La aventura de Sirius Black

Harry Potter - J. K. Rowling
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La aventura de Sirius Black
Summary
Sirius siempre ha visto la vida como una gran aventura, James fue quien le mostro las maravillas de la vida. Y es Harry por el que su vida tiene sentido. Cuando a Sirius se le presenta la oportunidad de salvar a su querido niño, no duda y la toma.
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Afrontando la realidad

Al abrir los ojos, Sirius se encontró en un entorno desconocido. Estaba tumbado en una cama tan suave que parecía el cielo mismo. La textura era tan reconfortante que por un segundo volvió a cerrar los ojos, casi dejándose vencer por la comodidad. Solo para abrirlo de golpe cuando la realidad le cayó encima, como un balde de agua helada.

Se incorporó bruscamente, los recuerdos cayeron sobre él como un torrente. Su familia no estaba tan loca después de todo: Sejmet existía, los dioses existían. Y aquello que siempre había descartado como supersticiones y mitos de antaño eran verdad. Pero no era el momento para volverse loco. Así que respiro profundamente y organizo su mente. Lo primero era que debía descubrir dónde demonios estaba.

Justo cuando estaba en la puerta girando el picaporte, una voz chillona lo sobresaltó, haciéndolo dar un brinco digno de una gacela.

—¡El amo ya está despierto! ¿Quiere el amo comer? —preguntó una voz nasal y aguda. Al girarse, Sirius vio a un elfo doméstico que había aparecido de la nada.

Sirius se le quedo viendo. Miró fijamente confundido y aturdido al elfo doméstico. Su silencio inquieto al pequeño ser. Que al ver la falta de respuesta se exalto visiblemente y abrió sus enormes ojos en proporciones alarmantes. Antes de que Sirius pudiera preguntar si estaba bien, el elfo lo tomó del brazo con un apremio casi infantil y lo apresuro en pequeños empujones de vuelta hacia la cama, balbuceando nerviosamente.

—¡El amo no se siente bien! ¡El amo debe descansar! No es bueno para el bebé que el amo se preocupe.

Es comprensible que al escuchar esto Sirius le preguntara al elfo a que se refería, tenia la intensión de que fuera una pregunta calmada y elaborada… pero lo que salió fue

—¿¡Bebé!? —exclamó casi balbuceando en alarma.

El elfo apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una voz grave y profunda interrumpiera la escena.

—Veo que estás despierto.

Sirius giró la cabeza hacia la puerta. En el umbral, recostado con la misma calma que un león acechando, estaba un hombre alto, de piel oscura como el carbón y cabello blanco como la nieve. Pero lo que realmente hizo que Sirius sintiera cómo su corazón se apretara fueron sus ojos. De un rojo brillante y diabólico, lo miraban esos ojos, como si pudieran despojarlo de su alma con una sola mirada.

Por eso la reacción de Sirius fue completamente comprensible.

—¿¡Quién carajos eres!?

El elfo se encogió de miedo, tan pálido que Sirius pensó por un momento que se desmayaría. Pero antes de que pudiera pasar, el hombre de cabello blanco apareció frente a él en un parpadeo, cerrando la distancia entre ambos con un movimiento imposible.

—Al menos mis hermanas te dejaron bonita. Habría sido un desperdicio que, después de tanto esfuerzo, siguieras siendo ese saco de huesos que eras.

Al oír esto Sirius se quedo pasmado. ¿De qué estaba hablando este hombre? Antes de que pudiera articular una pregunta, el hombre de las nieves lo agarró por los hombros y lo giró hacia un espejo cercano con una brusquedad que le revolvió el estómago.

El brusco movimiento le ocasiono nauseas, pero sin querer mostrar debilidad volteo a ver aquello que el otro le mostraba.

Lo que vio lo dejó helado.

Sirius palideció más que el elfo pálido, su piel alcanzo un tono alarmantemente cenizo.

Lo que el otro le mostraba era un espejo. El espejo, enmarcado con un ornamentado tenía un diseño que le recordaba a la marca de los mortífagos. Pero no fue por eso que palideció. Fue por lo que el espejo le mostraba. Reflejaba algo que no podía ser real.

Ahí estaba Sirius o al menos era así como se veía de joven.

Era su cuerpo. Pero al mismo tiempo no lo era. No era el cuerpo que había sufrido años de inanición en Azkaban, devorado por los dementores y la desnutrición. Sus músculos se habían carcomido hasta dejarlo hecho un palo.

No. Este cuerpo era saludable, lleno de fuerza y vitalidad.

Los años de inanición y desnutrición, no estaban. Sus mejillas volvían a tener carne, su cabello caía en ondas sedosas, y la belleza magnética que lo había caracterizado en su juventud estaba intacta.

El reflejo mostraba otra vez la belleza cegadora que tuvo alguna vez con sus seductores labios rojos y sus pómulos altos. Lo único que no coincidía con la imagen de su pasado, eran sus ojos. Sus ojos grises no mentían. Los ojos que lo miraban a través del espejo estaban endurecidos, hablaban de dolor y sufrimiento. En ellos habitaban los horrores que había vivido.

El hombre detrás de él no se detuvo. Movió una mano y la colocó firmemente sobre su vientre.

—Mira, mortal. Siéntete agradecido. Portas una carga preciosa, a mi querido amo-.

Sirius solo podía ver congelado la situación. Vio como el otro bajaba más sus manos y llegaba a sus cadenas. Sujetándolo firmemente, el hombre se acercó a su oído y le hablo en susurros -¿Ves estas caderas? Mortal- Tu cuerpo ha cambiado para albergar vida-

El desconcierto dio paso al pánico. Sirius notó cómo sus caderas eran más anchas, sus muslos estaban más rellenos, su pecho era una prominente copa A, y su vientre... Dioses, su vientre tenía una ligera curva imposible. Una protuberancia que no debería estar ahí.

Lo cual no podía ser posible, el era un alfa, siempre había sido un alfa. Enojado encaro al hombre y le grito

—¡Déjate de estupideces! —gritó, furioso—. ¡Soy un alfa!

La risa del hombre resonó, grave y burlona, llena de diversión.

—¿Alfa? —se burló con un brillo de sarcasmo en sus ojos—. ¿No querías salvar a tu querido Harry, mortal?

Sirius sintió que el aire lo abandonaba.

—No... —susurró, incapaz de aceptar lo que estaba escuchando. “No podía ser” realmente era estaba...

—Cargas el alma de Harry Potter —continuó el hombre, con una sonrisa que era puramente depredadora—. Y, por supuesto, la de mi futuro amo, el Señor de la Muerte.

Sirius se desplomó como si le hubieran cortado los hilos que lo sostenían. La última imagen que captó antes de perder el conocimiento fue la sonrisa cruel de aquel hombre de cabello blanco, sus ojos rojos brillando con un deleite malicioso.

La Muerte no hizo nada por mitigar su caída. Simplemente observó cómo el cuerpo del mago tocaba el suelo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando Sirius recobro el sentido. Se echó a llorar. Un torrente de emociones lo invadió, y las lágrimas brotaron de sus ojos como un río imparable. Lagrimas saladas escurrían por sus mejillas, pero no eran lágrimas de tristeza. Eran lágrimas de una alegría desesperada que casi le dolía.

Su pequeño, Harry. Su Harry… estaba vivo. Si era cierto que la situación era extraña, turbia incluso. Pero nada de eso importaba, la sensación de alivio y gozo al saber que no había perdido a su ahijado, que Harry no estuviera muerto lo eclipsaba.

Entre sollozos, sus manos temblorosas se posaron sobre su vientre, todavía incrédulo ante lo que sentía. Entre lágrimas, acaricio su vientre prometiendo a Harry que nunca volvería a pasar por los tormentos que vivió.

—Vivirás feliz —murmuró con una voz rota por el llanto, su garganta ardía, pero no se detuvo—. Serás amado, Harry... te lo prometo.

Era una promesa nacida desde el corazón, tan sólida como el acero. Un juramento que no rompería, pase lo que pase.

Fue por esa promesa que Sirius no salto esta vez cuando el elfo domestico apareció. Esta vez, su determinación lo sostuvo como un ancla. En cambio, con voz rasposa por le llanto, le pidió roncamente una taza de té.

El elfo, que claramente no se esperaba eso, se sorprendió ante la inusual calma de su amo y tardó un par de segundos antes de apresurarse a cumplir la orden.

Sirius tomó el té con manos temblorosas, mientras su mente giraba a toda velocidad. Había tanto por hacer, tanto por planear. Harry merecía más, mucho más. Era obvio que Harry necesitaba ciertas necesidades claves, entre ellas el poder vivir la experiencia de tener un hogar cálido y amoroso.

Con esa idea clara en su mente, Sirius levantó la mirada hacia el elfo y le pidió direcciones al elfo para encontrar a la muerte. Aunque el cansancio ya le estaba haciendo pesar los parpados.

 

 

 

Mientras caminaba entre el laberinto de pasillos, medito sobre su cambio de dinámica. Era un sentimiento extraño, casi surrealista, despertarse y descubrir que su cuerpo había cambiado una forma tan ajena, tan distante de lo que alguna vez fue. Él siempre había sido el Alfa estereotipado: alto, musculoso, dominante y altico con sus feromonas irresistibles que parecían diseñadas para encender el deseo ajeno. No era por ser arrogante pero había sido el objeto de muchas fantasías y el sueño inalcanzable para muchas. Un Alfa orgulloso, seguro de sí mismo, capaz de flirtear con descaro y dominar cualquier habitación en la que entrara. Pero ahora… ahora todo había cambiado. Convertirse en Omega era como una bofetada directa a su orgullo. Aunque su estatura se mantenía, sus hombros se habían estrechado, y su figura ahora mostraba una curva delicada en la cintura. Las feromonas que una vez olían a madera quemada, imponentes y viriles, seguían presentes, pero ahora estaban matizadas con un dulzor embriagador. Un aroma que gritaba a los cuatro vientos “omega embarazada” Era un golpe duro. Pero, a pesar de todo, al profundizar en sus pensamientos llego a la conclusión de que si podía estar con Harry no le importaba que su dinámica cambiara. Si con eso Hary podía estar vivo, con gusto aceptaría esta situación junto con el embarazo. No importaba cuán extraño o incómodo fuera; Harry valía el sacrificio. .

Encontró a la muerte enterrada en montañas de papeleo, con un cigarro entre los dedos y el rostro iluminado por la tenue luz de una lámpara, el otro ni le volteo a ver, pero Sirius hecho un grito al cielo

—¡Apaga ese cigarro! —le gritó con furia, señalando con un dedo acusador—. ¿Acaso no piensas en la seguridad de Harry?

Eso si provoco que el otro lo mirara algo irritado. Con un chasquido de dedos apagó el cigarro, exhalando el último rastro de humo antes de hablar

—¿Cómo osas cuestionarme, mortal? —respondió con una voz grave y afilada, aunque había un destello de intriga en sus ojos—. Mi amo es lo único que me importa. Agradece que seas importante para él; de otro modo, ya habría cortado tu lengua por insolente.

Sirius, aunque trago saliva por la amenaza, no retrocedió. Por Harry, enfrentaría incluso a la propia Muerte si fuera necesario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Muerte lo miro molesto, pero Sirius no se dejó intimidar. Dio un paso al frente, dejando claro que no se acobardaría. Reunió su coraje de Gryffindor y hablo. Su voz resonó firme, aunque su corazón latía con fuerza en el pecho.

—¡Es un bebé, por Merlín! —exclamó, sus palabras llenas de ferocidad—. Harry necesita protección, amor y cuidado. No puedes estar fumando, dañaras su salud.-

La Muerte entrecerró los ojos, y su rostro permaneció inescrutable. Sin embargo, Sirius detectó un leve cambio en su postura, como si sus palabras hubieran alcanzado un rincón escondido de la entidad inmortal.

—Continúa —murmuró la Muerte, su tono más tranquilo pero igual de firme, aunque su voz aun tenia una clara duda en confiar en su juicio.

Sirius respiró hondo y se armó de valor.

—Harry necesita un hogar. No puedes solo esperar a que se cuide solo. Necesita saber que no está solo, que siempre habrá alguien que estará ahí para sostenerlo cuando tropiece. –Al igual que necesita feromonas-

Cuando el otro lo miro sin entendimiento, Sirius le explico dolorosamente –“feronomas” Los omegas embarazados necesitan dosis diaria de feromonas del padre, para que el bebé este saludable- le dijo de forma incomoda

Por un momento, el tiempo pareció detenerse. La luz de la lámpara parpadeó, y la habitación quedó en un silencio tan denso que Sirius sintió que no respiraba.

Finalmente, la Muerte suspiró, un sonido que resonó como el eco de mil almas perdidas

—Las necesidades de un niño... —dijo, como si estuviera probando las palabras por primera vez—. Amor, cuidado, feromonas... Cosas que no comprendo del todo, pero que tú, mortal, pareces saber mejor que yo

Se inclinó hacia adelante, sus ojos como abismos rojos atraparon la mirada de Sirius.

—Haz lo que necesites, Black. Si es un hogar lo que crees que Harry necesita, constrúyelo. Si piensas que necesita algo más, adelante. Pero no olvides esto: Tu Harry, es mi amo y lleva un destino pesado, uno que no puedes cambiar, por mucho que lo intentes.

La Muerte se reclinó en su silla, con los ojos fijos en el espacio vacío frente a él.

 

 

No pensó que la muerte diría algo más.  Por eso fue sorprendente cuando, tras un silencio incómodo, el otro esbozará lentamente una sonrisa divertida antes empezar a emitir ¡¿Feromonas alfa?!

—Regresando a lo anterior... — Mientras hablaba, los ojos de la Muerte cambiaron del rojo opaco a un verde brillante y electrizante—. No sería prudente que tengamos un hijo de ojos verdes, y ninguno de nosotros los tenga. Podrían empezar a dudar de su ascendencia

Sirius sintió cómo se le secaba la boca al escuchar aquellas palabras. "No había pensado en eso" pensó consternado. No es posible que se me pasen detalles tan importantes.

Agotado y sin tener más que hablar dio media vuelta tratando de actuar con la mayor naturalidad. No quería que el otro se diera cuenta de lo desequilibrado que se sentía.

Sin embargo, su salida se vio frustrada cuando una capa negra cubrió por completo su visión. Dándole un susto tremendo.

—¿A dónde vas, mortal? ¿No decías que como omega necesitas el relajante aroma del padre?

La voz burlona de la Muerte lo tomó completamente desprevenido, y no pudo evitar el calor que le subió por el rostro. Sonrojándose furiosamente al darse cuenta de que la capa peluda que ahora lo envolvía de pies a cabeza estaba impregnada de la esencia del otro.  Casi ronroneo de lo bien que se sentía estar envuelto en el olor de la muerte.

Por un instante, casi cedió al impulso de enterrar la nariz en aquella prenda y perderse en su tacto y su fragancia. Pero, gracias a Merlín, recuperó la compostura antes de hacer algo tan humillante. Como ceder a sus instintos y enterrar la nariz en  el peluchín negro.

Fueron necesarias medidas extremas. Tuvo que morderse la lengua para no emitir el sonido de puro placer que quería. “Que vergüenza” se reprocho mentalmente "estoy actuando como un omega complacido” pensó, horrorizado consigo mismo.

Aun así, sus traicioneros pensamientos debieron brillar en su rostro, porque la Muerte se echó a reír descaradamente, claramente le hacía gracia la vergonzosa situación de su conflicto interno

Indignado, Sirius agarro la capa con más fuerza de la necesaria y se dio la vuelta, decidido a regresar a su dormitorio. Estaba claro que no tenía la energía suficiente para lidiar con el descaro y las provocaciones de la Muerte.

Por hoy, había tenido suficiente.

 

 

 

 

 

 

 

Fueron necesarias dos siestas reparadoras, una comida suculenta y un masaje ofrecido por un elfo doméstico demasiado emocionado por complacer a su amo para que Sirius finalmente se sintiera recuperado del caos que estaba viviendo.

Con energías renovadas, salió al jardín con una libreta en la mano (Había recordado esas libretas Muggle por Mcdonald que siempre le solía decir que eran las mejores para organizar sus ideas).

Sin embargo, al cruzar la puerta hacia el jardín, se encontró con un paisaje bastante triste.

El "jardín", si es que podía llamarse así, era una vasta planicie de tierra, sin rastro de vegetación alguno.

Ni una flor, ni un árbol, ni siquiera un asiento en el que descansar. Sirius casi podía escuchar el grito de horror de su madre ante semejante abandono. La imaginaba allí, con la nariz alzada y el ceño fruncido, murmurando con desaprobación: “Este lugar no es digno de la noble casa de los Black.”

Sintiendo un dolor de cabeza inminente, Sirius suspiró con resignación y llamó al elfo doméstico que había estado siguiéndolo como una sombra a todas partes.

 —¿Es que nadie se encarga de la propiedad? —inicio a regañar al pobre elfo, pero se detuvo en seco al darse cuenta de que no sabía el nombre del elfo.

“Qué vergüenza”, pensó, con culpa. Durante toda su vida había visto a los elfos domésticos como poco más que molestias vivientes. Sin embargo, recordó el cariño que Harry había mostrado hacia Dobby. Había jurado no volver a tratar mal a un elfo domestico. Sirius no podía creer que estuviera cayendo de nuevo en viejos hábitos.

—Vivy ha hecho lo que ha podido, maestro... —murmuró el elfo con voz temblorosa, encogiéndose al borde de las lagrimas—. ¡Vivy ha fallado! ¡Vivy merece la muerte, maestro!-

Y con esas últimas palabras, el pobre elfo se arrojó al suelo, mientras lloraba y se golpeaba repetidamente la cabeza, diciendo -Vivy es un mal elfo, un elfo muy malo-

Sirius vio todo con un sentimiento de culpa. Se arrodillo a levantar la temblorosa elfa. 

—Levántate, Vivy —dijo, arrodillándose para ayudar al pequeño ser a ponerse de pie—. Y muéstrame el presupuesto.-

Vivy alzó la mirada, boquiabierta, como si acabara de recibir una bendición divina, mirándolo con adoración como si Sirius fuera un dios benevolente

—¡El amo es tan amable! ¡El amo ha tenido misericordia de Vivy! —exclamó entre lágrimas la elfa, visiblemente conmovida.

Y más rápido que un rayo le mostró el presupuesto. Lo condujo a una habitación dentro de la mansión. Al abrir la puerta, Sirius quedó petrificado.

La "habitación del presupuesto" resultó ser una cámara inmensa, llena de montones de galeones, joyas y tesoros que serian la envidia de cualquier dragón. A Sirius se le cayó la mandíbula al verlo, incluso para alguien como él que habia crecido rodeado de opulencia, aquella riqueza era desorbitante.

La petrificación se le paso cuando una chispa traviesa lo ilumino. Sus ojos brillaron de emoción, y una sonrisa perversa se curvo en sus labios.

La Muerte no me dio ninguna restricción,” pensó con deleite. Con rienda suelta, tenía un plan claro: el primer paso sería transformar ese triste jardín en algo digno de admiración. Y, ya que estaba en ello, también renovaría la decoración de toda la mansión.

Y lo haría con estilo. (al estilo de un merondeador por supuesto)  

—Muy bien, Vivy —dijo con la voz llena de emoción—. Arreglaremos este jardín-

El elfo asintió con fervor, mientras Sirius empezaba a dar órdenes con un entusiasmo que no había sentido en años.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La pequeña elfa doméstica, Vivy, se retorcía nerviosamente mientras observaba cómo su amo transformaba cada rincón de la mansión con una energía inagotable Nunca en todos sus años de servicio había visto tal actividad en ese lugar. El maestro de Vivy siempre había sido distante y nunca se había interesado por el mantenimiento de la mansión. Así que ver cómo el amo que había traído su maestro traía vida a la mansión era grandioso.

este nuevo amo... era un torbellino de vida.

Los pasos de su amo resonaban por los pasillos con una melodía caótica. Cambiaba los muebles, las cortinas y hasta el color de las paredes con movimientos tan fluidos que parecían parte de un intrincado baile. Su risa resonaba como campanas mientras tarareaba melodías desconocidas, llenando de vida los espacios que antes estaban envueltos en silencio. "¡Rojo y dorado! Necesitamos más rojo y dorado, Vivy, ¡el espíritu de Gryffindor debe estar en todas partes!", exclamaba con entusiasmo.

Vivy parpadeaba, desconcertada. No tenía idea de qué era "Gryffindor" ni por qué esos colores eran tan importantes, pero no podía negar que la combinación llenaba el lugar de una calidez inesperada. Mientras su amo colocaba cojines peludos de colores vivos en el salón, ella trataba tímidamente de recordarle que debería descansar. "Amo, ¿no preferiría un té caliente y un rato de reposo?" Pero él simplemente agitaba la mano, restándole importancia a su cansancio. "¿Descansar? ¡El descanso es para después de la revolución decorativa, Vivy!"

Vivy solo desearia que su amo no se esforzará tanto. Su amo estaba embarazado y corría de un lado a otro cambiando todo desde los colores de los muebles hasta las cortinas del salón como un cachorro sobreexitado.

A pesar de su preocupación, Vivy no pudo evitar sonreír mientras lo veía desaparecer en el jardín, solo para volver a entrar momentos después con las manos cubiertas de tierra. Afuera, estaba plantando lirios blancos y delicadas Rhexias, cuyas flores moradas añadían un toque de elegancia entre las demás y que si la memoria de Vivy no fallaba su significado era “ciervo". Sin embargo, cada vez que su amo miraba esas flores, su expresión cambiaba. Por un instante, su rostro se oscurecía con una melancolía que la elfa no entendía. "¿Por qué su amo plantaría plantas que lo entristecen?", pensó, pero guardó silencio. Su lealtad le dictaba no cuestionar las decisiones de su amo. Así que estas serian un enigma.

Cuando finalmente su amo terminó, la mansión era un espectáculo de color y vida. Los pisos del salón de baile brillaban con un dorado resplandeciente, y en el jardín, una fuente adornada con un león majestuoso rugía suavemente mientras el agua fluía a su alrededor. El aire estaba cargado de un aroma dulce a lirios y tierra húmeda. Vivy observaba a su amo desde un rincón mientras él admiraba su trabajo con una sonrisa triunfante y... ¿conspiradora? Sí, había algo travieso en esa expresión que hizo que la pequeña elfa ladease la cabeza intrigada, su amo tenia una sonrisa muy bonita.

Vio a su amo soltar una carcajada alegre y no pudo evitar sentirse contagiada por su energía Había algo en él, algo que llenaba la casa no solo de colores, sino de vida.

Y en secreto se pregunto si el pequeño maestro también tendría esa sonrisa risueña de su amo o si en su lugar tendría el rígido semblante de su maestro.

Con una pequeña sonrisa, Vivy deseó en silencio que, cuando creciera, el pequeño tuviera esa misma sonrisa luminosa que ahora llenaba la mansión. Vivy deseo que el pequeño bebé tuviera una sonrisa como la de su amo.  

 

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