ninguna objeción.
Narcissa le hace un gesto de apoyo, una media sonrisa que busca impartir calma, Draco asiente hacia ella antes de alejarse con el auror.
La sala de interrogatorios presenta un aire helado y austero. Las paredes grises absorben cualquier rastro de calidez y el ambiente se siente cargado de desconfianza. Draco sentado a un lado de la mesa, mantiene una postura rígida; sus dedos entrelazados sobre las rodillas con un ligero temblor, poco notable. Al frente, el auror observa cada detalle de su expresión, buscando cualquier indicio que pueda delatarlo.
—Señor Malfoy, comencemos desde el principio —la voz del auror rompe el silencio—. ¿Podría describir detalladamente qué sucedió en el salón de baile antes de que Harry Potter cayera?
—Como he dicho, yo solo estaba en el lugar cuando ocurrió. Potter pasó por mi lado, tropezó o perdió el equilibrio, y yo lo sostuve. Es todo —su rostro es casi inexpresivo y su tono es tan neutro como puede, aunque siente un leve nudo formándose en su estómago.
—¿En qué momento exacto se dio cuenta de que algo estaba mal?
Una sombra de sarcasmo se dibuja en el rostro de Draco al responder.
—Quizá cuando no se movió.
El auror le dirige una mirada poco agradable, pero Draco no se muestra atemorizado.
— ¿Alguien más estaba cerca de usted y del señor Potter en ese instante? ¿Observó alguna actitud sospechosa en la multitud o notó a alguien que pudiera haber lanzado un hechizo?
—No. No vi a nadie, y no hubo ningún destello o indicio de un hechizo. Fue como si... simplemente cayera.
El auror ni siquiera levanta la vista mientras toma notas, pero Draco sabe que cada palabra suya está siendo evaluada, cada pausa, cada leve cambio en el tono de su voz.
—Entiendo. Entonces, ¿usted fue el único que tuvo contacto directo con el cuerpo de Potter antes de que los demás llegaran?
—Sí, así es. Nadie más lo tocó hasta que Weasley se acercó.
—Ya veo. Supongo que sabe lo que eso significa, ¿verdad? Su contacto inicial con el cuerpo lo convierte en el primer sospechoso, al menos para los ojos de los testigos. ¿Tiene alguna razón por la cual alguien podría pensar que desearía dañar al señor Potter?
El ceño de Draco se frunce, sus manos se crispan sobre su regazo, pero su expresión no revela más que una ligera irritación.
—No hay ninguna razón.
Ahora levanta la vista, busca la mentira en sus palabras, la manera de culparlo, pero no puede hacerlo, Draco sabe lo que debe responder.
— Cuando el señor Weasley le quitó el cuerpo, ¿Cómo reaccionó usted?
—Es su amigo, no intente resistirme.
—Entiendo. ¿Y en algún momento se sintió tentado a abandonar el lugar? Tal vez fue abrumador, dada la situación.
No da tregua, lanza pregunta tras pregunta, es la forma más sencilla de hacer que se equivoque. Con la mandíbula tensa, Draco responde sin titubear.
—No soy culpable de nada, por lo tanto nunca tuve intenciones de huir.
— ¿Tuvo contacto con Potter en los días previos al evento? ¿Alguna conversación o encuentro que pueda ayudarnos a entender el contexto de su muerte?
—No hay nada que pueda aportar en ese sentido. —Una mentira por supuesto y ni siquiera es la primera que había dicho esa noche.
El auror lo observa, los ojos entrecerrados, como si tratara de leer entre líneas.
—La familia Weasley, específicamente Ron, parece convencido de su implicación. ¿Tiene algo que decir al respecto?
—Ron Weasley siempre ha tenido prejuicios contra mí. Los rumores y las especulaciones no son pruebas.
La mueca del auror sugiere que esperaba esa respuesta.
— ¿Puede confirmar que no tuvo una discusión o disputa reciente con Potter?
Con la barbilla alzada y el semblante sereno, asiente. La mentira se desliza con calma en su voz.
—No hubo ni discusiones ni disputas.
—Finalmente, ¿puede asegurar que no tiene nada que ver con la muerte de Harry Potter?
—Como le he dicho, no tenía razones ni intenciones de hacerle daño.
El auror suelta un golpe en la mesa y exhala, como si la conversación hubiese llegado a un final predecible.
—Una disculpa por el trato. Puede retirarse. Le aconsejo no salir del país y estar disponible para nuevos interrogatorios.
De pie y sin mirar atrás, Draco abandona la sala. No es necesario que vuelva a entrar al salón de baile, pues su familia ya lo espera. Draco camina hacia ellos, cada paso es como si una parte de él se estuviera vaciando de emociones. Les informa usando un tono más frío de lo habitual, los puntos esenciales de la conversación con el auror. El semblante de Lucius se oscurece al oír los detalles, pero Narcissa permanece en silencio, sus ojos traspasándolo, atentos a cada inflexión en su tono.
Como esperaba, apenas cruza el umbral de la mansión Malfoy, una serie de preguntas lo bombardean nuevamente. Su padre quiere asegurarse de que ha dicho solo lo indispensable y de que los detalles cruciales del interrogatorio permanecen en las sombras, le lanza miradas de reproche, desaprobando cualquier cosa que pudiera poner en entredicho la inestable reputación de la familia.
En cuanto considera que el intercambio de palabras ha sido suficiente, Draco se despide de su prometida. Ella lo mira desconcertada, quizás percibiendo el abismo de pensamientos que guarda tras su fachada. Su mirada inquisitiva roza sus nervios, pero él decide ignorarla. No tiene energía para otra conversación ni quiere exponer sus emociones, tan precarias en el momento. Lucius, visiblemente molesto por su desplante, lo observa con la intensidad de quien ve un desafío. Draco sabe que esto le costará algún reproche o castigo más adelante, pero no le importa. Apenas puede contener las ganas de salir de esa habitación y, por fin, escapar del escrutinio incesante de su padre.
Sube las escaleras en silencio, sintiendo un ligero alivio al alejarse del bullicio contenido de la casa. Una vez en la intimidad de su cuarto, decide que una ducha le vendrá bien. Bajo el chorro de agua, cierra los ojos y se permite, aunque solo por un instante, dejar caer la máscara. El peso de la noche, de la tensión acumulada y de sus propios pensamientos reprimidos, parece disolverse con el agua que recorre su piel. Por unos minutos, solo existe el sonido del agua y el calor que envuelve su cuerpo.
Un par de lágrimas resbalan por sus mejillas antes de que pueda controlarlas; las limpia rápidamente con el dorso de la mano, como si eso pudiera borrar el rastro de sus emociones. El nudo en su pecho se intensifica, pero respira hondo, intentando volver a armar la fachada que tanto le cuesta mantener, se prepara mentalmente para otro día más, otro acto más en esta interminable obra en la que la prioridad es siempre la misma: mantener el control y proteger la imagen.
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Una semana ha pasado y las investigaciones sobre lo ocurrido con Harry siguen siendo un misterio sin conclusión. Nadie tiene idea de qué pudo haberle sucedido y los rumores crecen día tras día. Observa cómo los titulares sensacionalistas invaden cada publicación del mundo mágico, confirmando el desprecio que siempre he sentido por esos periódicos, repletos de mentiras, de teorías infundadas y conjeturas absurdas.
Las especulaciones abarcan desde lo más descabellado hasta lo claramente insostenible. Algunos aseguran que los Avada Kedavra que Voldemort le lanzó años atrás finalmente hicieron efecto, como una maldición rezagada esperando el momento exacto para cobrarse la vida de su víctima. La mayoría se inclina hacia la teoría del asesinato, algo con un aire más siniestro y emocionante para las mentes morbosas de la comunidad mágica. Solo un grupo reducido, en cambio, menciona la posibilidad del suicidio, algo que se rechaza casi de inmediato. Después de todo, Harry Potter es —o era— el símbolo de la esperanza. ¿Cómo podría haberse quitado la vida sin dejar rastro alguno?
Desde luego, no es ningún secreto que Harry era descuidado y torpe. La idea de que él mismo pudiera planear una muerte perfecta y dejar a todos confundidos resulta irónica. ¿De verdad habría tenido la astucia para ejecutar algo así sin que nadie lo sospechara? No, sería darle demasiado crédito. Pero a cada día que pasa, la imagen del héroe sin defectos se desmorona un poco más y eso molesta a muchos. Quizás es por eso por lo que los Weasley están recibiendo tanta atención, siendo quienes compartieron con él los últimos días. Cada uno de sus gestos y palabras es examinado por los medios, con Ginny ocupando portadas, su rostro inundado de lágrimas, exhibiendo su pérdida para los reporteros como si fuera una muestra de devoción. Chica insulsa.
Por supuesto, la pareja de oro no ha tardado en proclamar la teoría del asesinato. Granger y Weasley, siempre dispuestos a defender la memoria de su amigo, afirman a quien quiera escucharlos que Harry tenía una vida plena, que era feliz, que lo tenía todo. Feliz, repiten, como si fuese una verdad universal e inamovible. Pero ¿qué saben ellos de felicidad? ¿De verdad piensan que tener dinero y fama lo llenaba por completo? Puedo imaginar los lujos y las riquezas que rodeaban su vida, sí, pero eso no compra paz, ni mucho menos sosiego.
¿Quizás necesitaba descansar de todo?
Por órdenes de Lucius, Draco se encuentra en el Valle de Godric, asistiendo al sepelio que se llevará a cabo esa tarde. El cielo está completamente despejado, el sol brilla con fuerza, como si quisiera contradecir el ambiente lúgubre del día. El otoño recién comienza, y una ligera brisa acaricia los árboles, haciéndolos crujir de manera suave y melancólica.
El pequeño pueblo está repleto de magos, todos ansiosos por despedirse de Harry Potter, El Niño que Vivió. Parecen brotar de cada rincón, abarrotando las calles, todos deseosos de mostrar su respeto en una demostración pública de duelo. Draco observa a la multitud, mientras una mezcla de incredulidad y disgusto se apodera de él; no es capaz de sentir respeto por esos magos, en especial cuando escucha los discursos vacíos, llenos de elogios y de palabras fingidas. Esas palabras endulzadas sobre el perfecto Harry Potter, que lo presentan como un ser sin fallas, casi una figura intocable, lo inquietan y lo irritan. Curioso, piensa, cómo al morir, las personas parecen quedar exentas de defectos. Resulta evidente que muchos de estos asistentes sólo conocían la imagen pública de Harry, el héroe, el niño que derrotó a Voldemort. Pero Harry... ¿Quién fue realmente Harry? Esa es una pregunta que nadie sabrá responder.
A su alrededor, Draco percibe murmullos que no tardan en resonar en sus oídos, palabras que, aunque dichas en voz baja, cargan un peso ineludible. Sabe que hablan de él; puede sentir esas miradas punzantes y juzgadoras recorriéndolo de pies a cabeza, algunas llenas de sospecha, otras de incomodidad. Trata de mantener su rostro neutral, un escudo sin expresión alguna, pero la presión es innegable y se le hace difícil sostener la máscara de indiferencia que tanto ha perfeccionado con los años.
En medio de esa multitud, un chico de ojos tan oscuros como la noche lo observa sin ningún disimulo. Sus labios se curvan en una sonrisa atrevida y sin previo aviso, le guiña un ojo a Draco antes de retirarse, desvaneciéndose entre el mar de gente. Draco apenas tiene tiempo de procesar el gesto, Narcissa, lo saca de sus pensamientos.
—Qué falta de respeto —susurra ella, con el ceño fruncido y el disgusto claramente pintado en su rostro al observar el comportamiento del extraño.
La indignación en su tono es evidente, y aunque Draco podría haber encontrado el gesto curioso en cualquier otra ocasión, hoy apenas lo afecta.
A Draco siempre se le ha dado bien fingir, mantener la compostura frente a cualquier situación, sin importar lo que pase en su interior. Sin embargo, cuando el ataúd de Harry es depositado en la tierra, las emociones que lleva tiempo reprimiendo le pasan factura. Siente un nudo en la garganta, una tensión que amenaza con estallar. Un par de lágrimas traicioneras se escapan de sus ojos, manchando el mercurio perfecto de su mirada por unos segundos antes de que logre recomponerse. Es solo un instante, apenas una fracción de vulnerabilidad que se apresura a ocultar. Su mirada se vuelve fría de nuevo, impasible, como si las lágrimas no hubieran sido más que una ilusión pasajera.
Entonces siente los ojos de Lucius sobre él.
Al regresar a la mansión Malfoy, Draco se dirige directamente a la oficina de su padre, anticipando el interrogatorio que seguramente le espera. Con Lucius, mostrar emociones equivale a cometer errores y los errores no se perdonan.
Lucius está de pie, mirándolo con esa expresión calculadora que Draco conoce tan bien. No tarda en formular la pregunta, directa y sin rodeos.
— ¿Se puede saber por qué llorabas?
Draco ya tiene la respuesta lista, una mentira pulida. Alza una ceja, esboza su característica sonrisa torcida, aquella que siempre confunde y mantiene su porte cínico. La voz que surge de sus labios es segura, casi despreocupada.
—Fue todo una actuación, padre. Soy sospechoso, mostrar lástima por el héroe del mundo mágico puede ser útil en el futuro.
Un destello de aprobación cruza el rostro de Lucius, una sonrisa orgullosa y satisfecha se posa en sus labios. Draco, sin embargo, siente un impulso de repulsión, aunque lo oculta bien, sin dejar que nada de aquello asome.
—Puede que tengas razón —admite Lucius—. Esa actuación ayudará a disipar cualquier sospecha. No te conviene atraer la atención, especialmente en un momento como este.
—No habrá problema con eso —responde con confianza.
Lucius da un paso hacia él, sus ojos fijos en los de Draco, como si buscara algo más profundo, algo que quizá teme confirmar.
—Te lo preguntaré una sola vez, Draco. ¿Tienes algo que ver con la muerte de Potter?
Retiene el aire, sabiendo que es crucial responder de manera convincente. Lucius se lo toma muy en serio y cualquier duda o flaqueza le costaría.
—No, tú mismo lo has dicho: no tengo motivos.
—Eso no es del todo cierto. Hubo un tiempo en el que tu odio hacia Potter era evidente, una obsesión.
Draco se permite una pequeña risa, un sonido bajo y despectivo.
—Infantilismo, ya lo he superado. Quizá ni siquiera era odio en realidad.
—Está bien, puedes retirarte.
En lugar de irse a su habitación Draco toma un desvío hacia los jardines. El aire fresco le resulta casi purificador, mucho más que las palabras vacías que ha tenido que pronunciar dentro de la mansión. Pasea lentamente entre las flores, dejando que el silencio del jardín lo envuelva. Un torrente de recuerdos asoma en su mente: recuerdos de la fiesta que dio inicio a todo. Sin proponérselo, una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios.
Espera unos minutos para volver a la mansión, un vistazo rápido vistazo le confirma que sus padres no están cerca, suspira de alivio, la última conversación fue más que suficiente por un día y se siente agotado, con el peso de varias vidas sobre sus hombros. El camino hasta su habitación parece interminable, cada paso lo hace más consciente de su propio cansancio. Su mente va y viene, medio adormilada, cosa que cambia en el instante que nota que la puerta ya se encuentra abierta. Su corazón se acelera de forma exagerada y un ligero temblor le recorre el cuerpo. Al final de cuentas si tiene cosas que ocultar.
Cruza el umbral, tensándose al ver a Annie de pie junto a la ventana, observando la luna con una calma estudiada. A primera vista, luce perfecta bajo el reflejo plateado, como una pintura de inocencia y belleza, pero Draco sabe que esa imagen angelical se desvanece cuando uno mira más de cerca. Ha aprendido a leer los sutiles signos de su verdadera naturaleza; la dulzura de Annie es una máscara, tan fina como el hielo. Y hoy, puede ver la dureza en su postura, sus manos apretadas con fuerza alrededor de un pequeño trozo de papel.
La mirada de ella se vuelve hacia él y una sonrisa suave, casi amorosa, aparece en sus labios, aunque sus ojos brillan de una manera que lo hace sentir atrapado.
—Mon amour, te estaba esperando —murmura Annie, con un tono que le eriza la piel.
Draco traga saliva y trata de que su rostro no delate el desconcierto que siente. Le devuelve la sonrisa con esfuerzo.
—Pensé que ya habrías regresado a tu mansión —responde, acercándose con cuidado y depositando un beso en su mejilla. Desde esa corta distancia, ve con claridad el papel entre sus dedos y el estómago se le revuelve.
—Quería hablar contigo antes de irme —dice, poniendo un puchero, pero la expresión tiene algo de siniestro—. Como no volviste a la sala, imaginé que estarías aquí. Pero tampoco te encontré.
—Di una vuelta por el jardín —dice Draco con fingida despreocupación—. A veces necesito despejarme.
—Con este frío, podrías enfermarte —murmura ella, sin soltar el papel.
—No te preocupes por mí, querida.
Le dedica otra sonrisa, aunque por dentro se debate entre lanzarse a quitarle el papel de las manos o mantenerse sereno. Espera que ella deje de rodeos y vaya al punto, aunque teme lo que pueda decir.
Finalmente, Annie levanta el papel, como si fuera una carta reveladora en un juego del que él desconoce las reglas.
— ¿Qué es esto? —pregunta y aunque la frase es corta, tiene mucho peso.
—Ingredientes para una poción —dice—. Nada importante.
Annie no parece convencida. Su sonrisa se vuelve más afilada, y él ve en sus ojos el desafío, la curiosidad hiriente que no tiene nada de inocente.
—Oh, ¿sí? —replica, sosteniendo el papel frente a él con expresión escrutadora—. Me encantaría saber qué tipo de poción necesita cosas tan específicas y… peculiares.
—Estoy practicando con algunas recetas que me dejó mi padrino. Ya sabes, era maestro de Pociones.
—Ah, sí, claro —responde Annie, como si acabara de recordar algo. Su sonrisa vuelve a suavizarse, pero sus ojos no pierden el brillo sospechoso—. ¿No crees que deberías ser un poco más honesto conmigo? Después de todo, soy tu prometida. No debería haber secretos entre nosotros. ¿O sí? —Su tono es suave, pero su mirada es cortante, como si quisiera atravesarlo.
—No hay nada que no te haya dicho, Annie. Puedes confiar en mí.
— ¿Seguro? —pregunta ella, soltando una carcajada seca—. ¿Y qué es la confianza cuando todo puede ser tan… engañoso? —Mira el papel una última vez antes de arrojarlo sobre la cama—. Es algo en lo que deberíamos pensar. Y… te recomiendo que pienses también en las consecuencias de jugar con secretos, Draco. No siempre terminan bien.
Justo antes de cruzar el umbral, ella se detiene un instante y le susurra en un tono bajo que le hiela la sangre:
—No pienses ni por un instante que no sé lo que hiciste.
Con esa última declaración, se va, dejándolo solo en la penumbra de su habitación. Las palabras de Annie retumban en su mente. ¿Qué sabe realmente? ¿Es una amenaza vacía o ha descubierto algo que él no puede controlar? Draco siente que la tensión lo envuelve, y con una respiración pesada, se deja caer en la cama. Su mirada se desvía al ejemplar del Profeta que descansa en la mesa de noche. El rostro de Harry aparece en la portada, mirándolo con una intensidad que le resulta casi reconfortante