
Wizengamont
La Muerte estaba completamente exhausta, algo inaudito para un ser inmortal y eterno como él. Pero ahí estaba, dejándose arrastrar por la terquedad de un simple mortal. El mortal se había empeñado en elegir su vestimenta y no hubo forma de que la Muerte lo detuviera
—No puedes presentarte ante el Wizengamot vistiendo como Snivellus —había sentenciado el mortal, con las manos en la cintura y los ojos brillando en determinación.
La muerte no concebía él porque era un problema ir a Wizengamot con su túnica negra opaca cuya única función se limitaba a darle más dramatismo y terror a las almas en pena que se encontraba.
Pero el mortal de Sejmet fue tan persistente que la muerte termino por consentir. La Muerte tampoco tenía idea de quién era ese tal Snivellus, pero el tono desdeñoso del mortal sugería que no era algo bueno que se pareciera a Snivellus.
Finalmente, y más por agotamiento que por convicción, cedió.
Ahora, frente al espejo que había conjurado, no pudo evitar admitir, aunque fuera en lo más profundo de su ser, que jamás en los siglos de su existencia había lucido tan bien.
Sin embargo, su cansancio persistía, y la idea de interactuar nuevamente con el mortal, resultaba insoportable. Fue por tal motivo que decidió huir. (O, mejor dicho, emprender una retirada estratégica a Gringotts)
Tan pronto como apareció en el vestíbulo de mármol de Gringotts, el banco de los magos, los duendes reaccionaron como si hubieran visto a un basilisco. Corrieron de un lado a otro, gritando órdenes y casi tropezando con sus propios pies. La Muerte disfrutó profundamente el caos que provocaba.
Un duende particularmente sudoroso, llamado Roondar, se apresuró a atenderlo.
—Muert… digo, Su Eminencia—tartamudeó, inclinándose tan bajo que su nariz rozó el suelo—. Es un honor. ¿Cómo puedo asistirlo hoy?
—Reabre la cuenta de los Mordred y restaura su asiento en el Wizengamot —ordenó la Muerte, con una voz que resonó como un eco en las profundidades del banco.
Roondar no tardó en poner manos a la obra y mientras ajustaban los últimos detalles, el duende levantó la vista nerviosamente.
—Ehm… Su Eminencia, justo ahora se está llevando a cabo una reunión del Wizengamot. ¿Le gustaría… asistir?
La Muerte sonrió con una sonrisa que helaría la sangre de cualquier mortal. La idea le pareció estupenda. Podría resolver dos asuntos de una sola vez y librarse de interactuar otra vez con estos molestos mortales.
Emocionado la muerte, se encaminó hacia el Wizengamot. Su túnica gris impecable, su porte imponente y una presencia que hizo temblar a los funcionarios del pasillo.
Cuando las puertas del Wizengamot se abrieron, un silencio sepulcral se extendió por la cámara. Los magos lo observaron con ojos sospecha ¿Quién era este mago?
La Muerte avanzó con calma, disfrutando cada segundo de la incertidumbre que inspiraba.
Abraxas Lucius Malfoy, sentía que el mundo mágico iba en decadencia. Cada vez prohibían más rituales “oscuros” e imponían medidas más duras a los magos “oscuros”. Abraxas todavía podía recordar la época dorada de la magia y esta no era.
Lo peor de todo era que en el tribunal de Wizengamot estaban empatados: 28 asientos y solo 12 ocupados. Los otros 16 estaban congelados, ya fuera por la extinción de la línea familiar o por ser asientos sin reclamar de la línea actual. Como era el caso de los Weasley que a pesar de tener un asiento no lo habían ocupado (malditos magos ignorantes).
Abraxas no tenía palabras para la estupidez de los Weasley, gracias a su decisión la política estaba estancada ( no había progreso).
El resultado era un consejo dividido y estancado: 6 asientos de familias de ideologías "luminosas" en guerra perpetua con las 6 familias de ideologías "oscuras".
A Abraxas le molestaba más como Dumblendore no hacía más que mostrar favoritismo con las familias luminosas ¿Acaso no veía que para que la sociedad coexista necesita tanto de la luz como de la oscuridad? Abraxas se sentía totalmente frustrado.
Abraxas no veía forma de cambiar la política de la forma legal así que al oír que su antiguo compañero de escuela Thomas Riddle estaba formando una orden para combatir la absoluta inutilidad del sistema mágico. Abraxas creyó que era la solución a sus problemas, y sus plegarias habían sido contestadas.
Fue por eso que Abraxas no esperaba nada de esta reunión de Wizengamot, había aceptado asistir a la reunión solo porque necesitaba mantener las apariencias. Así que cuando las puertas se abrieron de golpe en media reunión, quedo confundido.
El hombre que había entrado por las puertas era claramente un Lord ¿pero quién?
El hombre de piel oscura caminaba con paso firme, irradiando autoridad con cada paso. Su figura era imponente y tenía una belleza etérea y letal, con rasgos tan afilados como cuchillas y unos ojos verdes que parecían perforar el alma de cualquiera que osara cruzarse con su mirada.
La sala quedó paralizada, como si el tiempo mismo se hubiera detenido.
—¿Quién se atreve a interrumpir este consejo? —preguntó Dumbledore, con esa mezcla de calma y severidad que solía emplear para imponer su autoridad.
El hombre no respondió. (Ni siquiera parecía haberlo escuchado). Continuó avanzando con una determinación que desafió las normas tácitas de respeto hacia el Jefe del Wizengamot. Su destino estaba claro: un asiento en particular, el más antiguo y venerado, que había permanecido vacío durante siglos.
Cuando llegó al lugar, se sentó sin ceremonia. Un murmullo nervioso recorrió la sala, pero fue ahogado de inmediato cuando la placa del asiento se iluminó con un brillo dorado. Las letras grabadas en el metal relucieron con fuerza, revelando un nombre que pocos se atrevían a pronunciar en voz alta.
Mordred.
Abraxas sintió cómo el aire se le atascaba en los pulmones. No era el único. Todos los presentes quedaron boquiabiertos, sus mentes tratando de comprender lo que acababan de presenciar. Los Mordred, una familia de leyenda, cuyos tres asientos en el Wizengamot simbolizaban un linaje tan antiguo como la magia misma. Nadie había reclamado esos escaños en milenios.
Dumbledore, aunque mantuvo su expresión serena, pareció perder por un momento la chispa de seguridad que siempre lo acompañaba y por primera vez en muchos años, los magos entendieron que estaba a punto de cambiar la balanza política de manera irreversible. Después de todo los Morded ocupaban 3 asientos en Wizengamot
Abraxas Malfoy había esperado con ansias esta segunda sesión del Wizengamot, aunque lo negaría si alguien le preguntaba. Después de todo, ¿cómo no sentirse intrigado por la figura enigmática de Lord Mordred?
El debut de Lord Mordred, habia sido inspirador, aunque Lord Mordred no había dicho alguna palabra en la primera reunión y desapareció en cuanto la sesión termino. Su mera presencia había dejado una impresión indeleble en todos los presentes.
Y Abraxas NO se equivocó al creer que Lord Mordred cambiaria la balanza política.
Fue en esta segunda reunión dedicada a los derechos de las criaturas mágicas cuando el recién llegado finalmente habló… y sacudió los cimientos del consejo.
—¿Quiere decir algo, Lord Mordred? —preguntó Dumblendore, su tono cuidadosamente medido, aunque su voz resonaba con una duda poco habitual
Lord Mordred levantó la mirada, y sus ojos verdes destellaron con una intensidad que parecía cuestionar no solo la pregunta, sino también la capacidad mental del hombre que la había formulado.
—¿Es que acaso esta no era una reunión para debatir sobre los derechos de las criaturas mágicas? -Porque no veo que usted, este proponiendo algo
Un escalofrío recorrió la sala. Abraxas sintió que la columna vertebral se le erizaba. Nadie, absolutamente nadie, se atrevía a hablarle a Dumbledore de esa manera. Pero Lord Mordred no parecía un hombre que se doblegara ante la autoridad, ni siquiera ante el venerado líder de los magos "luminosos".
Dumbledore arqueó una ceja, una leve mueca de sorpresa cruzando su rostro antes de que la máscara de serenidad volviera a instalarse.
—Creo que no entiendo a qué te refieres, mi muchacho, —replicó, subrayando intencionadamente las palabras "mi muchacho", como si quisiera reducir la importancia de Lord Mordred a la de un simple joven imprudente.
Pero si esperaba desestabilizar a Mordred, fracasó estrepitosamente.
—Si no es capaz de responder una pregunta tan simple, tal vez debería empezar a considerar su jubilación, —replicó Mordred con una calma glacial, como si estuviera discutiendo el clima en lugar de atacar directamente a uno de los magos más influyentes del mundo.
Un murmullo de incredulidad recorrió la sala. Abraxas tuvo que llevarse una mano a la boca para sofocar una risa, mientras que Lady Crabbe no se molestó en contenerse y dejó escapar una sonora carcajada que resonó por todo el consejo.
Dumbledore apretó los labios, su expresión apenas contenida mientras los ojos brillaban entre frustración y cautela.
Mordred no le dejó oportunidad para replicar.
—Voto por la ley de derecho a laborar a las criaturas mágicas con un salario digno, —anunció Mordred con voz firme, su tono impregnado de una autoridad incuestionable
La declaración fue un verdadero bombazo. Por un momento, la sala quedó en silencio absoluto. Luego, Abraxas, reconociendo la oportunidad política, voto de inmediato. Otros magos de ideología "oscura" lo siguieron casi al instante, formando una mayoría aplastante antes de que los magos "luminosos" tuvieran tiempo de reaccionar.
La cara de Dumbledore se endureció, aunque mantuvo la compostura. Sus ojos recorrieron la sala, evaluando el daño, antes de tragarse el trago amargo de la derrota.
—Que así sea, Wizengamot ha hablado —dijo finalmente, su voz templada, pero con un matiz de resignación.
Este no fue el único cambio que hizo Lord Mordred. El Lord implemento una serie de políticas que muchos considerarían ortodoxas.
Permitió la igualdad de derechos para criaturas mágicas, una propuesta revolucionaria que permitía a hombres lobo, veela y otros seres estudiar en Hogwarts como cualquier mago. También instó a buscar un rompe-maldiciones extranjero para liberar al puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras de su supuesto encantamiento.
A Dumbledore no le hizo ninguna gracia, se opuso naturalmente. Pero con un solo argumento logro derribar al director
—Lleva más de 50 años lidiando con eso y no lo ha solucionado —había dicho con una sonrisa apenas perceptible—. Es hora de que este tribunal intervenga-
Abraxas no pudo evitar sonreír. Por primera vez en décadas, la política del consejo había cambiado, y lo había hecho bajo el liderazgo de un hombre que ni siquiera llevaba un mes en su asiento. Lord Morded era una fuerza a tener en cuenta. Lord Mordred permaneció imperturbable, como si no fuera consciente del terremoto político que acababa de provocar. Pero Abraxas sabía que no era casualidad. Este hombre no era solo un Lord. Era un gran estratega consumado.
Y Abraxas estaba seguro que este Lord seria un aliado formidable, así que cuando termino la sesión corrió a encontrarse con el.
—Lord Mordred, ¿podría regalarme un momento de su tiempo?-
La figura de Mordred se giró lentamente hacia él, sus ojos verdes tan parecidos a la maldición asesina Avada Kedavra.
—¿Qué desea, Lord Malfoy? —preguntó con una calma que sugería que cada palabra, cada gesto, era parte de un plan meticulosamente calculado.
Abraxas inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto, pero no demasiado; los Malfoy siempre medían sus gestos con precisión.
-Le parece si habláramos en un lugar más privado-Hizo una pausa para sonreír astutamente-para hablar de una asociación beneficiaría a los dos-
Cuando Lord Mordred le ofreció llevarlo. Malfoy dudó por un segundo, pero finalmente aceptó. En un parpadeo de oscuridad los envolvió, y ambos desaparecieron de Wizengamot.